21 abril 2006

Solo una cosa no hay...

... el olvido. Es una cita de Borges que me persigue desde hace años. Ahora se trata de la obra dirigida por Danimad como trabajo de penúltimo curso en la escuela de teatro (la RESAD).

Ayer fuimos Carol, Maca, Jaime y yo a ver dicha obra que se representaba en un aula de la escuela, habilitada para ello. Los que me conocen saben que no soy un gran aficionado al teatro. Ni siquiera un aficionado. La amistad con Dani, sus aportaciones y recomendaciones, han hecho que suavice mis críticas ignorantes (no hay nada más atrevido que la ignorancia) a ese arte, que no intente considerarlo un apéndice aburrido y sobreactuado del cine (terreno en el que claramente si poseo, por educación, los instrumentos necesarios para criticarlo) y que espere a ver las pocas obras que veo antes de decir si lo que veo me parece una mierda o no. Es decir, me ayudó a que abandonara eso tan imbécil que es la generalización desde el desconocimiento.

La obra de Dani me ha gustado. Mucho. A pesar de que la historia vuelve a utilizar a los nazis como encarnación del mal. Eso es algo que está grabado a fuego en nuestro imaginario colectivo y por tanto resulta cómodo y fácil para el espectador la rápida identificación con unos (los judíos) y la sensación de horror hacia los otros (los nazis). No importa. Lo mejor de la obra es como utiliza Dani (y su grupo de actores, ya que la creación ha sido de alguna manera colectiva) el espacio del que dispone, con una puesta en escena imaginativa y repleta de significado. Sitúan dos escenarios en el centro de la sala, cada uno dirigido hacia un sector del público que, por tanto, se ha dividido al inicio en dos gradas enfrentadas. El primer escenario, la celda judía, cuenta con un suelo blanco y sillas del mismo nocolor, buscando un efecto desasosegador (amplificado por la iluminación) en el espectador, ya que los trajes de los presos son también blancos y todo se confunde cuando se retuercen por la angustia y el miedo en el piso (cómo la cárcel de THX 1138, de George Lucas, lo mejor de la película). Los presos, un judío y una judía, que se amaban antes de ser detenidos, deben hacer el amor para comprobar el éxito de la esterilización a la que han sido sometidos por parte de los nazis. El segundo escenario, el laboratorio alemán, cuenta con un suelo negro que remarca y confirma la inhumanidad de los nazis. En él, tenemos a un médico psiquiatra que sin que los presos se den cuenta, los vigila y estudia mientras intenta excitar (sin éxito) sus instintos sexuales con todo tipo de estímulos externos, para que consumen el acto.

De esta forma, los espectadores tienen dos puntos de vista completamente distintos: Uno primario, en nuestro caso el laboratorio nazi, en el que el psiquiatra nos hablaba de frente, contándonos en monólogos fragmentados cómo había sido su historia personal hasta llegar allí y su desesperación ante el fracaso del experimento. Y uno secundario, en nuestro caso la celda, en el que los judíos también explicaban las circunstancias que les habían llevado hasta allí, y de los cuáles sólo teníamos una visión distorsionada, de espaldas y lejana. Creando así una distancia emocional muy interesante. El escenario se completaba con una leve tela casi transparente donde aparecía información escrita sobre los pasos dados por los nazis hacia la solución final y que servía como separación física de celda y laboratorio.

Funciona la historia. Con precisión. Utilizan con inteligencia la música y la voz en off. En una de estas voces aparece el propio director, rompiendo la cuarta pared, hablando directamente a los espectadores en un arriesgado monólogo que enlaza con el que acababa de representar uno de los actores sobre el escenario, y que termina con la lectura de un manifiesto en el que se acusa al pueblo de ser cómplice de los horrores de sus dirigentes; sólo al final de dicho monólogo, descubrimos que estaba escrito en 1547 (Discurso de la servidumbre voluntaria, Etienne de la Boetie)

Los peros que se le pueden poner a la obra son más argumentales que de la inteligente y creativa puesta en escena o del magnífico trabajo actoral: ¿Por qué los presos no consuman nunca el acto sexual y mueren sin hacerlo ante la desesperación científicamente miserable del psiquiatra alemán? Este hecho soporta la historia y curiosamente es lo más débil de ella. No me la creo. Imagino que se basará en una idealización del ser humano, para el cual el amor no lleva al sexo en esas condiciones de esclavitud y falta de libertad. Da igual, no me lo creo. Es una premisa débil.

Por último, una idea. Ya he comentado que creo que resulta demasiado cómodo encuadrar una historia en el genocidio nazi. Me parece más complicado hacer algo parecido a lo que cuenta Dani, ambientándolo por ejemplo en las cárceles de la revolución francesa (no pido una Pimpinela escarlata, sino una reflexión sobre la pretendida lucidez de los libertadores oficiales y la ambigüedad de sus actos). A ver si Dani me escucha. Desde luego aquí tiene un espectador para lo próximo que haga.

2 comentarios:

  1. -. ¿Dónde está el prejuicio? .-

    Vaya, mi primera crítica... y no he sido despedazado por un prepotente dominador del mundo teatral (polanquista o no), sino hábilmente analizado por un supuesto "desconocedor" del teatro (aunque, ¿acaso se puede desconocer algo tan inherente al hombre, tan diario como experiencia vital?).

    Sabes -porque te lo he dicho-, que tú (y Caro, Maca, y sobre todo Jaime) has estado en mi cabeza como público al que va dirigida la obra. Así que con tu análisis doy por cumplido el objetivo principal de mi trabajo.

    Pero ya que se me permite contestar...

    Me parece curioso que hables del prejuicio del nazi como encarnación del mal. Y te hago una pregunta: ¿si el experimentador no fuera alemán (en ningún momento se dice que sea nazi, ni que comulgue con las ideas del partido... no todos los alemanes eran nazis), si la historia no fuera en los años 40, tú habrías pensado que él era la encarnación del mal? ¿dónde está el prejuicio? ¿en la puesta en escena? ¿en el espectador? ¿te sentías más cómodo pensando que él era malo?

    En otra de las críticas que he recibido (y que, he de confesarlo, me encantó), una amiga me decía que le había angustiado mucho sentir pena del alemán... sentirse identificada con él.

    Desde luego, esa era la dirección hacia la que trabajábamos. Y hay ciertos aspectos de la puesta en escena en los que pusimos especial cuidado para mostrar la humanidad del investigador.

    Por un lado, el espacio es totalmente simétrico, sólo hay una pared que separa la celda del puesto de observación, de forma que no se puede decir a primera vista quién está encerrado y quién no. Además, los dos espacios cuentan con un exterior, amenazante en el caso de la pareja, dominador en el caso del alemán.

    Un detalle: las líneas negras del suelo de la cárcel (que se podrían asociar con la sombra que dejan los barrotes de una supuesta ventana), fugan hacia el observador, y no hacia el público. Alicia (la escenógrafa) y yo tuvimos una larga conversación sobre este tema, que se podría resumir en ¿quién está dentro de la celda acompañando a la pareja, el investigador, o el público?. Nos decidimos claramente por el investigador. Es sólo un detalle, pero importante.

    Otro aspecto que va en la misma línea es el vestuario. Evidentemente, no podían ir vestidos igual (aunque nos lo llegamos a plantear), pero sí llevan el mismo corte asimétrico y militarizado en sus chaquetas. El alemán también es una víctima, también está encerrado, y también está dominado por superiores casi invisibles...

    Algo que puede ayudarnos a responder a la pregunta que da título a este mensaje (¿Dónde está el prejuicio?) es el hecho de que tú (y muchos otros) hayáis tomado a Gastón como judío. No sólo no se dice en ningún momento, sino que el texto da a entender muy claramente que no lo es... De nuevo son las referencias del espectador las que se imponen sobre la puesta en escena.

    En cuanto al espacio del observador, que tu calificas como "un suelo negro que remarca y confirma la inhumanidad de los nazis", está copiado directamente de unos manuscritos de Galileo sobre el movimiento celeste... ¿era acaso inhumano Galileo?... la planta de la torre del observador, ¿también es inhumana?... ¿y la luz?...

    Como esto se trata de discutir, no te voy a decir con qué cosas de las que dices estoy de acuerdo (aunque también las sabes)...

    Muchas gracias por tus palabras, y por tus ideas...

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  2. Exactamente, el prejuicio está en el espectador. Pero el que pone en marcha una historia lo sabe y lo utiliza. Si la idea de la que parte es lo suficientemente maleable, puede incluso dar un bofetón a las creencias previas de su público y conseguir una reflexión interna sobre la seguridad de los conocimientos asentados. No es el caso. Una obra está siempre contextualizada, no sólo en el tiempo y el lugar en que se desarrolla, sino también en el tiempo y lugar en los que vive el público que accede a ella. La creación es siempre cosa de dos, del que crea y del que acoge la obra. Apurando la idea: una vez terminada, el dueño ya sólo es el receptor. Por tanto, sus mal llamados prejuicios (su bagaje cultural, personal y social) son determinantes en la lectura, comprensión e impacto de la obra.

    Debido a eso, lo que dices de tu amiga a la que le dio pena el alemán, me parece falso (si profundizaras con ella igual lo que le daba pena es observar su fracaso científico, tan bien interpretado por el actor, pero dudo que sintiera compasión o comprensión por el hombre que se ve arrastrado a realizar el experimento). Incluso los intentos de humanizar al personaje (haciendo que cuidara la planta, que coma o se vista como los presos) es algo que se ve perjudicado por la elección del momento en que se desarrolla la trama, por el hecho histórico en concreto. Ésa el la paradoja de lo que discutimos: lo que resulta tan útil para conectar con la emociones más profundas del espectador, lo que hace que caiga rendido ante lo que le cuentan, es lo que perjudica y ensombrece tu intento de darle humanidad, matices y ambigüedad al científico alemán

    Este alemán, que por supuesto es nazi, da igual que lo diga o no el texto. Claramente lo es, y tan sólo podría no serlo si el texto explícitamente lo hubiera explicado. Y con profusión. De hecho ese detalle haría que tuviera que ser otra la historia contada. Volvemos a lo mismo, lo que facilita la síntesis y compresión de lo narrado, proviene de contar una historia del genocidio nazi. Eso le da infinita potencia emocional. Pero simplifica. Resta importancia a esos matices que quieres otorgar a los personajes.

    Algo parecido pasa con lo de Gastón. Recuerdo haberlo pensado durante la obra. Pero en este caso la solución está en propia idiosincrasia de los nazis. Podría no ser un judío de raza. Pero pensar que no lo es en los términos de la historia es una tontería. Gastón es judío de pleno derecho, y esa identidad se la dan los propios nazis porque está contaminado por el amor a una judía. Y por ello es tratado como judío. La realidad nos cuenta que en los campos de concentración también murieron aquellos no judíos que se negaron a abandonar a sus familias judías. Y unos y otros murieron igual en manos alemanas: como judíos.

    Respecto al color negro, claro que reafirma la inhumanidad nazi. Volvemos al eterno punto en cuestión del problema. Comentas que lo sacas de Galileo, y eso lo enlaza con una lectura colateral de la obra que quiere emerger y también lo hace dificultosamente: una critica al papel de la ciencia. Pero ese detalle, interesantísimo, en mi opinión vuelve a ser también oscurecido por el hecho de ser "ciencia nazi". Y lo nazi se come a la ciencia. El adjetivo en este caso no especifica al sustantivo, sino que se impone a él. Por otro lado un color, por supuesto, significará una cosa u otra según la puesta en escena y la historia que cuentes. Carece de sentido comentar qué significado tendría en otra obra. No serviría para nada.

    En resumen, la idea del mal absoluto nazi está grabada a fuego en la gente. Eso ayuda poderosamente a la rápida sentimentalización e implicación del público pero no tanto a crear una sensación de desconcierto y de ambigüedad ante los actos humanos que ahí acontecen. Se hace muy complicado que cobren la importancia que se merecen si se presentan junto a una idea principal que lo llena todo. El público puede ser cómodo tomando esa postura pero la comodidad ha sido inducida (¿buscada?) por la elección de la historia. Y ambas cosas no son ni malas ni buenas. Sólo son posturas y decisiones creativas que, lógicamente, tienen consecuencias

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