03 enero 2007

La ciudad

Escucho a un amigo decir que cada vez se le hace menos necesario ir a la ciudad. Un nuevo centro comercial, cerca de su casa, colma todas sus necesidades urbanas. O como él diría, para qué ir a la ciudad si sus servicios ya me los han traído hasta aquí. Asiento en silencio. Lo entiendo. No estoy de acuerdo pero comprendo su actitud. ¿Para qué discutir? ¿Cómo explicarle que la ciudad no sólo significa cines, tiendas y bares? Y sin entrar en el terreno personal. Imposible. Mejor el silencio. Pero me quedo rumiando.

La ciudad no es sólo servicios. La ciudad no existe. La ciudad es una actitud. Del que vive en ella no por obligación laboral sino por decisión vital. Igual que vivir a las afueras, en la periferia, es otra decisión vital. De suma importancia y con lógicas consecuencias. Aparto de un manotazo excusas vanas como el precio de los pisos en las ciudades o de sus alquileres. Nadie que conozco viviendo a las afueras utiliza esas excusas más que cuando se siente acorralado. Pero en general su decisión no se basó en el dinero, sino en otras motivaciones. Plausibles y respetables.

La ciudad es un estado de ánimo. Es saber que perteneces a una realidad activa que te exige. Es entender, aceptar y disfrutar con el hecho de que no te puedes parar. Pero, ¿quién quiere parar con menos de treinta años? Fuera de la ciudad se vive de manera apacible, tranquila, sin más complicaciones diarias que las que el coche o el perro te pueden producir. La realidad no te sorprende por las esquinas. Tan sólo la cotidianeidad. No hay sobresaltos, ni sorpresas. Se puede ser absolutamente feliz. Sí. ¿Pero estar absolutamente vivo?

La gente que detesta la ciudad curiosamente jamás ha vivido en ella, en la verdadera, no en un barrio del exterior. De esos que se crean para que los trabajadores puedan descansar entre turno y turno. No ha vivido en su centro, no ha paseado tranquilo por su historia cada día. Ni degustado los remansos de tranquilidad que ofrece. Lo demás es turismo. No se acerca jamás a ella salvo con prisas, por negocios o gestiones administrativas. ¿Cómo se puede amar lo que se desconoce?

La ciudad mantiene tu tensión, te exige no relajarte. No da respiro, si te observa débil te aparta, te desprecia, te vapulea. No quiere saber más de ti. Es una exigencia pero, ¿quién no quiere exigirse con treinta años? ¿Por qué han conseguido vendernos la moto de la estabilidad, la tranquilidad, el sosiego, los compromisos? Esta generación se prometió a sí misma ser diferente pero su exilio extrarradial la convierte de la noche a la mañana en conservadora, aséptica, aburrida y convencional. Porque repito, el lugar no es lo importante, pero su elección libre es una decisión fundamental.

La periferia, a pesar de sus desesperados intentos, mantiene algo de paleto, de provinciano tal vez. De nuevo rico que pretende reivindicarse siempre. Es ostentosa, exagerada y desmedida. Pero carece de calor, de aura, de aroma humano. Uno se toma un whisky charlando con un viejo amigo en el Naima, en el Aljarafe sevillano, y al salir del bar se encuentra en la nada. El vacío de un mundo perfectamente ordenado, sin fisuras aparentes, sin aristas sociales. Al frente los monstruos franquistas de ladrillo, y a sus pies, como hijos bastardos, hileras de pitufos perfectamente alineados y clonados.

La periferia ofrece todos los servicios inimaginables. Los concentra en los centros comerciales, que colocan sucursales emulando, e incluso superando, sus sedes originales que antaño fueron propias sólo de las ciudades. Paseando por ellos puedes sentir gotas de horror. Se han apropiado de los espacios públicos, convirtiendo la calle, libre y salvadora, en un puesto ambulante más. Nadie parece entender que al salir de una tienda de un centro comercial no pisas suelo público, sino privado, y en él seguimos andando hasta entrar en otra sucursal. Son no lugares, interesadamente acogedores, cercanos pero faltos de humanidad. Nunca podrás aprehender un bar de un centro comercial y hacerlo tuyo, partícipe de tu vida y de tus historias.

Al final están matando lentamente a las ciudades. Se vacían de jóvenes que presurosos corren a descansar y vivir apaciblemente fuera de ellas, y quedan llenas de viejas paseando a sus gatas y de aquéllos que no pueden evitar (maldiciéndose por ello) seguir malviviendo en ella. Pero una cosa está clara, nadie recuerda nada de las periferias. Social y culturalmente las periferias y los que viven en ellas son muertos en vida. La historia habla de París, pero no de la campiña que le rodea; de Madrid, pero no de sus pueblos dormitorios; la historia se escribe en Nueva York pero nada dice de los pueblos circundantes que habitan los que huyeron de la Gran Manzana. Las ciudades son el aliento de la civilización humana. Y como humanas son contradictorias, miserables, sucias y egoístas. Pero también activas, dinámicas, emocionantes y vitales. Y nunca serán, de momento, previsibles, ordenadas, asépticas y estructuradas. El caos es lo que las hace grandes.

Pero seguro que me equivoco completamente. Es mi habitual prepotencia la que me hace hablar. En la periferia se es feliz. Se está tranquilo. Se vive bien. Sin agobios, sin estrés. Los niños pueden jugar. Los padres pasear con el carrito del bebé. Dispone de todos los servicios. Las hileras de adosados demuestran que nadie pretende ser mejor que nadie, es una especie de comunismo residencial. Los días se suceden tranquilos. Sin humos. Ni atascos. La ciudad es una mierda. Los que allí viven, unos estúpidos. Quién querría otra cosa que disfrutar de la paz que la periferia te ofrece. Para qué.

Por cierto. Unánime. Hace unos años. American Beauty. Vaya peliculón. O eso se decía entonces.

8 comentarios:

  1. Una visión muy romántica de la ciudad. Demasiado. Porque, ¿a qué llamamos ciudad? ¿Nos referimos a un centro histórico? ¿Y a cuál exactamente de los centros históricos? ¿Al que se construye hasta el siglo XVIII? ¿Al que se crea en el XIX? ¿Al que se levanta durante el XX? La ciudad no existe, es una entelequia, un concepto sometido al perpetuo cambio y, por tanto, en continua desintegración. Imagino que te refieres más bien al centro histórico, porque todo lo demás es periferia: Triana era periferia, la Macarena era periferia, la Sevilla histórica tradicional no alcanzaba más de 1.000-2.000 metros cuadrados.

    Particularmente, pienso como Baudelaire, la ciudad es "la gran ramera" que nos obliga a prostituirnos, nos hace más impuros. El extrarradio es la única opción para los que todavía buscamos la inocencia, la mirada del niño. Desde "la montaña" en que vivo, descubro cada mañana que es posible mirar al cielo y ver el sol sin tener que retorcerme el cuello. Es una sensación de libertad que no existe en la ciudad. La ciudad desde mi azotea: una gran masa de hormigón recubierta por una nebulosa de caries (polución).

    En cuanto a los centros históricos, realmente ya distan muy poco en su comportamiento de los centros comerciales que criticas. Hace años eclosionó un concepto para mí nefasto, que ha cuajado en todas las grandes ciudades, incluida Madrid: el Centro Comercial Abierto. Convirtamos nuestros centros históricos en centros comerciales pero al aire libre. Todo funciona como un gran espacio privado, aunque con la ilusión de lo público: toldean las calles, las atiborran de alfombras, te infestan con hilo musical navideño... Al fin y al cabo, la verdadera esencia de la ciudad ya no vive en los centros históricos: hace años que los jóvenes los abandonaron, no tienen vida, y si la tienen, es una vida precaria. La esencia de las ciudades está en los extrarradios, que a base de vida acaban incorporándose a la ciudad, acaban siendo digeridos por el torpe monstruo urbano. Triana, vuelvo a repetirlo, fue un día periferia, y hoy es un corazón tanto o más vivo que cualquier barrio del centro. Así ocurre también con los barrios universitarios tradicionales, inicialmente periféricos pero al final deglutidos por la ciudad. La ciudad en continuo cambio. Es un monstruo dinámico, que mueve y remueve a los que viven en él. La única opción es caminar con el monstruo.

    Un abrazo,

    Dani

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  2. ¿Visión romántica de la ciudad? Al contrario. La ciudad es miserable. Como el ser humano. Pero yo soy humano. Y junto a la miseria aparecen algunas de las virtudes que más me gustan de nosotros, ya comentadas en el post: vitalidad, espíritu, dinamismo y libertad. No voy a entrar en discusión sobre la libertad. Acabo de escribir una mail a un amigo donde le comento cómo la libertad ha sido uno de los términos más manoseados y manipulados de la historia moderna. ¿Libertad para ver el sol? Ya, pero después de verlo quedan dos horas de coches y atascos para llegar a trabajar durante ocho horas. Demasiado contradictorio. La discusión la llevas casi al terreno de lo moral: La ciudad , citando a Baudelaire, es la gran ramera que nos obliga a prostituirnos. Para después defender la inocencia y la mirada de niño que aún permite el extrarradio. No estoy seguro si crees del todo lo que escribes. No por la primera parte de la frase, sino por la segunda. ¿Una especie de ética extrarradial que purifica del vicio de la ciudad? Eso es una falacia El extrarradio no es más una recreación bastarda de la ciudad. De lo que hablas en el fondo es del eterno regreso telúrico y nostálgico a lo que ya no es, en el tiempo y en el espacio. La necesidad de un país de Nunca Jamás donde refugiarnos de la presión laboral y social adulta que representamos con la ciudad (para no mirar en nuestro interior nuestras propias contradicciones). Y una manera de conseguirlo es esconderse en los pueblos dormitorios, en casas grandes, con familias ordenadas y actividades sociales programadas. Un refugio necesario para todos. En cualquier momento. No nos engañemos. Pero de liberador nada. De hecho lo que un visitante externo, avispado y curioso, observa sin dificultad allí es un ambiente de opresión social, estilo Dogville, en donde las miradas, las convenciones y las buenas maneras (incluso los colegueos) esconden formas de dominación y control que nos retrotraen a los pueblos de nuestros padres.

    Desde hace un tiempo considero más respetable y entendible quitarse de en medio de verdad, es decir, meterte en una casa en el campo en mitad de la nada (como uno de mis hermanos hizo ante las risas de muchos, entre ellos las mías) que las batallas periféricas que me cuentan algunos para justificar una necesidad de tranquilidad que a veces, después, no veo en sus ojos cuando converso con ellos.

    Respecto a los límites de la ciudad, entendiendo que no existe, que está siempre en plena descomposición (y por tanto siempre en plena construcción, muy importante), aquí ya entraría la percepción personal de lo que es ciudad. Entendiendo que la ciudad es una recreación , algo que cada uno de nosotros construye, la mía tiene unos límites precisos que abarcaría el centro histórico y aquellos lugares que a los que se llegaría con facilidad a pie, sin necesidad de vehículo. El coche es una enorme tara para vivir la ciudad. Con él ya no la sientes, pues te aísla de ella, ya no la pisas ni la oyes; y te crea la necesidad de la urgencia.

    La vida no está en la periferia hoy. En absoluto. Pasea a las 9 de la noche entre los adosados de cualquier urbanización de la periferia un día cualquiera y escríbeme luego que hay vida en ella. La vida es caos, descontrol, ruido. Esas calles son geriátricos sociales. La vida queda dentro del pitufo. Fuera sólo escuchas ladridos de perros.

    Un placer verte por aquí, en serio. Un abrazo.

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  3. "La gente que detesta la ciudad curiosamente jamás ha vivido en ella, en la verdadera." Te pasas un poco Pepe, y lo que dices no es verdad. Yo viví casi 25 años en el corazón de Madrid, aprovechando a tope del bullicio que me rodeaba, sin embargo ahora que vivo en una ciudad muy pequeña, detesto ir a la cuidad. Me asustan las masas, me intimidan, me parece que todo el mundo esta loco, que tiene prisa por llegar a ningún sitio. Me gusta poder ir en bici al trabajo y tardar menos de 15 minutos. Me gusta poder pasear al mar y no encontrarme con nadie en la playa, si así lo deseo. No soy capaz de soportar el antes amado bullicio, mucho menos disfrutarlo. Pero no me digas que es por ignorancia. No es justo.

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  4. Lógicamente, al hacer observaciones basadas en generalizaciones siempre puede haber alguien que levante la mano y diga:" pero yo no..." Pues vale. Tú dices haber vivido la ciudad antes de de exiliarte en la periferia. Y yo te creo. Pero no creo que eso invalide en nada mi tesis, entre otros motivos porque tu viaje personal te ha llevado un poco más lejos que al extrarradio de la ciudad donde naciste ¿no? Y si ya me parece suficientemente complicado intentar analizar lo que pasa en mi propia sociedad no tengo datos objetivos ni precisos como para intentar lo mismo respecto al extrarradio australiano, ya que junto a semejanzas básicas impuestas por la globalización social, aparecerán detalles y aspectos propios del hecho de vivir en un lugar completamente apartado del resto del mundo como es la extensa megaisla australiana

    Por otro lado ninguno de nosotros está a salvo de vagas generalizaciones. Dices respecto a la ciudad:" me parece que todo el mundo esta loco, que tiene prisa por llegar a ningún sitio" Y esa impresión siempre me ha parecido una frase hecha utilizada para atacar el ritmo de vida de las ciudades. Pero no tiene contenido real. Porque no nos engañemos,esa gente va hacia el mismo sitio que tú o cualquiera en cualquier lugar del mundo, es decir, a trabajar, a descansar a sus casas con sus familias o a algún lugar de ocio. Exactamente igual que tú con la bicicleta un día entresemana, Dani en coche o yo a pie.

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  5. No es que quiera ponerme en plan Derridano postestructuralista y deconstruirte tu blog, pero cuando digo que "me parece que todo el mundo esta loco" estoy hablando de una impresión personal. Por eso pongo el "me parece". Lo cual es muy diferente a decir "La gente que detesta la ciudad curiosamente jamás ha vivido en ella". Ahí estas haciendo un juicio de valor general. Pero bueno. Olvidemos eso.

    Partiendo de la base de que la situación en Australia es en gran medida idéntica a la de España hay otros comentarios que creo necesario hacer.

    Primero, considero que la ciudad y la periferia son parte de un mismo concepto. Los pitufos forman parte de la ciudad moderna desde los 90 del mismo modo que las ciudades dormitorio pasaron a constituirla desde los 70. Tu ciudad no existiría sin toda esa gente que llega a trabajar cada día después de sufrir incontables atascos. Dani tiene razón: Vallecas era un pueblo de la periferia hace menos de 50 años.

    Segundo, cometarios del tipo "Social y culturalmente las periferias y los que viven en ellas son muertos en vida" denotan desconocimiento de lo que ocurre en muchos lugares pequeños (aparte de cierta arrogancia al creer que la gente en las ciudades es diferente). Yo creo la ciudad esta socialmente mucho más muerta que los pueblos. Pero para eso tengo que definir primero qué es una sociedad, ¿no?. Y a mi me parece que una sociedad es más que una acumulación de gente. De hecho, me parece que conocer a la gente que vive cerca de ti, y hablar con ellos es una parte mucho más esencial de una sociedad que compartir un asiento en el metro. Luego, lo que tú definas como cultura no es necesariamente la visión que pueda tener otra gente. La idea de que la ‘cultura’ de las clases medias sea algo a lo que tengo que aspirar me resulta aterradora.

    Tercero, si queremos que el mundo no se vaya al carajo más vale que encontremos una forma de vivir diferente... y rápido. Las ciudades tal como las conocemos (con sus pitufos, y sus barrios dormitorio) son económica y medioambientalmente insostenibles. ¿Te has parado a pensar cuanto viajan los productos alimenticios que llegan a tu mesa cada día? ¿Sabes que en los años 60 la media eran 150 Km. y que ahora son más de 2000?. La idea de vivir en un sitio donde puedo plantar una huerta, y reciclar el agua que uso, y donde las naranjas que como no vienen del otro lado del mundo, no me parece tan descabellada. Y no es necesario volver a la edad media para tener esto. Es necesario empezar a pensar de otra forma.

    En fin, supongo que lo que pasa es que me he apaletado con esto de vivir en un pueblo y no me entero ya de ná.

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  6. Ya asumía en el anterior comentario que mi frase era una generalización, aunque sea juicio de valor, según lo que dices. Tu impresión por tu parte, sea juicio de valor o mera opinión, no deja de ser otra generalización, porque decir “que tiene prisa por ir a ningún sitio” (como acababa la frase) significa que ha habido una reflexión sobre el ir y venir superficialmente caótico de los habitantes de la ciudad. Sobre la que se suele armar ( y lo sabes) una especie de errónea concepción de que la ciudad es un caos inhumano donde se malvive mientras que el regreso telúrico a la aldea permite una conexión más profunda con los valores realmente humanos. Para terminar sobre juicios de valor y opiniones, pues es un tema farragoso con poco recorrido, elijo una de tus frases para explicar lo que pienso sobre ello: “Yo creo la ciudad esta socialmente mucho más muerta que los pueblos” La única diferencia entre que se denomine opinión o juicio de valor tu aseveración es el colocar el “yo creo” al comienzo de la misma... Pues vale. Pero yo parto de la base de que todo lo que digo (salvo cuando explico ciencia y les digo a mis alumnos que si dejo caer una piedra por la ventana cae inevitablemente al suelo debido a la gravedad) es opinión, y me suelo negar a ese formalismo defensivo de estar todo el tiempo explicando que lo que digo es una opinión, una creencia. Basada en ideas, o datos o lo que sea... Puesto que ¿se puede decir algo sobre la sociedad, la política, las relaciones humanas desde la más rotunda seguridad? Pues no. Entonces, en mi opinión, tema zanjado. Odio el exceso de formas. Un párrafo desperdiciado.

    Entremos de lleno en tus tesis. La idea de sociedad y cultura. Entiendes que sociedad no es acumulación de gente, que la ciudad es la que está muerta y que la cultura de las clases medias te aterra. Salvo la agricultura (la agroecología ahora para los más alternativos) que no la puede ofrecer, la ciudad desde un punto de vista social, cultural y humano lo que significa es multitud de posibilidades generadas por la creatividad y el intelecto de los seres humanos, lo que debiera servir para saciar el afán de ocio y de cultura de todos. Diferentes estímulos para satisfacer las necesidades de muy diferentes personas. Exactamente eso es lo que defiendo. Como al final, por tiempo, pereza o desatención muchas personas jamás se alejan del entorno en el que está su casa es fundamental la existencia de una oferta cultural y social alejada de los circuitos personales, pues el enquistamiento y la repetición es lo que se termina imponiendo en grupos cerrados o en sociedades pequeñas donde todo el mundo se conoce. Por otro lado, la imagen solitaria y vacía de una ciudad donde las personas no se miran y van sentadas en silencio en el metro, en contraposición a la naturalidad y humanidad de las relaciones sociales de los pueblos, no soporta una reflexión sincera sobre esas relaciones que se establecen en los pequeños entornos. Es curioso que sea nuestra generación la que huyendo de la presión esté generando una historia alternativa e irreal de los pueblos y el campo. El mito del regreso a la naturaleza, y a la huerta. Que unido al mito del campesino sabio conforman una primera base teórica para atacar la deshumanización y la pérdida de conocimientos ancestrales y fundamentales para la vida que la ciudad está causando a sus habitantes. Y lo siento, pero toda esta supuesta corriente de pensamiento alternativo me parece terriblemente superficial, pretenciosamente revolucionaria e intelectualmente insostenible. Para no volver a hacer una referencia cinematográfica sólo apelaré a que preguntemos a nuestros mayores la verdad sobre las relaciones sociales de las aldeas y los pueblos. Mucha humanidad, sí, pero destructiva. Y hablar con el tendero, con el vecino, interesarse por la vida del portero de tu finca, ayudar a cruzar una calle a aquél que lo necesita, o llevar las maletas o el carrito del niño a alguien que no puede hacerlo lo veo todos los días en esta terrible, inhumana y egoísta ciudad que parece ser Madrid.

    Sobre el tema de la cultura de las clases medias y enlazando con el tema del huertito propio y la preocupación por lo que supone el transporte de la comida y otros productos que cada día consumimos... Vamos a ver, esas cosas se hacen. Se deben hacer. Igual que reciclar. Igual que colocar plataformas solares en el tejado de la casas. Igual que consumir menos energía. Igual que racionalizar el gasto del agua... Sirven para mejorar un poquito las cosas, para educar y educarnos, para limpiar nuestras propias conciencias. Pero no cambian el mundo. No es revolucionario porque mientras escribes el comentario a tu alrededor, en tu casa, se dispondrán cincuenta elementos en principio superfluos para llevar una vida feliz y normal. ¿Superfluos? Tal vez no. Porque no creo que se trate de regresar a las cavernas, o escapar del mundo como Thoreau. Se trata de ser feliz, de aprovechar la vida, de disfrutar de las aficiones que uno tenga, de crecer intelectualmente, de ser un poco mas sabios cada día, un poco más cultos tal vez... Y no deberíamos renunciar (además de que como sociedad es imposible) a todos los avances producidos en todas las ramas del saber y la tecnología. Por lo que finalmente se tratará de conseguir hacer una sociedad menos radicalizada en el perpetuo consumismo y desgaste medioambiental. Y buscar alternativas reales a la utilización de los combustibles fósiles. Pero, aunque suene a demagógico, explícale tú lo de la huerta autogestionada a los padres de alguno de mis alumnos inmigrantes que trabajan de sol a sol cada día. Cuando vayan al supermercado explícales que es mejor comprar otra cosa que es más cara porque está cultivada mas cerca. O que siquiera se preocupen por ello. Eso es algo que hoy día sólo se pueden permitir que les preocupe las clases medias

    Y sobre lo del miedo a la cultura de las clases medias me gustaría conocer más detalles, sólo por saber qué entendemos por cultura burguesa: ¿Ir al Prado a ver a los grandes maestros? ¿Disfrutar de Mozart? ¿Apreciar el cine de Bergman? ¿Disfrutar de la literatura de Dostoievski? ¿O dejamos de lado todo esto y volvemos a la sabiduría del campesino? ¿O lo cambiamos todo por las nuevas formas modernas y terriblemente rompedoras y transgresoras del último iluminado de turno? ¿O no será mejor que seamos lo suficientemente inteligentes como para disfrutar de todo, pasado y moderno, clásico y rompedor, campesino y urbanita, sin guiarnos por la estigmatización o la reverencia?

    Un detalle final que me parece curioso. En ninguna de vuestras contestaciones ni Dani ni tú habéis sido capaz de asumir un solo defecto de las periferias. No me parece normal. Yo puedo aceptar (y lo he hecho) en mis comentarios algunos de los defectos que puede presentar la ciudad y que apuntáis. A veces certeramente... Pero en todos vuestros discursos no ha aparecido ni una sola consideración negativa de las periferias. Ni una. Curioso.

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  7. Es curioso. En realidad no he asumido ningún defecto de los suburbios por que supongo que mi crítica era contra tu idea de las ciudades como salvaguardia de la cultura y la sociedad, no una defensa a los suburbios. He de confesar que no me gustan mucho los suburbios. Me parece demencial que la gente se tire hora y media en el coche para ir a trabajar. En la periferia no se conoce más a los vecinos que en la ciudad, al contrario, me da la sensación de que el anonimato proporcionado por los pitufos es idéntico o mayor que el de los bloques de apartamentos. Estoy totalmente de acuerdo contigo en tu indignación ante al comparación de la cultura que proporciona la ciudad y la cultura consumista del centro comercial.

    Ósea, que yo defendía la idea de la comunidad pequeña y sostenible frente a la gran ciudad. No la cultura del pitufo y el centro comercial frente a la urbanidad cosmopolita.

    En otro orden de cosas, a mí ni se me ocurriría decirle a esos padres inmigrantes que trabajan de sol a sol que sólo compren productos de comercio justo, pero creo que hay alternativas. Y esas alternativas son mucho más fáciles de explorar desde una comunidad pequeña. Un ejemplo pequeñito: nuestra cooperativa proporciona casi todos los productos alimentarios (ecológicos) que te puedas imaginar a menos de la mitad del precio del supermercado a base de establecer contacto de primera mano con los granjeros y una estructura basada en voluntarios. Nuestros miembros son jubilados, madres solteras, profesionales, refugiados de Sudán, hay de todo. Me dicen que hay movimientos parecidos en Sydney (¿sabes si los hay en Madrid?), pero que nunca duran más de unos meses por que los voluntarios se queman por falta de tiempo. Nosotros tardamos menos de media hora en llegar a la granja a recoger las verduras y los huevos. En Sydney tardan al menos hora y media, y eso si hay suerte con los atascos de entrada a la ciudad. Supongo que esa es la diferencia con la ciudad. El tiempo que le queda a la gente tiene para hacer cosas... ¿tú que crees?

    PS. Y algunos campesinos saben más de cine negro que tú. ¡Lo cortés no quita lo valiente, no me seas obtuso tú tambien!

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  8. He llegado a este blog por casualidad y he de decirte que me gusta, y mucho.
    He encontrado interesantísima esta discusión acerca de la ciudad. Seguramente porque mi trayectoria vital se ha desarrollado en distintos lugares, muy dispares entre sí. De esta forma, tras nacer y vivir en el centro de Madrid durante más de 20 años, también he vivido en Aranjuez, Villalba; en Zamora y Salamanca; en un pueblo de la costa catalana y ahora en el Aljarafe Sevillano (omito otros lugares sin relevancia para la cuestión de que se trata). Así pues, me he movido mucho y he tenido la oportunidad de valorar distintas ubicaciones con sus grandezas y sus carencias.
    He leído vuestros comentarios y, curiosamente, y, en esencia, todos teneis razón.
    En mi opinión, la ciudad se diferencia del extrarradio (ya que sobre esto centrabais básicamente la polémica) fundamentalmente en que la ciudad tiene personalidad, el extrarradio a mi siempre me ha parecido impersonal, deliciosamente impersonal, eso sí. Y cada vez menos impersonal, eso también. En realidad, son estilos de vida distintos y calidades de vida distintas. Irse a uno u otro lado implica siempre una renuncia de aquello por lo que no se opta.
    Al irme de Madrid gané calidad de vida. Las personas por la calle van más relajadas, las prisas no forman parte todo el tiempo del modus vivendi, se respira mejor, no hay masificaciones para llevar a cabo tareas cotidianas, y esto da lugar a que las personas se sientan, sino más felices, sí más tranquilas, y sean más agradables. En contradicción con lo que acabo de decir, una madrileña como yo echa de menos, a la vez, el abanico de posibilidades de todo tipo que una gran ciudad siempre ofrece, y ese ritmo trepidante que te llena de vida sin darte cuenta. Soy consciente de que estoy divagando un poco, sólo quiero dejar algunas pinceladas acerca de cómo yo veo esta cuestión. Para concluir diré que, personalmente, en mi corazón hay dos ciudades: Madrid, que como dijo Sabina es una "ciudad insufrible, pero insustituible" a la que regreso cada vez que puedo. La otra es Sevilla, de la cual estoy enamorada desde niña y he conseguido finalmente instalarme en ella.

    Sin más, te felicito por tu blog, José. Me parece muy interesante.

    Volveré a visitarte.

    Saludos desde el Sur.

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