13 octubre 2008

Las ideas manoseadas

A veces hay frases que a costa de repetirlas hasta la saciedad pierden todo el valor que se les supone, y pasan a ser de uso común de voces mediocres que lo único que quieren es resumir sin argumentar. Yo mismo me encuentro a veces tentado por ellas. Y lo noto. Siento cuando surgen desde mi interior, desplazando a otras ideas originales aunque menos trabajadas, que presentan un peor acabado y tal vez estén aún en gestación, pero que al menos son propias; y advierto cómo las aparta de su camino hacia mi boca, implacablemente, a pesar de que conozca que lo que voy a decir es ya un lugar común que, de tan transitado como está, nada crece ya bajo sus palabras, y que al recitarlas desapareceré como hombre racional para dejar paso al loro humano que nada dice porque nada crea. Un hombre masa.

La brillantez huera, que sólo existe para iluminar el instante, la nova que explota para después desaparecer sin dejar rastro, dejando un poso de lucidez que nada parece inicialmente poder disipar, aunque su repercusión sea en realidad tan nula como la que tiene la sentencia de un imbécil. Tengo una relación de amor y odio con los aforismos en general. Con las frases cortas que resumen ideas. Con las sentencias que no se pueden discutir. Que te dejan anonadado por su brillantez o la rechazas vehemente sin posibilidad de un acercamiento reflexivo. Tras el impacto que suelen producir no hay nada. No hay recorrido. Es un producto caduco en su brillantez, un artefacto que muestra su fulgor, explota ante los ojos cegándote con su belleza para después sin más desaparecer. Tal vez por eso mi dualidad, mi proyecto de siempre de tener un cuadernito donde apuntar aforismos, ideas, sentencias, pequeños textos que me impresionan y estremecen cuando los leo y subrayo, proyecto éste siempre abandonado por esta extraña prevención que tengo. Pienso en todo esto mientras leo este post que me recuerda el porqué de ese deseo que sin embargo no cumplo, y que vuelve a dejarme el regusto amargo que sólo los proyectos inacabados o inasumidos pueden provocar.

Pero de inmediato recuerdo el detonante que me llevó a escribir aquí: la idea, la sentencia, ¿la reflexión? que me golpea desde hace semanas desde todos los lugares inimaginables: la radio, la televisión, la prensa, los blogs, el metro, los amigos, la vecina... La crisis está ya en la calle, la gente siente miedo y rabia al ver que son ellos sobre los que terminará repercutiendo la idea de un capitalismo brutal, globalizado y especulativo que a todos se nos escapa. Escuchan palabros que no entienden pero captan a la perfección la idea de que será el Estado (o sea ellos, sus impuestos, su futuro y los aspectos sociales de los que suelen depender para sobrevivir con dignidad) el que va a cargar con los problemas generados por los otros, por los ricos, por lo ambiciosos. Y eso les jode. Mucho. Pero tampoco tienen tiempo para asociarse, discutir, buscar alternativas... Y sólo queda el comentario cínico, que resume la situación a la perfección pero que al tiempo nada aporta ya por usado y trillado hasta la saciedad. No hay costumbre de disertar y la televisión ha impuesto el paradigma del impacto: golpear y escapar. No vaya a ser que se note demasiado el vacío. Así, tras unos segundos comentando generalidades, la falta de costumbre, pues, se impone y la frase referida a la situación actual emerge, para terminar, para finiquitar, para dejar el problema visto para sentencia En el fondo para descansar y escapar: “...vamos, privatizar los beneficios y socializar las pérdidas...” Igual tras la dichosa frasecita (si el que la suelta es alguien de la calle) se añade “...menuda panda de hijos de puta...”. Yo reconozco que agradezco al menos este colofón castizo.

Sólo hay que buscar en Google la sentencia para comprobar lo que digo.

1 comentario:

  1. De acuerdo. Y no hay mejor ejemplo que el tema de la crisis económica, en el que más de uno andamos tiesos a la hora de abordarlo. Dos apuntes.
    En primer lugar, cierto lo de la brillantez o el fulgor caduco de una sentencia o aforismo, pero esos efectos considero que sólo se producen cuando el interlocutor no tiene nada más que aportar y resume el todo en dicha frase, como si fuera el detentor supremo de la verdad absoluta. Ahí, sí. Todo está dicho y admírame. Qué “repelencia”. Ahora bien, si el aforismo o la sentencia generan un nuevo giro a la discusión o procuran no cerrar ni recapitular sino encuadrar y abrir más, considero que su valor y su interés es óptimo. Máxime cuando no es frecuente ni habitual su uso en ce bas monde y porque su presencia actualiza perlas de nuestro acervo cultural conectándonos con otras épocas no tan lejanas. Por tanto, que aparezcan a su hora, que no cierren nada y que sean enunciados sin tono de superioridad.
    En segundo lugar, tengo precauciones con relación a la argumentación eterna, con la supuesta brillantez retórica de un discurso que deslumbra en su forma y que deja que desear en su fondo, o peor aún, con el discurso que no deja nada claro el pensamiento o la reflexión real de la persona, pero eso sí, qué bien habla y argumenta fulanito. O con el caso del argumentador despreciativo de los pocos recursos de su oponente, o el del argumentador que argumenta sin cesar pero que no escucha… Hay múltiples casos de argumentaciones vanas. Y aquí en mi exilio las frecuento cotidianamente. Por si acaso, prefiero la concisión, la claridad, la receptividad y cierta dosis de modestia. Mi amor, en estos casos, se ilustra más bien en la admiración de discursos bien construídos que de manera viva y coherente me transmitan algo interesante. Nada hay más placentero que escuchar algo que despierta el interés, expresado con claridad y sin petulancia. Y mi odio se fundamenta en el retorcido, manido y abusado arte del discutir por discutir o en argumentar sobre cualquier chorrada de meridianidad manifiesta con la pretensión de monopolizar la discusión o de impresionar la galería. La argumentación vana es soporífera. Idem sobre el tono adoptado.
    En fin, se podría hablar también del “poso” que dejan los discursos de unos y de otros, lo que realmente se saca en claro del tema. ¿Retórica argumentativa ante todo? ¿Síntesis ante todo? ¿Amputar discursiones con sentencias cerradas? ¿Enriquecerlas con expresiones o aforismos? ¿Hablar? ¿Rebuznar? A nosotros de jugar con las armas de las que disponemos. Pero lo importante es jugar por jugar, siempre, como en la canción de…

    Miguelparis

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