28 febrero 2010

Relecturas

Las conversaciones imposibles. Las que nunca terminan porque se parten de presupuestos diferentes de imposible comunión. La desazón de saber que jamás se convencerá de nada al otro, y que conseguirlo debe ser el inaplazable objetivo a conquistar. No hablamos de arte o de religión, de literatura o de cine, hablamos de cómo configurar una sociedad, de cómo mejorar una parte pequeña de las cosas. Imposible. Envejecer. Empiezo a desconfiar de la gente que relee. O que dice releer. ¿Cómo se puede sólo releer cuando se tienen menos de cuarenta años? No soporto a la gente que dice o escribe que él ya sólo relee. Es irracional, lo sé, e incluso injusto, pero me parecen pedantes y condescendientes. La condescendencia es otra de las cosas que detesto. A veces los condescendientes se camuflan y visten con ropajes humildes y sencillos. Todo comprensión. Tolerantes, es la moda. Prefiero a los viscerales, a los que defienden lo que piensan y atacan lo que no les gusta. Son más sinceros, menos taimados, miden menos sus probabilidades de supervivencia social. Hay que ser muy presuntuoso para considerar que en poco más de quince años de vida adulta se ha leído lo que se tenía que leer, se ha descubierto lo que se tenía que descubrir y uno está ya en la situación de despreciar lo que crea la época en la que vive, salvo mínimas excepciones interesadas. “Releo a Plutarco y a Virgilio, no tengo tiempo para lo que se escribe hoy”, explica Pérez Reverte en una entrevista. Y yo admiro su cultura y su dominio de los clásicos, al tiempo que no puedo evitar apenarme por los síntomas de vejez que su declaración supone. Pero al menos él camina hacia los sesenta años. El problema es cuando este tipo de declaraciones las suelta un tipo que no llega a los cuarenta. Tal vez sea porque sin darse mucha cuenta uno deja de leer, de tener ganas de estar al tanto, de tomar al pulso a la sociedad en la que se vive; y se ve más la tele, y se pasa más tiempo jugando con los hijos o tomando cervezas. Nada de ello es criticable pero la excusa de la relectura sirve para encubrir un vacío, una vacilación interior. Una duda que se oculta en la intimidad. Cuando ya no sientes el impulso, cuando falla el ímpetu, cuando el tiempo pasa y te arrolla.

3 comentarios:

  1. Plutarco y Virgilio... A este tipo le cabe el Titanic.

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  2. Un personaje, sí. Aunque reconzco que en general, salvo en ocasiones, es un tipo que me agrada. No tanto sus libros sino sus artículos.

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  3. Todo un personaje, en efecto. Alguien que no deja indiferente. O tiene detractores viscerales, o defensores incondicionales.

    Tampoco me desagrada, y aunque sus novelas son irregulares en cuanto a calidad, Reverte compone personajes como nadie. Sus protagonistas suelen tener empaque y estar bien definidos. Y entre sus secundarios los hay gloriosos.

    Mis simpatías están decantadas del lado del Corso de El Club Dumas, y del ajedrecista de La Tabla de Flandes, Muñoz. Corso en mis lecturas tiene el semblante y la figura de Bogart, y mucho sospecho que en Bogart se inspiró Reverte para componer el personaje.

    Reverte salió escamado y con más conchas que un galápago de su vida de corresponsal de miserias, y "a Dios puso por testigo que jamás volvería a pisar una guerra". Y tiene el suficiente cinismo para vender a Dios y a su madre para conseguirlo. O a sus hijos, (literarios), pues no hay más que ver lo que permite que hagan con ellos en las adaptaciones cinematográficas de sus obras.
    Y de ahí le viene esa chulería impertinente de Plutarco y de Virgilio. Chulería que enmascara una realidad: la falta de inspiración, la nueva mentira pronunciada no hace demasiado: "me quedan catorce o quince novelas" por escribir.
    Hace tiempo que la inspiración se le secó, pues para escribir "el pintor de batallas" utilizó pensamientos y frases ya publicadas en Territorio Comanche. Y está releyendo, junto a Plutarco y Virgilio, los Episodios Nacionales de Galdós, pues ya ha reescrito dos: Trafalgar, y El Dos de Mayo ("Un día de Cólera").

    Reverte me cae bien. Puedo no estar de acuerdo con mucho de lo que dice,pero le admiro por tener las narices de decirlo.
    Qué se le va a hacer: a mí los cínicos me encantan.
    Saludos, Pepe.

    - Sincarnet.

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