07 febrero 2010

Un día de furia

Es jueves, el único día que mi horario me permite escapar de mi exilio rural un poco antes y así llegar a casa a una hora decente para almorzar. Llego a la parada del autobús que une la estepa con la civilización justo cuando éste comienza a distinguirse al fondo de la calle. Subo rápido las escaleras y al ir a saludar al autobusero el primer proyectil horrísono impacta en mi cerebro vía nervio auditivo: sin yo saberlo hoy Julio Iglesias ofrecía un concierto gratuito sólo en mi autobús, y a esta hora, para celebrar sus cien años en el mundo del espectáculo. Qué suerte la mía. Miro al autobusero y observo que no pasa de los 25 años. ¿Cómo es posible? ¿Cuál es el trauma infantil que provocó esta perversión musical y el placer sádico de compartirla con los viajeros? Igual perdió la mano de su madre de pequeño en un concierto de Julio, o quizás es uno de sus hijos perdidos, fruto de una noche de pasión con una groupie. Huyo veloz hacia el fondo del bus y despacio me voy acomodando: me quito el abrigo, los guantes, la braga que me protege el cuello en este duro invierno, y las dejo en el asiento del fondo, yo me siento en el del exterior y saco el Ipod, el periódico y el libro, al tiempo que apoyo las dos rodillas sobre la parte posterior del asiento delantero (aún libre) y me dispongo a disfrutar de una hora tranquila de lectura. No será así. Los jueves a esa hora mucha gente de los pueblos viaja hacia Madrid, por lo que a medida que vamos llegando a las paradas a recogerla yo me hago el dormido y finjo dar cabezadas al aire para evitar que nadie intente sentarse en el asiento contiguo (podrá parecer misantropía, pero yo alego defensa propia: es un coñazo aguantar la cháchara de una señora que quiere contarte la vida de su hijo, o a un señor que apesta a campo y tabaco y habla como mugen las vacas). De pronto aparece. Camina velozmente hacia mis posiciones de defensa y se sienta sola un par de filas por detrás de mí. Es menuda, no pasará de lo veinte, cara pálida, pelo largo, lacio y sin gracia, y la pobre (qué mala suerte) debe tener algún tipo de problema o tara en su extremidad superior derecha porque siempre la lleva a la altura de la oreja. Por ese motivo, imagino, y para aprovechar el gesto, siempre va con un jodido móvil pegado a esa oreja que nunca he llegado a vislumbrar. La pena es que la tara no le impide hablar. Bueno, hablar. Esta chica no habla por el móvil: vocifera, grita, vocea, usa las palabras como proyectiles contra el aparato. Llora, ríe y vive a través de ese móvil, e impúdicamente comparte su intimidad más miserable con sus sufridos compañeros de viaje. Es una Truman rural, autodidacta y encantada de serlo. Siento mi cuerpo mientras se tensa, sé que voy a sufrir. Recuerdo otros jueves: su voz aflautada que se pega a mi piel, el grado de nerviosismo que su cháchara entrecortada provoca, los minutos que pasan sin que jamás corte la comunicación inalámbrica, su vida retransmitida al detalle, su trabajo de mierda en el que libra uno de cada dos domingos, el jefe que la putea, el puto gato que no quería acoger pero su novio la obligó a ello tras diez minutos de discusión airada…Su novio, el Jonathan, madre mía, qué personaje debe ser, ya he compuesto un retrato robot a través de sus discusiones telefónicas, espectaculares, dramáticas, de ésas que si estuvieran juntos terminarían en un polvo brutal de reconciliación (temo que algún día imite a Meg Ryan y lo hagan a través del móvil), el Jonathan, yo lo imagino como una especie de chimpancé enloquecido, un Maguila local, siempre gritando y gruñendo al otro lado del teléfono, mientras la chica trata de apaciguarlo, de atenuar sus temores, su celos (¡¡sus celos!!), como aquella vez que nerviosa trataba de evitar que hiciera dos kilómetros a pie para ir a recogerla a la parada porque ella tenía que ir directa al trabajo, y se lo repitió, vaya si se lo repitió, no menos de diez veces, con las mismas palabras, con los mismos argumentos, como una roca, sólo que elevando su voz chillona un poco más en cada ocasión. Hoy el Jonathan debe estar más nervioso de lo habitual porque la chica está más alterada, lo cuál se traduce en un tono y un volumen de voz que rozan lo denunciable, mientras intenta contarle que su abuela también la jode mogollón, pero que ella aguanta, y se lo cuenta, nos lo cuenta, con detalle, hasta que viendo que el otro está aún más tarado que ella decide conectar el piloto automático y empezar a repetir la consigna, la frase que debe servir para cortocircuitar la ira de Maguila: "¡cálmate Jonathan! ¡Cálmate!" Una y otra vez, una y otra vez, pero esta vez no sirve, y el otro no se calma y ella grita cada vez más, y yo enciendo el Ipod pero la música no consigue que la deje de escuchar, y ella sigue con la cantinela, "¡Jonathan que te calmes!" Y sigue, y sigue repitiéndose, gritando, me giro hacia ella, para mirarla, no puedo creer lo que está pasando, ya parece una broma, suelto un bufido y algún taco en voz alta, una señora de 50 años que se había cabreado al subirse al bus con ella porque se le había colado, me mira cómplice, pero en ese momento su móvil suena y se transforma en otra agente de Matrix, su vida es apasionante, y excitada le comenta a su interlocutor (y amablemente a todos nosotros al constatar nuestro enorme interés) nosequé de unas compras y de cómo estaba el tiempo este año, me remuevo en mi asiento, no debiera poder ser peor, pero sí, lo puede ser, porque en ese momento una negra alta y hermosa que se había sentado delante de la tía del Jonathan responde al “agradable” sonido de su móvil y comienza a charlotear en un idioma ininteligible con un volumen de voz tan brutal que enmascara la conversación de la cincuentona, y un bebé berrea y berrea sin parar en la zona delantera del autobús, y Julio Iglesias continúa desgranando uno a uno sus grandes éxitos inmortales, y el Jonathan que no se calma ni aunque le peguen un tiro, y Madrid que todavía está a 15 kilómetros… Me acurruco en mi asiento mientras pensamientos homicidas invaden mi cerebro y pienso en Michael Douglas, y casi comprendo y aplaudo su día de furia…

12 comentarios:

  1. podrá "parecer" misantropía?

    yo diría que lo es!

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  2. Solución liberal = carnet de conducir + coche

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  3. Me ha encantado eso de Truman rural ... :)

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  4. jeje, Elena yo sigo alegando defensa propia...

    Dani, ¿y perderme este espectáculo? En el momento lo sufro pero, ¿y luego?... Eso sí, creo que el año que viene me acercaré un poco más a casa para que el sufrimiento no me lleve a cometer alguna locura :)

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  5. La buena literatura nace del sufrimiento. Persevera.

    Sincarnet.

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  6. No sé como aguantaste tanto, me cuesta creerlo, yo la hubiera interpelado de cualquier manera, ¿como soportaste a esa niña-móvil-víctima?
    Car

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  7. Reservoir Togs.

    (* Tog: interjección que denota fastidio, propia del Galanismo).

    Dicen que lo difícil de una historia es empezarla.
    Lo mismo debió pensar Ruiz Zafón, cuando sin rubor alguno comenzó Marina plagiando Cien años de Soledad.
    O Isabel Allende cuando empezando empezando acabó fusilando entero… efectivamente, Cien Años de Soledad otra vez.

    Tu relato basado en hechos reales me lo ha puesto muy fácil, el comenzar. Y, como no, ha evocado numerosas referencias cinematográficas.

    Existe un clásico de Peter Yates de título “el madre, la melones y el ruedas”, que así dicho chirría bastante, pero que tiene entre su reparto a gente como Raquel Wells, Bill Cosby, y Harvey Keytel, (aparte de J.R. Larry Hagman) que viene como anillo al dedo. Tenemos remake a la vista: “El Jonathan, la melones y el ruedas”.

    ¿Eres protagonista de una road movie rural, y todavía pones el grito en el cielo?. Vale que habría que pulir algo la banda sonora. Pero lo demás es impecable.

    El pueblo. Un pueblo que muchas mañanas ni se ve, listo para filmar en cualquier momento “La Niebla”, de John Carpenter. Un pueblo que sólo aparece me temo una vez cada cien años, y en el que no hay más cáscaras que quedarse, como en Brigadoon.
    Ríete, pero tu vas ya para dos años… sin explicación lógica por más que insistas.
    Ríete más: Carlos dice que se va al cabo de dos años…

    ¿Y qué me dices del entorno? Al amanecer, ideal para una película de zombis, de esas que el autobús es detenido en el camino por un viejo con una linterna sorda (o farol).
    A nosotros nos para un viejo sordo con linterna.

    Y el autobús, con sus fantasmas y todo. Hay viajeros a los que no he visto en el suelo, ni subir ni bajar… auténticos Mc Lata.

    Vuelve al vehículo, y encuentras de nuevo al ruedas y al Jonathan, refunfuña un Tog, un Malditos Bastardos en honor a Quentin y… ¡disfruta, Galán!.

    Sincarnet

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  8. Ay, qué melancolía me invade al leer tus palabras. Casi echo de menos los viajes en ese autobús. Cuánto tiempo sin escuchar la cadena Dial. Hoy ha sido emocionante volver (en coche).

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  9. Hautor, tampoco hay que exagerar.. nadie en su sano juicio echa de menos esperar 40 minutos a un bus que se resiste a llegar ó tardar 1h y 15 minutos en llegar a un lugar a 10 minutos en coche de tu casa.

    El que diga que echa de menos la etapa que pasó atrapado en un bus miente.

    El metro ya es otra cosa ;)

    Abrazo Pepe. Tengo novedades.. llama y te cuento jaja.

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  10. No te lo tomes muy en serio, Ángel, que yo creo que a Javi le sale la vena de poeta cuando habla de melancolía. Seguro que fue su faceta lógico-matemática la que le llevó lejos de ese horrible autobús verde y de nosotros este año

    Fu un placer verte un ratito por los pasillos de tu antiguo instituto,Javi,a ver si esta tarde puedo acercarme a tu presentación.

    Y ya que estoy, un saludo para sincarnet. Nada que añadir a tu comentario. Una obra de arte que sólo podremos comprender los iniciados...

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  11. Lo entendí!! Soy iniciada entonces? Iniciada en qué?
    Muchos besos. Te echamos de menos Pepe.

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  12. Iniciada en todo, Elena, que tú sirves pa tó...

    Aunque si has entendido los del Tog y el galanismo empezarías a darme miedo...

    Un abrazo

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