20 enero 2013

El naufragio moral de un país

Las sangrantes noticias de corrupción política aparecen ya sin interrupción, se superponen unas sobre otras, cada día, y al siguiente, engendrando un enorme manto de mierda que envuelve y ahoga con su hedor a una ciudadanía agotada, asfixiada y encanallada, a ratos desanimada y a ratos enferma de rabia. Al final, como tantos auguraban, España comienza a resquebrajarse, pero no como advertían los rancios nacionalistas españoles, ni como anhelaban los necios nacionalistas periféricos, sino por la manifiesta ruptura del contrato democrático entre los ciudadanos y sus representantes políticos, sin el cual sólo nos queda navegar por las aguas oscuras del totalitarismo, la indiferencia anómica o el activismo más estéril. Los políticos, los tontos útiles del chiringuito capitalista, mediocres intelectuales pero con una personalidad artera que les permite aprovecharse del sistema poniéndose de perfil, llevan años enriqueciéndose a costa de los supuestos servicios que nos ofrecen, llevan años haciéndose fuertes dentro de sus partidos por su facilidad para conchabar con un sector privado bulímico y envilecido, ansioso por hacerse con enormes tajadas de dinero público y por controlar gran parte de ese apetitoso sector público que fue desmembrándose lentamente hasta dejarnos a los ciudadanos mucho más pobres, a los grandes poderes financieros mucho más ricos (y aún más poderosos) y a infinidad de miserables políticos sin necesidad de volver a trabajar en su puta vida.

Los grandes casos de corrupción, los que afectan a los grandes nombres de la política, a los grandes partidos, siempre encuentran su reflejo invertido, deformado, con menores cuantías pero no menor delito, en la podredumbre de los cargos intermedios, en la deshonestidad de los designados a dedo que de su plaza hacen su cortijo al amparo de los favores hechos y debidos. Así, los tejemanejes de los Pujol en Cataluña y el famoso 3% de comisión con el que Maragall acusó de financiarse ilegalmente a CIU, encuentran su inaudito reverso, su reflejo deformado dentro de su propia estructura de mafia grotesca en ese tipo, Millet, que creyó que el Palau era de su propiedad y con fondos públicos llegó incluso a sufragar los gastos de la boda de su hija al tiempo que, para no levantar sospechas, le cobraba a su consuegro 40000 euros para "compartir" esos gastos fantasmas. Los actuales escándalos dentro del PP debidos al descubrimiento de los 22 millones de euros suizos del extesorero del partido, Bárcenas, a los sobres de dinero negro que cobraron todo tipo de cargos y al ático marbellí del exterminador de los servicios públicos madrileños, Ignacio González, no son más que el reflejo aumentado de esa trama de la Gürtel madrileña con ramificaciones valencianas, esa trama cutre de amiguitos para siempre y mafiosos de pacotilla en la que se nos quiso hacer creer que la cosa no iba más allá de unos cuantos trajes regalados; o nos retrotrae a ese joven Zaplana, grabado por la policía en las investigaciones del caso Naseiro, afirmando aquello de “yo estoy en política para forrarme”. Sin consecuencias. Nunca pasa nada. Todo termina despareciendo de la agenda de los medios y las leyes (hechas por políticos corporativistas) nunca les afectan. Sólo queda el hedor. También los del PSOE tienen mierda que esconder, tanta que hace años que resulta imposible acercarse a ellos sin asfixiarse por su pestilencia. El famoso caso Filesa, mediante el que se descubrió la trama de financiación ilegal del PSOE, encontró años después su reflejo invertido en ese escándalo, tan despreciable como zafio, de los ERE en Andalucía, con ese chófer y su jefazo sociata encocándose y yéndose de putas con dinero público. Cuánta caspa. Cuánto hijo de puta. Así se escapa, se pierde, se diluye el dinero de nuestros impuestos a través de los mugrientos desagües de la Administración. Y la pérdida no es sólo económica, lo es también moral, porque a nadie le extraña, todos llevamos años asumiéndolo con normalidad, dando por sentado que así funciona el sistema, que ninguna empresa conseguirá contratos con la Administración sin untar a políticos y a partidos, que es aceptable y natural que políticos de alto nivel como Bono o de los niveles más bajos como el alcalde semianalfabeto de tu pueblo aumenten su patrimonio descaradamente mientras ejercen la política. Estamos inmersos en una enorme crisis de valores, una crisis moral que se entrelaza con la económica, que nos deja aislados, solos, sin principios éticos a los que agarrarnos y defender junto a otros, a la espera de una verdadera y catártica explosión social que nos permita al menos posicionarnos en alguna trinchera, reconocernos en los demás, dejar de sentirnos indefensos ante el sistema.

Los políticos ocupan ahora el centro de nuestros odios, tienen cara, son reconocibles, sus actos miserables y groseros los delatan. Roban nuestro dinero y nos recortan derechos sociales. Los despedazamos, los arrastramos por el lodo, los ponemos a parir en cada reunión de amigos pero, ¿de dónde salen los políticos que nos gobiernan? ¿Surgen por generación espontánea? ¿No tenemos ninguna responsabilidad? Aunque no queremos reconocer la verdad, aunque no parece el mejor momento para advertir sobre ello, es fundamental aceptar que los políticos son los hijos de nuestra sociedad, son el espejo donde vemos reflejada la indecencia de un sistema social y económico donde prima el beneficio inmediato e individual sobre los logros colectivos, y donde no se premian las acciones moralmente correctas sino que siempre parece vencer el deshonesto, el tramposo, el que no cumple las reglas. El que además se ríe de los que sí lo hacen.

Los ciudadanos no sólo cometen continuamente todos tipo de fraudes al Estado, sino que se alardea o se habla de ellos sin recato alguno, sin la más mínima sensación de culpa. Sólo hay que mirar alrededor y escuchar con atención. En el plazo de muy pocos meses he asistido o me han contado historias que ilustran a la perfección la podredumbre moral de una sociedad intrínsecamente corrupta, como los políticos que la gobiernan: un camarero de una taberna se pone a hablar con mi acompañante de manera informal. En un minuto escucho cómo cobra íntegramente todo su sueldo en negro mientras se saca un sobresueldo traficando con tabaco y marihuana (¿cobrará además alguna ayuda del Estado?); un guía de de un monumento ofrece a un amigo la posibilidad de pagar con IVA o sin IVA los 170 euros por un par de horas de trabajo; la posibilidad de venta de un terreno pone encima de la mesa familiar, sin pudor alguno, el cobro de parte del dinero en negro para evadir a Hacienda; se realizan obras de mejora de una vivienda en la que se gastan miles de euros, pero se contrata a un grupo de trabajadores a los que se les paga en negro, sin factura, por lo que esos trabajadores trabajan sin cotizar y además podrán disponer de ayudas estatales por estar oficialmente parados; se contrata a una persona para cuidar a un anciano que ya no puede valerse por sí mismo. El trabajador pide que no le den de alta para poder seguir cobrando la ayuda del Estado. No hay problema alguno, a nadie le parece mal… Historias como éstas las conocemos todos, se cuentan, se saben, a veces incluso se admiran y se jalean al tiempo que se mira con cierto desprecio al que se niega a emularlas y las critica con firmeza. En muchas ocasiones se les trata como tontos, como idotas defensores de una pureza excesiva.

¿Simpatía por los políticos? Ninguna tengo. Sus actos, su corrupción, su incapacidad y su forma de doblar la rodilla, humillándose antes los poderes financieros me provocan el mismo asco que a todos. Pero me chirría comprobar cómo una vez más los medios de comunicación de masas consiguen que el foco de atención ciudadana se centre en la corrupción política sin ayudar a construir una reflexión colectiva sobre por qué puede suceder esta corrupción, una corrupción que es intrínseca al sistema. Los políticos son una herramienta esencial de ese sistema (esencial su existencia, prescindibles las personas particulares que en cada momento la ejercen) construido por un capitalismo depredador que hace décadas que dejó de pensar que el Estado era un problema sino que, por el contrario, era fundamental hacerse con sus servicios para defender sus negocios, para hacerse con el dinero cautivo de los impuestos y para servir de colchón en los inevitables derrumbamientos cíclicos a los que la espiral inflacionista y enloquecida de la búsqueda de beneficios (cada vez mayores y con el menor coste posible) pudiera conducir. Lo que está podrido es el sistema democrático tal y como lo conocemos. Los políticos no son los que toman la decisión individual de corromperse, la situación es mucho más grave, es idiota pensar que son decisiones propias, una elección personal, la cuestión central es que no se puede ejercer la política dentro de este sistema sin aceptar el precio de la corrupción. Sólo hay una alternativa: irse, dejar la política. Pero eso no soluciona nada porque se necesitan políticos y otro vendrá a sustituir al que marchó Si se quedan dentro ya saben a lo que atenerse, sobre todo si terminan gobernando. Es el sistema económico el que todo lo envilece e impide cualquier intento de regeneración desde el interior de la política. El que lo intenta es eliminado. No tendrá ningún futuro. No tenemos ninguna posibilidad de cambiar nada desde dentro.

Hace falta, por tanto, reformar nuestra sociedad desde los cimientos y eso pasa por abandonar cierto relativismo dañino y defender la necesidad de regirnos por unos principios morales convenidos, por conformar una nueva ética social. Y aunque eso implica por supuesto reeducarnos, entender la importancia de los beneficios que obtenemos a través de los estados de bienestar y asumir la obligación de preservarlos, también es necesario dotarnos de leyes coercitivas para defendernos de aquellos que nos roban, atacan y destruyen lo público, de los que defraudan a Hacienda (a todos los niveles), sin amnistías, sin atajos, sin prescripciones, con penas especialmente duras para aquellos políticos que utilizan su posición para enriquecerse o prevaricar. Es la sociedad civil la que tiene que reaccionar, la que tiene que dar el golpe de timón

Esa moral y esa ética de la que hablo nada tienen que ver con lo religioso. Nada más lejos de mi planteamiento volver a las viejas, hipócritas, nocivas y malsanas normas basadas en los dogmas religiosos, construidas desde el pensamiento irracional. Al final todo es más simple. Es necesario recuperar la certeza de que es mejor hacer las cosas bien que hacerlas mal y comprender que lo que se enseña a los hijos cuando son pequeños tiene que tener su reflejo en la sociedad a través de una vida adulta comprometida y honesta.

2 comentarios:

  1. Completamente de acuerdo en todo. En especial, en lo que dices de que cada uno debe preservar su integridad en su pequeña esfera (o grande) y estimular a sus hijos para que hagan lo mismo. El tejido social se corrompe por la base, los que ahora se llevan millones porque pueden no es difícil que hayan hecho lo mismo cuando han tenido oportunidad de "cambiar de sitio" pequeñas cantidades sin que nadie se diera cuenta. ¿O es que solo es rechazable el robo de grandes cantidades? Muchos llevándose poco viene a ser lo mismo que pocos llevándose mucho. A mí me ponía la piel de gallina esa sonrisita de condescendencia que aparecía en muchas caras cuando se mencionaba algún caso de gente particular, como el muy sonado del Dioni, por ejemplo. NADIE puede llevarse NADA. Ni particulares ni políticos.
    Ahora, con tanto recorte, deshaucio, desempleo etc. la gente está más sensibilizada. Parece que la picaresca española ya no se vé con tan buenos ojos. ¡A ver si toman ejemplo los profesionales que no declaran el IVA!
    Esto es un escándalo y lo único bueno que tiene (si es que tiene algo) es que el país está indignado. ¡Aleluya! Parece que la honradez empieza a adquirir buena prensa.
    Si ninguno quitamos, nadie nos quita. ¡Es de cajón!
    Y a estos corruputos a ver si les echamos de una vez.

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    1. Y lo del Dioni, más allá de la condescendencia, todo el mundo asumía, al menos, que era un robo, más allá de la consideración que depués el hecho nos mereciera. El problema es que la sociedad parece haber vivido muchos años muy tranquila con el robo sistemático que algunos (muchos) cometieron siempre que podían, sin sentirlo como tal. O tiramos a la basura la solidaridad fiscal o todos apechugamos y cambiamos de filosofía

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