25 enero 2020

Un año de cine (2019). Primera parte

Estas son las películas nuevas (no tengo en cuenta las revisiones) que vi durante el año que acaba de finalizar. Aclaro, mediante la palabra cine, las que vi en pantalla grande. Están ordenadas cronológicamente según las fui viendo. Separo la lista en dos partes para hacer más digerible su lectura. 
  • Expo Lío´92 (2017)María Cañas. Documental de trinchera (realizado con nervio, compromiso político e inteligencia) centrado en los fastos del 92, cuando la España paleta quiso dejar de serlo y pretendió mostrar al mundo su nueva modernidad democrática. Con un excelente montaje la película deviene en mosaico social y político de un país incapaz de superar sus contradicciones. Estupendo.
  • O futebol (2015)Sergio Oksman. Extraño, lírico y cautivador documental que comienza con un inseguro viaje a Brasil del director de la cinta con el objetivo de reencontrarse con su padre, ausente en su vida durante décadas. Con delicadeza emocional se muestra cómo rápidamente se da cuenta de que la conexión ya es imposible salvo a través de una pasión compartida: el fútbol. Mientras, el caos y el azar que rigen nuestras vidas deciden aparecer y aportar un elemento final dramático que el director, con pudor, incorpora a un relato visual muy hermoso y humano.
  • Glass (2018)  M. Night Shyamalan (cine). El capítulo final de la singular trilogía con la que Shyamalan unificó sus películas de El protegido (2000) y Múltiple (2016) es una sugestiva película adulta dedicada a la deconstrucción y posterior reflexión de los códigos y aristas filosóficas del universo de los cómics de superhéroes, por los que Shyamalan muestra un respeto reverencial. Un aplauso a ese cierre de película,  a ese final tan anticlimático como sustantivo.
  • Las distancias (2018)Elena Trapé. Película generacional que opta con acierto por la frialdad y la contención dramáticas para indagar en el desconcierto vital de treintañeros estancados en una realidad precaria. Incapaces de enfrentarse a un mundo real poco acogedor, sobreviven alimentándose de ensoñaciones egóticas que ya a duras penas les sirven para enmascarar sus fracasos vitales. Me gustó.
  • Bohemian Rhapsody (2018)Bryan Singer. Amable biopic de Queen que se ve con agrado sobre todo por el magnetismo que irradia Rami Malek interpretando a Freddie Mercury. La parte final centrada en la recreación del concierto de Wembley es espectacular.
  • La favorita (2019)Yorgos Lanthimos (cine). Tres actrices en estado de gracia al servicio de uno de los mejores directores europeos de las últimas décadas. La película es una autentica gozada: disección macabra y con rasgos de comedia negrísima de las pulsiones más oscuras del ser humano en su lucha interminable por el poder y por conseguir someter al otro. Fantástica.
  • IO (2019)Jonathan Helepert. Las historias enmarcadas en un futuro posapocalíptico son ya un género en sí mismas. En este caso el pecado de esta película no es que parta de una premisa convencional (aunque prometedora): una adolescente, hija de genio científico que intenta arreglar el problema de un planeta ya despoblado, intenta continuar el legado de su padre mientras tiene que decidir si embarca o no en el último trasbordador espacial que sale de la Tiera hacia una nueva colonia espacial humana. El problema es otro, el problema es que es insoportablemente soporífera. Un muermazo incontestable. Hora y media de aburrimiento en vena.
  • Velvet Buzzsaw (2019)Dan Gilroy. El punto de partida es inmejorable: una historia de terror al servicio de un acerada crítica a la superficialidad de la parásita élite cultural que rodea al arte moderno. Pero el resultado es decepcionante y esta historia de terror alegórica en la que unos cuadros se van haciendo con el alma y las vidas de aquellos que pretenden poseerlos y comercializar con ellos termina naufragando. Una pena. Prometía mucho más.
  • Mortal Engines (2018)Christians Rivers. Cuánto ruido visual, cuánta imaginería al servicio de una nada tan profunda, tan absurda y tan plúmbea. Qué pena de cine fantástico sin imaginación, sin ritmo y sin alma.
  • El reino (2018)Rodrigo Sorogoyen. Uno de los directores más interesantes del panorama español se lanza al cine político con una obra plena de ritmo y tensión sobre la corrupción. Apenas decae, presenta personajes tan reconocibles como poliédricos pero, y me jode decirlo, cuando llega el momento ir más allá de la persona corrupta en cuestión, cuando toca analizar la estructura de poder social y económico que sirve de caldo de cultivo a esa corrupción que es sistémica y no ocasional, llega ese fundido a negro (final) que para mí es el más cobarde de la historia del cine español.
  • Green Book (2018)Peter Farrelly. Cada año Hollywood intenta hacernos creer que todavía es capaz de ofrecernos algo de cine adulto. Suelen ser sucedáneos de aquel cine de los 90 que tanto asco me da (hablo de aquellas grandes producciones hipertrofiadas y sentimentalmente pornográficas tipo Forrest Gump o El paciente inglés) pero que, al menos, eran producciones técnicamente impecables.Hoy día estas películas ni siquiera tienen eso: Green Book es cine blando, plano, sin personalidad, sin aristas, de un buenismo tan condescendiente como estomagante. Lo único reseñable es la esforzada interpretación de Viggo Mortesen.
  • Aquaman (2018)James Wang. Entretenimiento para sábado por la tarde. Si la plantilla con la que Marvel ha construido su desmesurada saga ya me parece una fórmula agotada, no parece que el mejor camino para DC sea emular a su gran competidor y alejarse del camino mucho más interesante (aunque con errores) que marcara Zack Snyder. Pero qué sabré yo.
  • Renaissance (2006)Christian Volkman. Una película de animación sorprendente, visualmente arrebatadora, que bebe de esa fuente inagotable que es Blade Runner para presentar una distopía futurista en la que la interesante y espeluznante trama (experimentos genéticos, grandes corporaciones y búsqueda de la inmortalidad) sirve para indagar en los claroscuros más inquietantes del ser humano. Me encantó.
  • Mamá y papá (2017)Brian Taylor. Podría haber sido una gloriosa macarrada pero termina siendo tan solo un divertimento canalla (imagino que por la necesidad de una distribución sin restricciones). De repente, una mañana, sin mayores explicaciones, los padres de una pequeña ciudad norteamericana sienten una irrefrenable necesidad de matar a sus hijos. Y a partir de ahí la película, sin complejos, tira hacia delante con un Nicolas Cage gloriosamente desatado. El momento en el que los padres se concentran frente a las vallas que rodean a la escuela de sus hijos y empiezan a tirarse contra ellas como zombis enloquecidos para intentar atrapar a sus retoños y así poder cargárselos, es una de las secuencias con las que más me he reído en años. Se deja ver.
  • Hereditary (2018)Ari Aster. Nunca he sido el mejor espectador del cine de terror, me echan para atrás sus códigos y nunca he disfrutado de los sustos. La que para muchos es la mejor película de terror de los últimos años a mí me dejó más bien frío, aunque reconozco que no la olvido y que la capacidad del director para construir secuencias y situaciones inquietantes a partir de situaciones cotidianas es extraordinaria. Pierde fuelle cuando lo sobrenatural (curiosamente, más convencional que todo lo anterior) termina por apoderarse de la historia.
  • Nación salvaje (2018)Sam Levinson. Los rumores y las maledicencias dentro de un grupo de adolescentes en un pequeño pueblo americano terminan desembocando en una ola de violencia inusitada que sirve para canalizar una catarsis femenina y feminista liberadora. Estupenda.
  • Mary Poppins Returns (2018)Rob Marshall. La cuestión es que me recuerdo decir a mí mismo cuando acabé de verla que era digna, que me había gustado, pero ahora, unos pocos meses después, apenas la recuerdo. Mala señal. De la original recuerdo cada plano, canción, secuencia y giro de guion. Pero claro, todo esto tiene también mucho que ver con la imposibilidad de volver a ser un niño.
  • Phantom Thread (2017)P. T. Anderson. Cine de autor americano delicado, en ocasiones relamido, pero en todo momento interesante. No es de las películas que más me han gustado de un director que adoro, pero reconozco que no me olvido de la perturbadora relación que se establece entre ese rico modisto genialoide y esa camarera a la que elige como musa y compañera. Una relación que empieza a lo My Fair Lady y termina convertida en una película de Haneke.
  • Escape Room (2019)Adam Robitel. Cine de evasión de bajo presupuesto, sin pretensiones y con algunas ideas interesantes que continúa el camino que empezara a marcar en el cine moderno aquella mucho más estimulante Cube, de Vicenzo Natali, hace más de 20 años. Se deja ver. Pero tampoco mucho.
  • Amanecer de los muertos (2004)Zack Snyder. Resulta fresca y entretenida esta enésima revisitación del ya clásico apocalipsis zombi. Snyder saca lo mejor de sus actores y de ese centro comercial en el que se desarrolla gran parte del metraje, al tiempo que usa con inteligencia las pequeñas historias entre los personajes para humanizar el drama. Me sorprendió muy positivamente.
  • The Silence (2019) John R. Leonetti. Un remake encubierto de la mucho más interesante The Quiet Place (2018). Como en aquella, los seres humanos tienen que dejar de hacer ruido en sus vidas para no alertar, en este caso, a una especie de vampiros que han surgido de las entrañas del planeta. Pero mientras en aquella la excusa argumental servía para profundizar en las relaciones personales y en la dificultad de comunicación dentro de la familia, esta otra película se convierte en una sucesión de clichés de género mal digeridos, con interpretaciones forzadas y momentos de tensión ridículos. Innecesaria.
  • Hostiles (2017)Scott Copper. El western nunca muere y eso ya lo sabemos. El cine americano regresa una y otra vez a la leyenda mitológica y romántica que construyera el cine clásico sobre la conquista del Oeste para volver a deconstruirla, como forma de indagar en la personalidad política de un país corroído por un evidente complejo de culpa en relación con la persecución y exterminio de los indios. Película excelentemente rodada, compleja, con aristas y personajes poderosos que disfruté mucho.
  • La espía que me plantó (2018)Susanna Fogel. Una nadería sin sustancia y que divierte muy poco. Una comedia con muy pocos momentos divertidos que se diluye al poco tiempo de comenzar sin que haya indicios de recuperación en todo el metraje posterior. Prescindible.
  • Overlord (2018)Julus Avery. Lo que prometía ser un curioso experimento cinematográfico (producir, a partir de la interesante Cloverfield, una serie de películas de bajo presupuesto, con historias dispares del género fantástico, enmarcadas en un mismo universo en el que se produce un ataque extraterrestre), se ha ido diluyendo con los años a causa de la irregularidad de las propuestas y a que esas mínimas conexiones ya no son suficientes para sobrellevar mediocridades como esta película. Estamos ante una historia de monstruos construidos por los nazis mediante ingeniería genética en plena Segunda Guerra Mundial. Sirve para pasar el rato sin muchas pretensiones.
  • Avengers: endgame (2019)Hermanos Russo (cine). Hablar desde un punto de vista estrictamente cinematográfico de las películas de Marvel (llevo haciéndolo todo esta última década porque creo que las he visto todas) ha terminado por resultar un ejercicio estéril. Porque esta multiplicidad de películas, hipertrofiadas narrativamente y con una densidad de personajes sin parangón en la historia del cine, se ha terminado por convertir en algo que va mucho más allá del cine, seguramente en el más importante acontecimiento cinematográfico (desde un punto de vista emocional) de esa generación de jóvenes espectadores que ha crecido con ellas. Algo que puedo entender perfectamente porque es parecido a lo que a mí (y muchos como yo de mi generación) me sucede con Star Wars. Y como está claro que este no es mi negociado, nunca he podido dejar de ver el cine de Marvel con un enorme distanciamiento emocional y con un ojo cinematográfico de cuarentón cinéfilo, atento a todos los defectos y poco suceptible a sus posibles virtudes, que terminó por incapacitarme para disfrutar de este final de época que pretende sér épico y a mí, por momentos, solo me parece ridículo y grandilocuente. 
  • The Wandering Earth (2019)Frant Gwo. El cine chino se lanza a emular al cine de catástrofes estilo Roland Emmerich y hay que reconocerle que alcanza y supera por momentos al modelo. Es tan exagerada, usa de una manera tan chapucera y bochornosa todos los clichés y lugares comunes del género, que uno termina descojonánose y pasando un rato entretenido a la espera de la siguiente barrabasada ridícula y pretendidamente emotiva a la que va a asistir. Carne de perro con un puntito de disfrute canalla.
  • Pity (2018)Babis Makridis. Magnífica. Absolutamente brillante. Desde su primer e inquietante primer plano, con ese tipo que espera en su casa, a primera hora de la mañana, a que la vecina llame a su puerta para traerle ese pastel que cada mañana les hace a él y a su hijo desde que su mujer está en coma tras un accidente. Radiografía cruel y venenosa de un vampiro emocional que descubre el placer del protagonismo social y familiar que adquiere a través de la compasión que produce la casi segura muerte de su mujer. Un protagonismo que no está dispuesto a dejar escapar. La película es extraordinaria, en la senda del mejor Yorgos Lanthimos. No es casual que el guionista de la cinta sea el que habitualmente trabaja con él. De lo mejor que vi este año.
  • El manantial (1949)King Vidor. La adaptación que hizo el Hollywood clásico de la novela de la fanática liberal Ayn Rand resulta ser una película bien dirigida pero encorsetada y episódica a la que le cuesta  respirar debido al maximalismo de la reaccionaria propuesta ideológica. La construcción de personajes resulta vergonzante y maniquea: todos los que gravitan alrededor de Howard Roark (Gary Cooper), ese arquitecto creativo que pretende convertirse en adalid de una ética personal insobornable, o son mediocres envidiosos o caen rendidos (también sexualmente) a sus pies sin que, por supuesto, él se rebaje nunca a compartir el mundo (¡su mundo!) con ellos. La película naufraga porque resulta muy complejo en el cine convertir en un héroe puro, en un superhombre, a un desgraciado engreído con tantas ínfulas como poca empatía. La película nos deja algunas sentencias que podrían servir de frases de autoayuda para enmarcar en alguna casa de acogida para psicópatras retirados: "Ni doy ni pido ayuda". "Mi recompensa, mi objetivo, mi vida es el trabajo en sí mismo, mi trabajo hecho a mi manera. Nada más me importa".
  • Tiempo después (2019)José Luis Cuerda. Esta esperadísima continuación la genial Amanece que no es poco (1988) no defrauda. Respeta el legado de su antecesora y nos deja un puñado de secuencias memorables que transitan desde la crítica política o generacional hasta el surrealismo más tierno. Tan irregular como no puede dejar de ser (por su estructura episódica y la ausencia de trama), la película es una muestra más del genio de José Luis Cuerda, y lo poco que finalmente trascendió nos debería hacer reflexionar sobre los tiempos acelerados que vivimos en cuanto al consumo de  productos audiovisuales. Grande.
  • I am Mother  (2019)Grant Sputore. Ciencia ficción de serie B en el que un robot ejerce de cuidador en un refugio de una niña que parece crecer en un mundo devastado en el que no quedan supervivientes. Un giro de la trama pone en duda todo lo que esa niña ha creído hasta ese momento desencadenando la crisis y provocando el ya clásico conflicto entre lo humano y la conciencia de una inteligencia artifical. La verdad es que la película se eleva por encima de la media de este tipo de propuestas. La recuerdo con agrado.
  • Captive Staten (2019)Rupert Wyatt. Thriller enmascarado de ciencia ficción que funciona y genera interés. Su trama está centrada en la resistencia humana a la dominación alienígena. Aunque el tema está más que trillado termina resultando interesante e incluso, por momentos, emotiva.
  • Las reglas de Slaugherhouse (2018)Crispian Mills. Simpática pero decepcionante. Una gamberrada british que se desarrolla en un típico colegio privado en mitad de la campiña inglesa al que llega un nuevo alumno que desentona con la pija clase social dominante. Con subtramas centradas en el acoso escolar al diferente y la irresponsable explotación del medio ambiente. Todo queda finalmente supeditado a una estrambótica y delirante historia de monstruos subterráneos que no termina de cuajar (aunque ofrece momentos descacharrantes).
  • Brexit (2019)Toby Haynes. Apasionante y aterradora descripción de las herramientas de manipulación y contaminación del debate público con las que Dominic Cummings, gurú político, influyó de manera activa en el triunfo del a la salida del Reino unido de la Unión Europea. Cine político, urgente y con brío, que indaga en cómo se pueden controlar y canalizar las emociones primarias de una ciudadanía desnortada, que ha perdido los referentes ideológicos, familiares e institucionales en los se apoyaba en el pasado y que no sabe bien contra qué y quiénes dirigir su rabia. Acojona.
  • Los muertos no mueren (2019)Jim Jarmush (cine). Evidentemente no es su mejor película pero tiene algunos de esos grandes-pequeños momentos y ese ritmo narrativo moroso que tanto aprecio en el cine de Jarmush. En sus películas el tiempo parece dilatarse y aunque nada parece más alejado de lo que se puede esperar de una película suya que la temática zombi, lo que para tantos sería un pretexto argumental para las prisas narrativas y la imposición de un ritmo acelerado se convierte, para él, en la oportunidad perfecta para mostrar los pequeños detalles que realmente singularizan nuestras vidas. Y mientras lo hace, mientras la vida sucede, aparecen esos grandes acontecimientos vitales que provocan los necesarios puntos de inflexión. Qué grande es Jarmush. Con momentazos, la película me gustó mucho. Para incondicionales.
  • El bosque animado (1987)José Luis Cuerda. Un Cuerda en plena forma adapta y se apropia de la novela de Fernández Flórez en un relato de corte fantástico-costumbrista repleto de humanidad, vida y sentido del humor. Queda en el recuerdo ese alma en pena interpretado magistralmente por Miguel Rellán y ese bandolero, todo ilusión y actitud, que encarna con pasión un gran Alfredo Landa. Qué maravilla.
  • Alps (2011)Yorgos Lanthimos. El griego me vuelve a desconcertar y a subyugar por partes iguales. Tan extraña como preveía, la película trata, con la frialdad que suele ser habitual en la puesta en escena de Lanthimos, la incomunicación y la imposible gestión del dolor tras la muerte de un familiar cercano a través de un grupo de apoyo psicológico que se dedica a sustituir a los muertos dentro de la familia durante la primera fase del duelo. Brutal.
  • Superlópez (2018)Javier Ruiz Caldera. Siempre califico a este tipo de cine español como cine blanco, cómodo, sin más pretensiones que convertirse en entretenimiento superficial pero respetable. Lo que pasa es que con un personaje tan querido de mi infancia como Superlópez me da un poco de pena verlo convertido en algo tan absolutamente intrascendente. Pienso en lo que podría haber hecho con libertad con este personaje alguien como Álex de la Iglesia y me doy cuenta de cómo está desperdiciando el cine español a personajes del cómic patrio absolutamente formidables.
  • Anon (2018)Andrew Niccol. Niccol continúa con su tan interesante como irregular carrera desde que lo conociéramos como director y guionista de la magnífica Gattacca (1997) y como guionista de la estupenda El show de Truman (1998). Parábola de ciencia ficción que reflexiona sobre los límites de la privacidad en nuestras nuevas vidas digitales mientras se embarca en una (aburrida) investigación detectivesca a la que le falta fuelle. La película pierde interés a la media hora y ya no lo recupera. Decepcionante.
  • Dolor y gloria (2019)Pedro Almodóvar. Nunca he congeniado con el cine de Almodóvar. Su universo nunca me ha interesado, sus obsesiones no conectan con las mías, muchas de sus películas me suelen encabronar (por su banalidad) o resultarme molestas (por su emocionalidad impostada). Tal vez de ahí la sorpresa por el hecho de que esta película sí me emocionara: comprendí su dolor por el paso del tiempo, respeté su orgullo por lo hecho, compartí sus dudas respecto a decisiones trascendentes en su vida. Gran película.
  • Viaje al cuarto de una madre (2018)Celia Rico. Pequeña y delicada pieza de orfebrería sentimental que describe la relación de amor e incomprensión entre una madre y una hija que se enfrentan al difícil abismo que supone la necesidad de distanciarse la una de la otra para crecer personalmente, mientras sus vidas discurren en el asfixiante panorama de precariedad laboral y vital de nuestro país. Estupenda.
  • John Ford, el hombre que inventó América (2018)Christopher Klotz. Documental de TCM para conmemorar el 125 aniversario del que, para mí, es el mejor director de la historia del cine. No aporta nada nuevo a sus admiradores, que tan bien conocemos su vida y sus películas, pero siempre es reconfortante viajar durante dos horas a través de los fotogramas de un cine que ya se ha convertido en leyenda.
  • The act of killing (2012)Joshua Oppenheimer y Christine Cynn. Escalofriante documental que se adentra en el asesinato de cientos de miles de comunistas y disidentes del régimen polítco instaurado en Indonesia tras la llegada al poder de Suharto mediante un golpe de estado militar en 1965. Más de 40 años después de los hechos, dos de los asesinos a sueldo que el régimen utilizara para ejecutar esos crímenes, aceptan contar y reconstruir muchos de los asesinatos que cometieron con una crudeza, una vanidad y un distanciamiento emocional que harían estremecer incluso a la Arendt que escribiera aquello de la banalidad del mal. Imprescindible. De lo más importante que vi durante el año. Menuda hostia en el estómago.
  • El joven Karl Marx (2017)Raoul Peck. Como indica el título, la película está centrada en la juventud de Marx. Retrata su primer encuentro con Engels y narra los acontecimientos personales y políticos que terminaron desembocando en la redacción del Manifiesto Comunista. Interesante.

05 enero 2020

La araña

De todos aquellos juegos infantiles con los que disfrutamos tantas horas, uno de los que recuerdo con mayor cariño es "la araña". Jugábamos en la calle. En la reducida acera que rodeaba al bloque de pisos donde vivíamos, los niños corríamos perseguidos por uno de nosotros (la araña, claro). Solo se podía correr en un solo sentido. Cuando la araña te tocaba, quedabas eliminado y pasabas a formar parte de su red para cazar al resto. Te situaba en algún lugar del circuito, con brazos y piernas extendidos, y los jugadores que quedaban corriendo no podían tocarte porque si lo hacían quedaban también inmediatamente eliminados y pasaban a formar parte de esa red cada vez más difícil de evitar. Cuando en vacaciones regreso al que fuera mi hogar y miro la amplitud de esa acera solo puedo pensar en lo pequeños que teníamos que ser entonces para que el juego tuviera sentido.

Se aprovechaban los recovecos del edificio (puertas de locales, puertas de garaje, columnas...) para que la araña, en su acelerada persecución, te pasase y ya pudieses correr detrás de ella, a salvo durante un rato, antes de que el juego volviese a enloquecer. Al estilo de la mejor estrategia del parchís. Con cuidado de sus traicioneros parones, claro. Éramos niños y niñas de distintas edades, todos muy pequeños, vecinos del mismo edificio o de bloques cercanos. Aquello, por supuesto, no duró mucho, era un juego limitado a una cierta edad y tamaño físico. Se podría decir, incluso, que restringido a ese tipo de relaciones transversales que solo la primera niñez socializada permite. Pero cómo molaba, qué de risas nos echábamos, cómo competíamos, vaya forma aquella de correr y correr... Y qué sonrisa aparece en mi cara mientras lo recuerdo.