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11 diciembre 2015

Tu voto a la casta legitima sus políticas (y su corrupción)

Rivera y Ciudadanos no pueden venir a cambiar nada del sistema porque precisamente son la respuesta del sistema a la amenaza que suponía la crisis social. Son sistema. Y es ese sistema que los creó el mismo que cultiva con mimo la corrupción política como eje central de la economía capitalista.

Estaban jodidos, el miedo empezaba no dejarles respirar, ya no era solo de un bache, una crisis pasajera, un problema financiero extranjero, primero, un problema financiero nacional, después, una epidemia que solo afectaría al sector de la construcción, más tarde, o al menos que solo alcanzaría a los trabajadores menos cualificados, a los inmigrantes, a los menos preparados, finalmente... Solo quedaba culpar de todo a la inutilidad de Zapatero y sus mediocres ministros. 2011 llegaba a su fin, el 15M había sido nuestro pequeño mayo francés y, por tanto, los españoles "de orden" decidieron que nada mejor que hacer lo mismo que entonces los franceses: mandar a tomar por saco la utopía y darle el poder a la derecha más rancia. Llegaba Rajoy, ese tipo, ese crack, campechano2, Plasmaman, y con él los miedosos y los pragmáticos de esa particular clase media española (con ínfulas) esperaban que llegara la tranquilidad, la "normalidad", es decir, el puteo de los de siempre atemperado por un estado de bienestar cada vez más frágil. Muchos, como antes cuando votaron a Aznar, dejaron de lado cínicamente sus engolados discursos sobre la necesidad de justicia social y volvieron presurosos y acongojados a echarse en los brazos de esa derecha que se promete liberal pero que solo es siempre elitista, conservadora, injusta y sumisa con el poder económico. Asumían sin vergüenza (desde el silencio de su voto secreto) que ese PP, en ese momento, sería terrible para lo social, sabían que laminaría derechos, que intentaría imponer leyes retrógradas y que sería servil con los poderes financieros. No les importaba. Aterrados ante la posibilidad que el contagio les alcanzara por fin y el país quebrara, sólo esperaban una cosa: que Rajoy  los salvara en lo "económico". A ellos, claro, a esa particular clase media (con ínfulas), a esa extraña mezcla de funcionarios, profesionales liberales, trabajadores con estabilidad de grandes empresas, autónomos sin problemas y acojonados con rentas altas en general... Pero resultó que no. Ni de lejos. Sucedió lo contrario. Todo empeoró: se seguía destruyendo empleo, esa clase media (con ínfulas) sufría y menguaba, nuestra deuda pública se disparaba, se producían dolorosos recortes sociales, se anunciaban otros peores y para lo único que había dinero era para salvar al sistema financiero. Cojonudo. Fue entonces, solo entonces, cuando la inicial estéril indignación del 15M cristalizó por fin en una rabia constructiva, política, en un encabronamiento organizado: había que echarlos, a todos, el problema era el sistema, tenía que haber otra manera de organizar las cosas, y ya no servían los partidos nacidos al amparo de la transición, partidos estructuralmente corrompidos hasta la médula, aciagos instrumentos del poder económico. No sería mediante las siglas enfangadas y putrefactas del PP y del PSOE como se produciría la metamorfosis moral. El instante de lucidez, alimentado por la desesperación, sirvió para que muchos ciudadanos dejaran de lado durante un segundo el miedo y volaran libres, tal vez como nuestros mayores tras aquel carpetovetónico golpe de estado en 1981. Se miraron a las caras, buscaron alternativas, se encontraron con Podemos, escucharon a Garzón, descubrieron economistas alternativos, apoyaron nuevas medios de comunicación, dejaron de lado viejos intelectuales colectivos, discutieron, conversaron... No todos, claro, pero sí los suficientes. Era el momento de intentar algo diferente, ¿no? Porque además, con los sueldos congelados o jibarizados, con la amenaza de que al final también ellos caerían, los integrantes de esa clase media (con ínfulas), que hasta esos momentos habían vivido conscientemente en la inopia, vieron que igual ya tampoco tenían tanto que perder. Pocas cosas más peligrosas para el poder capitalista que una clase media sin expectativas, que se sienta desamparada por el sistema, porque su razonamiento no por cínico es menos peligroso para el sistema:"Vale, normal que si la cosa va mal le toque a los otros hundirse en la miseria, durante un tiempo, sí, a los otros, a los pobres, a los de siempre, pero, ¿cómo es posible que nosotros podamos vernos también finalmente en el arroyo? ¿Cómo es posible que tampoco nuestros hijos, ¡"con estudios"!, no tengan posibilidad alguna de futuro?".

Así fue como en muchas casas, en reuniones familiares, a la hora de la comida, no se pudo mantener por más tiempo ese pragmatismo egoísta, revestido de candor ideológico, con el que se minusvaloraba la importancia de las corruptelas políticas de unos y se criticaba superficialmente las de los otros, para después seguir como siempre, como si nada pasase y nada importase. Ya no, el miedo hacía carne en el cuerpo de los mayores mientras que una rabia lúcida arraigaba entre los más jóvenes: los telediarios y los periódicos, según intereses bastardos, deambulaban desde personajes de Ibáñez como Bárcenas (y un presidente que lo apoyaba a través de indecentes mensajitos de móvil), hasta leyendas socialistas de putas y cocaína; desde catalanes honorables con cuentas millonarias en Andorra y Suiza, hasta socialistas andaluces convencidos de que la justicia social era posible siempre que el dinero público recayera entre los suyos; desde comunistas miserables que disfrutaban de tarjetas black, hasta la pléyade de políticos, afines a Aguirre, corrompidos hasta la médula por Gürtels y Púnicas.... El hedor era asfixiante, y padres y abuelos, durante un breve intervalo de tiempo, fueron incapaces de seguir imponiendo sus hipócritas discursos a unos hijos y nietos que, aspirando poco más que a ser mileuristas temporales, cayeron por fin en la cuenta de que su precariedad iba a ser para siempre. No, ya no servía entonar el discurso progre mientras se votaba con la cartera, era un ellos o nosotros, sin matices. Muchos de los hijos y nietos de esa clase media impostada vieron la luz, por necesidad (solo a hostias aprenden algunos), se dieron cuenta de que su posición y su futuro dependía mucho más del estado de bienestar de lo que su ego y el de sus padres les había permitido hasta ahora aceptar socialmente. Y empezaron a escuchar a tipos como el coletas. A algunos parece molestarles hoy recordar el soplo de aire fresco que Iglesias significó. Por fin alguien era capaz de contrarrestar esa falsas verdades neoliberales que pitufos intelectuales como Marhuenda o Inda intentaban hacer pasar como verdades dogmáticas. Las tertulias políticas televisivas parecieron ser, por un instante, algo más que un pudridero intelectual, parecía que había verdad y dialéctica en ellas, que la controversia iba más allá del espectáculo que augurara Debord. Y lo padres, y los abuelos, tuvieron que bajar la cabeza. Sin argumentos, sin alternativas, dieron la razón a sus hijos y nietos: los que estaban no servían. Todo tenía que cambiar.

Pero el tiempo pasó, y en España hemos descubierto durante esta última legislatura que los meses parecen años, y que los años del PP iban a ser más difíciles de resistir de lo que se imaginara el Wyoming:



Nada peor que el paso del tiempo para convertir en rutina el discurso de excepción y para que las ansias de cambio se pudrieran en muchos antes de conseguir nada. Otra vez. Porque el ser humano es capaz de dar lo mejor de sí en el instante, pero a la larga, con el tiempo, su condición miserable y cobarde suele ser la que gobierna sus acciones. El poder económico y político (no solo en España sino en Europa, porque, ¿qué sería de nosotros y de nuestra economía, y de nuestra prima de riesgo, sin la intervención decisoria del BCE protegiendo a "uno de los suyos"?) lleva un año dedicado a construir una realidad artificial para nuestro país a través de la mejora de nuestro números macroeconómicos. ¡Ya crecemos! ¡Ya creamos empleo! ¡El paro dejó de aumentar! ¡Vuelve el consumo interno! ¡Paren las rotativas! Y aunque la realidad nos diga que tenemos casi tantos parados como cuando se fue Zapatero, que hay menos afiliados a la seguridad social que entonces y que el trabajo que se crea es una mierda que solo permite vidas de supervivencia, muchos integrantes de esa particular clase media española (con ínfulas) empezaron a darse cuenta de que ellos no estaban tan mal, que seguían dentro del sistema, que finalmente la epidemia había pasado de largo sin afectarles y dejaron de tener ese miedo cerval que la cercanía al abismo les había provocado. Y sin ese miedo, ¡ay!, sin ese miedo la rabia abandonó sus cuerpos y surgió de nuevo el más rancio conservadurismo, la desconfianza por el cambio y el hipócrita pragmatismo político. En algunas de esas casas donde se había pedido el cambio a voz en grito se empezó a pedir un cambio, sí, pero diferente, mejor un cambio homeopático, sin contraindicaciones. Pero, claro, había que amansar también a sus jóvenes cachorros. No había problema. Estaban tan acostumbrados por educación a la docilidad que ellos mismos ya empezaban a creerse el discurso de la recuperación, empezaban a pensar que tal vez la cosa realmente estaba mejorando, que a lo mejor ese trabajo precario de mierda se convertía en el futuro en algo más: "no sé, igual es verdad  y me puedo salvar, yo, claro, tal vez ahorrando y esforzándome me puedo comprar un cochecito, yo, claro, tal vez, con el tiempo, incluso una casa, al fin y al cabo el aval de papá y de mamá ya no peligra, no sé, mejor no liarla más, además los otros se han radicalizado demasiado, ya no son como al principio, tal vez ese partido nuevo... ¿Ciudadanos se llama, no? Ese Rivera parece un tío con las ideas claras, además tiene estilo, es joven, habla bien, ¡si hasta le gusta a la abuela! Con su chaqueta, bien vestido, más formal que el coletas... Porque yo a Rajoy no le puedo ya votar, a ver, que al final no lo ha hecho tan mal, entiendo que mis padres lo vayan a volver a votar... ¿la corrupción? ¿los recortes? ¿los parados? ¿el brutal aumento de la deuda? ya, ya, vale, por eso yo no le votaré, ni mis amigos, pero el Rivera éste sí me sirve, sí nos sirve, o incluso el otro, el guapito ese del PSOE, ni me acuerdo de su nombre, qué más da, pero sí, tal vez sea mejor votar a uno de estos dos, que haya un cambio sí, pero tranquilo, que no se note mucho en lo esencial, que no se joda "la recuperación", que todo cambie, sí, pero para que todo siga igual..."

Los votantes como yo llevamos perdiendo años, elección tras elección. Y se acepta. Faltaría más. Ese es el juego democrático, ¿no? Pero lo que ya no es aceptable, lo que es insoportable es el postureo social indecente de algunos. Lo inaguantable es llevar escuchando meses a tanto indignadito de salón para que ahora, a la hora de la verdad, vuelva a inclinarse por la vieja política, por la casta parasitaria, por el sistema fallido. Pues no. El discurso deshonesto no hay por qué respetarlo: no me vendas motos, excusas, ni datos artificialmente retorcidos, votante del PP. No me deslumbres con tu imbecilismo adanista, votante de Ciudadanos. No apeles a tu pasado izquierdista (re)construido, votante del PSOE. Tenéis todo el derecho a votar otra vez a los mismos, a defender el sistema, a defender las políticas liberales que van dejando en los huesos al estado de bienestar. Pero no intentes además apropiarte de la oposición intelectual hacia aquello que con tu voto legitimas: corrupción política a favor de los poderosos, recortes sociales que afectan a los más desfavorecidos y trabajo precario y sin derechos para millones de españoles. Eso es lo que votas. Porque tú, con tu voto, servirás de sostén al sistema. Porque tú, con tu voto, defenderás el tipo de política y de políticos que nos hundió en el barro. Porque tú, con tu voto, solo pretendes, de nuevo, ver si el que se salva eres tú, sin mirar al de al lado, y sin sufrir mucho por él.

12 mayo 2015

La hipótesis Matrix: Pablo Iglesias y Albert Rivera, los Neos de una historia sin épica

No sabemos quién es el arquitecto en esta historia, tal vez porque solo en una película como Matrix se puede encarnar el poder del sistema en un señor pedante con barba blanca. Suele ser un lugar común cinéfilo declarar que Matrix (la primera) es la buena y que Matrix Reloaded (la segunda) es aburrida y prescindible. No estoy de acuerdo. No se puede entender la compleja historia de poder que encierra esta saga sin esa segunda película que, aunque pecara de excesivamente discursiva, ponía patas arriba el arquetípico y simplón esquema argumental de la primera, que incluía estúpidas profecías deterministas y gurús fundamentalistas autoritarios. La clave de Matrix, la trilogía, está en aquella brutal aunque abstrusa conversación entre Neo y el viejo arquitecto, donde este le explica de manera condescendiente al confundido héroe que, en el fondo, no es más que un mindundi, una herramienta del poder para estabilizar al sistema, para canalizar el descontento de los sometidos y poder así descomprimir el sistema de las tensiones internas provocadas por las ansias de libertad de los desheredados sociales. Esa es la bomba de relojería política contenida en una historia a la que la pirotecnia audiovisual termina por dañar y nos hace olvidar la interesante crítica social que plantea. 


La irrupción de Podemos y Ciudadanos en la política española se adapta perfectamente al rol que en Matrix venía a desempeñar Neo. Desde el 15M, y con la crisis en su pleno apogeo, el paro y el descontento calaron por fin en una sociedad, la española, hasta ese momento aletargada por el consumismo y la ensoñación capitalista. A medida que el paro crecía, los sueldos bajaban y los derechos sociales se recortaban, se iba destapando la enorme corrupción de los partidos políticos en el poder y éramos testigos del derrumbe del poder financiero. El sistema, por unos breves instantes, se nos mostraba en toda su crudeza, recordándonos que nunca importaría el bienestar social a no ser que estuviesen protegidos los privilegios de los que más tienen. Desde 2011 hasta 2013 la calle empezó a hervir como no lo había hecho en España desde los ya lejanos años de la Transición. Se organizaron las mareas en defensa de la sanidad y la educación, se organizó la defensa contra los desahucios miserables de bancos sin alma, los ciudadanos se volcaban con los mineros, se rodeaba el Parlamento y triunfaban las marchas por la dignidad. Empezaron a detectarse una mayor virulencia en las manifestaciones, una rabia a veces incontenible, conatos de agresiones a políticos, intentos de ocupación de bancos... Todo ello contrarrestado por una cada vez mayor violencia policial. La gente de la calle, por fin, parecía querer mostrar a los de arriba su hartazgo. De repente, en 2014, impulsados por una innegable capacidad para la confrontación dialéctica, un grupo de profesores de la Complutense, encabezados por Pablo Iglesias, empiezan a tener cada vez más minutos de televisión, transitan de las cadenas marginales a las cadenas del poder (sin que a nadie le extrañe demasiado), y con un discurso cercano, claro y contundente terminan convirtiéndose en los portavoces de una gran parte de esa población que estaba a punto de estallar. En mi opinión no hay duda alguna de que la irrupción de Podemos, a pesar de su discurso antisistema, fue alentada y promocionada por el propio sistema como una forma de controlar la aparición de un estallido social de mayor calado. El objetivo, según esta hipótesis, sería canalizar la rabia incontenible de la gente a través de un movimiento político que permitiera atemperar los ánimos con la promesa de asaltar por fin de las instituciones de manera democrática. Y los muñidores de tal estrategia consiguieron lo que pretendían. Fue un triunfo sin paliativos. Desde finales de 2013 las movilizaciones sociales han caído de nuevo en un triste letargo del que no parecen salir. Los ciudadanos han dejado de salir a las calles a mostrar su enfado y su rebeldía y han vuelto a refugiarse en sus duras vidas y en sus rutinas dejando de lado las luchas colectivas, volviendo a batallar en esas cruentas guerras individuales que el sistema promueve y alienta. Hay un dato que ha pasado desapercibido pero que vendría  a confirmar esta tesis: en 2014 descendieron en un 30% las manifestaciones en Madrid en relación al año 2013. Y en 2015 la tónica sigue siendo sin duda la misma. No es solo que haya menos manifestaciones sino que la asistencia a las mismas ha descendido notablemente y además vuelven a ser aceptables para el sistema: “pacíficas”, poco numerosas y sin conato alguno de la violencia irrefrenable de años anteriores. Vamos a las manifestaciones (si vamos), paseamos, gritamos, cantamos un poco y luego a tomar cervezas. Podemos fue la primera herramienta del sistema para condensar en un enemigo reconocible las aspiraciones de los que querían cambiar las cosas en nuestra época. Iglesias fue el primer Neo de esta historia, alentado por los medios del poder, que otorgaron una cuota de pantalla impensable e inesperada a un partido y a unas ideas que convirtieron los indicios de ruptura social violenta en ejercicios onanistas de tuiteros apoltronados frente a la televisión, jaleando a sus nuevos héroes mientras denostaban a los Marhuendas e Indas de turno, los tontos útiles de un sistema que casi nunca ve necesario dar la cara.

2014 fue un año reparador para los grandes poderes financieros. Volvían a ganar dinero y el sistema ya estaba de nuevo reconfigurado y estable tras los vaivenes de la crisis, olvidadas ya aquellas veleidades de políticos mediocres que volvían a mentir cuando gritaban sin resuello que teníamos razón, que había que construir un nuevo tipo de capitalismo. Las calles se fueron tranquilizando, la macroeconomía entraba de nuevo en número positivos, los ricos volvían a hacer dinero… ¿Y los parados? ¿Y los asalariados? Qué le importa al sistema lo que les pase mientras unos y otros bajen la cabeza, mientras los unos traten de sobrevivir devorándose entre ellos y los otros curren como cabrones, asustados ante el temor de perder el trabajo, mientras unos y otros vuelvan a aislarse y solo suelten su bilis y dejen escapar su dolor en privado. Solo una cosa empañaba el nuevo nirvana del capital en la hundida y depauperada España actual: los enormes errores cometidos por sus corruptas marionetas políticas del PP y del PSOE, unidos a la corriente de ilusión despertada por el discurso regenerador de Podemos, habían aumentado por encima de lo deseable, y peligrosamente, las expectativas electorales del nuevo partido. Y eso era algo que no se podía permitir. Tenían medios más que suficientes para evitarlo. Ahora los pondrían a trabajar en la dirección correcta. De la noche a la mañana, bien entrado 2015, fuimos testigos de cómo, de forma paralela a una campaña de desprestigio a Podemos orquestada para provocar el miedo a ellos en las clases medias, se construía de manera intelectualmente grosera el movimiento a favor de Ciudadanos, un partido hasta ahora inexistente a escala nacional y cuyo discurso apenas daba para construir un altavoz antinacionalista en Cataluña. Albert Rivera sería el nuevo Neo del sistema, aupado a las alturas políticas tan solo con único objetivo: desbancar a Iglesias y a Podemos como alternativas a la vieja política representada por un PP y un PSOE desgastados por tener que asumir en exclusividad la responsabilidad final de una crisis que nunca fue política, sino económica, financiera y de modelo capitalista. Con Ciudadanos hemos asistido a la mayor operación de construcción de una alternativa política en España desde la irrupción de González en Suresnes. Han tenido que montar todo el tinglado con excesiva rapidez y eso ha provocado que pocos puedan creer que su ascenso en las encuestas tenga siquiera que ver con algún anhelo sociopolítico del pueblo (como sí sucedía con Podemos). Ha sido evidente que han contado con la total connivencia de los medios del régimen para construir un discurso que emula punto por punto, en su sumisión a las doctrinas neoliberales del libre mercado, a los discursos de los partidos de la casta pero que, de forma tan asombrosa como triste, ha sido comprado por buena parte de una población desencantada e irreflexiva que parece considerar que el problema se soluciona cambiando las viejas caras por nuevas caras, más jóvenes, menos manchadas por la corrupción. Pero igual de sometidas al régimen.

Y aquí estamos, ahora. A un paso las elecciones municipales y autonómicas. Como en 2011, tras el 15M. Con esa horrible sensación de fracaso de nuevo en la boca. Tal vez  peor incluso que en 2011, cuando la explosión social del 15M desembocó finalmente en la victoria aplastante del sistema encarnado políticamente entonces por el PP. Durante cuatro años hemos sufrido, nos han vapuleado, nos han robado, se han reído de nuestras ansias de cambio, nos hemos levantado, hemos peleado, hemos querido creer que el cambio era posible, que sería con Podemos con lo que daríamos la vuelta a la situación. Y justo llegando a la meta la realidad nos está ya avisando que tampoco ahora será. Es la hora de los cínicos, de esos que siempre ven todo con antelación, de los que nunca se fracasan porque hace tiempo que desistieron de intentarlo. Porque lo que dicen las encuestas es que como pasara en 2011, el sistema va a volver a ganar. Ahora encarnado políticamente en la suma de PP + Ciudadanos (y con el PSOE detrás para ayudar, por si hiciera falta). Y si eso pasa será muy difícil levantarse de nuevo…

A pesar de todo, a pesar de saber que el partido se nos ha puesto muy difícil, de que hagamos lo que hagamos el sistema siempre parece ganar, recordemos por una última vez a Matrix, y el Neo de aquella historia, que sí consigue finalmente dos cosas: un empate difícil a última hora y, por el camino, ponerles nerviosos, tocarles las narices, hacer que se muevan incómodos en sus poltronas…Quedan pocos día para las elecciones, nuestra forma de dar aquel telefonazo, ¿llamamos?