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12 mayo 2015

La hipótesis Matrix: Pablo Iglesias y Albert Rivera, los Neos de una historia sin épica

No sabemos quién es el arquitecto en esta historia, tal vez porque solo en una película como Matrix se puede encarnar el poder del sistema en un señor pedante con barba blanca. Suele ser un lugar común cinéfilo declarar que Matrix (la primera) es la buena y que Matrix Reloaded (la segunda) es aburrida y prescindible. No estoy de acuerdo. No se puede entender la compleja historia de poder que encierra esta saga sin esa segunda película que, aunque pecara de excesivamente discursiva, ponía patas arriba el arquetípico y simplón esquema argumental de la primera, que incluía estúpidas profecías deterministas y gurús fundamentalistas autoritarios. La clave de Matrix, la trilogía, está en aquella brutal aunque abstrusa conversación entre Neo y el viejo arquitecto, donde este le explica de manera condescendiente al confundido héroe que, en el fondo, no es más que un mindundi, una herramienta del poder para estabilizar al sistema, para canalizar el descontento de los sometidos y poder así descomprimir el sistema de las tensiones internas provocadas por las ansias de libertad de los desheredados sociales. Esa es la bomba de relojería política contenida en una historia a la que la pirotecnia audiovisual termina por dañar y nos hace olvidar la interesante crítica social que plantea. 


La irrupción de Podemos y Ciudadanos en la política española se adapta perfectamente al rol que en Matrix venía a desempeñar Neo. Desde el 15M, y con la crisis en su pleno apogeo, el paro y el descontento calaron por fin en una sociedad, la española, hasta ese momento aletargada por el consumismo y la ensoñación capitalista. A medida que el paro crecía, los sueldos bajaban y los derechos sociales se recortaban, se iba destapando la enorme corrupción de los partidos políticos en el poder y éramos testigos del derrumbe del poder financiero. El sistema, por unos breves instantes, se nos mostraba en toda su crudeza, recordándonos que nunca importaría el bienestar social a no ser que estuviesen protegidos los privilegios de los que más tienen. Desde 2011 hasta 2013 la calle empezó a hervir como no lo había hecho en España desde los ya lejanos años de la Transición. Se organizaron las mareas en defensa de la sanidad y la educación, se organizó la defensa contra los desahucios miserables de bancos sin alma, los ciudadanos se volcaban con los mineros, se rodeaba el Parlamento y triunfaban las marchas por la dignidad. Empezaron a detectarse una mayor virulencia en las manifestaciones, una rabia a veces incontenible, conatos de agresiones a políticos, intentos de ocupación de bancos... Todo ello contrarrestado por una cada vez mayor violencia policial. La gente de la calle, por fin, parecía querer mostrar a los de arriba su hartazgo. De repente, en 2014, impulsados por una innegable capacidad para la confrontación dialéctica, un grupo de profesores de la Complutense, encabezados por Pablo Iglesias, empiezan a tener cada vez más minutos de televisión, transitan de las cadenas marginales a las cadenas del poder (sin que a nadie le extrañe demasiado), y con un discurso cercano, claro y contundente terminan convirtiéndose en los portavoces de una gran parte de esa población que estaba a punto de estallar. En mi opinión no hay duda alguna de que la irrupción de Podemos, a pesar de su discurso antisistema, fue alentada y promocionada por el propio sistema como una forma de controlar la aparición de un estallido social de mayor calado. El objetivo, según esta hipótesis, sería canalizar la rabia incontenible de la gente a través de un movimiento político que permitiera atemperar los ánimos con la promesa de asaltar por fin de las instituciones de manera democrática. Y los muñidores de tal estrategia consiguieron lo que pretendían. Fue un triunfo sin paliativos. Desde finales de 2013 las movilizaciones sociales han caído de nuevo en un triste letargo del que no parecen salir. Los ciudadanos han dejado de salir a las calles a mostrar su enfado y su rebeldía y han vuelto a refugiarse en sus duras vidas y en sus rutinas dejando de lado las luchas colectivas, volviendo a batallar en esas cruentas guerras individuales que el sistema promueve y alienta. Hay un dato que ha pasado desapercibido pero que vendría  a confirmar esta tesis: en 2014 descendieron en un 30% las manifestaciones en Madrid en relación al año 2013. Y en 2015 la tónica sigue siendo sin duda la misma. No es solo que haya menos manifestaciones sino que la asistencia a las mismas ha descendido notablemente y además vuelven a ser aceptables para el sistema: “pacíficas”, poco numerosas y sin conato alguno de la violencia irrefrenable de años anteriores. Vamos a las manifestaciones (si vamos), paseamos, gritamos, cantamos un poco y luego a tomar cervezas. Podemos fue la primera herramienta del sistema para condensar en un enemigo reconocible las aspiraciones de los que querían cambiar las cosas en nuestra época. Iglesias fue el primer Neo de esta historia, alentado por los medios del poder, que otorgaron una cuota de pantalla impensable e inesperada a un partido y a unas ideas que convirtieron los indicios de ruptura social violenta en ejercicios onanistas de tuiteros apoltronados frente a la televisión, jaleando a sus nuevos héroes mientras denostaban a los Marhuendas e Indas de turno, los tontos útiles de un sistema que casi nunca ve necesario dar la cara.

2014 fue un año reparador para los grandes poderes financieros. Volvían a ganar dinero y el sistema ya estaba de nuevo reconfigurado y estable tras los vaivenes de la crisis, olvidadas ya aquellas veleidades de políticos mediocres que volvían a mentir cuando gritaban sin resuello que teníamos razón, que había que construir un nuevo tipo de capitalismo. Las calles se fueron tranquilizando, la macroeconomía entraba de nuevo en número positivos, los ricos volvían a hacer dinero… ¿Y los parados? ¿Y los asalariados? Qué le importa al sistema lo que les pase mientras unos y otros bajen la cabeza, mientras los unos traten de sobrevivir devorándose entre ellos y los otros curren como cabrones, asustados ante el temor de perder el trabajo, mientras unos y otros vuelvan a aislarse y solo suelten su bilis y dejen escapar su dolor en privado. Solo una cosa empañaba el nuevo nirvana del capital en la hundida y depauperada España actual: los enormes errores cometidos por sus corruptas marionetas políticas del PP y del PSOE, unidos a la corriente de ilusión despertada por el discurso regenerador de Podemos, habían aumentado por encima de lo deseable, y peligrosamente, las expectativas electorales del nuevo partido. Y eso era algo que no se podía permitir. Tenían medios más que suficientes para evitarlo. Ahora los pondrían a trabajar en la dirección correcta. De la noche a la mañana, bien entrado 2015, fuimos testigos de cómo, de forma paralela a una campaña de desprestigio a Podemos orquestada para provocar el miedo a ellos en las clases medias, se construía de manera intelectualmente grosera el movimiento a favor de Ciudadanos, un partido hasta ahora inexistente a escala nacional y cuyo discurso apenas daba para construir un altavoz antinacionalista en Cataluña. Albert Rivera sería el nuevo Neo del sistema, aupado a las alturas políticas tan solo con único objetivo: desbancar a Iglesias y a Podemos como alternativas a la vieja política representada por un PP y un PSOE desgastados por tener que asumir en exclusividad la responsabilidad final de una crisis que nunca fue política, sino económica, financiera y de modelo capitalista. Con Ciudadanos hemos asistido a la mayor operación de construcción de una alternativa política en España desde la irrupción de González en Suresnes. Han tenido que montar todo el tinglado con excesiva rapidez y eso ha provocado que pocos puedan creer que su ascenso en las encuestas tenga siquiera que ver con algún anhelo sociopolítico del pueblo (como sí sucedía con Podemos). Ha sido evidente que han contado con la total connivencia de los medios del régimen para construir un discurso que emula punto por punto, en su sumisión a las doctrinas neoliberales del libre mercado, a los discursos de los partidos de la casta pero que, de forma tan asombrosa como triste, ha sido comprado por buena parte de una población desencantada e irreflexiva que parece considerar que el problema se soluciona cambiando las viejas caras por nuevas caras, más jóvenes, menos manchadas por la corrupción. Pero igual de sometidas al régimen.

Y aquí estamos, ahora. A un paso las elecciones municipales y autonómicas. Como en 2011, tras el 15M. Con esa horrible sensación de fracaso de nuevo en la boca. Tal vez  peor incluso que en 2011, cuando la explosión social del 15M desembocó finalmente en la victoria aplastante del sistema encarnado políticamente entonces por el PP. Durante cuatro años hemos sufrido, nos han vapuleado, nos han robado, se han reído de nuestras ansias de cambio, nos hemos levantado, hemos peleado, hemos querido creer que el cambio era posible, que sería con Podemos con lo que daríamos la vuelta a la situación. Y justo llegando a la meta la realidad nos está ya avisando que tampoco ahora será. Es la hora de los cínicos, de esos que siempre ven todo con antelación, de los que nunca se fracasan porque hace tiempo que desistieron de intentarlo. Porque lo que dicen las encuestas es que como pasara en 2011, el sistema va a volver a ganar. Ahora encarnado políticamente en la suma de PP + Ciudadanos (y con el PSOE detrás para ayudar, por si hiciera falta). Y si eso pasa será muy difícil levantarse de nuevo…

A pesar de todo, a pesar de saber que el partido se nos ha puesto muy difícil, de que hagamos lo que hagamos el sistema siempre parece ganar, recordemos por una última vez a Matrix, y el Neo de aquella historia, que sí consigue finalmente dos cosas: un empate difícil a última hora y, por el camino, ponerles nerviosos, tocarles las narices, hacer que se muevan incómodos en sus poltronas…Quedan pocos día para las elecciones, nuestra forma de dar aquel telefonazo, ¿llamamos?

30 mayo 2014

Los perros rabiosos de la casta mediática se revuelven contra Podemos y Pablo Iglesias

Salen de las cloacas del poder, transpiran terror, se les nota inquietos, nerviosos, les ha sorprendido el vendaval de un movimiento ciudadano que de momento, por mucho que se empeñen, va mucho más allá de Pablo Iglesias y de su impacto televisivo. Pero no pretenden razonar, ni desean comprender las razones últimas por las que una parte de la ciudadanía, harta de los juegos florales de partidos claramente sometidos a través de sus caducos aparatos a los poderes económicos establecidos, ha decidido romper la baraja y participar en otro modelo político. Están asustados, rezuman incomprensión y rabiosos sólo despiertan de su letargo lisérgico para morder con furia a aquellos que amenazan su privilegiada posición social al servicio de sus amos. 

Podemos ha terminado por colocar en la agenda ciudadana lo que desde hace años ya era un clamor: la vergüenza de una casta política mediocre a la que nunca le afectan los problemas sociales del país y que está situada económicamente muy por encima de sus verdaderas cualidades  profesionales. Por no hablar de las famosas y obscenas puertas giratorias entre la política y el mundo empresarial, que permiten que políticos que tuvieron responsabilidad directa en la regulación de las actividades de ciertas empresas terminen incorporándose años después a sus consejos de administración con sueldos millonarios. Pero en España (como en muchas otras democracias occidentales) no se puede desligar esa casta política de esa otra casta superior, la de los poderes económicos, que es la que la corrompe y selecciona en su propio beneficio. Ni tampoco se puede olvidar señalar a ese tercer pilar del poder que termina siempre por destruir cualquier expresión de rebeldía: el periodismo servil de la casta mediática. Esa casta que estos días se está destapando en toda su esencia, con toda su podredumbre, mostrándose tal y como realmente es.

Los que desde muy jóvenes decidimos beber cada día de fuentes diversas de información y estar al tanto de las plumas y las voces del periodismo patrio conocemos perfectamente las carreras, las lealtades obligadas, los sueldos desorbitados, los favores debidos y el servilismo de una gran mayoría de periodistas que se han hecho mayores (tan mayores) haciendo como que informan de manera independiente y haciendo como que opinan libremente mientras sirven como altavoz mediático a políticos y grandes empresarios en una cruenta batalla sin fin para mantener el status quo vigente. Y esta semana he visto a muchos de ellos por primera vez en mucho tiempo asustados. Desorientados. Ofuscados. Nunca los vi tan rabiosos. Nunca tan maniqueos, tan demagógicos, tan descolocados, tan desatados en sus ataques. Nunca fue tan evidente que los años pasados conspirando en aviones, restaurantes o reservados de hoteles de lujo, intercambiando favores con políticos y empresarios mientras comían de la mano de sus señores y se disputaban las migajas del poder los han debilitado, los han convertido en ineptos, en torpes incapaces ya de tomar de nuevo el pulso a la calle y conseguir estructurar discursos que calen en los ciudadanos. Se han destapado, han tenido que mostrar su verdadera cara, esa que ocultaban tras ajadas máscaras de integridad profesional y trayectorias supuestamente intachables. Han recurrido al insulto personal, a la mofa y al escarnio, alimentados por un enorme rencor contra aquellos que vienen a poner en peligro su posición social. Son los mismos que se enriquecían haciendo por la tarde publicidad para los bancos y por la mañana “periodismo crítico” contra los que denunciaban los desahucios y las ayudas injustas a bancos como el que le pagaba. Sí, esos, seguro que ya les pones cara.

En el fondo no temen al programa político de Podemos, que desmenuzan para intentar demonizarlo o convertirlo en parodia. Al fin y al cabo es prácticamente el mismo que el de IU y otras fuerzas estables de la izquierda a las que nunca han prestado la menor atención. Lo que temen es la fuerza y la claridad con la que Podemos desnuda sin componendas las contradicciones de un sistema corrupto en el que poderes económicos, partidos políticos caducos y periodistas serviles se reparten el poder y construyen un discurso totalitario y hegemónico que trata de diluir las revueltas sociales y enmascarar la brutal asfixia en la que vive actualmente una gran parte de la sociedad española. Tienen miedo a Podemos porque representa una articulación real de la indignación ciudadana y saben que su ascenso popular chocaría directamente con sus privilegios de casta. La casta mediática siempre creyó y defendió ferozmente la vigencia del principio lampedusiano: “todo debe cambiar para que todo siga igual”. Y ahora se dan cuenta de que algunos realmente quieren cambiarlo todo para que todo por fin pueda ser diferente. Y eso, claro, los asusta.


Enumerar las descalificaciones de índole personal recibidas por Pablo Iglesias y sus votantes desde el día de las elecciones es prácticamente imposible. No ha habido tertulias de radio en cadenas como Onda Cero, la SER o la COPE, o columnas y editoriales de diarios como El Mundo, La Razón, ABC o El País (además de las televisiones, claro) en las que no se haya insultado, menospreciado, ridiculizado y humillado a Pablo Iglesias y a Podemos. Hay decenas de ejemplos: como ese tertuliano de la SER que abrumado intentaba relacionar de manera bochornosa a los votantes de Podemos con los seguidores de Belén Esteban; o ese otro famoso plumilla de la derecha echando bilis por la boca mientras escribía sobre “El coletas”; o ese otro tipo, sí, Felipe González, intentando atemorizar al personal con referencias casposas a la posibilidad “catastrófica” de existencia de una alternativa bolivariana en España (él evidentemente prefiere ese otro sistema en el que gracias a pertenecer durante dos décadas a la casta política uno se hace millonario gracias a desconocidas habilidades profesionales para “aconsejar” a grandes empresas energéticas).

El torrente de mierda lanzada sobre Podemos y su líder electoral es de tal magnitud que en gran medida se está volviendo en contra del propio sistema y está destruyendo los resto de credibilidad de la casta mediática. Estoy convencido que tras esta primera reacción virulenta que en muchos casos ya sólo provoca risa la segunda opción será procurar el silencio e impedir que los mensajes políticos de renovación que lanza Podemos lleguen con facilidad a los ciudadanos. Y que ese silencio sólo se romperá en los grandes medios cuando surjan noticias que parezcan mostrar incoherencias dentro de un movimiento en formación o cuando surja cualquier circunstancia que pueda ser utilizada para atacar con saña tanto en lo personal como en lo político a sus dirigentes, con el objetivo último de tirar por tierra sus subversivos planteamientos de regeneración política y social. Se escuchan ya voces indignadas en los medios de comunicación tradicionales clamando contra La Sexta y Cuatro, porque, según ellos, han servido de altavoces y han dado proyección pública a Podemos y sobre todo a su líder, Pablo Iglesias. Es increíble como la derecha más reaccionaria y los poderes neoliberales que son los dueños de la totalidad de los medios de comunicación más relevantes del país aún tengan la indecencia de quejarse de que Pablo Iglesias ha sido mimado por esos mismos medios. Es de chiste. O más surrealista aun escuchar a tertulianos quejarse de que al PP o al PSOE no se le ha dado la misma cancha en las tertulias políticas de los medios cuando la realidad es que los dos partidos principales de la casta política siempre están a todas horas presentes en los grandes medios lanzando sus mensajes. Pero claro, el problema es otro, el problema es que ya nadie se para a escucharlos un solo minuto porque nunca dicen nada, absolutamente nada, y no tienen credibilidad alguna para unos ciudadanos que terminan choteándose de ellos. Porque ejercen de charlatanes, porque ya no saben ser otra cosa que charlatanes y ni ellos mismos se creen ya aquello que dicen.

Pero estos “adalides” de la libertad de prensa (que en nuestras democracias significa tan sólo libertad de prensa para millonarios, que son los que se pueden pagar periódicos, radios y televisiones) que sólo encuentran en la censura la solución final tienen un par de problemas importantes. En primer lugar la comunicación ya no está tan jerarquizada como en el pasado y a pesar de la enorme fuerza de los medios de comunicación tradicionales han surgido nuevas formas de comunicación horizontales que el poder aún no tiene tan controladas y que hace más complicado que hace unos años dejar sin voz a quien estorba a las castas, así como mentir y manipular con la impunidad de antaño. Y en segundo lugar se olvidan de la clave fundamental de cualquier acto comunicativo: por mucho que controlen los canales de comunicación para así censurar la difusión de ideas alternativas, olvidan que para poder comunicar tiene que haber algo que comunicar y un receptor que confíe en aquel que emite el mensaje. Y eso ya lo han perdido. Porque no tienen mucho más con lo que engañarnos. Y porque cuando levantemos la cabeza y veamos a los de la casta mediática en las televisiones, los leamos en los periódicos o los escuchemos en las radios ya sabremos quiénes son, a quiénes sirven y cuáles son sus intereses. Por mucho que generen ruido, por mucho que nos llamen, que nos busquen y que intenten congraciarse de nuevo con nosotros muchos vamos a buscar la información en otra parte, vamos a participar en la comunicación de otras maneras, vamos a comprar y a promocionar otro periodismo crítico que informe y opine de manera honesta aunque no tengamos que estar necesariamente de acuerdo con lo que cuente, y vamos a intentar seguir construyendo de manera horizontal una información, una opinión y una forma de participación política diferente a la que ellos nos imponen. Para que cada de nuestros actos comunicativos en la red y en nuestro día a día sirva como contrapeso a las grandes fuerzas de la casta mediática. Inmersos de lleno en una guerra de guerrillas.

Así se repartían los grandes poderes económicos los medios de comunicación en España en 2011. A día de hoy la situación respecto a la pluralidad es aun peor. Pincha en la foto para verla en un tamaño mayor