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21 agosto 2018

La huelga, esa piedra en el zapato del precariado


No recuerdo una sola gran huelga en los últimos 20 o 25 años que a los pocos días los grandes medios de comunicación no hayan empezado a demonizar de manera indecente y que la opinión pública, más o menos manipulada, no se haya vuelto contra ella con mayor o menor virulencia. Dio igual que fueran mineros, estibadores, controladores, profesores, taxistas o basureros. Poco importó que fueran trabajadores de la limpieza, de AENA, los del metro o los de astilleros. Cuando no fueron lo suficientemente trascendentes para ser mediáticamente criticadas, las huelgas tan solo fueron dolorosamente ignoradas.

Siempre parecen existir excusas para criticar cualquier lucha por los derechos de los trabajadores, todos las hemos escuchado alguna vez:

"No defienden sus derechos, defienden sus privilegios".

"Igual tienen razón pero la pierden por las formas, esa violencia es inaceptable".

"Si ellos tienen derecho a la huelga, ¿no tengo yo también derecho a llegar a la hora a mi trabajo?



Una y otra vez la solidaridad con los demás trabajadores es reprimida por un sistema caníbal y cínico que alimenta el enfrentamiento, potencia la singularidad e induce al aislamiento laboral. Últimamente, además, parece que hemos empezado a comprar con gusto malsano ese discurso destructivo. El precariado (sobre)vive en un infierno diario pero no aspira a cambiar el sistema sino a triunfar en él. Ese infierno aspiracional es el motor de un sistema laboral en el que se soporta la explotación y la humillación de empresarios indecentes en silencio, pero luego se reprocha la lucha de otros que solo pretenden no soportar o no alcanzar ese grado de sordidez laboral.

Tal vez una de las causas de que todo esto suceda es que casi nadie se asume como trabajador precario a jornada completa (el señuelo aspiracional), sino como alguien capaz de aceptar sin batalla unas condiciones laborales infames porque vive en una ensoñación perpetua, a la espera de dar el salto a otro nivel, a la espera de un futuro que, en demasiados casos, por pura estadística, nunca llegará.

No nos miramos los unos a los otros como trabajadores. La lucha por los derechos de unos debería ser la lucha por los derechos de todos. Nos miramos con rencor y envidia, con desconfianza, bien adiestrados por unos medios de comunicación siempre dispuestos a fijarse en lo anecdótico del contexto sociolaboral, nunca en lo sustancial, jamás en lo conflictivo.

Es de rigor analizar críticamente el silencio de cada uno de los colectivos que se han ido poniendo en (justa) huelga en relación a las huelgas de los otros colectivos. Vivimos en un tiempo de egotismo tan atroz que incluso las únicas huelgas necesarias parecen ser las nuestras. ¿Y las otras? ¿Nos paramos a pensar en las otras huelgas? ¿Nos solidarizamos con los demás trabajadores en esas huelgas? ¿Nos posicionamos públicamente con ellos sin rodeos?... A veces sí, al menos al principio… Pero que no nos jodan las vacaciones.

Jugamos a ser islas ridículamente independientes en un mar de canibalismo capitalista que se descojona de nosotros. Nos ignoramos, vivimos inmersos en una distopía posmoderna de empatía y emociones positivas, esas que jamás aplicamos al trabajador puteado de enfrente. Cuando la realidad nos mancha desaparecen las caretas. Que el otro se joda. Como nosotros.

Si terminas de leer esto igual piensas que no va contigo, claro. Que menudo coñazo. Estás por encima de estas mierdas, no te va a convencer de nada un puto hilo de Twitter o este post. Que tampoco es para tanto. Igual todavía eres joven. Igual hoy acabas de llegar a casa tras trabajar 10 horas de las que solo 6 aparecen en tu contrato. Estás reventado. Igual has decidido pedir comida por Uber o por Glovo. E igual, al ir a pedirla, has recordado que por fin los riders se han puesto en huelga. Te cabreas: "joder, ¿ni siquiera voy a poder comer por estos gilipollas?"

Pero no, esto no va contigo, claro.

24 septiembre 2016

La corrupción moral del PP de Madrid: Lucía Figar, la Púnica y la Marea Verde

Lejos quedan ya los días de la Marea Verde madrileña. Se cumplen ahora cinco años de un movimiento de rechazo visceral a las políticas de recorte y de ataque a la escuela pública por parte de una de las administraciones políticas más despreciables de la España democrática: la dirigida por Esperanza Aguirre en Madrid. Aquel verano de 2011, tras años de priorizar la escuela privada-concertada y socavar a la escuela pública mediante una segregación social enmascarada tras una perversa "libertad de elección" (para algunos, claro), el Gobierno de Aguirre, a través de la Consejería de Educación, dirigida por entonces por Lucía Figar (la que buscaba una empleada del hogar que supiese tagalo), y aprovechando la crisis económica y social en la que estaba envuelto el país, entendió que era el momento de golpear con fuerza y sin compasión a la enseñanza pública para que triunfara por fin su modelo de estratificación social a través de la educación obligatoria, un modelo que además conlleva pingües beneficios para un sector privado ávido por obtener un mayor lucro en el negocio de la educación, algo para lo que necesita obligatoriamente la degradación de la enseñanza pública. Con el innecesario aumento de la carga lectiva de los profesores de Secundaria consiguió prescindir de miles de profesores, sobrecargó de horas de guardias y apoyos a los que quedaban, los obligó a multiplicar las materias afines (de las que no eran especialistas) que tendrían que impartir y, en paralelo, continuó aumentando progresivamente las ratios de alumnos por aula, eliminando programas educativos de compensación social para los más desfavorecidos y precarizando y humillando a los profesores interinos. Una jugada maestra que disfrazaron como ejercicio de necesaria austeridad que la crisis económica demandaba. Nada más lejos de la realidad. Aquello suponía tan solo un ahorro anual de 90 millones de euros. En el mismo año que ACADE (patronal de la enseñanza privada) se felicitaba por conseguir aumentar las desgravaciones para los padres con hijos en la enseñanza privada (NO concertada) hasta los 65 millones de euros. Aguirre y Figar no montaron toda aquella operación para ahorrar, no, eso todos lo sabemos ya a estas alturas. La magnitud de los recortes no era en absoluto relevante en lo económico pero sí era trascendente para la realidad diaria de los IES madrileños. Significaba el tiro de gracia a una enseñanza pública que durante los últimos años había tenido que asumir casi en soledad (debido a la competencia desleal de la enseñanza concertada) el enorme desafío que había supuesto el enorme flujo migratorio que había llegado a Madrid en la época de bonanza económica. Con multitud de centros públicos en el alambre social, apenas sostenidos sobre los hombros de algunos docentes dispuestos al voluntarismo para llegar allí donde no llegaba la Administración, la nueva situación sobrevenida era una bomba sucia que los iba por fin a rematar. Los malos docentes ya tendrían la excusa para seguir haciéndolo mal. Y los buenos, desbordados ante la sobrecarga laboral y el desprecio administrativo y social, tendrían que ir dejando de lado todo aquello que no fuera estrictamente obligatorio, ciñéndose a su horario laboral, sin posibilidad de intervenir en la mejora de la convivencia en unos centros que en no pocos casos están normalmente al borde de la explosión social, con aulas repletas y alumnos con muchos problemas. Por eso fueron los docentes los primeros que se dieron cuenta de la enorme gravedad de la sucia maniobra política de Figar y compañía. No salieron a la calle solo por esas horas lectivas de más que suponían otras tantas horas de guardias y apoyo. No, se rebelaron porque, asustados, fueron los primeros en darse cuenta de que estos recortes significaban el principio del fin de la idea de educación pública como un servicio social prioritario, sufragado por todos para dar a los hijos de todos una oportunidad real de futuro. No voy a volver a construir aquí el relato de esa emocionante reacción de la comunidad educativa. Una reacción que fue tan emocionante como, lamentablemente, insuficiente (a pesar de lo que la leyenda cuente). Ya lo conté en tiempo real desde aquel primer post que escribiera a finales de julio de 2011 (profesores encabronados), a través de varios posts en los que reflexioné, me emocioné, dudé y sufrí nuestra lucha y nuestra derrota.

 
Porque sí, también perdimos aquella batalla, a pesar de que leyendas bientencionadas defiendan que la Marea Verde resultó de algún modo victoriosa en ella. No es verdad. Fuimos claramente derrotados. La victoria fue para esa derecha cavernaria y rencorosa que gobernaba Madrid y que, al poco tiempo, en noviembre de ese mismo año, cuando la Marea Verde se desinfló exhausta por la incomprensión social, las luchas internas y los continuos ataques a su dignidad, alcanzó la mayoría absoluta con Rajoy y Wert al frente, confirmando que lo peor de la política educativa madrileña se iba a extender al resto de España.

Nada de aquello por lo que se luchó se consiguió. Al contrario. Se normalizó la nueva carga laboral de unos docentes que, desfondados y sin ilusión, bajaron la cabeza y asumieron el sobreesfuerzo abandonando proyectos extraescolares, renunciando a organizar actividades complementarias para sus alumnos e impartiendo materias afines que no dominaban en unas aulas que volvían a estar repletas de alumnos que en demasiados casos presentaban problemáticas sociofamiliares o médicas difícilmente tratables en esas circunstancias. Tras unos meses de activa movilización y de conformación de redes de lucha (ajenas incluso a unos sindicatos adocenados y acomodados), todo terminó diluyéndose ante la fuerza brutal de un enemigo que sacó todas sus armas mediáticas a la calle para destruir el ya escaso prestigio social de los profesores, destrozando sin contemplaciones su reputación mediante la difamación y la mentira. Los mismos a los que años atrás se les llenaba la boca reclamando leyes para defender la autoridad docente.

Y ahora, de repente, se confirma lo que muchos sospechábamos.

Según la Guardia Civil, Lucía Figar pagó con dinero público a la trama Púnica para que montase una campaña en internet y en redes sociales contra la Marea Verde en los momentos más álgidos de aquella lucha social. El objetivo no era solo era mejorar la depauperada imagen de la propia Lucia Figar, sino también difamar a los profesores desde cuentas falsas y a través de medios de comunicación afines y periodistas autónomos. Brutal la desvergüenza. Y los que tenemos memoria recordamos. Y rastreamos las hemerotecas. Y recordamos cómo trató aquella lucha Telemadrid, o Intereconomía. Recordamos las visitas de Figar y Aguirre a estos y a otros medios, mintiendo sin vergüenza, jaleadas por tertulianos enchaquetados, tan dignos ellos, tan serios, tan corruptos, tan miserables. Recordamos las barrabasadas que soltaba por la boca Jiménez Losantos desde su púlpito radiofónico, ese periodista de raza, tan independiente él, tan íntegro. Casualmente siempre babeando en antena por Esperanza Aguirre (¿o era por las licencias que sus gobiernos le daban a Libertad Digital en Madrid?). Libertad Digital, ese medio libre de ataduras, decían, y que al parecer fue financiado con el dinero negro del PP. Qué liberal todo.

Resulta tremendamente ilustrativo unir esta noticia a esta otra que muchos ya habrán olvidado: en pleno conflicto educativo, en octubre de 2011, el PP denunció a diversas asociaciones educativas por la "venta ilegal" de las camisetas verdes. La denuncia la presentaron los que entonces eran Consejero de Asuntos Sociales y Secretario General del PP en Madrid: Salvador Victoria y Francisco Granados... ¿Les suenan?

Salvador Victoria está actualmente imputado, al igual que Lucía Figar, por su relación con la trama Púnica. ¿Y qué decir de Francisco Granados? Solo un apunte, tal vez: al tiempo que denunciaba la venta de estas camisetas al parecer se llevaba mordidas de 900.000 euros por la adjudicación de suelos para colegios concertados. Impresionante. Porque al final, para muchos de ellos, detrás de los ataques a la pública ni siquiera había ideología, sino tan solo miseria moral y ambición de riqueza.

Es todo tan vomitivo, tan repugnante, que el hecho de que esto no vaya a incendiar los centros educativos y solo vaya a generar arrebatos de indignación (como este) a través de Internet explicita a la perfección el lamentable estado de ánimo en el que se encuentra el colectivo docente en estos momentos. Pero hay que recordarlo, hay que repetirlo, tantas veces como sea necesario: con dinero público, con el dinero de nuestros impuestos, también con el dinero de los impuestos de los profesores interinos que despidieron o precarizaron, esta gentuza pagó a una trama corrupta para que machacara a un movimiento social contestario con el poder que solo trataba de defender la enseñanza pública.

Y parece que ya a nadie le importa que sigan gobernando. Ellos o sus herederos.

31 julio 2016

Jugamos como nunca, perdimos como siempre: la derrota de una ilusión

Perdimos. Como siempre. Ya tenemos material para un nuevo relato melancólico de una derrota que se parece demasiado a las de siempre. Perdimos. Y volveremos a perder. Nacimos políticamente perdiendo, eligiendo a los perdedores como receptores de los votos de nuestra escasa confianza representativa. Perdedores a los que en ocasiones, hace años, incluso tuvimos que votar tapándonos la nariz, mirando hacia a otro lado, para no ver de frente su convivencia con el sistema, su conexión con el poder, su miserable confortabilidad de outsider, solo con la esperanza de cambiar algo con nuestros votos y poner límites a un bipartidismo asfixiante. Cumplí la mayoría de edad a mitad de los 90, cuando el partido en el poder, el PSOE, presentaba síntomas inequívocos de descomposición, corrupción y putrefacción, sin que sus fieles fueran capaces de abandonar el barco. Con los años, en los albores del nuevo siglo, muchos de ellos dieron finalmente ese paso para, ¿sorprendentemente?, votar al PP de Aznar y dar la mayoría absoluta a aquel iluminado. Cuánto voto oculto entonces. Qué significativo que fueran tantos de los que destrozaron la imagen pública de Anguita (ese, el de esa puta pinza con la que se le llenó la boca a tanto hijo de puta) los que se pasaran en silencio (cobarde) a la desatada modernidad neoliberal de un PP que por fin se mostraba ante su público sin complejos. Ansiosos todos por pillar cacho. El PP consiguió mayoría absoluta. Ese partido tan eficaz, tan pragmático, tan moderno. Con Rodrigo Rato al frente de una economía liberal que surfeó la ola de la burbuja inmobiliaria para terminar mostrando sus miserias al tiempo que él se hundía en el fango de la corrupción más despreciable. Rato, paradigma junto a Bárcenas de ese PP que, apenas 10 años después de llegar al poder, nos mostró su enorme capacidad de emulación y superación de la vieja y paleta corrupción socialista. Al fin y al cabo, ellos habían nacido en las mejores familias patrias por algo. Podían hacerlo mejor, mucho mejor. Y lo hicieron. Dejando, de paso, esquilmado al país. Su corrupción era modernidad; sus políticas, el futuro; la competitividad pregonada, capitalismo de amiguetes. En esa mentira compartida el español medio creyó vislumbrar el camino para alcanzar sus sueños más húmedos consumistas. Neoliberalismo en vena para todos. El real, no la utopía. Inoculado a través de todos los medios de comunicación del poder. Con PRISA haciendo de caballo de Troya entre tanto pijoprogre mutado en gilipollas en su casa de Pitufilandia. Allí, en las afueras. Una sociedad española que respondía entusiasmada al llamado del dinero sin importarle las reformas laborales, los recortes del Estado de Bienestar en nombre de la modernidad individualista, la privatización de servicios, la concertación de la educación para segregar correctamente (de manera educada) a los inmigrantes, la privatización de la sanidad para convertir la salud en negocio... Nada importaba porque la promesa de la riqueza estaba instalada en todos nosotros. Imbéciles. Como si al final, cuando la cosa se jodiera, fuera a ellos (a esos, sí, a esos políticos en los que estás pensando) o a los otros (sí, a esos otros que son los realmente manejan el cotarro) a los que la crisis que tenía que llegar les fuera a afectar.

Llegó el 15M. Y volvió a ganar el PP (cuántos olvidan eso; cuántos olvidan las enseñanzas del Mayo del 68). Pero no importaba, decían, se estaba gestando un cambio. Mientras, Esperanza Aguirre con su mayoría absoluta (esa que no importaba) llevaba a cabo en Madrid el mayor ataque a la educación pública de la democracia española. Daba igual, aseguraban, el cambio ya estaba en marcha. El desafecto hacia los dos grandes partidos era algo que ya era imposible detener. Cuánta confianza equivocada. Qué incapaces somos de analizar correctamente la realidad cuando los deseos y la esperanza nos ciegan. Confiar en los demás. Nunca fue mi fuerte. Y llegó Podemos, llegó la ilusión, llegó la nueva era de la televisión, de las tertulias, de las redes sociales ensimismadas en su propio ruido. Abandonamos las calles. Para qué continuar en ellas, nos dijimos. Se reían de nosotros, no les hacíamos daño. Ahora sí, ahora por fin los veíamos asustados. Nos emocionamos. Nos crecimos. Nos equivocamos. Mientras nos arrogábamos un liderazgo moral que nadie nos pidió y muchos detestaron en silencio, la sociedad española iba metabolizando lentamente la depravada corrupción del PP. Como antes había metabolizado la del PSOE. Hoy ningún votante de esos dos partidos puede siquiera intentar aparentar defender a su partido de las miserias que sus dirigentes han cometido. Pero eso ya no importa un carajo. Lo que debiera haber significado una catarsis se ha transformado en una especie de espejo de Dorian Grey de nuestra sociedad, que ha utilizado a la política (y a los políticos) como el basurero moral mediante el que expiar sus culpas, abandonar la rabia y refocilarse en un cinismo estúpido, tan casposo y tan cuñado como perverso: todos van a robarnos, todos los políticos son iguales, nada va a mejorar. Todos dan asco ergo podemos seguir votando a los mismos cabrones. No vaya a ser que el cambio, aunque necesario, nos venga mal. ¿Y qué piensa esta gente de los nuevos? Odian a Podemos. Detestan su mera existencia. Es el partido que más rabia les provoca. Sobre todo a los gurús intelectuales de la vieja izquierda. La socialista y la comunista. Qué pena. Tiene sentido. Es el partido que les obligó a bajar la cabeza durante un rato a todos. Eran incapaces de contrarrestar sus verdades, incapaces de esconder sus propias vergüenzas, andaban huérfanos aun del relato justificatorio que el sistema no les alcanzaba a dar durante los años más duros de la crisis. Ahora ya ha pasado el tiempo. Y el tiempo todo lo pudre. Todos los delitos (o presuntos delitos) y todas la contradicciones (o presuntas contradicciones) de los podemitas se jalean con fervor y se difunden con rencor, no hay  atisbo de gradación, asesinato vale lo mismo que hurto y ya no hay posibilidad de réplica si no quieres que te vean como un fanboy sin criterio. El ruido se ha hecho insoportable y sirve para enmascarar la realidad de un país depauperado, precarizado, depresivo y sin futuro, en el que la vieja política vuelve a imponer su agenda mientras no hay una sola posibilidad de que algún cambio concreto y fundamental se produzca en la organización de nuestra sociedad.

En las ultimas elecciones no había una sola razón para dejar de votar a Unidos Podemos que permitiera votar al PP, al PSOE o a Ciudadanos si realmente se defendía la necesidad de un giro social. Lo paradójico es que muchos lo sabían, se dieron cuenta, así lo entendieron. Y por eso se fueron a la playa (o se quedaron en casa). Para no tener que equivocarse ellos. A la espera de que fueran otros, los otros, esos otros a los que llevaban años criticando, los que les permitieran no tener la responsabilidad de dar el poder de nuevo a los de siempre para que todo siguiera igual. Tal vez los dirigentes de Podemos lo que no terminaron de entender fue que el votante tipo del nicho electoral que los elevó, el que los jaleaba en las redes sociales, nunca fue el trabajador precario de origen humilde (el gran olvidado) sino el (nuevo) trabajador precario de origen acomodado y menor de 45 años, el antiguo mileurista, al que la rabia le dura el tiempo que tarda en descargarse su móvil y que en el fondo lo que desea es volver creerse la mentira neoliberal. El desencantado con ansias de volver al redil. 

Radicales, nos llamaban. Totalitarios, decían. Intentaron (con éxito) generar un patético miedo propio de otro tiempo hacia nosotros pero lo cierto es que salvo naturales (e infantiles) manifestaciones de descontento en las redes sociales (¡que también juzgaron!), salvo desahogos puntuales con amigos, salvo exabruptos incontrolados, nosotros, los bolivarianos, los que íbamos a montar soviets en los barrios, los antidemócratas, los estalinistas, los amantes del poder totalitario, hemos traicionado nuestro espíritu despótico y hemos respetado sin atisbo de duda los resultados electorales. No hemos quemado las calles y hemos preferido (románticos que somos) hundirnos en una depresión silenciosa. Destruirnos internamente buscando culpables de un fracaso que jamás debiera haber sido considerado como tal. De fondo se escuchan las risas de los de siempre. Se descojonan. Se descojonan. Mucho. Y nosotros solo conseguimos sonreír con tristeza.

16 abril 2016

Contramanifiesto: contra el "gobierno del Cambio" de los que pretenden que todo siga igual

Esta semana se hizo público un manifiesto promovido por relevantes personajes públicos de la sociedad española que defendía la necesidad de un "gobierno del Cambio". Difundido por medios como El País lo firmaban, entre otros, Joaquín Estefanía, Soledad Gallego, Juan Cruz, Jiménez Villarejo, Ana Belén, Víctor Manuel, Serrat, Cristina Almeida o Ángel Gabilondo. A continuación trato de desentrañar un texto inicialmente abtruso que termina mostrando las miserias de la que muchos ya denominan Cultura de la Transición.

El 20 de diciembre pasado la ciudadanía española cumplió con su deber cívico al elegir un nuevo Parlamento. El mensaje fue claro: queremos un cambio en las políticas que se han venido practicando en los últimos años y la obligación de los partidos es elegir un Gobierno que sea capaz de llevar a la práctica dicho cambio. Partidos que representan a más del 70% de los ciudadanos son partidarios de abrir una nueva etapa en la política de nuestro país.

Un clásico de estos apolillados manifiestos: comenzar con grandilocuencia y tono afectado. ¿"Deber cívico"? ¿En serio? Primera apelación al orgullo huero del lector progre para que baje la guardia y así poder colarle esa primera afirmación, tan cierta como absurda en términos de democracia parlamentaria: "partidos que representan a más del 70% de los ciudadanos quieren que se abra una nueva etapa política en el país". Una advertencia, importante: todo el manifiesto está escrito con esa calculada ambigüedad que suele usar la Cultura de la Transición para manipular los afectos ideológicos de la sociedad progresista española. Se evita nombrar hasta al final a partidos o a políticos para conseguir (re)construir un imaginario social progresista en el que la clave sea que el receptor se identifique con sentimientos superficiales y no ceda a la tentación de una interpretación racional de la realidad. Traduzcamos esa afirmación, pues: más del 70% de los ciudadanos no quieren que gobierne Rajoy porque no han votado al PP. Pues claro. Es cierto. La mayoría de los votantes españoles no votaron al PP el 20D. Pero no nos hagamos trampas al solitario. También en 2011 una mayoría de españoles no quería que gobernase Rajoy (un 55% de los votantes). Y en 2008 otra mayoría, un 56% de los votantes, tampoco quería que gobernara Zapatero... ¿Pillamos la falacia? No les importa. Les da igual utilizar un argumento tan inconsistente como éste para empezar a construir la realidad que les interesa. No les perturba apropiarse tanto de los votos de toda la izquierda que, por supuesto, no desea que gobierne Rajoy (ni que sus políticas económicas se mantengan bajo un pátina estéticoprogre, por cierto) o, aun más ridículo, contabilizar los votos de esos independentistas catalanes que no solo no quieren que gobierne Rajoy, sino que no quieren gobierno alguno que represente a España.

La voluntad democrática de los electores ha sido el configurar un Parlamento plural en el que ningún partido goza de mayoría y, en consecuencia, sólo es posible formar un gobierno en base a acuerdos entre diferentes fuerzas políticas. La incapacidad de estas de lograr una investidura de cambio supondría un grave fracaso, un desprestigio de la política y de los partidos, e incluso un desprecio a la ciudadanía pues sería tanto como decirnos que nos hemos equivocado al votar.

Atentos que estamos ante los cimientos de la perversión intelectual que este maniqueo manifiesto pretende hacer pasar por reflexión honesta y comprometida. Se otorga todo el crédito al votante anónimo para atacar con inusitada dureza a unos partidos políticos incapaces de llegar a acuerdos para que España tenga un Gobierno. ¿Por qué ese ataque visceral? ¿De verdad el desprestigio de la política española es debido a que no se alcanzan esos acuerdos y no a su servilismo y corrupción al servicio de los poderes financieros? Y, por cierto, ¿acuerdos? ¿Pero qué tipo de acuerdos? ¿Todo vale para llegar a esos acuerdos? ¿Deben traicionar los partidos el espíritu del voto de aquellos que los apoyaron para así ayudar a la formación de un nuevo gobierno? ¿El que sea? ¿O el que le interesa al sistema? Esas dudas se resolverán muy rápido. Los firmantes del manifiesto está a punto de tener que enseñar sus cartas. 

Las opciones en presencia no son infinitas:
  • Un acuerdo liderado por el PP, en cualquiera de sus formas, no supondría ningún cambio por cuanto significaría la continuidad de las políticas que han conducido a la actual situación y que son las que hay que cambiar.
  • Tenemos tres partidos que abogan por el cambio y la reforma, dos de los cuales han suscrito un acuerdo que ha suscitado el apoyo de 131 diputados lo que, obviamente, no es suficiente para investir a un presidente del gobierno. No obstante, puede significar un inicio para sentar las bases de un programa de cambio que aborde los acuciantes problemas de los ciudadanos.
No seré yo el que niegue que un gobierno liderado por el PP no es deseable para ese 70% de votantes a los que apela el manifiesto, pero... ¿El problema es el PP o sus políticas? Porque lo que va vislumbrándose a partir de lo que leemos es que el problema de los que promueven este manifiesto es más estético que ideológico. ¿Por qué digo esto? Es el momento de centrarnos en la tesis central del manifiesto. ¿Cuál es la alternativa a ese "indeseable" gobierno del PP? De repente la historia esa del "70% de los votantes" se esfuma y todo queda reducido a tres partidos... Tres partidos sin nombre, por cierto. ¡Ay, qué misterio! ¿Quienes serán? Ya es mala suerte que, al contrario de lo que pasó con la clara mención al PP, los promotores del manifiesto hayan olvidado especificar los nombres de estos tres partidos. No pasa nada, tirémonos al vacío (modo ironía on) y especulemos con que son el PSOE, Ciudadanos y Podemos. Hemos pasado del 70% de los votantes al 56,6 %  de ellos pero por qué ser honestos y dejarlo claro cuando siempre fue tan fácil manipular a los biempensantes progres españoles. Total, qué más da. Ha llegado el momento. No se puede retrasar más. Toca mostrar al público el verdadero rostro de Dorian Gray: "dos de los [partidos] han suscrito un acuerdo que ha suscitado el apoyo de 131 diputados [...] y puede significar un inicio para sentar las bases de un programa de cambio que aborde los acuciantes problemas de los ciudadanos"...

¡Por fin! Lo sé, todo lector del manifiesto estaba a estas alturas inquieto, tenso, a la espera de la solución que aportarían tan insignes representantes de nuestra intelligentsia patria. ¿Y qué mejor que apostar por lo de siempre? ¿Por qué no apostar de nuevo por ese socialismo neoliberal, tan ampuloso en la retórica como inofensivo en lo económico? ¿Qué más da que hayan pasado de intentar hacer creer que defendían la posición del 70% de los votantes a proponer que se construya un Gobierno a partir de un acuerdo que tiene detrás menos del 40% de los votantes? Ellos son los intelectuales, amigo, y esos detalles son irrelevantes para mentes tan preclaras. El remedio a todos nuestros problemas era un acuerdo de ¿cambio social? liderado por el PSOE (vaya) apoyado por Ciudadanos (¿cómo?). Ese siempre fue el deseo (oculto) de los que se manifestaron en las plazas y participaron en las mareas: un socialismo inane disuelto en un neoliberalismo de rostro amable... ¿no?

Sería una irresponsabilidad que en los próximos días no fuesen capaces de lograr una mayoría suficiente que evite las elecciones y abra una nueva etapa política en España. Por ello entendemos que el PSOE, Ciudadanos y Podemos pueden y deben, mediante las oportunas negociaciones, complementar, mejorar o ampliar un acuerdo con el fin de recabar el suficiente apoyo que haga posible la investidura de un presidente del Gobierno. Lo que facilitaría que otras fuerzas se sumasen a lo pactado.

Anda, pues al final sí que conocían los nombres de los partidos políticos a los que se referían... ¿Por qué no les habrán puesto nombre cuando hablaban de los acuerdos conseguidos que había que "complementar, mejorar o ampliar"? Igual sería bueno empezar a traducir al lenguaje vulgar tanta pomposa parafernalia retórica. Sería algo así: "el acuerdo del PSOE con Ciudadanos mola mucho, joder, nos cargamos al PP y hacemos como que todo va a cambiar para que finalmente nada cambie. Podemos lo que tiene que hacer es apoyarlo de un puta vez...".

....

El manifiesto realmente acaba aquí. Todo lo que sigue, esos dos últimos párrafos que se pueden leer pinchando en el enlace inicial, no son más que una forma rastrera de volver al tipo de retórica insustancial, decadente y pretendidamente desinteresada con la que se iniciaba texto. Una defensa vacía de valores etéreos relacionados con la regeneración social y política. La última treta con la que intentar enmascarar la ya indisimulable posición conservadora de una intelectualidad cuya triste connivencia con el poder hace años que invalida sus intervenciones en la vida pública.
Pd: Puede que nuestra relevancia sea menor. Es indudable. Pero muchos hemos despertado y ya no volveremos a caer en idolatrías absurdas de intelectuales y famosos cuya fuerza, al final, resultó no estar basada en sus principios éticos sino en los poderes económicos que los promocionaban. Se equivocaron. Es su problema. Encontremos entre todos nuevos caminos.

09 abril 2016

Votantes de Podemos con nostalgia de redil

Mi padre era un tipo culto, muy culto. También bastante conservador. Intentaba asumir como propios ciertos tics progresistas que finalmente, incapaz de asimilarlos, solo le servían como coartada para presentarse ante los demás como liberal, cuando realmente su rigidez intelectual era una prueba inefable de ese intelectualismo nacionalcatólico (no practicante) criado en las faldas del franquismo. Había un detalle de su trayectoria ideológica que, antes o después, siempre aparecía en cualquier diatriba política: él había votado al PSOE en el 82, él no se movía (decía) por ideologías maximalistas, él era flexible y si ya no apoyaba a los socialistas era porque lo habían decepcionado. Lo decía tan tranquilo, ignorando sin pudor las miserias políticas de aquellos a los que ya por entonces no dejaba de votar. Mientras tanto, compró durante toda su vida el ABC, escuchó con avidez las tertulias políticas radiofónicas de los medios de derecha y votó una vez tras otra al PP mientras su vida discurría con placidez, fiel a una visión del mundo "confortablemente" conservadora. Pero eso sí, siempre mantuvo vivo en público el recuerdo de aquel voto en el 82 a Felipe González, un voto ya convertido en leyenda, descontextualizado históricamente, sin referencia alguna al miedo pasado con el intento del golpe de estado de Tejero, ni al estado de ánimo de un país que, tras la tensión sufrida, intentaba definitivamente tirar hacia delante con una democracia que solo podía identificarse con la renovación que significaba aquel PSOE. De esta manera ese voto a Felipe González en 1982 se convirtió así, para siempre, en su barco de salvación, en su justificación final, en su "ley de Godwin" particular, el arma definitiva con la que podía defender de manera ventajista su posicionamiento ideológico, eminentemente conservador, sin ensuciarse nunca con el fango de las políticas económicas y sociales que defendían aquellos a los que apoyaba con sus votos. Al fin y al cabo ya no podía hacer otra cosa porque, decía, "yo a estos, a los socialistas, a la izquierda, ya los apoyé una vez y me fallaron, no fueron lo que esperaba, ya no me engañan más...". 

En los tiempos acelerados que vivimos, y con una legislatura que parece que ha nacido muerta, empiezo a observar una actitud muy parecida a la de mi padre en ciertos simpatizantes y votantes de Podemos. Su voto a Podemos parece haber sido tan iluminador para ellos como aquel voto mítico al PSOE de mi padre. Como si algunos, en un arrebato místico, impelidos por una obligación moral imposible de eludir, casi como haciendo un favor a los jodidos de España, hubiesen votado a la formación morada solo debido al asfixiante hedor provocado por la corrupción, la mediocridad y el fracaso del putrefacto sistema bipartidista español. Pero ahora, pocos meses después, sin que nada haya cambiado, sin que haya un solo atisbo de que los viejos partidos de la casta se hayan regenerado lo más mínimo (parecen más que nunca enrocados en sus estructuras de poder partidista al servicio de los poderes económicos), es como si estuviesen poco a poco cimentando las bases de un relato personal que les permitiese liberarse de ese gran error. El voto a Podemos en las últimas elecciones puede ser el voto más fácilmente interpretable de nuestra democracia desde aquellas elecciones del 82. Si entonces se votó al PSOE como la única forma de terminar de arrancar y consolidar la democracia en España, los cinco millones de votos a Podemos y sus confluencias significaron un grito de rabia ciudadana destinado a finiquitar las putrefactas estructuras políticas del bipartidismo que habían terminado por fagocitar a nuestra democracia poniéndola al servicio de los poderes financieros. En nuestro país la Gran Crisis al final solo tuvo unos claros perdedores: los asalariados, los parados, los pobres. Los de siempre. Pero en muy poco tiempo, parapetados tras la manipulación grosera de los medios de comunicación, de la casta mediática, de los perros carroñeros de cierto periodismo español liderado por El País y su perro fiel, Metroscopia, ciertos votantes de Podemos muestran un indisimulable deseo de renunciar a ese cambio sustancial del sistema que dijeron defender, añorando el redil bipartidista y miserable del que apenas hace unos meses escaparon. Añoran volver poder votar al PSOE, ese partido de extremo centro capaz de renunciar a sus esencias teóricas para pactar con Ciudadanos, el Podemos de derechas construido al servicio del Ibex 35, o incluso, los más puros y castos, volver a votar a IU o a partidos anticapitalistas. Pretenden regresar a la lucha en la que realmente se sienten cómodos: la del discurso, la pose y el postureo. La batalla de salón con contrincantes imaginarios, ese reducto privado progresista (o revolucionario) que tanta gente de izquierda confundió hace años con el escenario de la batalla real, la que se desarrolla en las calles, en las plazas, en los puestos de trabajo y en los despachos donde se validan la políticas económicas que hicieron de manera abyecta cada vez más ricos a unos pocos mientras los de siempre quedaban a merced de los vaivenes de un Mercado en el que realmente jamás participaron.

Es absolutamente bochornoso intuir en ciertas conversaciones cómo algunos votantes de Podemos buscan encontrar excusas absurdas para poder justificar el abandono de la batalla. En el fondo, como le sucediera a mi padre, necesitan construir un artificio intelectual que les permita regresar a terreno conocido, a su lugar natural. Una cosa es construir discursos vacuos contra la derecha y el neoliberalismo criticando la corrupción intrínseca al sistema, y otra es aceptar que la llegada al poder de otra gente (¿de la gente?) realmente significaría un terremoto social cuyas consecuencias podrían, a corto plazo, afectarles a ellos y a su situación económica. Generarles miedo, indefensión contra la máquina capitalista y los mercados. En el fondo, para ellos, Podemos ya ha cumplido su misión: incomodar al sistema obligándole a ser más discreto, menos evidente, más taimado. Ahora debiera tocar pactar, adaptarse y someterse. Como siempre. Por eso se quejan de la arrogancia de Pablo Iglesias, de la inflexibilidad de Podemos, de que pretendan imponer al PSOE un gobierno proporcional (¡pero esto qué es!). No se paran a pensar realmente lo que dicen, no quieren ver que por mucha indignación que imposten su argumentación es basura, no se sostiene, es tan demagógica como los editoriales de El País de donde la consiguen. Es el PSOE el partido que impide intentar un gobierno relativamente de izquierdas por primera vez en la España moderna. Que enmascara su traición tras un pacto con un partido de centroderecha que serviría para desalojar del poder al otro partido de centroderecha. Porque hay que ver lo que cunde el centro político en nuestro país. Todo le cabe. Que todo cambie para que todo siga igual. Esa es la aspiración de todos los partidos que quieren llegar al poder desde ese asfixiante centro ideológico en el que la (in)decencia política sucumbe.

Mi padre votó una vez al PSOE y políticamente le salió tremendamente rentable. Pudo votar a la derecha toda su vida y encima practicar el postureo social. Una parte de los votantes de Podemos parece querer seguir su senda: utilizar su voto a Podemos el 20D como coartada para volver a votar a los partidos de la casta el resto de su vida con el pretexto de que ellos lo intentaron y aquello no funcionó. Sin que ni siquiera haya existido la posibilidad de fracaso.

No sé lo que pasará. Todo indica que habrá nuevas elecciones o gran coalición y que el sistema conseguirá por fin un gobierno afín a sus intereses (que nunca serán los nuestros). Yo les dejo un mensaje a ese votante de Podemos que reniega antes de intentarlo: "disfruta de tu tranquilidad dentro del sistema, campeón. Te la has ganado".

30 enero 2016

Felipe y José María: la vieja casta contraataca

 

Felipe y José María. José María y Felipe. Surgen como ajadas momias de un pasado ya lejano y superado. No es casualidad que sus voces, tantas veces enfrentadas, se coordinen esta vez con enorme precisión para atacar con saña a Podemos. ¿Contra sus propuestas? No, eso es lo que menos les importa, no son tan imbéciles como para creerse las conpiranoias que propagan. Eso no es más que la excusa que necesitaban para volver a ese ruedo mediático que tanto echaban de menos. No, lo que no soportan es a Podemos como nuevo actor sociopolítico que los arrincona ya para siempre en el cajón de la historia. Eso los destroza por dentro. De repente han sentido el gélido hálito del desdén que anuncia su destierro final, y la desmemoria de esa parte del pueblo que representa Podemos lacera dolorosamente a unos egos que hace tiempo ya que solo se sostienen en el vacío de un pasado permanentemente reconstruido. Sus lastimosas declaraciones representan el alarido de rabia final de una generación, la de la transición, que ha sido profundamente desleal con sus hijos y ha pretendido entronizarse en el poder hasta su muerte, construyendo una agenda social y política a su medida que iba dando respuesta tan solo a sus necesidades, a medida que sus miembros envejecían y la revolución dejaba de ser compatible con sus carteras. Las palabras de ambos destilan rencor, exudan decrepitud intelectual y los retratan como líderes de una generación que prefiere mirar a otro sitio mientras sus hijos y sus nietos siguen revolcándose en el lodazal laboral.

Felipe y José María. José María y Felipe. Ellos lo que desean es que la sociedad española continúe por los senderos que ellos desbrozaron. Senderos que parecían muy distantes entre sí pero que, con los años, descubrimos que discurrían ambos paralelos, siguiendo el cauce del río del capitalismo parasitario, ese que naciera en las faldas del franquismo. Las mismas familias, los mismos poderes, los mismos amigos... todos enriqueciéndose a costa de un Estado que los dos fueron vendiendo a precio de saldo. Pero ellos eso no lo recuerdan, tampoco lo aceptan, ¡ellos modernizaron el país!, no se hacen responsables de la gangrena moral que fue desarrollándose en la sociedad española, ni del encanallamiento artificioso que hizo carne en todos nosotros, mientras aprobaban leyes que, una tras otra, iban devaluando nuestros derechos sociales. Quieren morirse escuchando lo grandes que fueron, los importantes logros que alcanzaron, la fuerza y el carisma que tuvieron. Que la sociedad no solo no los olvide en vida sino que los eche de menos al tener que soportar la mediocridad de sus sustitutos, esos a los que aconsejan con desprecio. Y cuentan para ello, para elaborar esa narrativa heroica, esa ficción trascendente que los eleva a los altares de la excepcionalidad, con el apoyo de su numerosa generación, que necesita ese relato para poder justificar su propia evolución ideológica. Por eso han reaccionado con esa virulencia contra Podemos. Porque representa el primer intento de la generación de sus hijos de liberarse del yugo sociológico que les impusieron. Una generación a la que tuvieron adocenada en sus casas hasta los 30 años. Formándose, decían. Una generación a la que nunca criticaron seriamente su indolencia política y social. Porque eso les permitía seguir al mando de todo. Una generación de la que se reían con condescendencia por su debilidad y por su falta de compromiso. Lo que les permitía a ellos seguir manteniendo la ficción de ser los garantes del compromiso social con la democracia mientras la corrupción alimentaba sus cuentas bancarias. Y de repente, tras tantos años de humillación y de desidia, de mileurismo hedonista e imbécil, hartos de hostias, paro y precariedad, algunos de sus hijos, levantaron la cabeza, se miraron los unos a los otros, se encontraron y empezaron a hablar entre ellos de sus verdaderos problemas, de sus ilusiones, de sus prioridades. Y de los cauces políticos para abordarlos, de los nuevos senderos que había que desbrozar para encontrar nuevas soluciones. Dejando por fin atrás ese pasado mitológico que desde la transición habían ido forjando durante décadas sus padres.

Felipe y José María. José María y Felipe. El tiempo los dejó ya atrás. Saben que sus nietos, los nacidos a partir de los 90, los miran y los escuchan con el asombro y la extrañeza con la que ven una vieja película en blanco y negro. Pero se resisten a que los hijos de su generación, esos que nacieron en los 70 y los 80,  renieguen de ellos, no sigan sus consejos, no acaten sus directrices. Ellos que tanto les dieron. Ellos que lo dieron todo por España. Su España, claro. El rencor les corroe las entrañas. No van a rendirse fácilmente. Van a intentar someternos de nuevo, como tantas veces. Quieren seguir controlando las políticas sus viejos partidos zombificados para seguir manejando los hilos de nuestra sociedad del miedo, inmovilista y conservadora. Les gusta así, no quieren que nada cambie y por eso vuelven a la escena, al debate público, a las televisiones, a los periódicos, para dar munición a sus coetáneos, que por primera vez se han visto intimidados por el menosprecio intelectual de las nuevas generaciones, que exigen esta vez estar ellas al timón del cambio social sin la supervisión condescendiente de sus mayores.

Felipe y José María. José María y Felipe. No quieren darse cuenta. Se resisten a aceptarlo. Pero en el fondo ya lo intuyen. El tsunami de la nueva historia política de este país se originó 2011, se hizo movimiento organizado hace solo dos años y aunque fracase, la única certeza es que va a terminar  haciendo añicos a los viejos, caros e inútiles jarrones chinos de nuestra democracia.

11 diciembre 2015

Tu voto a la casta legitima sus políticas (y su corrupción)

Rivera y Ciudadanos no pueden venir a cambiar nada del sistema porque precisamente son la respuesta del sistema a la amenaza que suponía la crisis social. Son sistema. Y es ese sistema que los creó el mismo que cultiva con mimo la corrupción política como eje central de la economía capitalista.

Estaban jodidos, el miedo empezaba no dejarles respirar, ya no era solo de un bache, una crisis pasajera, un problema financiero extranjero, primero, un problema financiero nacional, después, una epidemia que solo afectaría al sector de la construcción, más tarde, o al menos que solo alcanzaría a los trabajadores menos cualificados, a los inmigrantes, a los menos preparados, finalmente... Solo quedaba culpar de todo a la inutilidad de Zapatero y sus mediocres ministros. 2011 llegaba a su fin, el 15M había sido nuestro pequeño mayo francés y, por tanto, los españoles "de orden" decidieron que nada mejor que hacer lo mismo que entonces los franceses: mandar a tomar por saco la utopía y darle el poder a la derecha más rancia. Llegaba Rajoy, ese tipo, ese crack, campechano2, Plasmaman, y con él los miedosos y los pragmáticos de esa particular clase media española (con ínfulas) esperaban que llegara la tranquilidad, la "normalidad", es decir, el puteo de los de siempre atemperado por un estado de bienestar cada vez más frágil. Muchos, como antes cuando votaron a Aznar, dejaron de lado cínicamente sus engolados discursos sobre la necesidad de justicia social y volvieron presurosos y acongojados a echarse en los brazos de esa derecha que se promete liberal pero que solo es siempre elitista, conservadora, injusta y sumisa con el poder económico. Asumían sin vergüenza (desde el silencio de su voto secreto) que ese PP, en ese momento, sería terrible para lo social, sabían que laminaría derechos, que intentaría imponer leyes retrógradas y que sería servil con los poderes financieros. No les importaba. Aterrados ante la posibilidad que el contagio les alcanzara por fin y el país quebrara, sólo esperaban una cosa: que Rajoy  los salvara en lo "económico". A ellos, claro, a esa particular clase media (con ínfulas), a esa extraña mezcla de funcionarios, profesionales liberales, trabajadores con estabilidad de grandes empresas, autónomos sin problemas y acojonados con rentas altas en general... Pero resultó que no. Ni de lejos. Sucedió lo contrario. Todo empeoró: se seguía destruyendo empleo, esa clase media (con ínfulas) sufría y menguaba, nuestra deuda pública se disparaba, se producían dolorosos recortes sociales, se anunciaban otros peores y para lo único que había dinero era para salvar al sistema financiero. Cojonudo. Fue entonces, solo entonces, cuando la inicial estéril indignación del 15M cristalizó por fin en una rabia constructiva, política, en un encabronamiento organizado: había que echarlos, a todos, el problema era el sistema, tenía que haber otra manera de organizar las cosas, y ya no servían los partidos nacidos al amparo de la transición, partidos estructuralmente corrompidos hasta la médula, aciagos instrumentos del poder económico. No sería mediante las siglas enfangadas y putrefactas del PP y del PSOE como se produciría la metamorfosis moral. El instante de lucidez, alimentado por la desesperación, sirvió para que muchos ciudadanos dejaran de lado durante un segundo el miedo y volaran libres, tal vez como nuestros mayores tras aquel carpetovetónico golpe de estado en 1981. Se miraron a las caras, buscaron alternativas, se encontraron con Podemos, escucharon a Garzón, descubrieron economistas alternativos, apoyaron nuevas medios de comunicación, dejaron de lado viejos intelectuales colectivos, discutieron, conversaron... No todos, claro, pero sí los suficientes. Era el momento de intentar algo diferente, ¿no? Porque además, con los sueldos congelados o jibarizados, con la amenaza de que al final también ellos caerían, los integrantes de esa clase media (con ínfulas), que hasta esos momentos habían vivido conscientemente en la inopia, vieron que igual ya tampoco tenían tanto que perder. Pocas cosas más peligrosas para el poder capitalista que una clase media sin expectativas, que se sienta desamparada por el sistema, porque su razonamiento no por cínico es menos peligroso para el sistema:"Vale, normal que si la cosa va mal le toque a los otros hundirse en la miseria, durante un tiempo, sí, a los otros, a los pobres, a los de siempre, pero, ¿cómo es posible que nosotros podamos vernos también finalmente en el arroyo? ¿Cómo es posible que tampoco nuestros hijos, ¡"con estudios"!, no tengan posibilidad alguna de futuro?".

Así fue como en muchas casas, en reuniones familiares, a la hora de la comida, no se pudo mantener por más tiempo ese pragmatismo egoísta, revestido de candor ideológico, con el que se minusvaloraba la importancia de las corruptelas políticas de unos y se criticaba superficialmente las de los otros, para después seguir como siempre, como si nada pasase y nada importase. Ya no, el miedo hacía carne en el cuerpo de los mayores mientras que una rabia lúcida arraigaba entre los más jóvenes: los telediarios y los periódicos, según intereses bastardos, deambulaban desde personajes de Ibáñez como Bárcenas (y un presidente que lo apoyaba a través de indecentes mensajitos de móvil), hasta leyendas socialistas de putas y cocaína; desde catalanes honorables con cuentas millonarias en Andorra y Suiza, hasta socialistas andaluces convencidos de que la justicia social era posible siempre que el dinero público recayera entre los suyos; desde comunistas miserables que disfrutaban de tarjetas black, hasta la pléyade de políticos, afines a Aguirre, corrompidos hasta la médula por Gürtels y Púnicas.... El hedor era asfixiante, y padres y abuelos, durante un breve intervalo de tiempo, fueron incapaces de seguir imponiendo sus hipócritas discursos a unos hijos y nietos que, aspirando poco más que a ser mileuristas temporales, cayeron por fin en la cuenta de que su precariedad iba a ser para siempre. No, ya no servía entonar el discurso progre mientras se votaba con la cartera, era un ellos o nosotros, sin matices. Muchos de los hijos y nietos de esa clase media impostada vieron la luz, por necesidad (solo a hostias aprenden algunos), se dieron cuenta de que su posición y su futuro dependía mucho más del estado de bienestar de lo que su ego y el de sus padres les había permitido hasta ahora aceptar socialmente. Y empezaron a escuchar a tipos como el coletas. A algunos parece molestarles hoy recordar el soplo de aire fresco que Iglesias significó. Por fin alguien era capaz de contrarrestar esa falsas verdades neoliberales que pitufos intelectuales como Marhuenda o Inda intentaban hacer pasar como verdades dogmáticas. Las tertulias políticas televisivas parecieron ser, por un instante, algo más que un pudridero intelectual, parecía que había verdad y dialéctica en ellas, que la controversia iba más allá del espectáculo que augurara Debord. Y lo padres, y los abuelos, tuvieron que bajar la cabeza. Sin argumentos, sin alternativas, dieron la razón a sus hijos y nietos: los que estaban no servían. Todo tenía que cambiar.

Pero el tiempo pasó, y en España hemos descubierto durante esta última legislatura que los meses parecen años, y que los años del PP iban a ser más difíciles de resistir de lo que se imaginara el Wyoming:



Nada peor que el paso del tiempo para convertir en rutina el discurso de excepción y para que las ansias de cambio se pudrieran en muchos antes de conseguir nada. Otra vez. Porque el ser humano es capaz de dar lo mejor de sí en el instante, pero a la larga, con el tiempo, su condición miserable y cobarde suele ser la que gobierna sus acciones. El poder económico y político (no solo en España sino en Europa, porque, ¿qué sería de nosotros y de nuestra economía, y de nuestra prima de riesgo, sin la intervención decisoria del BCE protegiendo a "uno de los suyos"?) lleva un año dedicado a construir una realidad artificial para nuestro país a través de la mejora de nuestro números macroeconómicos. ¡Ya crecemos! ¡Ya creamos empleo! ¡El paro dejó de aumentar! ¡Vuelve el consumo interno! ¡Paren las rotativas! Y aunque la realidad nos diga que tenemos casi tantos parados como cuando se fue Zapatero, que hay menos afiliados a la seguridad social que entonces y que el trabajo que se crea es una mierda que solo permite vidas de supervivencia, muchos integrantes de esa particular clase media española (con ínfulas) empezaron a darse cuenta de que ellos no estaban tan mal, que seguían dentro del sistema, que finalmente la epidemia había pasado de largo sin afectarles y dejaron de tener ese miedo cerval que la cercanía al abismo les había provocado. Y sin ese miedo, ¡ay!, sin ese miedo la rabia abandonó sus cuerpos y surgió de nuevo el más rancio conservadurismo, la desconfianza por el cambio y el hipócrita pragmatismo político. En algunas de esas casas donde se había pedido el cambio a voz en grito se empezó a pedir un cambio, sí, pero diferente, mejor un cambio homeopático, sin contraindicaciones. Pero, claro, había que amansar también a sus jóvenes cachorros. No había problema. Estaban tan acostumbrados por educación a la docilidad que ellos mismos ya empezaban a creerse el discurso de la recuperación, empezaban a pensar que tal vez la cosa realmente estaba mejorando, que a lo mejor ese trabajo precario de mierda se convertía en el futuro en algo más: "no sé, igual es verdad  y me puedo salvar, yo, claro, tal vez ahorrando y esforzándome me puedo comprar un cochecito, yo, claro, tal vez, con el tiempo, incluso una casa, al fin y al cabo el aval de papá y de mamá ya no peligra, no sé, mejor no liarla más, además los otros se han radicalizado demasiado, ya no son como al principio, tal vez ese partido nuevo... ¿Ciudadanos se llama, no? Ese Rivera parece un tío con las ideas claras, además tiene estilo, es joven, habla bien, ¡si hasta le gusta a la abuela! Con su chaqueta, bien vestido, más formal que el coletas... Porque yo a Rajoy no le puedo ya votar, a ver, que al final no lo ha hecho tan mal, entiendo que mis padres lo vayan a volver a votar... ¿la corrupción? ¿los recortes? ¿los parados? ¿el brutal aumento de la deuda? ya, ya, vale, por eso yo no le votaré, ni mis amigos, pero el Rivera éste sí me sirve, sí nos sirve, o incluso el otro, el guapito ese del PSOE, ni me acuerdo de su nombre, qué más da, pero sí, tal vez sea mejor votar a uno de estos dos, que haya un cambio sí, pero tranquilo, que no se note mucho en lo esencial, que no se joda "la recuperación", que todo cambie, sí, pero para que todo siga igual..."

Los votantes como yo llevamos perdiendo años, elección tras elección. Y se acepta. Faltaría más. Ese es el juego democrático, ¿no? Pero lo que ya no es aceptable, lo que es insoportable es el postureo social indecente de algunos. Lo inaguantable es llevar escuchando meses a tanto indignadito de salón para que ahora, a la hora de la verdad, vuelva a inclinarse por la vieja política, por la casta parasitaria, por el sistema fallido. Pues no. El discurso deshonesto no hay por qué respetarlo: no me vendas motos, excusas, ni datos artificialmente retorcidos, votante del PP. No me deslumbres con tu imbecilismo adanista, votante de Ciudadanos. No apeles a tu pasado izquierdista (re)construido, votante del PSOE. Tenéis todo el derecho a votar otra vez a los mismos, a defender el sistema, a defender las políticas liberales que van dejando en los huesos al estado de bienestar. Pero no intentes además apropiarte de la oposición intelectual hacia aquello que con tu voto legitimas: corrupción política a favor de los poderosos, recortes sociales que afectan a los más desfavorecidos y trabajo precario y sin derechos para millones de españoles. Eso es lo que votas. Porque tú, con tu voto, servirás de sostén al sistema. Porque tú, con tu voto, defenderás el tipo de política y de políticos que nos hundió en el barro. Porque tú, con tu voto, solo pretendes, de nuevo, ver si el que se salva eres tú, sin mirar al de al lado, y sin sufrir mucho por él.

12 mayo 2015

La hipótesis Matrix: Pablo Iglesias y Albert Rivera, los Neos de una historia sin épica

No sabemos quién es el arquitecto en esta historia, tal vez porque solo en una película como Matrix se puede encarnar el poder del sistema en un señor pedante con barba blanca. Suele ser un lugar común cinéfilo declarar que Matrix (la primera) es la buena y que Matrix Reloaded (la segunda) es aburrida y prescindible. No estoy de acuerdo. No se puede entender la compleja historia de poder que encierra esta saga sin esa segunda película que, aunque pecara de excesivamente discursiva, ponía patas arriba el arquetípico y simplón esquema argumental de la primera, que incluía estúpidas profecías deterministas y gurús fundamentalistas autoritarios. La clave de Matrix, la trilogía, está en aquella brutal aunque abstrusa conversación entre Neo y el viejo arquitecto, donde este le explica de manera condescendiente al confundido héroe que, en el fondo, no es más que un mindundi, una herramienta del poder para estabilizar al sistema, para canalizar el descontento de los sometidos y poder así descomprimir el sistema de las tensiones internas provocadas por las ansias de libertad de los desheredados sociales. Esa es la bomba de relojería política contenida en una historia a la que la pirotecnia audiovisual termina por dañar y nos hace olvidar la interesante crítica social que plantea. 


La irrupción de Podemos y Ciudadanos en la política española se adapta perfectamente al rol que en Matrix venía a desempeñar Neo. Desde el 15M, y con la crisis en su pleno apogeo, el paro y el descontento calaron por fin en una sociedad, la española, hasta ese momento aletargada por el consumismo y la ensoñación capitalista. A medida que el paro crecía, los sueldos bajaban y los derechos sociales se recortaban, se iba destapando la enorme corrupción de los partidos políticos en el poder y éramos testigos del derrumbe del poder financiero. El sistema, por unos breves instantes, se nos mostraba en toda su crudeza, recordándonos que nunca importaría el bienestar social a no ser que estuviesen protegidos los privilegios de los que más tienen. Desde 2011 hasta 2013 la calle empezó a hervir como no lo había hecho en España desde los ya lejanos años de la Transición. Se organizaron las mareas en defensa de la sanidad y la educación, se organizó la defensa contra los desahucios miserables de bancos sin alma, los ciudadanos se volcaban con los mineros, se rodeaba el Parlamento y triunfaban las marchas por la dignidad. Empezaron a detectarse una mayor virulencia en las manifestaciones, una rabia a veces incontenible, conatos de agresiones a políticos, intentos de ocupación de bancos... Todo ello contrarrestado por una cada vez mayor violencia policial. La gente de la calle, por fin, parecía querer mostrar a los de arriba su hartazgo. De repente, en 2014, impulsados por una innegable capacidad para la confrontación dialéctica, un grupo de profesores de la Complutense, encabezados por Pablo Iglesias, empiezan a tener cada vez más minutos de televisión, transitan de las cadenas marginales a las cadenas del poder (sin que a nadie le extrañe demasiado), y con un discurso cercano, claro y contundente terminan convirtiéndose en los portavoces de una gran parte de esa población que estaba a punto de estallar. En mi opinión no hay duda alguna de que la irrupción de Podemos, a pesar de su discurso antisistema, fue alentada y promocionada por el propio sistema como una forma de controlar la aparición de un estallido social de mayor calado. El objetivo, según esta hipótesis, sería canalizar la rabia incontenible de la gente a través de un movimiento político que permitiera atemperar los ánimos con la promesa de asaltar por fin de las instituciones de manera democrática. Y los muñidores de tal estrategia consiguieron lo que pretendían. Fue un triunfo sin paliativos. Desde finales de 2013 las movilizaciones sociales han caído de nuevo en un triste letargo del que no parecen salir. Los ciudadanos han dejado de salir a las calles a mostrar su enfado y su rebeldía y han vuelto a refugiarse en sus duras vidas y en sus rutinas dejando de lado las luchas colectivas, volviendo a batallar en esas cruentas guerras individuales que el sistema promueve y alienta. Hay un dato que ha pasado desapercibido pero que vendría  a confirmar esta tesis: en 2014 descendieron en un 30% las manifestaciones en Madrid en relación al año 2013. Y en 2015 la tónica sigue siendo sin duda la misma. No es solo que haya menos manifestaciones sino que la asistencia a las mismas ha descendido notablemente y además vuelven a ser aceptables para el sistema: “pacíficas”, poco numerosas y sin conato alguno de la violencia irrefrenable de años anteriores. Vamos a las manifestaciones (si vamos), paseamos, gritamos, cantamos un poco y luego a tomar cervezas. Podemos fue la primera herramienta del sistema para condensar en un enemigo reconocible las aspiraciones de los que querían cambiar las cosas en nuestra época. Iglesias fue el primer Neo de esta historia, alentado por los medios del poder, que otorgaron una cuota de pantalla impensable e inesperada a un partido y a unas ideas que convirtieron los indicios de ruptura social violenta en ejercicios onanistas de tuiteros apoltronados frente a la televisión, jaleando a sus nuevos héroes mientras denostaban a los Marhuendas e Indas de turno, los tontos útiles de un sistema que casi nunca ve necesario dar la cara.

2014 fue un año reparador para los grandes poderes financieros. Volvían a ganar dinero y el sistema ya estaba de nuevo reconfigurado y estable tras los vaivenes de la crisis, olvidadas ya aquellas veleidades de políticos mediocres que volvían a mentir cuando gritaban sin resuello que teníamos razón, que había que construir un nuevo tipo de capitalismo. Las calles se fueron tranquilizando, la macroeconomía entraba de nuevo en número positivos, los ricos volvían a hacer dinero… ¿Y los parados? ¿Y los asalariados? Qué le importa al sistema lo que les pase mientras unos y otros bajen la cabeza, mientras los unos traten de sobrevivir devorándose entre ellos y los otros curren como cabrones, asustados ante el temor de perder el trabajo, mientras unos y otros vuelvan a aislarse y solo suelten su bilis y dejen escapar su dolor en privado. Solo una cosa empañaba el nuevo nirvana del capital en la hundida y depauperada España actual: los enormes errores cometidos por sus corruptas marionetas políticas del PP y del PSOE, unidos a la corriente de ilusión despertada por el discurso regenerador de Podemos, habían aumentado por encima de lo deseable, y peligrosamente, las expectativas electorales del nuevo partido. Y eso era algo que no se podía permitir. Tenían medios más que suficientes para evitarlo. Ahora los pondrían a trabajar en la dirección correcta. De la noche a la mañana, bien entrado 2015, fuimos testigos de cómo, de forma paralela a una campaña de desprestigio a Podemos orquestada para provocar el miedo a ellos en las clases medias, se construía de manera intelectualmente grosera el movimiento a favor de Ciudadanos, un partido hasta ahora inexistente a escala nacional y cuyo discurso apenas daba para construir un altavoz antinacionalista en Cataluña. Albert Rivera sería el nuevo Neo del sistema, aupado a las alturas políticas tan solo con único objetivo: desbancar a Iglesias y a Podemos como alternativas a la vieja política representada por un PP y un PSOE desgastados por tener que asumir en exclusividad la responsabilidad final de una crisis que nunca fue política, sino económica, financiera y de modelo capitalista. Con Ciudadanos hemos asistido a la mayor operación de construcción de una alternativa política en España desde la irrupción de González en Suresnes. Han tenido que montar todo el tinglado con excesiva rapidez y eso ha provocado que pocos puedan creer que su ascenso en las encuestas tenga siquiera que ver con algún anhelo sociopolítico del pueblo (como sí sucedía con Podemos). Ha sido evidente que han contado con la total connivencia de los medios del régimen para construir un discurso que emula punto por punto, en su sumisión a las doctrinas neoliberales del libre mercado, a los discursos de los partidos de la casta pero que, de forma tan asombrosa como triste, ha sido comprado por buena parte de una población desencantada e irreflexiva que parece considerar que el problema se soluciona cambiando las viejas caras por nuevas caras, más jóvenes, menos manchadas por la corrupción. Pero igual de sometidas al régimen.

Y aquí estamos, ahora. A un paso las elecciones municipales y autonómicas. Como en 2011, tras el 15M. Con esa horrible sensación de fracaso de nuevo en la boca. Tal vez  peor incluso que en 2011, cuando la explosión social del 15M desembocó finalmente en la victoria aplastante del sistema encarnado políticamente entonces por el PP. Durante cuatro años hemos sufrido, nos han vapuleado, nos han robado, se han reído de nuestras ansias de cambio, nos hemos levantado, hemos peleado, hemos querido creer que el cambio era posible, que sería con Podemos con lo que daríamos la vuelta a la situación. Y justo llegando a la meta la realidad nos está ya avisando que tampoco ahora será. Es la hora de los cínicos, de esos que siempre ven todo con antelación, de los que nunca se fracasan porque hace tiempo que desistieron de intentarlo. Porque lo que dicen las encuestas es que como pasara en 2011, el sistema va a volver a ganar. Ahora encarnado políticamente en la suma de PP + Ciudadanos (y con el PSOE detrás para ayudar, por si hiciera falta). Y si eso pasa será muy difícil levantarse de nuevo…

A pesar de todo, a pesar de saber que el partido se nos ha puesto muy difícil, de que hagamos lo que hagamos el sistema siempre parece ganar, recordemos por una última vez a Matrix, y el Neo de aquella historia, que sí consigue finalmente dos cosas: un empate difícil a última hora y, por el camino, ponerles nerviosos, tocarles las narices, hacer que se muevan incómodos en sus poltronas…Quedan pocos día para las elecciones, nuestra forma de dar aquel telefonazo, ¿llamamos?

20 septiembre 2013

Imbéciles

Asisto asombrado al histérico alborozo general causado por el inglés pobre y sobreactuado de Ana Botella. Días después los improperios contra un viejo (que es rey) y debe volver a operarse parecerían sacados del humor más casposo de Benny Hill. Recuerdo con asco ciertas reacciones irracionales y miserables al terrible accidente, casi mortal, que tuvo este verano una responsable política madrileña. Caca, culo, pedo y pis. Pero con mucha mala baba, con una crueldad inusitada, sin complejos, sin matices. Y todos descojonados, por el suelo, riendo sin parar, como putos imbéciles, mofándonos de las miserias de los que, al fin y al cabo, no son más que personajes secundarios en el drama real de un país que está destrozado, hundido, en el que cada día somos testigos de los estragos de una crisis que no es ya tan sólo económica, sino también moral. Como no tenemos narices  para salir definitivamente a la calle y destrozar realmente el chiringuito que el capitalismo 2.0 ha construido sobre nuestros cadáveres laborales, parecemos conformarnos de nuevo con eludir la realidad, pero de manera diferente a como lo hicimos hasta hace muy poco. Parece ya inviable poder evadirse de las consecuencias sociales de la crisis y de la realidad que la misma determina, por lo que muchos pretenden volver a escapar de su responsabilidad social participando en un estado de regresión infantil colectivo enfocado a destruir a personas más o menos insignificantes en patéticos linchamientos virtuales que sirvan para sublimar la rabia y la vergüenza por no poder cambiar las cosas. Chistes, fotomontajes, videomontajes, chanzas, insultos… Todos tan ingeniosos como estériles, tan estúpidos en el fondo como brillantes en la forma. Cuando uno se para un momento a analizarlos se siente invadido por la pereza más infinita, la cacofonía es angustiante, nunca nada fue tan plano, tan superficial, tan inútil y tan gilipollas. Sí, estoy hasta los huevos de escucharlos, verlos y leerlos. Nadie puede creer seriamente que de esta ridícula venganza sobre nuestros enemigos ideológicos se pueda obtener algún rédito. Cuánta estupidez y cuánto tiempo derrochado en redes sociales que sólo sirven para amplificar una lastimosa idiocia colectiva. Mientras nos siguen machacando recortando las pensiones, ampliando el copago a enfermos de cáncer, destrozando la educación, privatizando la sanidad… 

Sigamos emulando a Boabdil, aunque de manera diferente: "riamos como imbéciles lo que no supimos defender como hombres".

11 junio 2013

Juego de tronos en Madrid

Madrid, la tierra codiciada. La sede de la capital, el centro del poder, el núcleo del que todo se nutre. Poseer Madrid, dominarlo, someterlo y convertir su gobierno en el modelo a utilizar en el resto de los Reinos. Madrid es hoy el centro de una de las batallas soterradas más brutales de los 17 Reinos. Las diferentes familias que se reparten el poder en ellos desde hace décadas han decidido mostrar todas sus cartas y recurrir a todo tipo de artimañas con el objetivo de posicionarse de manera ventajosa para dar el golpe final y hacerse con El Desembarco del Rey patrio. Después de que durante años La Casa de la Gaviota (“los carroñeros”) dominara con puño de hierro Madrid sin que se vislumbrase cambio posible, la sorpresiva renuncia de la poderosa Esperanza Aguirre, “La Dama de Hojalata”, tras una serie de encontronazos con el actual jefe de la Casa, Mariano Rajoy, “El Rey Plasmao”, incómoda por los corsés que su propia familia le imponía y molesta por el fracaso de sus desmedidas ambiciones, ha desencadenado un efecto dominó con consecuencias imprevisibles. Los carroñeros llevan más de dos décadas controlando la alcaldía y la Comunidad en un sinergia terrible para los derechos sociales ciudadanos, pero justo cuando tras años de oscuridad parecían conseguir su resurrección a escala nacional gracias la elección del cabecilla de la Casa, Rajoy, como Rey de los 17 Reinos, la crisis en el que parecía su feudo más seguro ha abierto una brecha importante en su seno. En este momento el delfín de Aguirre, su chico de los recados, Ignacio González, “Áticus Man”, ha heredado la Comunidad sin que su nuevo liderazgo sea visto con agrado por los leales a Rajoy (al que ya intentó una vez traicionar), mientras que la alcaldía, durante años en manos de Gallardón (“Dos Caras”, íntimo enemigo de Aguirre), quedó tras su marcha en manos de Ana Botella, “La Enchufá”, esposa de Aznar, “ El Rey Loco”, el que fuera líder carismático de La Casa de la Gaviota, que la sacó de décadas de oscuridad para terminar abdicando en un inseguro Rajoy que ahora, traicionando la memoria de su antiguo jefe, no ve nada claro que Botella sea capaz de sostener la alcaldía. Por esa razón parece que desde su entorno han comenzado los movimientos para hacerla caer y sustituirla por otra candidata para las siguientes elecciones. Suena mucho para ese puesto Cristina Cifuentes, “La Rubia de Hielo”, cuyo trabajo sucio desactivando la fuerza inicial de las mareas sociales mediante la represión y la amenaza parece haberla colocado en una excelente posición dentro la Casa. Estos movimientos han despertado la ira del viejo león. Aznar, ha contraatacado dinamitando con discursos demagógicos las bases sociales que han de sostener en el futuro a un Rajoy hoy día muy debilitado.

Mientras tanto, en la antaño poderosa Casa del Puño y la Flor (“los metaprogres”) los sucesivos fracasos electorales, así como las mutuas recriminaciones han generado un enfrentamiento total entre el actual regente de la casa, Alfredo Rubalcaba, “El Caminante Blanco”, con Tomás Gómez, “El Espectro”, el verso libre (que nadie lee) de la Casa, actual líder de la familia en Madrid, que sigue sin darse cuenta de que pocos se lo toman en serio, ya no dentro de su propia Casa, sino entre la propia ciudadanía. En los últimos tiempos Gómez, viéndose acorralado dentro de su propia familia, ha decidido pasar al contraataque y construir un artificioso discurso de izquierdas con el que atacar sin disimulo a su líder, "El Caminante Blanco", Rubalcaba, a pesar de no contar con ningún respaldo dentro de la Casa. Incapaz de conseguir apoyos externos más allá de las fronteras madrileñas ha resuelto reforzar su posición de puertas hacia dentro promoviendo el ascenso de unos de sus hombres fuertes, Antonio Miguel Carmona, “La Marioneta” como posible candidato a la alcaldía. Con este movimiento ataca directamente a Rubalcaba amenazando la posición de uno de los más viejos y leales servidores de éste, Jaime Lissavetzky, “El Insulso”, actual hombre fuerte de la Casa a nivel local. A nadie podría extrañar, por tanto, conociendo la trayectoria de Rubalcaba y su extraordinaria habilidad para transitar por las cloacas del poder sin mancharse, que finalmente él estuviese detrás de la grabación hecha a Carmona en un mitin interno para miembros de la propia Casa, en la que quedaba a los pies de los caballos al confesar que en las tertulias en las que participaba en la televisión iba, en ocasiones,“teledirigido” por otros miembros fuertes de la Casa para hablar de asuntos que desconocía.

Por otro lado nos encontramos con La Casa Roja (“los trasnochaos”) cuya federación madrileña sigue inmersa en otra de sus interminables disputas internas, de esas que le sirven para impedir toda posible renovación intelectual y generacional que pudiera permitirles que se abrieran a nuevos caladeros de apoyos. Los jóvenes de izquierda asisten desolados y consternados a la autodestrucción de una Casa que sigue en manos de los viejos y domesticados lobos, Ángel Pérez y Gregorio Gordo, “Los Fósiles Vivientes”, que han colocado a un tipo del que nadie sabe nada, Eddy Sánchez, “El Hombre de Paja”, como líder nominal de la Casa mientras refuerzan su discurso conformista y anticuado, incapaces de abrirse a los movimientos sociales que se están gestando en el Reino, mientras permiten que un tipo tan indeseable como Miguel Reneses, “El Jeta”, continúe formando parte de sus estructuras de poder.

Finalmente, en los últimos años, ha surgido con fuerza una nueva familia, La Casa del Todocentrismo Populista (“los trepadores”), liderada por Rosa Díez, “La Transformista Iluminada”, antigua aspirante a dirigir La Casa del Puño y la Flor que, tras fracasar en su intento, ser desterrada y tratada como una apestada, rumió durante años su venganza hasta que levantó, piedra a piedra, en torno a su carisma y a su discurso populista, una nueva Casa aprovechándose del desencanto general de parte del pueblo hacia las viejas familias. El rumor de que podría ser la propia líder de “los trepadores” la que se presentase a la alcaldía madrileña ha puesto en jaque la política de la capital de los 17 Reinos, ha enrarecido aún más el ambiente dentro de todas las Casas y han empezado a escucharse en todas ellas ruidos de sables, previos a la gran batalla que se avecina en 2015.

Todo puede suceder. La lucha entre las Casas promete ser brutal pero la que previamente se ha desarrollar dentro de cada una de ellas será fratricida. El miedo puede hacer que El Rey Plasmao decida finalmente prescindir de La Enchufá para colocar a La Rubia de Hielo en un movimiento que enloquecería aún más al Rey Loco. Mientras, El Caminante Blanco intentará usar alguna de sus legendarias artimañas (si aún sigue regentando su Casa para entonces) para denostar a La Marioneta y conseguir que El Espectro se autoinmole antes de llegar a las elecciones para así imponer una vez más su criterio a los metaprogres, que se están hundiendo sin remisión lastrados por su irrelevancia y la falta de discurso propio. Los trasnochaos y los trepadores seguirán al acecho para recoger los frutos del descontento general aunque los primeros aún sean incapaces de decidir a quién presentarán y los segundos sueñen con que su jefa dé por fin el paso adelante y se presente a la alcaldía para por fin catar el poder que ansían.

Pero todos estos enfrentamientos se quedarán en nada si finalmente La Dama de Hojalata se decide a dar el zarpazo final a su propia familia y apoyada por sus leales propone su candidatura (a la que ni El Rey Plasmao podría negarse) a la alcaldía de la capital de los 17 Reinos… Aguirre en la alcaldía y González en la comunidad… El sueño húmedo de ciertos periodistas de la caverna... La Dama de Hojalata vería así como su modelo político, que siempre dijo que se inspiraba en el liberalismo se parecería más, en realidad,  al modelo implantado por el exKGB, Putin, en Rusia. Todo el poder del Reino en sus manos, sin importar el puesto ocupado, manejando todos los hilos, experimentado nuevas políticas privatizadoras, y tal vez, por fin, amenazando el liderazgo del Rey Plasmao 

Winter is coming… to Madrid


12 abril 2013

El funcionario escindido: otro tonto útil

Leo la anécdota en el ameno y clarificador ensayo Keynes vs Hayek, escrito por Nicholas Wapshott. Friedrich Hayek, el que se convertiría en adalid de la rebelión contra el intervencionismo del Estado en los asuntos económicos de los ciudadanos, recién llegado a EEUU, con apenas 24 años y sin posibilidad de contactar con la persona que iba a contratarlo para una universidad norteamericana estuvo a punto de trabajar como friegaplatos en un restaurante para poder mantenerse en EEUU sin que lo deportaran. Finalmente el problema se solucionó y entró a trabajar en la universidad, pasando así a ser un empleado público, uno más, uno de de tantos, de índole intelectual, sí, profesor universitario, de acuerdo, pero un trabajador público más al fin y al cabo cuya labor sólo podría desarrollarse (entonces y ahora) bajo el paraguas del Estado, de su arquitectura institucional. No era la primera vez que trabajaba en el ámbito de lo público, ni fue la última. Ni mucho menos. En diferentes países. En su caso, durante toda su vida. En sus 92 años el famoso economista jamás trabajó para el sector privado (habría tal vez que descontar los poco más de diez años en la Universidad de Chicago, que el autor del libro parece obviar que era privada). Su caso es paradigmático. Es la gran figura, el Messi ultraliberal, aquél al que idolatran todos los liberales dogmáticos, todos los que creen en la posibilidad utópica de un libre mercado ajeno a las interferencias políticas, los que defienden la existencia de un Estado mínimo que no interfiera en el equilibrio “natural” de los mercados. Cuando hablan de Estado mínimo no es difícil establecer a qué mínimo Estado se refieren, claro. Al que los proteja a ellos, a la élite, de los miserables que peleen por su supervivencia.

10 julio 2012

Detrás de la cortina roja


Poco más de seis meses han bastado. Los miembros del gobierno ejercen de marionetas petrificadas de un espectáculo decadente. Sólo pueden balbucear incoherencias que nadie se preocupa por desentrañar. Manotean frenéticamente tratando de llamar la atención, deslumbrados por los focos, incapaces de ver que más allá del escenario apenas queda ya público. Y que el que quedaba se está levantando, hastiado por el patético espectáculo. Pobres locos que intentan reproducir formas políticas ya enmohecidas, muertas para siempre, cuya defunción certifican sus precarios conatos de volver a traerlas a la vida. Ya no hay tiempo. Ya no es tiempo. A nadie convencen, a nadie lideran, ya nadie espera nada de ellos. La democracia representativa es el último gran relato, la última ficción cuyo artificio e impostura ya no son aptos ni para las masas más crédulas. Por eso esta inacción, esta desidia general, esta indolencia intelectual, nadie les pasará factura, ¿por qué? Sólo decepciona aquél del que algo se espera. No es el caso. La chanza es general, la crítica puede parecer descarnada pero lo que domina es el cansancio, un cansancio atroz de una sociedad sin alma, sin proyecto común, sin ideales ni referentes, cínica y descreída. Se sabe engañada, manipulada y apaleada. Le da igual. Sublima infantilmente sus miedos y su tristeza mediante el humor, ese humor urgente, hiriente en el instante pero inocuo y sin alcance más allá de la sonrisa de adhesión, estúpida, del convencido. Perdón, del follower. Twitter como gran escaparate de la mediocridad intelectual de nuestra sociedad: una forma de comunicación rápida y eficaz cuya posibilidad de existencia hubiera hecho temblar a cualquier gobernante en los últimos cien años pero cuya existencia real nos muestra inmisericorde los rasgos más aterradores de la idiocracia instaurada. Salpicada, eso sí, por pequeñas dosis de ese ingenio puntual, tan español, que humilla pero no hiere al fuerte y destruye para siempre a los más débiles. La calle por fin en la red. La red como la prolongación virtual de la barra del bar. Poco más. Los políticos transitan en tierra de nadie. Sus mentiras y contradicciones son ya de un tamaño tan colosal que imposibilitan su análisis crítico. Mienten. Todos los días. Se contradicen. Todos los días. Ellos lo saben, nosotros lo sabemos. Ellos saben que nosotros lo sabemos. Da igual, nada importa, el espectáculo debe continuar. Orwell ya no podría hablar de la neolengua en la sociedad actual. Excepto que inventara el concepto sobre la marcha y se lo gritara escupiendo a otro tertuliano en Sálvame. Todo se sabe ya. Todo el mundo sabe todo y de todo tiene opinión. Su saber ignorante debe valer tanto como el de cualquiera, por supuesto. Y saber de algo no tiene por qué impulsar a nadie para intentar cambiar nada.

Sólo falta que salga el enano bailando para que todo tenga por fin sentido.