26 junio 2007

La infame visita del Rey de Arabia

Visitó nuestro país hace pocos días el rey de Arabia. El rey de un país aliado de EEUU, amigo interesado de Occidente, un país de los más ricos en petróleo del mundo y con el que sería interesante desarrollar acuerdos comerciales. ¿Nada más? No sé, pero ésa es la cara que los grandes medios de comunicación han ofrecido de este vergonzante viaje a nuestro país de este dictador. Sólo hubo que eludir pequeños problemas, detalles tan sólo, que nuestra magna prensa (en general, ya se sabe cuál es el método, se permite la crítica pero no en primera página, no muchas y no de manera continuada) ha preferido minimizar y no darles mayor trascendencia. ¿Que Arabia es un país donde las mujeres están sometidas al machismo islámico imperante, jodidas, sometidas, ninguneadas? Bah, tampoco es para tanto. Ya incidirá la derecha mediática en ello cuando se hable de los terroristas islámicos palestinos. ¿Que la homosexualidad está prohibida y penada severamente?. Bueno, pero ése no es el tema ahora, ya incidirá la izquierda mediática en ello cuando hable de la iglesia católica o de algún Estado conservador estadounidense. ¿Que por supuesto la pena de muerte está en vigor (incluso a menores), la libertad de prensa y de pensamiento no existe y la disidencia es perseguida y asesinada?... Qué pesados, que no es éste el momento... No nos enteramos, no comprendemos cómo se gestionan las cosas importante, pobrecitos utópicos... Ellos ya defenderán todas esas cosas cuando no les importe un carajo el lugar donde suceda, cuando se pueda hacer pose solidaria y garantista, cuando los intereses comerciales no existan. Entonces sí, gritarán, se rasgarán las vestiduras, arrastrarán a la población en su paroxismo, en su defensa vital de los derechos humanos y las libertades básicas... Pero en este caso no. No toca.

El Gobierno, nuestros representantes políticos, a instancias de la Casa Real ha ototorgado el Toisón de oro (máxima distinción honorífica en nuestro país) a dicho rey árabe. El alcalde de Madrid le ha dado las llaves de oro de la ciudad. Y yo miro la foto que coloco en el post, miro a Juan Carlos, pienso en el presidente de la CEOE, en el ministro de industria y demás mandameses económicos de nuestro país (socialistas unos, liberales otros), babeando ante el sátrapa, pensando en los beneficios económicos de la posible relación comercial con Arabia, importándoles un carajo las miserias y barbaridades que permite y promueve en su país. Los miro y sólo puedo sentir asco. También por nuestra propia permisividad como sociedad, por nuestra excesiva maleabilidad, por la falta de valores claros y concretos que impidan a nuestros representantes hacer este tipo de "acuerdos" sin que les pase absolutamente nada. Sin que les castiguemos.

Y me imagino, al tiempo, que fuera a Chávez al que hicieran tanto honores, o a Evo Morales. Y me sonrío malévolamente, al pensar la artillería mediática que se desplegaría a la derecha y a la ¿izquierda? de la prensa y la radio ante tal indignidad, ante tan vergonzante concesión a un "dictadorzuelo bananero de América Latina".

Y lo peor es la cantidad de gente que hace el idiota siguiendo los dictados de los intereses inmediatos mediáticos de nuestras empresas de comunicación, y se solidarizan y se molestan sólo (eso es lo importante, sólo) por aquello en lo que inciden nuestros magnos editorialistas y periodistas. El problema no es la información, su defecto o exceso, sino el tratamiento y la relevancia que se le da.

Por cierto nuestros reyes andan ahora por China, de viaje promocional y comercial. Otro ejemplo de país amante de las libertades y garante de los derechos humanos. Tras tanta transición, tanto halago por su intervención en el intento del golpe de estado, tanta unanimidad en elogiar su figura y su talla política, ahora el Rey de España, en su vejez, ha quedado para esto, para abrazar sátrapas e hijos de puta en bodas, recepciones o partidos de fútbol, y para ser un jodido representante comercial de las grandes corporaciones españolas. Guay, ¿no? El Jefe y máxima representación del Estado español

12 junio 2007

Sobre el cierre de la iglesia roja de Vallecas

Llevo algún tiempo asistiendo, sorprendido, a las discusiones, discursos y discursiones que se están produciendo en foros y corrillos que podríamos denominar de izquierdas, aquí en Madrid, en relación al cierre de la llamada “iglesia roja de Vallecas”. De repente, en personas que jamás habían mostrado una actitud religiosa y que adoptaban actitudes saludablemente agnósticas o decididamente ateas, ha surgido una extraña inquietud, una preocupación terrible ante el ¿intolerable? cierre de la parroquia vallecana. Se han llegado incluso a pedir firmas en los institutos, entre los profesores, para protestar contra esa decisión. Algunos de los que firman llevan años elevando su voz contra los católicos y su percepción de la realidad, siempre excesivamente intervencionista. Ahí estaba de acuerdo con ellos. Pero esta nueva actitud reivindicativa no la comparto. Y no ha surgido espontáneamente desde la nada. Nuestra sociedad (y sus impulsos solidarios) siempre se arrastra persiguiendo el “ejemplo” de supuestas celebridades públicas. En este caso pertenecientes al ámbito progresista como son Guillermo Toledo, el Gran Wyoming e incluso José Bono. Todos se han prestado y han corrido a defender a los curas vallecanos, y la labor social que realizaban en su parroquia. Curiosamente, exceptuando al último de ellos, no se recuerda ninguna actitud, ni declaración pública en la que los primeros hablaran de su fe en el dios de los católicos, se declararan creyentes aunque críticos con los poderes eclesiásticos, y dudo que alguno se hubiera preocupado en su vida por la labor de dicha parroquia. Por el contrario, y ejerciendo su derecho a la crítica y el humor, se les recuerda más bien por sus continuas chanzas o ataques hacia la iglesia, el papa, las creencias y la forma católica de entender la vida y la sociedad.

Siempre he defendido que por tradición y educación (y también por elección final) a muchos les ha quedado un poso de miedo, respeto y duda sobre si merece la pena abandonar por completo las creencias que nos fueron impuestas en la infancia. Tal vez por ello, junto a una saludable crítica y un (más discutible) insulto constante a la posición de las jerarquías eclesiásticas dominantes y sus facciones más conservadoras, y el ejercicio diario de negación pública de la fe, en muchos de los que se declaran fuera de la iglesia católica persiste el temor, la costumbre e inexplicables necesidades espirituales. Y su única manera de seguir siendo católicos sin ejercer de ello siempre surge de la misma cansina manera: defender con tesón inusitada la labor social y la ideología teóricamente revolucionaria de las facciones más progresistas e izquierdistas de la iglesia. Este argumento siempre se ejemplifica (es ya un lugar común) con la ideología de la teología de la liberación. En el fondo de sus corazones necesitan justificar su rechazo diario a dios y a sus “enseñanzas” en la necesidad de oponerse al tipo de iglesia dominante.

Aún a riesgo de generalizar y no tomar en cuenta a aquéllos que hacen una reflexión sincera y profunda sobre sus creencias y el porqué de ellas, muchos otros parecen beber de fuentes de conocimiento tan profundas y argumentadas como “La misión” o “El nombre de la rosa” para pensar que otra iglesia es posible y que han sido la fuerzas oscuras conservadoras las que no la han hecho posible. Parecen no darse cuenta que estos planteamientos, junto a la solidaridad ahora con esa parroquia vallecana, y los intentos de apoyar nuevas formas de organización dentro de la iglesia no les corresponde (no nos corresponde) a aquéllos que con tranquilidad y basándonos en una reflexión sincera no creemos en dios, y mucho menos en una especialización cultural de él, ya sea católica, protestante, judía o musulmana. Y no nos sentimos partícipes de ninguna iglesia, igual que no queremos que ninguna iglesia nos haga partícipes de ella

El tema de la parroquia de Vallecas es un tema interno de la iglesia católica que a mí ni me preocupa ni debe ocuparme. Desde fuera, y poniendo una analogía, entiendo que si yo me apunto a un club privado nudista no es para saltarme sus reglas y vestir en calzones mientras los demás se atienen a ellas y marchan desnudos a mi alrededor. La parroquia se cierra oficialmente por defectos de forma en su liturgia y su catequesis. Aunque otras fuentes apuntan otra vez a guerras internas entres conservadores y progresistas (lo de siempre como siempre) dentro de la iglesia , lo cierto es que comer el “cuerpo de dios” en forma de rosquillas, vestir de calle para dar las misas y hacer la catequesis como les da la gana parecen motivos suficientes para ser expulsados del club, pues contravienen unas normas establecidas que ellos mismos, los creyentes y la jerarquía que mantienen, se han autoimpuesto. Ellos deben discutir entre ellos si son las correctas o no y dilucidar su futuras reformas. Es su problema, no el mío. Estoy (estamos) harto de quejarme (nos) de la intromisión de la Iglesia y los católicos en lo que se entiende que son ámbitos privados, hartos de que quejarnos y luchar contra los peligrosos intentos de la iglesia católica de entrometerse en la moral y la vida privada y pública de los que no pensamos como ellos. Y ahora de repente actuamos como ellos, irrumpimos como ateos o agnósticos en su club, a dictar cómo deben ser sus normas y a explicarles cómo deben organizarse. ¿No parece un tanto incoherente?

Y por cierto, una cosa más para aquéllos que se excusan de manera grandilocuente en que lo que a ellos les mueve es la defensa de la labor social que hacen este tipo de curas en barrios marginales y demás. Admiro como ellos esa labor. Y la aplaudo. Pero imagino que pueden seguir haciéndola como asociación vecinal. Es más, defiendo que la labor social de la iglesia tantas veces alabada en todo el mundo está contaminada por el interés espurio de tratar de conseguir adeptos a su causa. El binomio solidaridad-evangelización ha sido una constante en esa labor de la iglesia católica y personalmente estoy totalmente en contra de esa perversa asociación y de sus lamentables consecuencias.

De manera que todos aquellos que sin pertenecer a la iglesia católica se echan las manos a la cabeza por el cierre, se acercan en plan progre izquierdista para que eches una firmita contra Rouco, o comulgan con una rosquilla tras diez años sin acercarse a una iglesia, debieran tal vez hacérselo mirar; o reflexionar un rato y darse cuenta que igual su agnosticismo o ateísmo no son más que mera fachada virtual, acorde con los tiempos, pero en el fondo siguen creyendo en dios. Tal vez debieran entrar de nuevo en el club y tratar de cambiar las cosas desde dentro. Por una lado serviría para aclarar el número de ateos reales que somos y con los que contamos realmente para aparcar a las religiones lo más posible en el ámbito privado de cada cuál, y lo más lejos posibles de las decisiones globales que afectan a los que no se adaptan a sus idiotas y estrictos planteamientos morales; y por otro lado su labor, diaria y no exhibicionista y puntual, a lo mejor serviría para tener una iglesia católica menos sectaria e intervencionista. Pero que lo hagan desde dentro. Desde fuera, a mí me la suda que cierren o no una iglesia más en Vallecas. Bueno no, miento.

Me gustaría que cerraran todas. Por falta de clientes.

25 mayo 2007

Treinta años de Star Wars

Hoy se cumplen treinta años de su estreno. Un estreno que se producía tres días antes de mi propio nacimiento. En el Teatro Chino de Nueva York proyectaron el 25 de mayo de 1977 por primera vez Star Wars, tan mal y entrañablemente traducida en nuestro país como La Guerra de las Galaxias, naciendo entonces un fenómeno popular a escala mundial, un fenómeno transgeneracional y transnacional, un maravilloso cuento que aún a día de hoy permanece vigente y que ya pertenece para siempre a la memoria colectiva de todos nosotros. Eso dice la historia. La leyenda cuenta que siendo solamente un bebé estuve en el cine, en los brazos de mi madre, cuando estrenaron la película en España, algún tiempo después. Y ya lo dijo John Ford, cuando la leyenda supera a la realidad no se debe dudar, se imprime siempre la leyenda.

Pero nada de eso importa. El tiempo depende del sistema de referencia que se utilice, y en eso uno es muy personal. Star Wars no nació para mí en ese mayo del 77, ni cuando dicen que acudí a su estreno. Nació el 28 de febrero de 1989. En ese momento tenía solamente 11 años, a unos meses de cumplir los 12. Mi casa era un enjambre de hermanos, todos peleando por encontrar su sitio cada día y abrumando la casa con su inevitable presencia. El mayor estudiaba en un mesa de conglomerado sobre la cual un débil foco iluminaba cada noche cuatro camas de una pequeña habitación. Seguramente ese día pasó por su vida sin notarlo. Otro hermano, más joven (contaría entonces con unos 17 años), estaba en ese momento crítico de todo adolescente donde una reunión familiar frente al televisor es un síntoma inequívoco de una debilidad imposible de asumir, por lo que se limitó a informarnos a los pequeños que esa noche ponían un película muy buena que no debíamos perdernos. Tampoco sé que significó ese día para él. El resto de hermanas se dividió en dos lógicos bandos opuestos, entre las que pasaron del tema y las que se dispusieron a ver la película con alegría. No recuerdo nada más de ese día. De hecho no recuerdo a nadie más que a Migue, mi hermano pequeño, y a mí viendo esa película aquella noche. Los demás, lo demás, dejó rápidamente de importar. No era muy tarde cuando en el televisor de mi casa, en la recién nacida Canal Sur, sonó la fanfarria de la 20th Century Fox, se hizo el silencio y aparecieron unas letras amarillas que ponían STAR WARS, debajo apareció El Imperio contraataca, y mientras sonaba un brutal y espectacular tema musical, unas letras que desaparecían al fondo, en el espacio, me explicaron nosequé de una alianza, de un tal Luke Skywalker y de un malvado Imperio. Algo que había pasado hacía mucho, mucho tiempo, en una galaxia muy lejana. Qué más pedir. Qué más contar. Ahí empezó todo. Ahí nació el mito. Seguramente mientras me iba a la cama junto a Migue con los ojos como platos porque no podíamos creer lo que habíamos visto.

Posteriormente, con la dificultad que suponía no tener reproductor de VHS, llegaron las visiones de El Retorno del Jedi y, algún año más tarde, tras incluso haberme leído la versión novelada de la película, pude ver el comienzo de la saga (la que después sería llamada Una nueva esperanza pero que entonces sólo se conocía por La Guerra de las Galaxias). Vi la película en casa de un amigo que era capaz de recitar el texto de Greedo cuando hablaba con Han Solo en la cantina de Moss Eisley, o de imitar a la perfección los pitidos de R2D2 o los ruidos de las naves. El veneno estaba ya en la sangre, inoculado lentamente, creándome una afición que marca de alguna manera mi vida, que forma parte de mi memoria sentimental, que me ha otorgado momentos de intensidad emocional brutal, de puro gozo sin limitación, sin ataduras, como sólo un capullo de 14 o 15 años que quiere abrirse su propio camino en una familia de nueve hermanos puede sentir ante algo que considera su más maravilloso tesoro, algo propio, personal y sólo compartido realmente con otro capullo más, Migue, compañero de juegos y putadas.

El hecho ya comentado de no tener reproductor de vídeo fue curiosamente clave para mantener viva y pura la llama de la afición. Si lo hubiéramos tenido, tal vez me habría pasado como a tantos otros que con la edad inadecuada dispusieron del vídeo para literalmente quemar y visionar mil veces las películas hasta el lógico hartazgo final. Eso no me pasó a mí. Esperaba con la dedicación, devoción y paciencia de misionero que me pusieran cualquiera de las tres películas por televisión. Esperaba que un domingo que me quedara en casa a estudiar, y sin haber leído la prensa, aparecieran esa mágicas letras amarillas a las tres y media en un zapping rápido por los bodrios habituales que programaban a esas horas... siempre la misma idea... quizás fuera hoy... Fue por entonces, con 13 o 14 años, cuando descubrí las posibilidades de la música de cine para transportarme allí donde yo quisiera, con unos auriculares, en una cama, en una casa en la que habitaban once personas y en la que estar solo era físicamente imposible. Fue en un supermercado, rebuscando en una caja de cintas a bajo precio, cuando encontré una que literalmente me hizo estremecer. Era una grabación de John Williams con la Orquesta Sinfónica de Londres que contenía una recopilación de los mejores temas de la trilogía. No me lo podía creer. Allí estaba yo, en un momento donde no se hablaba de Star Wars en ningún sitio creyendo, como un arqueólogo, que había encontrado el Santo Grial. En ese momento pensé (bendita ingenuidad infantil, aún no conocía la capacidad comercial de George) que tal vez jamás pudiera encontrar otra grabación similar de la música de unas películas que ya entonces tenían entre 10 y 15 años. Tal fue mi pensamiento entonces y mi lógica reacción: "las cintas se degradan con el paso del tiempo y las sucesivas escuchas... ¿solución?... ¡Me tengo que comprar dos!". Así fue. Recuerdo llegar a casa, acostarme en la cama y ponerme a escuchar la música. Pocas veces después he sentido tanto placer con casi nada que haya hecho como el que recuerdo que sentí escuchando el tema central, la Marcha Imperial o el tema final de la primera película de Star Wars. Mientras escribo, vuelvo a escuchar esa música tantos años después. La hostia.

Con los años descubrí que George me permitiría tener muchas veces esa música en distintos formatos y grabaciones, pero aquellos momentos de descubrimiento fueron impresionantes e inolvidables. La música de cine desde entonces se convirtió en otra de mis aficiones, por su capacidad de despertarme emociones cinematográficas sin necesidad de estar viendo físicamente las películas. 

Han, Leia, Vader, Luke, Obi-Wan, Chewbacca, Yoda, R2D2, C3PO... llevan ya casi veinte años acompañándome, fieles compañeros de viaje, abandonados en mi cerebro, esperando siempre ser devueltos al primer plano por alguna circunstancia casual, como ha sido hoy el día de su cumpleaños, para entrar de nuevo con fuerza en alguno de mis días. He disfrutado mucho con Star Wars, mucho. Con mis colecciones, viendo las películas, esperando las secuelas, reconfortándome con su música. No hay tanta magia en la vida diaria para no reconocer lo genial que es sentir sin más, sin causas objetivas racionales, sin análisis crítico o intelectual. Disfrutar. Sonreír. Recordar. Sin nostalgia.

Hoy, 30 años después de su estreno, le rindo éste, mi pequeño homenaje.

06 mayo 2007

Lo que piensa Aguirre sobre la educación

Sólo hay que leer la respuesta que da Aguirre, presidenta de la Comunidad de Madrid, a la pregunta del periodista del ADN sobre las acusaciones de favorecer a la educación concertada y privada, para conocer el enorme daño que las políticas educativas del PP están haciendo a la educación pública madrileña. El desmantelamiento de la estructura de centros públicos y su conversión en muchos casos en mero refugio de la inmigración que no acepta la educación concertada (con notables excepciones, claro), lleva camino de convertirse en Madrid en un proceso sin posible retorno. Las negritas en la repuesta son mías


Dice la oposición que usted favorece la escuela concertada. Como ejemplo ponen los nuevos barrios: ha creado 5.000 plazas concertadas frente a 1.500 públicas.
"La educación pública tiene el 80% de la inversión, y la enseñanza bilingüe está en 147 colegios públicos y la ampliaremos a 50 institutos. Desconozco esos datos que comenta, pero el gobierno del PP defenderá la elección de colegio que los padres hagan. El 53% de las familias quiere concertados. No creemos en la escuela única, pública y laica porque los padres quieren una concertada, gratuita, en la que se enseñan valores religiosos, o valores como el mérito, el estudio y el esfuerzo."

Ahí está la clave, si la responsable del gobierno y de la redistribución de los impuestos en Madrid piensa que la escuela concertada enseña valores como el mérito, el estudio y el esfuerzo, me gustaría preguntarle qué considera entonces que enseña la pública: ¿el valor del enchufe, la pereza y la cultura del mínimo esfuerzo?

Lo más peligroso no es que lo piense. Dudo que lo haga. Es peor. Lo que pretende es que esa idea se extienda entre la población, que la recuerden esos padres asustadizos y temerosos que a la hora de elegir sigan optando por potenciar el gran negocio de la concertada y dejando de lado lo que debiera ser un bien social y comunitario: la defensa de una misma educación pública para todos, que reciba los impuestos que todos pagamos, redistribuya las problemáticas sociales, y se ajuste a las necesidades de los niños de este país para que reciban la mejor formación posible

28 abril 2007

Historias docentes

Una de las cosas que más me ha sorprendido en mi regreso voluntario de mi exilio laboral autoimpuesto de los últimos años, han sido las conversaciones ocasionales que se establecen en un instituto entre los profesores. Recordaba vagamente de mi paso de puntillas y sin mancharme por la hostelería tutifrutiense, cómo cualquier detalle, roce, frase o hecho anecdótico se convertía en una bola gigantesca de la que posteriormente se estiraba el hilo. Así, algo que realmente había sido una tontería se convertía en centro de conversaciones que duraban horas y llenaban los horribles vacíos que la jornada laboral de una cafetería imponía. La tontería se transformaba en un conflicto terrible y, como políticos en el Parlamento, se establecían conversaciones muy serias y tensas que casualmente terminaban girando en torno al hijoputa del dueño o el pelota del compañero no afín al grupo mayoritario. La historia se repite.

Desde el principio este año me decanté por interpretar un papel de observador en la jungla docente. Si a eso se une que por educación familiar siempre soy muy correcto en las formas y que al pasármelo muy bien con mi trabajo no llego todos los días con una cara de amargado sino con una sonrisa y un comentario jocoso, muchos compañeros y compañeras se han formado un buena falsa opinión sobre mí. Se confunde la amabilidad con la falta de ideas.

Porque pese a ser una año de análisis, acumulación de datos y obtención de experiencias y reflexiones educativas, a lo largo del mismo se han producido una serie de situaciones que han desembocado en tres o cuatro encontronazos de ideas con algunos compañeros. Para mí no dejan de ser discusiones puntuales que al día siguiente tengo olvidadas; porque simplemente se producen debido a que existen diferentes visiones de ver y vivir la educación, y porque entiendo que tras más de treinta años de profesor muchas veces tan sólo queda la rutina y el fracaso. Pero los demás no olvidan. Y no hablo de los contrincantes. Sino de los otros compañeros. Ante la falta de un conocimiento personal suficiente como para hablar de temas interesantes, por tiempo o simplemente porque de donde no hay no se puede sacar, se te acercan muchos de ellos para comentar la jugada de ayer, de hace un mes o de hace cinco meses. Y la bola se agranda y se agranda. Y me dicen que no entienden que con lo majo que parezco me meta en esos líos y me cree esos enemigos. Lo que traducido significa que vaya a lo mío, que soy nuevo y no me meta en jaleos. Los escucho con cierto desprecio. No me conocen pero me dan consejos. Y el consejo no es que defienda en lo que creo sino que me meta en mi agujero y deje hacer. Anorexia de espíritu. Observo demasiada falta de él en los profesores. Me aburre todo esto. Me aburre escuchar hablar mal de los demás cuando no están. Me aburre tener que fingir que escucho a alguien que se viene a meter con otro porque como yo también me enfrenté a él entiende que soy su aliado. Cuando a lo mejor a estas alturas de la que estoy realmente harto y evito por los pasillos es a esta otra persona.

Y observo como se forman alianzas. Como las conversaciones y los chistes giran en torno al enemigo de este año. O de este mes. O en torno al enemigo común: los alumnos. Hablaré en otra ocasión sobre el conflicto perpetuo profesor-alumno. La guerra fría, el enfrentamiento tenso, las batallas ganadas. O perdidas. Es sorprendente. En este campo aún alucino como la expulsión de una alumno de clase por alguna tontería puede terminar desembocando en un espectáculo de nervios y gritos por parte de...¡los profesores!... "¡¡Es que me ha mirado mal!! ¡¡Es que se está sonriendo!!" Joder que son unos putos críos. Cabrones o no, son unos jodidos críos... ¿Cómo te puede afectar tanto lo que hace un capullo que aún no es ni adolescente?

No me puedo quejar. También hay otros compañeros con los que sí se pueden establecer conversaciones ocasionales divertidas o interesantes. Son un bálsamo necesario entre tanto adolescente hormonado e intenso, o tanto crío gritón y con pocas ganas de ser educado. Aunque después, en el seno de los grupos ocasionales que se crean, al llegar a una masa crítica de profesores, todo esto se diluye y volvemos a ser tan adolescentes como nuestros alumnos. Tan vacíos, insustanciales e intensos como ellos.

Curioso.

09 abril 2007

Regreso telúrico

Al descender el avión a través de las nubes, la isla apareció de repente, cálida y acogedora, saludándome de nuevo como si no hubieran pasado cinco años desde nuestro ultimo encuentro. Algo que nunca confesé a nadie fue que mientras viví allí, durante casi tres años, las pocas veces que regresé a la península siempre lo hice con cierto aprensión, con ganas por ver a mi gente sí, pero sin ser capaz de encontrarme a mí mismo en la que tantos años había sido mi casa ni entre aquéllos que habían sido mi entorno; mientras que al regresar, en cuanto divisaba de nuevo Tenerife, la paz, la calma y el sosiego se instalaban otra vez dentro de mí, como si de alguna forma ver el Teide recortado en el horizonte mientras los aviones descendían y se acercaban a Los Rodeos, tranquilizara mis obsesiones, atenuara mis miedos y confirmara mis decisiones. No duró mucho, no. Durante los últimos meses de mi estancia allí, Tenerife se convirtió en una nueva cárcel de la que había que escapar para seguir creciendo sin estancarme, como antes había sido Sevilla. Pero durante más de dos años fue no sólo mi hogar, sino el escenario vital donde realmente me encontré a mí mismo y terminó mi formación adultescente.

Cinco años después, sin darle excesiva importancia volvía, ahora de turista, con dinero, sin un objetivo determinado, sólo para reencontrar, disfrutar y pasear por lo recovecos de mi isla.

De esta semana pasada en Tenerife, dos días quedan marcados por su intensidad, dos días seguidos en los que los recuerdos estallaron en mi cabeza y reaparecieron con fuerza inusitada. El primero de ellos fue el día que visité a La Laguna. Aún conociendo como ser las suele gastar mi memoria, me sorprendió la intensidad y la calidad de los recuerdos que obtuve al pasear por sus calles, al reencontrarme con sus rincones, al otear las fachadas de las casas en las que viví, caminar por los pasillos de la facultad en la que estudié, acercarme al centro de cálculo en el que tantas horas pasé, o tomarme una copa donde hace años ya la tomé. Se convirtió en un recorrido pausado, tranquilo y consciente por una parte fundamental de mi vida, un recorrido aderezado de una nostalgia interesante, a la que llegaba sin pena por lo perdido, sin pena por lo que fue, sino con alegría y cierta sorpresa, como la que un niño siente al redescubrir los juguetes que le hicieron feliz años atrás, mientras los toca y los mira con simpatía, recordando mediante el tacto y la vista lo feliz que fue con ellos aún siendo consciente de que hoy día son otros los juguetes que le pueden hacer alcanzar una felicidad semejante. Durante ese día yo toqué y miré con fruición La Laguna.

El segundo día fue cuando volví a Benijo. Descender con el coche por la costa de Anaga admirando sus acantilados recortados, contemplando esos pueblecitos que parecen siempre a punto de deslizarse por las laderas de las montañas volcánicas, disfrutando de la visión de ese mar tan azul que incluso daña a los ojos, fue de nuevo, años después, un espectáculo natural inigualable. Bajar del coche para subir a pie parsimoniosamente al Restaurante el Frontón, testigo de tantas conversaciones y tantos silencios, y atalaya inigualable desde la que disfrutar de esa costa, fue todo un ceremonial, emocional y emocionante, que finalizó mediante un vistazo fascinado desde su terraza a la Playa de Benijo, mientras el viento azotaba mi rostro y sólo las gaviotas eran capaces de articular sonidos a la altura del entorno. Después, inevitablemente, llegó el momento de disfrutar del mítico pulpo frito de El Frontón, para terminar pidiendo la no menos mítica copa de anís y acabar esa parte de la tarde apoyado, en silencio, en el muro de la terraza, bebiendo a pequeños sorbos ese suero del recuerdo, mientras admiraba otra vez, más de cinco años después, el paisaje de uno de los lugares fundamentales por los que he caminado.

Aparecen indelebles, tal y como eran, aquellas personas que pasaron por tu vida en semejantes lugares. Transitan por mi memoria igual que hace cinco años aún cuando algunos estén más calvos, otros más gordos, a algunos ya ni los vea y otros se hayan convertido parte casi de mi día a día, o incluso de mi familia. Y lo mejor es que el tiempo sólo me deja lo mejor de cada uno de ellos, lo interesante, lo divertido, lo valioso. Y mientras el anís transitaba raudo por mi garganta y la segunda copa aparecía por arte de magia en mi mano, mi mente, juguetona y excitada, los veía. Os veía. Y os recordaba como sólo ella ya es capaz de recrearos: el pesimismo entrañable y la sinceridad descarnada de Danisev; las risas, los gritos y las conversaciones infinitas de Juanma; la amistad, las vivencias compartidas y los tranchetes de Sergio; la pausa, las sonrisas y los intensos regresos de DaniMad; los silencios repletos de palabras de Roi; el trabajo y la perseverancia de Lola; la no amistad más amigable y enriquecedora posible de Jaime; la obsesión por las mujeres y los proyectos de Jon; la sobriedad, la tranquilidad y la constancia de Iñaki; el catolicismo militante junto a una cara más oscura y divertida de DaniMur; la bravura y las borracheras de Ibán; el esfuerzo, el entusiasmo y la vehemencia de Paula; la voz suave y cálida de Maca; la alegría y las ganas de vivir y viajar de Migue; el negro y el anarquismo como extraña forma de vida de MigueCNT; las ganas de juerga y la sorpresa ante otra vida de SergioR; los silencios inquietantes y las miradas vacías de Alex; el aire fresco no astrofísico que supuso Annia; las visitas repletas de conversaciones y madrugadas de copas de mi hermano Juanma; el trascendente paseo a Benijo con mi hermano Migue; la ayuda desinteresada y las borracheras más radicales y repletas de adrenalina de mis compañeros del Tuti; el rencuentro final con Nola; las frustraciones y la lealtad de Judith; la conversión momentánea a otra forma de disfrutar la vida de Luis... y por supuesto Carolina, sus conversaciones infinitas, la sonrisa perpetua en su boca, su capacidad innata para superar dificultades y acometer crisis personales de las que salir renovada, sus saltos al vacío, su feminismo desafiante, su visceralidad ante los desacuerdos, los últimos seis años junto a ella...

El anís se acababa. Carolina requería ya mi atención, ésa que cada cierto tiempo disperso. La playa de Benijo (sus rocas más bien) esperaban un último paseo antes de abandonar el lugar. No había tiempo ni ganas para recordar el lado oscuro de aquéllos que recordaba con cariño, además ¿para qué? Todos hemos sido, somos y seremos miserables en algún momento de nuestras vida, cometemos y cometeremos errores, se producen desacuerdos, alejamientos, vacíos, odios puntuales... Todo eso el tiempo lo diluye. Es de idiotas recordar lo malo cuando hay tanto bueno que no se debe olvidar.

Al día siguiente desde la ventanilla del avión que me traía hasta mi presente eché un vistazo final a mi pasado, satisfecho y feliz, reconociendo errores, pero plenamente consciente de que soy quien soy, mejor o peor, gracias a esos tres años pasados en Tenerife, esa isla que se iba convirtiendo lentamente en un puntito en el horizonte y a la que sabía que no volvería en mucho, mucho tiempo.

28 marzo 2007

El puto café

El problema no es que el presidente del gobierno no conozca el precio de un jodido café. De nuevo se yerra al poner el acento en la anécdota de corto recorrido y poco calado. El problema es que ante una de las únicas preguntas importantes, directa e insistente, a la que fue sometido (referida a la pérdida de poder adquisitivo del español medio) se encontró sin recursos, sin capacidad de improvisación, mostrando la realidad de una política y unos políticos desconectados de la sociedad y de los ciudadanos, mostrando la mediocridad intelectual de aquél que se da cuenta que tiene que dar una respuesta pero cuya debilidad de carácter, el miedo al error, el miedo al fracaso, le impiden utilizar los recursos que cualquier conferenciante de medio pelo posee para no sólo salirse por la tangente si se desconoce la respuesta, sino para ofrecer una alternativa apabullante y densa con la que parezca que se contesta a la pregunta aunque en el fondo no se tenga ni puta idea.

A mí me importa un carajo que sepa o no el precio del café, de hecho la elevación de la anécdota a noticia sí que debe preocuparnos como un nuevo ejemplo de la "infomación analítica y sesuda" que estamos recibiendo. A mí lo que me preocupa, es recordar esos dos segundos de duda, esa cara de desconcierto del presidente del gobierno, esa incapacidad de solucionar ese miniconflicto planteado que le apartaba de la senda habitual de la jerigonza política, del lenguaje de las palabras grandilocuentes y de los discursos escritos por otros. Dos segundos que quedan clavados en mi memoria televisiva, que me hicieron sentir esa vergüenza ajena que a uno le invade cuando observa como alguien va a cometer indefectiblemente una tontería mayúscula fruto de su incompetencia.

Dos segundos, y después: "80 céntimos... aproximadamente"

Joder. Lo peor es ese adverbio final... Todavía retumba en mis oídos...

16 marzo 2007

Un mundo paralelo

Me cuentan unos amigos que la mensualidad de la hipoteca les ha subido en los últimos tiempos 200 euros. Estamos hablando de una vivienda situada no precisamente en el centro de Madrid, por la que estaban ya pagando más de 1200 euros mensuales. Aún no hay rebelión, ni cabreo, sólo un poco de miedo y hastío. Las subidas aún son asumibles para bolsillos (siempre que sean bolsillos de pareja) con sueldos por encima de 1500 euros mensuales. Pero comienzan a exigir contención en el consumo diario: en las copas, en el cine (bendito emule, dirán muchos), en los viajes, en la compra de regalos...

He escrito que son asumibles... Es lo que tiene la fuerza de la costumbre, terminamos aceptando tantas cosas que carecen de sentido... Pagar 1400 euros mensuales por una casa cualquiera de menos de 100 metros cuadrados...

Estos días, en las páginas de interior de los periódicos, alejadas de los gritos y riñas de patio de colegio sobre algo que llaman política que pueblan las primeras páginas, se podía encontrar la brusca caída de las bolsas de EEUU provocada por el enfriamiento del mercado inmobiliario y el miedo a una mayor morosidad hipotecaria. Sin ser en absoluto especialistas, sabemos las interrelaciones que existen entre las distintas economías del mundo occidental. Estas semanas atrás las bolsas españolas han sufrido enormes fluctuaciones, los expertos hablan de la retirada de fondos del negocio del ladrillo, incapaz ya de seguir ofreciendo los beneficios que los grandes capitales desean obtener. Todo esto queda apartado de los grandes titulares, sólo se cuenta para especialistas en tertulias especiales. A los demás, pobres mortales, nos mantienen entretenidos contando y recontando manifestantes en las calles y ¿analizando? cuestiones sociales tan interesantes y vitales como las que anoche se discutían en las diferentes tertulias radiofónicas: Un juez no ve condenable circular a 260 Km/h por las autopistas (SER), indignación católica ante las fotos pornográficas y blasfemas subvencionadas por los socialistas extremeños (COPE) o la ¿vital? manifestación en Navarra que permite a todos repetir hasta la saciedad los argumentos políticos plenos de anorexia intelectual que llevamos escuchando cada día en esta legislatura (SER, COPE, ONDA CERO...)

El miedo a la inflación en la zona euro seguirá haciendo subir el euribor. Otro cuarto de punto, otro cuarto de punto... Tal vez en algún momento se invierta la tendencia pero sólo para recordarnos que la amenaza siempre estará ahí. Porque los sueldos no tienen pinta de que vayan a mejorar y que se sepa las hipotecas ya son casi todas a más de 25 años. ¿Cuándo llegarán los primeros casos serios de morosidad hipotecaria? ¿Qué pasará si ante ellos los bancos comienzan a endurecer las condiciones de préstamo de hipotecas?

Mientras tanto seguiremos preocupándonos y manifestándonos por lo verdaderamente importante : excarcelación con 15 meses de antelación de un terrorista que cumplía una condena por escribir dos cartas, cuarto aniversario de la invasión de Irak (también llamada "recordemos todos lo malo y facha que era Aznar, así no nos preocuparemos en solucionar los problemas actuales") y sigamos crispándonos un poquito más.

08 marzo 2007

Sólo cine

Con este corto se homenajea al cine. Al estilo del montaje de besos que el entrañable Alfredo hiciera al niño que fue, Salvatore, en Cinema Paradiso, en el corto aparecen (o eso dicen) 470 cortes de películas, todos o casi todos perfectamente reconocibles. Ganador del óscar en 1986, fue revisado por el propio director (Chuck Worman) en 1994 para conmemorar los cien años del cine. Un disfrute.

06 marzo 2007

Sexo, mentiras y Hollywood

boomp3.com

Hace pocos días finalicé el extenso libro que Peter Biskind escribiera hace un par de años sobre los entresijos y las entrañas del cine independiente norteamericano. Partiendo del punto de inflexión que supuso el triunfo y el éxito de Sexo, mentiras y cintas de video en el Festival de Cannes de 1989, y tras hacer un breve repaso a los años oscuros y radicalmente coherentes de los 80, Biskind vertebra su relato mediante la descripción minuciosa del ascenso imparable de Miramax y la evolución, desde la nada, del festival de cine independiente de Sundance. A su alrededor hace desfilar ante el lector infinidad de personajes, productores y ejecutivos (generalmente casi desconocidos, pero algunos verdaderas almas o asesinos, de muchas de las películas que más nos han emocionado en los últimos casi veinte años), comenta la creación, el desarrollo y en algunos caso la muerte, de una decena de distribuidoras y productoras independientes que pretendieron emular o enfrentarse al monstruo Miramax, y se relatan multitud de anécdotas laborales, algunas brutales, otras divertidas e incluso muchas totalmente surrealistas, extraídas de cientos de conversaciones que Biskind hiciera a directores, guionistas, productores y humildes trabajadores de la que ha sido sin duda la época más brillante y popular del cine independiente americano.

Igual que hiciera con su espectacular (y más fácil de leer, por centrarse principalmente en la figura de los directores) trabajo sobre el cine norteamericano de los 70, Moteros tranquilos, toros salvajes, Biskind se apoya en infinidad de datos y detalles, mediante los cuales en este caso, intenta explicar y dar su visión de los porqués de la evolución del término independiente en el cine estadounidense. Desde cuando significaba una alternativa radical, en temática y presupuestos, al cine convencional y meramente comercial, y tenía tan sólo pretensiones de ser un cine de autor, sabiéndose minoritario y especial, hasta que termina convirtiéndose en una parte más del pastel de las grandes corporaciones del mundo del cine, un apéndice que no hay que despreciar pues aporta prestigio y sello de calidad. Es decir, hasta que se empieza a producir y distribuir bajo el paraguas de las grandes productoras, con la consigna de que el producto debe tener ese estilo artístico (e incluso social) de las películas independientes clásicas, debe tener esa voz personal del director, pero suavizando las posibles aristas, endulzando en definitiva el producto final, con la aquiescencia de muchos directores jóvenes, que comenzaron a ver la creación de sus primeras y polémicas películas como meros escalones iniciales para después plegarse y acondicionarse a la industria clásica de Hollywood.

Leído transversalmente, el libro es la biografía laboral y personal de los hermanos Weinstein, los fundadores de Miramax, y principalmente del motor emocional de ellos y de la empresa: Harvey Weinstein. De entre las páginas del ensayo emerge su figura titánica, carismática, malencarada, manipuladora. Un tipo brutal a veces pero dotado de una pasión desmedida por el cine y los negocios, una dualidad que lo terminan haciendo comparable a alguno de los míticos productores de la época dorada de Hollywood como O´Selznick. Igual que sucedía con el personaje de Kirk Douglas en Cautivos del mal, todo el mundo odia y aborrece a Miramax y a Harvey, a lo que representan, pero nadie es capaz de negar su enorme importancia en la distribución, difusión y popularización del cine independiente, y todos terminan por tener que admitir, aunque sea con la boca pequeña, que nadie nunca había arriesgado y apostado tanto por ese otro tipo de cine.

Partiendo del mítico y sobrevalorado festival de Sundance y de su figura clave, Robert Reford (que no sale muy bien parado en las páginas del libro), Biskind describe cómo el cine independiente pasó de las oscuras y pequeñas salas de arte y ensayo a convertirse en un fenómeno social y mayoritario gracias principalmente a las agresivas tácticas de promoción de Miramax y de empresas como October que siguieron su senda. Pero al mismo tiempo se convirtió pronto en un mercadillo de egos y fama, un caladero donde las grandes compañías rápidamente comenzaron a echar el anzuelo para renovar su nómina de directores con nuevas voces personales de jóvenes que estaban más que dispuestos a ser domados y se mostraban deseosos de labrarse una carrera como directores de películas convencionales. Entre los ejemplos más evidentes, Bryan Singer (director de la estimable Sospechosos habituales, tras la cuál ha terminado haciendo Xmen o Superman returns) y Christopher Nolan (tras hacer Memento fue contratado para dirigir Batman begins). Otros, que creyeron firmemente que sus películas no podían ser convertidas en meros productos, quedaron varados a la orilla del éxito, ninguneados y olvidados, mientras que algunos como Richard Linklater (Antes del amanecer, A Scanner darkly), lograron sobrevivir a duras penas manteniéndose lejos de los oropeles y el dinero de Hollywood.

¿Cuál fue el principio de todo? ¿Dónde se originó esta dinámica un tanto indecente y desde luego negativa para la calidad del cine norteamericano? Dos puntos de inflexión marca Biskind en su ensayo. El premio en Cannes a Steven Soderbergh por Sexo mentiras y cintas de video, que puso a lo indie en el escaparate comercial, supuso el comienzo de la gran fama de Sundance y dejó entrever las posibilidades económicas de este tipo de películas; y la irrupción de Tarantino, principalmente con Pulp fiction (también ganadora de la Palma de oro de Cannes), película que significó el espaldarazo definitivo a Miramax y el comienzo de una nueva etapa en su fulgurante carrera, en la que pasó de distribuir en EEUU pequeñas joyas extranjeras (Cinema Paradiso, Delicatessen, Mi pie izquierdo, Juego de lágrimas) o independientes norteamericanas (Reservoir dogs, Clerks), a convertirse en productora de éxito con películas oscarizables pero ya menos arriesgadas, mas edulcoradas, como Shakespeare in love, Chicago, Cold Mountain o las historias almibaradas dirigidas por Lasse Hallström.

El resumen lógico de todo lo que pasó tal vez esté en estas palabras que dice con cierta melancolía Allison Anders, directora y amiga de Tarantino, perteneciente como él a la que se llamó clase del 92, porque habían estado juntos en Sundance ese año presentando sus primeros filmes: “Cuando Pulp Fiction tuvo ese primer fin de semana escandalosamente bueno todos pensamos que era bueno para Quentin y sería bueno para nosotros. Pero en realidad esa victoria fue en cierto modo, el principio del fin para los demás, porque son pocas películas independientes que pueden competir de la misma manera.”

Lo cierto es que a partir del enorme éxito mediático de Tarantino muchos jóvenes cineastas norteamericanos dejaron de soñar tan sólo con hacer su película, con mostrar su voz, con contar lo que tenían dentro al mundo. De repente quisieron convertirse en los nuevos Tarantinos, en los nuevos Kevin Smith, la idea estaba clara, el camino definido: hacer una película de bajo presupuesto pero que tuviera algo especial que llamara la atención de los magnates de la industria. El efecto tal vez fue un poco perverso, se perdió seguramente la naturalidad y la tranquilidad de saber que lo que hacían no iba seguramente a tener mayor trascendencia que algún paupérrimo estreno en alguna sala de cuarta categoría. Ahora la alfombra roja del festival de Sundance, por ejemplo, es un escaparate mediático que llega a todas partes del mundo.

Como ya pasara con su anterior ensayo, el nuevo libro de Biskind se lee con una extraña mezcla de admiración por la pasión que demuestran tantos talentos en sus comienzos, y de cierto asco cuando las cuestiones económicas y comerciales adquieren una excesiva preponderancia que hace atenuar e incluso perder voces personales y películas valiosas. Se acaban sus páginas como en aquél, con la sensación inexorable de que los sueños y la pasión terminan sucumbiendo al tiempo, al dinero y al ego.