28 agosto 2007

En la muerte final de Umbral

Se está convirtiendo en un verano de fosas y obituarios. La peña parece morirse más fácil en verano. Es lo que tiene el descanso. Cuando son los becarios quienes han de hacerse cargo de las páginas anoréxicas de los diarios, que esperan con hambre la vuelta al cole de sus mayores. Y éstos sólo mandan alguna crónica perdida y frívola desde la tumbona, que eso del wifi se extiende que es una barbaridad. Crónica frívola o necrológica sentida. No es tan difícil cambiar de tercio cuando parece que estamos siempre a la caza de un muerto que nos permita utilizar esos adjetivos elogiosos, desconocidos para los vivos. Se muere Umbral. Dicen hoy que del todo. Pero se venía muriendo un poco cada día desde hace ya algunos años. Es lo que tiene la enfermedad, te mata un rato cada amanecer porque te pone fecha de caducidad. Y claro, a nadie le gusta parecerse a un yogurt envasado. De cronista del Madrid de la movida a momia con vida de la misma. Veinte años no son nada. Salvo para el que envejece contándolos. Yo me encontré con Umbral más tarde. Cuando ya no era tan progre, o eso decían. Claro, ya no escribía en El País y se había fugado con Pedro J. Recuerdo como devoraba sus columnas en aquellos primeros años universitarios cuando de manera inexcusable empezaba El Mundo por la última página, su hogar, y después, sólo después, visitaba otras columnas para asistir a los golpes dialécticos que a izquierda y derecha se regalaban entre sí un más joven Losantos con el inefable Luis Solana, o la mesura de Manuel Hidalgo con el entonces ácrata (ya hoy reconvertido) Gabriel Albiac. Pero siempre, sobre todos, se erguía un Umbral aún en plena forma, presto a utilizar su ironía, su memoria y su prosa fragmentada sólo para que yo lo leyera, allí, en el autobús de las montañas, a codazos para poder desplegar el periódico, sorbiendo cada gota de su literatura, aislándome con él de sudores y cuerpos apilados. Después vendrían Las ninfas y Mortal y rosa. Con ellos la confirmación de leer algo diferente, incluso sobrecogedor. Mientras yo lo amaba los demás me venían con gracietas sobre su enfrentamiento con la Milá a causa de su libro. Aún hoy se le recuerda más por esas tonterías que por su literatura. País de analfabetos. Hacía ya unos años que no empezaba El Mundo por la última página, no estaba dispuesto a escuchar los estertores de un muerto envejecido y enfermo. Hoy para recordarlo no leo sus últimas columnas ni recurro a lo que otros cuentan sobre él. Me quedo con el recuerdo proustiano de aquellas columnas leídas, ensoñadas, jóvenes para mí, maduras para él. Y recurro a algún pasaje subrayado hace ya más de diez años:

El cine barato y sin tiempo es el refugio negro y cálido de los que vagamos al atardecer por la ciudades de nieblas, el rincón vaginal donde el hombre acorralado por la vida va a parar cada anochecer, cuando todo queda en suspenso y él ve con claridad indeseada que sus existencia no va a ninguna parte, que no tiene amigos ni dinero ni amantes ni nada que hacer en todo el planeta. Son esos claros que hace la existencia, de pronto, esos remansos donde se enlaguna el tiempo, ocasiones que debieran aprovecharse para meditar en el propio destino y en el destino de la humanidad, pero que nadie aprovecha, pues nadie quiere ver con demasiada evidencia lo que hay cuando cierran las tiendas, se van los amigos y se duermen las preocupaciones: nada

Las ninfas

Estoy oyendo crecer a mi hijo

Mortal y rosa

19 julio 2007

Léolo

Fue la última película proyectada dentro de un mal llamado cinefórum, en el instituto Volvimos a estar solos. El grupo de profesores que lo organizamos y presentamos las películas. Durante todo el año hemos sido incapaces de arrastrar a nuestros alumnos a ver otro cine. Sin presión, por placer, como complemento necesario a su educación cultural. Pero el capitalismo se lo hemos metido en vena a estos chicos. Desde que pisaron por vez primera un centro educativo. Si no se ponen notas, si no hay premio inmediato... ¿para qué? Cuesta sacarles de la alienación utilitarista. La escuela es el lugar donde obtendrán los certificados necesarios para empezar su carrera laboral. ¿Cómo no lo van a tener claro? Sólo hay que escuchar a sus familias. ¿Y el resto de profesores? Se ofrece la posibilidad gratuita de disfrutar de una sala con proyector que permite una visualización casi de cine. No parece suficiente ¿Para qué si ellos pueden pagar el cine? Si rascas la superficie del argumento... ¿para qué gastar dinero en el cine si puedo verlo en la televisión de plasma de mi casa? Un poco más ... ¿para qué comprar o alquilar películas si me las puedo bajar del emule cuando quiera de forma gratuita?... y apurando finalmente la idea... ¿para qué perder el tiempo con el cine?

Proyectamos Léolo, una petición de un alumno que no asistió. Una película de Jean Claude Luzon, estrenada en el 1992 y considerada ya de culto por muchos. Por mí entre ellos. Muchas películas van desgastándose en mi cerebro con el paso del tiempo, van perdiendo fuerza al desaparecer el impacto inicial; algunas llega incluso a avergonzarme o extrañar el hecho de haberlas defendido o alabado. No pasa eso con Léolo. Su impacto crece y crece con vigor dentro de mí. Sentado, entre tinieblas, casi en soledad, paladeé de nuevo cada fotograma. Porque sueño no lo estoy, porque sueño no lo estoy, porque sueño...

Léolo en un niño que resplandece entre la inmundicia y sordidez del entorno que le rodea, el barrio miserable donde su extraña y enferma familia sobrevive. No es una historia de pobreza y redención. Es un poema visual, un homenaje a la resistencia humana ante lo inevitable, un tratado terrible sobre la locura y en última instancia una apasionada defensa de la necesidad de escribir, sin ninguna razón, sin ningún objetivo, sin la vanidad del que piensa que hace algo trascendente, sin el exhibicionismo del que vuelca su alma en un papel con ánimo de permanencia. Léolo escribe para salvarse de la locura que acecha a su familia, un grupo de despojos sociales abocados a un terrible y cercano final, mientras viven un presente oscuro y pavoroso donde lentamente, uno a uno, van sucumbiendo a las tinieblas de la sinrazón. Un islote mantiene a la familia en pie, sólo uno, pero poderoso: la madre y esposa, grande e incansable en su cruzada por mantener a flote los restos del naufragio, y que asiste, sin ceder a la desesperación, a la destrucción de su familia. Sólo Léolo parece aguantar, ayudado por una imaginación desbordante que le aleja de la miseria que le rodea y que, paradójicamente, también le impide relacionarse con los demás de manera natural. A salvo, sí, pero en soledad. Siempre solo. El niño que defiende con ardor que no es hijo de su loco padre y que fue un tomate fertilizado en Sicilia el que inseminó a su madre, pasea su infancia ante nuestros ojos, al lado de un enorme y rico grupo de freaks que el director retrata con enorme cariño, con una curiosa mezcla de sutileza y vulgaridad. El niño que quería obligar a su madre a que le llamara por su nuevo nombre, Léolo, por sus ascendencia italiana, ve como finalmente la realidad putrefacta invade paulatinamente más y más recovecos de su vida, apartando a su imaginación, arrinconándola, destruyendo su imperio interior que va siendo conquistado por una sordidez vital indeseable y destructiva. Hasta que llega una noche que ya no la encuentra como refugio, una noche que ya no encuentra a Italia, no encuentra a su amor, y se queda solo, solo con su locura.

Al final sólo queda el grito desesperado de una madre que se aferra a un último intento de salvar a su niño de las garras de la inconsciencia, adentrándose en su universo interior, aceptando que sólo ahí puede sobrevivir. Una madre que grita por fin lo que tantas veces le pidieron, un nombre, sólo un nombre:¡¡¡Léolo!!!

Las luces de la sala se encienden poco a poco... Porque sueño no lo estoy, porque sueño no lo estoy, porque sueño...


18 julio 2007

La conjura de los necios (¿o son miserables?)

El periodista lo escribe con determinación, sin que parezca avergonzarse por presentar tan ruines y falsos argumentos, sin ninguna concesión al análisis sosegado y racional. O tan sólo al análisis. Comienza su extenso artículo, pretendidamente de fondo, de la siguiente forma: “La asignatura Educación para la Ciudadanía se resume así: intoxiquemos a los adolescentes en colegios y escuelas para que cuando cumplan dieciocho voten al PSOE”. Con dos cojones.

El periodista es cuestión no es un cualquiera, el artículo no se escribe en algún patético blog burdamente liberal o conservador de Periodista Digital, ni es una columna del absurdo Jorge Valín en Libertad Digital. No, el periodista no es un joven desconocido con ansias de hacerse valer en el renovado panorama mediático conservador, ni un vocero agitador de los que están haciendo carrera en los últimos tiempos. No, el tipo en cuestión es académico de la lengua española, ha sido director de éxito de varios periódicos, donde escribe semejante sandez es en la revista cultural semanal que cada jueves se vende con El Mundo, y su nombre es Luis María Ansón. Sólo un necio indocumentado o un miserable que únicamente busca la confrontación directa y enardecer de manera indigna a las masas, manipulando a su antojo la realidad y los datos, puede escribir lo entrecomillado anteriormente. Y Ansón no es un necio.

El Gobierno actual quiere educar a los adolescentes no para la ciudadanía sino para que voten al PSOE y se alineen contra la Iglesia”. Lo tiene que repetir líneas después, reforzando así la anorexia intelectual de sus tesis contrarias a la dichosa asignatura. El resto del artículo lo dedica a glosar sus propias excelencias como alumno resistente al falangismo sociológico (…”los religiosos marianistas permitían el pitorreo generalizado con que recibíamos al profesor entusiasta y sus enseñanzas falangistas”), a utilizar nuevos y estrambóticos argumentos que rayan la indigencia intelectual para apoyar sus ideas (“En la España actual sería impensable que (la asignatura) no se instrumente a través de profesores elegidos cuidadosamente, muchos de los cuales se convertirán en una especie de comisaros políticos”), para terminar llamando a la “resistencia cívica” contra su implantación en el currículo académico de nuestros alumnos.

El ejemplo sirve para constatar nuevamente el bajísimo nivel actual del periodismo de este país, capaz de escribir lo que le viene en gana sin que se le ocurra en ningún momento contrastar las tonterías que dice. Un periodismo que vive de las rentas en un presente tremendamente cochambroso, de momias varias por un lado, y jóvenes con más ganas de hacer méritos ante ellas que de promover la necesaria regeneración y renovación de las plumas de la prensa escrita nacional por otro. Entre los que fueron y ya no son (aunque hagan malabarismos para mantenerse en el candelero) y los que debieran ser pero malgastan su tiempo y sus columnas al servicio de los otros, la prensa escrita muere un poco cada día.

Alejándome ya de los patéticos estertores de periodistas amortizados y con un pie en la tumba escrita, se hace necesario un primer análisis de Educación para la Ciudadanía, menos sesgado y más humilde. Porque lo cierto es que sólo ahora que están empezando a salir los primeros libros de texto de la asignatura podemos hacernos una idea clara de cuáles serán los contenidos que se impartirán en ella, más allá de sus ejes programáticos. Personalmente, que un tipo tan sensato e inteligente cuando habla de educación (aún discrepando con él en algunas de sus ideas educativas) como José Antonio Marina (ninguneado por “conservador” por los progres de salón, aquéllos que terminan llevando a sus hijos a los concertados, y ahora machacado por la derecha sociológica más radical debido a su apoyo a la creación de Educación para la Ciudadanía) apoye y haya coordinado alguno de los libros de esta asignatura, me parece un prueba si no concluyente, sí tranquilizadora respecto al desarrollo programático de esa lista de principios básicos que al parecer se quieren establecer en la enseñanza de nuestros jóvenes alumnos. Se trataría básicamente de educarlos en valores comunitarios, sociales, solidarios. En enseñar el valor de la diferencia y de la libertad para ejercerla mientras no provoque daños a terceros (¿hay algo más liberal que esto?). Hacerles comprender las normas básicas en las que se basa nuestra convivencia y nuestro sistema político. Resumiendo, se trata de instruir cívicamente a nuestros cachorros, adentrándoles en las normas básicas de la tribu, en el respeto a los demás y en la necesidad de convivir con otras formas válidas de entender el mundo. Que tienen que conocer y respetar. Tal vez estas enseñanzas debieran estar en manos de la sociedad y el entorno más cercano (no necesariamente sólo la familia) de los alumnos. Pero éstos han hecho dejación de funciones en los últimos tiempos y se muestran apáticos y descuidados, ignorando que la educación de los jóvenes compete a todos y que no está tan sólo en manos de la familia (aunque ésta deba ejercer el papel principal), pues el resultado final de la educación será un ciudadano formado (o no) que tendrá que convivir con otros, conociendo sus derechos y sus deberes. Tristemente parece que se hace necesario que la escuela asuma esa función ante el citado fracaso.

No es cuestión de apoyar sin paliativos que sea la escuela la que se deba ocupar de dichas enseñanzas. Pero no por los motivos que la Iglesia o gente como Ansón utiliza y manipula. El temor (mi temor) es que esta asignatura termine convirtiéndose en una nueva maría que acompañe a otras como Religión, Sociedad Cultura y Religión,Transición a la vida adulta, Imagen y expresión, Taller de artesanía, Expresión corporal, Canto coral y demás absurdeces y tonterías que pueblan el currículo de la ESO, repleto de horas finalmente perdidas por los alumnos, en detrimento de enseñanzas realmente formativas para ellos. Pero la imbécil sospecha ansoniana de crear una asignatura para publicitar y fomentar el modo de pensar socialista se desmonta fácilmente mediante varios argumentos. En primer lugar el desconocimiento de cómo se establece en la escuela pública el reparto de las horas y las asignaturas en cada departamento, sin intervención posible de los poderes públicos, además de la (saludable) existencia de pluralidad ideológica en los claustros de los profesores de la educación secundaria; la seguridad de que en pocos años el PP volverá a gobernar el país (aunque sólo sea por un problema de higiene democrática, como en 1996) y podría ejercer en su beneficio ese imposible poder alienante sobre los adolescentes que tanto preocupa y ocupa a nuestro insigne académico; lo curioso que resulta no darse cuenta ni hacer notar que será la educación concertada, mayoritariamente católica, la que tiene realmente la posibilidad de introducir esos “profesores comisarios a los que teme Ansón, ya que los puestos de trabajo de los profesores en este tipo de centros siempre dependerá de su necesaria sintonía con la dirección ideológica del centro concertado o privado en cuestión, sin posibilidad de oponerse a malas prácticas ni de denunciarlas a riesgo de ver en peligro su sustento y el de sus hijos ( ¿no se dan cuenta los padres de mi generación, que son hijos de la educación pública, que al fomentar y apoyar la concertación de la educación, con sus miedos y ambiciones, son cómplices y promotores de la nuevas viejas formas de manipulación social y religiosa, y del dirigismo y el pensamiento único que tendrán que soportar sus hijos?); por último se observa (tal vez por la edad) la incapacidad del periodista de comprender el muro de contención inicial que los adolescentes actuales (con muchos problemas sí, pero con nuevas virtudes) presentan ante todo aquello que no les competa directamente, no se les explique racionalmente y no se les justifique intelectualmente.

No tengo ninguna esperanza especial con la nueva asignatura. Lo cierto es que no es más que un parche que sirve para discutir y gritar mucho y muy alto (igual que con el tema de la religión en las escuelas), pero no sirve para solucionar nada en el proceso de descomposición de la educación pública en este país. Una descomposición producto, entre otras cosas, de la tradicional cobardía, falta de ambición y preocupación real de unos gobernantes y los intereses espurios de otros, de los miedos y el racismo sociológico de las nuevas generaciones de padres patéticamente protectores con sus hijos, y de la falta de profesionalidad, la pereza, y las malas prácticas de ciertos profesores de la educación pública, excesivamente acomodados y verdaderos parásitos sociales algunos de ellos en espera de la jubilación dorada, exigiendo derechos y asumiendo pocas responsabilidades.

16 julio 2007

Un país de feos: los portadores de grasa

Escondido tras unas gafas oscuras, uno observa al mundo sin pudor. Bajo la sombrilla, la camiseta puesta y la crema solar impregnando mi cuerpo (¿aún me sorprende no ponerme moreno?) oteo el horizonte con gestos de cazador, pero en busca de otro tipo de presas. El objetivo es detectar gestos, actitudes, relaciones o situaciones. Pretendo hacer un ejercicio de sociología playera de andar por casa. La profundidad de los resultados será una basura pero las risas están aseguradas. Con los años las incesantes advertencias sobre el peligro del sol y las ansias de comodidad han variado el paisaje turista de la costa. Aunque siempre hubo sombrillas y señoras que trasladaban su cocina, las tortillas y a su suegra junto al mar bajo ellas, ahora parece haberse impuesto definitivamente su necesidad, y todo el personal arrastra penosamente una o dos sombrillas cada mañana hasta el lugar prefijado (a poder ser el mismo cada día) en el único ejercicio que harán en todo el día. Por supuesto siguen viéndose chicas que, cuál filete precocinado, proponen un necio vuelta y vuelta diario, sin protección y a pleno sol, durante horas, para obtener en pocos días el ansiado colorcito que les hará más deseables y les acercará un poquito más al ansiado melanoma. Además, en lo últimos años la sombra de las sombrillas se ha llenado de sillas de todo tipo: bajas, altas pequeñas enormes, tumbonas… Parece que se ha conseguido un imposible: la arena casi no se toca. Molesta un poco al llegar, sí, y mientras se monta el chiringuito, pero una vez colocado el potencial bañista en su silla, la arena parece mirar desde abajo con pesar, como éste elude su desesperante contacto, y la margina a ser ocasional molestia que un accidente o alguna pelota de algún crío puñetero pueda provocar. Las sombrillas además ya no se vuelan aunque el viento azote la costa, los pequeños inventos se suceden y algún día alguien encontrará petróleo debido a la profundidad que se alcanza al clavar los artilugios que se incorporan al tradicional palo del paraguas solar. Al carajo las bonitas estampas de ese tío desesperado corriendo como un imbécil tras su bonita sombrilla floreada. El macho ibérico continúa siendo desplazado; ya no es necesario ni para clavar con fuerza. Cuando tampoco lo sea para enclavar…

Y ahí, debajo de la sombrilla, tras una gafas oscuras, bajo la camiseta e impregnado de crema protectora, uno observa desfilar a España. No la de los políticos, ni la de los nacionalismos. Ni la de los medios de comunicación. No la España que falsea la realidad cuando se prepara y se arregla para salir un viernes noche, ni la que tarda en abrir la puerta de casa porque debe vestirse y ponerse guapetona. No, la verdadera se muestra sin tapujos, como es. La playa es la verdadera pasarela de la vida, donde voluntariamente nos mostramos casi sin ropa, donde ya no podemos engañar a nadie y menos a nosotros mismos. Desde mi atril sombrillero y mis gafas escaneadoras he comprendido y constado una verdad descorazonadora. Frente a mitos e imágenes prefabricadas la playa nos desnuda y nos muestra tal y como somos. Y sin duda, sin paliativos, somos un puñetero país repleto de feos. De feos y de gordos. Gordos fofos o tirillas esmirriados.

En esta ocasión me centraré tan sólo en los poseedores de grasas superfluas. Afortunadamente alguna vez alguna chica de buen ver atravesaba mi campo visual oxigenando mi extenuante investigación. Lo repito, somos un jodido país de feos y cuidamos nuestros cuerpos menos que Espinete. Es una verdad incómoda. El modelo de cuerpo que nos vende la televisión no existe, deben ser cyborgs construidos para que pensemos que es posible una barriga tipo tabla de planchar. Pero desde mi silla, bajo mi sombrilla, el hombre medio español a partir de los cuarenta es un tipo que se tambalea sobre unas chanclas baratas, que viste (por decir algo) algún terrible bañador de un único color (estridente a poder ser) o floreado, cuyo elástico suele quedar a la altura de la última zona sin grasa de su cuerpo (es decir por encima de sus partes nobles), y que a veces se protege con una gorra demasiado pequeña para su cabeza que le han regalado en el taller donde le hacen la puesta a punto al coche. Por encima del elástico del bañador emerge orgullosa la panza, el mondongo, la barriga cervecera y descuidada, que se presenta con diferentes variantes, todas ellas realmente nada sensuales. Me obligué a catalogarlas en una mañana en la que olvidé los periódicos en casa. Éste es un resumen de mi investigación:
  • En primer lugar aparecen las barrigas pequeñas, incipientes y fofas, que son las que suelen presentar aquellos que, sin abusar de la comida, hace años que dejaron de hacer deporte (aunque seguramente cada año renuevan la ilusión de que volverán a hacerlo). Son los protogordos, a los que cualquier descuido alimenticio convertirá en candidato a ocupar algún rango superior en el escalafón. Su caminar es algo más rápido que los de sus compañeros, pero al sentarse o agacharse no pueden ocultar la fatal flaccidez de unas carnes que vivieron tiempos de mayor tensión.
  • Posteriormente aparecen las que denomino barrigas contundentes. Su aspecto es compacto, surgen desde debajo del tórax, formando una parábola eterna que promete un futuro memorable y un presente repleto de hamburguesas. Estas barrigas obligan a sus dueños a adoptar la clásica postura paseante del gordo, con sus manos entrelazadas tras la espalda para equilibrar el exceso de grasa localizado en la zona delantera, y conseguir que su centro de masa se desplace un tanto hacia atrás, permitiéndole así continuar erguidos.
  • Tras ellas nos encontramos con las superbarrigas, que sólo se muestran en todo su esplendor en las zonas costeras pues el resto del año suelen ocultarse bajo ropas amplias. La presentan tipos de una estatura más bien pequeña, cuya cabeza aún siendo de tamaño normal ya empieza a parecer al observador extrañamente pequeña debido a la desproporción con el resto de su cuerpo. En estos especímenes se observa el comienzo de una extraña fusión entre la cabeza y el tórax, además de la desaparición gradual del cuello. Sus carnes, libres de ataduras corpóreas, se balancean desafiantes, orgullosas, oscilando vehementemente al ritmo del caminar necesariamente firme (para no terminar rodando) de sus dueños por la arena. Estos barrigudos suelen ser más coquetos que el resto y se atreven incluso con algún complemento que acompaña a su horrible bañador: una camisa barata, a cuadros, con los botones sin abrochar (por imperativo físico), que al principio del paseo vuela libre mecida por el viento, pero que tras unos minutos bajo el sol es inevitablemente atrapada por el sudor de la grasa que intenta contener, quedando húmedamente abrazada para siempre a las carnes de su dueño.
  • Por último sólo quedan las hiperbarrigas. Son arrigas etéreas en las que la mirada se queda atrapada por el balanceo rítmico de sus carnes. El bañador de los afortunados que las poseen casi se hace innecesario, pues queda semioculto, casi invisible a unos ojos inexpertos, escondido por una cascada de carne que como una enredadera busca el suelo en su movimiento, asumiendo el inevitable tributo gravitatorio con majestuosidad y orgullo. Estos tipos ya no consiguen enlazar sus manos tras la espalda (demasiado amplia), pero suelen poseer unas fuertes y cortas piernas que consiguen soportar el peso del cuerpo y su cadencioso vaivén. A veces se agrupan en manadas y su presencia conjunta evoca alguna imagen documental de una playa repleta de leones marinos. El tiempo se ralentiza a su paso. Sus brazos, no proporcionados al resto de su enorme cuerpo, se balancean desvalidos, a ambos lados de tan memorable masa, y la única imagen que le viene a uno a la cabeza es la de un Jabba The Hutt en tanga, de turismo en alguna playa perdida de Tatooine.
Todos pasean despacio por el borde del mar, con sus radares encendidos y sus flexibles cuellos dispuestos prestos al giro al paso de las chicas que muestran sus pechos ante sus ojos sonrientes. Durante un mes, o un fin de semana, la dignidad impostada a lo largo de una año se desvanece; los trajes, las corbatas, los coches, la falsa clase desaparece, y sólo quedan ellos y la realidad divertida de un país que no es el que se muestra por la televisión, un país repleto de gente que come en demasía (a veces desaforadamente), que se cuida muy poco desde el punto de vista físico y que está a años luz de lo que Hollywood y el porno nos venden como sueño.

26 junio 2007

La infame visita del Rey de Arabia

Visitó nuestro país hace pocos días el rey de Arabia. El rey de un país aliado de EEUU, amigo interesado de Occidente, un país de los más ricos en petróleo del mundo y con el que sería interesante desarrollar acuerdos comerciales. ¿Nada más? No sé, pero ésa es la cara que los grandes medios de comunicación han ofrecido de este vergonzante viaje a nuestro país de este dictador. Sólo hubo que eludir pequeños problemas, detalles tan sólo, que nuestra magna prensa (en general, ya se sabe cuál es el método, se permite la crítica pero no en primera página, no muchas y no de manera continuada) ha preferido minimizar y no darles mayor trascendencia. ¿Que Arabia es un país donde las mujeres están sometidas al machismo islámico imperante, jodidas, sometidas, ninguneadas? Bah, tampoco es para tanto. Ya incidirá la derecha mediática en ello cuando se hable de los terroristas islámicos palestinos. ¿Que la homosexualidad está prohibida y penada severamente?. Bueno, pero ése no es el tema ahora, ya incidirá la izquierda mediática en ello cuando hable de la iglesia católica o de algún Estado conservador estadounidense. ¿Que por supuesto la pena de muerte está en vigor (incluso a menores), la libertad de prensa y de pensamiento no existe y la disidencia es perseguida y asesinada?... Qué pesados, que no es éste el momento... No nos enteramos, no comprendemos cómo se gestionan las cosas importante, pobrecitos utópicos... Ellos ya defenderán todas esas cosas cuando no les importe un carajo el lugar donde suceda, cuando se pueda hacer pose solidaria y garantista, cuando los intereses comerciales no existan. Entonces sí, gritarán, se rasgarán las vestiduras, arrastrarán a la población en su paroxismo, en su defensa vital de los derechos humanos y las libertades básicas... Pero en este caso no. No toca.

El Gobierno, nuestros representantes políticos, a instancias de la Casa Real ha ototorgado el Toisón de oro (máxima distinción honorífica en nuestro país) a dicho rey árabe. El alcalde de Madrid le ha dado las llaves de oro de la ciudad. Y yo miro la foto que coloco en el post, miro a Juan Carlos, pienso en el presidente de la CEOE, en el ministro de industria y demás mandameses económicos de nuestro país (socialistas unos, liberales otros), babeando ante el sátrapa, pensando en los beneficios económicos de la posible relación comercial con Arabia, importándoles un carajo las miserias y barbaridades que permite y promueve en su país. Los miro y sólo puedo sentir asco. También por nuestra propia permisividad como sociedad, por nuestra excesiva maleabilidad, por la falta de valores claros y concretos que impidan a nuestros representantes hacer este tipo de "acuerdos" sin que les pase absolutamente nada. Sin que les castiguemos.

Y me imagino, al tiempo, que fuera a Chávez al que hicieran tanto honores, o a Evo Morales. Y me sonrío malévolamente, al pensar la artillería mediática que se desplegaría a la derecha y a la ¿izquierda? de la prensa y la radio ante tal indignidad, ante tan vergonzante concesión a un "dictadorzuelo bananero de América Latina".

Y lo peor es la cantidad de gente que hace el idiota siguiendo los dictados de los intereses inmediatos mediáticos de nuestras empresas de comunicación, y se solidarizan y se molestan sólo (eso es lo importante, sólo) por aquello en lo que inciden nuestros magnos editorialistas y periodistas. El problema no es la información, su defecto o exceso, sino el tratamiento y la relevancia que se le da.

Por cierto nuestros reyes andan ahora por China, de viaje promocional y comercial. Otro ejemplo de país amante de las libertades y garante de los derechos humanos. Tras tanta transición, tanto halago por su intervención en el intento del golpe de estado, tanta unanimidad en elogiar su figura y su talla política, ahora el Rey de España, en su vejez, ha quedado para esto, para abrazar sátrapas e hijos de puta en bodas, recepciones o partidos de fútbol, y para ser un jodido representante comercial de las grandes corporaciones españolas. Guay, ¿no? El Jefe y máxima representación del Estado español

12 junio 2007

Sobre el cierre de la iglesia roja de Vallecas

Llevo algún tiempo asistiendo, sorprendido, a las discusiones, discursos y discursiones que se están produciendo en foros y corrillos que podríamos denominar de izquierdas, aquí en Madrid, en relación al cierre de la llamada “iglesia roja de Vallecas”. De repente, en personas que jamás habían mostrado una actitud religiosa y que adoptaban actitudes saludablemente agnósticas o decididamente ateas, ha surgido una extraña inquietud, una preocupación terrible ante el ¿intolerable? cierre de la parroquia vallecana. Se han llegado incluso a pedir firmas en los institutos, entre los profesores, para protestar contra esa decisión. Algunos de los que firman llevan años elevando su voz contra los católicos y su percepción de la realidad, siempre excesivamente intervencionista. Ahí estaba de acuerdo con ellos. Pero esta nueva actitud reivindicativa no la comparto. Y no ha surgido espontáneamente desde la nada. Nuestra sociedad (y sus impulsos solidarios) siempre se arrastra persiguiendo el “ejemplo” de supuestas celebridades públicas. En este caso pertenecientes al ámbito progresista como son Guillermo Toledo, el Gran Wyoming e incluso José Bono. Todos se han prestado y han corrido a defender a los curas vallecanos, y la labor social que realizaban en su parroquia. Curiosamente, exceptuando al último de ellos, no se recuerda ninguna actitud, ni declaración pública en la que los primeros hablaran de su fe en el dios de los católicos, se declararan creyentes aunque críticos con los poderes eclesiásticos, y dudo que alguno se hubiera preocupado en su vida por la labor de dicha parroquia. Por el contrario, y ejerciendo su derecho a la crítica y el humor, se les recuerda más bien por sus continuas chanzas o ataques hacia la iglesia, el papa, las creencias y la forma católica de entender la vida y la sociedad.

Siempre he defendido que por tradición y educación (y también por elección final) a muchos les ha quedado un poso de miedo, respeto y duda sobre si merece la pena abandonar por completo las creencias que nos fueron impuestas en la infancia. Tal vez por ello, junto a una saludable crítica y un (más discutible) insulto constante a la posición de las jerarquías eclesiásticas dominantes y sus facciones más conservadoras, y el ejercicio diario de negación pública de la fe, en muchos de los que se declaran fuera de la iglesia católica persiste el temor, la costumbre e inexplicables necesidades espirituales. Y su única manera de seguir siendo católicos sin ejercer de ello siempre surge de la misma cansina manera: defender con tesón inusitada la labor social y la ideología teóricamente revolucionaria de las facciones más progresistas e izquierdistas de la iglesia. Este argumento siempre se ejemplifica (es ya un lugar común) con la ideología de la teología de la liberación. En el fondo de sus corazones necesitan justificar su rechazo diario a dios y a sus “enseñanzas” en la necesidad de oponerse al tipo de iglesia dominante.

Aún a riesgo de generalizar y no tomar en cuenta a aquéllos que hacen una reflexión sincera y profunda sobre sus creencias y el porqué de ellas, muchos otros parecen beber de fuentes de conocimiento tan profundas y argumentadas como “La misión” o “El nombre de la rosa” para pensar que otra iglesia es posible y que han sido la fuerzas oscuras conservadoras las que no la han hecho posible. Parecen no darse cuenta que estos planteamientos, junto a la solidaridad ahora con esa parroquia vallecana, y los intentos de apoyar nuevas formas de organización dentro de la iglesia no les corresponde (no nos corresponde) a aquéllos que con tranquilidad y basándonos en una reflexión sincera no creemos en dios, y mucho menos en una especialización cultural de él, ya sea católica, protestante, judía o musulmana. Y no nos sentimos partícipes de ninguna iglesia, igual que no queremos que ninguna iglesia nos haga partícipes de ella

El tema de la parroquia de Vallecas es un tema interno de la iglesia católica que a mí ni me preocupa ni debe ocuparme. Desde fuera, y poniendo una analogía, entiendo que si yo me apunto a un club privado nudista no es para saltarme sus reglas y vestir en calzones mientras los demás se atienen a ellas y marchan desnudos a mi alrededor. La parroquia se cierra oficialmente por defectos de forma en su liturgia y su catequesis. Aunque otras fuentes apuntan otra vez a guerras internas entres conservadores y progresistas (lo de siempre como siempre) dentro de la iglesia , lo cierto es que comer el “cuerpo de dios” en forma de rosquillas, vestir de calle para dar las misas y hacer la catequesis como les da la gana parecen motivos suficientes para ser expulsados del club, pues contravienen unas normas establecidas que ellos mismos, los creyentes y la jerarquía que mantienen, se han autoimpuesto. Ellos deben discutir entre ellos si son las correctas o no y dilucidar su futuras reformas. Es su problema, no el mío. Estoy (estamos) harto de quejarme (nos) de la intromisión de la Iglesia y los católicos en lo que se entiende que son ámbitos privados, hartos de que quejarnos y luchar contra los peligrosos intentos de la iglesia católica de entrometerse en la moral y la vida privada y pública de los que no pensamos como ellos. Y ahora de repente actuamos como ellos, irrumpimos como ateos o agnósticos en su club, a dictar cómo deben ser sus normas y a explicarles cómo deben organizarse. ¿No parece un tanto incoherente?

Y por cierto, una cosa más para aquéllos que se excusan de manera grandilocuente en que lo que a ellos les mueve es la defensa de la labor social que hacen este tipo de curas en barrios marginales y demás. Admiro como ellos esa labor. Y la aplaudo. Pero imagino que pueden seguir haciéndola como asociación vecinal. Es más, defiendo que la labor social de la iglesia tantas veces alabada en todo el mundo está contaminada por el interés espurio de tratar de conseguir adeptos a su causa. El binomio solidaridad-evangelización ha sido una constante en esa labor de la iglesia católica y personalmente estoy totalmente en contra de esa perversa asociación y de sus lamentables consecuencias.

De manera que todos aquellos que sin pertenecer a la iglesia católica se echan las manos a la cabeza por el cierre, se acercan en plan progre izquierdista para que eches una firmita contra Rouco, o comulgan con una rosquilla tras diez años sin acercarse a una iglesia, debieran tal vez hacérselo mirar; o reflexionar un rato y darse cuenta que igual su agnosticismo o ateísmo no son más que mera fachada virtual, acorde con los tiempos, pero en el fondo siguen creyendo en dios. Tal vez debieran entrar de nuevo en el club y tratar de cambiar las cosas desde dentro. Por una lado serviría para aclarar el número de ateos reales que somos y con los que contamos realmente para aparcar a las religiones lo más posible en el ámbito privado de cada cuál, y lo más lejos posibles de las decisiones globales que afectan a los que no se adaptan a sus idiotas y estrictos planteamientos morales; y por otro lado su labor, diaria y no exhibicionista y puntual, a lo mejor serviría para tener una iglesia católica menos sectaria e intervencionista. Pero que lo hagan desde dentro. Desde fuera, a mí me la suda que cierren o no una iglesia más en Vallecas. Bueno no, miento.

Me gustaría que cerraran todas. Por falta de clientes.

25 mayo 2007

Treinta años de Star Wars

Hoy se cumplen treinta años de su estreno. Un estreno que se producía tres días antes de mi propio nacimiento. En el Teatro Chino de Nueva York proyectaron el 25 de mayo de 1977 por primera vez Star Wars, tan mal y entrañablemente traducida en nuestro país como La Guerra de las Galaxias, naciendo entonces un fenómeno popular a escala mundial, un fenómeno transgeneracional y transnacional, un maravilloso cuento que aún a día de hoy permanece vigente y que ya pertenece para siempre a la memoria colectiva de todos nosotros. Eso dice la historia. La leyenda cuenta que siendo solamente un bebé estuve en el cine, en los brazos de mi madre, cuando estrenaron la película en España, algún tiempo después. Y ya lo dijo John Ford, cuando la leyenda supera a la realidad no se debe dudar, se imprime siempre la leyenda.

Pero nada de eso importa. El tiempo depende del sistema de referencia que se utilice, y en eso uno es muy personal. Star Wars no nació para mí en ese mayo del 77, ni cuando dicen que acudí a su estreno. Nació el 28 de febrero de 1989. En ese momento tenía solamente 11 años, a unos meses de cumplir los 12. Mi casa era un enjambre de hermanos, todos peleando por encontrar su sitio cada día y abrumando la casa con su inevitable presencia. El mayor estudiaba en un mesa de conglomerado sobre la cual un débil foco iluminaba cada noche cuatro camas de una pequeña habitación. Seguramente ese día pasó por su vida sin notarlo. Otro hermano, más joven (contaría entonces con unos 17 años), estaba en ese momento crítico de todo adolescente donde una reunión familiar frente al televisor es un síntoma inequívoco de una debilidad imposible de asumir, por lo que se limitó a informarnos a los pequeños que esa noche ponían un película muy buena que no debíamos perdernos. Tampoco sé que significó ese día para él. El resto de hermanas se dividió en dos lógicos bandos opuestos, entre las que pasaron del tema y las que se dispusieron a ver la película con alegría. No recuerdo nada más de ese día. De hecho no recuerdo a nadie más que a Migue, mi hermano pequeño, y a mí viendo esa película aquella noche. Los demás, lo demás, dejó rápidamente de importar. No era muy tarde cuando en el televisor de mi casa, en la recién nacida Canal Sur, sonó la fanfarria de la 20th Century Fox, se hizo el silencio y aparecieron unas letras amarillas que ponían STAR WARS, debajo apareció El Imperio contraataca, y mientras sonaba un brutal y espectacular tema musical, unas letras que desaparecían al fondo, en el espacio, me explicaron nosequé de una alianza, de un tal Luke Skywalker y de un malvado Imperio. Algo que había pasado hacía mucho, mucho tiempo, en una galaxia muy lejana. Qué más pedir. Qué más contar. Ahí empezó todo. Ahí nació el mito. Seguramente mientras me iba a la cama junto a Migue con los ojos como platos porque no podíamos creer lo que habíamos visto.

Posteriormente, con la dificultad que suponía no tener reproductor de VHS, llegaron las visiones de El Retorno del Jedi y, algún año más tarde, tras incluso haberme leído la versión novelada de la película, pude ver el comienzo de la saga (la que después sería llamada Una nueva esperanza pero que entonces sólo se conocía por La Guerra de las Galaxias). Vi la película en casa de un amigo que era capaz de recitar el texto de Greedo cuando hablaba con Han Solo en la cantina de Moss Eisley, o de imitar a la perfección los pitidos de R2D2 o los ruidos de las naves. El veneno estaba ya en la sangre, inoculado lentamente, creándome una afición que marca de alguna manera mi vida, que forma parte de mi memoria sentimental, que me ha otorgado momentos de intensidad emocional brutal, de puro gozo sin limitación, sin ataduras, como sólo un capullo de 14 o 15 años que quiere abrirse su propio camino en una familia de nueve hermanos puede sentir ante algo que considera su más maravilloso tesoro, algo propio, personal y sólo compartido realmente con otro capullo más, Migue, compañero de juegos y putadas.

El hecho ya comentado de no tener reproductor de vídeo fue curiosamente clave para mantener viva y pura la llama de la afición. Si lo hubiéramos tenido, tal vez me habría pasado como a tantos otros que con la edad inadecuada dispusieron del vídeo para literalmente quemar y visionar mil veces las películas hasta el lógico hartazgo final. Eso no me pasó a mí. Esperaba con la dedicación, devoción y paciencia de misionero que me pusieran cualquiera de las tres películas por televisión. Esperaba que un domingo que me quedara en casa a estudiar, y sin haber leído la prensa, aparecieran esa mágicas letras amarillas a las tres y media en un zapping rápido por los bodrios habituales que programaban a esas horas... siempre la misma idea... quizás fuera hoy... Fue por entonces, con 13 o 14 años, cuando descubrí las posibilidades de la música de cine para transportarme allí donde yo quisiera, con unos auriculares, en una cama, en una casa en la que habitaban once personas y en la que estar solo era físicamente imposible. Fue en un supermercado, rebuscando en una caja de cintas a bajo precio, cuando encontré una que literalmente me hizo estremecer. Era una grabación de John Williams con la Orquesta Sinfónica de Londres que contenía una recopilación de los mejores temas de la trilogía. No me lo podía creer. Allí estaba yo, en un momento donde no se hablaba de Star Wars en ningún sitio creyendo, como un arqueólogo, que había encontrado el Santo Grial. En ese momento pensé (bendita ingenuidad infantil, aún no conocía la capacidad comercial de George) que tal vez jamás pudiera encontrar otra grabación similar de la música de unas películas que ya entonces tenían entre 10 y 15 años. Tal fue mi pensamiento entonces y mi lógica reacción: "las cintas se degradan con el paso del tiempo y las sucesivas escuchas... ¿solución?... ¡Me tengo que comprar dos!". Así fue. Recuerdo llegar a casa, acostarme en la cama y ponerme a escuchar la música. Pocas veces después he sentido tanto placer con casi nada que haya hecho como el que recuerdo que sentí escuchando el tema central, la Marcha Imperial o el tema final de la primera película de Star Wars. Mientras escribo, vuelvo a escuchar esa música tantos años después. La hostia.

Con los años descubrí que George me permitiría tener muchas veces esa música en distintos formatos y grabaciones, pero aquellos momentos de descubrimiento fueron impresionantes e inolvidables. La música de cine desde entonces se convirtió en otra de mis aficiones, por su capacidad de despertarme emociones cinematográficas sin necesidad de estar viendo físicamente las películas. 

Han, Leia, Vader, Luke, Obi-Wan, Chewbacca, Yoda, R2D2, C3PO... llevan ya casi veinte años acompañándome, fieles compañeros de viaje, abandonados en mi cerebro, esperando siempre ser devueltos al primer plano por alguna circunstancia casual, como ha sido hoy el día de su cumpleaños, para entrar de nuevo con fuerza en alguno de mis días. He disfrutado mucho con Star Wars, mucho. Con mis colecciones, viendo las películas, esperando las secuelas, reconfortándome con su música. No hay tanta magia en la vida diaria para no reconocer lo genial que es sentir sin más, sin causas objetivas racionales, sin análisis crítico o intelectual. Disfrutar. Sonreír. Recordar. Sin nostalgia.

Hoy, 30 años después de su estreno, le rindo éste, mi pequeño homenaje.

06 mayo 2007

Lo que piensa Aguirre sobre la educación

Sólo hay que leer la respuesta que da Aguirre, presidenta de la Comunidad de Madrid, a la pregunta del periodista del ADN sobre las acusaciones de favorecer a la educación concertada y privada, para conocer el enorme daño que las políticas educativas del PP están haciendo a la educación pública madrileña. El desmantelamiento de la estructura de centros públicos y su conversión en muchos casos en mero refugio de la inmigración que no acepta la educación concertada (con notables excepciones, claro), lleva camino de convertirse en Madrid en un proceso sin posible retorno. Las negritas en la repuesta son mías


Dice la oposición que usted favorece la escuela concertada. Como ejemplo ponen los nuevos barrios: ha creado 5.000 plazas concertadas frente a 1.500 públicas.
"La educación pública tiene el 80% de la inversión, y la enseñanza bilingüe está en 147 colegios públicos y la ampliaremos a 50 institutos. Desconozco esos datos que comenta, pero el gobierno del PP defenderá la elección de colegio que los padres hagan. El 53% de las familias quiere concertados. No creemos en la escuela única, pública y laica porque los padres quieren una concertada, gratuita, en la que se enseñan valores religiosos, o valores como el mérito, el estudio y el esfuerzo."

Ahí está la clave, si la responsable del gobierno y de la redistribución de los impuestos en Madrid piensa que la escuela concertada enseña valores como el mérito, el estudio y el esfuerzo, me gustaría preguntarle qué considera entonces que enseña la pública: ¿el valor del enchufe, la pereza y la cultura del mínimo esfuerzo?

Lo más peligroso no es que lo piense. Dudo que lo haga. Es peor. Lo que pretende es que esa idea se extienda entre la población, que la recuerden esos padres asustadizos y temerosos que a la hora de elegir sigan optando por potenciar el gran negocio de la concertada y dejando de lado lo que debiera ser un bien social y comunitario: la defensa de una misma educación pública para todos, que reciba los impuestos que todos pagamos, redistribuya las problemáticas sociales, y se ajuste a las necesidades de los niños de este país para que reciban la mejor formación posible

28 abril 2007

Historias docentes

Una de las cosas que más me ha sorprendido en mi regreso voluntario de mi exilio laboral autoimpuesto de los últimos años, han sido las conversaciones ocasionales que se establecen en un instituto entre los profesores. Recordaba vagamente de mi paso de puntillas y sin mancharme por la hostelería tutifrutiense, cómo cualquier detalle, roce, frase o hecho anecdótico se convertía en una bola gigantesca de la que posteriormente se estiraba el hilo. Así, algo que realmente había sido una tontería se convertía en centro de conversaciones que duraban horas y llenaban los horribles vacíos que la jornada laboral de una cafetería imponía. La tontería se transformaba en un conflicto terrible y, como políticos en el Parlamento, se establecían conversaciones muy serias y tensas que casualmente terminaban girando en torno al hijoputa del dueño o el pelota del compañero no afín al grupo mayoritario. La historia se repite.

Desde el principio este año me decanté por interpretar un papel de observador en la jungla docente. Si a eso se une que por educación familiar siempre soy muy correcto en las formas y que al pasármelo muy bien con mi trabajo no llego todos los días con una cara de amargado sino con una sonrisa y un comentario jocoso, muchos compañeros y compañeras se han formado un buena falsa opinión sobre mí. Se confunde la amabilidad con la falta de ideas.

Porque pese a ser una año de análisis, acumulación de datos y obtención de experiencias y reflexiones educativas, a lo largo del mismo se han producido una serie de situaciones que han desembocado en tres o cuatro encontronazos de ideas con algunos compañeros. Para mí no dejan de ser discusiones puntuales que al día siguiente tengo olvidadas; porque simplemente se producen debido a que existen diferentes visiones de ver y vivir la educación, y porque entiendo que tras más de treinta años de profesor muchas veces tan sólo queda la rutina y el fracaso. Pero los demás no olvidan. Y no hablo de los contrincantes. Sino de los otros compañeros. Ante la falta de un conocimiento personal suficiente como para hablar de temas interesantes, por tiempo o simplemente porque de donde no hay no se puede sacar, se te acercan muchos de ellos para comentar la jugada de ayer, de hace un mes o de hace cinco meses. Y la bola se agranda y se agranda. Y me dicen que no entienden que con lo majo que parezco me meta en esos líos y me cree esos enemigos. Lo que traducido significa que vaya a lo mío, que soy nuevo y no me meta en jaleos. Los escucho con cierto desprecio. No me conocen pero me dan consejos. Y el consejo no es que defienda en lo que creo sino que me meta en mi agujero y deje hacer. Anorexia de espíritu. Observo demasiada falta de él en los profesores. Me aburre todo esto. Me aburre escuchar hablar mal de los demás cuando no están. Me aburre tener que fingir que escucho a alguien que se viene a meter con otro porque como yo también me enfrenté a él entiende que soy su aliado. Cuando a lo mejor a estas alturas de la que estoy realmente harto y evito por los pasillos es a esta otra persona.

Y observo como se forman alianzas. Como las conversaciones y los chistes giran en torno al enemigo de este año. O de este mes. O en torno al enemigo común: los alumnos. Hablaré en otra ocasión sobre el conflicto perpetuo profesor-alumno. La guerra fría, el enfrentamiento tenso, las batallas ganadas. O perdidas. Es sorprendente. En este campo aún alucino como la expulsión de una alumno de clase por alguna tontería puede terminar desembocando en un espectáculo de nervios y gritos por parte de...¡los profesores!... "¡¡Es que me ha mirado mal!! ¡¡Es que se está sonriendo!!" Joder que son unos putos críos. Cabrones o no, son unos jodidos críos... ¿Cómo te puede afectar tanto lo que hace un capullo que aún no es ni adolescente?

No me puedo quejar. También hay otros compañeros con los que sí se pueden establecer conversaciones ocasionales divertidas o interesantes. Son un bálsamo necesario entre tanto adolescente hormonado e intenso, o tanto crío gritón y con pocas ganas de ser educado. Aunque después, en el seno de los grupos ocasionales que se crean, al llegar a una masa crítica de profesores, todo esto se diluye y volvemos a ser tan adolescentes como nuestros alumnos. Tan vacíos, insustanciales e intensos como ellos.

Curioso.

09 abril 2007

Regreso telúrico

Al descender el avión a través de las nubes, la isla apareció de repente, cálida y acogedora, saludándome de nuevo como si no hubieran pasado cinco años desde nuestro ultimo encuentro. Algo que nunca confesé a nadie fue que mientras viví allí, durante casi tres años, las pocas veces que regresé a la península siempre lo hice con cierto aprensión, con ganas por ver a mi gente sí, pero sin ser capaz de encontrarme a mí mismo en la que tantos años había sido mi casa ni entre aquéllos que habían sido mi entorno; mientras que al regresar, en cuanto divisaba de nuevo Tenerife, la paz, la calma y el sosiego se instalaban otra vez dentro de mí, como si de alguna forma ver el Teide recortado en el horizonte mientras los aviones descendían y se acercaban a Los Rodeos, tranquilizara mis obsesiones, atenuara mis miedos y confirmara mis decisiones. No duró mucho, no. Durante los últimos meses de mi estancia allí, Tenerife se convirtió en una nueva cárcel de la que había que escapar para seguir creciendo sin estancarme, como antes había sido Sevilla. Pero durante más de dos años fue no sólo mi hogar, sino el escenario vital donde realmente me encontré a mí mismo y terminó mi formación adultescente.

Cinco años después, sin darle excesiva importancia volvía, ahora de turista, con dinero, sin un objetivo determinado, sólo para reencontrar, disfrutar y pasear por lo recovecos de mi isla.

De esta semana pasada en Tenerife, dos días quedan marcados por su intensidad, dos días seguidos en los que los recuerdos estallaron en mi cabeza y reaparecieron con fuerza inusitada. El primero de ellos fue el día que visité a La Laguna. Aún conociendo como ser las suele gastar mi memoria, me sorprendió la intensidad y la calidad de los recuerdos que obtuve al pasear por sus calles, al reencontrarme con sus rincones, al otear las fachadas de las casas en las que viví, caminar por los pasillos de la facultad en la que estudié, acercarme al centro de cálculo en el que tantas horas pasé, o tomarme una copa donde hace años ya la tomé. Se convirtió en un recorrido pausado, tranquilo y consciente por una parte fundamental de mi vida, un recorrido aderezado de una nostalgia interesante, a la que llegaba sin pena por lo perdido, sin pena por lo que fue, sino con alegría y cierta sorpresa, como la que un niño siente al redescubrir los juguetes que le hicieron feliz años atrás, mientras los toca y los mira con simpatía, recordando mediante el tacto y la vista lo feliz que fue con ellos aún siendo consciente de que hoy día son otros los juguetes que le pueden hacer alcanzar una felicidad semejante. Durante ese día yo toqué y miré con fruición La Laguna.

El segundo día fue cuando volví a Benijo. Descender con el coche por la costa de Anaga admirando sus acantilados recortados, contemplando esos pueblecitos que parecen siempre a punto de deslizarse por las laderas de las montañas volcánicas, disfrutando de la visión de ese mar tan azul que incluso daña a los ojos, fue de nuevo, años después, un espectáculo natural inigualable. Bajar del coche para subir a pie parsimoniosamente al Restaurante el Frontón, testigo de tantas conversaciones y tantos silencios, y atalaya inigualable desde la que disfrutar de esa costa, fue todo un ceremonial, emocional y emocionante, que finalizó mediante un vistazo fascinado desde su terraza a la Playa de Benijo, mientras el viento azotaba mi rostro y sólo las gaviotas eran capaces de articular sonidos a la altura del entorno. Después, inevitablemente, llegó el momento de disfrutar del mítico pulpo frito de El Frontón, para terminar pidiendo la no menos mítica copa de anís y acabar esa parte de la tarde apoyado, en silencio, en el muro de la terraza, bebiendo a pequeños sorbos ese suero del recuerdo, mientras admiraba otra vez, más de cinco años después, el paisaje de uno de los lugares fundamentales por los que he caminado.

Aparecen indelebles, tal y como eran, aquellas personas que pasaron por tu vida en semejantes lugares. Transitan por mi memoria igual que hace cinco años aún cuando algunos estén más calvos, otros más gordos, a algunos ya ni los vea y otros se hayan convertido parte casi de mi día a día, o incluso de mi familia. Y lo mejor es que el tiempo sólo me deja lo mejor de cada uno de ellos, lo interesante, lo divertido, lo valioso. Y mientras el anís transitaba raudo por mi garganta y la segunda copa aparecía por arte de magia en mi mano, mi mente, juguetona y excitada, los veía. Os veía. Y os recordaba como sólo ella ya es capaz de recrearos: el pesimismo entrañable y la sinceridad descarnada de Danisev; las risas, los gritos y las conversaciones infinitas de Juanma; la amistad, las vivencias compartidas y los tranchetes de Sergio; la pausa, las sonrisas y los intensos regresos de DaniMad; los silencios repletos de palabras de Roi; el trabajo y la perseverancia de Lola; la no amistad más amigable y enriquecedora posible de Jaime; la obsesión por las mujeres y los proyectos de Jon; la sobriedad, la tranquilidad y la constancia de Iñaki; el catolicismo militante junto a una cara más oscura y divertida de DaniMur; la bravura y las borracheras de Ibán; el esfuerzo, el entusiasmo y la vehemencia de Paula; la voz suave y cálida de Maca; la alegría y las ganas de vivir y viajar de Migue; el negro y el anarquismo como extraña forma de vida de MigueCNT; las ganas de juerga y la sorpresa ante otra vida de SergioR; los silencios inquietantes y las miradas vacías de Alex; el aire fresco no astrofísico que supuso Annia; las visitas repletas de conversaciones y madrugadas de copas de mi hermano Juanma; el trascendente paseo a Benijo con mi hermano Migue; la ayuda desinteresada y las borracheras más radicales y repletas de adrenalina de mis compañeros del Tuti; el rencuentro final con Nola; las frustraciones y la lealtad de Judith; la conversión momentánea a otra forma de disfrutar la vida de Luis... y por supuesto Carolina, sus conversaciones infinitas, la sonrisa perpetua en su boca, su capacidad innata para superar dificultades y acometer crisis personales de las que salir renovada, sus saltos al vacío, su feminismo desafiante, su visceralidad ante los desacuerdos, los últimos seis años junto a ella...

El anís se acababa. Carolina requería ya mi atención, ésa que cada cierto tiempo disperso. La playa de Benijo (sus rocas más bien) esperaban un último paseo antes de abandonar el lugar. No había tiempo ni ganas para recordar el lado oscuro de aquéllos que recordaba con cariño, además ¿para qué? Todos hemos sido, somos y seremos miserables en algún momento de nuestras vida, cometemos y cometeremos errores, se producen desacuerdos, alejamientos, vacíos, odios puntuales... Todo eso el tiempo lo diluye. Es de idiotas recordar lo malo cuando hay tanto bueno que no se debe olvidar.

Al día siguiente desde la ventanilla del avión que me traía hasta mi presente eché un vistazo final a mi pasado, satisfecho y feliz, reconociendo errores, pero plenamente consciente de que soy quien soy, mejor o peor, gracias a esos tres años pasados en Tenerife, esa isla que se iba convirtiendo lentamente en un puntito en el horizonte y a la que sabía que no volvería en mucho, mucho tiempo.