08 diciembre 2008

Aprueba, coño

Un profesor fracasa cuando todo lo que se le ocurre para conseguir que un alumno se interese por su asignatura tras vanos y patéticos intentos de apelar a una abstracta y maravillosa cultura general (argumento que ni él mismo sabe cómo articular), es incidir en el aspecto instrumental del asunto, en el uso utilitarista de las tristes horas de estudio previas a un examen para conseguir un miserable aprobado que tranquilice conciencias, individuales y colectivas: "estudia para aprobar, chaval, que sin el título de la ESO lo vas tener muy crudo". Dieciséis palabras, escasos tres o cuatro segundos pronunciándolas, el descalabro de la utopía educativa; y la mugrienta realidad en los ojos de alumno y profesor, reflejando la irrealidad en la que se mueven los discursos oficiales y pedagógicos.

Tengo la sensación de que todos los profesores han utilizado alguna vez la fórmula de marras. Todos: los mejores, los peores, los otros. Por causas muy diversas, tal vez, pero la misma puta frase. En general, antes del primer mes ejerciendo la profesión.

Y mientras el padre y la madre, en casa, sólo preguntan una cosa: ¿cuántas te han quedado, hijo?

¿Seguro que no significa nada? ¿Que es intrascendente? ¿Que es lo normal?

27 noviembre 2008

Coherentemente incoherentes

Hay una idea que me ha obsesionado desde la adolescencia, que siempre está presente en mis argumentos y que, por inalcanzable, siempre parece observarme desde arriba, con desdén, con suficiencia. Se tata de la idea de coherencia. El DRAE define coherencia, en su segunda acepción, como "actitud lógica y consecuente con la posición anterior". Algo simple. Comprensible. Incluso evidente. Parece natural que en la vida busquemos ser coherentes para andar por ella con paso seguro. Parece más complicado estar variando caóticamente nuestros discursos, o dejando al azar de los sentimientos de cada día el sentido de nuestras acciones.

Por otro lado todos sabemos que hacer lo lógico y sencillo no es siempre tan fácil, ni suele ser la primera elección, somos conscientes de que nuestros miedos, intereses, ambiciones y demás características que hacen al ser humano tan atractivo y complejo, miserable y desprendido al tiempo, hacen que la idea de coherencia no sea en todo caso más que una meta siempre inalcanzable, una quimera, lejana o cercana pero siempre escapándose entre los dedos, inaprensible.

Pero una cosa es que valoremos la dificultad que entraña la coherencia, y otra diferente es aceptar que políticos y periodistas, día tras día, asunto tras asunto, escondan sus verdaderas opiniones e ideas detrás de declaraciones impostadas, declamadas con voces engoladas, que aparentan mucha preocupación, mucho análisis previo y mucha coherencia. Cualidad ésta de la que, interesadamente, siempre carecen pero de la que constantemente alardean.

El último asunto de actualidad nos ha traído la posible compra del 30% de nuestra "entrañable" empresa española Repsol por parte de la malvada rusa Lukoil. Puro libre mercado, puro liberalismo en toda su esencia moderna: transnacional, globalizado, volátil. ¿Cuál es el problema? Para empezar tenemos a Zapatero declarando que “el Gobierno defiende que Repsol y su dirección sean españoles”, y a Rajoy, con su gracejo habitual, recurriendo a un símil deportivo para opinar sobre el tema y considerar que “Repsol en manos rusas pone a España en la quinta división”. Saliendo de la órbita política tenemos a periodistas varios, de todo el espectro mediático, preocupados por las consecuencias de dejar en manos rusas una empresa de “valor estratégico” tan importante como Repsol, mientras que otros, como Pedro J. y Losantos, para evitar opinar en contra de aquello que siempre parecen defender, y al tiempo aprovechar para atacar al Gobierno, eluden considerar que la operación de compra es una consecuencia natural de la libertad del mercado que opera a su antojo a través del poder del dinero, y buscan ocultas y aviesas conspiraciones que les sirvan para justificar su propias incoherencias.

Porque ése es el intríngulis de la cuestión: la capacidad de políticos, periodistas y ciudadanos en general de ser incoherentes de manera flagrante y de manera continua, en beneficio propio y por pura conveniencia, sin considerar por un momento la posibilidad de construir un discurso coherente que inevitablemente conlleve dolorosas consecuencias derivadas de aquello que dicen defender. En el fondo subyace la certeza infantil y adolescente de que nosotros somos los que nos merecemos todo, aunque sea de manera injusta y perjudicial para otros, y en cambio, si salimos perdedores del enfrentamiento, exigimos lastimosamente un marco de justicia que nos ampare frente a los más poderosos. Rawls deliraba si consideró en algún momento que su teoría de la justicia sería puesta en práctica alguna vez por el ser humano.

El asunto Lukoil-Repsol debiera ser muy fácil de comprender para todo aquél que quiera dejarse de milongas y abra los ojos a la realidad de la economía liberal, aceptándola o renegando de ella con todas sus consecuencias. El neoliberalismo económico, dejar que el mercado se autorregule, el laissez faire, y demás zarandajas de las que tanto se ha escrito y hablado, no son más que el MacGuffin que esconde lo fundamental de la trama: los unos, para vivir mejor, lo tienen que hacer a costa de los otros. Y ya está. Las empresas sirven de instrumento de penetración en las líneas enemigas como antes fueron los ejércitos y después los golpes de estado prediseñados. Simplifiquemos, y en la sencillez de los argumentos esqueléticos intentemos encontrar la propia esencia que estructura a nuestras sociedades:
  • No queremos que los rusos controlen sectores económicos trascendentes de nuestro país.
  • Los rusos, pues, son el enemigo, y como tal no se debe permitir que se introduzcan de manera permanente en nuestra economía, porque sabemos que los beneficios que consigan no repercutirán en nuestra sociedad.
  • ¿Por qué lo sabemos? ¿Porque las empresas españolas hacen lo mismo cuando se expanden por el mundo?... ssshhhhh… nadie debe enterarse… Si Repsol crece a costa de Latinoamérica se debe defender su expansión como una consecuencia natural de una economía liberalizada y machacar mediante todas las armas de presión disponibles (mediáticas y políticas) a los patéticos gobiernos que pretendan limitar su expansión y crecimiento.
  • Por este motivo hay que decir (y conseguir que los ciudadanos se lo crean) que cuando el Gobierno boliviano, por ejemplo, intenta atar las manos de Repsol en su territorio, no lo hace para impedir que un sector estratégico como el de la energía quede tan sólo en manos extranjeras que buscan el máximo beneficio al menor coste, defendiendo así que los beneficios de la comercialización de los recursos naturales que su tierra posee repercuta en su propia población. No. Qué va. El Presidente del Gobierno de Bolivia es un aprendiz de dictador socialista, un secuaz de Castro, un indigenista enloquecido travestido en rojo intervencionista que quieren castrar el libre mercado y el progreso que conlleva. Pásalo.
  • Repsol, desde hace años, tiene un nombre compuesto: Repsol YPF. ¿Por qué? Porque la española Repsol (¡la nuestra!) compró a la que fuera empresa nacional petrolífera argentina YPF (¡de otros!), privatizada posteriormente por Menem para dejarla caer en manos extranjeras (¡las nuestras!) ¿Fue aquélla una operación peligrosa para los argentinos porque perdían el control del sector estratégico energético?... anda ya… ¡qué exagerado!... aquello fue libremercado, progreso, libertad…
  • Que Endesa compraba empresas en Perú o en Brasil… Maravilloso, era una muestra más del poder económico de España y de las bondades de la libertad de mercado… ¿Qué pasó cuando la italiana Enel o la alemana EON vinieron a comprar a Endesa? Manos a la cabeza, consternación y argumentos pueriles de índole nacionalista y proteccionista, además de claramente antiliberales en la boca de aquellos que hasta hacía cinco minutos eran adalides del legado de Thatcher y Reagan.
Los ejemplos se repiten cada día, cada minuto, en cada tertulia radiofónica, televisiva o de cafetería, en el Parlamento, en los de un lado, en los de otro, sin descanso, hasta el hastío, en una espiral eternamente incoherente, sin que a nadie le importe un carajo, mientras nosotros nos movemos al son de los temas que cada día nos van colocando encima lde a mesa los medios de comunicación y los políticos, como marionetas en manos de los que deciden de qué hablaremos ese día e incluso el sentido que le daremos a nuestras opiniones.

Y todos, felices o cabreados pero siempre, constantemente, coherentemente incoherentes.

06 noviembre 2008

Imbecilidades mediáticas 1

Escuchado en la SER, esta mañana, mientras el sueño aún me atenaza y lentamente mastico esa gloria gastronómica que es mi tostada con aceite, tomate y jamón (no es literal, pero casi):

"Es que lo que no puede ser es que una persona termine la universidad a los 33 años, trabaje sólo 15 años, y se prejubile después de estar ganando sólo 1000 euros mensuales para vivir hasta los 90 años. Es inadmisible"

Están discutiendo sobre las prejubilaciones y el supuesto pacto que mantienen empresas y sindicatos sobre ellas a costa del dinero de todos. Desde luego se puede (y se debe) discutir sobre tales medidas, a quién favorecen, qué significan, qué consecuencias tienen. Pero lo que increíble es que se suelte tamaña necedad y que nadie responda al sujeto que la emite. Francino tiene prisa por entrevistar a noséquién. Yo apago la radio y me quedo con las ganas de conocer el nombre del este idiota integral al que pagan en la radio por decir semejantes majaderías con tono de indignación. Y de conocer el número de personas prejubiladas que conoce que tienen el dramático perfil que ha descrito.

Seguro que son miles. O cientos de miles. No te jode.

Comienza la mañana.

26 octubre 2008

¿El fin de la utopía liberal?

La crisis que nos atrapa y que está convulsionando los cimientos de la utopía liberal, enviando a un rincón de la historia a Fukuyama, y consiguiendo que en el vocabulario ciudadano se introduzcan términos que parecen extraídos de una mala novela de ciencia ficción (“activos tóxicos”...), está destruyendo definitivamente la ya caduca dicotomía entre conservadores y socialdemócratas, lo cual conlleva una inevitable consecuencia del todo inesperada: el arrinconamiento y menosprecio de los liberales más radicales y dogmáticos, a los que por conveniencia, y al igual que se hiciera ya en el pasado tras la Segunda Guerra Mundial con anarquistas y comunistas (pero en condiciones de estabilidad), se les ignora en estos momentos de crisis en la búsqueda de soluciones, dejando la extraña sensación de que han sido utilizados por los conservadores como punta de lanza en los momentos de bonanza. Cuando en los últimos tiempos parecía exactamente lo contrario.

Una de las dudas que surgió tras la caída del Muro de Berlín, la brutal explosión y expansión de la economía global, transnacional y ultraliberal (política y sociológicamente, acérrima seguidora de la Escuela de Chicago), y el desarrollo de políticas privatizadoras de los servicios públicos básicos que han ido reduciendo el papel de los Estados a su mínima expresión, era comprobar si en la particular (y no del todo lógica y natural) alianza sociopolítica entre conservadores y liberales, estos últimos conseguían hacerse con el control, y que por tanto, el mercado desregularizado, ese gran dogma liberal, fuese el faro que iluminase el siglo XXI.

Parece imposible no considerar que la evolución de las sociedades occidentales (y asiáticas, por caminos diferentes) en los últimos 30 años parecía el cumplimiento de los sueños húmedos del señor Milton y sus Chicago Boys, que se repartieron por el mundo para divulgar la nueva fe en el libre mercado y aplicar de manera compulsiva las políticas clásicas del manual neoliberal: privatizaciones de las bancos estatales, desregulaciones, recortes de los gastos sociales, privatización de recursos básicos como la energía o el agua, privatización de recursos naturales como el petróleo o el gas, flexibilidad en los despidos, aperturas sin control de las fronteras a productos extranjeros, una fiscalidad cómoda y a la baja para las grandes empresas... Sin embargo, la consecuencia más importante de la aplicación de su programa a escala global no fue la consecución de todos estos "logros", sino conseguir que, al hacer evolucionar la economía de mercado, el nuevo paradigma económico dejara de ser el trabajo fabril, y fuera sustituido en muy pocos años por el trabajo inmaterial, lo cuál llevaba aparejado la desactivación del que había sido el motor de todos los intentos de cambio social en el siglo XX: el obrero. El trabajo industrial que encarnó el obrero de la fábrica, aún sin desaparecer (evidentemente), dejó de ser el paradigma laboral, se transformó y comenzó a tratarse como si fuera un servicio más, integrado y subordinado al que vino a sustituirle como paradigma: el trabajo inmaterial, el creativo, reflejo de lo que algunos autores vinieron a llamar economía informática y que es un producto directo de la sociedad de la información.

Los resultados sociales de las políticas liberales comenzaron a llegar en cascada, siendo algunos de los más evidentes la despolitización general, la incapacidad de los trabajadores de sentirse parte de un colectivo que pudiera presentar demandas de mejoras generales, la individualización del trabajador dentro de la empresa no para tratarlo de manera diferenciada desde un punto de vista humano, sino para aislarlo del resto y tenerlo siempre cautivo, y una curiosa sensación de estratificación social de la clase baja y media que ha llevado en pocos años a la desaparición de facto de ésta última como actriz política para integrarse ambas en la que con acierto Massimo Gaggi y Edoardo Narduzzi vinieron a llamar sociedad de bajo coste. Una sociedad en la que todos se sienten diferentes para poder ser todos manipulados y explotados de manera semejante. Pero con la sensación real de poder acceder a deseos y productos de consumo inimaginables años atrás.

Durante estos años los lazos entre conservadores y liberales parecían estrecharse más y más, consiguiendo incluso que producto de su fructífera unión social, económica y política, se impusiera su visión unilateral del mundo mediante el liderazgo de los EEUU y bajo el calificativo de políticas neocons y neoliberales. Los neocons y los neoliberales. Llevamos años hablando de ellos, riéndonos de ellos, criticándolos, temiéndolos, observando cómo conseguían reunirse bajo el objetivo común de dominar el mundo y adaptarlo a sus ideas. Por un lado estaban los liberales, que debían aceptar y defender rancios postulados morales, familiares y religiosos que contradecían completamente su defensa de la libertad como principio supremo que debiera regir la sociedad; por otro lado los conservadores, que tenían que consentir y apoyar deslocalizaciones de las empresas, la integración de la mujer en el mercado laboral, o la desaparición de algunas prácticas proteccionistas. Una unión antinatura, puede, pero tremendamente rentable para muchos.

Lentamente las necesidades de un mercado que crecía y crecía desmesuradamente, devorando sin medida todo lo que podía ser comercializable, y que se hacía con el control de aspectos sociales que incluían incluso terrenos propios de los sectores más conservadores de la sociedad, hizo pensar a muchos que sería el impulso de la cara liberal el que dominara sobre su reverso conservador, que terminaba quedando siempre relegado a los intereses y necesidades del primero, siendo además utilizado con desfachatez para promover el miedo y las desconfianza hacia los socialistas y las políticas de izquierda (no hay más que recordar la utilización de los más bajos impulsos reaccionarios y conservadores que hizo el PP en España durante la pasada legislatura con asuntos como el terrorismo, los matrimonios homosexuales o el aborto, mientras la prioridad en las Comunidades donde gobierna no suele ser nunca la de promover políticas conservadoras, sino el desmantelamiento de lo público para que sea el capital privado quien gestione áreas estratégicas aún no dominadas como sanidad, educación, gestión del agua...).

Pero de repente ese mercado que se autorregulaba, ese ente mágico, casi espiritual, casi telúrico, resultado teórico de esa extraña ciencia que apela a la confianza o la desconfianza humana para su desarrollo, como es la economía, se fue llenando poco a poco, al principio, y como un torrente en los últimos años, de advenedizos, de arribistas que llegaban ya no sólo desde las clases más privilegiadas (pilar básico de los conservadores) sino desde esa mezcolanza extraña que se estaba generando en la superficie superior de la sociedad de bajo coste. Hijos culturales de los neocons en los que la faceta neoliberal dominaba vehemente y que, como hicieron los jóvenes cachorros de Mao con diferente enfoque durante la revolución cultural china, presentaron sus credenciales salvajemente, apartando de un manotazo cualquier traba moral o ideológica que les impidiera conseguir el objetivo fundamental de sus vidas: el éxito económico, la riqueza inmediata, los beneficios a corto plazo. Para ello utilizaron todo el arsenal friedmanita que se les había enseñado: riesgo, audacia, pocos escrúpulos, ambición desmesurada, desprecio por los límites y los controles... Y arrasaron. Lo consiguieron. Mejorando lo alcanzado por los yuppies de los 80. Lograron fortuna y gloria. Una nueva especie depredadora había aparecido en el inestable ecosistema económico: los directivos estrellas. Mentes privilegiadas que eran fichados por las empresas a golpe de talonario y cuyos beneficios dependían del rendimiento de bancos y empresas en sus proyectos a corto plazo. El riesgo cada vez era mayor, los caladeros de beneficios cada vez estaban más secos, estaban más lejos y suponían mayores costes sociales. Todo era posible. Todo el mundo había entrado en una orgía sin parangón: los políticos se frotaban las manos por gobernar en una época de crecimiento continuo que les permitía aparecer ante los ojos de todos como artífices (en parte) del milagro económico, los medios hacían de voceros y se enorgullecían neciamente de que las empresas de sus países lograran brutales beneficios que se superaban año tras año, sin que mejorase la calidad de vida de sus trabajadores y mientras crecía el número de asalariados que sólo sobrevivían con exiguos sueldos (el 58% de los asalariados españoles era mileurista hace un año), pero a su vez, muchos de estos asalariados se convencían de que podrían a llegar a catar algo del suculento pastel y decidían convertirse en especuladores de pacotilla o endeudarse hasta las cejas ayudando a inflar aún más la burbuja crediticia que sería finalmente el detonante de la crisis actual. Un panorama de ensueño.

Y llegó la crisis. Los expertos parecen entenderlo todo a la perfección, e incluso se atreven a aportar las claves para una rápida resolución del problema. Cuánta erudición..Los economistas liberales pueblan las tertulias económicas de las radios y las televisiones para trasladarnos su sapiencia y asegurar que todo esto se veía venir. Aunque ellos jamás lo mencionaron en el pasado. Son los mismos que tienen incluso la desfachatez de echar la culpa a los gobiernos por su pobre vigilancia de los mercados, eximiendo a estos mercados y a las empresas enriquecidas de las responsabilidades que adquirieron al tomar el control casi total de las economías del mundo, y son los mismos que anteayer criticaban con dureza las excesivas regulaciones y trabas proteccionistas de los gobiernos europeos. Todos se sorprenden aunque a nadie le extraña la situación. Curiosa forma de no equivocarse jamás. Pero no seré yo quien trate de explicar aquí los entresijos de la crisis. Otros lo han hecho con detalle y sencillez para quien quiera molestarse en enterarse. Quien tiene ojos y quiere ver,debe poder ser capaz de identificar perfectamente a los culpables. Y sobre todo, a quiénes no lo son, o al menos no tienen la máxima responsabilidad: los asalariados, a los que zarandean una y otra vez, y que son incapaces de encontrar un mecanismo de participación social que les permita hacer fluir su rabia y desesperación ante el espectáculo que se le ofrece y las consecuencias que para ellos tendrá y ya está teniendo esta maldita crisis de los especuladores de capital. Sólo hay que recordar las palabras de Alan Greenspan no hace demasiado tiempo, adviertiendo cínicamente que las enormes diferencias entre los beneficios de los directivos de las empresas y los de sus empleados podían llegar a convertirse en un problema, para entender por qué todo el cuerpo del trabajador debiera erizarse de cólera cuando se le explica, como si fuera un niño pequeño, que por el bien general debe apretarse el cinturón, se le enuncian las bondades de la contención salarial y se apela a la necesidad de esfuerzos colectivos para superar esta coyuntura económica.

Y he aquí que al contemplar el panorama poco halagüeño que comenzaba a surgir, y que recordaba en demasía a los fantasmas del 29, los conservadores norteamericanos se han liado la manta a la cabeza, han olvidado sus grandilocuentes discursos relativos a la libertad de mercado, han dejado a una lado las ideas que llevaban defendiendo con ahínco desde hacía décadas respecto a la mínima intervención estatal en la economía (¿qué debe pensar Chávez de las críticas de hace unos meses a sus nacionalizaciones? Como decía un artículo en Le Monde, su gobierno al menos paga, mientras que el de EEUU hace un préstamo a AIG a cambio de de casi el 80% de su capital... es decir presta capital que tendrá que ser devuelto a cambio de quedarse con el control de la compañía...¡una verdadera expropiación!) y en su mutación han acabado marginando a sus dogmáticos aliados liberales que se han quedado balbuceando, sin acertar a componer un argumento destacable que explique la situación y la reacción de la administración Bush. En Europa comienzan a adoptarse el mismo tipo de medidas. Los europeos, ya sin los complejos iniciales, y con un discurso tremendamente cínico, han decidido que sólo la intervención del Estado puede solucionar el problema. Y así, primero EEUU, y después cada uno de los gobiernos de los países europeos que han visto cómo algunos de sus bancos amenazaba con la quiebra, se han movilizado con rapidez inyectando dinero público, comprando los activos tóxicos, garantizando los depósitos de los ciudadanos, nacionalizando bancos, proyectando inversiones estatales que reactiven la economía... ¡puro keynesianismo! Friedman debe estar revolviéndose en su tumba. Pero lo que no existe hoy es la inocencia de entonces, y a las supuestas políticas keynesianas les sobra protección para los más ricos y los que causaron esta situación especulando hasta el paroxismo, y les faltan las políticas sociales que fueron la cara amable del New Deal. La intervención de los gobiernos occidentales para detener esta sangría huele a podrido, a putrefacto, a artimaña para controlar la economía, sin renunciar del todo a las miserias liberales del pasado pero intentando controlar su excesivo libertinaje. Una búsqueda de un capitalismo domesticado pero explotador siempre, que es aplaudido estúpidamente por las viejas izquierdas socialistas que encuentran en esta situación la posibilidad de resituarse políticamente y ganar credibilidad pública. Son ellos y sus medios afines los que con mayor entusiasmo están apoyando los planes de rescate de los inversores de riesgo, cometiendo el tremendo error histórico de olvidarse de pedir responsabilidades y de aportar nuevas ideas que permitan redimensionar y reformular los antiguos estados de bienestar social que se están diluyendo como azucarillos en Europa, sin que se observe que comiencen a formarse en los países donde se están desarrollando los nuevos crecimiento capitalistas a costa de nuevas formas de esclavitud laboral. Causa asombro el regocijo de los foros socialdemócratas ante las iniciativas propuestas por un gobierno como el de Bush, del cuál es absurdo sospechar una iluminación tardía que le haya hecho reconsiderar las políticas que lleva defendiendo toda su vida y que su administración puso en marcha en Iraq tras su ilegal invasión. Los socialistas no quieren pensar, de nuevo, más allá del corto plazo, y se ilusionan con un regreso telúrico a la Europa del bienestar social, con estados más poderosos, sin querer aceptar que el contexto socioeconómico es absolutamente diferente y que sólo el planteamiento de objetivos globales de bienestar, para toda la población mundial, similares a los que fueron alcanzados para unos pocos europeos, pero sólo accesibles mediante nuevas políticas, nuevas ideas y una revisión completa de los modos económicos de producción, es la única manera de revitalizar un discurso de izquierdas a día de hoy caduco y desgastado por el tiempo y las decepciones.

Conservadores y socialistas de la mano conforman el peor escenario posible para la posibilidad de gestación de una sociedad libre solidaria y justa. Peor incluso que la resultante de la alianza entre conservadores y liberales. A un lado de la orilla de este momento histórico quedan los liberales, con las uñas afiladas, esperando regresar al poder con las fuerzas renovadas. Al otro, las viejas izquierdas radicales, incapaces de encontrar un discurso moderno que pueda ser escuchado y valorado por la ciudadanía como alternativa posible. Y mientras tanto, conservadores y socialistas pergeñando un nuevo futuro de capitalismo liberal regulado e intervencionista, donde sean las oligarquías, sin cabida para recién llegados descontrolados ni advenedizos distorsionadores, los que dominen la economía mundial en nombre del bien general, al tiempo que se aumenta el control sobre la población con la excusa de cuidar de su bienestar.

Hay algunos optimistas que consideran que de esta crisis surgirá un mundo mejor más estable, libre y justo. Ojalá . Pero, ¿quién nos dice que lo vendrá no será aún peor que lo que teníamos? La China actual, nominalmente comunista, podría ser el primer experimento, a escala local, de la conjunción de políticas conservadoras y socialistas en el marco de una economía de mercado intervenida. La sola idea parece aterradora.

13 octubre 2008

Las ideas manoseadas

A veces hay frases que a costa de repetirlas hasta la saciedad pierden todo el valor que se les supone, y pasan a ser de uso común de voces mediocres que lo único que quieren es resumir sin argumentar. Yo mismo me encuentro a veces tentado por ellas. Y lo noto. Siento cuando surgen desde mi interior, desplazando a otras ideas originales aunque menos trabajadas, que presentan un peor acabado y tal vez estén aún en gestación, pero que al menos son propias; y advierto cómo las aparta de su camino hacia mi boca, implacablemente, a pesar de que conozca que lo que voy a decir es ya un lugar común que, de tan transitado como está, nada crece ya bajo sus palabras, y que al recitarlas desapareceré como hombre racional para dejar paso al loro humano que nada dice porque nada crea. Un hombre masa.

La brillantez huera, que sólo existe para iluminar el instante, la nova que explota para después desaparecer sin dejar rastro, dejando un poso de lucidez que nada parece inicialmente poder disipar, aunque su repercusión sea en realidad tan nula como la que tiene la sentencia de un imbécil. Tengo una relación de amor y odio con los aforismos en general. Con las frases cortas que resumen ideas. Con las sentencias que no se pueden discutir. Que te dejan anonadado por su brillantez o la rechazas vehemente sin posibilidad de un acercamiento reflexivo. Tras el impacto que suelen producir no hay nada. No hay recorrido. Es un producto caduco en su brillantez, un artefacto que muestra su fulgor, explota ante los ojos cegándote con su belleza para después sin más desaparecer. Tal vez por eso mi dualidad, mi proyecto de siempre de tener un cuadernito donde apuntar aforismos, ideas, sentencias, pequeños textos que me impresionan y estremecen cuando los leo y subrayo, proyecto éste siempre abandonado por esta extraña prevención que tengo. Pienso en todo esto mientras leo este post que me recuerda el porqué de ese deseo que sin embargo no cumplo, y que vuelve a dejarme el regusto amargo que sólo los proyectos inacabados o inasumidos pueden provocar.

Pero de inmediato recuerdo el detonante que me llevó a escribir aquí: la idea, la sentencia, ¿la reflexión? que me golpea desde hace semanas desde todos los lugares inimaginables: la radio, la televisión, la prensa, los blogs, el metro, los amigos, la vecina... La crisis está ya en la calle, la gente siente miedo y rabia al ver que son ellos sobre los que terminará repercutiendo la idea de un capitalismo brutal, globalizado y especulativo que a todos se nos escapa. Escuchan palabros que no entienden pero captan a la perfección la idea de que será el Estado (o sea ellos, sus impuestos, su futuro y los aspectos sociales de los que suelen depender para sobrevivir con dignidad) el que va a cargar con los problemas generados por los otros, por los ricos, por lo ambiciosos. Y eso les jode. Mucho. Pero tampoco tienen tiempo para asociarse, discutir, buscar alternativas... Y sólo queda el comentario cínico, que resume la situación a la perfección pero que al tiempo nada aporta ya por usado y trillado hasta la saciedad. No hay costumbre de disertar y la televisión ha impuesto el paradigma del impacto: golpear y escapar. No vaya a ser que se note demasiado el vacío. Así, tras unos segundos comentando generalidades, la falta de costumbre, pues, se impone y la frase referida a la situación actual emerge, para terminar, para finiquitar, para dejar el problema visto para sentencia En el fondo para descansar y escapar: “...vamos, privatizar los beneficios y socializar las pérdidas...” Igual tras la dichosa frasecita (si el que la suelta es alguien de la calle) se añade “...menuda panda de hijos de puta...”. Yo reconozco que agradezco al menos este colofón castizo.

Sólo hay que buscar en Google la sentencia para comprobar lo que digo.

21 septiembre 2008

Sobre la polémica de Carlos Boyero, El País y el cine experimental

Con una semana de retraso he llegado a la polémica suscitada por la Carta al Director enviada a El País por una serie de profesionales del cine español, entre los que destacan, entre otros, Víctor Erice, José Luis Guerín y la plana mayor de los colaboradores de Cahiers du Cinéma (versión española). La carta en cuestión, de imprescindible lectura y que de manera íntegra se ofrece en un blog expresamente creado por esta plataforma que ha conseguido ya más de 250 adhesiones, critica la cobertura que el citado periódico hace de los festivales de cine y el tratamiento que da al cine más experimental, particularizando en los artículos escritos por Carlos Boyero, y poniendo como ejemplo su crítica a la última película de Abbas Kiarostami presentada en el último Festival de Venecia.

Era de esperar. Mientras escribió en El Mundo, Boyero pudo esquivar el acoso del establishment cultural español, escribía en un periódico que la gente progresista, la gente de bien, no debía leer, y por tanto no se debía reconocer su existencia, ni sus críticas, para no parecer que se le daba cobertura a la influencia de la caspa que representaba el infame Pedro J. y sus secuaces. Pero he aquí que su diario de cabecera, el único que podían llevar bajo el brazo orgullosamente, o al menos sin vergüenza, fichó a Boyero con el rango de estrella, en un golpe mediático que respondía en cierta manera al fichaje anterior de Santiago Segurola por parte de la empresa editora de El Mundo. La cosa, entonces, cambiaba. Ya no se podía obviar lo que escribía Boyero, puesto que aparecía en el diario de referencia, el diario culto, el diario que establece e impone el patrón cultural de nuestro país. De repente, algunos de mis amigos que no habían leído a Boyero en su vida se sorprendían ante la virulencia de sus críticas y lo lacerante de su sarcasmo, al tiempo que los internautas de El País le repetían las mismas preguntas que llevaba años contestando en los encuentros digitales de El Mundo y se sorprendían ante la libertad y la incorrección cultural de sus respuestas. Vamos, se sorprendían y desconcertaban, curiosamente, ante la “novedad” que significaba un tío de más de cincuenta años que lleva diciendo lo mismo y de la misma manera toda su vida. Cosas de leer tan sólo el diario oficial.

Estaba claro que era cuestión de tiempo que las críticas a Boyero y a la sección de cine de El País apareciesen, pero lo que sin sorprender no deja maravillar, es la capacidad que tiene el sector que se autoconsidera más progresista de nuestra sociedad para autoproclamarse adalid de la verdadera cultura, desechando así otras opciones e ideas tan respetables como las suyas. Sólo hay que analizar extractos de la famosa carta para constatar el autoritarismo cultural que se desprende de ella, y al tiempo apenarse por la incapacidad que tienen sus firmantes de escapar del mundo ficticio que han creado en el que todas las fuerzas oscuras conspiran contra ellos.

En el caso de la reciente Mostra de Venecia, el cronista de turno, Carlos Boyero, imitándose a sí mismo -tratando de tarados, cursis, snobs, plastas y otras lindezas a cuantos cineastas y críticos puedan discrepar de sus opiniones-, además de reiterarnos día tras día su inmenso hastío, no ha tenido reparo alguno en pregonar su abandono de la proyección de la última película de Abbas Kiarostami

"Resulta paradójico que un periódico de referencia, que hace gala de su interés por la cultura, cada vez con una mayor frecuencia excluya de ésta al cine, al que tiende a reducir a mero entretenimiento de masas, pasto de las televisiones”

Es decir ellos deciden lo que debiera o no debiera publicar El País porque deciden qué es y qué no es lo que se puede definir como cultura. Con dos narices.

En la difícil situación que en tantos aspectos atraviesa hoy el cine español -particularmente en el de la producción y difusión de las películas más interesantes que se vienen haciendo entre nosotros-, sería justo y necesario, para que sus lectores sepan a qué atenerse, conocer cuál es la verdadera actitud de “El País” a este respecto. Aclarar si –insultos y descalificaciones aparte- su postura coincide básicamente con la que se desprende de los textos de su cronista”.

Vamos, que con una tremenda desfachatez exigen al periódico que se manifieste a favor o en contra de lo que escribe Boyero, exigiendo que se posicione, pero... ¿cómo qué? ¿por qué? ¿para qué?...¿Qué pretenden, que El País publique un comunicado en el que declare ampulosamente que defiende el cine experimental y el cine de autor?¿Es sólo a mí al que le parece delirante esta actitud totalitaria ante la libertad y la independencia de una de las pocas secciones que parece respirar cierta autonomía en ese periódico?

Pero hay más, son capaces de superarse:

Si así fuera, si el acuerdo de una u otra manera existiera, estaría algo más claro cuál es el sentido de su compromiso primero: apoyar de tarde en tarde, a modo de pequeño detalle redentor, algún asomo de diversidad para dedicarse sobre todo a sostener y publicitar la producción cinematográfica más acorde –salvo las excepciones de rigor- con el dictado mayoritario de los ejecutivos de Televisión y los intereses de aquellos productores, distribuidores y exhibidores que determinan el destino de nuestro cine.”

Lee uno este extracto y respira libertad. Claro que sí. Si el periódico calla o defiende la libertad de su periodista para escribir sobre la experiencias que tiene cuando ve una película, sin pararse a considerar (como debiera) que aunque no le haya gustado debe mentir para apoyar el cine arriesgado y experimental (ya que así promociona la CULTURA, con mayúsculas), El País estará evidenciando que está vendido al capital, a la industria, al mal. No hay lugar para que sea el criterio del lector el que decida si es cierto o no tamaña acusación (y a lo peor, no por los motivos que ellos esgrimen). No, ellos lo interpretan por nosotros, juzgan y condenan.

La reflexión que yo me hago es la siguiente: si mañana El País despide a Boyero y en su lugar contrata, por ejemplo , a Carlos F. Heredero (actual director de Cahiers du Cinéma versión española), ¿ya no estaría vendido a la caterva de productores, distribuidores y exhibidores cuya única obsesión es destruir nuestro cine? ¿ya no estaría vendido al capital?... ¿Pero estos señores no conocen los intereses empresariales y la trayectoria de PRISA, empresa que edita El País? ¿Creen en serio que es una empresa que apoya la “diversidad” en contra de la “concentración”? Claro que no son tontos y que no creen semejante sandez, lo que quieren es el apoyo de El País para distribuir y exhibir las películas que ellos consideran interesantes y que curiosamente son las mismas que les dan de comer. Lo necesitan desesperadamente si no quieren desaparecer, pero son demasiado arrogantes para reconocerlo e intentar argumentar para conseguir dicho apoyo, y recurren a la amenaza inútil de arrebatarle a El País el carnet de defensor de la progresía cultural. Paradójico. Cuando es el El País el que otorga ese tipo de carnets habitualmente.

No hay nada bochornoso en defender aquello en lo que cree, pero sí en exigir a los demás que hagan lo mismo sin más argumentos que el de una pretendida autoridad indemostrable en la materia.
Yo, que transito sin problemas de Boyero a Cahiers du cinema, de Oti Rodríguez Marchante al desaparecido Ángel Fernández Santos, de Ford a Tarkovski, o de Coppola a Imamura, lo único que me producen este tipo de exabruptos públicos es pena y compasión. Porque tras estos arrebatos de autoafirmación cultural y reivindicación de lo minoritario como arte tan sólo por el hecho de serlo, se esconde la frustración de no ser ni estar en la posición de aquellos que se critica. Porque no es que se quiera cambiar el mundo, no. Tan sólo es la rabia pon no ser ellos los que ocupan las posiciones de privilegio en él.

Por cierto, la película de marras, la de Kiarostami, son casi dos horas de imágenes de primeros planos de 113 mujeres mientras ven (y escuchan) la representación de un cuento persa sobre una heroína. Sólo se muestran imágenes de esas mujeres, sus emociones al ver la obra, sus gestos, sus reacciones... casi dos horas... igual es una obra de arte incomprendida pero entonces, ¿cuántas como ella están distribuyéndose ahora mismo en internet sin que nadie las defienda?... ¿O en el fondo la cuestión final de todo la controversia entre arte de masas y arte minoritario estriba en que los que defienden a las “estrellas” del segundo pretenden que ocupen el lugar de privilegio de las "estrellas" del primero?

16 septiembre 2008

Los bares de Madrid

Vivir Madrid es, de alguna manera, vivir sus bares. El centro de esta ciudad renueva su oferta puntualmente, casi mes a mes, a veces parece que cada semana, aunque tal vez lo único nuevo de ese lugar al que se llega sólo por caminar por esa esquina aún inexplorada, es la presencia de uno mismo en él... Los bares, las cervecerías, los restaurantes, las tabernas, las tascas, las cafeterías, los cafés, son lugares de encuentro, de acogida, de renovación, de reunión, de risas (y lágrimas ocasionales), de charlas varias, intrascendentes tantas veces y, por supuesto, lugar de conversaciones, coloquios y debates. Hace años que me di cuenta (desde que dispuse de dinero para entrar por fin en ellos desde el exilio obligado y joven del botellón) de que yo era un auténtico rastreador de cafés y bares con algo especial, un cazador en busca de un ambiente, una oscuridad, unas mesas, una música. Un rastreador de momentos futuros. Paseando por la ciudad, como el domador de versos, deambulando por sus calles, redescubriendo sus esquinas, mi sexto sentido está siempre alerta, dispuesto, evaluando casi sin querer cada nuevo sito que se abre o descubro, estudiándolo, analizando sus posibilidades, en segundos, casi sin darme cuenta. Porque no todos ellos sirven, la gran mayoría es desechado, pues me susurran al oído o me escupen a la cara rápidamente lo que quiero saber y puedo esperar de ellos.

Una de las necesidades más extrañas del ser humano es su afán por clasificar. Clasificar, etiquetar y crear categorías de todo aquello que lo rodea. También se puede clasificar a las personas por el tipo de local al que les gusta acudir, ya sea de manera habitual o para un encuentro ocasional, o incluso por la bebida que toman con más placer, o la hora a la que prefieren quedar. En mi experiencia todo ello suele tener una relación directa con el tipo de socialización que prefieren: más divertida, superficial, profunda, pretenciosa...

Pero lo que los años me han hecho ver con claridad es que no son sólo las personas las que eligen las conversaciones que van a tener, sino que es el lugar, con su ambiente, semioscuro o luminoso, con música o en silencio, jazzístico o más bien rockero, de copas o cervecero, lo que decide el giro que una conversación va a deparar: si será íntima, o cachonda, profunda o superficial, entrañable o soporífera...

En mis últimos tiempos como rastreador, he obtenido dos nuevas piezas. La primera es un café en las cercanías de la Filmoteca (con la que comparte además el nombre) que parece tener escrito en su entrada: ven y conversa sobre cine, tras ver la película, con un ambiente informal pero cómodo, más de media tarde que de noche.

El otro es un bar de copas y café en un esquina de la calle Huertas, oscuro, mesitas bajas, ambiente un tanto decadente, con multitud de antiguos teléfonos que acechan desde las paredes a la espera de una llamada desde otro tiempo, con una música suave que favorece la charla tranquila, que alterna con fluidez diferentes voces españolas, entre las que sobresale por la insistencia de su presencia la de Sabina, y también la de Serrat. Allí esta última semana acabé dos veces: la primera para despedir a un amigo que abandona la ciudad de manera temporal en busca de las verdes praderas inglesas, y la segunda para pasar una larga tarde, prolongada hasta la noche, regada de whiskys que iban cayendo con una cadencia suave, mientras conversaba sobre Newton y Descartes, sobre Borelli y Hooke, sobre fluxiones e infinitésimos, Leibniz y Huygens, del tío Nocilla, Asimov y su psicohistoria...

Las mejores historias se desarrollan en los bares. Los mejores encuentros. Las peores despedidas. Las risas.

El rastreador sigue al acecho

18 julio 2008

Sam Peckinpah, el genio solitario

Un francotirador del cine. Un genio medio loco, alcohólico, irascible, brutal en ocasiones, siempre atormentado, que vivió a caballo entre dos mundos, dos épocas, dos formas de entender el cine y la industria, y que murió finalmente antes de cumplir los sesenta años allá por 1984, después de hacer un puñado de películas extraordinarias. Sam Peckinpah, un cineasta pasional y apasionado, un director que volcaba en el cine su mundo interior, sus miedos, su sentido de la justicia, su idea de la vida, derramando siempre el celuloide, extrayendo las entrañas más íntimas y viscerales a los argumentos que trató, salpicando al espectador de furia y sangre, pero siempre dejando un poso de poesía y lirismo. Dejó huella, consiguió rápidamente lo más difícil para un director, para un creador: ser reconocible, poseer un estilo que no por mil veces imitado ha dejado de ser su impronta, su marca, ésa que intentaron convertir otros en lo único importante de su cine, olvidando a propósito (o debido a su ceguera) el alma con la que dotaba a las imágenes de sus películas. Su estilo fue personal, innovador, radical en su propuesta estética. Su gusto por la violencia filmada, la morbosa contemplación de la muerte, el placer por la cámara lenta detallista que no sugería sino que mostraba en toda su crudeza la danza final del ser humano cuando se le arrebata su vida sin contemplaciones, la coreografía de la violencia, creada con un sentido del ritmo exquisito y que apabullaba a un espectador al que dejaba anonadado ante el espectáculo amoral que se le ofrecía. Su marca. Lo era, desde luego. Pero muchos no quisieron ver que esa marca, ese estilo, era el marco desde el que respiraba el poeta, el director capaz de hacer de un detalle un mundo, de una mirada una historia, de una frase un modo de vida. Peckinpah se erige así como uno de los grandes narradores de un Hollywood al que odió sin poder renunciar a él, un perdedor natural, un desertor de la felicidad que otorgó a sus personajes un halo épico y una ética propia: la ética y la épica de los perdedores, los malditos, los olvidados por la historia, los que nunca se podrían redimir. Sus westerns (todos ellos) son obras maestras, aunque en ocasiones puedan no ser redondos (bien por las complicaciones en la producción o por la propia personalidad de un director que siempre tenía la necesidad de perseguir fantasmas), y sirvieron para redimensionar un género agonizante, asesinado por la pérdida de inocencia de la sociedad norteamericana que lo engendró y por la relectura económica, facilona y en su gran mayoría deleznable de los spaghetti westerns.

Se han escrito decenas de artículos sobre sus películas más famosas, Grupo salvaje y La huida. Nunca se ha mostrado más violencia en una película que la que existe durante la primera hora de metraje de Perros de paja, una violencia latente dentro de una comunidad pequeña, que va ahogando y asfixiando al tiempo al protagonista y al espectador hasta desembocar en una brutal y desaforada violencia física liberadora. Duelo en la alta sierra era un canto hermoso a la lealtad y al apego a un mundo que se escapaba. La primera secuencia que abre La balada de Cable Hogue, donde Jason Robards conversa con Dios mientras camina por el desierto a la espera de una muerte segura, significa una de las presentaciones más entrañables y particulares de un personaje en el cine. Pero me quedo con dos planos particulares de  Pat Garret and Billy the Kid para mostrar y valorar la sensibilidad y la capacidad narrativa de este loco borracho, su sensibilidad, su gusto por la belleza estética y la emoción contenida de su cine.

El primero es cuando Billy ha escapado de la cárcel huyendo de su viejo amigo Garret. Cabalga solo, de noche, y al atravesar un riachuelo se para en medio de él para colocarse algo de abrigo, anochece y la luna refleja la imagen invertida del pistolero en el agua, un segundo no más, lo suficiente para mostrarnos un bellísimo plano de un personaje que se nos muestra atormentado, perdido, sin presente ni futuro, incapaz de cambiar y adaptarse a un mundo que le está sobrepasando y quiere deshacerse de él, un personaje en el que resuenan los ecos del Ethan de Centauros del desierto, que se se siente solo, terriblemente solo, desorientado durante un segundo, sólo un segundo, pero que se niega a desaparecer, y que posteriormente decidirá enfrentarse a su pasado y volver a la única vida que conoce y puede vivir, la que le llevará a la muerte.

El segundo plano muestra la muerte de un sheriff a punto de la jubilación al que Garret ha pedido ayuda para localizar y detener a uno de los secuaces de Bill. El sheriff, junto a su mujer (una espléndida y madura Kathy Jurado, que fuera inolvidable secundaria mexicana en películas como Solo ante el peligro o El rostro impenetrable), accederá a ello con desgana y miedo, sólo para recibir más tarde el balazo que le supondrá una muerte inútil, antiheroica, destrozando así los cánones del western, pero al tiempo recomponiéndolos en una nueva lectura, más humana, más profunda, mientras suenan los primeros acordes de Knock, knock, knockin´on the heaven´s door de Bob Dylan, tema que continúa sonando en una secuencia enorme, intensa, acompañando al sheriff que tambaleante se acerca a sentarse al borde de un lago cercano para morir mientras mira, desconcertado, a su desesperada mujer.


Peckinpah
pervivirá siempre. A pesar de la indiferencia con la que a veces se le trata frente al recuerdo de clásicos y contemporáneos que no significaron ni significarán la mitad que él. El cine no puede olvidarse de uno de los mejores cineastas americanos de la segunda mitad de siglo XX.

17 julio 2008

17 de Julio

El cine, los libros, el amor como ideal, Titanic, Cenicientalmeida, la costura, el cuartito verde, Braveheart, compañera de loza, el tío de las llaves, Mulder, su Mulder, la soledad, el aislamiento, el futuro abortado, las lágrimas, las risas, Lo que el viento se llevó, la espada que me regaló, los sueños, la ensoñación perpetua, los años, seis años, el trágico error, el Diario de Sevilla, la que se quedaría para siempre, la que se fue por sorpresa, el riego, el campo, su campo, para siempre...

29 junio 2008

Game over

Se acabó el curso. Por fin llegan unas vacaciones, merecidas y valoradas, que significan un descanso mental y físico que necesitaba. Las oposiciones acabadas, con el resultado incierto de siempre. Incierto no porque no vaya a probarlas, no, sino porque mientras la asignatura de física y química dependa para su mantenimiento y ampliación de la pléyade de perezosos universales y de analfabetos científicos funcionales de la que están poblados las altas esferas decisorias y los claustros de profesores, nunca podrá ser resucitada y reimpulsada al verdadero lugar que merece, y tendremos que matarnos entre nosotros y con los interinos de larga duración, “los pata negra”, por obtener alguna de las miserables plazas con las que intentaremos minimizar el asesinato científico, la eutanasia activa a la educación científica de la población general, a la que está abocada nuestra pretenciosa sociedad de la información y del conocimiento... ¿conocimiento?

Asegurarnos que lo alumnos comprendan que la ciencia es un producto cultural de la sociedad en la que se desarrolla, fruto de ella y al tiempo motor de cambio e influencia de dicha sociedad”. Esto aseguraba yo hace pocos días delante de un tribunal. Creo en ello y lo defiendo, pero esta idea no parece tener la suficiente fuerza para atravesar las endurecidas, utilitaristas y encorsetadas mentes ¿pensantes? que rigen los destinos educativos. Como escribe Merchán la escuela ha pasado de hablar de reforma a hablar de gestión eficiente, y como si de una empresa se tratase, en los últimos años se está imponiendo un discurso economicista y capitalista referido a la educación, que nos habla de optimizar resultados, obtener dividendos tangibles, gestionar con eficiencia, conseguir a toda costa resultados positivos, y cotizar esos resultados entre la acrítica y embebida opinión pública.

Pero tras las oscuridades y los malos augurios respecto a nuestra educación a nivel general, surge el brillo de un año trabajado con placer, disfrutado intensamente, con tensión y responsabilidad. Un año escolar que acaba y que supone de nuevo partir, dejando atrás algunas semillas que espero que no sean pisoteadas por profesores ciegos y sin empatía, ni por familias incapaces de educar en el estudio y en la vida. Un año en el que de nuevo he sido tutor y en el que espero no haber defraudado a mis alumnos, y que ellos hayan comprendido que estudiar no está reñido a veces con disfrutar, y que la asignatura de física y la química no es ese ogro deformado y terrible en la que la están intentando convertir (con la impagable ayuda de profesores avejentados, o sin ilusión, o con ínfulas extrañas) para promocionar materias más técnicas, menos racionales, más pragmáticas, buscando poblar el mundo de epsilons y boicoteando la formación de posibles alfas, incontrolados e innecesarios. Donde espero (aunque es difícil conocer los resultados tan a corto plazo) que también hayan recibido el mensaje de que los profesores (como a otro nivel los padres) no son tan importantes ni tan trascendentes, que pasan por sus vidas jodiéndoles un año, o si tienen suerte le hacen más interesante y divertida alguna asignatura en particular, pero que al final su educación, su formación, la conseguirán través de sus lecturas, de sus vivencias, de sus amigos, de sus ilusiones y de su capacidad de ambicionar lo que quieren sin dejarse cerrar puertas por los vampiros energéticos y los parásitos estancados que los rodearán, y sin abrir más puertas que las que ellos en cada momento estén dispuestos a cruzar.

Fin de curso. Game over.