23 diciembre 2013

1943-2013: 70 años

Cumple 70 años, siete décadas de existencia, de lucha. Nacida en la oscuridad y la miseria de la posguerra española, casada apenas con veintiuno, diez hijos, mis hermanos y yo, una vida entregada, de otra época. Tres hijas muertas: una al nacer, Alicia, el fantasma familiar, cuyo nombre lleva ahora una de sus nietas; las otras dos, Mercedes y Mari, masacradas en la treintena por el monstruo, por el puto cáncer, que truncó el futuro y convirtió la vida en un presente continuo para el resto. Y un marido, mi padre, siete años mayor que ella, extraño y contradictorio, que apenas le duró hasta los sesenta y cinco. Es una superviviente, de la vieja guardia, pertenece a otro mundo, a un mundo que se desvanece ante nuestros ojos, que desaparece para siempre, con otros códigos y diferentes expectativas. Ha envejecido sin que me dé cuenta, sin que lo note ni lo acepte. Tampoco ella. Y eso le da vida, le permite seguir jugando una prórroga eterna. Aunque pasen los años. Y la tentación de claudicar a la tristeza se agigante y sea cada vez más seductora.

La recuerdo envuelta siempre en colores vivos, reflejo de una vitalidad abrumadora, negándose al negro depresivo y autocompasivo al que sucumbió su madre, dispuesta siempre a la risa fácil, a la charla ocasional que se transforma en infinita, incapaz de comprender motivaciones vitales que excedan los límites marcados por la defensa de su prole, de su legado, de lo que ha sido, tal vez sin ser muy consciente de ello, su más importante proyecto vital. Testaruda, con carácter, visceral y emotiva. Nunca lo suficientemente valorada ni respetada. Ni por su marido ni por sus hijos. Y qué decir de una sociedad que sólo la vio siempre como una ama de casa cuyo criterio era de escaso valor. Nada más lejos de la realidad. No he visto jamás en nadie la capacidad de adaptación y de evolución que ella tuvo. Siempre dispuesta a ver más allá, a aceptar sin dudar algunos de los brutales cambios sociales a los que ha asistido, algunos de los cuales venían a destrozar sus paradigmas vitales. Paradigmas bajo los que se había educado y bajo los que había entendido que tenía que educar a sus hijos.

Pero no es una mujer de película. Afortunadamente, claro. Porque la vida no es una ficción. En la ficción ella, como arquetipo, nunca hubiera errado, siempre estaría ahí para todos, sería tan empática como irreal, inasequible al desaliento, capaz de dar a todos lo que cada uno de nosotros hemos necesitado en cada momento. Nadie es así. Sólo los egoístas, los que pretenden que el mundo gire a su alrededor, pueden pretender eso de alguien. A mí lo que me emociona cuando pienso en ella es que conociendo su capacidad de rencor, sus inseguridades, o su angustia cuando las cosas difieren a lo que su cabeza ha diseñado, sea capaz de dar un salto al vacío, de no dudar, de mantener la lealtad, de dar cariño ilimitado, de arropar a los suyos, a su manera, hasta el final, con todas las consecuencias. Jamás, bajo ninguna circunstancia, olvidaré las más de treinta noches seguidas que acompañó a su hija, Mari, mi hermana, en lo que sería su lecho de muerte en aquel hospital. Negándose a cualquier otra posibilidad, gestionando su dolor a duras penas, manteniendo el tipo hasta el final. Aún hoy parece ayer cuando la miro, a cámara lenta, sentada en aquel sofá, incapaz de asimilar lo que veía: los estertores de su niña, o mejor dicho, del esqueleto viviente en el que se había convertido su niña de 34 años, cuyas manos agarraban desesperadamente Espe y Amparo, sus hermanas, mis hermanas, con las caras contraídas por el dolor y la incomprensión.

Ni una ni dos ni tres son la veces que pensé que finalmente ella no sería capaz de soportar tanto dolor, tanto sufrimiento. Y siempre, cada una de las veces, me equivoqué. La subestimé. Tal vez por eso, contemplando su extraordinaria capacidad de supervivencia, me divierte tanto ver cómo mis hermanos intentan influenciarla, incluso cómo yo mismo intento a veces hacerlo. Porque me encantan sus gestos y adoro el rictus de su cara cuando desprecia esos vanos intentos de manipularla. Cuando muestra la realidad de su carácter: obcecado, testarudo, inmune a estrategias paternalistas y condescendientes.

Se me acumulan los recuerdos y no caben en este post el agradecimiento y la lealtad que siento. El cariño. El amor por ella. Tampoco yo soy un hijo de película. Soy egoísta, vivo mi vida, me molestan las convenciones, soy incapaz de aceptar demasiadas obligaciones familiares. Pero tengo memoria. Y soy consciente de las deudas emocionales con ella contraídas. Deudas que jamás podré pagar.

En mis recuerdos infantiles me encuentro muchas veces enfermo, como tantas veces en mi niñez, en una cama, febril, indefenso. Ella siempre está allí, cuidándome. Como aquella vez que mientras soportaba en vela noche tras noche escribió un diario para contarles a mis médicos la evolución de mi enfermedad. O como cuando me abandonó para correr como una loca en busca de un médico que me ayudara mientras yo intentaba de manera desesperada respirar por cada poro de mi piel. O como cuando durmió junto a mí, otra vez noche tras noche, en el salón de nuestra casa para permitir descansar a mis hermanos, incapaces de soportar mi angustia respiratoria. O como cuando, ya enzarzado en una guerra sin cuartel contra mi padre, escapé de casa camino al monolito de Juanma mientras ella rompía puntualmente relaciones con su marido y se acostaba en la cama fría de un hijo incapaz de lidiar con un padre autoritario.

Yo le debo todo. Nada tengo que echarle en cara. Siempre fui capaz de comprender y controlar sus defectos. De entenderla. Siempre supe cómo encontrarla, cómo provocar su risa. Cómo demostrarle mi cariño. De pocas cosas me siento más orgulloso que de conseguir hacerla reír. De conseguir que escape por un momento de una realidad encorsetada.

Ni una sola queja. Ni una sola crítica. Un respeto descomunal. Y un cariño incuestionable. Amor sin medida. Eso es lo que siento por mi madre. Que cumple hoy 70 años. Que seguirá viviendo en medio de conspiraciones de medio pelo y traiciones insignificantes. Como en todas las familias. Que tal vez seguirá equivocándose en algunas cosas. Por supuesto. Pero respetando su espacio y siendo capaz de defender el propio se termina encontrando a una mujer extraordinaria, dispuesta a darlo todo por sus hijos. Una mujer de otro tiempo, de otra época, con un hijo que la adora y que siempre estará dispuesto a quererla. Sin duda alguna. Para siempre.

Un beso, mamá. Feliz cumpleaños.

08 noviembre 2013

Sí, es a ti, pijoprogre

Tan harto de ti, tan cansado, cuánta pereza me das, ya ni siquiera me encabronas, sólo me agota tu presencia. Tantos años aguantándote, tantos silencios incómodos para no decirte lo que realmente pienso sobre las tonterías grandilocuentes que sueles soltar. Es insoportable escucharte una y otra vez, menudo ladrillo, construyendo esos discursos artificiales y maniqueos, con tu voz engolada y mirada profunda. Tan trascendente, tan ridículo… Que si qué asco de políticos, que si qué asco de monarquía, que si qué asco de empresarios… Defendiendo animales que no sabrías reconocer, defendiendo trabajadores de países lejanos que no sabrías colocar en un mapa mientras vistes ropas que ellos fabricaron, criticando el desfalco fiscal de los más ricos, criticando la corrupción generalizada de los políticos de la otra acera, la miseria moral de los que has decidido que nominalmente son tus enemigos. Aunque muy poco te distinga de ellos. Cómo te creces para hablar de tus compañeros, esos que nunca hacen huelga por nada, que además van a misa, lo sabes a ciencia cierta, perros sumisos del poder conservador. Aunque luego siempre encuentres una excusa para tú tampoco comprometerte, ni señalarte, o para hacerlo mínimamente. Sólo lo justo, lo que dicte tu sindicato mayoritario, de clase, como te gusta recalcar de manera relamida en cada ocasión, ése contra el que también cargas a veces públicamente pero que en el fondo te hace el trabajo sucio para que todo ese rollo reivindicativo con el que te vistes se quede finalmente tan sólo en lo estético, en lo decorativo, que es lo que te interesa, de lo que te alimentas. Porque no te engañes, tú lo que quieres es que todo siga más o menos igual, o que  cambie poco, viviendo dentro de trincheras de cartón en una guerra ficticia que pretendes eterna. Por eso te ponen tan nervioso lo que tú llamas excesos reivindicativos, o la idea de un verdadero cambio social en sintonía con lo que sueles predicar de boquilla, no vaya a ser que los cambios vengan a destruir lo que ya has conseguido y consideras tuyo por derecho natural. Porque eres uno más de tantos, de todos, de ellos, sí, uno más, un mierda más, vamos, para que nos vayamos entendiendo. Por eso cuando recibiste esa herencia, sin nadie que ejerciera de espectador social, no te importó que parte de ella te llegara en negro porque así simplificabas los trámites administrativos. O como cuando compraste tu casa, ¿recuerdas? ¡No hay otra manera!, afirmabas con vehemencia, ¡todo el mundo lo hace y si no pagas parte en negro no te la venden! Y claro, no te ibas a quedar sin la casa. Otra historia es esa reforma que hiciste en ella. ¿Te extraña que lo sepa? Al final todo se sabe, ya sabes: contrastaste a una cuadrilla de trabajadores ilegales. Pero claro, si no hacías eso la obra te costaba el doble y no podrías haber puesto ese parqué tan elegante ni irte de vacaciones solidarias a la India. Pero tal vez lo más molesto, lo más sucio, lo más patético que hayas hecho y sigas haciendo es pagar en negro a tu empleado del hogar, al que te limpia la mierda cada semana porque tú estás muy cansado del trabajo como para ponerte a limpiar. ¿Recuerdas cuando vino a pedirte que lo dieras de alta y lo miraste compasivamente mientras le advertías que en tal caso no podrías seguir contratándole porque el dinero no te alcanzaba? ¿No te das asco a ti mismo? Piénsalo. Lo de tener o no tener dinero según para qué cosas es una fenómeno extraño, digno de estudio y análisis. Como lo que piensas sobre la coherencia. Aún recuerdo aquello que me dijiste sobre ella. No te lo voy a repetir, ¿para qué? Léelo, si eso. Y qué contarte de ese perpetuo discurso victimista sobre los impuestos, que  siempre os crujen a los mismos dices, aunque por otro lado sabes por experiencia propia que ese dinero es el que permite que no te arruines para que traten las enfermedades de los  tuyos y para dar oportunidades de futuro a tus hijos. A los que llevas a colegios concertados. Por el nivel, claro. A veces me pregunto si alguna vez te habrás parado a escuchar tus propias soflamas. Idiota no eres, nunca lo has sido, al menos no del todo. Ni siquiera eres el espécimen más peligroso de la fauna social. Sólo eres un pijoprogre,  tan previsible, tan insustancial, tan inútil… Un coñazo inaguantable. No podía salir nada bueno de esas sobredosis de El País y la SER que te metías. Te han hecho creer que eres superior moralmente a los otros mierdas, a los de la trinchera de enfrente, tan obscenos, tan evidentes… Creíste que con tu discurso sociata y solidario ya eras distinto a ellos cuando al final lo que hacemos cada día y no lo que decimos es lo que determina lo que somos en realidad. Tienes muchas caras, te he visto muchas veces, te he escuchado en muchos sitios y te he leído en muchos medios. Eres familia, eres amigo, eres conocido, eres tan sólo un nombre en una red social. Eres un cáncer desmovilizador, un caballo de Troya. Y no lo sabes, no eres consciente de ello. Te ofendes cuando alguien te lo insinúa. Siempre encuentras razones para no ser subversivo, ni radical, ni para ser coherente con aquello que dices defender. Pero sabes una cosa, al final lo que menos soporto de ti, lo que menos aguanto, no es tu incoherencia perpetua y la debilidad de tus argumentos, no, qué va, eso ya lo acepto como parte del lote, es la exhibición impúdica y continua de tu anorexia intelectual lo que me enferma. Y que encima pretendas hacerla pasar por preocupación social.

19 octubre 2013

Respirar

La cosa está jodida, esta crisis no es como las otras, así la llamas tú también, crisis, aunque no tengas muy claro lo que eso significa. Pero es algo serio, seguro, la cara de tu madre no te tranquiliza como otras veces, no es capaz de ocultar su miedo, te mira, casi te grita cuando te pregunta cómo te sientes, es de madrugada, estás sentado en el salón, apenas puedes contestar, te acurrucas sobre los sillones, tu pequeño cuerpo se hace un ovillo, te sientes pequeño, tan pequeño, la casa parece vacía, todos duermen, Migue seguro que también, qué suerte, piensas… Aparece también por allí tu padre, con gesto serio, y eso es algo insólito, anormal, pero no hay tiempo para análisis profundos, sólo eres capaz de pensar ya en una sola cosa, sólo tienes un objetivo, primario, elemental: has de conseguir oxígeno, más oxígeno, en cada bocanada, en cada aspiración, y para ello debes poner en marcha todo tu cuerpo, cada parte de él, aunque los libros de ciencias digan que no sirven para ello. Respirar, una vez, y otra, y a ser posible otra vez más. Te pones a trabajar en ello, con cada músculo, con cada órgano, a través de cada uno de los poros de tu piel. Los obligas a dejar su actividad habitual para centrarse en lo único importante, respirar, como sea, una vez, y otra, y otra más, respira, aspira, espira, vive, no abandones. Tu madre ya no está contigo. Crees entender que ha ido a buscar a un médico. Comprendes que no le dará tiempo. Miras a tu padre, acongojado, y tras un segundo cierras los ojos, exhausto. Notas cómo te levanta y te lleva hasta la terraza. Te asomas al cielo, de nuevo en pie, fascinado por las estrellas mientra sientes el aire frío entrando en tus pulmones. Acompasas tu respiración al latido de tu corazón, sientes que por fin recompones el equilibrio, poco a poco, con enorme esfuerzo. Miras al infinito y la  noche decide por fin darte una tregua. Hoy no vas a morir. No toca. Respira, chaval. Es hora de dormir.

09 octubre 2013

La discreta mediocridad del profesorado

La distancia existente entre las teorías pedagógicas modernas y la realidad de la enseñanza es tan abismal que a veces pareciera que aquello de lo que se ocupan las primeras no tiene nada que ver con la actividad que se desarrolla en los centros educativos. Tras unos años ejerciendo como profesor en la educación secundaria madrileña me resulta extraordinariamente estéril leer y escuchar tanto las chaladuras pretendidamente alternativas de los fanboys de Ken Robinson, como el casposo y conservador discurso de los que se quieren retrotraer a una supuesta arcadia educativa en la que los alumnos, en silencio y con el máximo respeto, escuchaban a sus maestros independientemente de su buen hacer. Sin que ellos, ni sus padres, ni la sociedad, tuviera derecho a juzgar y valorar su labor. Ni a poner en entredicho sus planteamientos didácticos. Entre unos y otros, como una especie de materia oscura indetectable responsable del porcentaje más alto de la gestión diaria de la realidad educativa de este país, se encuentra la gran mayoría de profesores y maestros. Y éstos, sin profundizar en absoluto en ninguna de las cuestiones relacionadas con los aspectos filosóficos, pedagógicos y políticos de su labor, sin atender ni comprender apenas las relevantes consecuencias de la misma, trabajan (en general) bajo el paraguas del clásico paradigma educativo, apenas actualizado por un uso superficial de las nuevas tecnologías y por la necesidad de asumir la existencia de un nuevo marco relacional con un alumnado que, como buen hijo de nuestro tiempo, exige una relación emocional más intensa y cercana con los que van a ser sus profesores para volcarse en su propia formación con la máxima intensidad. Por ahí caminan, cada día, sobre el alambre, miles de docentes, abrumados por la enorme responsabilidad que una sociedad irresponsable, formada por familias desordenadas construidas alrededor de mónadas emocionales incapaces de interactuar con normalidad, pone sobre sus hombros. Los padres parecen haberse desprendido de las viejas certezas totalitarias en relación a la organización familiar para enfrentarse a un vacío en el que son incapaces de encontrar nuevos equilibrios sobre los que construir un entorno afectivo que dote a los chicos de las dosis mínimas de responsabilidad y ética con las que empezar a caminar por la vida.

Nunca fue tan evidente la distancia entre el sueño de formar ciudadanos críticos, responsables y con conocimientos a través de la educación reglada para todos y la actual realidad educativa, propia de un país derrotado y deprimido. Una realidad educativa gris y desangelada, desilusionada, sin proyecto de futuro, desconcertada, que tan sólo sobrevive por inercia. Hoy en día la sociedad ya no es capaz de determinar exactamente qué quiere de la escuela. Las viejas ficciones ya no sirven. No hay proyecto común en relación a ella. Sólo quedan los restos descompuestos de aquel viejo relato colectivo que la quiso colocar el centro de la acción social como elemento fundamental para la cohesión y la igualdad de oportunidades. Inmersos desde hace décadas en un letal individualismo, tan sólo pretendemos utilizarla como plataforma credencialista que legitime la exclusión y sirva de soporte en la construcción de una tan feroz como estúpida competitividad social, en la que unos sólo pueden triunfar si los demás fracasan y se hunden. Ya no hace falta formar. Tampoco está claro sobre qué instruir. En ese caos, con ese caos, en un erial que lleva décadas sin ser regado con nuevas ilusiones colectivas, trabajan cada día los docentes, sin saber exactamente para qué, ni cómo, ni por qué, sostenidos a veces sobre frágiles razones, tan pretendidamente profundas y abstractas, que terminan destilando cierta grandilocuencia. Ejerciendo su labor desde una discreta mediocridad que les permite no significarse, no mortificarse y no ser determinantes. Dejando que pasen perezosamente los años, los cursos y sus vidas. 

Hay un ruido brutal en torno a la educación. Parece que se habla mucho de ella, muchas veces, desde muchos frentes, pero si se escucha con atención rápidamente hemos de acordar que apenas se dice nada con enjundia, nada relevante y nada que signifique un giro que venga a solucionar sus verdaderos problemas. Pero lo extraño, lo significativo, lo que debiera hacernos reflexionar es que donde menos se habla de educación es precisamente dentro de los propios círculos docentes. Es sorprendente el devastador silencio que existe en torno a la propia educación, a nuestra labor como profesores, en los centros educativos. No recuerdo ni una sola vez que en ningún centro se planteara seriamente debatir cómo se podría mejorar de manera global la manera de enfocar las clases, la forma de enseñar, de encarar el proceso de enseñanza-aprendizaje. Apenas se comparten experiencias educativas, exceptuando detalles instrumentales, meramente formales, generalmente discutidos entre compañeros de departamento, todos trabajamos prácticamente en el más absoluto aislamiento, sin relación los unos con los otros, sin proyecto común. Las reflexiones ocasionales que se plantean debido a alumnos particulares cuyo rendimiento académico preocupa chocan contra el muro de la incomprensión de compañeros que son incapaces de admitir ninguna falla en su labor a la hora de evaluar la desidia escolar que esos alumnos parecen mostrar en sus clases. Las conversaciones suelen limitarse a constatar los problemas puntales que un alumno en particular presenta en relación a sus resultados académicos o a su actitud en clase. Y normalmente sirven tan sólo para justificar la propia incapacidad pedagógica del profesor, refugiándose en la supuesta inutilidad manifiesta del alumno para acoplarse a su ejercicio profesional. Nunca hay autocrítica. Jamás. No he encontrado a un solo profesor o profesora que haya asumido públicamente nunca que la responsabilidad del fracaso educativo de alguno de sus alumnos pueda ser debido a su pésima labor. Frente a ese pasmoso silencio es paradójico el ruido ensordecedor que existe cuando de lo que se trata es denunciar, con rictus serio, la habitual pésima educación que muestran los alumnos.

Debiera ser obligatorio dilucidar no sólo qué es aquello que hemos de enseñar (aunque estemos limitados por leyes educativas esquizofrénicas que parecen escritas por el mono de Toy Story 3) sino cómo hacerlo y en base a qué paradigmas educativos. Nada más lejos de esa posibilidad permiten las rutinas establecidas y los tiempos laborales de nuestros centros educativos. Es casi imposible relacionarnos profesionalmente, no existen prácticamente horas habilitadas para ello, pero las que hay no sólo no las utilizamos sino que las despreciamos mostrando una soberbia indecente a través de la que transmitimos nuestra pavorosa incapacidad para trabajar en equipo. Aunque el problema no reside realmente ahí. Un observador externo alucinaría al ver cómo se ha convertido en tabú el preguntar o indagar sobre la labor de otros compañeros, sobre cómo plantean sus clases, sobre cómo se relacionan con su alumnado o qué métodos utilizan para dar sus clases. El oscurantismo es absoluto. Los profesores han asumido como derecho (cuando no lo es) el aislamiento completo a la hora de realizar su labor una vez que cierran la puerta de sus aulas. Si se producen tropelías tras ella se enmascaran fácilmente mediante aprobados generales o a través del miedo que se infunde a mentes jóvenes que no son capaces de racionalizar las situaciones de acoso y prepotencia (miserable) a las que en ocasiones se enfrentan.

Es fundamental deslindar esta crítica al profesorado del ataque brutal y continuado que a través de los recortes se está cometiendo contra la educación pública. El problema que planteo es transversal y de hecho encontrar soluciones pragmáticas y realistas será mucho más difícil mientras se aprieten los horarios lectivos de los profesores y las ratios continúen creciendo. Estas decisiones suicidas y populistas de la Administración sólo sirven para desanimar a los buenos profesores y para hacerles imposible mejorar sus clases. Por otro lado también es importante que no se aproveche esta crítica para apoyar esas otras visiones alternativas (vacías, imbéciles e interesadas) a la enseñanza pública, a la enseñanza reglada y a la necesaria transmisión de conocimientos. Sólo podremos mejorar la enseñanza destapando las patéticas incongruencias, las fallas argumentales, el pensamiento mágico y los intereses ocultos existentes tras documentales como “La educación prohibida”, que  pretenden sumergirnos en una educación emocional tan vacía e inútil como perfectamente adaptada al sistema (capitalista). La popularidad de bodrios intelectuales como el mencionado entre  padres de clase media, sirve para ilustrar el nivel intelectual de este país, pero por otro lado nos muestra cómo los profesionales de la educación, los que realmente conocemos de qué va esto, hemos perdido la batalla de las ideas debido a una inexcusable dejadez que nos invalida como interlocutores válidos a la hora de afrontar las necesidades de alumnos y padres. No sólo somos incapaces de ofrecerles una enseñanza diferencialmente de calidad sino que también nos declaramos oficialmente incapaces de construir espacios educativos comunes en los que discutir qué es necesario enseñar y cómo hacerlo. Qué prácticas educativas se deben reformar. Cómo podemos evitar las tasas de abandono escolar escalofriantes que tiene España. Cómo podemos impedir que tantos padres y alumnos vean la escuela como un aparcadero de niños. Somos inútiles, lo admitimos, damos nuestras clases y mantenemos la ficción.

No es irrelevante cuestionarse por qué los profesores no nos planteamos con una mayor profundidad qué, por qué y cómo enseñamos. Los diferentes gobiernos han preferido dejar de lado a los que realmente viven con tensión el día a día de la educación y pueden conocer en cada materia la manera de enfocar los problemas derivados de su enseñanza. Al no responsabilizarnos de ello, al alejarnos de la toma de decisiones, al construirnos masticados temarios imposibles, competencias didácticas metidas con calzador y enseñanzas transversales ilimitadas nos han infantilizado, han creado un gran cuerpo de docentes muy preparados a los que no se les deja opinar ni decidir en ningún foro sobre las condiciones de su labor, dejando la toma de decisiones educativas en manos de pedagogos y políticos. Los primeros están obsesionados por transformar desde sus despachos universitarios el paradigma clásico educativo, sustituyendo la necesaria transmisión de conocimientos por delirios intelectuales constructivistas que convierten al profesor en un guía y a los alumnos en “emprendedores” brillantes capaces de reconstruir por sí mismo centurias de saberes dispersos. Los segundos, de forma chapucera, incapaces de entender la complejidad real de la enseñanza, dan palos de ciego e imponen su dogmas ideológicos en aspectos colaterales a la enseñanza que terminan emponzoñando toda posible solución a sus problemas reales y generando un ruido mediático y social insoportable.

Y siempre en segundo plano se encuentra una gran mayoría de los profesores y maestros. Como actores secundarios sin frase, sin capacidad de decisión, sin que hayan aprendido a responsabilizarse de su quehacer, sin reformar viejas prácticas anquilosadas, sin rechazar con argumentos esas nuevas prácticas que popularizan los pedagogos de moda, bajando demasiadas veces la cabeza, eludiendo compromisos, aislados voluntariamente para no comprometerse ni analizar su propia labor, sin ser capaces de mantener una lucha continuada para defender aquello en lo que dicen creer. Una gran mayoría, realmente decisoria, como una especie de materia oscura indetectable, responsable del porcentaje más alto de la gestión diaria de la realidad educativa de este país..

Una realidad educativa que cada vez se hace más irrespirable, más opresiva, menos libre y menos optimista. Como si ya no tuviera futuro. Y por la que ya nadie ya realmente se quiere comprometer.

20 septiembre 2013

Imbéciles

Asisto asombrado al histérico alborozo general causado por el inglés pobre y sobreactuado de Ana Botella. Días después los improperios contra un viejo (que es rey) y debe volver a operarse parecerían sacados del humor más casposo de Benny Hill. Recuerdo con asco ciertas reacciones irracionales y miserables al terrible accidente, casi mortal, que tuvo este verano una responsable política madrileña. Caca, culo, pedo y pis. Pero con mucha mala baba, con una crueldad inusitada, sin complejos, sin matices. Y todos descojonados, por el suelo, riendo sin parar, como putos imbéciles, mofándonos de las miserias de los que, al fin y al cabo, no son más que personajes secundarios en el drama real de un país que está destrozado, hundido, en el que cada día somos testigos de los estragos de una crisis que no es ya tan sólo económica, sino también moral. Como no tenemos narices  para salir definitivamente a la calle y destrozar realmente el chiringuito que el capitalismo 2.0 ha construido sobre nuestros cadáveres laborales, parecemos conformarnos de nuevo con eludir la realidad, pero de manera diferente a como lo hicimos hasta hace muy poco. Parece ya inviable poder evadirse de las consecuencias sociales de la crisis y de la realidad que la misma determina, por lo que muchos pretenden volver a escapar de su responsabilidad social participando en un estado de regresión infantil colectivo enfocado a destruir a personas más o menos insignificantes en patéticos linchamientos virtuales que sirvan para sublimar la rabia y la vergüenza por no poder cambiar las cosas. Chistes, fotomontajes, videomontajes, chanzas, insultos… Todos tan ingeniosos como estériles, tan estúpidos en el fondo como brillantes en la forma. Cuando uno se para un momento a analizarlos se siente invadido por la pereza más infinita, la cacofonía es angustiante, nunca nada fue tan plano, tan superficial, tan inútil y tan gilipollas. Sí, estoy hasta los huevos de escucharlos, verlos y leerlos. Nadie puede creer seriamente que de esta ridícula venganza sobre nuestros enemigos ideológicos se pueda obtener algún rédito. Cuánta estupidez y cuánto tiempo derrochado en redes sociales que sólo sirven para amplificar una lastimosa idiocia colectiva. Mientras nos siguen machacando recortando las pensiones, ampliando el copago a enfermos de cáncer, destrozando la educación, privatizando la sanidad… 

Sigamos emulando a Boabdil, aunque de manera diferente: "riamos como imbéciles lo que no supimos defender como hombres".

26 agosto 2013

Hastío


¿Qué sucedió? Fantaseo con la posibilidad de conocer las expectativas con las que comenzaron a prepararse para salir. Leer sus pensamientos mientras se duchaban, mientras elegían la ropa con la que causar mayor impacto, mientras se maquillaban y se calzaban esos enormes tacones. Asistir como espectador a la llegada al primer bar, presenciar sus primeras risas forzadas, atender a sus insípidas conversaciones… Ahora, demasiado pronto, la magia parece haberse esfumado, la ficción ya no se sostiene, tal vez no han bebido suficiente alcohol para hacerse insensibles al aburrimiento que las embarga. En una de las terrazas que masifican la Plaza de la Cebada, tras el segundo Jameson, detengo un momento la charla con Javi. Es una calurosa noche de julio. Entro en el bar y me dirijo hacia las escaleras que llevan a los servicios. Allí, justo delante de ellas, están las cinco chicas acampadas, sentadas sobres unos taburetes bajos que las despojan del artificio sensual que sus vestimentas intentaban construir. Es poco más de la una de la madrugada. La noche casi acaba de comenzar para casi todos pero para ellas parece haber llegado ya a su fin. Son jóvenes, ninguna debe pasar de los veinticinco años. Todas visten de manera muy sugerente pero no son especialmente atractivas. Cerca de ellas, otras dos chicas, tan atractivas como artificiales, hacen babear a un grupito de chicos que se arremolinan en torno a ellas, como simios en celo, con sus copas en las manos y prestos a la risa cómplice para conseguir la atención de alguna de sus diosas. A las otras nadie les hace ningún caso. Sólo yo. Ralentizo mi paso para observarlas con mayor atención. No son tantas las ocasiones en las que uno puede asistir en directo a un cuadro físico como éste, pintado con brochazos cargados del tedio colectivo más devastador en el contexto más inesperado. Los cuerpos de las chicas se encuentran en torno a la pequeña mesa de ese bar pero cada una de ellas no puede estar en ese momento más lejos de las otras. Tres de ellas se dedican a sus móviles, compulsivamente, sin levantar la mirada, con la desgana dibujada en sus caras, la cuarta bosteza mirando tristemente al infinito mientras la quinta parece vigilar de manera distraída al resto de clientes del bar. El cuadro es singular. Las tres de los móviles parecen haber perdido ya toda esperanza de que esa noche el mundo real, contenido en ese bar, les pueda ofrecer una alternativa mejor al vasto mundo virtual que les ofrecen wahtsapp, twitter o la navegación zombi por la red. Tal vez sea en la siguiente actualización de twitter o en el próximo mensaje de whatsapp donde consigan encontrar sentido a ese momento de sus vidas. La promesa virtual, la promesa de Matrix, genera adicción y el yonki (o la yonki) será capaz de esperar durante horas para conseguir ese instante de relevancia virtual que le servirá para olvidar el tiempo perdido, el tiempo desperdiciado de vida. La que mira al infinito ha roto con toda realidad, la física y la virtual, tan sólo deja pasar el tiempo, tal vez echando de menos las sábanas limpias de su habitación en la casa de sus padres. La quinta parece estar intentando, ya sin mucho entusiasmo, encontrar la botella en el mar, el detalle dentro del bar, entre los clientes, en la música del garito, en el tipo ése del pelo negro que se acerca a ellas con parsimonia y que no le ofrece el menor interés... en lo que sea, en cualquier cosa, en algo que le permita volver a reunir al grupo y reactivar la noche. 

Porque debe ser duro asimilar que de nada ha servido el tiempo pasado preparándose para la salida, eligiendo cuidadosamente los trajes que iban a vestir, maquillándose (copiosamente) delante del espejo, caminando por la empinadas calles de Madrid a bordo de esos tacones imposibles... Debe ser duro, aunque el problema real son las expectativas, el problema real es cómo y por qué se han podido formar esas expectativas, qué buscaban cuando decidieron salir juntas esa noche. Si no salieron para conversar, para reír y para estar las unas con las otras... ¿qué buscaban? El objetivo, tal vez, sería otro. Pero lo cierto es que ahora son transparentes, invisibles para todos los tíos de ese bar que si se acercaran lo más seguro es que serían rechazados inmediatamente. Porque tampoco son ellos los elegidos, porque es difícil encontrar a un príncipe azul entre tanto imbécil que tan sólo busca un polvo; y porque, para qué engañarse, ellas tampoco responden al prototipo de princesa que ellos desesperan por encontrar una y otra vez, cada noche, cada fiesta, cada salida. La noche, su noche, está muerta, nació muerta, se pudre en el vacío de fiestas a las que se acude con el espíritu de un obrero, de un proletario de las tinieblas que sabe que debe picar y picar la piedra de la supuesta diversión, aunque ello lo reviente hasta la madrugada. Ya salgo del servicio y mientras subo las escaleras vuelvo a verlas, van apareciendo delante de mí una a una, hasta que el cuadro completo se configura ante mis ojos, durante un segundo, antes de que queden tras mi espalda. No parecen haberse movido un ápice. Cada una de ellas continúa sentada exactamente igual y haciendo exactamente lo mismo que la primera vez que las vi. Como si posaran para el pintor invisible de la posmodernidad más desoladora. Como si posaran para el retrato colectivo del hastío más profundo en las sociedades modernas. Como si posaran para Houellebecq. E incluso a él le aburrieran.

19 julio 2013

Un niño en la tormenta

Arrecia la lluvia. Hace ya mucho tiempo que no deja de caer sobre su cabeza. Hace frío. No parece que disminuya la intensidad con la que el agua lo golpea. Todo se pudre. Siempre. En su caso la podredumbre tan sólo llegó pronto, tan pronto. Mientras tanto sonríe, dulcemente, a todos, siempre, sin hacer distinciones, arrebatándote el alma. Tal vez sólo buscando de manera desesperada parte de la protección perdida, recomponer los fragmentos rotos de esa burbuja emocional que una mujer destrozada por la vida y la enfermedad construyera laboriosamente para ambos. Esa burbuja que terminó explotando, abrupta y dolorosamente mientras él, ajeno a todo, sin posibilidad aún de manejar el dolor, disfrutaba de su primer verano eterno junto a sus primos, sin poder comprender que mientras reía y jugaba con titos destrozados y primos inconscientes, su vida cambiaba para siempre y se iba a llenar, a pesar de los esfuerzos de todos, de encanallamientos, de malas caras, de miradas cómplices equivocadas, de penas compartidas que construyen falsas certezas inamovibles. Y, lo más importante, de una ausencia que nunca dejará de estar presente en su vida.

Está creciendo en medio de silencios incómodos y responsables, en medio de compromisos quebrados, de lealtades mal entendidas y de amores absolutos que maleducan. Inmerso en una guerra fría en la que los contendientes tal vez jamás van a poder demostrar tener la razón absoluta. Te mira de manera adorable, balbucea mientras nervioso intenta explicarte cualquier chorrada, se tira encima de ti buscando el refugio de tus brazos. Aunque hayan pasado meses desde de la última vez que te vio. Te rompe por dentro. Y sabes que es una ficción, que durará poco, que el amor infantil no se construye de memoria sino de un presente continuo en el que ya has desaparecido porque apenas hay espacio para todos los demás, que revolotean por su vida generando a su alrededor un ruido emocional que terminará por volverlo loco. O tan sólo idiota. Mientras, no puedes evitar quererlo. Tampoco dejar de sentir lástima por él, por su desorden vital, porque aún es incapaz de vislumbrar las ruinas familiares sobre las que debe aprender a crecer, rodeado de adultos incapaces de dejar de ver en él el reflejo cegador de la que se fue, de la que nos dejó, hasta incluso difuminar su existencia y sus necesidades. Vive envuelto por un aura deslumbrante y antinatural, a través de la que los demás encontramos el único camino posible para que ella siga presente, para que la memoria no nos traicione como con los otros y la deje arrinconada demasiado pronto. Las balas silban a su alrededor, el amor incondicional que ahora lo protege será finalmente dañino. Es un amor corrompido, contaminado por la pena, por el dolor y por la incomprensión.

En el fondo tan sólo es un ejemplo más del eterno enfrentamiento entre la lógica de la supervivencia infantil y la inevitable miseria de la lógica adulta. Lo terrible es como pretendemos acostumbrarnos a ausencias anormales, como las normalizamos, como creemos superarlas y seguir los dictados de la razón cuando es la rabia lo que nos corroe por dentro. Me sonrío cuando recuerdo las buenas intenciones. La familia es la gran ficción, el constructo cultural más poderoso, tal vez el más falso de todos, aunque necesario. La familia siempre termina rota, arruinada, quebrada por el tiempo, por las fricciones y la incomprensión. Tan sólo se sostiene gracias a los restos de lealtades y amistades construidas a fuego lento. Y por la existencia de algún ancla. Como la nuestra. Aún poderosa. Resistiendo las embestidas de la vida. Casi siete décadas después. A duras penas. Agotada por el paso del tiempo, envejecida por el sufrimiento, consumida por las disputas, pero siempre de pie, sin albergar duda alguna, protegiendo a sus cachorros, incluso a los de la segunda generación, restañando heridas, minimizando diferencias, como si nunca fuera a dejar de existir. La única que no se plantea traiciones o estrategias. Tan sólo abre la puerta de su casa y nos acoge. A todos. Y todos volvemos. Y nos encontramos. E intentamos reconocernos de nuevo. Resistimos. Mientras el crío juega por allí nosotros nos miramos, nos buscamos, intentamos entendernos. Y en silencio nos vemos más viejos, nos vemos mayores, diferentes. Nos vemos jodidos, perdidos. Más indefensos que nunca. Como el niño. Pero con menos futuro.

18 julio 2013

Preguntas sin respuesta (julio, 2013)

  • ¿Alguien es capaz de vislumbrar la razón última del furibundo ataque de El Mundo a Rajoy a través de Bárcenas? ¿Qué busca Pedro J.? ¿ ¿A quién apoya dentro del PP? Y sobre todo, ¿quién le apoya dentro del PP? Espe, Espe, Espe… 
  • ¿Lo Bárcenas es la puntilla final de El País como periódico de referencia en España? ¿Cómo es posible que se acojonara como lo hizo tras publicar "los papeles de Bárcenas"? ¿Cómo es posible que dejara pasar el tiempo sin publicar ni investigar las consecuencias de lo que publicó, dejando que por intereses espurios la competencia terminara imponiéndose? ¿Tendrá algo que ver Soraya en ello por su “ayuda” para interceder con los bancos y así poder seguir refinanciando su asfixiante deuda? ¿Quién coño lee hoy El País?
  • Católicos del Opus como Federico Trillo cobrando en B, curas que son directores de centros de educación católicos concertados acusados de tocamientos y castigos corporales, el papa hablando de lobbys gays dentro de su iglesia mientras la jerarquía eclesiástica ataca de manera despreciable los matrimonios homosexuales… ¿El catolicismo 2.0 da tanto asco como a mí me lo parece? ¿Los que siguen dentro de esa secta y la mantienen viva con bodas, bautizos y demás mierdas son conscientes de ello?
  • ¿Cómo es posible que los socialistas, con la que tienen montada en Andalucía, con vergonzantes ERES y un chiste que provoca arcadas de primarias dirigidas, se atreven siquiera a arrogarse la capacidad de convertirse en portavoces del pensamiento político de izquierdas de España? A ver si os enteráis: nos dais asco
  • ¿Cómo se puede construir un discurso crítico con el modelo de sociedad que nos ha llevado al abismo mientras se cobra el paro y se construye una empresa en negro, sin declarar nada y ayudado por familiares que no cotizan y trabajan en negro? El problema ya no es de supervivencia sino de coherencia.
  • ¿Los profesores, funcionarios con plaza, que en Madrid se quejan por tener que corregir los exámenes de los alumnos suspendidos por los interinos despedidos en junio son así de gilipollas o simplemente son incapaces de comprender, en su aburguesamiento laboral, que su incomodidad puntual significa la miseria y precariedad de los otros (nosotros)?
  • Los madrileños pobres que apoyan los Juegos Olímpicos y se declaran a favor de Eurovegas  mientras ven como aumentan las tasas universitarias de sus hijos un 20%, cómo la educación privada desgrava o cómo destrozan la educación y la sanidad públicas, ¿son idiotas, son imbéciles o tan sólo alienígenas?
  • ¿En qué momento una persona cuya trayectoria vital es cuando menos discutible se arroga el derecho de decir a los otros lo que tienen que hacer para solucionar sus problemas? ¿En qué momento ayudar se convierte en juzgar? ¿En qué momento es legítimo dejar a un lado la educación y empezar a dejar claro a estos tipos (o tipas) que sus mierdas no son aceptables y que sus vidas sólo son ejemplos de mediocridad?
  • ¿Qué queda de nosotros cuando desaparecemos? ¿Por qué ciertas ausencias se mantienen tan presentes y provocan un dolor sordo que lo invade todo?*

*Personal

10 julio 2013

Internet nos hace superficiales... pero con matices (2 de 2)


A mi alrededor constato que aquellos que, por diferentes motivos, pasamos mucho tiempo conectados a la red cada vez nos cuesta más trabajo leer 10 o 15 páginas seguidas de una novela o un ensayo sin que nos interrumpa el último whatsapp, tuit, mail o comentario de facebook. Antes, hace muy poco, esto era muy fácil de solucionar alejándote del ordenador y leyendo en otros espacios de la casa. Ahora, desde hace unos pocos años, con los smartphones y los tablets, la desconexión es prácticamente imposible sin caer en un talibanismo tecnológico igualmente perjudicial. Además, no la solución no creo que pase por cerrar las puertas de acceso a la red porque tal vez el tecnológico sea el aspecto menos relevante del problema. La novedad, lo diferente, es el ansia, la necesidad, la adicción a la conexión permanente, a revisar tu smartphone o tu ordenador, aunque no hayas recibido ninguna alerta, como un acto reflejo, como un drogadicto en busca de sus dosis, buscando el estímulo digital al que nos hemos acostumbrado, y que nos facilita la pérdida de concentración en esa actividad tan costosa que es la lectura atenta y en profundidad.

Hay un aspecto que tal vez aún esté pasando desapercibido y con lo que no creo que se contara cuando se glosaban los beneficios de la construcción colectiva de conocimientos que traería la Web2.0. La conversión del receptor pasivo de la Web 1.0 en comunicador, en constructor interactivo de información en la Web 2.0, ha tenido como efecto colateral inesperado la aparición del placer culpable y casi siempre estúpido de la búsqueda de reconocimiento. Esta actitud ya se empezó a vislumbrar cuando explotó el fenómeno de los blogs y sus autores desesperaban por maximizar las visitas y las referencias a lo escrito. Ahora eso se ha multiplicado por mil gracias a redes sociales como Twitter y Facebook en las que, sin necesidad de construir un contenido cuidado y con cierta densidad, se puede conseguir ser protagonista y conseguir esos 15 minutos de fama que predijera Warhol (que en la red, por su velocidad, han transmutado en unos escasos segundo y medio). Aunque es evidente que habría que dilucidar cómo afecta a los diferentes tipos de internautas esto que describo, es innegable la existencia de cierta vanidad y búsqueda de relevancia en esa continua atención a tuits, whatapps, comentarios de blogs o interacciones de Facebook, que poco a poco absorben cada vez mayor cantidad de tiempo. Esta actividad interactiva significa en ocasiones (pocas) un  intercambio constructivo y formativo de información y conocimientos pero en general, no supone más que una gran conversación infinita repleta de naderías, anécdotas e intrascendencias ególatras. La vanidad y la búsqueda de reconocimiento es algo que siempre hemos asociado a los creadores:escritores, pintores, cineastas que nunca han podido evitar, aunque lo oculten tras una falsa modestia o una calculada indiferencia, la emoción que sienten cuando sus creaciones alcanzan el éxito o la relevancia social. Pienso que a pequeña escala esto está sucediendo también en la Web 2.0, con la enorme diferencia de que esos cientos de miles de anónimos creadores en busca del éxito apenas ponen encima de la mesa nada que pueda ser considerado como relevante y por tanto susceptible de ser valorado como algo singular y con cierta trascendencia.

Por otro lado es idiota criticar al medio y tratar de responsabilizar a la red de un problema que debemos resolver nosotros mismos. A muchos les entusiasma construir extravagantes teorías de la conspiración y pensar que el ruido y la trivialidad en la que nos sumerge la red son provocados y fomentados, fruto de un elaborado plan para someternos y confundirnos (detrás estarían, por supuesto, el club Bilderberg, los mercados o los alienígenas. O una alianza de todos ellos). Pero dejando aparte estas tonterías, al final los problemas mencionados no son más que la consecuencia natural de la irrupción de una tecnología de la comunicación que ha cambiado todos los parámetros relacionales con los que habíamos vivido durante décadas. El salto ha sido muy grande y en muy poco tiempo. Y todavía tenemos que aprender a usar de manera inteligente toda esa información y comunicación que la red nos ofrece sin perder de vista que el ser humano necesita espacios de soledad e introspección para pensar y reflexionar, para incluso ser capaz de conocerse a sí mismo, de ahí la importancia del silencio e incluso del aburrimiento para conseguirlo.

Por último también hay que dejar constancia de un aspecto que sirve para relativizar un tanto la crítica (aunque sea necesaria) a la distorsión que generan las nuevas tecnologías a nuestra capacidad lectora en particular y a nuestra capacidad de concentración en general. En el fondo, mucho antes de que la Web 2.0 viniera a distraernos, había ya mucha gente (de hecho una gran mayoría de españoles), que no leía un libro ni aunque le pusiesen una pistola en la cabeza y que, salvo las cartas que enviaron de niño a sus abuelos (obligados por sus padres, claro), se podían tirar toda su vida adulta sin comunicarse por escrito con nadie y sin ser capaz de hilar dos ideas complejas sobre un papel. Esa gran mayoría es la misma que lo más cerca que estaba de leer un periódico era porque le regalaban alguno de esos ejemplares de prensa anoréxica repleta de anuncios que se popularizaron en los últimos quince años. Y esa gran mayoría igual no ha notado nada de lo que he descrito en estos post y en cambio sí ha visto cómo, aunque sea de manera superficial, le llegaba mucha información por vías de las que no disponía en el pasado que poco a poco le han ido permitiendo opinar y argumentar sobre asuntos que, sin la Web 2.0, ni siquiera habría conocido su existencia.

Por lo tanto debemos reflexionar y aceptar como una evidencia que la Web 2.0 no sólo están modificando nuestra manera de aprender, de relacionarnos y de comunicarnos sino que también tiene una repercusión directa y negativa en la realización de tareas complejas que conllevan necesariamente una concentración que a día de hoy se ve continuamente cuestionada por la distracción perenne en la que nos sumergen las redes sociales. Pero ello no nos debe hacer desdeñar en aras de un intelectualismo mal entendido el enorme potencial que Internet tiene y los beneficios que ya hoy nos aporta. Aprender a controlar nuestras adicciones virtuales, reconocer el problema, aprender a usar de manera más racional y útil las nuevas tecnologías de la comunicación e imponernos y exigirnos una mayor educación en nuestro devenir digital son objetivos básicos que debemos colectivamente intentar alcanzar. Y volver a aprender a leer en profundidad disfrutando del silencio. Costará, pero una vez que nos cansemos de la novedad digital y la comunicacional infinita igual descubrimos que no tan difícil volver a conseguirlo.

07 julio 2013

Internet nos hace superficiales... (1 de 2)

Nos está pasando a muchos, lo hemos tenido que ir reconociendo a pesar de que al principio nos lo negábamos incluso a nosotros mismos. Nos ha ayudado que por fin sea algo que se ha puesto encima de la mesa, algo de lo que se habla ya abiertamente, que se puede valorar y discutir y que, por supuesto, ya somos conscientes de que no es un problema sólo nuestro. Desde hace un tiempo se escriben artículos sobre el asunto, aparecen sesudos ensayos expresando honda preocupación y es un problema que los que estamos conectados mucho tiempo a Internet, a las redes sociales, a la Web 2.0 en general, no podemos ni debemos eludir: Internet está afectando a nuestra capacidad lectora. Cada vez es más dificultoso mantener la concentración fijada durante horas en una lectura pausada, comprensiva y reflexiva. Y esas son las características fundamentales que pueden hacer que dicha lectura suponga un aprendizaje significativo y trascendente, una experiencia con poso y con sustancia. Por lo tanto nos deslizamos peligrosamente hacia una experiencia lectora superficial, intensa y agotadora de textos consecutivos y paralelos cada más breves, más extremistas y con menor profundidad, en los que lo emocional y la ausencia de matices se hacen preponderantes y lo reflexivo y lo analítico desaparecen. 

Vivimos inmersos en un carrusel desquiciado de noticias que cada hora parecen suponer un punto de inflexión definitivo en lo político, lo social o lo económico. Noticias sobre las que nos volcamos con ansiedad leyendo y escribiendo radicales juicios apresurados, navegando como posesos en busca de nuevos artículos que nos ayuden a clarificar el nuevo escenario que dichas noticias han dibujado, para tan sólo obtener una riada de datos descontextualizados que no tenemos tiempo de hilar ni de darles forma racional porque de repente aparece la nueva noticia que todo lo cambia. Las opiniones se entrecruzan, aparece la confrontación, se discute con quien no es el enemigo pero al menos tiene una cara (virtual), se abandona la idea de convencer a nadie, se grita, se insulta, escupimos al ciberespacio parte de la rabia que acumulamos en el día a día. Y cuando nos cansamos de discutir dejamos aparecer el sarcasmo, jaleamos el cinismo y elevamos a los altares durante unos segundos el pretendido ingenio de los que se erigen en poetas mínimos del fracaso colectivo social en el que vivimos. Tal vez sea en Twitter y en los comentarios a los artículos de los medios digitales donde se manifiesta con mayor virulencia aquello que describo.

Actualmente Internet ofrece lo que parece una ilimitada oferta de información y de conocimientos que están ahí esperando tan sólo a que el interés de cada uno de nosotros nos permita acceder a ellos. Podemos mejorar nuestra formación mediante un aprendizaje continuo hecho a la medida de cada uno de nosotros. Podemos confrontar opiniones, profundizar en asuntos que antes estaban vedados por los grandes medios de comunicación, aclarar ideas, entender nuevos conceptos. Pero la realidad es otra, muy diferente. El último ensayo de Pascual Serrano, La comunicación jibarizada, trata sobre ello, como antes lo había hecho Nicholas Carr en Superficiales, ¿qué está haciendo Internet con nuestras mentes? La realidad es que tras la promesa de acceso a una información ilimitada, de un acceso infinito a diferentes voces y puntos de vista sobre cualquier tema que nos ocupe, la Web 2.0 se ha convertido en un enorme patio de vecinos en el que el que el ruido ensordecedor provocado por la opinión continua sin filtro de todos nosotros nos termina arrastrando por el camino de la irrelevancia, de la búsqueda del titular, del reconocimiento en un otro que casi no se conoce, a través de una lectura diagonal que apenas supone un escaneo insustancial del contenido escrito pero con el que creemos, erróneamente, dotarnos de datos con los que finalmente terminamos reafirmándosonos en nuestras posturas previas. Abrimos decenas de enlaces que nos llevan a decenas de artículos que a su vez nos direccionan a decenas de nuevas páginas en un bucle infernal que, generalmente, tras una lectura superficial y apresurada, dejamos abiertos como pestañas en el navegador, durante un rato, hasta que de manera displicente los cerramos sin reflexionar mucho sobre ello. En todo este proceso consumimos tiempo, mucho tiempo, un tiempo que podríamos dedicar a realizar lecturas en profundidad sobres esos temas que decimos que tanto nos preocupan. Pero la tendencia es otra, la multitarea se impone, la capacidad de hacer varias cosas al mismo tiempo es alabada como una mejora evolutiva, como una forma de aprovechar el tiempo, de abrirse a diferentes estímulos que nos enriquecen intelectualmente. Y son tachados como conservadores y retrógrados los que señalan que diversificar nuestra atención, intentar estar a muchas cosas al mismo tiempo puede impedir la profundización y la reflexión sobre cada una de esas tareas que se realizan, y que por ello, tal vez, nuestros aprendizajes tiendan a ser menos significativos.