25 enero 2020

Un año de cine (2019). Primera parte

Estas son las películas nuevas (no tengo en cuenta las revisiones) que vi durante el año que acaba de finalizar. Aclaro, mediante la palabra cine, las que vi en pantalla grande. Están ordenadas cronológicamente según las fui viendo. Separo la lista en dos partes para hacer más digerible su lectura. 
  • Expo Lío´92 (2017)María Cañas. Documental de trinchera (realizado con nervio, compromiso político e inteligencia) centrado en los fastos del 92, cuando la España paleta quiso dejar de serlo y pretendió mostrar al mundo su nueva modernidad democrática. Con un excelente montaje la película deviene en mosaico social y político de un país incapaz de superar sus contradicciones. Estupendo.
  • O futebol (2015)Sergio Oksman. Extraño, lírico y cautivador documental que comienza con un inseguro viaje a Brasil del director de la cinta con el objetivo de reencontrarse con su padre, ausente en su vida durante décadas. Con delicadeza emocional se muestra cómo rápidamente se da cuenta de que la conexión ya es imposible salvo a través de una pasión compartida: el fútbol. Mientras, el caos y el azar que rigen nuestras vidas deciden aparecer y aportar un elemento final dramático que el director, con pudor, incorpora a un relato visual muy hermoso y humano.
  • Glass (2018)  M. Night Shyamalan (cine). El capítulo final de la singular trilogía con la que Shyamalan unificó sus películas de El protegido (2000) y Múltiple (2016) es una sugestiva película adulta dedicada a la deconstrucción y posterior reflexión de los códigos y aristas filosóficas del universo de los cómics de superhéroes, por los que Shyamalan muestra un respeto reverencial. Un aplauso a ese cierre de película,  a ese final tan anticlimático como sustantivo.
  • Las distancias (2018)Elena Trapé. Película generacional que opta con acierto por la frialdad y la contención dramáticas para indagar en el desconcierto vital de treintañeros estancados en una realidad precaria. Incapaces de enfrentarse a un mundo real poco acogedor, sobreviven alimentándose de ensoñaciones egóticas que ya a duras penas les sirven para enmascarar sus fracasos vitales. Me gustó.
  • Bohemian Rhapsody (2018)Bryan Singer. Amable biopic de Queen que se ve con agrado sobre todo por el magnetismo que irradia Rami Malek interpretando a Freddie Mercury. La parte final centrada en la recreación del concierto de Wembley es espectacular.
  • La favorita (2019)Yorgos Lanthimos (cine). Tres actrices en estado de gracia al servicio de uno de los mejores directores europeos de las últimas décadas. La película es una autentica gozada: disección macabra y con rasgos de comedia negrísima de las pulsiones más oscuras del ser humano en su lucha interminable por el poder y por conseguir someter al otro. Fantástica.
  • IO (2019)Jonathan Helepert. Las historias enmarcadas en un futuro posapocalíptico son ya un género en sí mismas. En este caso el pecado de esta película no es que parta de una premisa convencional (aunque prometedora): una adolescente, hija de genio científico que intenta arreglar el problema de un planeta ya despoblado, intenta continuar el legado de su padre mientras tiene que decidir si embarca o no en el último trasbordador espacial que sale de la Tiera hacia una nueva colonia espacial humana. El problema es otro, el problema es que es insoportablemente soporífera. Un muermazo incontestable. Hora y media de aburrimiento en vena.
  • Velvet Buzzsaw (2019)Dan Gilroy. El punto de partida es inmejorable: una historia de terror al servicio de un acerada crítica a la superficialidad de la parásita élite cultural que rodea al arte moderno. Pero el resultado es decepcionante y esta historia de terror alegórica en la que unos cuadros se van haciendo con el alma y las vidas de aquellos que pretenden poseerlos y comercializar con ellos termina naufragando. Una pena. Prometía mucho más.
  • Mortal Engines (2018)Christians Rivers. Cuánto ruido visual, cuánta imaginería al servicio de una nada tan profunda, tan absurda y tan plúmbea. Qué pena de cine fantástico sin imaginación, sin ritmo y sin alma.
  • El reino (2018)Rodrigo Sorogoyen. Uno de los directores más interesantes del panorama español se lanza al cine político con una obra plena de ritmo y tensión sobre la corrupción. Apenas decae, presenta personajes tan reconocibles como poliédricos pero, y me jode decirlo, cuando llega el momento ir más allá de la persona corrupta en cuestión, cuando toca analizar la estructura de poder social y económico que sirve de caldo de cultivo a esa corrupción que es sistémica y no ocasional, llega ese fundido a negro (final) que para mí es el más cobarde de la historia del cine español.
  • Green Book (2018)Peter Farrelly. Cada año Hollywood intenta hacernos creer que todavía es capaz de ofrecernos algo de cine adulto. Suelen ser sucedáneos de aquel cine de los 90 que tanto asco me da (hablo de aquellas grandes producciones hipertrofiadas y sentimentalmente pornográficas tipo Forrest Gump o El paciente inglés) pero que, al menos, eran producciones técnicamente impecables.Hoy día estas películas ni siquiera tienen eso: Green Book es cine blando, plano, sin personalidad, sin aristas, de un buenismo tan condescendiente como estomagante. Lo único reseñable es la esforzada interpretación de Viggo Mortesen.
  • Aquaman (2018)James Wang. Entretenimiento para sábado por la tarde. Si la plantilla con la que Marvel ha construido su desmesurada saga ya me parece una fórmula agotada, no parece que el mejor camino para DC sea emular a su gran competidor y alejarse del camino mucho más interesante (aunque con errores) que marcara Zack Snyder. Pero qué sabré yo.
  • Renaissance (2006)Christian Volkman. Una película de animación sorprendente, visualmente arrebatadora, que bebe de esa fuente inagotable que es Blade Runner para presentar una distopía futurista en la que la interesante y espeluznante trama (experimentos genéticos, grandes corporaciones y búsqueda de la inmortalidad) sirve para indagar en los claroscuros más inquietantes del ser humano. Me encantó.
  • Mamá y papá (2017)Brian Taylor. Podría haber sido una gloriosa macarrada pero termina siendo tan solo un divertimento canalla (imagino que por la necesidad de una distribución sin restricciones). De repente, una mañana, sin mayores explicaciones, los padres de una pequeña ciudad norteamericana sienten una irrefrenable necesidad de matar a sus hijos. Y a partir de ahí la película, sin complejos, tira hacia delante con un Nicolas Cage gloriosamente desatado. El momento en el que los padres se concentran frente a las vallas que rodean a la escuela de sus hijos y empiezan a tirarse contra ellas como zombis enloquecidos para intentar atrapar a sus retoños y así poder cargárselos, es una de las secuencias con las que más me he reído en años. Se deja ver.
  • Hereditary (2018)Ari Aster. Nunca he sido el mejor espectador del cine de terror, me echan para atrás sus códigos y nunca he disfrutado de los sustos. La que para muchos es la mejor película de terror de los últimos años a mí me dejó más bien frío, aunque reconozco que no la olvido y que la capacidad del director para construir secuencias y situaciones inquietantes a partir de situaciones cotidianas es extraordinaria. Pierde fuelle cuando lo sobrenatural (curiosamente, más convencional que todo lo anterior) termina por apoderarse de la historia.
  • Nación salvaje (2018)Sam Levinson. Los rumores y las maledicencias dentro de un grupo de adolescentes en un pequeño pueblo americano terminan desembocando en una ola de violencia inusitada que sirve para canalizar una catarsis femenina y feminista liberadora. Estupenda.
  • Mary Poppins Returns (2018)Rob Marshall. La cuestión es que me recuerdo decir a mí mismo cuando acabé de verla que era digna, que me había gustado, pero ahora, unos pocos meses después, apenas la recuerdo. Mala señal. De la original recuerdo cada plano, canción, secuencia y giro de guion. Pero claro, todo esto tiene también mucho que ver con la imposibilidad de volver a ser un niño.
  • Phantom Thread (2017)P. T. Anderson. Cine de autor americano delicado, en ocasiones relamido, pero en todo momento interesante. No es de las películas que más me han gustado de un director que adoro, pero reconozco que no me olvido de la perturbadora relación que se establece entre ese rico modisto genialoide y esa camarera a la que elige como musa y compañera. Una relación que empieza a lo My Fair Lady y termina convertida en una película de Haneke.
  • Escape Room (2019)Adam Robitel. Cine de evasión de bajo presupuesto, sin pretensiones y con algunas ideas interesantes que continúa el camino que empezara a marcar en el cine moderno aquella mucho más estimulante Cube, de Vicenzo Natali, hace más de 20 años. Se deja ver. Pero tampoco mucho.
  • Amanecer de los muertos (2004)Zack Snyder. Resulta fresca y entretenida esta enésima revisitación del ya clásico apocalipsis zombi. Snyder saca lo mejor de sus actores y de ese centro comercial en el que se desarrolla gran parte del metraje, al tiempo que usa con inteligencia las pequeñas historias entre los personajes para humanizar el drama. Me sorprendió muy positivamente.
  • The Silence (2019) John R. Leonetti. Un remake encubierto de la mucho más interesante The Quiet Place (2018). Como en aquella, los seres humanos tienen que dejar de hacer ruido en sus vidas para no alertar, en este caso, a una especie de vampiros que han surgido de las entrañas del planeta. Pero mientras en aquella la excusa argumental servía para profundizar en las relaciones personales y en la dificultad de comunicación dentro de la familia, esta otra película se convierte en una sucesión de clichés de género mal digeridos, con interpretaciones forzadas y momentos de tensión ridículos. Innecesaria.
  • Hostiles (2017)Scott Copper. El western nunca muere y eso ya lo sabemos. El cine americano regresa una y otra vez a la leyenda mitológica y romántica que construyera el cine clásico sobre la conquista del Oeste para volver a deconstruirla, como forma de indagar en la personalidad política de un país corroído por un evidente complejo de culpa en relación con la persecución y exterminio de los indios. Película excelentemente rodada, compleja, con aristas y personajes poderosos que disfruté mucho.
  • La espía que me plantó (2018)Susanna Fogel. Una nadería sin sustancia y que divierte muy poco. Una comedia con muy pocos momentos divertidos que se diluye al poco tiempo de comenzar sin que haya indicios de recuperación en todo el metraje posterior. Prescindible.
  • Overlord (2018)Julus Avery. Lo que prometía ser un curioso experimento cinematográfico (producir, a partir de la interesante Cloverfield, una serie de películas de bajo presupuesto, con historias dispares del género fantástico, enmarcadas en un mismo universo en el que se produce un ataque extraterrestre), se ha ido diluyendo con los años a causa de la irregularidad de las propuestas y a que esas mínimas conexiones ya no son suficientes para sobrellevar mediocridades como esta película. Estamos ante una historia de monstruos construidos por los nazis mediante ingeniería genética en plena Segunda Guerra Mundial. Sirve para pasar el rato sin muchas pretensiones.
  • Avengers: endgame (2019)Hermanos Russo (cine). Hablar desde un punto de vista estrictamente cinematográfico de las películas de Marvel (llevo haciéndolo todo esta última década porque creo que las he visto todas) ha terminado por resultar un ejercicio estéril. Porque esta multiplicidad de películas, hipertrofiadas narrativamente y con una densidad de personajes sin parangón en la historia del cine, se ha terminado por convertir en algo que va mucho más allá del cine, seguramente en el más importante acontecimiento cinematográfico (desde un punto de vista emocional) de esa generación de jóvenes espectadores que ha crecido con ellas. Algo que puedo entender perfectamente porque es parecido a lo que a mí (y muchos como yo de mi generación) me sucede con Star Wars. Y como está claro que este no es mi negociado, nunca he podido dejar de ver el cine de Marvel con un enorme distanciamiento emocional y con un ojo cinematográfico de cuarentón cinéfilo, atento a todos los defectos y poco suceptible a sus posibles virtudes, que terminó por incapacitarme para disfrutar de este final de época que pretende sér épico y a mí, por momentos, solo me parece ridículo y grandilocuente. 
  • The Wandering Earth (2019)Frant Gwo. El cine chino se lanza a emular al cine de catástrofes estilo Roland Emmerich y hay que reconocerle que alcanza y supera por momentos al modelo. Es tan exagerada, usa de una manera tan chapucera y bochornosa todos los clichés y lugares comunes del género, que uno termina descojonánose y pasando un rato entretenido a la espera de la siguiente barrabasada ridícula y pretendidamente emotiva a la que va a asistir. Carne de perro con un puntito de disfrute canalla.
  • Pity (2018)Babis Makridis. Magnífica. Absolutamente brillante. Desde su primer e inquietante primer plano, con ese tipo que espera en su casa, a primera hora de la mañana, a que la vecina llame a su puerta para traerle ese pastel que cada mañana les hace a él y a su hijo desde que su mujer está en coma tras un accidente. Radiografía cruel y venenosa de un vampiro emocional que descubre el placer del protagonismo social y familiar que adquiere a través de la compasión que produce la casi segura muerte de su mujer. Un protagonismo que no está dispuesto a dejar escapar. La película es extraordinaria, en la senda del mejor Yorgos Lanthimos. No es casual que el guionista de la cinta sea el que habitualmente trabaja con él. De lo mejor que vi este año.
  • El manantial (1949)King Vidor. La adaptación que hizo el Hollywood clásico de la novela de la fanática liberal Ayn Rand resulta ser una película bien dirigida pero encorsetada y episódica a la que le cuesta  respirar debido al maximalismo de la reaccionaria propuesta ideológica. La construcción de personajes resulta vergonzante y maniquea: todos los que gravitan alrededor de Howard Roark (Gary Cooper), ese arquitecto creativo que pretende convertirse en adalid de una ética personal insobornable, o son mediocres envidiosos o caen rendidos (también sexualmente) a sus pies sin que, por supuesto, él se rebaje nunca a compartir el mundo (¡su mundo!) con ellos. La película naufraga porque resulta muy complejo en el cine convertir en un héroe puro, en un superhombre, a un desgraciado engreído con tantas ínfulas como poca empatía. La película nos deja algunas sentencias que podrían servir de frases de autoayuda para enmarcar en alguna casa de acogida para psicópatras retirados: "Ni doy ni pido ayuda". "Mi recompensa, mi objetivo, mi vida es el trabajo en sí mismo, mi trabajo hecho a mi manera. Nada más me importa".
  • Tiempo después (2019)José Luis Cuerda. Esta esperadísima continuación la genial Amanece que no es poco (1988) no defrauda. Respeta el legado de su antecesora y nos deja un puñado de secuencias memorables que transitan desde la crítica política o generacional hasta el surrealismo más tierno. Tan irregular como no puede dejar de ser (por su estructura episódica y la ausencia de trama), la película es una muestra más del genio de José Luis Cuerda, y lo poco que finalmente trascendió nos debería hacer reflexionar sobre los tiempos acelerados que vivimos en cuanto al consumo de  productos audiovisuales. Grande.
  • I am Mother  (2019)Grant Sputore. Ciencia ficción de serie B en el que un robot ejerce de cuidador en un refugio de una niña que parece crecer en un mundo devastado en el que no quedan supervivientes. Un giro de la trama pone en duda todo lo que esa niña ha creído hasta ese momento desencadenando la crisis y provocando el ya clásico conflicto entre lo humano y la conciencia de una inteligencia artifical. La verdad es que la película se eleva por encima de la media de este tipo de propuestas. La recuerdo con agrado.
  • Captive Staten (2019)Rupert Wyatt. Thriller enmascarado de ciencia ficción que funciona y genera interés. Su trama está centrada en la resistencia humana a la dominación alienígena. Aunque el tema está más que trillado termina resultando interesante e incluso, por momentos, emotiva.
  • Las reglas de Slaugherhouse (2018)Crispian Mills. Simpática pero decepcionante. Una gamberrada british que se desarrolla en un típico colegio privado en mitad de la campiña inglesa al que llega un nuevo alumno que desentona con la pija clase social dominante. Con subtramas centradas en el acoso escolar al diferente y la irresponsable explotación del medio ambiente. Todo queda finalmente supeditado a una estrambótica y delirante historia de monstruos subterráneos que no termina de cuajar (aunque ofrece momentos descacharrantes).
  • Brexit (2019)Toby Haynes. Apasionante y aterradora descripción de las herramientas de manipulación y contaminación del debate público con las que Dominic Cummings, gurú político, influyó de manera activa en el triunfo del a la salida del Reino unido de la Unión Europea. Cine político, urgente y con brío, que indaga en cómo se pueden controlar y canalizar las emociones primarias de una ciudadanía desnortada, que ha perdido los referentes ideológicos, familiares e institucionales en los se apoyaba en el pasado y que no sabe bien contra qué y quiénes dirigir su rabia. Acojona.
  • Los muertos no mueren (2019)Jim Jarmush (cine). Evidentemente no es su mejor película pero tiene algunos de esos grandes-pequeños momentos y ese ritmo narrativo moroso que tanto aprecio en el cine de Jarmush. En sus películas el tiempo parece dilatarse y aunque nada parece más alejado de lo que se puede esperar de una película suya que la temática zombi, lo que para tantos sería un pretexto argumental para las prisas narrativas y la imposición de un ritmo acelerado se convierte, para él, en la oportunidad perfecta para mostrar los pequeños detalles que realmente singularizan nuestras vidas. Y mientras lo hace, mientras la vida sucede, aparecen esos grandes acontecimientos vitales que provocan los necesarios puntos de inflexión. Qué grande es Jarmush. Con momentazos, la película me gustó mucho. Para incondicionales.
  • El bosque animado (1987)José Luis Cuerda. Un Cuerda en plena forma adapta y se apropia de la novela de Fernández Flórez en un relato de corte fantástico-costumbrista repleto de humanidad, vida y sentido del humor. Queda en el recuerdo ese alma en pena interpretado magistralmente por Miguel Rellán y ese bandolero, todo ilusión y actitud, que encarna con pasión un gran Alfredo Landa. Qué maravilla.
  • Alps (2011)Yorgos Lanthimos. El griego me vuelve a desconcertar y a subyugar por partes iguales. Tan extraña como preveía, la película trata, con la frialdad que suele ser habitual en la puesta en escena de Lanthimos, la incomunicación y la imposible gestión del dolor tras la muerte de un familiar cercano a través de un grupo de apoyo psicológico que se dedica a sustituir a los muertos dentro de la familia durante la primera fase del duelo. Brutal.
  • Superlópez (2018)Javier Ruiz Caldera. Siempre califico a este tipo de cine español como cine blanco, cómodo, sin más pretensiones que convertirse en entretenimiento superficial pero respetable. Lo que pasa es que con un personaje tan querido de mi infancia como Superlópez me da un poco de pena verlo convertido en algo tan absolutamente intrascendente. Pienso en lo que podría haber hecho con libertad con este personaje alguien como Álex de la Iglesia y me doy cuenta de cómo está desperdiciando el cine español a personajes del cómic patrio absolutamente formidables.
  • Anon (2018)Andrew Niccol. Niccol continúa con su tan interesante como irregular carrera desde que lo conociéramos como director y guionista de la magnífica Gattacca (1997) y como guionista de la estupenda El show de Truman (1998). Parábola de ciencia ficción que reflexiona sobre los límites de la privacidad en nuestras nuevas vidas digitales mientras se embarca en una (aburrida) investigación detectivesca a la que le falta fuelle. La película pierde interés a la media hora y ya no lo recupera. Decepcionante.
  • Dolor y gloria (2019)Pedro Almodóvar. Nunca he congeniado con el cine de Almodóvar. Su universo nunca me ha interesado, sus obsesiones no conectan con las mías, muchas de sus películas me suelen encabronar (por su banalidad) o resultarme molestas (por su emocionalidad impostada). Tal vez de ahí la sorpresa por el hecho de que esta película sí me emocionara: comprendí su dolor por el paso del tiempo, respeté su orgullo por lo hecho, compartí sus dudas respecto a decisiones trascendentes en su vida. Gran película.
  • Viaje al cuarto de una madre (2018)Celia Rico. Pequeña y delicada pieza de orfebrería sentimental que describe la relación de amor e incomprensión entre una madre y una hija que se enfrentan al difícil abismo que supone la necesidad de distanciarse la una de la otra para crecer personalmente, mientras sus vidas discurren en el asfixiante panorama de precariedad laboral y vital de nuestro país. Estupenda.
  • John Ford, el hombre que inventó América (2018)Christopher Klotz. Documental de TCM para conmemorar el 125 aniversario del que, para mí, es el mejor director de la historia del cine. No aporta nada nuevo a sus admiradores, que tan bien conocemos su vida y sus películas, pero siempre es reconfortante viajar durante dos horas a través de los fotogramas de un cine que ya se ha convertido en leyenda.
  • The act of killing (2012)Joshua Oppenheimer y Christine Cynn. Escalofriante documental que se adentra en el asesinato de cientos de miles de comunistas y disidentes del régimen polítco instaurado en Indonesia tras la llegada al poder de Suharto mediante un golpe de estado militar en 1965. Más de 40 años después de los hechos, dos de los asesinos a sueldo que el régimen utilizara para ejecutar esos crímenes, aceptan contar y reconstruir muchos de los asesinatos que cometieron con una crudeza, una vanidad y un distanciamiento emocional que harían estremecer incluso a la Arendt que escribiera aquello de la banalidad del mal. Imprescindible. De lo más importante que vi durante el año. Menuda hostia en el estómago.
  • El joven Karl Marx (2017)Raoul Peck. Como indica el título, la película está centrada en la juventud de Marx. Retrata su primer encuentro con Engels y narra los acontecimientos personales y políticos que terminaron desembocando en la redacción del Manifiesto Comunista. Interesante.

05 enero 2020

La araña

De todos aquellos juegos infantiles con los que disfrutamos tantas horas, uno de los que recuerdo con mayor cariño es "la araña". Jugábamos en la calle. En la reducida acera que rodeaba al bloque de pisos donde vivíamos, los niños corríamos perseguidos por uno de nosotros (la araña, claro). Solo se podía correr en un solo sentido. Cuando la araña te tocaba, quedabas eliminado y pasabas a formar parte de su red para cazar al resto. Te situaba en algún lugar del circuito, con brazos y piernas extendidos, y los jugadores que quedaban corriendo no podían tocarte porque si lo hacían quedaban también inmediatamente eliminados y pasaban a formar parte de esa red cada vez más difícil de evitar. Cuando en vacaciones regreso al que fuera mi hogar y miro la amplitud de esa acera solo puedo pensar en lo pequeños que teníamos que ser entonces para que el juego tuviera sentido.

Se aprovechaban los recovecos del edificio (puertas de locales, puertas de garaje, columnas...) para que la araña, en su acelerada persecución, te pasase y ya pudieses correr detrás de ella, a salvo durante un rato, antes de que el juego volviese a enloquecer. Al estilo de la mejor estrategia del parchís. Con cuidado de sus traicioneros parones, claro. Éramos niños y niñas de distintas edades, todos muy pequeños, vecinos del mismo edificio o de bloques cercanos. Aquello, por supuesto, no duró mucho, era un juego limitado a una cierta edad y tamaño físico. Se podría decir, incluso, que restringido a ese tipo de relaciones transversales que solo la primera niñez socializada permite. Pero cómo molaba, qué de risas nos echábamos, cómo competíamos, vaya forma aquella de correr y correr... Y qué sonrisa aparece en mi cara mientras lo recuerdo.


05 octubre 2019

21 de septiembre de 1999

Hace dos semanas se cumplieron 20 años desde que llegara a Tenerife para terminar allí mis estudios de Física. Desde que con 16 años decidiera que esos serían mis estudios universitarios, mi objetivo, que se convirtió en obsesión vital, fue realizar la especialidad de Astrofísica. Y todos los que pensábamos igual sabíamos que ningún lugar mejor para estudiar esa especialidad que aquella isla canaria, allí donde mayor concentración de talento universitario se dedicaba a esta hermosa rama del conocimiento. Aquella decisión de abandonar Sevilla (finalmente para siempre) con 22 años, marcó mi vida. Por entonces, tenía una especie de diario, un cuaderno de pastas azules en el que aquel día anoté "Estoy aquí. No hay palabras". Tan solo cinco palabras para expresar que realmente no podía decir nada. Recuerdo mi emoción, mis nervios, la tensión y la excitación.


Viajaba a la isla con una mano delante y otra detrás. Enredado en una diatriba sin solución con mi padre, solo contaba con una pequeña ayuda mensual de mi madre para pagar una habitación. Compartí piso aquel primer año con dos de mis mejores amigos. Los tres veníamos de Sevilla. Cada uno con sus sueños y con sus aspiraciones. No creo que Dani y Juanma (tan diferentes entre ellos y tan diferentes a mí) llegasen a comprender nunca lo mucho (muchísimo) que les debo, lo mucho (muchísimo) que me ayudaron para que no perdiera nunca del todo el norte y pudiera acabar mi carrera universitaria. El azar hizo que justo en la misma calle de aquel piso infame que alquilamos una cafetería necesitara un camarero para trabajar unas horas cada día por la tarde-noche. El Tutti-Frutti fue mi segunda casa durante el tiempo que viví en La Laguna. Mis recuerdos de aquella cafetería siguen manteniendo una enorme intensidad. Tal vez porque allí, sirviendo mesas durante aquellas interminables horas, compartiendo trabajo con gente absolutamente ajena a mi burbuja social, entendí, viendo a mis compañeros veteranos, lo que puede terminar significando alquilar tu vida por un salario apenas digno. Las consecuencias de un trabajo extenuante.


Al final, fueron casi tres años maravillosos. También fueron duros, no me engaña la nostalgia. Durante los primeros cinco meses tuve que compaginar la universidad por la mañana con el trabajo de camarero cada tarde. Recuerdo cómo llegaba destrozado a casa cada noche, ya de madrugada. Después, ahorrando, viviendo siempre en el alambre económico (tener 20.000 pesetas como colchón en la cuenta bancaria me parecía, por entonces, lo más natural del mundo), conseguí tener que trabajar allí, en el Tutti-Frutti, tan solo los fines de semana y, de manera intensiva, con horario laboral completo, los dos meses de los siguientes veranos. Hay un detalle que ilustra claramente el ritmo de mi vida por aquel entonces: perdí 10 kilos desde septiembre de 1999 a septiembre de 2000. Y no comía menos (aunque sí peor, claro). Daba igual. Nunca como entonces me sentí tan realizado conmigo mismo. Vivía en una nube de excitación permanente. Liberado del yugo familiar que me había asfixiado durante tanto tiempo me había hecho responsable, por fin, de mi propia vida. De golpe, dejé atrás la adultescencia para siempre y nunca podría ya regresar a su tan confortable como tóxica protección.

Se cumplen 20 años de todo aquello y parece que fue ayer. Terminé compaginando los estudios con la cafetería y con la coordinación de un ciclo de "Cine y Ciencia" en el Museo de la Ciencia y el Cosmos de La Laguna. Durante meses, cada domingo, proyectamos algunas de las mejores películas de ciencia ficción de todos los tiempos y, tras su visionado, yo "moderaba" un debate con el público enfocado, en principio, a los temas científicos que aparecían en el film. Un "niñato" (ya de 23 años) que disfrutaba sobre todo cuando llevaba la discusión y la polémica al terreno puramente cinematográfico. Todavía guardo el folio-guion, escrito a mano, que usé para el debate posterior a la proyección de mi adorada Blade Runner. A todo aquello había que añadir una agitada (para los parámetros en los que yo siempre me he movido) vida personal y social. Cuánta energía tenía por entonces. Y cuántas dudas, cuánta indecisión, qué pocas certidumbres vitales sobre aquel presente y el futuro que, como un abismo, se abría ante mí. Recuerdos.

Y aprendizaje vital: justo al acabar aquellas sesiones de cine tenía que salir corriendo hacia la cafetería, con el traje de camarero en la mochila, para trabajar, muchas veces, sirviendo zumos, cafés y copas a los mismos que hacía apenas una hora debatían bajo "mi coordinación" en el Museo.

Tras un primer curso repleto de experiencias, el segundo, el que terminó con lo del ciclo de cine, presentaba un problema: me quedaban 17 asignaturas para licenciarme. Con esa absurda impaciencia que la edad y las comparaciones con los otros provocan, no supe medir. Me matriculé de las 17. Con dos narices. No pudo ser, claro. Solo pude aprobar 13. Estamos ya en septiembre de 2001, cuando aquella comunidad de jóvenes estudiantes amigos que habíamos compartido una y mil vivencias durante aquellos dos años comenzaba a disolverse. Muchos partieron de la isla camino a nuevos desafíos mientras otros se quedaron pero ya no eran estudiantes de carrera, sino de doctorado A mí me tocaba esperar unos meses más. Tampoco me importaba mucho, la verdad. Aquellos meses hasta la convocatoria extraordinaria de diciembre me sirvieron para afianzar mi incipiente, difícil y confusa relación con la que hoy es aún mi mujer. En aquella convocatoria de diciembre de 2001 aprobé tres de las asignaturas (tenía que pasar) pero se me quedó una colgada, Electromagnetismo. Tocaba dejar Tenerife, no tenía sentido seguir allí. El nuevo plan era irme a vivir a Madrid, donde comenzaría a vivir en marzo de 2002. Desde allí, mientras Carol y yo ya nos ganábamos la vida dando clases particulares y la Filmoteca se convertía en nuestro segundo hogar, entre la muerte de mi padre (4 de marzo) y la muerte de mi hermana Mercedes (17 de julio), volvería en mayo a Tenerife para aprobar esa última asignatura de mi accidentada carrera universitaria.

Es curioso. Entonces no me di cuenta. Pero en Tenerife, en La Laguna, en aquella desangelada facultad a la que se llegaba tras cruzar aquel horroroso puente sobre la autopista, encontré algunos de mis más importantes referentes docentes. Por aquella época jamás me planteé la posibilidad de ser profesor de instituto. Ni supe prever lo mucho que podría disfrutar siéndolo. Yo venía de la Universidad de Sevilla. Había tenido algunos (pocos) profesores excelentes de la vieja escuela y había sufrido a (muchos) otros mediocres que pretendían emular a los primeros sin llegarles a las suelas de los zapatos. En Tenerife me encontré con otro perfil docente. Junto a profesores inútiles y delincuentes laborales (que también los hubo), encontré una forma diferente de practicar la docencia: cercana, humana y afectuosa sin por ello dejar de ser exigente. Pienso en algunos de mis profesores de entonces y sonrío, con cariño y con admiración. No eran perfectos y eso los hacía más grandes. Atesoraban un ingente conocimiento de lo que enseñaban y sabían transmitirlo según su carácter: la brillantez expositiva de Ramón, la enorme humanidad de Basilio, la entrega infinita de Inés. Hoy día, cuando ya estoy cerca de cumplir los tres lustros de mi propia y difícil carrera docente, siguen siendo referentes de los que intento no alejarme cuando enseño.

Se cumplen 20 años de todo aquello. El tiempo diluye la memoria, distorsiona los recuerdos y tiende a atenuar el impacto de lo que sucedió. Pero cuando la tentación del olvido o de subestimar todo aquello me asaltan siempre aparece, poderosa, la figura de Carol, ese vínculo indestructible que une mi pasado con mi presente y me recuerda lo que podría haberme perdido si aquel chaval de 22 años no se hubiera liado la manta a la cabeza para dejar Sevilla sin mirar atrás.

Pero esa es otra historia...

28 agosto 2019

Jerry Goldsmith: una historia personal


Jerry Goldsmith ha sido uno de los grandes compositores de música de cine modernos. En mi opinión juega en la misma liga que John Williams y Ennio Morricone, ya casi retirados. Tenía un don especial para componer una música que iba mucho más allá de lo atmosférico y que terminaba entrelazándose fuertemente con la historia, convirtiéndose en un elemento fundamental de la narración. No se puede explicar el impacto de películas como La Profecía (1976) o Alien (1979) sin la música de Goldsmith. En otro nivel, más popular, en esa década de los 80 tan fértil hoy para la nostalgia, ¿quién mayor de 40 años no es capaz de reconocer (y de sentirse apelado emocionalmente) por las melodías de Poltergeist (1982), Gremlins (1983) o Desafío Total (1989)? 

La música de Goldsmith se hizo popular durante las décadas de los 70 y de los 80 pero era un tipo que había empezado a componer música para cine a principios de los años 60 y, ya en esa década, había recibido tres nominaciones a los Oscars. Era un grande. Uno de los grandes. Y cuando empezaba la década de los 90 parecía un compositor consagrado pero, tras 30 años trabajando y 60 años cumplidos su marca, su sello, pareció dejar de ser tan apreciado por un Hollywood que buscaba nuevos sonidos y jóvenes talentos. La industria empezó a dejarlo de lado, relegándolo, poco a poco, a películas "menores". Esas películas que yo, musicalmente, tanto disfruté durante esa década en la que el cine se convirtió en uno de los motores de mi vida.

Jerry Goldsmith era un compositor de la vieja guardia, había crecido en el antiguo Hollywood, aquel en el que dejar de trabajar por cuestiones de ego no era una opción. ¿Tocaba formar parte de otro tipo de producciones? No pareció importarle. De esta manera, durante esos años, casi sus últimos años, en los 90, siguió en la brecha, con tres, cuatro, cinco o incluso seis películas por año, componiendo auténticas joyas musicales (y también alguna basura, para qué nos vamos a engañar) para películas "intrascendentes", generalmente de aventuras o fantásticas. Con esta lista de Spotify le rindo homenaje a esos años, a la música para películas de los 90 que Jerry Goldsmith compuso. 

La Casa Rusia, Durmiendo con su enemigo, Los últimos días del edén, Instinto básico (brutal), Matinée, Eternamente joven, 4 mujeres y un destino, Río salvaje, El primer caballero (qué maravilla de música), Congo, Star Trek: primer contacto, Reacción en cadena, Congo, Los demonios de la noche (espectacular), L. A. Confidential (estupenda), Air Force One (temazo), El desafío, Pequeños guerreros, Mulan, El Guerrero número 13 (una auténtica gozada de BSO, la adoro), La momia (fantástica)... Goldsmith era la hostia. Y su música hizo mucho mejor todas estas películas.


Los que me conocen saben que soy poco dado a la mitomanía militante. Ni siquiera con mi Betis. Nunca, ni siquiera de niño, me pareció trascendente en mi vida tener el autógrafo de nadie. Pero sí tengo que decir que aquellos conciertos de música de cine que Goldsmith dirigiera en aquella Sevilla de 1998, cuando apenas había yo cumplido los 20 años, permanecerán en mi memoria para siempre. El cine siempre gana, a pesar de todo. Esta es la historia.

El primero de aquellos conciertos giró en torno a la música de Bernard Herrmann, el maravilloso compositor de música de cine que siempre terminará asociado a las mejores películas de Alfred Hitchcock. Al acabar el concierto, espoleado por mi hermano mayor y sus amigos, con los que había asistido (un tanto cohibido) a dicho concierto, me dirigí al camerino de Jerry Goldsmith para que me firmara este CD que aquella misma tarde había comprado (¿o me habían devuelto?).



Ese tipo, esa leyenda, con su coleta de pelo gris, ya tan mayor, ya tan lejos de aquello que alguna vez ambicionó, ya tan cerca (sin saberlo) de su propio final, me sonrió mientras me firmaba una de sus BSO´s más personales y experimentales (también de la más difíciles de escuchar fuera de la película). Recuerdo mis nervios, mi inseguridad y el subidón mientras me alejaba de él. Cada uno decide lo que lo emociona.

El segundo concierto que dirigió en Sevilla, al que ya asistí solo, en tercera fila, sin nadie que me acompañara mientras "levitaba" con aquella experiencia musical y cinematográfica que trascendía a mi vida diaria, estaba dedicado a la propia música de Goldsmith. A su cine. A las películas que habían servido para alimentar su mito. Qué emoción. Cuántos recuerdos. Aquellos "Encuentros de Música de Cine" que durante tantos años se organizaron en Sevilla fueron muy grandes.

 

09 marzo 2019

Los padres progresistas y el Bilingüismo: la traición final a la Educación Pública en Madrid

Planteemos la tesis sin rodeos: el Bilingüismo segregador y elitista de la Educación Pública madrileña jamás podría haber triunfado sin la dolorosa complicidad de la gran mayoría de esos padres y profesores de izquierdas, progresistas que, siendo extremadamente críticos en privado con el programa bilingüe diseñado (¿para ellos?) por Esperanza Aguirre y Lucía Figar, han contribuido decisivamente a su éxito con su insólito colaboracionismo.

Sobre esos profesores, funcionarios con plaza que, con el objetivo indisimulado de conseguir prematuramente privilegios inmerecidos y centros más cómodos donde trabajar, y mientras se enfundaban sin complejos (cuánta contradicción) en las camisetas verdes en la "huelga-fiesta sindical" de primavera, se apuntaron a un programa bilingüe que rompía, a través de su perverso diseño, con todo resto de equidad en el sistema público de enseñanza, publicaré otro post en el futuro.

Este post lo escribo sobre esos padres que se piensan y se sienten progresistas, que incluso consideran probada su esforzada militancia de izquierdas por el hecho de matricular a sus hijos en una Escuela Pública que ellos mismos, en su desvarío ideológico, reconocen adulterada por aquello de lo que se benefician.

Los padres progresistas de Madrid llevan años enfrentándose a un dilema irresoluble provocado por la política de tierra quemada del PP en relación a la Educación Primaria. Hace ya mucho tiempo que constataron que apenas existía alternativa a ese artero bilingüismo impuesto de manera forzada y totalitaria en Primaria. Prácticamente, el 50% de los colegios públicos de la Comunidad son ya completamente  bilingües y en algunas zonas (que suelen coincidir con los barrios residenciales de la clase media) es prácticamente imposible encontrar un colegio público no bilingüe que no presente una problemática social extrema.

Las estadísticas no mienten. Fue durante el apogeo de las movilizaciones de la Marea Verde, en los años de los gestos, de las camisetas verdes y de los golpes en el pecho cuando se disparó el número de maestros de primaria y profesores de secundaria que se habilitaron para impartir docencia en inglés. El dato frío es lacerante, sí. Porque si eran necesarios cada vez más docentes habilitados eso solo podía significar que la demanda de los padres (que algunos enmascaraban bajo una pasividad calculada) de este programa de enseñanza también se estaba incrementando. El bilingüismo en Madrid fue la carta educativa que jugó con maestría el Gobierno del PP de Esperanza Aguirre para, combinándolo con la ampliación miserable de la jornada lectiva docente y el aumento de las ratios, recortar los gastos en la Educación Pública y al mismo tiempo ofrecer un caramelo envenenado, una trampa mortal ideológica, a los padres progresistas que habían resistido defendiendo una enseñanza pública para sus hijos porque les provocaba una (justificada) urticaria ideológica el régimen de monopolio de los colegios concertados católicos.

Poco a poco, esa gente que se piensa de izquierdas y que presume de coherencia fue viendo como casi todos los colegios de su entorno se iban convirtiendo en bilingües, cómo se despreciaba la lengua materna de los niños y los docentes en aras de la construcción de una relación artificial entre unos y otros en la que el aprendizaje real de ciertos conocimientos básicos, que debieran conformar los cimientos del futuro formativo de esos niños, terminaba siendo irrelevante. La clave, como ya pasaba en la concertada y en la privada, pasaba a ser el tipo de compañeros que tendría en el aula ese hijo convertido en proyecto de futuro. Dejémonos de hipocresías: la clave era a qué compañeros de clase evitaba ese hijo criado en modo burbuja. A nadie le importó lo suficiente. No fue casualidad. Una generación criada en el analfabetismo idiomático extranjero de la España de los 70 y 80 creyó redimir su mediocridad a la hora de aprender idiomas mediante los palabros que en inglés declamaban sus retoños. Así trataban inicialmente de justificar pobremente el porqué de su traición a la enseñanza pública. Después llegarían argumentos más peregrinos.

Con el paso de los años todos hemos escuchado a amigos y cercanos intentar justificar las matriculaciones de sus hijos en centros pijo-bilingües públicos con razones que terminaban recordando en demasía a las de otros que defendían matricular a sus hijos en centros concertados o privados. Se nos quiere obligar a asumir y a comprender su decisión porque, al fin y al cabo, son "de los nuestros", todos somos "humanos" y es comprensible la incoherencia cuando la ideología (abstracta) puede terminar determinando el futuro (real) de los hijos. Quizás es el momento de plantarse y decir que no. Con tanto cariño como determinación. Ya está bien de tanta comprensión impostada y de tanta mentira social, que sean otros los que compren esa trampa emocional. Una cosa es entender el porqué de la contradicción y otra cosa distinta es ayudarles a justificarla. Cada uno que cargue con las incoherencias entre su discurso y sus actos. Pero que deje de eludirlas.

Porque existe un momento clave en toda esta historia, cuya trascendencia se ha ignorado y que debiera llevar a muchos a la reflexión: todos los padres que dicen ser de izquierdas en Madrid y llevan a sus hijos a IES bilingües han tenido que tomar una decisión que ha terminado en convertirlos en colaboradores necesarios del proyecto político educativo de la derecha más putrefacta: ¿en qué modalidad de la ESO matricular a tu hijo o hija en ese IES público y bilingüe? ¿Programa o Sección? ¿Elegir Progama, una vía que priorizaba la enseñanza en castellano y, de esta manera, ayudar a boicotear un sistema educativo que sirve para segregar al alumnado y diluir el aprendizaje de conocimientos? ¿O elegir Sección, una vía en la que (casi) todas las materias, salvo Matemáticas y Lengua, se imparten en inglés para construir una barrera insalvable para una mayoría de hijos de las clases populares, de alumnos con familias desestructuradas y para casi todos aquellos alumnos con necesidades educativas especiales?  Ese era (es) el único momento en el que el sistema mostraba una falla, un punto débil. Era el momento en el que todos esos padres de izquierdas que votan a Podemos, a IU o incluso al PSOE podían demostrar una oposición real a un Bilingüismo que sabían que estaba excluyendo a muchos chicos y chicas de su barrios, redefiniendo la relaciones sociales de sus hijos y construyendo un tipo de enseñanza ortopédica en la que ya poco importaba lo que aprendieran los niños de ciencias o historia sino su supuesto nivel del inglés.

¿Qué sucedió? ¿Qué decidieron hacer? Sin que provocara sorpresa ni controversia alguna (qué significativo, qué triste), la gran mayoría de los padres progresistas de Madrid, pertenecientes a esa clase media que dice ser de izquierdas, optó por la vía de la Sección en los IES bilingües. Desde los nominalmente marxistas irredentos hasta los representantes de la izquierda "posmo". Desde los tibios socialdemócratas hasta los radicales apocalípticos (integrados). Dejaron la coherencia fuera de la ecuación. Algunos se excusaron en las necesidades emocionales de sus retoños: ¿cómo iban ellos a dejar a sus hijos sin compartir aula en el IES con los que habían sido sus amigos durante el colegio? Un argumento pueril que no se sostiene porque al pasar al IES es casi imposible asegurar quiénes serán los compañeros de grupo de los alumnos. Sí serviría como justificación si esa pregunta se reconstruyera de manera mucho más despiadada: ¿cómo iban ellos a convencer a sus hijos de que abandonasen voluntariamente la elite social que significa pertenecer a los grupos bilingües en los centros educativos públicos?. Otros, tratando de ser más honestos, y sin querer darse cuenta de que su excusa era una impugnación a la totalidad de su discurso político, te decían que cómo iban a meter a sus hijos en el Programa cuando sabían que eso grupos, en los IES bilingües, son los grupos de alumnos marginados, los que disponen de menos recursos y a los que peor se les atiende: "pobrecitos, ellos, qué injusto, pero a mi hijo que no le toque, que yo sí puedo elegir". Creyeron que con explicar el porqué de su traición bastaba. Cuando solo los retrataba.

Esos padres, tal vez, tuvieron en su mano derrocar desde dentro una forma de enseñar que empobrece intelectualmente a sus hijos mientras los capacita equivocadamente en una lengua extranjera. Esos padres progresistas de Madrid pudieron dinamitar al bilingüismo para siempre, podían haber obligado a la Administración a ofrecer clases en castellano en los IES multiplicando los grupos de Programa, y así contribuir a una necesaria heterogeneidad socioeconómica en las aulas de sus hijos. Pero decidieron ser elitistas mientras, paradójicamente, no dejaban pasar ninguna ocasión para criticar a los otros, a los padres de la concertada, por serlo. Decidieron despreciar la transmisión de conocimientos y el aprendizaje fluido y natural en la propia lengua. Algunos, incluso, argumentaban que tampoco era tan importante lo que se aprendía en el colegio y en la ESO, que ya aprenderían "en serio" en el Bachillerato y en la Universidad, y que mientras tanto menudo nivel de inglés estaban adquiriendo sus hijos. Preferían hacer como que no se daban cuenta de que para que sus hijos de clase media diesen clases en grupos social y académicamente homogéneos dentro del AVE bilingüe, tenía que haber otro tren desvencijado en el que agrupar a todos aquellos alumnos sin recursos, con  problemáticas sociales, sin apoyos familiares, con necesidades especiales o que llegaban de otros países con el curso avanzado. Sí, por supuesto, sus hijos seguirían llegando al Bachillerato y a la Universidad (como casi siempre en los últimos 30 años). Pero no tantos de los otros, de los excluidos del Bilingüismo, podrían decir lo mismo. Porque esa es la cara B del Bilingüismo madrileño a la que estos padres prefieren no enfrentarse: por un lado existen las agrupaciones extraordinariamente heterogéneas de alumnos de Programa en los IES bilingües a los que sus hijos desprecian y suelen denominar el "grupo de los tontos", y en los que es mucho más difícil dar clases y avanzar académicamente. Y por otro lado existen los IES no bilingües que, en no pocas ocasiones, dependiendo de la proliferación de concertados o IES bilingües a su alrededor, terminan convirtiéndose durante los primeros cursos de la ESO en guetos sociales enormemente problemáticos.

Con el Bilingüismo, la radical estratificación socioeconómica de los centros educativos en Madrid se completó: centros privados, centros concertados, centros públicos bilingües y centros públicos no bilingües. Segregación social y económica financiada con los impuestos de todos. Bienvenidos al paraíso liberal de la libertad de elección educativa madrileña. Bienvenidos al paraíso del sálvese quién pueda.

Esperanza Aguirre y Lucía Figar pusieron el anzuelo, les dieron la oportunidad a los padres progresistas de darles a sus hijos una enseñanza pública no concertada, diferenciada y elitista, y ellos la aceptaron gustosamente mientras salían a las calles para criticar la misma política educativa de la que se estaban aprovechando. Sin complejo alguno. Cuánta hipocresía. Cuánta contradicción ideológica.

27 febrero 2019

Un año de libros (2018)

Estos fueron los libros que leí por primera vez durante durante 2018. Fue un año con lecturas de lo más nutritivas. Al final fueron 30 los libros leídos y vuelven a predominar los ensayos. Una buena cosecha literira, sin duda.
  • Jodidos turistas (2018)Varios autores. Ensayo (sociología).
  • En los antípodas del día (2012) – Gonzalo Aróstegui Lasarte. Novela.
  • La escuela de la ignorancia y sus condiciones modernas (2006)Jean Claude Micheá. Ensayo (educación).
  • Maleza (2018)Daniel Ruiz García. Novela.
  • El entusiasmo: precariedad y entusiasmo creativo en la era digital (2017)Remedios Zafra. Ensayo (sociología).
  • Nueva ilustración radical (2017)Marina Garcés. Ensayo (filosofía).
  • En los límites de lo posible: política, cultura y capitalismo afectivo (2018)Alberto Santamaría. Ensayo (sociología).
  • La trampa de la diversidad (2018)Daniel Bernabé. Ensayo (política, sociología).
  • No tengo tiempo: geografías de la precariedad (2018)Jorge Moruno .Ensayo (sociología).
  • El regreso liberal (2018)Mark Lilla. Ensayo (política, sociedad).
  • ¡Escucha hombrecillo! (1948)Wilhem Reich. Ensayo (sociología).
  • Distopía y cine: futuro(s) imperfecto(s) (2017)Varios autores. Ensayo (cine)
  • Quédate este día y esta noche conmigo (2017)Belén Gopegui. Novela.
  • Chavs, la demonización de la clase obrera (2012)Owen Jones. Ensayo (sociología).
  • La expulsión de lo distinto (2016)Byung-Chul Han. Ensayo (filosofía).
  • Por qué no soy feminista: un manifiesto feminista (2017)Jessa Crispin. Ensayo (feminismo).
  • Un paseo por la desgracia ajena (2018)Javier Moreno. Cuentos.
  • Los 90: euforia y miedo en la modernidad democrática (2018)Eduardo Maura. Ensayo (sociología).
  • A sangre y fuego (1937)Chaves Nogales. Cuentos.
  • Grandes éxitos (2018)Antonio Orejudo.
  • Causas naturales: cómo nos matamos para vivir más (2018)Bárbara Ehrenreich. Ensayo (sociología, biología).
  • Los desheredados: por qué es urgente transmitir la cultura (2014)François_Xavier Bellamy. Ensayo (educación).
  • Honrarás a tu padre y a tu madre (2018)Cristina Fallarás. Novela.
  • Manifiesto redneck (1998)Jim Goad. Ensayo (sociología).
  • Los asquerosos (2018)Santiago Lorenzo (2018).
  • Cara de pan (2018)Sara Mesa. Novela.
  • Espectros de la movida: por qué odiar los años 80 (2018)Víctor Lenore. Ensayo (sociología).
  • Feliz final (2018)Isaac Rosa. Novela.
  • Gran hotel abismo: biografía coral de la Escuela de Frankfurt (2018)Stuart Jeffries. Ensayo (filosofía, biografía).
  • Dejar de pensar (1986)Carlos Fernández liria y Santiago Alba Rico. Ensayo (política, sociología).

23 febrero 2019

Un año de cine (2018). Segunda parte

Aquí comparto la segunda tanda de películas que vi por primera vez durante 2018. Aclaro, mediante la palabra cine, las que vi en pantalla grande. Están ordenadas cronológicamente, según las fui viendo. 
  • Vida perra (1982)Javier Aguirre. Adaptación de una obra Ángel Vázquez. Película formalmente arriesgada en la que una mujer soltera, ya mayor y de familia acomodada, habla con los fantasmas de su pasado con rencor, amargura y un infantilismo pueril. El monólogo está rodado mediante planos lejanos que lentamente evolucionan hasta primeros planos radicales de una Esperanza Roy sublime. Sobre ella recae completamente el peso de la película y realiza una interpretación desgarrada y convincente que transmite con enorme fuerza el horror de las consecuencias de una educación represiva y conservadora. Estupenda.
  • Un lugar tranquilo (2018)John Krasinski. En términos de entretenimiento puro y sin complejos, es curioso cómo en un género tan proclive a la saturación visual y argumental como la ciencia ficción siempre termina funcionando mucho mejor sugerir que mostrar; provocar tensión, miedo o interés hacia lo que nunca se termina de ver o decir completamente. Esta película es el mejor ejemplo de ello. Construida a partir del silencio y del terror a provocar cualquier sonido que causaría una muerte segura en manos de los extraterrestres que han destruido la civilización humana, ese silencio exterior al que la historia principal obliga sirve como reflejo deformado de ese otro triste silencio, el de la culpa no resuelta dentro de una familia que no puede hablarse para purgar el dolor. Más allá de una resolución final convencional me gustó mucho la propuesta.
  • Siete hermanas (2018)Tommy Wirkola. El cine es ideología. Siempre hay un discurso social y político detrás de cada historia que se cuenta. Disfrazada de ciencia ficción superficial y banal esta película mediocre, aburrida y realizada con una enorme pobreza de ideas y de soluciones formales termina resultando ser otro repulsivo alegato de una maternidad emocionalmente totalitaria, un instinto primario e irracional al que nadie puede poner límites racionales en sociedades con falta de recursos. Una necesidad existencial que debe servir para perdonar cualquier traición, deslealtad, delito o inmoralidad que se cometa. Y un carajo. Como película, un soberano coñazo.
  • Hondo (1953)John Farrow. Visualmente tiene un acabado de western de primera categoría y su historia de amor también es poderosa por anómala y controvertida. Pero tiene un problema. Relacionado con aquello que le dijera John Ford a Robert Parrish cuando este le inquirió a Ford sobre cómo conseguía esas extraordinarias interpretaciones de John Wayne. Ford le contestó: "toma papel y lápiz y cuenta cuantas veces habla John Wayne en La Diligencia y en Hombres Intrépidos". El viejo maestro no se equivocaba. Porque ese es el gran problema de Hondo: John Wayne habla. Y habla mucho. Todo el rato. Y su equivocada interpretación es el principal escollo de un western que aún así se deja ver.
  • Le brio (2017)Yvan Attal. El mito de Pigmalión trasladado a la Universidad con un viejo profesor que se ve obligado a ayudar a una joven de la periferia a convertirse en una oradora de primer nivel. A pesar de que prometía ser una acumulación de clichés, la película mantiene el tipo gracias a unas interpretaciones estupendas y a la humanidad de unos personajes que, sin alharacas ni catarsis impostadas, aprenden el uno del otro, a pesar de la diferencia de edad, a lidiar con sus propios defectos para seguir transitando por la vida. Bonita, que diría Pumares.
  • El final de todo (2018)David M. Rosenthal. Típico producto de medio pelo de los que está produciendo en serie Netflix, que siempre sabe elegir los temas de sus películas de ciencia ficción para que los aficionados no podamos dejar de intentarlo con ellas. En este caso tenemos en el menú el habitual cataclismo inesperado que pone en jaque a la sociedad mientras el foco de la historia se centra en un tipo cualquiera que acompañado de su suegro debe recorrer cientos de kilómetros en coche para reencontrarse con su mujer. Visualmente es digna pero a los guionistas se les acabaron las ideas tras media hora de metraje y el final termina siendo puro bochorno. Mala. Mucho.
  • L´economie du couple (2016)Joachim Lafosse. Interesante historia en una película muy bien rodada sobre las consecuencias de la separación de una pareja con una hija que tienen que seguir conviviendo en la misma casa. A través de detalles, matices y la construcción de personajes poliédricos y con aristas la trama se vuelve oscura, dolorosa y claustrofóbica. El ser humano aparece en toda su miseria en las pequeñas decisiones. Gran película. Pertubadora. Muy triste.
  • Willd Streets (1968)Barry Shear. Películas como esta son las que me alegran y animan el año cinematográfico. Llego a ellas por extrañas reseñas o menciones que me encuentro en internet, y en este caso su recuerdo perdura meses después. Distopía política en la que los jóvenes de los 60, a través del liderazgo de una estrella de rock, consiguen imponer su agenda y su visión del mundo a una sociedad desnortada, sin ímpetu, que termina aceptando dócilmente que todos los menos jóvenes son un lastre y deben ser encerrados en campos de concentración en los que se les atiborrará de LSD para que no molesten. La película es un puro delirio y a pesar de ser una producción de medio pelo plantea cuestiones sociales de plena actualidad. Su inquietante final es magnífico, pleno de significado. Recomendadísima.
  • Equals (2015)Drake Doremus. Distopía intensita y millenial que deja de lado cualquier reflexión ideológica y social para centrarse en el sobado, desesperado, trillado y aburrido amor desgarrador. Un soberano coñazo. Y qué mal está Kristen Stewart.
  • Deadpool 2 (2018)David Leitch. Si la primera al menos tenía el efecto sorpresa de la provocación, esta ya no ofrece absolutamente nada. Muchos chistes de caca, pedo, culo y pis pero poca diversión en una producción pobre que cree que vanagloriándose de ello va a provocar la simpatía del espectador. No hay por dónde cogerla.
  • Paul (2011)Greg Mottol. Simpática película hecha por (y para) aficionados al cine de ciencia ficción. Los guiños a los clichés de películas de extraterrestres son continuos y, sin ser ninguna maravilla, se pasa un rato entretenido con ella. Poquita cosa, en todo caso.
  • Jack Reacher 2 (2016)Edward Zwick. De todo en lo que se ha embarcado Tom Cruise en los últimos años (dejando fuera ese engendro que fue La momia) esta franquicia (y este personaje) es lo que menos conecta con su carisma y con su figura de leyenda de un Hollywood que agoniza. No me extraña que los rumores apunten a que esta saga acabe aquí con Cruise y se quiera hacer un reboot con otro actor. Como cine la película es puro trámite, un día en la oficina tan intrascendente que casi desaparece de la memoria instantáneamente tras su visionado.
  • La batalla de los sexos (2018)Jonathan Drayton y Valerie Faris. Los creadores de las excelentes Pequeña Miss Sunshine y Ruby Sparks nos ofrecen una película que, sin alcanzar el nivel de las anteriores, es valiente, divertida y diferente. La batalla por la reivindicación de la mujer en el mundo machista y misógino del tenis de los años 70 es descrita con enorme humanidad e inteligencia. Merece mucho la pena.
  • Future World (2018)James Franco y Bruce Thierry Cheung. Mad Max de medio pelo que comienza viéndose con cierto interés y curiosidad hasta que uno asiste anodadado a cómo, a partir de la media hora, se tira a la basura toda coherencia argumental y la película termina convirtiéndose en carne de perro. Mala hasta molestar.
  • A puerta fría (2012)Xavi Puebla. Retrato cruel, ácido y lúcido de las entrañas del mundo empresarial de bajo coste del que se nutre el mercado laboral español. Qué pena de estúpido final.
  • Todo el dinero del mundo (2018)Ridley Scott. Nada peor que resultar irrelevante. Que independientemente de su calidad formal lo que cuentes resulte tan intrascendente que tu película se vuelva invisible para siempre justo tras estrenarse.
  • Infini (2015)Shane Abbess. Ciencia ficción de serie B con buenas ideas que no termina de cuajar en película interesante a pesar de su prometedor inicio. No basta con  recurrir a los ecos desgastados de Alien para que tu historia termine resultado efectiva. Para aficionados al tema.
  • La muerte de Stalin (2017)Armando Ianucci. El director de In The loop, aquella ácida mirada a la trastienda de la política anglosajona, repite planteamiento argumental trasladando ahora la historia a una Unión Soviética en la que la muerte de Stalin desata una lucha sin cuartel entre sus más cercanos por conseguir el poder. Humor negro, en ocasiones descacharrante y siempre inteligente para una excelente película que engancha hasta el final.
  • Absolutamente todo (2015)Terry Jones. Comedia gamberra pero blanca (muy blanca) que se alimenta del espíritu de los Monthy Python sin dejar de querer ofrecer una película comercial para todos los públicos. Divertida a ratos pero finalmente fallida.
  • Their finest (2016)Lone Scherfig. Me gustó mucho. Es una película pequeña, sin ínfulas, bonita, en la que se disfrutan los detalles que sin estridencia alguna te hacen paladear esos momentos de buen cine que, desafortunadamente, cada vez escasean más en el cine industrial. La trama se desarrolla en las entrañas de una producción cinematográfica inglesa que, en plena 2ª Guerra Mundial, pretende convertir en heroica una acción intrascendente protagonizada por dos hermanas en Dunkerque. El objetivo es que la película sirva como propaganda bélica antinazi y para animar a una población deprimida. Los protagonistas, guionistas de esa película, están maravillosamente interpretados. Y la recreación de las peripecias de la producción y el rodaje es deliciosa. 
  • Worm (2016)Keir Burrows. Ciencia ficción de bajo presupuesto que indaga sobre los viajes en el tiempo y la aparición de réplicas incompletas (emocional e intelectualmente) de uno mismo como consecuencia indeseada del mismo. Mantiene la tensión y la intriga durante gran parte del metraje para desembocar en una resolución más bien tosca. Curiosa.
  • Coco (2017)Lee Unkrich. No me llegó en ningún momento esta película de Pixar. Esta historia de muertos, traiciones, recuerdos y familia solo deja algunos detalles de humor de calidad y una imaginería visual que por momentos abruma. Pero la historia no me emociona y termina cayendo en un sentimentalismo desagradable.
  • El olivo (2016)Icíar Bollaín. Había dejado aparcada esta película de una Bollaín a la que había abandonado tras aquella enorme decepción que me supuso También la lluvia (2010). También me echaba para atrás la premisa sentimentaloide de la historia: nieta en busca de un olivo como última conexión a la vida y al pasado de su abuelo enfermo de Alzheimer. Finalmente, sin ser perfecta, la película vuela alto gracias, fundamentalmente, a la presencia de una Anna Castillo espectacular, luminosa, que ofrece una interpretación en la que se deja la piel, mostrando una amplia gama de emociones, matices y complejidades humanas que enriquecen una película con momentos muy logrados. Pena de resolución abrupta y chapucera.
  • Tully (2018)Jason Reitman. Aquí estaban de nuevo. Seguramente la pareja creativa cinematográfica que más detesto: Jason Reitman (en la dirección) y Diablo Cody (firmando el guion).Y yo no podía dejar de ver cómo se las apañaban esta vez para volver a edulcorar y a enmascarar su habitual discurso subterráneo conservador y reaccionario. No decepcionan. Ofrecen de nuevo un mensaje tradicionalista, sexista y machista envuelto en el habitual papel celofán de modernidad y reflexión sociológica. Tras la aparente crítica social emerge la defensa cerrada de una maternidad que, aunque resulte para la mujer angustiante y asfixiante, debe finalmente ser entendida por ella como algo maravilloso. La mujer debe reconducir sus ganas de libertad y de realizarse personalmente porque, en el fondo, nada puede ser mejor para ella que sacrificar su vida, sus sueños y sus ilusiones y dedicarse al  "cuidado" de su familia. Vomitiva. Como todas las suyas.
  • Red Army (2014)Gabe Polsky. Excelente documental que narra con gran ritmo y cierto humor negro las andanzas de los jugadores de la mejor generación rusa de hockey sobre hielo, allá por los años 70 y 80, centrándose fundamentalmente en la figura del más famosos de ellos: Fetisov. Tan manipulador e ideologizado como todo buen documental pero mucho más interesante que la gran mayoría de ellos.
  • Sin rodeos (2018)Santiago Segura. Esta comedia es un remake de una película chilena realizada apenas dos años antes. Una mujer de mediana edad a la que todos en su entorno manipulan y pisotean despierta un día dispuesta a ofrecer batalla sin cuartel en la guerra cotidiana del día a día. Con algunos momentos divertidos y algunos gags muy conseguidos, la película se desinfla por su propia concepción de producto prefabricado y aséptico. No se puede uno mover por las pantanosa aguas de la crítica social y, al mismo tiempo, no querer ofender del todo a nadie. Superficial.
  • UFO (2018)Ryan Eslinger. Me gustó su fría y elegante puesta en escena para una clásica historia de ciencia ficción en la que el posible contacto extraterrestre depende de la resolución de un desafío intelectual. En este caso el desafío es matemático, y será también el clásico estudiante inadaptado pero brillante el único capaz de desentrañarlo. Simpática.
  • El cochechito (1959)Marco Ferreri. Una auténtica obra maestra. Un clásico incontestable del cine español que supura mala hostia y legítimo rencor de clase por cada poro de cada no de sus fotogramas. Qué maravilla de película, cuánta miseria social escondida tras aquella placidez franquista y menudo final, a la altura de los más grandes finales de la historia del cine. A la altura del mejor Billy Wilder.
  • Reality Bites (1994)Ben Stiller. Lo mejor de la película son los primeros minutos, cuando a través de un discurso universitario tan fallido como absurdamente aplaudido y de una reunión de amigos se muestra el desconcierto, la ingenuidad, las contradicciones y el carácter débil e infantiloide de una generación, la Generación X, que estaba llamada a cambiar definitivamente el mundo y que finalmente fue arrasada por un mundo laboral al que jamás supo adaptarse. A partir de ese prólogo la película se desliza por una cuesta abajo continua hasta un final pueril y bochornoso. Que para tantos esta sea la película emblema de mi generación dice mucho de nosotros.
  • Happy End (2018)Michael Haneke. Película compendio del universo de uno de los mejores directores europeos de los últimos 30 años. Las contradicciones, miedos, frustraciones y miserias subterráneas de la clase media-alta europea acomodada vuelven a la pantalla con una historia dolorosa y existencialmente angustiosa. El bisturí analítico de Haneke disecciona a una familia cuyos miembros son unos desconocidos los unos para los otros, incapaces no ya de conectar sino siquiera de escucharse. La banalidad del mal intrafamiliar. Excelente.
  • Z, la ciudad perdida (2016)James Gray. Inicialmente tiene el aroma de aquel viejo cine de aventuras exóticas pero termina tomando otro camino y se desvía hacia un cine adulto, amargo y reflexivo. Historia oscura y perturbadora sobre el ser humano y su absurda capacidad para la obsesión. Estupenda.
  • Noche de lobos (2018)Jeremy Saulnier. Pasa el tiempo desde que la vi y cada vez tengo mejor recuerdo de ella. Lastran la película ciertas incoherencias absurdas en el guion pero pesa mucho más en la valoración positiva ese ambiente emocionalmente gélido que logra transmitir, acorde con el escenario natural en el que se desarrolla la historia y el extrañamiento que provoca la vida en un lugar tan apartado del mundo en el que el pensamiento mágico parece el único refugio seguro para un ser humano desvalido. Además, tiene un par de secuencias (sobre todo la del tiroteo) de cine bueno, muy bueno. Recomendable.
  • Cold War (2018)Pawek Pawlikowski (cine). Un prodigio cinematográfico. Su sensibilidad y belleza a nivel visual solo son comparables con su capacidad para construir una historia de amor desesperado a través de retazos y elipsis radicales. Una auténtica gozada, cine con mayúsculas, con una secuencia final soberbia, que no solo sirve para sintetizar de manera inteligente el espíritu de la historia a la que hemos asistido sino también para ilustrar de manera portentosa el carácter de los dos protagonistas. Pelos como escarpias.
  • El mundo es suyo (2018)Alfonso Sánchez. Los compadres se pasan al largo y el clasismo, el postureo y el pijerío sevillanos son retratados desde el humor y cierto (¿excesivo?) cariño en una película de trama irregular, en la que a momentos desternillantes le suceden secuencias de relleno o fallidas. A mí esta gente me tiene ganado desde hace años pero reconozco que eché mucho de menos a el Cabeza y a el Culebra.
  • ¿Estamos solos? (2018)Reed Morano. Enésima variante de drama posapocalíptico que reúne con acierto a dos personajes completamente diferentes que terminan conectando a partir de una soledad que no es solo impuesta por el fin de la civilización sino también, en cierta manera, deseada. El sorprendente giro a mitad de la historia termina llevando la película a nuevos lugares en los que no termina de sentirse cómoda y que le hacen perder fuelle. Una pena.
  • Los increíbles 2 (2018)Brad Bird. Continuación tardía del éxito de Pixar de 2004. Los personajes siguen desarrollándose emocionalmente, la familia se muestra como un espacio de lucha en la que cada uno tiene que encontrar su sitio pero que, finalmente, se convierte en el refugio en el que encontrar aliados para enfrentarse al mundo. Buenas intenciones, personajes carismáticos y cierta sensación de cansancio, de final de etapa, de fórmula gastada en el Universo Pixar.
  • Quién te cantará (2018)Carlos Vermut (cine). Peliculón. Tal vez peque de cierto exceso de academicismo cinematográfico pero aun así, apoyado en unas interpretaciones femeninas de altísimo nivel, Vermut vuelve a ofrecernos un cine complejo y contradictorio en el que las pasiones humanas se muestran sin filtro ni contención.
  • Paciente cero (2018)Stefan Ruzowitzky. Basura infinita, cósmica, intergaláctica. Molesta hasta hacer daño. Sin duda, lo peor que vi este año. Menudo engendro. Ni cine posapocalíptico, ni zombis ni hostias. Esta cosa infecta es tan jodidamente horrorosa que ni sirve para reírse de ella y al menos pasar el rato. Y ese final... joder, pura cochambre.
  • Al otro lado del viento (1970-1976-2018)Orson Welles. Fascinante. Todos somos conscientes de que lo hemos visto finalmente no tiene por qué ser exactamente lo que Welles hubiera querido finalmente mostrarnos si hubiese podido estrenar la película antes de morir. Pero lo que vemos es suficiente para quedar absolutamente deslumbrado. Welles, al final de su vida, quiso jugar a ser el más moderno de todos los modernos. Y el resultado es apabullante. El cine dentro del cine es un subgénero en sí mismo pero todo en esta película es diferente. No dejo de pensar en ella.
  • Me amarán cuando esté muerto (2018)Morgan Neville. Documental sobre la filmación de la que finalmente sería la última película de Orson Welles. Indaga en las contradicciones de uno de los personajes más carismáticos, brillantes e inteligentes de la historia del cine. Una auténtica joya para los arqueólogos del cine.
  • Thoroughbreds (2017)Cory Finley. Turbadora película con ribetes de comedia negra sobre la amistad de dos extrañas chicas adolescentes, una con pulsiones homicidas ocultas y otra sin capacidad para sentir emociones. Entretiene y te mantiene atento hasta un final que se agradece que no sea el clásico moralista de Hollywood.
  • Mission Impossible: Fallout (2018)Christopher McQuarrie. Creo que me lo pasé medianamente bien, que me entretuve y todo. Pero pocos meses después ni me acuerdo de qué iba esta enésima secuela de aquello que tampoco es que fuera nunca realmente muy interesante. Y que conste que me cae muy bien el Tom Cruise actor.
  • El rey proscrito (2018)David Mackenzie. Es curioso, pero en contra de lo que me sucede con otras películas, que a medida que pasa el tiempo se pierden en mi memoria por irrelevantes tras el impacto inicial, esta, que desdeñé tras verla en su momento, cada vez la recuerdo con mayor gusto, con mayor interés. La secuencia inicial es fantástica. Podría considerarse la "secuela" cronológica de Braveheart (Mel Gibson, 1996) pero se aleja completamente de su épica y opta por un realismo frío, alejado de las grandes emociones. Y a pesar de todo lo bueno que pueda decir de ella también he de reconocer mi aburrimiento viéndola. Paradojas.
  • Dark Star (1974)John Carpenter. Qué maravilla. Cuánto me reí, cómo me sorprendió y cuánto me gustó. Surrealista película de "ciencia ficción" del Carpenter más irreverente. Me quedo con ese extraterrestre-globo tocacojones. Y con esa bomba inteligente que va cobrando consciencia hasta enfrentarse a un dilema filosófico irresoluble. Esta película me ganó el corazón para siempre.
  • Generación Kronen (2015)Luis Mancha. Documental que examina las consecuencias de la publicación de la famosa novela de José Ángel Mañas, Historias del Kronen, allá por 1994, y la revolución editorial y generacional que se construyó artificialmente a su alrededor. El paso del tiempo, las decepciones, los castillos de naipes vitales que se desmoronan y las traiciones de la sobredimensionada industria literaria de España son temas que se tratan de manera más superficial de lo que uno hubiera deseado. Pero, en todo caso, el retrato (que se intuye más que se muestra) de un "tiempo literario" perdido resulta apasionante.
  • Blog (2010)Elena Trapé. Un extraño pacto entre varias adolescentes de un centro educativo es la premisa de la que parte esta historia que fracasa completamente en el análisis de los motivos que pueden haber tras esta decisión adolescente mientras que, curiosamente, acierta en el retrato humano de los momentos de intimidad y de amistad entre unas niñas que empiezan a descubrir el mundo apoyándose las unas en las otras.
  • La balada de Buster Scruggs (2018)  Hermanos Coen. Nunca entré de verdad en ninguno de los relatos que conforman esta película. Y lo intenté, en serio. Porque el western forma parte de mi vida. Porque de pocas cosas he disfrutado más cinematográficamente que de las historias enmarcadas en esa frontera americana. Porque en muchas ocasiones he conectado con el universo de los Coen (no siempre) y en esas ocasiones he disfrutado mucho de su cine. Podría engañar(me), ejercer de cultureta o valorar cuestiones artísticas de manera aséptica. Pero no, la realidad es que la propuesta al completo, de principio a fin, salvo destellos, fue una decepción absoluta. Y la película me resultó un coñazo infinito.
  • Venom (2018)Ruben Fleischer. Entretiene a ratos, sobre todo al principio, que es cuando suelen funcionar este tipo de películas, pero termina naufragando en un tramo final en el que los remontajes y los bruscos giros de tono y de ritmo la lastran y terminan condenándola.
  • Viudas (2018)Steve McQueen (cine). Peliculón. La gran olvidada en la carrera de los premios de este año. Es incomprensible. Más allá de unas interpretaciones femeninas portentosas bajo la dirección atinada de un McQueen que rueda como los ángeles, hay un interesantísimo subtexto en toda la historia que nos habla de un mundo masculino en decadencia, que está desapareciendo, que muere sin remedio y en el que incluso aquella vieja épica de las lealtades masculinas que aparece en los momentos vitales está ya corrompida. Frente un universo masculinizado, individualista y fracasado emerge la posibilidad de un nuevo comienzo en el que las mujeres aprenden a mirarse y a reconocerse en sus diferencias. Mujeres que se encuentran y empiezan a construir puentes entre ellas bajos nuevas premisas y nuevas lealtades. Y a todo esto hay que sumarle la secuencia, rodada desde fuera de un coche en movimiento, en la que solo se escucha la voz histérica del personaje que interpreta Colin Farrel. Un discurso que  suena como patético epitafio final de una forma de dirigir el mundo. Película fantástica.
  • The Predator (2018)Shane Black. Tiene tantas ganas de recordarnos continuamente con sus diálogos que pretende recuperar las viejas esencias del cine de acción macarra y despreocupado (e hipermasculinizado) de los 80, que al final se olvida de construir una trama lo suficientemente digna que consiga evitar que la película desbarre en una última media hora abochornante.
  • Alpha (2018)Albert Hughes. Fantasía prehistórica para niños que cuenta la que sería la  primera domesticación de un lobo para convertirse en animal de compañía del ser humano. Aburrida, convencional, sentimentaloide.
  • Blackkklansman (2018)  Spike Lee. Gran película. Una historia repleta de ironía y mala leche que narra la infiltración real de dos policías (uno negro y el otro judío) en el Ku Klux Klan de los años 70. Con un montaje espectacular y una dirección impecable, la película finaliza con último giro que conecta los eventos acaecidos en un pasado que ya parece lejano con inquietantes imágenes reales del convulso presente de EEUU.
  • Roma (2018)Alfonso Cuarón. De lo mejor que vi este año. Película enorme y honesta. Nadie puede presentar objeción alguna a un acabado formal de una calidad incontestable. Las críticas han surgido en relación al supuesto clasismo que destila la historia. No entiendo esas críticas porque precisamente ese clasismo es algo que Cuarón, de manera tremendamente honesta, no pretende enmascarar en ningún momento: Cleo es la criada de la familia. No es un miembro de ella. Y es en las contradicciones y exigencias emocionales (y de sumisión) que esa relación laboral demanda donde surgen las reflexiones más perturbadoras e inquietantes que se pueden extraer de la historia. En ese sentido el final es elocuente y lacerante: toda la familia ya está en la casa tras el episodio de la playa y los niños se sientan para contarle a la abuela el heroísmo de Cleo para salvarlos del mar. Solo interrumpen la historia para pedirle a esa misma mujer, sin mirarla, que les traiga bebidas y pasteles. Magistral. Obra maestra.
  • Rompe Ralph (2002)Rich Moore. Hablaban tan bien de la segunda parte que, antes de verla, creía necesario acercarme a esta primera parte que en su momento ni valoré ver. Error. Bala malgastada. Ahora ya tampoco me interesa, de momento, la segunda. Nada realmente que objetar a la película salvo lo fundamental: ¿para qué?
  • Starcrash (1978)Luigi Cozzi. No veo muchas películas como esta a lo largo del año, pero cómo las disfruto cuando aparecen... Ciencia ficción de serie Z nacida al rebufo del éxito de Star Wars. Con un sorprendente buen acabado en los efectos especiales, la historia es una pastiche delirante en el que se copia sin vergüenza y en el que resuenan desde los clásicos griegos hasta Flash Gordon y, por supuesto, Star Wars. Es una cosa tan disparatada, tan delirante, tan sexista y tan absurda que te engancha sin remedio. Y ya cuando la trama avanza, cuando desaparece toda coherencia argumental, con robots que resucitan, mujeres presas que realizan trabajos forzados vestidas con diminutos y sensuales bikinis, supositorios galácticos con soldados en su interior para asaltar fortalezas espaciales y, como remate final, la aparición estelar de un jovencísimo David Hasselhoff como príncipe salvador, solo puedes hacer una cosa: levantarte del sillón, aplaudir con fuerza y meterte otro whisky para celebrar tamaño disparate.
  • Spider-Man un nuevo universo (2018)  Peter Ramsey, Robert Sichetti y Rodney Rothman (cine). Visualmente apabullante y muy entretenida, la película es un divertimento de categoría que abre nuevas posibilidades al universo marvelita en el mundo de la animación cinematográfica.
  • Les garçons sauvages (2018)Bertrand Mandico. Extraña, perturbadora y oscura historia en la que resuenan los ecos de El señor de la moscas y que bebe directamente de las fuentes del surrealismo. Con una fotografía impecable, narra la redención a través de un viaje a los infiernos de sí mismos de un grupo de niños tras haber cometido un horrendo crimen. Una joyita no apta para todos los públicos.
  • Lo que esconde Silver Lake (2018)David Robert Mitchell. Cine lisérgico que bebe de Hitchcock y de Lynch para narrar una historia que parece mostrar el desconcierto vital de una juventud actual a la que le resulta mas sencillo enfrentarse a una demencial conspiración existencialista que a la realidad de un sistema económico que la arrincona.
  • The Sisters Brothers (2018)Jacques Audiard. Western atípico pero sugestivo que sigue las andanzas de dos hermanos delincuentes. Con unas actuaciones fantásticas, tanto de los actores principales como de los secundarios, la película discurre por diferentes meandros narrativos sin que se pierda el interés por unos personajes a los que se les termina cogiendo cariño. Curiosa.