Ha pasado bastante desapercibida en esta ocasión la reunión de la OMC en Hong Kong. Como siempre se reunía la mayoría de los países del mundo en busca de acuerdos comerciales. No voy ahora a explicar lo que pienso sobre estas reuniones, sobre la representatividad real que tienen los pueblos en ellas o sobre los acuerdos y pactos ocultos que se producen. Lo más sorprendente y relevante de este evento surge en la constatación de una corriente que lleva años desarrollándose a partir de la explosión del movimiento antiglobalización. Sin ser, lógicamente, algo que haya surgido de manera imprevista o casual, lo cierto es que resulta un giro radical el enfoque de las protestas y peticiones que los grupos de izquierda y los defensores de los derechos de los países menos desarrollados han expresado tanto fuera como dentro de las reuniones. Al final han terminado asumiendo las más radicales de las tesis capitalistas y neoliberales exigiendo el final del proteccionismo del primer mundo a su agricultura y exigiendo, por tanto, más mercado, mayor libertad de comercio y menos intervencionismo. En un primer análisis estas peticiones no deberían sorprender e incluso podrían parecer lógicas: hartos de la invasión de productos y servicios (atención a los servicios y a las empresas de trabajo inmaterial porque ahí está lo sustancial de la economía en este principio de siglo, en su expansión hacia el tercer mundo) exigen que sus productos agrícolas, más competitivos en cuanto a precios que los occidentales, no compitan de manera desleal contra productos desarrollados bajo el paraguas de estados subvencionadores. El argumento, lógico, conlleva un corolario descorazonador y destructivo: ¿ésta es la solución que la izquierda presenta a la globalización económica y a la cada vez mayor capacidad de control del mercado por parte de las empresas transnacionales? ¿Más mercado? ¿Menos controles? ¿Quién se beneficiaría a la larga? ¿No es curioso que coincidan en la solución del problema del Tercer Mundo con ideólogos neoliberales como el francés Revel? Llevamos años asistiendo al manoseo de un discurso añejo, antiguo e inútil por parte de las izquierdas oficiales. Andan ancladas en soflamas, ideas y consignas de hace más de treinta años, intentando adaptarlas a su conveniencia a nuevas situaciones que, ciertamente, requieren nuevas ideas y tratados teóricos que aporten nuevas soluciones. Estando Marx más vigente que nunca en su idea de la economía como motor de la historia, las políticas de sus herederos ideológicos no se pueden limitar a eslóganes contra la burguesía (por parte de burgueses como los que se critica), a la defensa, teórica más que real, de un estado social y solidario (cuando ya el estado no deja de ser un mero registrador de flujos económicos y un sofocador de los incendios sociales que la desmesura del capital produce) y en utilizar una actitud de contención, retrocediendo despacio, respecto de la inevitable pérdida de derechos sociales adquiridos. Todo esto lo entremezcla con una ceguera voluntaria y consciente que le permite considerarse legitimada moralmente para despreciar y estigmatizar a los oficialmente conservadores y liberales, que por otra parte, ven como sus ideas se desarrollan independientemente de los gobernantes en el poder. Está claro que este discurso, que esta política ya no servía pero, ¿la solución global va a ser hacernos mas liberales a escala mundial o se trata, tan sólo, de un enfoque posibilista ante las grandes desigualdades mundiales? Esta última idea es la que parece más acertada ante el hecho de que ya parece imposible solucionar nada propugnando un mundo más justo, con organizaciones democráticas más fuertes, con una sociedad civil mundial más poderosa y con un redistribución de la riqueza más racional. Se hace necesario y coherente (piensan) abandonar los sueños y las utopías y terminar reclamando un mercado liberal que al menos sea real. El monstruo coronado por sus enemigos. Adiós al Estado social.
No seré yo quien me queje de aparcar las utopías, sé y soy consciente que el soñar en ellas hace que uno abandone demasiado los problemas del día a día. Pero a mí este giro me asusta y me descoloca, aún entendiendo su génesis. Imaginemos por un momento la posibilidad del siguiente escenario:
Las subvenciones agrícolas de EEUU y Europa son eliminadas en pos de una mayor competencia real. Inevitablemente el tejido agrícola de Occidente es destruído o reconvertido. Las empresas supranacionales se hacen con el poder de la agricultura y su comercio que negocian directamente con países del Tercer Mundo que siempre se encontrarán en posición de desventaja en dichas negociaciones. En el proceso seguro que países pobres pero fuertes como Brasil o la India se desarrollan acercándose a niveles de Primer Mundo pero tanto ellos como el resto del Tercer Mundo se terminan convirtiendo en el granero de los países más ricos que, a su vez, están totalmente supeditados a los intereses económicos de las grandes compañías aunque siempre tratarán de exigir controles, sanidad y precios competitivos. Pero, ¿a quién? A las multinacionales, claro, que siempre mirarán por su propio beneficio. Ya nada impedirá volver a exprimir al máximo la capacidad de los graneros, de imponer precios, de exigir transformaciones agrícolas que rentabilicen al máximo los cultivos. Los agricultores de Europa aún pueden hoy ejercer presión a sus gobiernos, aún mantienen el derecho a huelga, aún pueden conseguir, aunque sea pobremente, que sus reivindicaciones lleguen al resto de los ciudadanos pero... ¿A quién se quejará el agricultor asiático o sudamericano? ¿Qué capacidad de presión real tendrá? ¿Con qué mecanismos?
Igual las propuestas que se presentan ahora no sean más que una solución a corto plazo que enquiste el problema para siempre.
No defiendo con esto las subvenciones a la agricultura occidental, comprendo el cinismo que suponen y la rabia que producen, pero la solución que se propone parece olvidar que directamente se entra en el campo de juego del capital y del mercado y que ahí dentro hay jugadores muy experimentados que no desaprovecharán las puertas abiertas que tan inocentemente se comienzan a abrir.