Tan harto de ti, tan cansado, cuánta pereza me das, ya ni
siquiera me encabronas, sólo me agota tu presencia. Tantos años aguantándote,
tantos silencios incómodos para no decirte lo que realmente pienso sobre las
tonterías grandilocuentes que sueles soltar. Es insoportable escucharte una y
otra vez, menudo ladrillo, construyendo esos discursos artificiales y maniqueos,
con tu voz engolada y mirada profunda. Tan trascendente, tan ridículo… Que si
qué asco de políticos, que si qué asco de monarquía, que si qué asco de
empresarios… Defendiendo animales que no sabrías reconocer, defendiendo trabajadores
de países lejanos que no sabrías colocar en un mapa mientras vistes ropas que
ellos fabricaron, criticando el desfalco fiscal de los más ricos, criticando la
corrupción generalizada de los políticos de la otra acera, la miseria moral de los
que has decidido que nominalmente son tus enemigos. Aunque muy poco te distinga
de ellos. Cómo te creces para hablar de tus compañeros, esos que nunca hacen
huelga por nada, que además van a misa, lo sabes a ciencia cierta, perros
sumisos del poder conservador. Aunque luego siempre encuentres una excusa para
tú tampoco comprometerte, ni señalarte, o para hacerlo mínimamente. Sólo lo
justo, lo que dicte tu sindicato mayoritario, de clase, como te gusta recalcar de
manera relamida en cada ocasión, ése contra el que también cargas a veces
públicamente pero que en el fondo te hace el trabajo sucio para que todo ese
rollo reivindicativo con el que te vistes se quede finalmente tan sólo en lo
estético, en lo decorativo, que es lo que te interesa, de lo que te alimentas. Porque
no te engañes, tú lo que quieres es que todo siga más o menos igual, o que cambie poco, viviendo dentro de trincheras de
cartón en una guerra ficticia que pretendes eterna. Por eso te ponen tan
nervioso lo que tú llamas excesos reivindicativos, o la idea de un verdadero
cambio social en sintonía con lo que sueles predicar de boquilla, no vaya a ser
que los cambios vengan a destruir lo que ya has conseguido y consideras tuyo
por derecho natural. Porque eres uno más de tantos, de todos, de ellos, sí, uno
más, un mierda más, vamos, para que nos vayamos entendiendo. Por eso cuando recibiste
esa herencia, sin nadie que ejerciera de espectador social, no te importó que parte
de ella te llegara en negro porque así simplificabas los trámites
administrativos. O como cuando compraste tu casa, ¿recuerdas? ¡No hay otra
manera!, afirmabas con vehemencia, ¡todo el mundo lo hace y si no pagas parte
en negro no te la venden! Y claro, no te ibas a quedar sin la casa. Otra
historia es esa reforma que hiciste en ella. ¿Te extraña que lo sepa? Al final
todo se sabe, ya sabes: contrastaste a una cuadrilla de trabajadores ilegales.
Pero claro, si no hacías eso la obra te costaba el doble y no podrías haber
puesto ese parqué tan elegante ni irte de vacaciones solidarias a la India. Pero tal vez lo
más molesto, lo más sucio, lo más patético que hayas hecho y sigas haciendo es pagar
en negro a tu empleado del hogar, al que te limpia la mierda cada semana porque
tú estás muy cansado del trabajo como para ponerte a limpiar. ¿Recuerdas cuando
vino a pedirte que lo dieras de alta y lo miraste compasivamente mientras le
advertías que en tal caso no podrías seguir contratándole porque el dinero no te
alcanzaba? ¿No te das asco a ti mismo? Piénsalo. Lo de tener o no tener dinero
según para qué cosas es una fenómeno extraño, digno de estudio y análisis. Como
lo que piensas sobre la coherencia. Aún recuerdo aquello que me dijiste sobre ella. No te lo voy a repetir, ¿para qué? Léelo, si eso. Y qué contarte de ese
perpetuo discurso victimista sobre los impuestos, que siempre os crujen a los mismos dices, aunque
por otro lado sabes por experiencia propia que ese dinero es el que permite que
no te arruines para que traten las enfermedades de los tuyos y para dar oportunidades de futuro a tus
hijos. A los que llevas a colegios concertados. Por el nivel, claro. A veces me pregunto si alguna vez te habrás parado a escuchar tus propias soflamas. Idiota no eres, nunca lo has sido, al menos no del todo. Ni siquiera eres el
espécimen más peligroso de la fauna social. Sólo eres un pijoprogre, tan previsible, tan insustancial, tan inútil…
Un coñazo inaguantable. No podía salir nada bueno de esas sobredosis de El País
y la SER que te
metías. Te han hecho creer que eres superior moralmente a los otros mierdas, a
los de la trinchera de enfrente, tan obscenos, tan evidentes… Creíste que con tu
discurso sociata y solidario ya eras distinto a ellos cuando al final lo que hacemos
cada día y no lo que decimos es lo que determina lo que somos en realidad.
Tienes muchas caras, te he visto muchas veces, te he escuchado en muchos sitios
y te he leído en muchos medios. Eres familia, eres amigo, eres conocido, eres
tan sólo un nombre en una red social. Eres un cáncer desmovilizador, un caballo
de Troya. Y no lo sabes, no eres consciente de ello. Te ofendes cuando alguien
te lo insinúa. Siempre encuentras razones para no ser subversivo, ni radical,
ni para ser coherente con aquello que dices defender. Pero sabes una cosa, al
final lo que menos soporto de ti, lo que menos aguanto, no es tu incoherencia
perpetua y la debilidad de tus argumentos, no, qué va, eso ya lo acepto como
parte del lote, es la exhibición impúdica y continua de tu anorexia intelectual
lo que me enferma. Y que encima pretendas hacerla pasar por preocupación social.