De vez en cuando, los poderes del Mercado dejan filtrar sus
verdaderas voces e intereses a través de los poderes políticos a su servicio.
Esta noticia de El Mundo advierte sobre la "preocupación" de la
Comisión Europea por la Educación en España. Resulta especialmente relevante
este párrafo, y aun más interesante analizar la correlación de ideas que
refleja:
- Muchos jóvenes tienen muy buena formación.
- Pero existe un problema: están sobrecualificados para lo que demanda el mercado laboral.
- ¿Solución? Hay que adecuar la Educación a las exigencias del mercado laboral.
Es decir, admiten sin titubear que la formación de estos
jóvenes es válida, es "buena", pero claro, resulta
"excesiva" ante lo que realmente el mercado laboral puede ofrecerles. Imbuida de ese cinismo neoliberal que representa el signo de
nuestro tiempo, la Comisión Europea ni siquiera se preocupa por mencionar esa
otra solución que todos vemos a esa "sobrecualificacion" que mencionan
como problema: se podría intentar mejorar las condiciones del mercado laboral,
adecuarlo a esa buena formación que citan, y así dar cabida a esa gente bien
formada, pagándole unos salarios dignos y dándoles unas condiciones de trabajo
que permitan cierta estabilidad y un proyecto de vida. Ni se lo plantean. Y ni
se plantean que los ciudadanos que preferimos vivir en una sociedad que elija
esa segunda posibilidad, frente al determinismo social que implica la primera,
nos enfrentemos políticamente a sus deseos, a su visión. Se saben ganadores.
Nos desprecian.
A pesar de todo sí hay una aspecto relevante, perverso, que prefieren ocultar cuando propugnan la necesidad de adecuar la Educación a ese mercado laboral precario que tenemos: no está resultando nada sencillo lidiar con las expectativas de aquellos que dedicaron años a conseguir una buena formación con la promesa de que ello significaría mejores puestos de trabajo y mejores salarios. En esta fase del capitalismo afectivo en la que vivimos, en la que las empresas han decidido parasitar las emociones de sus empleados como un instrumento más para mejorar la productividad, no se puede permitir tener a trabajadores críticos, molestos, enrabietados o reivindicativos. Que estén descontentos por el engaño social, por el tiempo y el dinero invertidos en una "buena" formación que nadie ahora les valora. Por eso abogan por cambiar la Educación. Porque esos trabajadores con esa disposición emocional (negativa) les sobran.
Siguiendo el hilo de lo que defiende la Comisión Europea uno solo se puede deducir que, en el fondo, el cambio educativo que defienden no sería para mejorar esa formación sino que su pretensión es rebajarla, diluirla, hacerla líquida... ¿Os suena? No hace falta que sepan tanto, no hace falta que tantos realicen estudios superiores, no es necesario pretender un conocimiento profundo de la realidad, lo que se necesita es que los jóvenes sean flexibles y dinámicos, dóciles en lo político y emprendedores en lo económico. ¿No escucháis de fondo los ecos de los discursos hueros de ciertos gurús educativos?
Somos nosotros, como ciudadanos, como padres, como docentes los que deberíamos pararnos a reflexionar sobre la Educación que queremos para todos. Y ese para todos es trascendente. La Escuela se transforma desde la Sociedad, y ahora mismo, sin que nosotros realmente estemos decidiendo nada (aunque muchos sí estén colaborando, consciente o inconscientemente), se está produciendo una transformación, un cambio de paradigma respecto a la Enseñanza. Y los agentes transformadores son las Empresas y el Mercado. Es cierto que ese cambio no parece terminar de llegar a las aulas, que en el día a día no parece afectarnos, pero se va haciendo carne en leyes y disposiciones, en criterios de evaluación que se les imponen a los profesores de muchas Comunidades Autónomas, o en la formación obligatoria que se les ofrece a todos los docentes. Si se está atento al discurso pedagógico dominante, al que cada día sirven de altavoces los grandes medios de comunicación, se observará cómo se ha construido una hipócrita y maniquea disyuntiva entre una enseñanza "tradicional" (trasnochada, autoritaria e ineficaz) y una enseñanza "moderna" (afectiva, creativa, centrada en el alumno, horizontal). Se realza todo lo que tiene de equivocado la primera, minusvalorando (o directamente despreciando) sus posibles virtudes, mientras que se ensalza todo lo positivo que se consigue mediante la segunda (aunque provenga de experiencias sesgadas y poco representativas), sin profundizar en sus aspectos más controvertidos.
Al final, todos tendremos que decidir si defendemos realmente esos discursos que mantenemos en público sobre la importancia de la Educación. Los padres tendrán que ir más allá de aquello que beneficia a corto plazo a sus hijos pero perjudica extraordinariamente a los hijos de otros (véase la enseñanza concertada o el bilingüismo en la enseñanza pública), y los docentes tendrán que abandonar esa postura hipócrita que les lleva a defender públicamente una educación inclusiva e igualitaria para todos y después convertirse en cómplices de programas educativos segregadores, o en cruzados irreflexivos de utopismos pedagógicos que son conscientes que nunca podrían implementar con éxito, de manera generalizada, en escuelas de entornos socioeconómicos problemáticos. Y cuando hablo de éxito hablo de conseguir unos resultados académicos y una formación efectiva que permitan convertir a la escuela en el ascensor social que una vez soñó ser. Sí, puede sonar prosaico, pero más jodida es la vida y las expectativas de futuro en los barrios pobres de nuestras ciudades. Pasaos por allí.
¿Realmente la nueva Educación competencial, lúdica y emocional que fomenta (y financia) el Mercado ofrecerá las mismas oportunidades a todos los jóvenes? Bajo la pirotecnia pedagógica con la que el Mercado nos abruma subyace una cuestión fundamental: ¿tienen los niños de todas las clases sociales el mismo derecho a "sobrecualificarse" y a buscar "su" oportunidad? ¿O ese pragmatismo formativo por el que aboga la Comisión Europea solo afectará a los de siempre? Entiendo las razones por las que a cierta izquierda romántica la música de la "canción educativa" que representan las nuevas pedagogías les entusiasme. Pero hay que escuchar la letra de la canción y, sobre, todo darse cuenta de quién escribe esa letra y qué busca con ello. Ya basta de falsas ingenuidades interesadas.
Mientras los profesores innovadores, esos que en las redes se autodenominan innoeducators, no me expliquen cómo es posible que su formación renovadora, sus proyectos educativos, sus premios a los mejores profesores y su crítica a la Escuela tradicional van a cambiar la Educación para cambiar el mundo; mientras no me expliquen cómo superar la contradicción que supone que su formación renovadora, sus proyectos educativos, sus premios a los mejores profesores y su crítica a la Escuela tradicional sean financiados y promovidos por el neoliberalismo más carroñero, por fondos de inversión especulativos o por empresas que parasitan a la Enseñanza y mueven continuamente los hilos para apropiarse de una parte cada vez más suculenta de la formación obligatoria, será difícil que su ímpetu de cambio resulte creíble. Mientras que la única consecuencia de sus planteamientos educativos sea convertir a la Escuela en una burbuja de "felicidad y creatividad" para unos niños y adolescentes que, después de atiborrarse de soma constructivista y colaborativo, serán arrojados del paraíso para convertirse en carne de cañón (flexible y sumisa) de un mercado laboral precarizado, será difícil que su relato transformador resulte mínimamente verosímil.
Cuando en las redes sociales aparecen esas etiquetas recurrentes sobre eventos formativos de innovación educativa suelo pararme a leer los mensajes relacionados con ellos. Es perturbador compararlos entre sí, analizar su contenido, el extravagante entusiasmo que destilan. La gran mayoría de los que los escriben ejercen de apóstoles disciplinados de una revolución que pretenden imparable; sus consignas pedagógicas son incendiarias: vienen a arrasar con todo, a cambiarlo todo, a construir un nuevo mundo educativo. Siempre con buen rollo, eso sí, con una sonrisa en la boca, son felices todo el rato y no pueden dejar de demostrarlo. Incluso cuando trabajan los sábados y los domingos. No les importa. Después, al entrar en sus perfiles públicos en esas redes y leer con atención sus intervenciones escritas, uno se enfrenta al mayor de los abismos: el vacío. En general, el silencio sobre todo aquello que determina en la práctica el tipo de Educación que un país tiene es estremecedor. Y tan significativo. Lo social, lo político, lo ideológico y lo económico no existe para ellos. Han construido una Escuela virtual, una Escuela-burbuja descontextualizada socialmente, un juguete con el que disfrutar de experiencias que les llenan como docentes, independientemente de las consecuencias reales que sus acciones educativas tendrán en sus alumnos a largo plazo. Se han aprovechado de la parálisis y la mediocridad de la Escuela tradicional para satisfacer la necesidad aspiracional de una nueva generación de padres desnortados.
Pero, cuidado, estos no son los peores, estos no son más que el rebaño fiel de los otros. ¿Y esos otros quiénes son? Son los líderes del movimiento renovador, los que lanzan las consignas que aquellos repiten, los que tienen cancha para difundir sus delirios educativos en los medios de comunicación, los que dan las charlas en escenarios oscuros repletos de sombras y pantallas. Esos a los que se les llena la boca con una Educación alternativa que debe priorizar la felicidad de los alumnos, fomentar su creatividad, descubrir el talento de cada uno de ellos; una Educación en la que lo más importante sea el "saber hacer" pero nunca el "saber", que destierre el aprendizaje de conocimientos, esa cosa tan obsoleta que todos podemos encontrar en Internet cuando queramos (aunque todos sepamos que eso jamás sucederá).
A pesar de todo sí hay una aspecto relevante, perverso, que prefieren ocultar cuando propugnan la necesidad de adecuar la Educación a ese mercado laboral precario que tenemos: no está resultando nada sencillo lidiar con las expectativas de aquellos que dedicaron años a conseguir una buena formación con la promesa de que ello significaría mejores puestos de trabajo y mejores salarios. En esta fase del capitalismo afectivo en la que vivimos, en la que las empresas han decidido parasitar las emociones de sus empleados como un instrumento más para mejorar la productividad, no se puede permitir tener a trabajadores críticos, molestos, enrabietados o reivindicativos. Que estén descontentos por el engaño social, por el tiempo y el dinero invertidos en una "buena" formación que nadie ahora les valora. Por eso abogan por cambiar la Educación. Porque esos trabajadores con esa disposición emocional (negativa) les sobran.
Siguiendo el hilo de lo que defiende la Comisión Europea uno solo se puede deducir que, en el fondo, el cambio educativo que defienden no sería para mejorar esa formación sino que su pretensión es rebajarla, diluirla, hacerla líquida... ¿Os suena? No hace falta que sepan tanto, no hace falta que tantos realicen estudios superiores, no es necesario pretender un conocimiento profundo de la realidad, lo que se necesita es que los jóvenes sean flexibles y dinámicos, dóciles en lo político y emprendedores en lo económico. ¿No escucháis de fondo los ecos de los discursos hueros de ciertos gurús educativos?
Somos nosotros, como ciudadanos, como padres, como docentes los que deberíamos pararnos a reflexionar sobre la Educación que queremos para todos. Y ese para todos es trascendente. La Escuela se transforma desde la Sociedad, y ahora mismo, sin que nosotros realmente estemos decidiendo nada (aunque muchos sí estén colaborando, consciente o inconscientemente), se está produciendo una transformación, un cambio de paradigma respecto a la Enseñanza. Y los agentes transformadores son las Empresas y el Mercado. Es cierto que ese cambio no parece terminar de llegar a las aulas, que en el día a día no parece afectarnos, pero se va haciendo carne en leyes y disposiciones, en criterios de evaluación que se les imponen a los profesores de muchas Comunidades Autónomas, o en la formación obligatoria que se les ofrece a todos los docentes. Si se está atento al discurso pedagógico dominante, al que cada día sirven de altavoces los grandes medios de comunicación, se observará cómo se ha construido una hipócrita y maniquea disyuntiva entre una enseñanza "tradicional" (trasnochada, autoritaria e ineficaz) y una enseñanza "moderna" (afectiva, creativa, centrada en el alumno, horizontal). Se realza todo lo que tiene de equivocado la primera, minusvalorando (o directamente despreciando) sus posibles virtudes, mientras que se ensalza todo lo positivo que se consigue mediante la segunda (aunque provenga de experiencias sesgadas y poco representativas), sin profundizar en sus aspectos más controvertidos.
Al final, todos tendremos que decidir si defendemos realmente esos discursos que mantenemos en público sobre la importancia de la Educación. Los padres tendrán que ir más allá de aquello que beneficia a corto plazo a sus hijos pero perjudica extraordinariamente a los hijos de otros (véase la enseñanza concertada o el bilingüismo en la enseñanza pública), y los docentes tendrán que abandonar esa postura hipócrita que les lleva a defender públicamente una educación inclusiva e igualitaria para todos y después convertirse en cómplices de programas educativos segregadores, o en cruzados irreflexivos de utopismos pedagógicos que son conscientes que nunca podrían implementar con éxito, de manera generalizada, en escuelas de entornos socioeconómicos problemáticos. Y cuando hablo de éxito hablo de conseguir unos resultados académicos y una formación efectiva que permitan convertir a la escuela en el ascensor social que una vez soñó ser. Sí, puede sonar prosaico, pero más jodida es la vida y las expectativas de futuro en los barrios pobres de nuestras ciudades. Pasaos por allí.
¿Realmente la nueva Educación competencial, lúdica y emocional que fomenta (y financia) el Mercado ofrecerá las mismas oportunidades a todos los jóvenes? Bajo la pirotecnia pedagógica con la que el Mercado nos abruma subyace una cuestión fundamental: ¿tienen los niños de todas las clases sociales el mismo derecho a "sobrecualificarse" y a buscar "su" oportunidad? ¿O ese pragmatismo formativo por el que aboga la Comisión Europea solo afectará a los de siempre? Entiendo las razones por las que a cierta izquierda romántica la música de la "canción educativa" que representan las nuevas pedagogías les entusiasme. Pero hay que escuchar la letra de la canción y, sobre, todo darse cuenta de quién escribe esa letra y qué busca con ello. Ya basta de falsas ingenuidades interesadas.
Mientras los profesores innovadores, esos que en las redes se autodenominan innoeducators, no me expliquen cómo es posible que su formación renovadora, sus proyectos educativos, sus premios a los mejores profesores y su crítica a la Escuela tradicional van a cambiar la Educación para cambiar el mundo; mientras no me expliquen cómo superar la contradicción que supone que su formación renovadora, sus proyectos educativos, sus premios a los mejores profesores y su crítica a la Escuela tradicional sean financiados y promovidos por el neoliberalismo más carroñero, por fondos de inversión especulativos o por empresas que parasitan a la Enseñanza y mueven continuamente los hilos para apropiarse de una parte cada vez más suculenta de la formación obligatoria, será difícil que su ímpetu de cambio resulte creíble. Mientras que la única consecuencia de sus planteamientos educativos sea convertir a la Escuela en una burbuja de "felicidad y creatividad" para unos niños y adolescentes que, después de atiborrarse de soma constructivista y colaborativo, serán arrojados del paraíso para convertirse en carne de cañón (flexible y sumisa) de un mercado laboral precarizado, será difícil que su relato transformador resulte mínimamente verosímil.
Cuando en las redes sociales aparecen esas etiquetas recurrentes sobre eventos formativos de innovación educativa suelo pararme a leer los mensajes relacionados con ellos. Es perturbador compararlos entre sí, analizar su contenido, el extravagante entusiasmo que destilan. La gran mayoría de los que los escriben ejercen de apóstoles disciplinados de una revolución que pretenden imparable; sus consignas pedagógicas son incendiarias: vienen a arrasar con todo, a cambiarlo todo, a construir un nuevo mundo educativo. Siempre con buen rollo, eso sí, con una sonrisa en la boca, son felices todo el rato y no pueden dejar de demostrarlo. Incluso cuando trabajan los sábados y los domingos. No les importa. Después, al entrar en sus perfiles públicos en esas redes y leer con atención sus intervenciones escritas, uno se enfrenta al mayor de los abismos: el vacío. En general, el silencio sobre todo aquello que determina en la práctica el tipo de Educación que un país tiene es estremecedor. Y tan significativo. Lo social, lo político, lo ideológico y lo económico no existe para ellos. Han construido una Escuela virtual, una Escuela-burbuja descontextualizada socialmente, un juguete con el que disfrutar de experiencias que les llenan como docentes, independientemente de las consecuencias reales que sus acciones educativas tendrán en sus alumnos a largo plazo. Se han aprovechado de la parálisis y la mediocridad de la Escuela tradicional para satisfacer la necesidad aspiracional de una nueva generación de padres desnortados.
Pero, cuidado, estos no son los peores, estos no son más que el rebaño fiel de los otros. ¿Y esos otros quiénes son? Son los líderes del movimiento renovador, los que lanzan las consignas que aquellos repiten, los que tienen cancha para difundir sus delirios educativos en los medios de comunicación, los que dan las charlas en escenarios oscuros repletos de sombras y pantallas. Esos a los que se les llena la boca con una Educación alternativa que debe priorizar la felicidad de los alumnos, fomentar su creatividad, descubrir el talento de cada uno de ellos; una Educación en la que lo más importante sea el "saber hacer" pero nunca el "saber", que destierre el aprendizaje de conocimientos, esa cosa tan obsoleta que todos podemos encontrar en Internet cuando queramos (aunque todos sepamos que eso jamás sucederá).
Me acerco a sus perfiles en las redes, me leo sus biografías laborales. Casi nunca encuentro colegios ni institutos en ellas. Sigo buscando. Terminan apareciendo. Más en su pasado que en su presente. Y nunca ya de una forma significativa. Hoy tan solo encuentro empresas. Y ambición, claro.