15 abril 2006

Los invasores de Marte. Recomendada por mí

Empiezo por la mía. En sucesivos posts analizaré otras joyitas de ciencia ficcion que he revisionado y sufrido últimamente, pero recomendadas por otros. Los invasores de Marte es una película de 1953 dirigida por William Cameron Menzies. Fue la última película dirigida por este tío que había nacido en 1896, y moriría unos años después de estrenar esta obra magna de entretenimiento puro. Este director había sido un experto y afamado decorador del cine americano, encargado del diseño de producción de clásicos como Lo que el viento se llevó o Rebeca. Parece ser que, haciendo caso omiso al principio de Peter, dedicaba parte de su tiempo libre a dirigir alguna que otra película, entre las que destaca El ladrón de Bagdad y La vida futura (otra de ciencia ficción, de 1933, basada en una obra de H. G. Wells y que ya me estoy bajando de Internet para verla... Si es que no escarmiento).

Bueno me centro en la película en cuestión. Llevaba años detrás de ella. La busqué desesperadamente para emitirla en el ciclo de cine de Tenerife. Todos los que hablábamos de la película la recordábamos con emoción, con el recuerdo infantil de película de sobremesa de los sábados, con el miedo que nos había provocado ese camino tenebroso que llevaba a la colina donde se ocultaban los marcianos, o esos tornillos en el cuello con los que controlaban la personalidad de los padres y vecinos del niño protagonista, convirtiéndolos en autómatas. La nostalgia, los recuerdos y la memoria no existen más allá de la manipulación constante que hacemos de ellos.

La película está encuadrada en el cine americano de serie B (yo diría de serie Z) de los años 50, en plena paranoia anticomunista. Vista de tal modo, la película es un patético panfleto, infame y conservador, que defiende la pureza de los valores americanos frente a cualquier tipo de posible intromisión por parte de los terribles comunistas. Pero para ser sincero, a día de hoy me la suda esa visión, principalmente porque cuando la vi de niño a mí lo que me asustaba es que fueran de verdad extraterrestres y de lo de la lectura sociopolítica ni me enteré.

Pues bien, veinte años después me senté a ver la película de nuevo, un tanto emocionado esperando disfrutar y volver a paladear un cine fantástico, ingenuo y divertido, tipo La guerra de los mundos (de la misma época). Y joder, vaya con la peliculita. En primer lugar, aclaremos un tema. Curiosamente, como antes escribí, todos recordábamos el puñetero sendero que daba a la colina de arena... Normal, no te jode, como que el 80% de la película se desarrolla en un único plano fijo por el que desfilan los ¿actores? delante de ese decorado. No hay que negar que los primeros veinte minutos mantienen el interés: el decorado expresionista del sendero es muy bueno como recurso inicial, se retuerce sobre sí mismo creando y transmitiendo una sensación de miedo a lo desconocido al espectador. También funcionan los primeros planos de aquéllos que son absorbidos por la arena y después vuelven trastornados y cambiados. Pese a ser un recurso fácil, la vuelta del padre a casa o el primer plano de la niña amiga del protagonista, que aparece tras una puerta que se abre repentinamente no están nada mal. Pero después, la película se transforma en una sucesión de tópicos manidos, no tiene ritmo ninguno y aburre hasta el sufrimiento. Menos mal que al verla acompañado el descojone ante lo que presenciábamos se impuso al análisis riguroso (con las películas de los siguiente mensajes que escribiré ni eso ocurrió... Imaginaos... el horror, el horror). Por supuesto aparece el astrofísico, joven y guapo, que fuma en pipa y tiene ese aire de sabio despistado y profundo ( el día que me pongan a alguno fumándose un porrito y hasta los huevos de la soledad de un observatorio...). Después tenemos a la chica guapa que corre, grita, gime y termina en brazos de astrofísico. Natural, nuestro irresistible encanto, tantas veces comprobado en las noches laguneras. Sobre el chico y sus reivindicaciones sobre lo buenos que eran sus padre antes de los tornillazos qué decir, sólo que entran unas ganas de pegarle una somanta de ostias...

Pero, dejando a un lado a los personajes, me concentro mejor en momentos memorables de la historia. Uno sería cuando el niño le cuenta su teoría de la invasión marciana al astrofísico y éste, ante la pregunta de la médica sobre si es posible tal cosa, contesta con la mayor naturalidad: “Las teorías dicen que sí, que en Marte podrían vivir los extraterrestres bajo la tierra”. Con dos cojones. Sus fuentes científicas: Asimov y Arthur C. Clarke. Por lo menos. O ese otro momento en el que el militar al mando, al perder de forma patética a uno de sus hombres en la arena espeta: “Esos marcianos, o lo que sean, se van a enterar de quien soy yo”. Claro referente filosófico en el que se inspirará posteriormente Stallone para construir el personaje de Rambo, en su lucha contra los marcianos amarillos. La llegada de los militares marca un punto de inflexión de la película. Como diría Danisev, ahí la película rompe definitivamente. El director (o lo que sea) decidió inflar el metraje de la cinta a base de incluir imágenes de archivo de maniobras militares que no pegan ni con cola con la textura ni el color de la película. Así, nos tragamos imágenes e imágenes de tanques y aviones que nunca sabremos por dónde vienen, cuándo llegarán y para qué. Bueno el para qué, sí. Mientras se plantean si entran o no en la arena los cuatro actores que hacen de extras que en la película, se entremezclan imágenes de bombardeos continuos y terribles... ¡Pero jamás sabremos cuál es su objetivo! Y la cosa continúa. Un subordinado le trae al general uno de los tornillos que han extraído de un tío que murió por la noble causa marciana y el general le pregunta a su experto (también militar) que tiene al lado:"¿Qué le parece?” El otro, con gesto serio y concentrado, le contesta: “Parece un cristal de cuarzo unido a una pieza de platino”. Literal, le basta un simple vistazo en la oscuridad de la noche para saberlo. Surrealista. Para qué coño se necesita un laboratorio teniendo a este tío en el grupo.

Y qué decir del final, cuando empiezan a buscar la localización exacta de a nave marciana. Lógicamente comienzan la búsqueda junto a nuestra entrañable cerca, al final del camino, allí donde se ha desarrollado la mayor parte de la película. Después nos muestran una serie de planos cortos del concienzudo rastreo de la zona con una especie de radar que nuestro experto ha creado con el puto tornillo de cuarzo y platino, y cuando encuentran el lugar exacto, nerviosos, preparan una bomba para abrir una agujero en la tierra. Como el director no quiere dejar escapar la oportunidad de deleitarnos con sus efectos especiales, nos muestra un plano medio de la explosión, ¿y qué descubrimos.?... ¡¡Que la explosión tiene lugar junto a la cerca, en el mismo sitio donde iniciaron la busqueda!! Pero eso no es todo, porque los marcianos son muy listos y tienen una especie de arma que sella los pasadizos que han construido bajo tierra, por lo que los militares han de volver a la superficie justo para ver como arrastran hacia el interior de la arena al niño y a la tía protagonista. ¿Intentar entrar por donde los han arrastrado? Imposible, ya habrán sellado la zona, mejor seguir buscando otra entrada. Y la encuentran por fin... ¿Dónde? Pues coño, en el mismo sitio que la primera vez, puesto que para qué van a hacer otra explosión, cogen el mismo plano en el que explosionaba la bomba de la primera vez y ya está. Impresionante. Podría parecer que esto es el mejor ejemplo de la economía de medios empleados. Pues no. Lo mejor está bajo tierra. A los monstruos marcianos se les ven las cremalleras de los disfraces, pero aún más divertido es asistir, en un mismo decorado, a las múltiples persecuciones de militares y marcianos por los múltiples túneles que debiera haber en el interior terrestre. Es decir, hicieron un pasadizo con una curva y según desde donde rodaban parece un giro a la derecha o un giro a la izquierda y nada, los extras a correr y correr, que hay que rellenar minutos. Y corren os lo aseguro. Corren muchas veces. Por el mismo puto sitio.

En fin, la verdad es que debido a todo esto y a ver la película con Carolina me descojoné mucho y bien. No hay que negar el valor del planteamiento de la historia y su final, que la hace circular y aún más desesperante por ello. Pero la película es mala, mala de cojones, por mucho que algunos frikis de Internet le quieran extraer valores que no tiene. Los otros clásicos de la época en el género fantástico y de ciencia ficción como Ultimátum a la Tierra, la antes mencionada La guerra de los mundo o Viaje al centro de la Tierra le dan mil vueltas y cobran mayor valor tras la decepcionante visión de... Los invasores de Marte.

01 abril 2006

Federico Jiménez Losantos: devorado por los adjetivos

Se ha convertido en una caricatura de sí mismo. Un guiñol desaforado que se encuentra permanentemente enfrentado al mundo. Enfrentado a todo aquél que no comulgue con sus principios. Él, que comenzó defendiendo la libertad frente a la asfixia intelectual generada por el imperio del monopolio, no supo aplicarse lo que un día creyó defender. Inteligente, culto, sarcástico y mordaz, magnífico tertuliano por su rapidez y creatividad mental, ha terminado dejando diluir hasta la nada todas las cualidades que atesoraba y que sus enemigos (tan sólo por ideología y desde la incapacidad) no quisieron nunca valorar. Ensoberbecido y con la odiosa certeza de estar siempre en la posesión de la verdad absoluta, ha derivado en un personaje oscuro, mezquino, lleno de rencores, henchido de poder y de orgullo hasta la náusea, propenso a la megalomanía y capaz de decir los mayores disparates con la mayor desfachatez. Federico Jiménez Losantos, el hombre que fue devorado por sus adjetivos.

Comenzó utilizando con inteligencia y soltura el amplio surtido gramatical que el castellano nos otorga a todos, pero pocos pueden utilizar. Usó los adjetivos como nadie. Inventó palabros, sustantivos, definiciones espléndidas de largo recorrido conceptual. Recuerdo ese magnífico Prisoe, hoy ya tan manoseado. Repleto de mierda por el uso constante e indebido que sus cachorros hacen de él. Da pena y asco leer los distintos foros de Internet y ver como repiten hasta la extenuación, sin gracia ni inteligencia, lo que su ídolo mediático dicta cada mañana desde su atalaya radiofónica. Ha conseguido una cohorte de admiradores paletos, jóvenes con ínfulas de patéticos patriotas, neoliberales de manual que idolatran como memos el libre mercado, fachitas de pacotilla y resentidos sociales. A todos los mima sin pudor desde su micrófono, y ellos se dedican a difundir lastimosamente sus consignas de forma panfletaria, cayendo siempre en el exabrupto, el grito y la ofensa. Internet está repleto de ellos. Se dedican a su tarea con pasión y furia, sus comentarios son un monumento a Darwin y a su teoría de la evolución, pues no se puede escribir ni hablar tan mal, diciendo las barbaridades y obscenidades que dicen, sin entender que nuestra parte animal, la menos inteligente, se hace más evidente en ellos. No escriben, no hablan, no comunican. Rebuznan.

Losantos ha suprimido de su cabeza la posibilidad de entender que haya gente que no vea el mundo a su manera. Para ello se ha desembarazado de voces discrepantes y se ha rodeado de vasallos intelectuales, un grupo de tertulianos cada vez más mediocre que aplaude con risotadas serviles sus desvaríos enfebrecidos. Además, como el Nerón de Quo Vadis, ha conseguido incluso subyugar públicamente a personajes de tanta enjundia periodística e intelectual como él, que maleados o abrumados por su personalidad arrolladora, se han convertido en parias infames, sombras de sí mismos, olvidando quienes fueron, de donde vinieron y que fracasar por un camino no lleva irremisiblemente a tomar el otro (pongamos que hablo de Albiac).

La pena es que todo esto ha eliminado cualquier rastro de posible credibilidad en su discurso; nadie salvo sus fanáticos seguidores pueden creer que lo que dice es cierto y no una inmensa y continua mentira para derrocar y destruir a los progres, a Prisa y al PSOE. La fijación es tal, que sabemos imposible que pueda ya seguir haciendo críticas veraces en las que se pueda confiar. Es un periodista amortizado. Para aquéllos que lo escuchábamos hace algunos años, cuando aún no se había convertido en el que es hoy, que lo escuchábamos desde posiciones ideológicas totalmente dispares pero sabiendo que había que escuchar otras voces más libres en un mercado monopolizado por las huestes de Polanco, es una pena constatar que otro foco de información se cierra, que la posibilidad de escuchar voces razonables desde las distintas trincheras se hace ya imposible desde ésta. Es una pena saber que con él los sociatas tendrán siempre su muñeco de pim- pam- pum y no tendrán que dar la cara y purgar sus propias miserias y sus propias hiprocresías. Es una pena escribir este epitafio periodístico de un periodista. Un periodista que fue devorado por sus propios adjetivos.

25 marzo 2006

Miserable extorsión

Xavier Vendrell es el secretario de organización del partido ERC, siendo también actualmente secretario general del primer consejero del gobieno tripartito catalán. Ante la noticia que recogen hoy distintos medios respecto a que ERC exige cuotas para su partido a trabajadores de la Generalitat, éstas son las explicaciones de dicho personaje, extraídas de El País:

"Cualquier persona que trabaje en un departamento de la Generalitat sin ser funcionario, está allí porque tiene la confianza del consejero y por lo tanto es un cargo de confianza, por eso debe pagar al partido."

Se le pregunta si eso afecta al los interinos:

"Sí. Cualquier persona no funcionaria y por lo tanto susceptible de ser sustituida por otra debe hacer su aportación al partido, aunque no sea militante. También administrativos o telofonistas."

Para terminar de aclarar el malentendido:

"Esquerra es un partido republicano, nosotros no tenemos reyes, y aquí pagamos todos."

No sé bien qué escribir ante esto. Lo fácil sería hablar de asco, miseria, descaro o indignidad. Pero lo cierto es que esta realidad lo que debería darnos es miedo. Este tipo de gente es la que nos gobierna, la que decide nuestra manera de organizarnos como sociedad, la que debe solucionar nuestros problemas, la que nos representa. Este tipo dice con total desfachatez lo que otros partidos seguro que también hacen, pero con mayor discreción gracias a los años que otorga la experiencia. Pero de verdad, es demasido duro, me parece increíble:

gente susceptible de ser sustituida...

aunque no sea militante...

aquí pagamos todos...

El Padrino no podría decirlo mejor; yo al leer esas palabras es como si lo escuchara, con la voz susurrante, arrastrando las sílabas. El imaginario de la mafia que nos legó Coppola hecho realidad.

Pd: Para todos los que con toda la razón del mundo nos hemos quejado alguna vez al ver o tratar a funcionarios inoperantes, aposentados, vagos o incompetentes esto debe ser un aviso para navegantes. El PSOE está manejando una posible ley de funcionariado que establecería incentivos, bajadas de sueldo e incluso despidos para tratar de dinamizar a una anquilosada administración pública. Cuando leí esa noticia me pareció positiva y sigo pensando que se haría desde el convencimiento de que así mejoraría el trabajo público. Pero se nos olvida el porqué de esa seguridad laboral de los funcionarios. Precisamente el motivo es intentar evitar que los distintos gobiernos en el poder puedan inmiscuirse en sus trabajos La idea es que puedan ser lo más independientes posibles y que no dependan sus sueldos y su futuro de uno de los muchos Vendrells que pululan por el lodazal de nuestra política. Ignoro entonces la solución, sólo sé que no debe pasar por decisiones políticas a no ser que queramos que la administración, en sus importantes labores que afectan a nuestro dinero, nuestra intimidad y nuestra organización, se quede ya completamente expuesta al chantaje, al mercadeo y a la extorsión.

Qué asco.

17 marzo 2006

Correr. Huir. Escapar

Escapar. Huir. Correr. Lo más rápido posible. De la manera que sea. Pero sin mirar atrás. No mirar atrás. No. Imposible. Un sudor frío que recorre la frente. La respiración agitada reventando los pulmones. El corazón que golpea y machaca brutalmente el pecho. Pero seguir. Seguir. ¿A dónde? ¿Por qué? Correr. Huir. Escapar. Sin fuerzas. Necesitaba parar, descansar. Lo observaban. Vigilaban. A su alrededor desconocidos a los que no veía sabía que posaban sus ojos sobre él. Sobre mí. Sobre él. Lo miraban desdeñosos, sin pena, sin compasión. Lo escrutaban. Lo conocían. Pero eso no podía ser. Tantos no podían saber de él. Él no los podía conocer. Vergüenza. Miedo. Una esquina. Otra. Un pequeño parque. El banco, vacío. Necesario. Sentarse un instante, parar. Descansar. Nervios, tensión. Sentía que no tenía escapatoria. Que lo atraparían. Venían tras él. Por mí. Tras él. Pisándole los talones. Allí, detrás de la esquina. Los escuchaba hablar, sisear. Sobre él. Seguro. ¿Pero quién era? ¿Por qué huía? ¿De quién? ¿De qué? En pie. Y rápido. Volvían a venir. Escapar. Correr. Huir. Iba a morir. Eso ya lo intuía. Casi, atropellado. Revuelo. Gente a su alrededor. La calle de repente atestada. Golpes. Empujones. Miradas inteligentes interceptadas. Todos estaban en la trama. Contra él. Lágrimas de angustia por las mejillas. En sus labios, mezcladas con sudor. Y sangre. Se mordía los labios con la tensión. Otra calle. Otro golpe. El suelo de nuevo. El revuelo de nuevo. La sangre. El motorista aullando de dolor. Incorporarse y seguir. Seguir. La vista nublada. La sangre de nuevo. Ahora no era en los labios. La brecha en la cabeza. Los dedos sobre ella. La sangre entre los dedos. Dolor. Pero no había tiempo. No podía detenerse, los sentía tras de sí. Parecían esperar que reventara. Que cediera. Que se rindiera. No, eso no. Huir. Correr. Escapar. Otra esquina. Otro mundo. Otra posibilidad. ¿Tal vez ésta?... Otra avenida, enorme. Infinita. Pasos, susurros, gemidos. Detrás. Delante, los edificios. Enormes cuevas del futuro. Gigantes hasta el cielo. Pequeñas las ventanas. Espaciosas las terrazas. Todas iguales, clónicas. Perturbadoras. Y en ellas, ellos. No los distinguía bien, tan sólo los intuía en su carrera. Y sus miradas. Sobre él. Miraban desdeñosos, sin pena, sin compasión. Lo vigilaban. Y detrás... Los sentía en su nuca. Percibía sus pasos, sus carreras. Sus alientos. Casi. Eran decenas, cientos. ¿Quiénes eran? ¿Qué querían? ¿Por qué lo perseguían? ¿Por qué no le dejaban en paz? Escapar. Huir. Correr. Ya todo él era un charco de sudor. La camisa empapada, pegada a su piel. Los pies lacerados, sangrando sudor. La mente aterrorizada, huyendo de él. La razón, a punto de abandonar su ser. Los ojos desquiciados. Fuera casi de sus órbitas. No más. Nada más. No pensar más. Ya no. Ya sólo el fin. Un único objetivo. Correr. Huir. Escapar. No ser cazado. No ser apresado. Continuar. A través de la avenida sin fin. Extrañamente rectilínea. Los balcones repletos, vigilantes. Allí, ellos. Presentes y ausentes. Quietos. Por él. Para él. Contra él. Marchar, marchar. Correr, correr. Para atisbar, de repente, sin lógica, el fin de la avenida sin fin. Otra posibilidad del refugio final. Pero detrás ya están. Corriendo como seres inertes animados. No volver la mirada, no mirar atrás. Pero ahí están, ahí están. Casi lo tocan. El tropiezo. El bordillo. El tobillo. El dolor. Dolor frenético. Frenéticos, abrumadores los brazos se ciernen sobre él. Tan cerca de la salvación. Una mirada desolada al final de la avenida. Casi, casi. Una asustada mirada en derredor... Entonces los ve, los reconoce. Entonces lo miran. Me miran. Lo miran. Ellos son él. Ellos son yo. Yo soy él. Silencio, sorpresa. Retirada. Unos pasos, tan solo. El tiempo se para. Me(se)levanto(ta). Las terrazas. Las ventanas. Los edificios hasta el cielo. Ellos allí también son él. También son yo. Paralizados, todos. En la calle y en los edificios. Petrificados, parecen. Y yo.
 
Huir. Correr. Escapar. ¿De quién? ¿Por qué? ¿ De qué? Allí, al fondo, el fin de la avenida. Acaban las calles. Acaba la ciudad. El fin del pasado. Un nuevo futuro. De nuevo, intentarlo. De nuevo, los brazos. Brazos que reptan, que se agarran con fiereza. Con desesperación. Brazos de hierro. Sus brazos. Todos son suyos. Los que se defienden, los que se liberan. Los que atrapan, los que atacan. No será. Imposible. Jamás podrá llegar. Y ahí está. Tan cerca, tan cerca...Tan lejos.

14 marzo 2006

Disfunciones sociales

  • Una conversación. Un bar cualquiera. Dos personas. La polémica se centra en el Estatut catalán y las diversas consecuencias lógicas que acarrea. No es una conversación desaforada, se discute sobre ideas. Uno de ellos se encuentra ante un callejón que parece no tener salida... Pero no es así, por fin la encuentra:"Pero vamos a ver... ¿Tú no crees en la libre autodeterminación de los pueblos?"... Silencio. Se habla de Cataluña y del País Vasco, no de la India de Gandhi. Da igual. Se plantea una pregunta del siglo XIX en la España del siglo XXI. Da igual. La pregunta se hace con total concentración y pasión libertaria, los ojos brillan con la arrogancia que otorga estar en una posición de inapelable razón progresista. Da igual. Fin de la discusión. ¿Para qué seguir?.
¿Dónde hay que firmar para independizarse de los imbéciles?
  • Un instituto de Secundaria. Un profesor se encarga de traer cada día al centro prensa de pago de manera gratuita. Anteriormente consiguió que fuera El País. El diario desaparecía con rapidez en las manos de sus compañeros. Actualmente, por distintas causas, no consigue la distribución de ese diario para el centro, pero sí la de El Mundo. Los periódicos ahora se amontonan en una esquina. Se recortan los sudokus pero nadie se los lleva. Una profesora recoge uno para llevárselo a casa y leerlo en el metro. Una compañera la mira y le comenta: "Ten cuidado, no te vayas a intoxicar". Da igual intentar explicarle que leer sólo aquello que confirma lo que uno piensa es un ejercicio de inútil onanismo intelectual. Da igual intentar hacerle ver que practica el mismo sectarismo ideológico que con tanta pasión critica. Da igual. Da igual porque es imposible que lo entienda.
¿Dónde hay que firmar para independizarse de los imbéciles?

  • Una reunión de amigos. La tertulia de la copa deriva suavemente hacia el tema inmobiliario. Es inevitable. Un amigo intenta hacer ver la luz a otro. Nada peor que la penumbra de la pretendida lucidez. No es la primera vez, tampoco será la última: "Estás tirando el dinero con el alquiler". Da igual la invasión a la intimidad y a la libre elección de cada uno que supone el comentario. Da igual que uno pague un alquiler de 360 euros mensuales para vivir exactamente donde quiere vivir mientras que el otro vive en un lugar donde jamás se planteó hacerlo gracias a una hipoteca a treinta años. Da igual intentar explicarle que tal vez esa casa jamás será suya. Que igual, antes de terminar de pagarla se jubile y, tal vez, para complementar la pensión, se la tenga que revender al mismo banco con el que se hipotecó. Da igual. Da igual porque es imposible que lo entienda.
¿Dónde hay que firmar para independizarse de los imbéciles?

08 marzo 2006

La lectora imperturbable

Tiene unos nueve o diez años y se recoge el pelo con una coleta. Su cara es regordeta, seria y en ella, una gafas de empollona se acomodan sobre su nariz y tiemblan un tanto al entrar en el vagón del metro de la línea 5. La acompaña su madre, que en silencio pero con firmeza, de manera profesional, orienta a su hija hasta el espacio libre existente entre los asientos, para así escapar de ingente humanidad que abarrota la zona de las puertas. Son cerca de las siete de la tarde y el metro es un lugar silencioso y sucio donde se adivina el agotador cansancio de final de jornada, y en el cuál la gente intenta conseguir su hueco vital para leer, escuchar su MP3 o simplemente no ser tocado o empujado por nadie, mientras su mirada se pierde viendo discurrir las paredes de los túneles que el tren atraviesa. Antes de que éste arranque, quejumbroso, hacia La Latina, la madre se apodera con destreza del asiento que acaba de dejar un presuroso usuario de metro que por poco no se ve arrastrado hacia un destino diferente al que había imaginado. Sin hablar, hace gestos a la cría para que se siente encima de ella pero la niña ignora el ofrecimiento con un escueto gesto, restablece su posición, planta sus pies con fuerza y abre el libro de Harry Potter que lleva entre sus manos. Con gesto concentrado se pone a leer mientras inevitablemente, debido a su poco peso y a que no está agarrada a ningún sitio, los sistemáticos frenazos y aceleraciones del tren le hacen tambalearse de manera continua. Su bamboleo es divertido para el resto de viajeros pero ella, impertérrita, ignora el vaivén, algo que su madre no hace pues mantiene un brazo siempre en tensión cerca de su hija para impedir una posible caída. Aprovechando que la siguiente es su parada alguien se levanta para ofrecer a la madre el asiento para la hija. Con un sonrisa desvaída la madre se lo agradece mientras inquiere con el brazo a la niña para que se coloque a su lado cómodamente. Entonces la niña levanta por primera vez la mirada que mantenía concentrada sobre el libro para lanzar un furiosa mirada silenciosa a su madre, negándose a sentarse, y después lanzar otra aún más furibunda al payaso ése de la coleta (yo) que le ha puesto en el trance de semejante decisión al hacer el ofrecimiento. Aprovechando el vacío de poder generado, otra madre cansada casi arroja a su hijo sobre el asiento libre imposibilitando así la reunión materno filial y evitando el posible conflicto. Mientras me dispongo a bajar en la La Latina echo un vistazo a la niña que se mantiene allí, dando pequeños tumbos, concentrada en su lectura. Justo en ese momento la cazo echando una mirada a su alrededor, una mirada que le sirve para hacer constatar que ahí está ella, de pie, en medio del metro, leyendo su libro, como una más, como una adulta más, como una protoadulta convincente. Y en esa mirada estaba la respuesta de todo, porque al fin y al cabo de eso era de lo que se trataba, aquello era una prueba más del tránsito hacia la vida adulta, una preciosa reivindicación de independencia y madurez por su parte, una manera de buscarse su posición y su estatus dentro de la tribu. Y por fin para un niño leer, aunque fuera en ese contexto, era motivo de orgullo y autoafirmación.

Que nadie le cuente, por favor, lo que darían muchos de los que leen en el metro por una tele en el vagón para no tener que hacerlo para pasar el tiempo.

Los Murrows españoles

Iba a escribir sobre algo que ha aparecido en la prensa española tras el estreno de Buenas noches y buena suerte: todos los periodistas de este país parecen defender y alabar la ética y el valor que Murrow tuvo en su lucha periodística contra los abusos y la imbecilidad del senador Mcarthy y sentirse orgullosos de pertenecer a su misma profesión. Sería bueno entender que la película recoge un momento de la vida de dicho periodista, que sirve al director para poner de relieve la necesidad de luchar contra la supresión de derechos y la limitación de libertades. Lo digo porque Murrow, como tantos periodistas, tiene puntos oscuros en su biografía profesional (extensa) que ponen de manifiesto la dificultad que supone al ser humano mantenerse firme en sus convicciones y no ceder ante las presiones del poder.

Como decía, pensé escribir algo tras leer la epatante información que contaba que la directora de Informe Semanal había declarado que ella al que veía como el Murrow español era a Gabilondo en su lucha contra el Aznarato. Impresionante, estoy seguro que otros como Pedro J. también serán capaces de verse a sí mismos así obviando para ello el baboso papel que realizan todos cuando el poder lo detentan los de su cuerda. Tampoco sería necesario irse a las grandes figuras para observar la servidumbre actual de muchos de los que escriben o hablan en los medios de comunicación hacia el grupo mediático que les da de comer. Es algo que leemos y escuchamos todos los días. Pero al menos siempre quedan francotiradores que, aceptando las mínimas servidumbres posibles, al menos se atreven a escribir cosas como la que cito a continuación. Estas palabras describen mejor que cien de las mías el tema que trato aquí.

Carlos Boyero
sobre Buenas noches y buena suerte, El Mundo, 7 Marzo, 2006:

"Cine creíble de buenos y malos, aunque, mosqueantemente no conozco a ningún profesional del gremio que no se identifique hasta el exceso cómico con la firmeza moral y la arriesgada independencia del legendario Edward Murrow, algo ligeramente patético en época de ratas que escriben cínicamente al dictado de los grupos de poder político y económico que les engordan la nómina"

Para qué añadir más. Me encanta este tío.

28 febrero 2006

Pablo

El domingo 26 de febrero volví a ser tío. Habían pasado más de dieciséis años desde que lo fuera por primera vez. Mi edad de entonces y las circunstancias hicieron que a ese sobrino lo terminara sintiendo y queriendo como hermano. Ahora, con éste, no sucederá así. Será sólo eso, ni más ni menos, mi sobrino. Mi hermana Espe, la de la bata verde, la que parece que fue ayer cuando estudiaba su carrera junto a mí sufriendo los rigores familiares, la que siempre me hace reír cuando se permite sacar lo más negro de su humor, acaba de dar a luz un ente pequeño y sonrosado que no abre todavía sus ojos pero sobre el cuál llevamos posando los nuestros con una extraña mezcla admiración y sorpresa desde el domingo por la noche. Manda huevos, Espe madre. Desde aquí un abrazo fuerte y una felicitación a los babeantes padres. Ya se darán cuenta con el tiempo que acaban de firmar la más larga de las hipotecas de su vida aunque espero que sea la que soporten con mayor felicidad.

22 febrero 2006

Una historia de Madrid

Una calle semidesértica de Lavapiés. Comienza a caer la noche y el flujo diario, incansable y molesto de apestosas camionetas repletas de mercancía mayorista ya casi ha desaparecido. A lo lejos, en algún cruce oculto a la vista, se escucha aún el giro precipitado y ruidoso de una de ellas en su empeño por finiquitar su tarea, contribuyendo al desasosiego y hastío general. Un claxon estridente no permite escuchar el último susurro de un barrio que se lamenta y mira con desesperación hacia su alcalde, pidiendo una solución al eterno caos de ruido y tráfico en el que lo han convertido. Ya he dejado atrás la dolorida plaza de Tirso de Molina que se pregunta desolada cuando la dejarán por fin sin obras y elegante. Ando solo, embebido en mis propios pensamientos. Al fondo de la calle se observa una figura tambaleante rodeada de un grupo de niños que se jalean entre ellos con alegría y jolgorio. Me temo lo peor. Reduzco el paso. Hoy he tenido un mal día, estoy cansado. No quiero problemas y comienzo a intuir que van a ser inevitables. La prueba evidente es el andar beodo del hombre. El tipo consigue incluso caminar hacia atrás en algunas de sus interminables eses. Los niños siguen rodeándolo mientras se ríen, animando con su risa a un par de ellos que se acercan al borracho con decisión. Es una risa horrible, cruel, infantil y terrible. Es una risa que surge de la posibilidad de humillación del otro, del débil. Es la risa colectiva del poder instantáneo y absoluto. Una señora atraviesa la escena, pasa entre los niños, no levanta la mirada del suelo y continúa su camino. Estoy alcanzando al grupo. El desgraciado es un ecuatoriano de unos cuarenta años, con el rostro demacrado y la mirada perdida, que va agarrado a un tetra-brick de vino tinto barato en el único gesto coordinado que parece poder realizar. Casi choca conmigo en una de sus eses inesperadas pero logro evitarlo mientras nuestra secuencia de acción-evasión provoca una risotada cercana a la histeria en los críos. Se ve que lo están pasando fenomenal. Miro al borracho con una mezcla de piedad, pena y asco. No le hablo, no le digo nada. Los niños una vez he pasado continúan con su juego que no es otro que ponerle y quitarle una gorra al borracho mientras le empujan y le insultan. Todo un alarde de imaginación e inteligencia. No hay ninguna compasión, ni siquiera un atisbo de ella en ninguno de ellos. No son mayores de doce años, de sus espalada cuelgan las mochilas del colegio, visten ropas y complementos de los que habitualmente se sirven los chiquillos para sentirse bien, diferentes. Son ocho o nueves que configuran un grupo que produce cierto escalofrío. Cualquiera de ellos podría ser alumno mío. Son terriblemente crueles, saben que su poder está en el grupo. Sin premeditación, sin dobleces ni justificaciones estériles, hacen el mal, machacan y ridiculizan a ese tío porque pueden y porque les divierte. Son niños, eso que erróneamente siempre representamos con candor y simpatía. Son cachorros, maleados más que educados, acaparadores, egoístas y crueles por instinto. Sólo la educación, la razón, la empatía y el pragmatismo permiten que nos moldeemos, pero en esta ocasión nadie parece que vaya a ejercer su responsabilidad con esos mocosos. La tribu hace tiempo desistió de ejercer su autoridad. Por lo tanto están solos, nadie de su entorno los vigila y los demás, el resto de la tribu, tenemos claro que sólo debemos ocuparnos de nuestros asuntos e intervenir en los problemas de desconocidos sólo si ello no conlleva ningún problema o peligro. No es el caso. Los señores de las moscas están desbocados. Agacho la cabeza y sigo mi camino. Adelanto a los monstruitos, ya voy a alejarme. Mi orgullo o tal vez un atisbo de dignidad me revuelve por dentro. Me giro, les suelto un grito estentóreo y extemporáneo. Nada creíble, más bien forzado: ¡¡¿¿dejadle ya en paz, no??!! Me miran, se miran, evalúan la situación como carroñeros que son. Me evalúan, les estoy jodiendo su rato de diversión y no les gusta. Tampoco ven nada por lo que realmente asustarse. Huelen mi indecisión y ése es su triunfo. Yo ya he cumplido, parecen alejarse de él un momento. Continúo mi camino. Igual que la señora antes que yo. Tras unos pocos pasos las risas comienzan a sonar de nuevo, se vuelven a escuchar los bufidos del ecuatoriano, el tipo está al límite del coma etílico por el alcohol ingerido y el esfuerzo que le está suponiendo la defensa de sus agresores. Vuelve a estar solo e indefenso. Aprieto un poco los puños, respiro hondo, me estudio. Hoy ha sido un mal día, ha sido un día de mierda, hoy no toca. Hoy no me pringo. No giro la cabeza, no vuelvo a mirar, ando con rapidez, tan sólo me permito un último vistazo al doblar la esquina que me llevará a mi casa caliente y acogedora. La escena de caza sigue igual. Hoy soy un mierda. Hoy me ha tocado ser un mierda. No me ha tocado, he elegido ser un mierda. Por miedo, por pereza, por falta de empatía y de compromiso. Por falta de humanidad.

Entro en el portal.

05 febrero 2006

Nada

Hologramas vencidos. Con las rodillas dobladas, sumisos. Derrotados sin compasión. Por nosotros mismos. Nada va quedando de lo que pretendimos ser a medida que el tiempo nos destroza y desnuda. Despojándonos de la dignidad que creímos tener. Humillándonos lentamente, pelea a pelea, batalla a batalla, siempre perdiendo, siempre sometidos, escuchando de miserables ya convencidos que no hay esperanza, que luchar es idiota. Inútil. Siempre escuchándonos. Y terminas varado en la orilla de la soledad, temeroso de continuar por senderos que habrás de recorrer sin compañía. En ese punto de inflexión donde sabes que lo más fácil será no pensar, no tener principios ni ideología, ser uno más. Y olvidar. Apartando lo incómodo de lo que creíste ser, ocultándolo bajo tupidas capas de incoherencias coherentemente diseñadas para ello. Nada importa y sabes que es verdad. Nada importa, a nadie importa y eres consciente de esa realidad. Pero infantilmente te resistes y te encabronas, y con ello mantienes la capacidad de provocar destrucción y caos en tu entorno. Para nada. No vale la pena, nada vas a ganar. Comienzas a comprender que hace tiempo que perdiste y que la inercia es la que te mantiene. Porque nada cambia, todo sigue igual, la mierda no desaparece, se multiplica y al final terminarás acudiendo a ella, como todos. Pero el el discurso sí prevalece, prevalecerá siempre, a pesar de que las vergüenzas se muestren sin descaro. Es el momento entonces de las las excusas, infinitas, inacabables, lógicas, repugnantes, miserables, patéticas. El camino entonces se muestra nítido, implacable: frente a un televisor, trabajando sin descanso, frente a un whisky en la barra desolada de un bar vacío, formando una familia o buscando desesperado algo de compañía. Ya no te soportas, ya no te gustas, hace tiempo que dejaste de buscarte porque sabes que es mejor no encontrarte. Lo esencial es que los otros no lo sepan, no se enteren, no lo noten. Otros que se miran a sí mismos como tú. El tiempo. Las ideas. Nada queda. El holograma que cultivaste desaparece. Se desvanece. Como lágrimas en la lluvia. Y cuando nada debiera quedar, cuando el vacío reclame su corona, habrá que sobrellevar la derrota final, la más dolorosa, la constatación terrible de que sólo una cosa no hay... el olvido.