28 diciembre 2006
Distorsiones
26 diciembre 2006
Desde el anonimato
Suele pasar que entre la vorágine de las fiestas y la familia estos mensajes se diluyan en nuestra memoria y olvidemos siquiera que fueron enviados por alguien. Pero a veces sucede que el mensaje nos parece lo suficientemente personal o emotivo como para molestarte en buscar en alguna antigua agenda o en alguna servilleta de bar olvidada al fondo de un cajón, la identidad de aquél que tanto te quiere desde la lejanía como para enviarte un mensaje navideño tan personal. Obligándote así a hacer memoria desesperada, arqueología sentimental, de aquellos amigos que tanto lo fueron en días ya muy lejanos pero que hoy sólo aparecen como sombras de la propia historia. Al final el fracaso o la decepción suelen ser los resultados de esta búsqueda. No habrá respuesta al interrogante. Mientras ese número no tenga detrás una voz que te llegue a través de espacio hertziano siempre será sólo eso, un número desconocido que representará la posibilidad perdida de conocer la identidad de una persona que pensó en ti un instante, corto y suficiente, para enviarte un mensaje de cariño y felicidad.
11 diciembre 2006
El sueño
No recordaba la fecha exacta. Cuando el cambio sustancial, el que introdujo el terror se produjo. Lo que convirtió, de manera definitiva, el sueño en pesadilla. ¿Hacía ya diez años de ello? En su paseo nocturno por la inconsciencia uno tras otro, noche tras noche, uno por noche, cada uno de los cadáveres, con su fantasmagórico y aterrador aspecto, se fue levantando del suelo, y cuando el resto de yacentes desaparecían destruidos por la luz, ellos quedaban en pie, con la cabeza girada hacia él, como si lo mirasen sin ojos, lo señalasen sin dedos y lo acusasen sin voz, hasta que, sudoroso y febril, conseguía despertar. Este alzamiento no era desordenado, como creyó al inicio. Lo seres (no podía llamar hombres a aquellos cuerpos informes) iban estableciendo una especie de círculo alrededor del gigantesco árbol muerto, rodeado todavía éste, a su vez, de cientos de postrados cadáveres. Notaba cómo lo acechaban, los escuchaba susurrar en un tono tenebroso. Siseaban. Gemían. ¿O era el viento? Hacía unos años había viajado a Europa para que un especialista lo tratase, puesto que su cuerpo había llegado a un grado de extrema debilidad. La causa, por supuesto, sus vanos intentos, incluso con pastillas, de no dormir. Ya no lo soportaba. No quería volver cada noche allí. Le aterraba. Aquello lo estaba matando. Pero su estancia europea y el tratamiento que le aplicaron no sirvieron para nada e incluso se le agudizó el problema por lo que, cuando consiguió regresar a casa, ingenuo él, llegó a pensar que sería entonces cuando los muertos le dejarían descansar. Craso error.
Así, día tras día, aislado ya de un mundo al que no pertenecía, había llegado hasta hoy. En los últimos tiempos sentía que cada noche, cada nueva reedición de su horrible pesadilla, anunciaba un nuevo giro, un vuelco, algo que iba a suceder. Tal vez un final, una explicación. En la noche anterior todos los cuerpos habían quedado en pie, ninguno de ellos fue ya destruido. Todos girados hacia él. En silencio. Ya no se escuchaba nada. El viento debía haber desaparecido. Quizás... ¿Esta noche?
Era muy tarde. Como siempre la enfermera de turno (ya ni las reconocía) le había traído y hecho tragar, con la habitual mezcla de benevolencia e indiferencia de las de su gremio, el lote de fármacos, incluidos somníferos, con los que cada día intentaba seguir engañando a la muerte. Se había levantado una suave brisa que mecía las cortinas levemente. Sin darse cuenta, poco a poco, las paredes de sus cuarto se fueron difuminando. Pasó al sueño en un instante. Como siempre. De nuevo estaba allí, en la que antaño consideró su propiedad más segura. Tuvo, como siempre, que acostumbrar otra vez los ojos a la oscuridad y, lentamente, empezó a vislumbrar sombras en todas las direcciones. Miles y miles de sombras en círculos que parecían no haberse movido de su posición desde la pasada noche. Quietas. Expectantes. Como buitres a la espera. De repente el árbol, aquel árbol cuya figura y forma conservaba en su memoria desde hacía tantos años, comenzó a desaparecer, a volatilizarse en el aire. Todo lo demás permanecía estático a su alrededor. Él también. El tiempo parecía haberse detenido hasta que, por último, el árbol desapareció por completo. En su lugar, en el mismo sitio donde siempre había estado, observó la presencia de otro cadáver postrado que, con parsimonia, se levantó. Mientras eso ocurría el resto de cadáveres empezó a abrir un pasillo cuyo destino final era él. Siempre con las cabezas vueltas hacia su posición, controlándolo, con un rictus inexpresivo en la boca.
Ese último cadáver caminó con paso firme y seguro por ese pasillo. Percibía algo extraño, diferente en él, pero... ¡Maldita vejez! Su vista, siempre excelente, ya también le fallaba... ¡Hasta en sueños! Sí. Este rostro tenía algo distinto. Sus facciones estaban marcadas. Además... ¿Erá él? No podía ser, lo conocía... ¿Salvador? Había pasado tanto tiempo desde que se enfrentara a él, desde que tuviera que obligarle a morir por el bien del país. Siempre lo había considerado un peligro. Una anomalía histórica que hubo que eliminar. Ya lo alcanzaba, estaba frente a él... ¿Qué querría?... ¿Que le pidiese perdón por lo que hizo?... ¿Una disculpa final?... Comenzaba a esbozar esa sonrisa de superioridad que tanto aterró a sus enemigos cuando observó que Salvador empuñaba un arma que levantó con parsimonia, apuntándole al corazón, sin dirigirle una sola palabra. Se asustó. Sintió miedo. Sus pies parecían de plomo, no podría huir, además, ¿adónde?. Lo miró, suplicante, esperando clemencia. No obtuvo ninguna respuesta. Miró entonces a su alrededor, buscando cualquier ayuda que le pudiera ofrecer alguno de los otros, cualquier gesto. Nada. El fin parecía inevitable. Iba a morir. Comenzó a llorar. De repente sintió cómo un rayo de luz acariciaba su mejilla. El sol comenzaba a aparecer, perezoso, tras el horizonte. Él lo salvaría. Después de todo no permitiría el asesinato de uno de sus hijos predilectos, él, que tanto había hecho por mantener el orden natural. Los destruiría. A todos. A Salvador. A los demás. Sí. Como tantas veces en el pasado, pero... ¿qué sucedía?... ¿por qué no pasaba nada? Todos seguían allí y el arma de Salvador seguía apuntando a su corazón. El sol ascendía despacio en el cielo, iluminando pasivamente el escenario del drama. Justo cuando llegó a lo más alto, en esas cabezas de muertos, sin pelo ni orejas, sin ojos ni nariz, apareció una sonrisa torva, dura que fue degenerando en estruendosa risa cruel, sardónica, brutal. Enloquecedora.
Con el fragor casi no escuchó cómo saltaba el seguro de la pistola. Sintió los ojos de Salvador clavados en los suyos. No había un ápice de piedad en ellos. Sólo venganza. Tal vez justicia. Seguro, placer.
El disparo retumbó a lo largo de toda la llanura.
Última hora. Agencias:
“El ex dictador chileno Augusto Pinochet falleció ayer noche mientras dormía a causa de un infarto de miocardio, según fuentes confirmadas del gobierno chileno. Pinochet se encontraba confinado en su residencia a la espera de los más de trescientos juicios que tenía pendientes por crímenes contra la humanidad...”
28 noviembre 2006
Mileuristas, la generación sin voz (y dos)
Es el momento de aportar alguna luz que ayude a comprender el fenómeno de la generación mileurista, aportar ideas que favorezcan una mejor comprensión de un hecho social que está marcando, aunque no se quiera ver, el principio de este siglo en nuestro país. Lógicamente no es posible entender todas la claves, pero una vez comentada su génesis hay evidencias que nos hablan claramente de la debilidad mileurista y la sistemática ausencia de su voz. Los mileuristas carecen por completo de referentes sociales, políticos y culturales propios de su generación. Hemos crecido escuchando lo bien que escribían, lo modernos que eran y la fuerza narrativa que tenían las obras de Juan José Millás, Umbral, Rosa Montero, Eduardo Mendoza, Vázquez Montalbán, Terenci Moix... Pero lo grave es que aún hoy dichos autores (incluso los muertos) son la referencia literaria de este país. Se sigue hablando de los mismo y los mismos siguen convirtiéndose en la repetitiva y cansina voz de la cultura de España. No han surgido figuras propias de la generación mileurista que hayan dado un puñetazo en la mesa y mandado a un rincón necesario y apartado (durante un tiempo prudencial) a todos estos escritores. Y el problema no se limita a las letras. El problema en el mundo del periodismo y la política es aún más lacerante. Desde hace veinte años los mismos hombres y mujeres se dedican cada día a hacer y deshacer sobre la política nacional desde el ámbito periodístico. Gente como Gabilondo, Enric Sopena, Jiménez Losantos, María Antonia Iglesias, Carnicero, Miguel Ángel Aguilar, Luis del Olmo (auténtico jurásico) y tantos otros no sólo pasean de manera hipócrita sus manoseadas consignas o escupen sus incendiarias soflamas (siempre ajenas a la realidad de los problemas de la sociedad española), sino que los mileuristas completamente enajenados y pésimamente educados en el ejercicio de pensar por sí mismos con criterio, los defienden, admiran o defenestran (si es que los conocen) con el ardor y el tesón de los que defienden a los suyos. Y estas actitudes (ya sean el desconocimiento, la adoración o el odio) suponen un tremendo error de perspectiva. Porque el problema principal es que ellos no son (ni pueden ser) portavoces las nuevas inquietudes generacionales. Pueden pretender aparentar una preocupación (que en el fondo no sienten) por los jóvenes y su problemática, pero sus problemas son otros, sus miedos son otros y su prioridades son otras. Y ninguno de los mileuristas, ninguno de nosotros aparece ahí, en primera línea del combate informativo, marcando una agenda distinta y por tanto dando una explicación diferente de lo que sucede. ¿Es posible que hoy día un tipo de 28 años se convierta en el director de un periódico de tirada nacional? Se nos antoja imposible pero eso sucedía hace veinticinco años cuando un joven Pedro J. era nombrado director de Diario 16. ¿Es posible que jóvenes de poco más de treinta años den un golpe de mano en los partidos tradicionales y se hagan con el poder arrinconando a la vieja guardia? También parece completamente imposible que ello suceda hoy, pero hace treinta años González y Guerra se hacían con la dirección del viejo PSOE y ponían los cimientos de su transformación a la realidad entonces vigente. Ante estos ejemplos expuestos... ¿Qué credenciales aportan los mileuristas para dar un giro social y político? En política la nada. Nada más lamentable que comprobar que las nuevas generaciones de los partidos se componen de abrazafarolas que cuentan ya con suficiente edad como para tener hijos casi adolescentes (si hubieran tenido esos hijos a la edad de sus padres). ¿Y en periodismo? Los descubrimientos de los últimos años como Mamen Mendizábal en televisión o Cayetana Álvarez de Toledo y David Gistau en prensa escrita, me sirven como tristes ejemplos (patético el paternalismo de Ansón con Cayetana en las páginas dominicales de El Mundo) para enlazar con otra de las peores costumbres que se ha implantado como un virus en nuestra generación: el ansia por recibir la felicitación y la palmadita en la espalda por parte de nuestros mayores.
26 noviembre 2006
Mileuristas, la generación sin voz
Mileuristas, la generación adultescente, también hubiera servido como título para este post. Pero a pesar de lo clarificadora que resulta la segunda acepción prefiero quedarme tan sólo con el término de mileuristas puesto que ha servido como punta de lanza para poner de relieve una realidad que todos veíamos pero a la que nadie era capaz de poner un nombre. Ésta es nuestra generación, somos mileuristas, un término que necesariamente debe ampliar su significado para no limitarse a un simple enfoque económico (que no será objeto de este análisis) sino también social. Debe abarcar las connotaciones que han forjado a los miembros de esta generación como adultos, la incapacidad manifiesta de hacerse valer por ellos mismos, el parasitismo que la generación anterior hace de su trabajo y su juventud y las circunstancias políticas que acompañaron a su crecimiento y desarrollo.
Los mileuristas, ya en la treintena la mayoría de ellos, no existen para nadie. Y sobre todo no existen para ellos mismos. Como miembros de una tribu o secta se reconocen entre ellos mediante el sentimentalismo, la nostalgia y la televisión. Pero no forman grupos de presión ni de ideas. Tal vez su rasgo distintivo en ese sentido sea su pasión por las ONG´s y lo políticamente correcto. Es una generación insegura y frágil que presenta un enorme potencial desaprovechado. Criada entre los abrazos y los mimos de los baby boomers así como malacostumbrada a su sobreprotección, se dejaron dócilmente engañar por la idea de que con estudios su vida sería más plena y fácil desde un punto de vista económico y social. Se dejaron llevar del colegio a los institutos y de allí a las universidades porque eso era lo se tenía que hacer. Algo que sus padres les aconsejaban de manera impositiva, unos padres que no quisieron echar de casa a los
Asustados y molestos descubrieron que el mundo real no era el previsto en sus planes: no iban a ganar dinero rápido, no iban a mejorar las vidas de sus padres, no podrían cambiar el mundo, no se iban a poder independizar con rapidez porque no tenían ni siquiera desarrollados los instrumentos necesarios para valerse en soledad y encima la vivienda, gracias a la especulación de la generación de sus padres, se había convertido en un escollo inexpugnable. Se vieron solos, en la dura frialdad de la realidad. Ya no eran los protagonistas de sus vidas sino meros secundarios de los que tenían poder y dinero y de los que hacían una política hipócritamente ideológica que no sólo no les afectaba, sino que además no se preocuparon por entender porque notaban intuitivamente que el escenario social ya era otro, y que los que detentaban el poder político no se querían (interesadamente) enterar. Pero el problema fue que tampoco impusieron nuevas ideas que sustituyeran a las anteriores sino que como siempre, entre la indiferencia, la lucidez inútil y la debilidad de espíritu, se dejaron hacer, se dejaron mandar y dejaron que siguieran pensando y decidiendo por ellos. Tal vez se quejaron un poco. Gruñir y quejarse es una de sus mejores especialidades, pero incapaces de organizarse, imponerse, tomar el poder, improvisar y contestar, bajaron con rapidez los brazos, aceptaron los trabajos que les iban llegando, apartaron sus más profundas ilusiones en el fondo del armario interior y dedicaron todos sus esfuerzo a hacer lo que mejor sabían, lo que llevaban años haciendo: autosatisfacerse con lo que tenían, vivir el día a día de una sociedad capitalista a la que estaban espiritualmente plenamente acoplados, adaptando su consumo al máximo de lo que tenían y manteniendo una desconocida nueva actitud que convirtieron en adulta: jugar para siempre.
13 noviembre 2006
Alejandro
De manera que para terminar sólo me queda dar la bienvenida a Alejandro y mi felicitación a sus padres, no sin antes dejar constancia de un hecho relevante que se produjo el mismo día de su nacimiento. Como algunos de vosotros bien sabe y otros no tanto, el padre de la criatura es un bético de los de toda la vida, sufrido y feliz de serlo. Pero un nubarrón oscurece el futuro de su primogénito: las huestes enemigas han asaltado a su débil descendiente y han lanzado una opa hostil para hacerse con sus favores futbolísticos. Se cierne el peligro sobre la futura relación paterno-filial. He aquí la prueba fotográfica:
Es de esperar que el sabio padre logre atraer a su hijo lejos del lado oscuro de la fuerza, y ese carnet iniciático sólo sirva como futuro contrapeso negativo, un recuerdo de niñez necesario para el equilibrio de la fuerza bética del joven padawan...
Anguita
¿Qué dogmas comunistas está dispuesto a renunciar?
Los comunistas no tenemos dogmas. Los encuentro en el sistema capitalista cuando habla de la mano invisible del mercado, que me parece una estafa al intelecto.
¿Necesita Andalucía un cambio en poder después de 24 años de mandato socialista?
Sí, primero en el poder, y después en el gobierno. El poder lo siguen detentando las mismas manos que anteriormente. El Gobierno del PSOE ha sido apoyado por la inercia, por el conformismo y por el franquismo sociológico.
Si fuera el portavoz de IU en el Congreso de los Diputados, ¿tendría razones para ser con él tan duro como lo fue con Felipe González?
Sí, sí, sí... porque, entre otras razones, aquí nadie habla de los contratos-basura, el paro, el abuso de las horas extraordinarias, los despidos de mujeres que se quedan embarazadas... En el ámbito social, Zapatero no sólo no ha hecho nada sino que está siendo regresivo, ya que se está cepillando el artículo 31 de la Constitución, pues en este país cada vez pagan menos los que tienen más, y más los que tienen menos. El conflicto capital-trabajo es central. Los demás son marginales. Ahí tiene que centrar la izquierda su debate.
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No añoro el pasado, me preocupa el hoy y el mañana. Anguita no está, no estará, ni tiene ya por qué estar. Ya sólo hay que escucharle. Como al anciano de la tribu. Pero asusta y produce bochorno ajeno comparar su capacidad para expresar claramente ideas con la ocultación sistemática de las mismas en los políticos actuales. Ya sea por interés o por completa ineptitud.
El resto de la entrevista en :
http://www.elsemanaldigital.com/arts/58998.asp?tt=
05 noviembre 2006
Asco
29 octubre 2006
Children of men, una historia desesperada
Siendo interesante el argumento, que da pie a reflexiones sobre el ser humano, el significado de nuestra existencia y nuestros sentimientos de raza, lo cierto es que lo que más sobresale en la película (aparte de la magnífica interpretación actoral, con un inmenso Clive Owen y una desconocida pero efectiva actriz negra que encarna a la embarazada) es la puesta en escena, el diseño de producción y la firme y virtuosa labor del director. Filmada con un filtro que hace destacar los grises y atenúa los colores fuertes, la película nos presenta un futuro posible, verosímil, en el que ante una situación como la descrita se fortalecen los controles y las medidas que permiten mantener un mínimo de normalidad social a costa de la violenta represión de los elementos discordantes. El guión y las imágenes nos presentan con inteligencia decenas de retazos de esa realidad por la que desfilan los personajes y con las que el espectador se tiene que hacer una idea global sobre la situación, sobre lo que ha pasado en el resto del mundo y sobre las biografías vitales de los protagonistas y aquéllos otros que aparecen en los distintos episodios de la historia. Se consigue así un puzzle emocional y visual cuya parcial resolución aporta intensidad y fuerza a la película.
La historia sobrecoge, muestra a una humanidad repentinamente desorientada que se ha quedado sin metas ni objetivos. Una humanidad que siempre había sido capaz de perseguir egoístas fines particulares pero que se ve incapaz de soportar la idea de un futuro donde ella ya no vaya a estar presente. La caída a los infiernos de los personajes, en una huida que les llevará hasta unos de los guettos que el gobierno dispone para los inmigrantes ilegales, permite al director crear un crescendo emocional que encuentra su clímax y resolución en una sobrecogedora secuencia cerca del final, donde por un instante luce lo mejor de los seres humanos, su capacidad de entrega y desprendimiento puntual, antes de continuar su trayectoria hacia el fango y la ruindad que los miedos y la miseria le hacen recorrer con tanta asiduidad.
En definitiva, una interesante propuesta que se une a otras películas como Código 46 que, sin ser obras maestras, dejan un poso satisfactorio al que las ve y no dejan indiferente a nadie debido a la fuerza de sus planteamientos.
22 octubre 2006
Control
15 octubre 2006
La hipócrita moda de viajar
Los mileuristas (escribiré un post próximamente sobre ellos (nosotros), cuando termine la lectura del libro de Espido Freire que los (nos) retrata) ansían esfumarse, escabullirse de sus obligaciones diarias, pero se han acostumbrado a que todo lo que realizan tenga y deba tener un valor añadido (algo grabado con fuego en nuestra conciencia capitalista). Viajar no sólo aporta la posibilidad de disfrutar de otros entornos y experiencias diferentes, sino que introduce nuevas variables en las conductas y relaciones sociales intrínsecamente relacionadas con el acto de viajar, pero fuera por completo de su ámbito inmediato. Viajar no es sólo viajar. Viajar es también tener la posibilidad posterior de contarlo. De hecho ya muchos sólo parecen viajar para eso, para contarlo. A este hecho les ha ayudado otra de las obsesiones de nuestra generación, que además han extendido a sus mayores y a sus hermanos pequeños. Se trata por supuesto del gusto por todo tipo de artefactos tecnológicos de última generación Gracias a ellos pueden registrar cada momento de sus emocionantes, extraordinarios y sorprendentes desplazamientos. Cada vez en busca de destinos más exóticos con los que poder impresionar (e impresionarse). Desde hace unos años hemos pasado de aquellos amigos, aficionados a la fotografía, que se tiraban horas para hacer un instantánea que consideraban mágica y especial, o de los miembros de la familia que eran los encargados (por tener cierto gusto e interés) de realizar las fotografías de los eventos familiares y que poseían cámaras tradicionales con un número limitado de fotos que tirar (principalmente por la pasta que costaban los revelados), a que cada miembro de la familia y cada miembro de un grupo de amigos tenga un cámara de fotos digital con la que hacer cientos de fotos (literal) en un fin de semana cualquiera de turismo. Todos ellos con una dedicación y un fervor que para sí hubiera deseado hasta el mismísimo Robert Capa. El asunto empeora con las cámaras de vídeo. La gente ya se perfecciona. Yo he sido testigo en
Porque al final lo que permanece es esa actitud: se trata de viajar siempre que uno pueda, irse a dónde sea. Quedarse en casa es de tontos, de pobres. Sólo se queda uno en casa si no puede evitarlo. Da igual si existe motivación de algún tipo para ese viaje, si hay algo de real interés salvo el del mismo hecho de viajar. Y, por supuesto, después, contarlo a la vuelta. Mediante imágenes. Cientos a ser posible. Además, no hay que ser muy listo para saber que existen pocos genios o artesanos cualificados en cualquier arte en general. Es decir, lo de menos es la calidad de lo que muestres sino que lo muestres muchas veces, desde muchos ángulos distintos, muchas poses, muchas risas, muchas puestas de sol que fueron maravillosas pero que en imagen sólo son anodinas, muchos edificios y monumentos que descontextualizados carecen de toda importancia y presencia. Muchas veces muchas mismas cosas. Pero da igual. Algunas veces, pocas, encuentras una fotografía maravillosa, o simpática, o impactante entre toda la morralla que te enseñan, pero hay que tener una constancia y una paciencia infinita para esperarla y apreciarla. A veces, cuando llega esa joya, el sentido de la vista y de la estética está ya tan colapsado que ni siquiera se tiene fuerza para valorarla. ¿Por qué esa necesidad de vivir a través de lo que cuentas a los demás? No me vale la excusa de que se quiere compartir lo vivido. Es mentira. Es una falacia para mentes idiotas. ¿Nos estamos transformando en unos replicantes humanos capaces sólo de sentir a través de las imágenes?
Siempre ha existido gente con ímpetu viajero. Con un ansia descomunal por descubrir y sentir la realidad de otros lugares, de apoderarse de sensaciones y costumbres diferentes, de conocer parajes y paisajes singulares. Yo creo que todos poseemos algo de ese ímpetu en mayor o menor medida. A todos no gusta salir de nuestro entorno habitual y plantarnos en lugares diferentes. Descubrir la belleza de otras ciudades o sentir el aire fresco en una montaña perdida. Pero lo que no me creo es esta avalancha de Admunsens y Scotts urbanitas. Me parece un tara más de esta sociedad nuestra que nos obliga a sublimar nuestros problemas reales con dosis de imbecilidades varias, que tomamos dóciles y gustosos porque somos incapaces de decidir con madurez y criterio cuáles son nuestras preferencias, nuestras prioridades y nuestros hobbies, más allá de lo que la masa impone que es la moda.
Desde que hace unos meses Carol anunció que en navidades iría a Australia para visitar a su amiga Elena, y que yo había decidido que no iba a ir con ella he experimentado con cierta sorna el grado de tontería que se ha generado entre todos en torno al tema de los viajes, la relevancia que ha cobrado y el tótem en el que se ha convertido entre la gente de nuestra edad. Obviando comentarios de familiares y amigos muy cercanos cuya lógica confianza les permite soltarme lo que les dé la gana desde el cariño y la amistad, lo cierto es que todas las personas que, por un motivo u otro, se han enterado de la situación que se planteaba han reaccionado de la misma forma (eliminando los malévolos que han visto en ello algún problema oculto en nuestra relación): “¿tú no vas? ¿por qué? ¡qué tonto!... Anda que si yo pudiera...” Con dos cojones. Da igual que yo, educado, les respondiera que me parecían muchas horas de avión, que significaba utilizar todas las vacaciones de navidad, que en este momento por circunstancias personales me parecía que era un viaje demasiado lejos y demasiado largo para afrontarlo. También que a mí Australia tampoco me llamaba mucho... Da igual, el gesto de sorpresa en la cara no se les iba. A viajar no se renuncia. Definitivamente, yo era un gilipollas. Viajar (y encima a un lugar exótico como ése) significa demasiado emocionalmente en nuestra perdida generación para desperdiciar un cartucho de elefante como éste. Hasta ahora, tras las pertinentes explicaciones, me callo y cambio de asunto. Lo que pienso realmente lo estoy exponiendo aquí por primera vez. Vamos a ver: ¿por qué cojones tengo que ir yo a Australia? ¿En mi trayectoria vital ese país significa algo que compense y dé sentido a ese desplazamiento? A Australia sólo me liga el factor humano. El enorme placer que supondría volver a ver a Elena. El gustazo que significaría tomarme unos whiskies con ella y Rhyall. Charlar con ellos. Pero nada relacionado con esa zona del mundo. En mi vida, antes o después de conocer a Carol, nunca me habría planteado viajar allá. Entonces, ¿por qué tengo que ir? ¿sólo por ese motivo? Bueno, pero es que por ese motivo debería viajar antes a Francia a ver a mi hermano Migue, o podría irme a Colorado a tomarme otro copazo con Juanma. ¿Porque una oportunidad así no se puede desperdiciar? Como que oportunidad. Un viaje como ése cuesta 1500 euros del ala. Allá aquél al que le parezca poco. Para mí, desde luego, que todavía no he cobrado mi primera nómina, es una pasta, pero a todos los lúcidos que me miran con cara de pasmarote cuando les digo que no voy les invito que retiren ese dinero de sus cartillas y disfruten de ese viaje inaplazable. ¿Que podría conocer un sitio completamente diferente? Pues lo siento señores, a mí me gusta viajar pero ese ímpetu tan marcado no lo tengo. No me voy a marcar cada año un viaje de este tipo y la verdad es que si lo racionalizo, por cuestiones personales, literarias, sentimentales y culturales preferiría afrontar un viaje a
01 octubre 2006
El muro
No supone ninguna sorpresa ese muro. Los que se rasgarán las vestiduras desde este lado del Atlántico ni siquiera tendrán un segundo para reflexionar y darse cuenta que ese muro es nuestra valla con Marruecos. Una valla donde hace unos meses nos acostumbramos a ver hordas de desesperados que quedaban atrapados en los pinchos metálicos que científicamente colocamos para que eso mismo les sucediese. Una valla que ha desaparecido de nuestros telediarios y ha dejado de provocarnos indigestiones morales, gracias a que nuestro gobierno socialista pagó con generosos acuerdos a Marruecos para que vigilaran con interés su zona de la frontera y evitaran que nos tuviéramos que acostar con esas terribles imágenes en la retina. Imágenes en las que unos tipos se destrozaban sus ropas, sus pieles y sus vidas tratando de saltar esa valla de la vergüenza. Ahora ya no vemos nada. Ya no hay imágenes. Ya no hay pruebas. Sólo la horrible certeza de que Marruecos hará lo que nuestra hipócrita sensibilidad europea no quiere conocer pero desea desesperadamente que otros hagan por ella.
Pero nuestra valla no era un símbolo. El mar nos rodea. Las pateras y las carreras bajo los focos y la luna de Melilla han sido sustituidos por los cayucos. Y el mar de momento no hemos encontrado una manera de cerrarlo. El muro de EEUU sí lo es. Es el símbolo de un punto de inflexión. El país que creció, se consolidó y consiguió la hegemonía mundial gracias a la inmigración y su inteligente reconversión en americanos de corazón, abandona parte de su idiosincrasia, aprovecha el evidente hastío social actual, los miedos que se han generado, la eterna amenaza de la pérdida de trabajo que soportan las clases bajas y ha decidido que es el momento de dejar de repartir el pastel. Que es el momento de comerse lo que queda sin compartir con nadie más.
17 septiembre 2006
El cazador
Lo descubrí junto a Migue, mi hermano, en una de sus visitas a los Madriles. Esas que realiza por intereses oscuros, CAPianos o debidas a repentinos sucesos imaginariamente terribles que al parecer me suceden. Tomábamos una copa en
La tácticas se han sucedido ante mis ojos durante estos meses. Anonadado, he asistido a todo un arsenal de intrigas, despistes, sonrisas, acercamientos, miradas, fútiles conversaciones y seducción desde una pretendida indiferencia. El cazador profesional sabe que lo importante no es cobrar la presa, sino la emoción de la cacería en sí. O al menos con eso se consuela, ya que su único problema parece ser que nunca consuma. Ahí radica su talón de Aquiles. La última de sus hazañas casi me hizo llorar de asombro y admiración. Mientras me tomaba un anís en una mesa solo, esperando a un amigo, noté sobresaltado una voz detrás mía que reconocí al instante. El cazador había abandonado su puesto habitual de vigía y se había trasladado a una de las mesas del rectángulo exterior de
El tío es un campeón. Tras salir a la calle acompañando a una de las japonesas (la otra ya había escapado) con la que intentaba conseguir la promesa de citas posteriores para conocerse mejor y mejorar, por supuesto, su español, volvió a la media hora. Andaba con paso pausado, con el periódico que nunca lee bajo el brazo, localizando las nuevas hembras que se distribuían por la cafetería. Se dirigió de nuevo a su mesa atalaya, donde se acomodó para continuar, inmune al desaliento, cumpliendo con sus ocupaciones autoimpuestas, mientras garabateaba algo con un bolígrafo en la portada del periódico. Allí lo dejé. Seguro que mañana allí lo encontrarás.
13 septiembre 2006
Caminar
Hace ya cuatro años. Hacía muy poco que vivía en Madrid. Aceleraba el paso para ver un partido en un bar cercano. Fue la primera vez que lo vi. Más sano, menos ido, con más pelo. La misma tristeza en su mirada. Le di unas monedas. Tranquilicé mi conciencia y entré en el bar. No noté su presencia hasta unos segundos más tarde. Detrás de mí echaba excitado mis monedas y otras en una máquina tragaperras. Sus ojos brillaban con el fuego del deseo, con la esperanza de la promesa. El camarero siguió mi mirada y captó lo que observaba. Con evidente condescendencia y asco, como si mirara a un despojo que habría que eliminar, un infrahumano sin sentimientos ni miedos, me comento con desdén: “El mierda éste, siempre pidiendo para gastárselo todo en las máquinas”. Después, tras observar que el tipo había perdido ya el dinero y andaba pidiendo a otros clientes, salió de la barra y a empujones lo sacó del local.
Camina siempre solo. Jamás le he visto con nadie. Muerto en vida. Una vida sin presente ni futuro. Algún día te lo encontrarás. Desde las sombras, sin sonrisa, dentro de unos vaqueros gastados que parecen deseosos de llegar al suelo, ajenos al cuerpo que intentan ocultar. Te pedirá una moneda. Seguramente no se la darás. Yo, ya, tampoco. Pero al menos, si puedes, evita ese gesto superfluo de impaciencia y asco. Hazlo, aunque sólo sea por ti. Para no darte asco a ti mismo.
11 septiembre 2006
Las mentiras de una guerra
A este dato le podemos añadir que desde la invasión de Irak, los americanos y sus aliados han sido incapaces de encontrar ningún rastro de armas de destrucción masiva en el país.
Han pasado más de tres años desde el comienzo de la guerra de Irak. Los motivos por los que se fue a esa guerra eran por tanto absolutamente falsos. ¿No lo sabíamos? No me lo termino de creer. Pero no escucho a ninguno de los que entonces apoyaron a Aznar en su vínculo con los americanos, rectificar ni una de las afirmaciones que entonces hicieron con desdén, sobre la necesidad de invadir un país saltándose todo el ordenamiento internacional. Pobre y anoréxico ordenamiento sí, pero el único que tenemos y que nos debiera diferenciar de épocas anteriores.
Lo siento, no me vale el argumento de la fe o la confianza. No me vale el descargar responsabilidades intelectuales propias diciendo que creyeron a sus líderes cuando descaradamente les mentían día sí y día también, mientras las Comisiones de control de turno confirmaban que no se podía asegurar ninguna de las gratuitas afirmaciones que colocaban a Irak en el centro de la trama terrorista internacional, y mientras la prensa mostraba el entramado armamentístico-petrolífero del asunto. La fe es la que hace que la razón sea apartada y ninguneada. Demasiado bien lo sabemos y lo criticamos en el caso de los islamistas radicales. No sirve como justificación o atenuante. Quizás como agravante.
Yo recuerdo con nitidez a Colin Powell en la sede de Naciones Unidas mostrándonos los camioncitos captados por satélite en los que supuestamente se estaban trasladando las terribles armas de destrucción masiva . Yo recuerdo al presidente de mi país, declarando en A3, en una entrevista mamporrera de Buruaga (recién fichado por TeleAguirre), que los españoles debían creer lo que él les decía, que Sadam era un peligro internacional y que poseía las malditas armas. Yo recuerdo a muchos periodistas y tertulianos radiofónicos de entonces decir auténticas barbaridades sobre los que nos manifestábamos en contra de una evidente guerra ilegal. Yo recuerdo a mucha gente que defendía el ataque a Irak como algo justo y necesario en el contexto internacional existente. Autodefensa necesaria lo llamaban. Y nos interpelaban con acritud, si nos parecía mal derrocar a un tipo como Sadam. Recuerdo, desgraciadamente, con suma precisión.
Y no siento ninguna pena por el miserable de Sadam. Ni por sus hijos, ni por su élite. Pero ellos eran pocos, muy pocos. Quién quedó jodido, realmente jodido es el pueblo iraquí. Ahora no están en manos de un dictador. Es verdad. Ahora han sido masacradas miles de vidas, destruidas miles de viviendas, destrozadas miles de familias, condenados miles de proyectos personales. Ahora el país está en una permanente guerra civil. El terrorismo campa a sus anchas. Están ocupados por un ejército invasor que anda como loco por salir de allí, eso sí, una vez que han dejado atados y bien atados los contratos petrolíferos necesarios (en nombre de empresas privadas...¿Ejército mercenario, pues?). Y su futuro, tras todo el drama sufrido, parece ser quedar en manos de los más fundamentalistas islámicos del país, que como en otros lugares y en otros momentos de la historia, aprovecharán el caos y la miseria para imponer sus tesis más reaccionarias a una gente desesperada... Perdón, se me olvidaba, también tienen algo que algunos llaman democracia... Cojonudo.
Pero nos hemos cargado a un dictador. Vale. Bien. Pero sin extras. Me explico. Era un dictador que no amenazaba al orden internacional (ni armas de destrucción masiva ni lazos evidentes con el terrorismo internacional), ni pretendía la invasión de ningún país vecino. Un dictador local, vaya. Un hijo de puta de andar por casa. Puesto que la justificación final de tantos es que mejor sin el sátrapa, reitero desde aquí mi tesis de hace tres años. Ya no sirven los grandes motivos por lo que se quería derrocar a un dictador. Ya sólo quedan los poéticos motivos que sólo invoca la ciudadanía: democracia, libertad, justicia, igualdad, derechos.. Pues bien, como si de una cruzada se tratase espero que pronto a Irak le sigan otros países con evidentes fallas respecto a lo anteriormente citado: Corea del Norte, China, Cuba, Somalia, Sudán, Arabia Saudí, Pakistán, Libia, Guinea Ecuatorial, Marruecos...
Han pasado tres años. Mucho estamos tardando en nuestra cruzada ¿no? No escucho a los voceros de entonces clamar por las nuevas invasiones. Que no nos pase como en la segunda mitad del siglo XX, entonces no llegamos a tiempo para liberar a España, Argentina, Chile, Nicaragua, Portugal, Uruguay...
09 septiembre 2006
Pepe Rubianes, la censura y la libertad
Terrible.
Si nos paramos a pensar en ello, obviando lo natural que parece ser pensar que los políticos son dueños de nuestros impuestos y no meros gestores de ellos, aparece una reflexión inevitable: la obra fue escogida para el cartel del Español mediante criterios artísticos y se retira de él por motivos políticos. Censura. Inapelable. Inaceptable.
Lo que dijo Rubianes hace meses en TV3 es una mamarrachada. Si me pidieran una opinión sobre este tipo y la forma en la que insultó al país donde vive, diría que es un auténtico gilipollas, además de un claro representante del más reaccionario pensamiento único pero... ¿Y qué cojones tiene eso que ver con esta obra de teatro? ¿Vamos analizar ahora todas las declaraciones públicas de aquéllos que utilicen centros públicos para exponer sus obras u opten a subvenciones para realizar sus trabajos? ¿Vamos a colocar cláusulas en los pliegos de las convocatorias públicas de ayuda en las que se indique que según qué cosas digamos en público los poderes políticos podrán suspender las subvenciones? ¿De cualquier tipo? ¿O sólo las de cultura? Porque en este país, afortunadamente, reciben ayudas mucho y diferentes colectivos culturales, sociales y empresariales. No daremos entonces ayudas a las películas en las que Almodóvar sea director porque dijo públicamente que el PP había pensado en un golpe de estado la noche del 13 de Marzo. Tampoco a
¿Cuál es el límite? Público es hablar en un bar sobre temas políticos. La libertad de expresión es de lo poco realmente valorable de las democracias occidentales. ¿Dónde nos deja este episodio? ¿Libertad bajo tu propia responsabilidad? ¿Con consecuencias económicas claras? ¿Sin ni siquiera una excusa tapadera? ¿Y mañana?
El caso de Rubianes no es único. Ahí tenemos el descarado boicot que se le hace a Albert Boadella desde los poderes políticos nacionalistas catalanes, o el evidente vacío que se le hizo a Garci para que no siguiera con su programa de cine en TVE cuando ocuparon los socialistas el mando del ente público. Pero lo de Rubianes, por lo descarado y la placidez con que se ha realizado es más peligroso, más nauseabundo.
Y no olvidemos que el que censura ante las presiones es Gallardón. Aunque hoy sábado El País le haga una entrevista para intentar salvarle la cara (El País... ¡Qué solo está Gallardón en el PP!). Cediendo a las presiones electorales y a las de su propio partido y sus voceros mediáticos. El verso suelto es cada vez más un ripio descartable. Muñeco de pim pam pum del ala dura de su partido e instrumento para atacar al PP desde la izquierda mediática, el alcalde de Madrid se encuentra hoy más solo que nunca. Y con lo de Rubianes se llena además de mierda cobarde apareciendo ante la sociedad como un monigote sin personalidad. Tristes momentos para un tipo con tanta ambición. Malos momentos para nuestras débiles convicciones democráticas.
30 agosto 2006
La teoría del ímpetu (y dos)
Las causas son diversas, y yo desde luego no las conozco todas. En primer lugar, el tiempo. Para pensar y formarte tienes que tener la posibilidad de contar con tiempo. Aceptando (sería este asunto debate para otro post) que esta sociedad no nos lo permite pero que tenemos más de lo que tenían hace 300 años nuestros antepasados, debemos mejor pensar en tratar de optimizar el tiempo que tenemos. No de una manera capitalista, sino desde una vertiente más humanista, de formación y análisis del mundo que nos rodea, buscando un progreso real en el campo en el que el ímpetu de cada persona esté más desarrollado. A este tiempo, o la falta de él, se le añaden una serie de obligaciones sociales virtuales que han aparecido de la noche a la mañana y que ni de lejos intuíamos que íbamos que tener que someternos a ellas cuando cumplíamos los veinte: familia, eventos relacionado con el trabajo, bodas, relaciones laborales innecesarias... El trabajo, o la falta de él, es otra excusa extendida para estancarse mentalmente. Siendo ésta una realidad evidente y entendible, queda fuera de esta discusión, porque tratamos de aquellas personas que no tienen que sobrevivir, y por tanto no debiera servir como excusa en absoluto (y repito que se trata de un mal ampliamente extendido. Siempre es mejor echar balones fuera que aceptar que tú eres el principal causante de tu abandono personal).
Cuando éramos adolescentes y jóvenes veinteañeros, en muchos de nosotros el impulso parecía fluir con naturalidad. Era fácil encontrarte con gente con tus necesidades y desarrollarte con ellas y a través de ellas. ¿Por que era tan sencillo entonces? ¿Por qué es difícil encontrarlo ahora en muchos de los que entonces lo tenían o parecían tenerlo? Se podría apuntar como causa inicial la pose veinteañera universitaria (para aquellos que estuvimos en la universidad). Durante una época, según donde te movieras, era importante tratar de destacar en el campo en el que pudieras para prevalecer socialmente, y con respecto al otro sexo. Pero aun contando con este factor parecía haber mucho ímpetu entonces en los vehementes y encendidos discursos que cambiaban el mundo, el cine, la literatura, la sociedad o la política. Existían y convivían multitud de puntos de vista que se confrontaban con naturalidad e incluso con cierta sana violencia. ¿Dónde quedó? Tal ves simplemente fuera que ese ímpetu no se sustentaba en nada real, consistente, salvo en el vigor y la falta de responsabilidad de la edad. Faltaban lecturas que hiciesen evolucionar los planteamientos. Era divertido, pero retrospectivamente, un tanto insustancial. Demasiadas consignas sin preparación. Demasiadas soflamas bienintencionadas. Demasiado desdén para aceptar otras visiones, menos radicales pero más sinceras. Pero sin nada en lo que apoyarse, detrás de esas posiciones se fue descubriendo demasiada nada. Y tras ella, inevitablemente, el posicionamiento en posturas conservadoras (no necesariamente políticas).
La desertización avanza sin remisión. El estancamiento es generalizado, las conversaciones duran menos, son más aburridas. Se repiten demasiadas tonterías, se utilizan bases de datos almacenadas hace más de diez años porque no ha habido renovación... Hay más cansancio, más dejadez, menos necesidad de aparentar lo que ya es evidente que no se es. Los grupos parecen conformados e infranqueables. El error que eso supone es mayúsculo. En defensa de una amistades inquebrantables uno se reúne siempre con la misma gente, con los que se repiten siempre los mismos tópicos. Los temas de conversación se limitan cada vez más, pues las puertas que uno intenta abrir el otro ya no las quiere franquear; y lo que es peor no quiere que le cuentes lo que hay detrás porque supondría un esfuerzo ya inaceptable. Y esta actitud reacia a adentrarse por nuevos caminos se suele intuir con claridad, por lo que ya el primero, cansado, acaba por no intentar siquiera comenzar. Cerrándose así el círculo del silencio social, un silencio ensordecedor, cómplice tal vez, pero poco enriquecedor. Uno a uno parece que vamos cayendo todos, derrotados en pequeñas batallas que no conseguimos vencer, que no nos destrozan del todo pero que nos van haciendo mella lentamente, arrastrándonos hacia la introspección, el escepticismo o la anorexia mental. Por otro lado encontrar gente nueva con la cual conectar puede ser aún más difícil, porque las relaciones que con la edad se genera suelen ser desgraciadamente ficticias y habitualmente artificiales. Todos caminamos con la coraza social encendida a pleno rendimiento en estos nuevos contactos, complicándose así hasta casi lo imposible la creación de nuevas amistades realmente fructíferas (no sólo agradables).
Tal vez sea ésta una teoría que rezuma cierto pesimismo. No puedo evitarlo. Escribo lo que siento y percibo. No obstante no todo está perdido, sólo hace falta trabajar sobre ello. Aun se encuentran momentos, conversaciones, situaciones e ímpetus ciertamente emocionantes, interesantes y apreciables. Personas que merecen la pena , de las cuáles aprender y con las que por supuesto divertirse. Habrá que perseverar. Y nunca abandonar la búsqueda.
29 agosto 2006
La teoría del ímpetu
Según el DRAE se puede definir ímpetu como impulso, es decir, la fuerza que lleva un cuerpo cuando se encuentra en movimiento o crecimiento. Ímpetu, tal y como yo lo utilizo es aquello que permite que sigamos vivos, atentos, interesados, con ansias de seguir aprendiendo y formándonos. Lo que nos permite seguir sintiendo con intensidad, renovar nuestra capacidad de sorpresa y emocionarnos con lo que nos importa. Últimamente utilizo el término en muchas conversaciones, asociado a esta idea general, aunque como siempre sucede en discusiones habladas, plagadas de interrupciones y balbuceos, apenas llego a esbozar y bosquejar lo que pretendo plantear al utilizar esa idea.
El ímpetu no debe confundirse simplemente con la capacidad de discutir de manera inteligente y flexible sobre ideas, de conversar con tensión y de aportar nuevos puntos de vista sobre temas antiguamente tratados u originales. Tampoco con la capacidad, oral o escrita, de tratar con lucidez aquellos temas que nos preocupan como seres humanos que vivimos en sociedad. Ello de algún modo limitaría la teoría a una sola manera de entender cómo disfrutar del mundo y de la vida. Seguramente la mía. El ímpetu sería algo más profundo, más intrínseco al hombre, sería una capacidad que podría tan sólo aparecer cuando éste hubiera cubierto sus necesidades básicas de alimentación y supervivencia, delimitando su competencia a la hora de usar provechosamente lo único que realmente posee más allá de cuestiones materiales: su tiempo.
Por tanto el ímpetu debe ser entendido como la capacidad de un ser humano de seguir sintiendo, de seguir emocionándose e ilusionándose y de no caer en el estancamiento emocional e intelectual al que parece abocarnos por un lado, una sociedad que establece fríamente las grandes líneas de lo que debemos hacer y no hacer en cada momento de nuestras vidas, mediante una calculada presión del entorno y la terrible amenaza de soledad para aquéllos que se establecen fuera de su manto protector; y por otro lado el propio peso de la edad, la inevitable decadencia física y emocional, lo que podría denominarse ímpetu físico, que si bien no sería posible detener su deterioro si sería posible minimizar las consecuencias de éste.
Una importante característica de esta cualidad que me ocupa debiera ser la capacidad de transmisión de esas inquietudes al sector sociofamiliar que nos rodea, puesto que el que pretende mantenerse alejado totalmente de los demás, encerrándose en su propia burbuja, termina adentrándose en un proceso de retroalimentación y continua corroboración de sus propias ideas y pensamientos inútil y completamente estéril, ya que como animales sociales que somos la contrastación y refutación de nuestras ideas es la única manera de avanzar sobre ellas para alcanzar nuevos conocimientos.
La treintena, su cercanía en mi caso y mi conocimiento de un entorno que ha traspasado esa frontera (no sólo fisiológica, por más que algunos se empeñen), me hace encontrarme en la necesidad de plantearme este problema. Lógicamente es una tontería establecer como puntos de inflexión obligatoriamente necesarios las fronteras mentales que nosotros mismos nos imponemos: el mito de la adolescencia, los veinte años universitarios, la treintena como etapa de transición y búsqueda de mayor estabilidad... Pero clasificar y parametrizar es algo humano y en mi caso, tal vez por mi formación científica, una necesidad. Parece claro que más allá de cada caso particular se intuye una corriente que nos arrastra todos de manera uniforme y dentro de la cuál, a pesar de nuestra arrogancia y necesidad de diferenciación con el resto, con los otros, la masa se establece con naturalidad (algo parecido a la psicohistoria que inventara Asimov para su colección sobre las Fundaciones). Solemos despreciar las generalizaciones, pero nos equivocamos al hacerlo y no delimitar lo que queremos decir: la física como ciencia se construye gracias a maravillosas generalizaciones y leyes, pero éstas no se realizan al azar, se basan en la observación detenida de la realidad, tras lo cual se establece una hipótesis, una teoría de por qué suceden esos fenómenos, teoría ésta que debe ser contrastada y contrastable. Y lo que me parece encontrar en los últimos tiempos en mi entorno cercano, salvo excepciones notables (sujetas de todos modos a problemas) es un estancamiento vital insoportable, consentido, aceptado y lo que es peor, beligerante en la defensa de su desidia.
Desde muy joven he advertido la presencia de un nutrido grupo de gente sin ímpetu. Lógicamente eso es algo que con el tiempo he sabido definir, estudiar y aceptar como algo natural e intrínseco de nuestra sociedad. Por otro lado también tuve que entender que mis propias épocas de vacío y caídas en la miseria del aburrimiento eran producto de esa misma falta de ímpetu que achacaba a los demás en otras ocasiones, y que por tanto era algo intrínseco, un vacío al que me daba vértigo asomarme y que tenía que aprender a manejar. Tuve que aprender a diferenciar y reconocer la existencia de esta cualidad más allá de aquello que yo considero interesante en una persona. Es decir, comprender que no podía simplificar la definición de ímpetu agrupando de manera idiota y poco inteligente en un mismo grupo de no poseedores del mismo a todos aquellos tipos cuya conversación era estúpida o superficial, a los que me parecían idiotas sociales, a los necios contumaces, a los presuntuosos sin fondo o a aquéllos que poseían gustos e intereses dispares por completo de los míos. Había que indagar más. El ejemplo más evidente de la diferenciación final se puede presentar fácilmente mediante un ejemplo: personalmente no tengo el más mínimo interés en nada relacionado con la ascensión a montañas. Más allá de pasear por ella de vez en cuando, ninguna pasión se apodera de mí cuando observo un documental donde unos tipos se cuelgan de unas cuerdas para escalar por paredes imposibles. No soy capaz siquiera de entender los subidones de adrenalina que ellos dicen sentir al tirarse horas colgados al borde un precipicio, a cientos de metros del suelo. Pero es una forma de vida en sí misma. He conocido gente cuyo ímpetu lo vuelcan completamente en eso, y se les ve vivas, ansiosas por alcanzar nuevas cotas, transmitiendo entusiasmo real cuando relatan sus aventuras. Claramente mantienen vivo su ímpetu, sus ganas de sentir.
Y eso es algo que cada vez es más difícil de encontrar.
(Sigue)