Se acaba otro curso y todo indica que también mi etapa en mi destierro rural. Dos años sorprendentes en los que he disfrutado enormemente de mi profesión, a pesar de que la distancia ha sido un tremendo incoveniente en el día a día. Cuando un curso acaba uno no puede dejar de rememorar todos los finales de curso que tuvo en su época de estudiante y en cierta manera una de las mejores cosas que tiene dedicarse a la labor de profesor, es recuperar parcialmente las sensaciones de antaño, absorber la energía que los chicos transmiten y resoplar de alivio después de unas semanas de tensiones, exámenes y calificaciones cuando llega el final de junio. Fin de curso. Game over, again. Por primera vez he repetido instituto y durante dos años he sido el profesor de un mismo grupo de alumnos a los que he guiado por el mundo de la Física. Lo he pasado muy bien. Realmente bien. Me apenan aquellos compañeros que son incapaces de reírse, empatizar y compartir vivencias con los chavales al tiempo que se les exige y se les enseña. A mí afortunadamente me es muy sencillo compaginar ambas cosas y he de reconocer que este año un grupo de cuarto ha hecho que realmente me emocionara en la despedida. Me voy de Colmenar. Buena gente. Buenos compañeros que ya son amigos. Buenos alumnos a los que costará olvidar. No me puedo quejar. O sí... Puñetera oposición...
Ojalá, amigo Pepe, que los años no te quiten esas ganas. Espíritus como el tuyo son una rara avis (por no decir una especie al borde de la extinción) entre los cuerpos de profesores que frisan la cincuentena.
ResponderEliminarAlguno tuve que era así, pero al cabo de los años volví a verlo nuevamente, y compartir con él una discusión sobre el estado de la cuestión educativa fue una triste experiencia. Era un león viejo y sin dientes, con el lomo lleno de heridas.
Hace ya unos años comprendí que el problema no era la docencia sino la edad.
ResponderEliminarLo cincuenta no existen. Ni siquiera puedo proyectarme y verme ahí, sólo soy capaz de vislumbrar retazos, fragmentos sueltos de un puzzle inabarcable. Y cada vez estoy más seguro de que esas ideas que todos nos forjamos respecto a los profesores mayores y su decadencia física e intelectual ( ideas que quedaron grabados a fuego en nuestra memoria), fueron tan significativas por ser la primera vez que asistíamos en directo a los estragos que hace el paso del tiempo en el ejercicio continuo de cualquier profesión.
Y por eso digo que el problema no es la docencia sino la edad, pero eso es algo inevitable: a la cincuentena llegaremos todos (ojalá)
Eso sí. Yo cuando comparo no me proyecto en el futuro. No. Sólo miro alrededor y comparo presente y trayectoria de los últimos, digamos, cinco años. Y ahí, en ese ejercicio, y ciñéndome sólo al obligado ámbito laboral (porque trabajar es una necesidad para casi todos)suelo ganar por goleada a tanta gente que vive una día a día miserable, aburrido o estresado. Pocas veces empato.
Yo también salgo de casa cada mañana a cazar y traer el sustento. Como tantos. La diferencia es que aún me divierte y me hace sentir bien. Y encima los resultados los veo y los siento, los palpo porque trabajo sobre chavales que tienen una enorme facilidad aún para decir lo que piensan sin temer demasiado las consecuencias, que se vuelcan cuando los respetas y los exiges con afecto. Y trabajo sin necesidad de estar pensando en promociones internas o aumentos salariales, sin más ambición que la de hacer las cosas bien porque sí, porque salen más bonitas que cuando se hacen mal
Lo otro, el futuro, el lomo lleno de heridas, es ciencia ficción. No existe. Y si termina siendo tras unos cuantos años... que me quiten lo bailao...