30 enero 2014

Yo compraba El Mundo

Yo compraba El Mundo. Ahora, en ocasiones, también lo hago, claro, pero no es lo mismo. Yo antes compraba El Mundo. Cuando significaba algo. Cuando hacerlo (como descubrí muy pronto) significaba enfrentarme a muchos amigos, de aquellos que decían tener entonces las mismas ideas sociales que yo y que a día de hoy serían incapaces de reconocerse en aquellas versiones de sí mismo. Elegía ese diario sobre todos los de la competencia porque lo prefería al rancio conservadurismo del ABC, a la casposa progresía de salón de El País y a la anorexia informativa de los diarios locales. Ahora sólo lo compro por costumbre, lo leo con desidia, a veces con asco, siempre con recelo. Y no hacerlo ya no significa nada porque sé que nada me pierdo cuando no lo hago. Cuando lo compraba, cuando leerlo era importante para mí, cuando me asomaba a la vida adulta y a la vida universitaria y desesperado buscaba mi lugar en el mundo escribía Umbral, el más grande, el que imponía el nivel, me deslumbraba la escritura de Albiac, me divertía el cinismo de Losantos, me imponía respeto Hidalgo, despertaba mis instintos subversivos Javier Ortiz, alucinaba con Boyero, me reconocía en jóvenes columnistas como David Torres. El Mundo era una fiesta para el lector, un batiburrillo ideológico de voces diversas y pensamientos dispares donde la opinión argumentada establecía el paradigma imponiéndose al tratamiento editorial de las noticias. Precisamente eso era lo que yo quería encontrar, lo que buscaba cada día, lo que necesitaba. Cuando el columnismo era significativo, incluso brillante. Y todo aquello sucedía cada día, día tras día, al módico precio de cien miserables pesetas. Ahora, con la perspectiva que da el paso del tiempo, es tan triste como inevitable constatar lo fácil que fue vivir en la oposición, a la contra, defendiendo ideales  que parecieron ser un faro moral hasta que se convirtieron en la excusa para ganar dinero y conseguir poder e influencia. El director de todo aquello, el inspirador, el alma de aquella utopía periodística que tan poco tiempo duró fue Pedro J., un personaje singular, un tipo muy particular, con enorme carisma, con una ambición sin límites, alguien que se creía heredero de una tradición de periodismo independiente y salvaje que seguramente jamás existió. Y que desde luego él tan sólo interpretó. Mientras le convino. Eran otros tiempos, los estertores del felipismo, eso que ya a los jóvenes empiezan a conocer con la misma distancia que el franquismo. Algo mucho más difícil de explicar.

Pedro J. deja El Mundo. A Pedro J. lo echan de El Mundo. En el fondo no deja de ser paradójico que una de esas asépticas decisiones empresariales, basadas en la más estricta rentabilidad del producto que ese capitalismo expansivo que él ha defendido desde las páginas de su diario suele tomar, sea la que lo expulsa del barco. Lo que hace que lo purguen. En un bote, a la deriva, en soledad, con tanto dinero como decepción vital. Pedro J. ha sido arrojado al mar, es obligado a abandonar su creación, a dejar atrás su vida, su legado. Ya no es necesario. O mejor dicho, se había convertido en una molestia para el sistema, en una incomodidad, con el agravante de que encima ya ni siquiera era rentable, de hecho era deficitario. Estaba condenado. Su derrota es una consecuencia más del contexto socioeconómico que él contribuyó a consolidar. Sobra. Molesta. A la puta calle.

Yo compraba El Mundo. Cuando era joven. Mucho antes de que el periódico feneciera. Mucho antes de aquel desgraciado 11M que terminó de destapar las miserias profesionales de un Pedro J. conspiranoico, intrigante y obcecado. Mucho antes de que su obsesión por el poder convirtiera su periódico en un panfleto insustancial con una voz monocorde en el que la lucidez independiente de sus columnistas fue sustituida por un servilismo mediocre insufrible carente de toda inteligencia. Hace mucho tiempo. Hace ya tanto tiempo.

26 enero 2014

No es verdad: decálogo de un malestar


No es verdad 
  1. No es verdad, por mucho que lo repitan, por mucho que intenten convencerte de ello, no es verdad que baste con sobrevivir, no puede ser que lo único que importe sea conseguir un empleo miserable con un sueldo de mierda sin una mínima seguridad laboral y con una nula proyección de futuro. 
  2. No es verdad, no lo es, que vivamos en una sociedad de libertades cuando tienes que alquilar a bajo coste el 70% de la vida que no pasas durmiendo en un trabajo que no tiene por qué llenarte, para el que tal vez no te has formado, en el que tu valor no depende exclusivamente de tu rendimiento y para el que debes competir con un número exagerado de tus iguales en una cruenta guerra en la que siempre perderás, de una manera u otra, en algún momento de tu vida.
  3. No es verdad que seas un ciudadano con derechos de una sociedad democrática moderna cuando no tienes la posibilidad real de construir un proyecto de futuro personal y familiar digno porque la precariedad laboral te amenaza cada día, porque el miedo a la pobreza y a la exclusión social limitan tu libertad de acción y de elección y porque sientes demasiado cercano el abismo como para poder dejar de sentir ni un solo instante ese malestar existencial difuso que te corroe las entrañas día tras día.
  4. No es verdad, aunque te engañes y quieras convencerte de ello, que todo lo haces finalmente por tus hijos, con la esperanza de que al menos les darás a ellos una oportunidad para vivir de otra forma, en libertad, con dignidad. Y no es verdad porque en el fondo sabes que salvo que demos un giro a todo esto ahora su futuro será el mismo que el tuyo: trabajarán como esclavos modernos para alguna empresa. Como tú. Serán puteados, exprimidos y finalmente, en alguna de sus crisis, abandonados a su suerte. Como hicieron contigo. Recortarán sus derechos y sus libertades lentamente, al ritmo de las necesidades del sistema. Como a ti. Vivirán y morirán acobardados, indefensos, aislados y angustiados. Como tú. Sí, lo sé, te conozco, tienes la esperanza de que tal vez ellos, tus hijos, se puedan salvar, que a ellos igual la tormenta no les alcanzará, que conseguirán un refugio donde guarecerse. Es posible. Pero también sabes que si lo consiguen tan sólo lo harán para mirar desde su ese refugio como se calan hasta los huesos los hijos de los otros, de nosotros, esos que en el fondo, desde tan lejos, ni siquiera tú serías capaz de diferenciar de tus propios hijos.
  5. No es verdad que puedas mantener eternamente ese ritmo, esta tensión, esos horarios imposibles, la presión que soportas cada día. Hasta ahora has evitado la enfermedad, la has sorteado, ya no eres inmortal porque la has olisqueado de cerca pero crees sentirte fuerte, capaz de superar esos obstáculos en los que ves a otros tropezar y caer. Todavía, a veces, te confundes y caes en el error de juzgar cada situación de manera aislada, descontextualizada. No entiendes por qué no se levantan, por qué no se rebelan, por qué no encaran sus desgracias, sus despidos, sus crisis de otra manera. Los criticas, incluso en ocasiones los desprecias. Desde esa óptica miope en la que has sido educado por el sistema. Pero no, no es verdad que todo el mundo pueda aguantar ese ritmo, esa tensión, esos horarios y esa presión, todo eso que tú aún crees poder manejar, y conciliarlo con sus emociones más íntimas, con sus desarreglos emocionales, con el paso del tiempo, con el transcurrir de la vida. Como desgraciadamente también tú terminarás comprendiendo.
  6. No es verdad que salir de la zona de confort, esa que tanto critican los gurús emocionales, los coaches encorbatados, los sacerdotes del capital, tenga que ser una opción deseable. La única zona de confort indeseable es la ideológica, la que provoca que no seas capaz de aceptar nuevas ideas sólo por la pereza de tener que replantearte las que ya asumías como dogmas. Pero no te dejes convencer, no te lo creas, no caigas en su trampa: una enfermedad grave es una putada, no una oportunidad para ver la vida desde otra perspectiva y replantearte tus prioridades y un despido es otra putada, no una manera de reorientar tu carrera y alcanzar por fin la felicidad emprendiendo tus propios proyectos. Mejor será no enfermar y que no te despidan y que tú mismo decidas, cuando te veas preparado y consideres conveniente, dar un volantazo a tu vida y cambiar tu perspectiva vital o cambiar de empleo. O no. No es verdad que todo cambio es positivo, no es verdad que es mejor vivir en lo provisional, no es mejor vivir en el alambre de no saber si mañana vas a tener un empleo o debes volver a reenfocar tu carrera laboral. Necesitamos anclas afectivos, sociales y laborales para poder pararnos y ser capaces de reconocernos. Y optar, si es nuestra decisión y no lo que otros nos imponen, salir a la mar en busca de nuevos horizontes vitales.
  7. No es verdad que vayas a poder formarte toda la puta vida. Es evidente que  trabajar en el ámbito que sea conlleva una necesaria adaptación continua a los cambios. Por supuesto. Pero eso no es novedoso, siempre fue así. Lo de la formación continua reglada, lo del credencialismo, lo de la maldita titulitis es otra cosa, es una trampa mortal, la zanahoria que el sistema te ha colocado delante para que corras hasta la extenuación y termines sin resuello y medio muerto en algún recodo del camino. Es su manera de volver a robarte el poco tiempo libre que habías conseguido gracias a sangrientas luchas sociales. Ésas que ya no recuerdas. Nada que ver con la maldita empleabilidad con la que se llenan la boca todos aquellos cuyas vidas, curiosamente, suelen estar ya solucionadas. O los que han convertido esa formación continua en su modo de vida, vendiendo humo disfrazado de necesidad. Formarse es fundamental, claro, pero el enfoque que el capitalismo pretende dar a esa formación es sesgado, limitado y mezquino. Y siempre, al final, esa formación será insuficiente, nunca estarás lo suficientemente preparado como para soportar la feroz competencia de los que vienen por detrás con los dientes afilados, educados en un mercado laboral adulterado en el que jamás hay ni habrá espacio para todos.
  8. No es verdad que todo lo que está pasando, el horror de una crisis destructiva, el fango putrefacto sobre el que chapoteamos cada día desde hace años, la tristeza y la rabia que nos devoran por dentro, puedas achacarlo tan sólo a la gentuza que nos gobierna, a los políticos, a esos tipos tan mediocres, tan limitados, tan intelectualmente incapaces. Que cobran cuatro, cinco o diez veces más que tú. Tenemos que ser capaces de ver más allá, de acercarnos a las entrañas de la bestia, de comprender el funcionamiento del sistema, la imposibilidad real de que pueda alcanzar el poder político nadie que no haya mostrado antes su absoluta adaptación al infecto medio en el que desarrollará su labor. Los políticos no son la enfermedad. Su inutilidad es el síntoma. El capitalismo totalitario, como un virus, ha infectado todos los estamentos sociales haciendo casi una utopía encontrarle una alternativa viable en la que podamos concentrar los esfuerzos de resistencia
  9. No es verdad que tú solo vayas a poder salir vencedor de esta batalla que estamos librando. Es la mayor de todas las mentiras. No es verdad que puedas darnos la espalda y hacer como que no notas a los que faltan, a los que ya no están: los compañeros que despiden de un día para otro y dejan de ir a la oficina; los conocidos que tras meses de intentar ocultar la realidad dejan de aparecer en los lugares de siempre porque ya no pueden permitirse pagar esas cervezas; los que abandonan sus casas, sus barrios, sus ciudades o su país dejando atrás ilusiones destrozadas que nunca podrán ya recuperar. Porque no están muertos, siguen vivos, su recuerdo es mucho más difícil de manejar. No para el sistema claro, que puede expulsarlos de manera implacable y para siempre en base a impecables razonamientos económicos. Pero mucho más complicado será que tu memoria pueda olvidarse de ellos. Aunque intentes concentrarte en tus proyectos, convencerte de que la única prioridad es tu familia, la salvación de los tuyos, tu supervivencia. Esos fantasmas ya no te van a abandonar. Ni el miedo, ni el pavor, ni el absoluto terror a quedarte tan solo, tan abandonado y tan desprotegido como los dejaste a ellos cuando vengan a por ti. Porque ya, a estas alturas, sabes que también vendrán a por ti.
  10. No es verdad que sean verdad todas esas patrañas que el neocapitalismo nos vende con certificado de inexorable, no es verdad que no haya alternativa, no es verdad que podamos sobrevivir en soledad, no es verdad que las ciberutopías se vayan a cumplir, no es verdad que las relaciones en la red nos van a salvar del aislamiento, no es verdad que podamos sobrevivir sin los demás, sin cuidarnos los unos a los otros mediante instituciones solidarias; no es verdad que podamos cambiar nada sin cambiar antes el paradigma social, la visión de conjunto, el punto de vista individualista, arrogante y presuntuoso en el que nos hemos educado y hemos creído que era patrimonio cultural de Occidente; no es verdad que podamos cambiar nada sin ser honestos y sin hacer ver a los demás la necesidad de serlo, sin construir normativas que nos obliguen a serlo. No es verdad que podamos salir de esta crisis como entramos porque nada será igual, aunque algunos pretendan confundidos volver a Matrix o atiborrarse de soma para eludir de nuevo la realidad.
No es verdad

16 enero 2014

Un año de libros (2013)

Estos son los libros nuevos (sin contar relecturas) que leí este año. Son unos pocos menos que en años anteriores pero en general las lecturas han sido fantásticas.
  • Tan lejos de KryptonDaniel Ruiz García. Emocionante y cautivadora inmersión en el universo infantil. El autor lleva hasta el límite la apuesta de transformar su voz en la de un niño que habita esa España mitológica de los 80, donde aún era posible la existencia de los superhéroes y donde sólo la realidad podía venir a ensuciar para siempre sueños e ilusiones. Brillante, nostálgica y apasionada esconde en su interior una evidente melancolía por una inocencia que se fue para no volver.  
  • Todo empezó con ObdulioBosco Esteruelas. Novela escrita desde el estupendo y manifiesto rencor del autor hacia una empresa (PRISA, El País) en la que trabajó durante años. Ese rencor y la rabia por el acoso y el despido final que sufrió en sus carnes Esteruelas sirve como motor de una historia pésimamente escrita cuya mayor utilidad es descubrirle a los lectores la realidad de la podredumbre y corrupción moral de la redacción de uno de los periódicos más influyentes del país, que fue durante años el equivocado faro moral de un par de generaciones de españoles
  • Perros de porcelanaMarin Ledun. Intensa, brutal, honesta, perturbada y febril novela que retrata la presión laboral en una de las grandes empresas francesas así como el deterioro mental y físico al que la nueva economía y las nuevas formas del capitalismo llevan a unos trabajadores desorientados, egoístas y aislados, incapaces de enfrentarse solidariamente a un sistema que los devora y los arroja al abismo del suicidio o la invalidez emocional. Absolutamente recomendable. De lo mejor que leí durante este año
  • 2020Javier Moreno Tal vez junto a Alma, la novela que más me ha gustado del autor. Moreno se deja ensuciar por el mundo que lo rodea, advierte la coyuntura social en la que su labor literaria se desarrolla y pone su elegante lenguaje y su genuina capacidad de disección al servicio de una extraña distopía en la que los aforismos se multiplican y las reflexiones críticas sobre la sociedad y la economía se ven enriquecidas gracias a una extraordinaria habilidad para interrelacionar lo micro y lo macro en ambos campos. Un gran novela.
  • El desengaño de Internet, los mitos de la libertad en la redEvgeny Morozov. Pertrechado con infinidad de datos contrastados y citando trabajos e investigaciones muy bien fundamentados, Morozov construye un devastador ensayo con el que intenta desmitificar las bondades libertarias de Internet y el pretendido carácter emancipador de las redes sociales. Su tesis central es que Internet y sus redes sociales pueden terminar favoreciendo el control de los ciudadanos y el fortalecimiento de Estados autoritarios a los que les resulta muy sencillo desactivar los movimientos sociales contestatarios gracias la exposición digital de sus enemigos. Aún siendo excesivamente farragoso y en ocasiones demasiado reiterativo, la lectura de este libro es importante porque entronca con un movimiento intelectual crítico que en los últimos años nos viene advirtiendo que junto a los evidentes aspectos positivos de la red, también hay que saber reconocer sus potenciales peligros y sus falsas virtudes, algo que en demasiadas veces queda opacado por el entusiasmo acrítico promovido por tanto gurú (de pacotilla) 2.0
  • El asesino de la regañáJulio Muñoz Gijón. Un divertimento sin mucho recorrido sólo apto para sevillanos y conocedores de la extraña y particular idiosincrasia de la capital andaluza. Un manual de tópicos utilizados con humor y desparpajo que provoca la sonrisa continua y alguna carcajada. Un soplo de aire fresco que sirve para abrir las ventanas y ventilar las estancias clasistas y rancias de una de las ciudades españolas más ensimismadas consigo misma.

10 enero 2014

Un año de cine (2013). Segunda parte

Aquí cuelgo la segunda tanda de películas nuevas que vi durante el año que acaba de finalizar (al final fueron más de 100). Aclaro, mediante la palabra cine, las que vi en pantalla grande. Están ordenadas cronológicamente, según las vi. 
  • Sympathy for Lady Vengeance (2005)Park Chan Wook. Es la película que menos me convence de la trilogía de la venganza con la que se hizo famoso este director. A ratos aburre y es menos sorprendente pero tampoco se puede despreciar porque contiene momentos de buen cine narrativo no convencional. El problema es la comparación, pero la historia  vuelve a ser lo suficientemente retorcida y la dirección ágil y potente como para no pensar en dejar de verla ni por un instante
  • El lado bueno de las cosas (2012)David O Rusell. Comedia con tintes dramáticos que, como suele ser habitual, aguanta bien la primera hora de visión para luego desinflarse sin remedio. Muy bien todos los actores, destacando una Jennifer Lawrence estupenda, que aporta vitalidad y aire fresco a todos los proyectos en los que participa.
  • Los señores del acero (1985)Paul Verhoeven. Hay películas que por causas dispares uno lleva queriendo ver toda su vida sin conseguirlo. Es el caso de ésta, ya que nunca conseguía encontrar un copia en condiciones en VOS. Un Verhoeven en plena forma, sin complejos ni limitaciones nos lleva a una Edad Media que pocas veces lució tan sucia, tan enferma, tan miserable y tan zafia, habitada por hombres y mujeres que no pueden permitirse el lujo de la moralidad y sobreviven matando y engañando. Muy interesante, con enorme fuerza visual y narrativa, y un Rutger Hauer arrollador.
  • El hombre de acero (2013)Zack Snyder (cine). Se les fue la mano. Quisieron oscurecer y construir una versión adulta de Superman intentando seguir el acertado camino iniciado por Nolan con Batman. Pero no funciona. En ningún momento. Por muchos motivos. Las imágenes trascendentes a lo Terrence Malick de la infancia y la adolescencia contradictoria y difícil del superhéroe son pretenciosas y vacías. Y las escenas de acción, sobre todo la última batalla, se alargan hasta provocar un cansancio existencial al espectador. Se salva la música de un Hans Zimmer en estado de gracia… Si es que al final el problema tal vez sea simplemente que Superman es, de todos los superhéroes, el más inaguantable, el más coñazo. Con toda su rectitud y su pulcra decencia conservadora
  • Una pistola en cada mano (2012) - Cesc Gay. El director intenta volver al universo de las relaciones y los fracasos de treintañeros perdidos y desorientados (como ya hiciera en la apreciable En la ciudad) pero en esta ocasión fracasa por completo en el intento. Los hombres parecen muy tontos e inmaduros en sus vidas de mierda. Las mujeres muy seguras y decididas en sus vidas también de mierda. Y al final todo queda muy artificioso, demasiado falso y muy poco creíble. Decepción.
  • Los ilusos (2013)Jonás Trueba. Cine en estado puro, despojado de trama, de artificio, de excusa narrativa y casi de personajes. Madrid llenando cada fotograma y jóvenes desorientados intentando sobrevivir en un mundo adulto y competitivo que a la mínima está dispuesto a devorarlos para siempre. Una gozada de película, como ya escribí.

05 enero 2014

Un año de cine (2013). Primera parte.

Éstas son las películas nuevas (no tengo en cuenta las revisiones) que vi durante el año que acaba de finalizar. Aclaro, mediante la palabra cine, las que vi en pantalla grande. Están ordenadas cronológicamente, según las vi. Separo la lista en dos partes para hacer más digerible su lectura.
  • Los miserables (2012)Tom Hooper (cine). Una delicia. De los pocos musicales clásicos que no había visto jamás. Aún se me ponen los pelos de punta con la canción cantada por el crío. Espléndida.
  • MS1: máxima seguridad (2012)James Mather y Stephen St. Leger. Una canallada enmascarada como ciencia ficción. Carne de perro simpática, a la que uno coge cariño desde los títulos de créditos, esculpidos a hostias sobre el careto de Guy Pearce. Para nostálgicos ochenteros.
  • La puerta del cielo (1980)Michael Cimino (cine). Una obra mayor. Muy grande, tan grande y tan desmesurada. La leyenda negativa la persigue, la hace la responsable final de la destrucción del cine de autor americano de los setenta. Por megalómano y consentido. El último cine para adultos que Hollywood produjo. Hay que verla sin prejuicios, despojada de esa aura de fracaso y malditismo que arrastra. Western crepuscular, moderno, social y maravilloso. Imprescindible
  • Sombras tenebrosas (2012)Tim Burton. Lo de Burton ya es preocupante. Se ha convertido en una parodia de sí mismo, su universo se derrumba película a película, desgastado por el tiempo y la repetición de fórmulas ya manidas. Esta película es un auténtico despropósito. Mala hasta molestar.
  • Quantum of solace (2008)Marc Foster. A mí, que James Bond me la suda desde siempre, que no he soportado nunca ni las de Sean Connery, ésas que algunos dicen que marcan el canon y que son estupendas pero que me parecen inaguantables, aburridas y antiguas, muy antiguas, he de decir que al menos esta nueva etapa que protagoniza Daniel Craig me entretiene. Bourne se ha encontrado con Bond y el encuentro rejuvenece al anciano agente
  • The master (2012)Paul Thomas Anderson (cine). Una de las mejores películas de 2013. Compleja, sutil, ambiciosa, profunda y apasionante. Interpretaciones increíbles para la historia de amor y rencor entre dos tarados: uno que construye lentamente una secta que gira alrededor de su supuesto carisma y otro que trata de encontrarse a sí mismo y dar sentido a su vida desde sus evidentes limitaciones mentales. Philip Seymour Hoffman y Joaquin Phoenix bordan ambos papeles. Genial e imprescindible