Aquí comparto la segunda tanda de películas que vi por primera vez durante 2018. Aclaro, mediante la palabra cine, las que vi en pantalla grande. Están ordenadas cronológicamente, según las fui viendo.
- Vida perra (1982) – Javier Aguirre. Adaptación de una obra Ángel
Vázquez. Película formalmente arriesgada en la que una mujer soltera, ya mayor y
de familia acomodada, habla con los fantasmas de su pasado con rencor, amargura
y un infantilismo pueril. El monólogo está rodado mediante planos lejanos que
lentamente evolucionan hasta primeros planos radicales de una Esperanza Roy
sublime. Sobre ella recae completamente el peso de la película y realiza
una interpretación desgarrada y convincente que transmite con enorme
fuerza el horror de las consecuencias de
una educación represiva y conservadora. Estupenda.
- Un lugar tranquilo (2018) – John Krasinski. En términos de entretenimiento puro y sin complejos, es curioso cómo en un género tan
proclive a la saturación visual y argumental como la ciencia ficción siempre
termina funcionando mucho mejor sugerir que mostrar; provocar tensión, miedo o
interés hacia lo que nunca se termina de ver o decir completamente. Esta
película es el mejor ejemplo de ello. Construida a partir del silencio y del
terror a provocar cualquier sonido que causaría una muerte segura en manos de los extraterrestres que han destruido la
civilización humana, ese silencio exterior al que la historia principal obliga
sirve como reflejo deformado de ese otro triste silencio, el de la culpa
no resuelta dentro de una familia que no puede hablarse para purgar el dolor.
Más allá de una resolución final convencional me gustó mucho la propuesta.
- Siete hermanas (2018) – Tommy Wirkola. El cine es
ideología. Siempre hay un discurso social y político detrás de cada historia
que se cuenta. Disfrazada de ciencia ficción superficial y banal esta película
mediocre, aburrida y realizada con una enorme pobreza de ideas y de soluciones
formales termina resultando ser otro repulsivo alegato de una maternidad
emocionalmente totalitaria, un instinto primario e irracional al que nadie
puede poner límites racionales en sociedades con falta de recursos. Una necesidad existencial que debe servir para perdonar cualquier traición,
deslealtad, delito o inmoralidad que se cometa. Y un carajo. Como película, un
soberano coñazo.
- Hondo (1953) – John Farrow. Visualmente tiene un acabado de
western de primera categoría y su historia de amor también es poderosa por
anómala y controvertida. Pero tiene un problema. Relacionado con aquello que le
dijera John Ford a Robert Parrish cuando este le inquirió a Ford sobre cómo conseguía
esas extraordinarias interpretaciones de John Wayne. Ford le contestó: "toma papel y lápiz y cuenta cuantas veces habla John Wayne en La
Diligencia y en Hombres Intrépidos".
El viejo maestro no se equivocaba. Porque ese es el gran problema de Hondo: John Wayne habla. Y habla mucho. Todo
el rato. Y su equivocada interpretación es el principal escollo de un western que
aún así se deja ver.
- Le brio (2017) – Yvan Attal. El mito de Pigmalión trasladado
a la Universidad con un viejo profesor que se ve obligado a ayudar a una joven
de la periferia a convertirse en una oradora de primer nivel. A pesar de que
prometía ser una acumulación de clichés, la película mantiene el tipo gracias a
unas interpretaciones estupendas y a la humanidad de unos personajes que, sin
alharacas ni catarsis impostadas, aprenden el uno del otro, a pesar de la diferencia de
edad, a lidiar con sus propios defectos para seguir transitando por la vida.
Bonita, que diría Pumares.
- El final de todo (2018) – David M. Rosenthal. Típico
producto de medio pelo de los que está produciendo en serie Netflix, que siempre sabe elegir los temas de
sus películas de ciencia ficción para que los aficionados no podamos dejar de
intentarlo con ellas. En este caso tenemos en el menú el habitual cataclismo inesperado
que pone en jaque a la sociedad mientras el foco de la historia se centra en
un tipo cualquiera que acompañado de su suegro debe recorrer cientos de
kilómetros en coche para reencontrarse con su mujer. Visualmente es digna pero
a los guionistas se les acabaron las ideas tras media hora de metraje y el
final termina siendo puro bochorno. Mala. Mucho.
- L´economie du couple (2016) – Joachim Lafosse. Interesante
historia en una película muy bien rodada sobre las consecuencias de la
separación de una pareja con una hija que tienen que seguir conviviendo en la
misma casa. A través de detalles, matices y la construcción de personajes poliédricos y con
aristas la trama se vuelve oscura, dolorosa y claustrofóbica. El
ser humano aparece en toda su miseria en las pequeñas decisiones. Gran película.
Pertubadora. Muy triste.
- Willd Streets (1968) – Barry Shear. Películas como esta son
las que me alegran y animan el año cinematográfico. Llego a ellas por extrañas
reseñas o menciones que me encuentro en internet, y en este caso su recuerdo
perdura meses después. Distopía política en la que los jóvenes de los 60, a
través del liderazgo de una estrella de rock, consiguen imponer su agenda y su
visión del mundo a una sociedad desnortada, sin ímpetu, que termina aceptando dócilmente
que todos los menos jóvenes son un lastre y deben ser encerrados en campos de concentración
en los que se les atiborrará de LSD para que no molesten. La película es un puro
delirio y a pesar de ser una producción de medio pelo plantea cuestiones
sociales de plena actualidad. Su inquietante final es magnífico, pleno de
significado. Recomendadísima.
- Equals (2015) – Drake Doremus. Distopía intensita y
millenial que deja de lado cualquier reflexión ideológica y social para centrarse
en el sobado, desesperado, trillado y aburrido amor desgarrador. Un soberano coñazo.
Y qué mal está Kristen Stewart.
- Deadpool 2 (2018) – David Leitch. Si la primera al menos
tenía el efecto sorpresa de la provocación, esta ya no ofrece absolutamente nada.
Muchos chistes de caca, pedo, culo y pis pero poca diversión en una
producción pobre que cree que vanagloriándose de ello va a provocar la simpatía del espectador. No hay
por dónde cogerla.
- Paul (2011) – Greg Mottol. Simpática película hecha por (y
para) aficionados al cine de ciencia ficción. Los guiños a los clichés de películas de extraterrestres
son continuos y, sin ser ninguna maravilla, se pasa un rato entretenido con ella.
Poquita cosa, en todo caso.
- Jack Reacher 2 (2016) – Edward Zwick. De todo en lo que se
ha embarcado Tom Cruise en los últimos años (dejando fuera ese engendro que fue
La momia) esta franquicia (y este personaje) es lo que menos conecta con su
carisma y con su figura de leyenda de un Hollywood que agoniza. No me extraña
que los rumores apunten a que esta saga acabe aquí con Cruise y se quiera hacer
un reboot con otro actor. Como cine la película es puro trámite, un día en la
oficina tan intrascendente que casi desaparece de la memoria instantáneamente
tras su visionado.
- La batalla de los sexos (2018) – Jonathan Drayton y Valerie
Faris. Los creadores de las excelentes Pequeña Miss Sunshine y Ruby Sparks nos
ofrecen una película que, sin alcanzar el nivel de las anteriores, es valiente,
divertida y diferente. La batalla por la reivindicación de la mujer en el mundo
machista y misógino del tenis de los años 70 es descrita con enorme humanidad e
inteligencia. Merece mucho la pena.
- Future World (2018) – James Franco y Bruce Thierry Cheung.
Mad Max de medio pelo que comienza viéndose con
cierto interés y curiosidad hasta que uno asiste anodadado a cómo, a partir de la media hora, se tira a la
basura toda coherencia argumental y la película termina convirtiéndose en carne de perro. Mala hasta molestar.
- A puerta fría (2012) – Xavi Puebla. Retrato cruel, ácido y
lúcido de las entrañas del mundo empresarial de bajo coste del que se nutre
el mercado laboral español. Qué pena de estúpido final.
- Todo el dinero del mundo (2018) – Ridley Scott. Nada peor
que resultar irrelevante. Que independientemente de su calidad formal lo que
cuentes resulte tan intrascendente que tu película se vuelva invisible para siempre justo
tras estrenarse.
- Infini (2015) – Shane Abbess. Ciencia ficción de serie B
con buenas ideas que no termina de cuajar en película interesante a pesar de su
prometedor inicio. No basta con recurrir
a los ecos desgastados de Alien para que tu historia termine resultado
efectiva. Para aficionados al tema.
- La muerte de Stalin (2017) – Armando Ianucci. El director de
In The loop, aquella ácida mirada a la trastienda de la política anglosajona,
repite planteamiento argumental trasladando ahora la historia a una Unión
Soviética en la que la muerte de Stalin desata una lucha sin cuartel entre sus
más cercanos por conseguir el poder. Humor negro, en ocasiones descacharrante y
siempre inteligente para una excelente película que engancha hasta el final.
- Absolutamente todo (2015) – Terry Jones. Comedia gamberra
pero blanca (muy blanca) que se alimenta del espíritu de los Monthy Python sin
dejar de querer ofrecer una película comercial para todos los públicos. Divertida
a ratos pero finalmente fallida.
- Their finest (2016) – Lone Scherfig. Me gustó mucho. Es una
película pequeña, sin ínfulas, bonita, en la que se disfrutan los detalles que
sin estridencia alguna te hacen paladear esos momentos de buen cine que,
desafortunadamente, cada vez escasean más en el cine industrial. La trama se
desarrolla en las entrañas de una producción cinematográfica inglesa que, en
plena 2ª Guerra Mundial, pretende convertir en heroica una acción
intrascendente protagonizada por dos hermanas en Dunkerque. El objetivo es que
la película sirva como propaganda bélica
antinazi y para animar a una población deprimida. Los protagonistas, guionistas de esa película, están maravillosamente
interpretados. Y la recreación de las peripecias de la producción y el rodaje es deliciosa.
- Worm (2016) – Keir Burrows. Ciencia ficción de bajo
presupuesto que indaga sobre los viajes en el tiempo y la aparición de réplicas
incompletas (emocional e intelectualmente) de uno mismo como consecuencia
indeseada del mismo. Mantiene la tensión y la intriga durante gran parte del
metraje para desembocar en una resolución más bien tosca. Curiosa.
- Coco (2017) – Lee Unkrich. No me llegó en ningún momento esta
película de Pixar. Esta historia de muertos, traiciones, recuerdos y familia solo
deja algunos detalles de humor de calidad y una imaginería visual que por
momentos abruma. Pero la historia no me emociona y termina cayendo en un
sentimentalismo desagradable.
- El olivo (2016) – Icíar Bollaín. Había dejado aparcada esta
película de una Bollaín a la que había abandonado tras aquella enorme decepción
que me supuso También la lluvia (2010). También me echaba para atrás la premisa
sentimentaloide de la historia: nieta en busca de un olivo como última conexión
a la vida y al pasado de su abuelo enfermo de Alzheimer. Finalmente, sin ser perfecta, la película vuela alto gracias, fundamentalmente, a la
presencia de una Anna Castillo espectacular, luminosa, que ofrece una
interpretación en la que se deja la piel, mostrando una amplia gama de
emociones, matices y complejidades humanas que enriquecen una película con
momentos muy logrados. Pena de resolución abrupta y chapucera.
- Tully (2018) – Jason Reitman. Aquí estaban de nuevo.
Seguramente la pareja creativa cinematográfica que más detesto: Jason Reitman
(en la dirección) y Diablo Cody (firmando el guion).Y yo no podía dejar de ver
cómo se las apañaban esta vez para volver a edulcorar y a enmascarar su habitual
discurso subterráneo conservador y reaccionario. No decepcionan. Ofrecen de
nuevo un mensaje tradicionalista, sexista y machista envuelto en el habitual papel
celofán de modernidad y reflexión sociológica. Tras la aparente crítica social
emerge la defensa cerrada de una maternidad que, aunque resulte para la mujer
angustiante y asfixiante, debe finalmente ser entendida por ella como algo
maravilloso. La mujer debe reconducir sus ganas de libertad y de realizarse
personalmente porque, en el fondo, nada puede ser mejor para ella que sacrificar su vida, sus sueños y sus ilusiones y dedicarse al "cuidado" de su familia. Vomitiva. Como
todas las suyas.
- Red Army (2014) – Gabe Polsky. Excelente documental que
narra con gran ritmo y cierto humor negro las andanzas de los jugadores de la
mejor generación rusa de hockey sobre hielo, allá por los años 70 y 80,
centrándose fundamentalmente en la figura del más famosos de ellos: Fetisov.
Tan manipulador e ideologizado como todo buen documental pero mucho más
interesante que la gran mayoría de ellos.
- Sin rodeos (2018) – Santiago Segura. Esta comedia es un remake
de una película chilena realizada apenas dos años antes. Una mujer de mediana
edad a la que todos en su entorno manipulan y pisotean despierta un día
dispuesta a ofrecer batalla sin cuartel en la guerra cotidiana del día a día.
Con algunos momentos divertidos y algunos gags muy conseguidos, la película se
desinfla por su propia concepción de producto prefabricado y aséptico. No se
puede uno mover por las pantanosa aguas de la crítica social y, al mismo tiempo, no querer ofender del todo a nadie. Superficial.
- UFO (2018) – Ryan Eslinger. Me gustó su fría y elegante
puesta en escena para una clásica historia de ciencia ficción en la que el
posible contacto extraterrestre depende de la resolución de un desafío intelectual.
En este caso el desafío es matemático, y será también el clásico estudiante
inadaptado pero brillante el único capaz de desentrañarlo. Simpática.
- El cochechito (1959) – Marco Ferreri. Una auténtica obra maestra. Un clásico incontestable del cine español que supura mala hostia y legítimo
rencor de clase por cada poro de cada no de sus fotogramas. Qué maravilla de película,
cuánta miseria social escondida tras aquella placidez franquista y menudo final, a la altura
de los más grandes finales de la historia del cine. A la altura del mejor Billy
Wilder.
- Reality Bites (1994) – Ben Stiller. Lo mejor de la película
son los primeros minutos, cuando a través de un discurso universitario tan
fallido como absurdamente aplaudido y de una reunión de amigos se muestra el
desconcierto, la ingenuidad, las contradicciones y el carácter débil e
infantiloide de una generación, la Generación X, que estaba llamada a cambiar definitivamente el mundo y que finalmente fue arrasada por
un mundo laboral al que jamás supo adaptarse. A partir de ese prólogo la película
se desliza por una cuesta abajo continua hasta un final pueril y bochornoso. Que para tantos esta sea la película emblema de mi
generación dice mucho de nosotros.
- Happy End (2018) – Michael Haneke. Película compendio del
universo de uno de los mejores directores europeos de los últimos 30 años. Las
contradicciones, miedos, frustraciones y miserias subterráneas de la clase
media-alta europea acomodada vuelven a la pantalla con una historia dolorosa y
existencialmente angustiosa. El bisturí analítico de Haneke disecciona a una
familia cuyos miembros son unos desconocidos los unos para los otros, incapaces no ya de conectar sino siquiera de escucharse. La banalidad del mal
intrafamiliar. Excelente.
- Z, la ciudad perdida (2016) – James Gray. Inicialmente tiene
el aroma de aquel viejo cine de aventuras exóticas pero termina tomando otro
camino y se desvía hacia un cine adulto, amargo y reflexivo. Historia oscura y perturbadora sobre el ser humano y su absurda capacidad para la obsesión. Estupenda.
- Noche de lobos (2018) – Jeremy Saulnier. Pasa el tiempo desde
que la vi y cada vez tengo mejor recuerdo de ella. Lastran la película ciertas
incoherencias absurdas en el guion pero pesa mucho más en la valoración
positiva ese ambiente emocionalmente gélido que logra transmitir, acorde con el
escenario natural en el que se desarrolla la historia y el extrañamiento que
provoca la vida en un lugar tan apartado del mundo en el que el pensamiento
mágico parece el único refugio seguro para un ser humano desvalido. Además,
tiene un par de secuencias (sobre todo la del tiroteo) de cine bueno, muy bueno.
Recomendable.
- Cold War (2018) – Pawek Pawlikowski (cine). Un prodigio cinematográfico. Su sensibilidad y belleza a
nivel visual solo son comparables con su capacidad para construir una historia
de amor desesperado a través de retazos y elipsis radicales. Una auténtica
gozada, cine con mayúsculas, con una secuencia final soberbia, que no solo
sirve para sintetizar de manera inteligente el espíritu de la historia a la que
hemos asistido sino también para ilustrar de manera portentosa el carácter de los dos
protagonistas. Pelos como escarpias.
- El mundo es suyo (2018) – Alfonso Sánchez. Los compadres se
pasan al largo y el clasismo, el postureo y el pijerío sevillanos son
retratados desde el humor y cierto (¿excesivo?) cariño en una película de trama irregular, en la que a momentos
desternillantes le suceden secuencias de
relleno o fallidas. A mí esta gente me tiene ganado desde hace años pero reconozco que eché mucho de menos a el Cabeza y a el Culebra.
- ¿Estamos solos? (2018) – Reed Morano. Enésima variante de
drama posapocalíptico que reúne con acierto a dos personajes completamente
diferentes que terminan conectando a partir de una soledad que no es solo
impuesta por el fin de la civilización sino también, en cierta manera, deseada.
El sorprendente giro a mitad de la historia termina llevando la película a
nuevos lugares en los que no termina de sentirse cómoda y que le hacen perder fuelle. Una pena.
- Los increíbles 2 (2018) – Brad Bird. Continuación tardía del
éxito de Pixar de 2004. Los personajes siguen desarrollándose emocionalmente,
la familia se muestra como un espacio de lucha en la que cada uno tiene que
encontrar su sitio pero que, finalmente, se convierte en el refugio en el que
encontrar aliados para enfrentarse al mundo. Buenas intenciones, personajes carismáticos
y cierta sensación de cansancio, de final de etapa, de fórmula gastada en el
Universo Pixar.
- Quién te cantará (2018) – Carlos Vermut (cine). Peliculón. Tal vez peque de
cierto exceso de academicismo cinematográfico pero aun así, apoyado
en unas interpretaciones femeninas de altísimo nivel, Vermut vuelve a ofrecernos un cine complejo y contradictorio en el que las pasiones humanas
se muestran sin filtro ni contención.
- Paciente cero (2018) – Stefan Ruzowitzky. Basura infinita, cósmica, intergaláctica. Molesta hasta hacer daño. Sin duda, lo peor que vi este año. Menudo engendro. Ni cine posapocalíptico, ni zombis ni
hostias. Esta cosa infecta es tan jodidamente horrorosa que ni sirve para
reírse de ella y al menos pasar el rato. Y ese final... joder, pura cochambre.
- Al otro lado del viento (1970-1976-2018) – Orson Welles. Fascinante.
Todos somos conscientes de que lo hemos visto finalmente no tiene por qué ser
exactamente lo que Welles hubiera querido finalmente mostrarnos si hubiese
podido estrenar la película antes de morir. Pero lo que vemos es suficiente
para quedar absolutamente deslumbrado. Welles, al final de su vida, quiso jugar
a ser el más moderno de todos los modernos. Y el resultado es apabullante. El
cine dentro del cine es un subgénero en sí mismo pero todo en esta película es
diferente. No dejo de pensar en ella.
- Me amarán cuando esté muerto (2018) – Morgan Neville.
Documental sobre la filmación de la que finalmente sería la última película de
Orson Welles. Indaga en las contradicciones de uno de los personajes más
carismáticos, brillantes e inteligentes de la historia del cine. Una auténtica
joya para los arqueólogos del cine.
- Thoroughbreds (2017) – Cory Finley. Turbadora película con
ribetes de comedia negra sobre la amistad de dos extrañas chicas adolescentes,
una con pulsiones homicidas ocultas y otra sin capacidad para sentir emociones.
Entretiene y te mantiene atento hasta un final que se agradece
que no sea el clásico moralista de Hollywood.
- Mission Impossible: Fallout (2018) – Christopher McQuarrie.
Creo que me lo pasé medianamente bien, que me entretuve y todo. Pero pocos
meses después ni me acuerdo de qué iba esta enésima secuela de aquello que
tampoco es que fuera nunca realmente muy interesante. Y que conste que me cae muy bien
el Tom Cruise actor.
- El rey proscrito (2018) – David Mackenzie. Es curioso, pero
en contra de lo que me sucede con otras películas, que a medida que pasa el
tiempo se pierden en mi memoria por irrelevantes tras el impacto inicial, esta,
que desdeñé tras verla en su momento, cada vez la recuerdo con mayor gusto, con
mayor interés. La secuencia inicial es fantástica. Podría considerarse la
"secuela" cronológica de Braveheart (Mel Gibson, 1996) pero se aleja
completamente de su épica y opta por un realismo frío, alejado de las grandes
emociones. Y a pesar de todo lo bueno que pueda decir de ella también he de reconocer mi aburrimiento viéndola. Paradojas.
- Dark Star (1974) – John Carpenter. Qué maravilla. Cuánto me
reí, cómo me sorprendió y cuánto me gustó. Surrealista película de
"ciencia ficción" del Carpenter más irreverente. Me quedo con ese
extraterrestre-globo tocacojones. Y con esa bomba inteligente que
va cobrando consciencia hasta enfrentarse
a un dilema filosófico irresoluble. Esta película me ganó el corazón
para siempre.
- Generación Kronen (2015) – Luis Mancha. Documental que examina
las consecuencias de la publicación de la famosa novela de José Ángel Mañas,
Historias del Kronen, allá por 1994, y la revolución editorial y generacional
que se construyó artificialmente a su alrededor. El paso del tiempo, las
decepciones, los castillos de naipes vitales que se desmoronan y las traiciones
de la sobredimensionada industria literaria de España son temas que se tratan
de manera más superficial de lo que uno hubiera deseado. Pero, en todo caso, el
retrato (que se intuye más que se muestra) de un "tiempo literario"
perdido resulta apasionante.
- Blog (2010) – Elena Trapé. Un extraño pacto entre varias
adolescentes de un centro educativo es la premisa de la que parte esta historia
que fracasa completamente en el análisis de los motivos que
pueden haber tras esta decisión adolescente mientras que, curiosamente, acierta en
el retrato humano de los momentos de intimidad y de amistad entre unas niñas
que empiezan a descubrir el mundo apoyándose las unas en las otras.
- La balada de Buster Scruggs (2018) – Hermanos Coen. Nunca entré de verdad en
ninguno de los relatos que conforman esta película. Y lo intenté, en serio. Porque el western forma parte de mi
vida. Porque de pocas cosas he disfrutado más cinematográficamente que de las
historias enmarcadas en esa frontera americana. Porque en muchas ocasiones he
conectado con el universo de los Coen (no siempre) y en esas ocasiones he
disfrutado mucho de su cine. Podría engañar(me), ejercer de cultureta o valorar
cuestiones artísticas de manera aséptica. Pero no, la realidad es que la propuesta
al completo, de principio a fin, salvo destellos, fue una decepción absoluta. Y la película me
resultó un coñazo infinito.
- Venom (2018) – Ruben Fleischer. Entretiene a ratos, sobre
todo al principio, que es cuando suelen funcionar este tipo de películas, pero
termina naufragando en un tramo final en el que los remontajes y los bruscos
giros de tono y de ritmo la lastran y terminan condenándola.
- Viudas (2018) – Steve McQueen (cine). Peliculón. La gran olvidada en la carrera de los premios
de este año. Es incomprensible. Más allá de unas interpretaciones femeninas portentosas
bajo la dirección atinada de un McQueen que rueda como los ángeles, hay un
interesantísimo subtexto en toda la historia que nos habla de un mundo
masculino en decadencia, que está desapareciendo, que muere sin remedio y en el
que incluso aquella vieja épica de las lealtades masculinas que aparece en los momentos
vitales está ya corrompida. Frente un universo masculinizado, individualista y
fracasado emerge la posibilidad de un nuevo comienzo en el que las mujeres
aprenden a mirarse y a reconocerse en sus diferencias. Mujeres que se encuentran y empiezan
a construir puentes entre ellas bajos nuevas premisas y nuevas lealtades. Y a
todo esto hay que sumarle la secuencia, rodada desde fuera de un coche en
movimiento, en la que solo se escucha la voz histérica del personaje que
interpreta Colin Farrel. Un discurso que
suena como patético epitafio final de una forma de dirigir el mundo.
Película fantástica.
- The Predator (2018) – Shane Black. Tiene tantas ganas de
recordarnos continuamente con sus diálogos que pretende recuperar las viejas esencias
del cine de acción macarra y despreocupado (e hipermasculinizado) de los 80, que
al final se olvida de construir una trama lo suficientemente digna que consiga evitar que la película desbarre en una última media hora abochornante.
- Alpha (2018) – Albert Hughes. Fantasía prehistórica para
niños que cuenta la que sería la primera
domesticación de un lobo para convertirse en animal de compañía del ser humano.
Aburrida, convencional, sentimentaloide.
- Blackkklansman (2018) –
Spike Lee. Gran película. Una historia repleta de ironía y mala leche
que narra la infiltración real de dos policías (uno negro y el otro judío) en
el Ku Klux Klan de los años 70. Con un montaje espectacular y una
dirección impecable, la película
finaliza con último giro que conecta los eventos acaecidos en un pasado que ya
parece lejano con inquietantes imágenes reales del convulso presente de EEUU.
- Roma (2018) – Alfonso Cuarón. De lo mejor que vi este año.
Película enorme y honesta. Nadie puede presentar objeción alguna a un acabado
formal de una calidad incontestable. Las críticas han surgido en relación al
supuesto clasismo que destila la historia. No entiendo esas críticas porque
precisamente ese clasismo es algo que Cuarón, de manera tremendamente honesta,
no pretende enmascarar en ningún momento: Cleo es la criada de la familia. No
es un miembro de ella. Y es en las contradicciones y exigencias emocionales (y
de sumisión) que esa relación laboral demanda donde surgen las reflexiones más
perturbadoras e inquietantes que se pueden extraer de la historia. En ese
sentido el final es elocuente y lacerante: toda la familia ya está en la casa
tras el episodio de la playa y los niños se sientan para contarle a la abuela
el heroísmo de Cleo para salvarlos del mar. Solo interrumpen la
historia para pedirle a esa misma mujer, sin mirarla, que les traiga
bebidas y pasteles. Magistral. Obra maestra.
- Rompe Ralph (2002) – Rich Moore. Hablaban tan bien de la
segunda parte que, antes de verla, creía necesario acercarme a esta primera
parte que en su momento ni valoré ver. Error. Bala malgastada. Ahora ya tampoco
me interesa, de momento, la segunda. Nada realmente que objetar a la película
salvo lo fundamental: ¿para qué?
- Starcrash (1978) – Luigi Cozzi. No veo muchas películas
como esta a lo largo del año, pero cómo las disfruto cuando aparecen... Ciencia
ficción de serie Z nacida al rebufo del éxito de Star Wars. Con un sorprendente
buen acabado en los efectos especiales, la historia es una pastiche delirante
en el que se copia sin vergüenza y en el que resuenan desde los clásicos
griegos hasta Flash Gordon y, por supuesto, Star Wars. Es una cosa tan
disparatada, tan delirante, tan sexista y tan absurda que te engancha sin
remedio. Y ya cuando la trama avanza, cuando desaparece toda coherencia
argumental, con robots que resucitan, mujeres presas que realizan trabajos forzados
vestidas con diminutos y sensuales bikinis, supositorios galácticos con soldados en su
interior para asaltar fortalezas espaciales y, como remate final, la aparición
estelar de un jovencísimo David Hasselhoff como príncipe
salvador, solo puedes hacer una cosa: levantarte del sillón, aplaudir con
fuerza y meterte otro whisky para celebrar tamaño disparate.
- Spider-Man un nuevo universo (2018) – Peter Ramsey, Robert Sichetti y Rodney
Rothman (cine). Visualmente
apabullante y muy entretenida, la película es un divertimento de categoría que
abre nuevas posibilidades al universo marvelita en el mundo de la animación
cinematográfica.
- Les garçons sauvages (2018) – Bertrand Mandico. Extraña, perturbadora
y oscura historia en la que resuenan los ecos de El señor de la moscas y que
bebe directamente de las fuentes del surrealismo. Con una fotografía impecable,
narra la redención a través de un viaje a los infiernos de sí mismos de un
grupo de niños tras haber cometido un horrendo crimen. Una joyita no apta para
todos los públicos.
- Lo que esconde Silver Lake (2018) – David Robert Mitchell. Cine
lisérgico que bebe de Hitchcock y de Lynch para narrar una historia que parece mostrar
el desconcierto vital de una juventud actual a la que le resulta mas sencillo
enfrentarse a una demencial conspiración existencialista que a la realidad de
un sistema económico que la arrincona.
- The Sisters Brothers (2018) – Jacques Audiard. Western
atípico pero sugestivo que sigue las andanzas de dos hermanos delincuentes. Con
unas actuaciones fantásticas, tanto de los actores principales como de los
secundarios, la película discurre por diferentes meandros narrativos sin que se
pierda el interés por unos personajes a los que se les termina cogiendo cariño. Curiosa.