Aquí comparto la segunda tanda de películas que vi por primera vez durante 2018. Aclaro, mediante la palabra cine, las que vi en pantalla grande. Están ordenadas cronológicamente, según las fui viendo.
- Vida perra (1982) – Javier Aguirre. Adaptación de una obra Ángel Vázquez. Película formalmente arriesgada en la que una mujer soltera, ya mayor y de familia acomodada, habla con los fantasmas de su pasado con rencor, amargura y un infantilismo pueril. El monólogo está rodado mediante planos lejanos que lentamente evolucionan hasta primeros planos radicales de una Esperanza Roy sublime. Sobre ella recae completamente el peso de la película y realiza una interpretación desgarrada y convincente que transmite con enorme fuerza el horror de las consecuencias de una educación represiva y conservadora. Estupenda.
- Un lugar tranquilo (2018) – John Krasinski. En términos de entretenimiento puro y sin complejos, es curioso cómo en un género tan proclive a la saturación visual y argumental como la ciencia ficción siempre termina funcionando mucho mejor sugerir que mostrar; provocar tensión, miedo o interés hacia lo que nunca se termina de ver o decir completamente. Esta película es el mejor ejemplo de ello. Construida a partir del silencio y del terror a provocar cualquier sonido que causaría una muerte segura en manos de los extraterrestres que han destruido la civilización humana, ese silencio exterior al que la historia principal obliga sirve como reflejo deformado de ese otro triste silencio, el de la culpa no resuelta dentro de una familia que no puede hablarse para purgar el dolor. Más allá de una resolución final convencional me gustó mucho la propuesta.
- Siete hermanas (2018) – Tommy Wirkola. El cine es ideología. Siempre hay un discurso social y político detrás de cada historia que se cuenta. Disfrazada de ciencia ficción superficial y banal esta película mediocre, aburrida y realizada con una enorme pobreza de ideas y de soluciones formales termina resultando ser otro repulsivo alegato de una maternidad emocionalmente totalitaria, un instinto primario e irracional al que nadie puede poner límites racionales en sociedades con falta de recursos. Una necesidad existencial que debe servir para perdonar cualquier traición, deslealtad, delito o inmoralidad que se cometa. Y un carajo. Como película, un soberano coñazo.
- Hondo (1953) – John Farrow. Visualmente tiene un acabado de western de primera categoría y su historia de amor también es poderosa por anómala y controvertida. Pero tiene un problema. Relacionado con aquello que le dijera John Ford a Robert Parrish cuando este le inquirió a Ford sobre cómo conseguía esas extraordinarias interpretaciones de John Wayne. Ford le contestó: "toma papel y lápiz y cuenta cuantas veces habla John Wayne en La Diligencia y en Hombres Intrépidos". El viejo maestro no se equivocaba. Porque ese es el gran problema de Hondo: John Wayne habla. Y habla mucho. Todo el rato. Y su equivocada interpretación es el principal escollo de un western que aún así se deja ver.
- Le brio (2017) – Yvan Attal. El mito de Pigmalión trasladado a la Universidad con un viejo profesor que se ve obligado a ayudar a una joven de la periferia a convertirse en una oradora de primer nivel. A pesar de que prometía ser una acumulación de clichés, la película mantiene el tipo gracias a unas interpretaciones estupendas y a la humanidad de unos personajes que, sin alharacas ni catarsis impostadas, aprenden el uno del otro, a pesar de la diferencia de edad, a lidiar con sus propios defectos para seguir transitando por la vida. Bonita, que diría Pumares.
- El final de todo (2018) – David M. Rosenthal. Típico producto de medio pelo de los que está produciendo en serie Netflix, que siempre sabe elegir los temas de sus películas de ciencia ficción para que los aficionados no podamos dejar de intentarlo con ellas. En este caso tenemos en el menú el habitual cataclismo inesperado que pone en jaque a la sociedad mientras el foco de la historia se centra en un tipo cualquiera que acompañado de su suegro debe recorrer cientos de kilómetros en coche para reencontrarse con su mujer. Visualmente es digna pero a los guionistas se les acabaron las ideas tras media hora de metraje y el final termina siendo puro bochorno. Mala. Mucho.
- L´economie du couple (2016) – Joachim Lafosse. Interesante historia en una película muy bien rodada sobre las consecuencias de la separación de una pareja con una hija que tienen que seguir conviviendo en la misma casa. A través de detalles, matices y la construcción de personajes poliédricos y con aristas la trama se vuelve oscura, dolorosa y claustrofóbica. El ser humano aparece en toda su miseria en las pequeñas decisiones. Gran película. Pertubadora. Muy triste.
- Willd Streets (1968) – Barry Shear. Películas como esta son las que me alegran y animan el año cinematográfico. Llego a ellas por extrañas reseñas o menciones que me encuentro en internet, y en este caso su recuerdo perdura meses después. Distopía política en la que los jóvenes de los 60, a través del liderazgo de una estrella de rock, consiguen imponer su agenda y su visión del mundo a una sociedad desnortada, sin ímpetu, que termina aceptando dócilmente que todos los menos jóvenes son un lastre y deben ser encerrados en campos de concentración en los que se les atiborrará de LSD para que no molesten. La película es un puro delirio y a pesar de ser una producción de medio pelo plantea cuestiones sociales de plena actualidad. Su inquietante final es magnífico, pleno de significado. Recomendadísima.
- Equals (2015) – Drake Doremus. Distopía intensita y millenial que deja de lado cualquier reflexión ideológica y social para centrarse en el sobado, desesperado, trillado y aburrido amor desgarrador. Un soberano coñazo. Y qué mal está Kristen Stewart.
- Deadpool 2 (2018) – David Leitch. Si la primera al menos tenía el efecto sorpresa de la provocación, esta ya no ofrece absolutamente nada. Muchos chistes de caca, pedo, culo y pis pero poca diversión en una producción pobre que cree que vanagloriándose de ello va a provocar la simpatía del espectador. No hay por dónde cogerla.
- Paul (2011) – Greg Mottol. Simpática película hecha por (y para) aficionados al cine de ciencia ficción. Los guiños a los clichés de películas de extraterrestres son continuos y, sin ser ninguna maravilla, se pasa un rato entretenido con ella. Poquita cosa, en todo caso.
- Jack Reacher 2 (2016) – Edward Zwick. De todo en lo que se ha embarcado Tom Cruise en los últimos años (dejando fuera ese engendro que fue La momia) esta franquicia (y este personaje) es lo que menos conecta con su carisma y con su figura de leyenda de un Hollywood que agoniza. No me extraña que los rumores apunten a que esta saga acabe aquí con Cruise y se quiera hacer un reboot con otro actor. Como cine la película es puro trámite, un día en la oficina tan intrascendente que casi desaparece de la memoria instantáneamente tras su visionado.
- La batalla de los sexos (2018) – Jonathan Drayton y Valerie Faris. Los creadores de las excelentes Pequeña Miss Sunshine y Ruby Sparks nos ofrecen una película que, sin alcanzar el nivel de las anteriores, es valiente, divertida y diferente. La batalla por la reivindicación de la mujer en el mundo machista y misógino del tenis de los años 70 es descrita con enorme humanidad e inteligencia. Merece mucho la pena.
- Future World (2018) – James Franco y Bruce Thierry Cheung. Mad Max de medio pelo que comienza viéndose con cierto interés y curiosidad hasta que uno asiste anodadado a cómo, a partir de la media hora, se tira a la basura toda coherencia argumental y la película termina convirtiéndose en carne de perro. Mala hasta molestar.
- A puerta fría (2012) – Xavi Puebla. Retrato cruel, ácido y lúcido de las entrañas del mundo empresarial de bajo coste del que se nutre el mercado laboral español. Qué pena de estúpido final.
- Todo el dinero del mundo (2018) – Ridley Scott. Nada peor que resultar irrelevante. Que independientemente de su calidad formal lo que cuentes resulte tan intrascendente que tu película se vuelva invisible para siempre justo tras estrenarse.
- Infini (2015) – Shane Abbess. Ciencia ficción de serie B con buenas ideas que no termina de cuajar en película interesante a pesar de su prometedor inicio. No basta con recurrir a los ecos desgastados de Alien para que tu historia termine resultado efectiva. Para aficionados al tema.
- La muerte de Stalin (2017) – Armando Ianucci. El director de In The loop, aquella ácida mirada a la trastienda de la política anglosajona, repite planteamiento argumental trasladando ahora la historia a una Unión Soviética en la que la muerte de Stalin desata una lucha sin cuartel entre sus más cercanos por conseguir el poder. Humor negro, en ocasiones descacharrante y siempre inteligente para una excelente película que engancha hasta el final.
- Absolutamente todo (2015) – Terry Jones. Comedia gamberra pero blanca (muy blanca) que se alimenta del espíritu de los Monthy Python sin dejar de querer ofrecer una película comercial para todos los públicos. Divertida a ratos pero finalmente fallida.
- Their finest (2016) – Lone Scherfig. Me gustó mucho. Es una película pequeña, sin ínfulas, bonita, en la que se disfrutan los detalles que sin estridencia alguna te hacen paladear esos momentos de buen cine que, desafortunadamente, cada vez escasean más en el cine industrial. La trama se desarrolla en las entrañas de una producción cinematográfica inglesa que, en plena 2ª Guerra Mundial, pretende convertir en heroica una acción intrascendente protagonizada por dos hermanas en Dunkerque. El objetivo es que la película sirva como propaganda bélica antinazi y para animar a una población deprimida. Los protagonistas, guionistas de esa película, están maravillosamente interpretados. Y la recreación de las peripecias de la producción y el rodaje es deliciosa.
- Worm (2016) – Keir Burrows. Ciencia ficción de bajo presupuesto que indaga sobre los viajes en el tiempo y la aparición de réplicas incompletas (emocional e intelectualmente) de uno mismo como consecuencia indeseada del mismo. Mantiene la tensión y la intriga durante gran parte del metraje para desembocar en una resolución más bien tosca. Curiosa.
- Coco (2017) – Lee Unkrich. No me llegó en ningún momento esta película de Pixar. Esta historia de muertos, traiciones, recuerdos y familia solo deja algunos detalles de humor de calidad y una imaginería visual que por momentos abruma. Pero la historia no me emociona y termina cayendo en un sentimentalismo desagradable.
- El olivo (2016) – Icíar Bollaín. Había dejado aparcada esta película de una Bollaín a la que había abandonado tras aquella enorme decepción que me supuso También la lluvia (2010). También me echaba para atrás la premisa sentimentaloide de la historia: nieta en busca de un olivo como última conexión a la vida y al pasado de su abuelo enfermo de Alzheimer. Finalmente, sin ser perfecta, la película vuela alto gracias, fundamentalmente, a la presencia de una Anna Castillo espectacular, luminosa, que ofrece una interpretación en la que se deja la piel, mostrando una amplia gama de emociones, matices y complejidades humanas que enriquecen una película con momentos muy logrados. Pena de resolución abrupta y chapucera.
- Tully (2018) – Jason Reitman. Aquí estaban de nuevo. Seguramente la pareja creativa cinematográfica que más detesto: Jason Reitman (en la dirección) y Diablo Cody (firmando el guion).Y yo no podía dejar de ver cómo se las apañaban esta vez para volver a edulcorar y a enmascarar su habitual discurso subterráneo conservador y reaccionario. No decepcionan. Ofrecen de nuevo un mensaje tradicionalista, sexista y machista envuelto en el habitual papel celofán de modernidad y reflexión sociológica. Tras la aparente crítica social emerge la defensa cerrada de una maternidad que, aunque resulte para la mujer angustiante y asfixiante, debe finalmente ser entendida por ella como algo maravilloso. La mujer debe reconducir sus ganas de libertad y de realizarse personalmente porque, en el fondo, nada puede ser mejor para ella que sacrificar su vida, sus sueños y sus ilusiones y dedicarse al "cuidado" de su familia. Vomitiva. Como todas las suyas.
- Red Army (2014) – Gabe Polsky. Excelente documental que narra con gran ritmo y cierto humor negro las andanzas de los jugadores de la mejor generación rusa de hockey sobre hielo, allá por los años 70 y 80, centrándose fundamentalmente en la figura del más famosos de ellos: Fetisov. Tan manipulador e ideologizado como todo buen documental pero mucho más interesante que la gran mayoría de ellos.
- Sin rodeos (2018) – Santiago Segura. Esta comedia es un remake de una película chilena realizada apenas dos años antes. Una mujer de mediana edad a la que todos en su entorno manipulan y pisotean despierta un día dispuesta a ofrecer batalla sin cuartel en la guerra cotidiana del día a día. Con algunos momentos divertidos y algunos gags muy conseguidos, la película se desinfla por su propia concepción de producto prefabricado y aséptico. No se puede uno mover por las pantanosa aguas de la crítica social y, al mismo tiempo, no querer ofender del todo a nadie. Superficial.
- UFO (2018) – Ryan Eslinger. Me gustó su fría y elegante puesta en escena para una clásica historia de ciencia ficción en la que el posible contacto extraterrestre depende de la resolución de un desafío intelectual. En este caso el desafío es matemático, y será también el clásico estudiante inadaptado pero brillante el único capaz de desentrañarlo. Simpática.
- El cochechito (1959) – Marco Ferreri. Una auténtica obra maestra. Un clásico incontestable del cine español que supura mala hostia y legítimo rencor de clase por cada poro de cada no de sus fotogramas. Qué maravilla de película, cuánta miseria social escondida tras aquella placidez franquista y menudo final, a la altura de los más grandes finales de la historia del cine. A la altura del mejor Billy Wilder.
- Reality Bites (1994) – Ben Stiller. Lo mejor de la película son los primeros minutos, cuando a través de un discurso universitario tan fallido como absurdamente aplaudido y de una reunión de amigos se muestra el desconcierto, la ingenuidad, las contradicciones y el carácter débil e infantiloide de una generación, la Generación X, que estaba llamada a cambiar definitivamente el mundo y que finalmente fue arrasada por un mundo laboral al que jamás supo adaptarse. A partir de ese prólogo la película se desliza por una cuesta abajo continua hasta un final pueril y bochornoso. Que para tantos esta sea la película emblema de mi generación dice mucho de nosotros.
- Happy End (2018) – Michael Haneke. Película compendio del universo de uno de los mejores directores europeos de los últimos 30 años. Las contradicciones, miedos, frustraciones y miserias subterráneas de la clase media-alta europea acomodada vuelven a la pantalla con una historia dolorosa y existencialmente angustiosa. El bisturí analítico de Haneke disecciona a una familia cuyos miembros son unos desconocidos los unos para los otros, incapaces no ya de conectar sino siquiera de escucharse. La banalidad del mal intrafamiliar. Excelente.
- Z, la ciudad perdida (2016) – James Gray. Inicialmente tiene el aroma de aquel viejo cine de aventuras exóticas pero termina tomando otro camino y se desvía hacia un cine adulto, amargo y reflexivo. Historia oscura y perturbadora sobre el ser humano y su absurda capacidad para la obsesión. Estupenda.
- Noche de lobos (2018) – Jeremy Saulnier. Pasa el tiempo desde que la vi y cada vez tengo mejor recuerdo de ella. Lastran la película ciertas incoherencias absurdas en el guion pero pesa mucho más en la valoración positiva ese ambiente emocionalmente gélido que logra transmitir, acorde con el escenario natural en el que se desarrolla la historia y el extrañamiento que provoca la vida en un lugar tan apartado del mundo en el que el pensamiento mágico parece el único refugio seguro para un ser humano desvalido. Además, tiene un par de secuencias (sobre todo la del tiroteo) de cine bueno, muy bueno. Recomendable.
- Cold War (2018) – Pawek Pawlikowski (cine). Un prodigio cinematográfico. Su sensibilidad y belleza a nivel visual solo son comparables con su capacidad para construir una historia de amor desesperado a través de retazos y elipsis radicales. Una auténtica gozada, cine con mayúsculas, con una secuencia final soberbia, que no solo sirve para sintetizar de manera inteligente el espíritu de la historia a la que hemos asistido sino también para ilustrar de manera portentosa el carácter de los dos protagonistas. Pelos como escarpias.
- El mundo es suyo (2018) – Alfonso Sánchez. Los compadres se pasan al largo y el clasismo, el postureo y el pijerío sevillanos son retratados desde el humor y cierto (¿excesivo?) cariño en una película de trama irregular, en la que a momentos desternillantes le suceden secuencias de relleno o fallidas. A mí esta gente me tiene ganado desde hace años pero reconozco que eché mucho de menos a el Cabeza y a el Culebra.
- ¿Estamos solos? (2018) – Reed Morano. Enésima variante de drama posapocalíptico que reúne con acierto a dos personajes completamente diferentes que terminan conectando a partir de una soledad que no es solo impuesta por el fin de la civilización sino también, en cierta manera, deseada. El sorprendente giro a mitad de la historia termina llevando la película a nuevos lugares en los que no termina de sentirse cómoda y que le hacen perder fuelle. Una pena.
- Los increíbles 2 (2018) – Brad Bird. Continuación tardía del éxito de Pixar de 2004. Los personajes siguen desarrollándose emocionalmente, la familia se muestra como un espacio de lucha en la que cada uno tiene que encontrar su sitio pero que, finalmente, se convierte en el refugio en el que encontrar aliados para enfrentarse al mundo. Buenas intenciones, personajes carismáticos y cierta sensación de cansancio, de final de etapa, de fórmula gastada en el Universo Pixar.
- Quién te cantará (2018) – Carlos Vermut (cine). Peliculón. Tal vez peque de cierto exceso de academicismo cinematográfico pero aun así, apoyado en unas interpretaciones femeninas de altísimo nivel, Vermut vuelve a ofrecernos un cine complejo y contradictorio en el que las pasiones humanas se muestran sin filtro ni contención.
- Paciente cero (2018) – Stefan Ruzowitzky. Basura infinita, cósmica, intergaláctica. Molesta hasta hacer daño. Sin duda, lo peor que vi este año. Menudo engendro. Ni cine posapocalíptico, ni zombis ni hostias. Esta cosa infecta es tan jodidamente horrorosa que ni sirve para reírse de ella y al menos pasar el rato. Y ese final... joder, pura cochambre.
- Al otro lado del viento (1970-1976-2018) – Orson Welles. Fascinante. Todos somos conscientes de que lo hemos visto finalmente no tiene por qué ser exactamente lo que Welles hubiera querido finalmente mostrarnos si hubiese podido estrenar la película antes de morir. Pero lo que vemos es suficiente para quedar absolutamente deslumbrado. Welles, al final de su vida, quiso jugar a ser el más moderno de todos los modernos. Y el resultado es apabullante. El cine dentro del cine es un subgénero en sí mismo pero todo en esta película es diferente. No dejo de pensar en ella.
- Me amarán cuando esté muerto (2018) – Morgan Neville. Documental sobre la filmación de la que finalmente sería la última película de Orson Welles. Indaga en las contradicciones de uno de los personajes más carismáticos, brillantes e inteligentes de la historia del cine. Una auténtica joya para los arqueólogos del cine.
- Thoroughbreds (2017) – Cory Finley. Turbadora película con ribetes de comedia negra sobre la amistad de dos extrañas chicas adolescentes, una con pulsiones homicidas ocultas y otra sin capacidad para sentir emociones. Entretiene y te mantiene atento hasta un final que se agradece que no sea el clásico moralista de Hollywood.
- Mission Impossible: Fallout (2018) – Christopher McQuarrie. Creo que me lo pasé medianamente bien, que me entretuve y todo. Pero pocos meses después ni me acuerdo de qué iba esta enésima secuela de aquello que tampoco es que fuera nunca realmente muy interesante. Y que conste que me cae muy bien el Tom Cruise actor.
- El rey proscrito (2018) – David Mackenzie. Es curioso, pero en contra de lo que me sucede con otras películas, que a medida que pasa el tiempo se pierden en mi memoria por irrelevantes tras el impacto inicial, esta, que desdeñé tras verla en su momento, cada vez la recuerdo con mayor gusto, con mayor interés. La secuencia inicial es fantástica. Podría considerarse la "secuela" cronológica de Braveheart (Mel Gibson, 1996) pero se aleja completamente de su épica y opta por un realismo frío, alejado de las grandes emociones. Y a pesar de todo lo bueno que pueda decir de ella también he de reconocer mi aburrimiento viéndola. Paradojas.
- Dark Star (1974) – John Carpenter. Qué maravilla. Cuánto me reí, cómo me sorprendió y cuánto me gustó. Surrealista película de "ciencia ficción" del Carpenter más irreverente. Me quedo con ese extraterrestre-globo tocacojones. Y con esa bomba inteligente que va cobrando consciencia hasta enfrentarse a un dilema filosófico irresoluble. Esta película me ganó el corazón para siempre.
- Generación Kronen (2015) – Luis Mancha. Documental que examina las consecuencias de la publicación de la famosa novela de José Ángel Mañas, Historias del Kronen, allá por 1994, y la revolución editorial y generacional que se construyó artificialmente a su alrededor. El paso del tiempo, las decepciones, los castillos de naipes vitales que se desmoronan y las traiciones de la sobredimensionada industria literaria de España son temas que se tratan de manera más superficial de lo que uno hubiera deseado. Pero, en todo caso, el retrato (que se intuye más que se muestra) de un "tiempo literario" perdido resulta apasionante.
- Blog (2010) – Elena Trapé. Un extraño pacto entre varias adolescentes de un centro educativo es la premisa de la que parte esta historia que fracasa completamente en el análisis de los motivos que pueden haber tras esta decisión adolescente mientras que, curiosamente, acierta en el retrato humano de los momentos de intimidad y de amistad entre unas niñas que empiezan a descubrir el mundo apoyándose las unas en las otras.
- La balada de Buster Scruggs (2018) – Hermanos Coen. Nunca entré de verdad en ninguno de los relatos que conforman esta película. Y lo intenté, en serio. Porque el western forma parte de mi vida. Porque de pocas cosas he disfrutado más cinematográficamente que de las historias enmarcadas en esa frontera americana. Porque en muchas ocasiones he conectado con el universo de los Coen (no siempre) y en esas ocasiones he disfrutado mucho de su cine. Podría engañar(me), ejercer de cultureta o valorar cuestiones artísticas de manera aséptica. Pero no, la realidad es que la propuesta al completo, de principio a fin, salvo destellos, fue una decepción absoluta. Y la película me resultó un coñazo infinito.
- Venom (2018) – Ruben Fleischer. Entretiene a ratos, sobre todo al principio, que es cuando suelen funcionar este tipo de películas, pero termina naufragando en un tramo final en el que los remontajes y los bruscos giros de tono y de ritmo la lastran y terminan condenándola.
- Viudas (2018) – Steve McQueen (cine). Peliculón. La gran olvidada en la carrera de los premios de este año. Es incomprensible. Más allá de unas interpretaciones femeninas portentosas bajo la dirección atinada de un McQueen que rueda como los ángeles, hay un interesantísimo subtexto en toda la historia que nos habla de un mundo masculino en decadencia, que está desapareciendo, que muere sin remedio y en el que incluso aquella vieja épica de las lealtades masculinas que aparece en los momentos vitales está ya corrompida. Frente un universo masculinizado, individualista y fracasado emerge la posibilidad de un nuevo comienzo en el que las mujeres aprenden a mirarse y a reconocerse en sus diferencias. Mujeres que se encuentran y empiezan a construir puentes entre ellas bajos nuevas premisas y nuevas lealtades. Y a todo esto hay que sumarle la secuencia, rodada desde fuera de un coche en movimiento, en la que solo se escucha la voz histérica del personaje que interpreta Colin Farrel. Un discurso que suena como patético epitafio final de una forma de dirigir el mundo. Película fantástica.
- The Predator (2018) – Shane Black. Tiene tantas ganas de recordarnos continuamente con sus diálogos que pretende recuperar las viejas esencias del cine de acción macarra y despreocupado (e hipermasculinizado) de los 80, que al final se olvida de construir una trama lo suficientemente digna que consiga evitar que la película desbarre en una última media hora abochornante.
- Alpha (2018) – Albert Hughes. Fantasía prehistórica para niños que cuenta la que sería la primera domesticación de un lobo para convertirse en animal de compañía del ser humano. Aburrida, convencional, sentimentaloide.
- Blackkklansman (2018) – Spike Lee. Gran película. Una historia repleta de ironía y mala leche que narra la infiltración real de dos policías (uno negro y el otro judío) en el Ku Klux Klan de los años 70. Con un montaje espectacular y una dirección impecable, la película finaliza con último giro que conecta los eventos acaecidos en un pasado que ya parece lejano con inquietantes imágenes reales del convulso presente de EEUU.
- Roma (2018) – Alfonso Cuarón. De lo mejor que vi este año. Película enorme y honesta. Nadie puede presentar objeción alguna a un acabado formal de una calidad incontestable. Las críticas han surgido en relación al supuesto clasismo que destila la historia. No entiendo esas críticas porque precisamente ese clasismo es algo que Cuarón, de manera tremendamente honesta, no pretende enmascarar en ningún momento: Cleo es la criada de la familia. No es un miembro de ella. Y es en las contradicciones y exigencias emocionales (y de sumisión) que esa relación laboral demanda donde surgen las reflexiones más perturbadoras e inquietantes que se pueden extraer de la historia. En ese sentido el final es elocuente y lacerante: toda la familia ya está en la casa tras el episodio de la playa y los niños se sientan para contarle a la abuela el heroísmo de Cleo para salvarlos del mar. Solo interrumpen la historia para pedirle a esa misma mujer, sin mirarla, que les traiga bebidas y pasteles. Magistral. Obra maestra.
- Rompe Ralph (2002) – Rich Moore. Hablaban tan bien de la segunda parte que, antes de verla, creía necesario acercarme a esta primera parte que en su momento ni valoré ver. Error. Bala malgastada. Ahora ya tampoco me interesa, de momento, la segunda. Nada realmente que objetar a la película salvo lo fundamental: ¿para qué?
- Starcrash (1978) – Luigi Cozzi. No veo muchas películas como esta a lo largo del año, pero cómo las disfruto cuando aparecen... Ciencia ficción de serie Z nacida al rebufo del éxito de Star Wars. Con un sorprendente buen acabado en los efectos especiales, la historia es una pastiche delirante en el que se copia sin vergüenza y en el que resuenan desde los clásicos griegos hasta Flash Gordon y, por supuesto, Star Wars. Es una cosa tan disparatada, tan delirante, tan sexista y tan absurda que te engancha sin remedio. Y ya cuando la trama avanza, cuando desaparece toda coherencia argumental, con robots que resucitan, mujeres presas que realizan trabajos forzados vestidas con diminutos y sensuales bikinis, supositorios galácticos con soldados en su interior para asaltar fortalezas espaciales y, como remate final, la aparición estelar de un jovencísimo David Hasselhoff como príncipe salvador, solo puedes hacer una cosa: levantarte del sillón, aplaudir con fuerza y meterte otro whisky para celebrar tamaño disparate.
- Spider-Man un nuevo universo (2018) – Peter Ramsey, Robert Sichetti y Rodney Rothman (cine). Visualmente apabullante y muy entretenida, la película es un divertimento de categoría que abre nuevas posibilidades al universo marvelita en el mundo de la animación cinematográfica.
- Les garçons sauvages (2018) – Bertrand Mandico. Extraña, perturbadora y oscura historia en la que resuenan los ecos de El señor de la moscas y que bebe directamente de las fuentes del surrealismo. Con una fotografía impecable, narra la redención a través de un viaje a los infiernos de sí mismos de un grupo de niños tras haber cometido un horrendo crimen. Una joyita no apta para todos los públicos.
- Lo que esconde Silver Lake (2018) – David Robert Mitchell. Cine lisérgico que bebe de Hitchcock y de Lynch para narrar una historia que parece mostrar el desconcierto vital de una juventud actual a la que le resulta mas sencillo enfrentarse a una demencial conspiración existencialista que a la realidad de un sistema económico que la arrincona.
- The Sisters Brothers (2018) – Jacques Audiard. Western atípico pero sugestivo que sigue las andanzas de dos hermanos delincuentes. Con unas actuaciones fantásticas, tanto de los actores principales como de los secundarios, la película discurre por diferentes meandros narrativos sin que se pierda el interés por unos personajes a los que se les termina cogiendo cariño. Curiosa.
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