Cada mañana me cuesta un poco más parar unos segundos mi
carrera mañanera hacia el metro, acercarme a mi kiosco habitual y comprar el
periódico. La compra diaria de prensa escrita ha sido una necesidad para mí
desde que comencé la
Universidad (hace casi veinte años) y puntualmente empecé a
comprar El Mundo buscando con avidez las columnas de Umbral. Con los años,
salvo que por algún motivo no saliera de casa, cada día he comprado uno o dos
diarios con el simple objetivo de conocer el mundo que me rodeaba para poder
construir una opinión sobre él. En mi infancia y adolescencia tuve la suerte de
que cada día entraran en mi casa al menos dos periódicos, y en muchas ocasiones
incluso tres o cuatro. Gracias a mi padre y a mis hermanos mayores cada tarde aparecían
por el salón o la cocina el ABC, El País, El Mundo, el Diario de Sevilla… e
incluso anteriormente, los prematuramente desaparecidos El Sol o Diario16
(además de la prensa deportiva). Todos ellos fueron la puerta que atravesé para
encontrarme con el periodismo como fuente no sólo de información, sino también
de opinión y literatura. Con ojos críticos y siempre muy abiertos (en una época
en la que aún no se podía soñar con las posibilidades que Internet ofrecería
con el tiempo) convertí en una de las pasiones de mi vida conocer, identificar, desentrañar y
dilucidar las razones intrínsecas por las que se producían los diferentes
enfoques periodísticos de las mismas noticias en diferentes medios. Antes de
saber nada de Chomsky o de los análisis teóricos sobre la manera de conformar
la opinión pública a través de los grandes medios de comunicación, fui anotando
cuidadosamente tendencias, confluencias de intereses, nombres de las empresas
matrices que eran las dueñas de diversos medios diferentes, intereses espurios
enmascarados tras noticias que parecían ser tan sólo crónicas objetivas de hechos
que se estaban desarrollando, exclusivas filtradas con intenciones bastardas,
tratamientos diferenciados de políticos y grandes empresas, giros sorprendentes
en el tratamiento de ciertas informaciones con objetivos no confesados… A pesar
de que la mochila con la que iba cargando tanta información se hacía cada vez
más pesada y su análisis me llevaba a sentir cada vez mayor desconfianza hacia todas las cabeceras de prensa españolas
que conocía, al final, siempre, diariamente, encontraba motivos para continuar
pagando religiosamente cada mañana para encontrarme con crónicas y opiniones
honestas que mostraban que detrás de la podredumbre empresarial que dominaba a
los medios había muchos profesionales luchando por no terminar sepultados en el
cenagal. Periodistas y columnistas que lanzaban botellas al mar de los lectores
bajo la mirada desconfiada de sus superiores, esperando cada vez que aquélla no
fuera la última vez que les permitieran el desafío. Ese halo romántico de
búsqueda de la verdad desde la independencia que el periodismo siempre había llevado
consigo no era más que el lejano eco de una leyenda de otra época que tal vez
ni siquiera existió; esa cantinela que apelaba a su relevante papel como cuarto
poder que ejercía de contrapeso a los demás poderes en las “sociedades libres”
era más bien motivo de risa o sarcasmo. Pero la calidad de muchos de sus
escritos y la ausencia de alternativas seguían haciendo impensable abandonar su
lectura si alguien quería seguir estando medianamente informado de ciertas
cosas.
Hace ya varios años que noto como aumenta mi desagrado y mi
desapego hacia esa prensa escrita diaria. Superado el encantamiento inicial, lo
mínimo que uno pide como consumidor es que se le ofrezca un producto con unas
mínimas garantías de fiabilidad y calidad. El deterioro de la prensa diaria
española parece ya imparable: algunas de las mejores firmas de opinión han
desaparecido, otras han envejecido lastimosamente y por último han aparecido
otras que nunca pensé poder leer en periódicos de pretendida calidad. Los
redactores que han ido viendo cómo se precarizaba su trabajo al tiempo que las
nuevas tecnologías irrumpían en el periodismo tradicional, fueron abandonando las
calles y el compromiso con la información contrastada para refugiarse en
Internet, en el remedo de noticias de agencias y en la perezosa búsqueda
googleliana para completar sus escritos. Por otro lado es significativo que, en
esta época de brutal crisis económica y social, la oferta diaria se ha
terminado escorando lastimosa y patéticamente hacia una derecha socialmente
conservadora y económicamente neoliberal, que pontifica sin contrapesos y
construye una realidad a su medida que traslada a muchos de sus indefensos
lectores, siendo imposible encontrar en el kiosco periódicos que permitan que,
desde sus páginas, se expresen esa otras voces que, de manera argumentada, intenten
defender esas otras ideas que no son las que dicta el capitalismo neoliberal.
Pero en los últimos meses estoy asistiendo estupefacto a una
aceleración del envilecimiento en el tratamiento de las noticias en la prensa
tradicional que provoca vergüenza ajena e indignación. Periódicos de larga
tradición están abandonando ya todas las formalidades sobreentendidas en la
profesión y, emulando sin sonrojo a la peor televisión basura, están
construyendo información a base de retorcer y manipular torticeramente la
realidad hasta adecuarla a sus más bajos instintos ideológicos y empresariales
(¿no son los mismos en el fondo?). He sentido impotencia y un enorme desprecio ante la sucesión de portadas y noticias de algunos de
lo principales diarios españoles que, incumpliendo las mínimas reglas del
decoro y deontología profesional, han arrastrado por el suelo su ya desgastado
prestigio para "informar" a sus lectores de los diferentes movilizaciones
sociales que se suceden por toda España. Algunos de estas historias las he ido
guardando y en el siguiente post las expondré una a una para para mostrar las entrañas más miserables de la prensa española
(Continúa)
(Continúa)
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