26 octubre 2016

Esquiroles contra la marea verde. Apuntes para una taxonomía esquirola

Una nueva huelga educativa contra la LOMCE, una ley tan inútil para solucionar problemas reales como peligrosa por provocar otros nuevos. Una ley profundamente retrógrada en sus principios ideológicos. Una ley que conlleva absurdos cambios burocráticos en los centros educativos que ahogan la labor de los profesores mientras permite ratios desorbitadas, segregación en las aulas, institucionalización de la enseñanza concertada (incluso la que separa por sexos), recortes en los cupos de profesores de los centros o precariedad laboral en los interinos. Que permite que la religión contabilice en la nota media con la que un alumno compite para entrar en uno u otro grado universitario. Una ley que aplicada en Madrid permite pasar de curso sin que cuenten los suspensos en Tecnología o Música mientras que suspender religión sí podrá hacer repetir a un alumno el curso. Una ley que además incorpora ese engendro que son las reválidas, el mayor absurdo, la mayor imbecilidad, tan injustas como inútiles. Una ley educativa que tras la reivindicación de la cultura del esfuerzo esconde una ideología decadente y elitista, que promueve el éxito educativo solo en aquellos sectores sociales adaptados al sistema. Una ley que, salvo contadas excepciones, solo genera rechazo y desconfianza en la gran mayoría de los profesores de la educación pública. Los que realmente pasan cada día dentro de las aulas y conocen de primera mano los problemas reales que los recortes educativos han provocado. Tal vez por eso una huelga como ésta es tan útil para conocer cómo respira la comunidad docente. Y por eso es un buen momento para completar y actualizar el catálogo de esquiroles educativos, cuya primera entrega escribiera hace unos años centrándome entonces, particularmente, en aquel al que denominé esquirol lúcido. Acometamos pues la construcción de un primer acercamiento a una taxonomía esquirola basada en mis experiencias en diferentes institutos. 

-El esquirol lúcido: es consciente de la gravedad de la situación en la que se encuentra la enseñanza pública y del punto de inflexión que las políticas actuales van a suponer para el futuro de miles de jóvenes. Conoce de primera mano las injusticias que genera la doble red pública/concertada porque su capacidad intelectual y cultural le permiten estar al tanto de todo lo que va sucediendo. Gracias a eso es capaz de encontrar siempre alguna razón por la que, finalmente, no debe juntarse a la infantería que, con sus propias dudas y contradicciones, se compromete con una huelga tras otra. Asienta su argumentación sobre dos o tres recias ideas construidas siempre desde una posición de seguridad laboral (nunca será un interino) que le permiten no terminar de ensuciarse las manos (ni perder su tiempo, ni su dinero) con huelgas a las que predice nulo éxito, en un ejemplo diáfano de profecía autocumplida que él mismo se encarga de ayudar a que se satisfaga acudiendo el día de huelga a trabajar. Es un peligroso agente desmovilizador en los claustros de profesores ya que su opinión suele ser escuchada y respetada, por lo que su decisión anunciada de no participar en las huelgas permite encontrar la excusa final a muchos otros (que suelen sufrir una acusada indigencia intelectual) que tan solo esperan la ocasión perfecta para escabullirse de sus responsabilidades ciudadanas. 

-El esquirol pusilánime: es una raza curiosa esta de los pusilánimes. Suelen ser interinos, de cualquier edad, que viven siempre con temor a todo, con desconfianza perpetua, inmersos en un silencio ideológico autoimpuesto con el objetivo de no hacerse notar, de pasar desapercibido. Cuando se equivocan y se les deja hablar muestran un indisimulable rencor de fondo por esos otros funcionarios, los de la plaza, a los que acusan de nunca apoyarlos lo suficiente en sus reivindicaciones laborales. Paradójicamente, ellos mismos siempre encuentran la excusa perfecta en sus bajos sueldos (por las jornadas parciales) o en su situación laboral inestable para no apoyar ni siquiera las huelgas contra los recortes que han precarizado hasta la humillación su figura laboral. Fui testigo de cómo especímenes de este biotipo se arrugaban y se convertían en esquiroles de las huelgas convocadas precisamente para impedir su propia precarización. No se lo podían permitir económicamente, argumentaban, pesarosos. A día de hoy aun pienso en ellos, en cómo se las arreglaron cuando no fue un día o dos de sueldo los que les quitaron por las huelgas (que no hicieron), sino dos meses de sueldo al año cuando empezaron a despedirlos en junio. 

-El esquirol ruin: suele ser relativamente joven, menor de 40 años, urbano, sin demasiadas cargas familiares. Lleva años contando sus aventuras en países exóticos o sus vacaciones a todo tren en playas o alojamientos rurales. Cuando llegan las huelgas, aunque ideológicamente, de manera superficial, parece compartir las reivindicaciones, nunca termina de ver claro públicamente la utilidad de las mismas: "esta no es la estrategia a seguir" o "no sirve de nada", argumenta con cara de circunstancias, sin profundizar demasiado en ninguna de esas ideas. Finalmente, en privado, a alguno de los que sí hará la huelga le comentará, misterioso, exigiendo comprensión, que ahora mismo no puede permitirse perder ese dinero por una cuestión personal e insoslayable pero que, sin duda, los apoya. Que es terrible lo que están haciendo. Que vaya desastre todo. Un crack. En unos meses se olvidará de las contradicciones y la coherencia y te empezará a contar dónde va a pasar el verano, en ese país extranjero, tan exótico, tan lejano, por un precio bajísimo, casi un regalo... 

-El esquirol ideológico: tan coherente como miserable. Como buen funcionario liberal (siempre con plaza), como buen tonto útil del sistema, vive de lo público mientras apoya su desmantelamiento en todo aquello que no afecte demasiado a su sueldo y privilegios. Asumirá incluso una mayor carga laboral porque tampoco el que sus alumnos aprendan o no le suele preocupar demasiado. Al fin y al cabo, no serán sus hijos los que pisen una escuela pública y considera, en el fondo, a muchos de sus alumnos desahuciados sociales. Tras aprobar un oposición, como buen defensor de la meritocracia y la competencia constante,  se dedica a mirar desde su barrera de funcionario cómo son los demás los que se matan por sobrevivir mediante trabajos de mierda. Y considera los días de huelga como días perfectos para no trabajar cobrando.

-El esquirol inane: el ejemplo perfecto de cómo tener una carrera universitaria nunca es sinónimo ni de cultura ni de capacidad. Hay personas que deciden, tras terminar esos estudios mínimos que le permiten acceder a la profesión docente, no volver a preocuparse jamás por seguir leyendo, conociendo, aprendiendo o reflexionando. Y se convierten en amebas intelectuales. En la sala de profesores, el esquirol inane hace como que se interesa algo por esa huelga, esa anomalía cósmica sobre la que varios compañeros discuten. Pregunta extrañado los motivos de la convocatoria, parece incluso escucharlos con atención, y se hace el sorprendido ante las injusticias que pretenden denunciarse, como si los motivos de la reivindicaciones fuesen un conocimiento arcano al que solo unos pocos privilegiados pueden acceder. "Es que aquí no ha venido nadie de ningún sindicato a contarnos nada y claro, yo no estaba enterado". Lo de internet y la autonomía en la búsqueda de información no van con él. Su cara transluce la nada interior. Volverá a sentarse a corregir sus exámenes. E irá a trabajar el día de huelga sin ni siquiera recordar que esa huelga estaba convocada para ese mismo día. 

-El esquirol  hipócrita: una raza a la que tengo especial aversión. Será capaz incluso de ir a trabajar el día de huelga enfundado en su camiseta verde. Su mayor interés es desmarcarse del resto de esquiroles y generar empatía y comprensión en el grupo de los huelguistas, al que pertenece por ideología. El esquirol hipócrita o indignadito supone, egoísta y miserablemente, que es el único con problemas económicos, familiares o personales. Considera que no puede permitirse perder un solo día de sueldo (o varios) y, aun manteniendo artificialmente un discurso crítico hacia los recortes, asume que los demás tenemos que entender que su contribución a la causa es manifestarnos públicamente su apoyo mediante la dichosa camiseta, mientras también se ocupa de desmovilizar aduciendo, cuando se le presiona, que las huelgas no son la salida a nuestros problemas, que hay que ser más creativos. Igual, si se tercia, no llueve y no le viene muy mal, se paseará por la tarde por la calle en la manifestación de turno. Asume con desparpajo que él también está luchando a su manera, aunque nunca le encontrarás jugándose un euro de su bolsillo o un ápice de su seguridad laboral mediante algún acto subversivo contra aquellos que asfixian a la educación pública. A lo más que llegará será a hacer encendidas y pueriles defensas abstractas del valor de la enseñanza pública mientras critica a la rancia derecha y en su perfil de Facebook cuelga lacitos verdes, videos empalagosos y demás chuminadas con las que cree contribuir a la causa. 

El esquirol novato: es joven, muy joven, acaba de empezar a trabajar en la enseñanza pública. Ha sido criado en una burbuja académica y familiar y el azar, o sus capacidades, le han permitido acceder a un puesto docente a muy temprana edad. Está tan contento de trabajar y de ganar un buen sueldo fijo todos los meses que se olvida incluso de leer algo que le sirva como sustento intelectual a su labor docente. No le llega. Siempre sonriendo de manera juvenil observará y escuchará las quejas de los estresados y encabronados huelguistas como el que oye llover. Nada de esto va con él. Vive en otra parte y sus motivaciones son fundamentalmente hedonistas. La seriedad de la vida le aterra. En su evolución terminará mutando sin esfuerzo en algunos de los anteriores esquiroles descritos. 

-El esquirol de CCOO: una  singularidad de difícil explicación ideológica. O no. Es un profesor que en su esquizofrenia ideológica discrimina la acción reivindicativa según la apadrine o no #SUsindicato. Ese que procuró boicotear las aspiraciones de autoorganización de la Marea Verde allá por 2011. Tiene el superpoder de ignorar sin bochorno alguno las convocatorias de huelga impulsadas por sindicatos y colectivos diferentes a #SUsindicato. Aunque las reivindicaciones sean exactamente las mismas que él defiende y sean iguales a las que utilizará #SUsindicato para convocar la huelga siguiente. Cuando #SUsindicato sea el que convoque pondrá en el grito en el cielo y denunciará con acidez la apatía de sus compañeros esquiroles. "Asco de esquiroles", clamará. Y cuando le hagas ver que hace pocos meses él no apoyó la huelga anterior, esa que hizo como que no existía y de la que nunca habló en la sala de profesores porque no la convocaba #SUsindicato, te mirará con extrañeza, como quien escucha hablar a un mono. Porque él, por supuesto, solo podrá hacer una huelga si la convoca #SUsindicato. Porque él es muy de izquierdas y mucho de izquierdas. Y es de izquierdas y mucho de izquierdas porque está afiliado a #SUsindicato, claro. Y #SUsindicato es el único de izquierdas y mucho de izquierdas con legitimidad para defender a la escuela pública. Y a ver si nos enteramos de una vez y no se lo hacemos repetir. Hombre, ya. 

-El esquirol kamikaze: un grande este tipo. Está o estuvo en contacto con sectores muy movilizados y críticos con el sistema. Suele tener un discurso incendiario en el que apenas deja resquicio a duda alguna. Lleva ya unos años de profesor pero no olvida (y no va a dejar que los demás profesores olviden) sus radicales orígenes sociopolíticos y el asco que le da un sistema social y político que considera putrefacto y nocivo. Despotrica continuamente de compañeros y sindicatos por melifluos, cobardes y débiles en sus formas de lucha social. Y, por supuesto, nunca apoyará una huelga de un solo día. Él considera que al menos deberían ser tres. Tampoco apoyará una huelga cuando sea de tres días. Porque lo que ahora se debería hacer es convocar una huelga de tres días, sí, pero todas las semanas al menos durante un mes. También despreciará la convocatoria de una huelga indefinida de tres días a la semana. Cobardes, pensará, porque lo que tocaba ahora era hacer una indefinida de verdad. Y no firmar las actas de junio. Ni las de septiembre. Finalmente, el esquirol kamikaze nunca podrá hacer una huelga. Todo es poca cosa para él. E irá a trabajar ese día con la sonrisa despectiva en la boca mientras piensa que él tenía razón, que el sector educativo nunca estará a su altura. El reino reivindicativo del esquirol kamikaze no es de este mundo. 

-El esquirol hastiado: uno de los más tristes. Ha participado en muchas de las huelgas anteriores (nunca en todas) y afirma ya no poder más ante la supuesta irrelevancia de las mismas. Asume que no hace lo que debe pero asegura que el cansancio ha carcomido sus ganas de presentar batalla. Mantiene una cierta dignidad, ese aire de viejo luchador derrotado, pero suele esconder en lo más profundo de sí a algunos de los esquiroles anteriores, pugnando desde hace años por surgir, a la espera de unas condiciones ambientales más adecudas para un esquirolismo no traumático en sus relaciones sociales. Evidentemente, eso es algo que nunca reconocerá.

Hoy todos ellos estarán en los institutos y colegios públicos. No darán clases porque la mayoría de los alumnos no irán hoy a los centros. Y disfrutarán de ese café continuo, ese café tan miserable, durante toda la mañana, sin trabajar, cobrando, sin hacer nada, a costa de los que sí hacen huelga. A costa de nosotros. Que disfrutéis el día, compañeros.

01 octubre 2016

Los últimos estertores de El País

Tal vez estemos asistiendo al principio del fin de El País como el periódico que todos conocimos. Comienza a recordar a ese Jiménez Losantos con el que tantos conectaban en la COPE, en los años de Zapatero, porque a la gente le excitaba oír cada mañana su siguiente barbaridad, la nueva barrabasada de un tipo que terminó devorado por los adjetivos. En realidad esa atención mediática no es más que un canto de cisne, un camino sin retorno. Una vez que pierdes el prestigio y la credibilidad, que tiras por el desagüe tantos años de artificio perfectamente diseñado, solo queda la mofa, la ira, el desprecio y el desdén final. Le pasó a Jiménez Losantos, cuando la gente se cansó de tanta visceralidad interesada y llegó el choteo. Cuando sin que él lo pretendiera mutó de periodista a personaje, a caricatura. Por ahí sigue. Nadie le hace ya caso. 

El País hace ya tiempo que dejó de ser referencia para nadie. Su línea editorial, la que durante tantos años marcó el rumbo sociológico de este país, ahora solo se lee con fruición para constatar la desquiciada deriva de un periódico que durante décadas trató de construir una imagen de mesura e imparcialidad, de distancia reflexiva, que finalmente ha cristalizado en un sectarismo rencoroso y endiosado, cuya pretensión de influencia provoca la risa y la indignación, la vergüenza ajena y el repudio intelectual. Sus editoriales han alcanzado el nivel de pitorreo que provocaban hace unos años las portadas de la ya extinta La Gaceta y cuyo testigo recogieron hace unos años las portadas de La Razón, cuando cada noche en Twitter el cachondeo se instalaba a la espera de que Marhuenda hiciera pública la última majadería de un periódico convertido en chirigota. El camino ya estaba marcado. El País lo siguió a pesar de las señales.

Toda deriva encuentra su final, el punto de inflexión a partir del cual ya no hay vuelta atrás y, como le pasara a Losantos, teóricamente en las antípodas ideológicas, la chirigota finalmente se transforma en irrelevancia cuando nadie puede ya asumir como verdad el relato de la realidad construido por el periódico de PRISA. El papel de El País en la actual crisis del PSOE ha superado cualquier expectativa. Sus ataques a Pedro Sánchez por no inmolarse dejando gobernar a Rajoy para que la maquinaria extractiva de las élites económicas del país continúe funcionando sobrepasa los límites de cualquier manual básico de decencia periodística. Somos testigos de los estertores finales de un periódico trascendental para entender a nuestro país. Sacrificado finalmente por Cebrián como último servicio a esas élites de poder a las que vendió su alma y su dignidad.

El País sobrevive a duras penas desde hace años gracias a la memoria de una parte de la sociedad (fundamentalmente mayor de 50 años) que lo sigue asociando con ese "intelectual colectivo" del que hablara Gregorio Morán. Durante años muchos fueron incapaces de asumir la orfandad que les provocaba alejarse del discurso prefabricado del grupo PRISA. Era excesiva la obligación de construir uno propio a través de voces fragmentarias. Demasiado esfuerzo para los que solo querían mantener una imagen de progre de salón crítico con la estética de la derecha cavernaria. Y disfrazaron su incapacidad para rebelarse mediante el elogio huero de ese periodismo nominalmente "serio y de calidad" que se convirtió en la marca de El País. Pero el problema persistía. Porque tras ese periodismo "serio y de calidad" el hedor se fue haciendo insoportable y el lector fiel no pudo seguir mirando hacia otro lado ante los posicionamientos sociales, políticos y económicos de un periódico al servicio de bastardos intereses empresariales. Después llegó la crisis, Y surgió Podemos, y llegaron los despidos, los vetos, el miedo y las contradicciones. El supuesto periodismo "serio y de calidad" se reveló como un periodismo mutilado, dócil con el poder y agresivo con las alternativas sociales que iban surgiendo. El País ha ido perdiendo su aura y su credibilidad al mismo ritmo que los bancos y los fondos de inversión se iban haciendo con PRISA con la aquiescencia de Cebrián.

El desastre económico al que abocó Cebrián a PRISA hizo que las costuras ideológicas de El País saltaran por los aires. La libertad de prensa es una de las grandes ficciones de las democracias capitalistas. La libertad de prensa no es más que libertad del gran capital para imponer su agenda y defender sus planteamientos Los editoriales del último año de El País deberían publicarse en una antología del disparate periodístico. Como muestra del suicidio de un periódico que un día fue referencia de un país y construyó el relato de un época. Tal vez entre todos los editoriales el más sonado ha sido el dedicado hace poco a Pedro Sánchez, ese "insensato sin escrúpulos".

Un editorial que el propio Comité de Redacción del periódico ha criticado sin que Antonio Caño, actual director, se dé por enterado. Doloroso para muchos ha sido también el atronador silencio de todas esas plumas "de calidad" del diario, tan dispuestas siempre a luchar por causas justas. Siempre que ello no les amenace el bolsillo, claro. Ni una palabra de Millás, Muñoz Molina, Elvira Lindo, Azúa, Jabois...


El País ha implosionado. Más allá de lo que finalmente suceda con el PSOE, su apoyo editorial a un gobierno del PP de Rajoy por el bien de la "gobernabilidad de España" es la gota final que desborda el vaso de unos lectores que se encuentran desnortados, incapaces durante mucho tiempo de reconocer los indicios que mostraban la manipulación informativa de un medio que era su referencia intelectual, pero que ahora ya no tienen más opción que asumir, aunque sea de mala gana, que El País hace mucho tiempo que solo sirve como punta de lanza de los poderes económicos del país para que nada amenace al sistema desde la izquierda del arco parlamentario. El País es ya esa caricatura a la que aludí al comienzo. El País es una chirigota. Tratará de seguir influyendo en la sociedad española, intentará cada vez con mayor desesperación y menor disimulo imponer sus opiniones interesadas. Pero una vez descubierto el artificio muchos de sus lectores no podrán ya seguir dejándose engañar con la facilidad con la que antaño lo hicieron. A El País se le ha perdido el respeto y ha dejado de ser intocable. Ha tirado por la borda su prestigio convirtiéndose en un lodazal de informaciones y editoriales sin mesura ni decencia. Apenas unas pocas voces aisladas resisten el temporal. Este es el legado que deja Juan Luis Cebrián, el gran muñidor de nuestra democracia, el hombre tras la tramoya.

24 septiembre 2016

La corrupción moral del PP de Madrid: Lucía Figar, la Púnica y la Marea Verde

Lejos quedan ya los días de la Marea Verde madrileña. Se cumplen ahora cinco años de un movimiento de rechazo visceral a las políticas de recorte y de ataque a la escuela pública por parte de una de las administraciones políticas más despreciables de la España democrática: la dirigida por Esperanza Aguirre en Madrid. Aquel verano de 2011, tras años de priorizar la escuela privada-concertada y socavar a la escuela pública mediante una segregación social enmascarada tras una perversa "libertad de elección" (para algunos, claro), el Gobierno de Aguirre, a través de la Consejería de Educación, dirigida por entonces por Lucía Figar (la que buscaba una empleada del hogar que supiese tagalo), y aprovechando la crisis económica y social en la que estaba envuelto el país, entendió que era el momento de golpear con fuerza y sin compasión a la enseñanza pública para que triunfara por fin su modelo de estratificación social a través de la educación obligatoria, un modelo que además conlleva pingües beneficios para un sector privado ávido por obtener un mayor lucro en el negocio de la educación, algo para lo que necesita obligatoriamente la degradación de la enseñanza pública. Con el innecesario aumento de la carga lectiva de los profesores de Secundaria consiguió prescindir de miles de profesores, sobrecargó de horas de guardias y apoyos a los que quedaban, los obligó a multiplicar las materias afines (de las que no eran especialistas) que tendrían que impartir y, en paralelo, continuó aumentando progresivamente las ratios de alumnos por aula, eliminando programas educativos de compensación social para los más desfavorecidos y precarizando y humillando a los profesores interinos. Una jugada maestra que disfrazaron como ejercicio de necesaria austeridad que la crisis económica demandaba. Nada más lejos de la realidad. Aquello suponía tan solo un ahorro anual de 90 millones de euros. En el mismo año que ACADE (patronal de la enseñanza privada) se felicitaba por conseguir aumentar las desgravaciones para los padres con hijos en la enseñanza privada (NO concertada) hasta los 65 millones de euros. Aguirre y Figar no montaron toda aquella operación para ahorrar, no, eso todos lo sabemos ya a estas alturas. La magnitud de los recortes no era en absoluto relevante en lo económico pero sí era trascendente para la realidad diaria de los IES madrileños. Significaba el tiro de gracia a una enseñanza pública que durante los últimos años había tenido que asumir casi en soledad (debido a la competencia desleal de la enseñanza concertada) el enorme desafío que había supuesto el enorme flujo migratorio que había llegado a Madrid en la época de bonanza económica. Con multitud de centros públicos en el alambre social, apenas sostenidos sobre los hombros de algunos docentes dispuestos al voluntarismo para llegar allí donde no llegaba la Administración, la nueva situación sobrevenida era una bomba sucia que los iba por fin a rematar. Los malos docentes ya tendrían la excusa para seguir haciéndolo mal. Y los buenos, desbordados ante la sobrecarga laboral y el desprecio administrativo y social, tendrían que ir dejando de lado todo aquello que no fuera estrictamente obligatorio, ciñéndose a su horario laboral, sin posibilidad de intervenir en la mejora de la convivencia en unos centros que en no pocos casos están normalmente al borde de la explosión social, con aulas repletas y alumnos con muchos problemas. Por eso fueron los docentes los primeros que se dieron cuenta de la enorme gravedad de la sucia maniobra política de Figar y compañía. No salieron a la calle solo por esas horas lectivas de más que suponían otras tantas horas de guardias y apoyo. No, se rebelaron porque, asustados, fueron los primeros en darse cuenta de que estos recortes significaban el principio del fin de la idea de educación pública como un servicio social prioritario, sufragado por todos para dar a los hijos de todos una oportunidad real de futuro. No voy a volver a construir aquí el relato de esa emocionante reacción de la comunidad educativa. Una reacción que fue tan emocionante como, lamentablemente, insuficiente (a pesar de lo que la leyenda cuente). Ya lo conté en tiempo real desde aquel primer post que escribiera a finales de julio de 2011 (profesores encabronados), a través de varios posts en los que reflexioné, me emocioné, dudé y sufrí nuestra lucha y nuestra derrota.

 
Porque sí, también perdimos aquella batalla, a pesar de que leyendas bientencionadas defiendan que la Marea Verde resultó de algún modo victoriosa en ella. No es verdad. Fuimos claramente derrotados. La victoria fue para esa derecha cavernaria y rencorosa que gobernaba Madrid y que, al poco tiempo, en noviembre de ese mismo año, cuando la Marea Verde se desinfló exhausta por la incomprensión social, las luchas internas y los continuos ataques a su dignidad, alcanzó la mayoría absoluta con Rajoy y Wert al frente, confirmando que lo peor de la política educativa madrileña se iba a extender al resto de España.

Nada de aquello por lo que se luchó se consiguió. Al contrario. Se normalizó la nueva carga laboral de unos docentes que, desfondados y sin ilusión, bajaron la cabeza y asumieron el sobreesfuerzo abandonando proyectos extraescolares, renunciando a organizar actividades complementarias para sus alumnos e impartiendo materias afines que no dominaban en unas aulas que volvían a estar repletas de alumnos que en demasiados casos presentaban problemáticas sociofamiliares o médicas difícilmente tratables en esas circunstancias. Tras unos meses de activa movilización y de conformación de redes de lucha (ajenas incluso a unos sindicatos adocenados y acomodados), todo terminó diluyéndose ante la fuerza brutal de un enemigo que sacó todas sus armas mediáticas a la calle para destruir el ya escaso prestigio social de los profesores, destrozando sin contemplaciones su reputación mediante la difamación y la mentira. Los mismos a los que años atrás se les llenaba la boca reclamando leyes para defender la autoridad docente.

Y ahora, de repente, se confirma lo que muchos sospechábamos.

Según la Guardia Civil, Lucía Figar pagó con dinero público a la trama Púnica para que montase una campaña en internet y en redes sociales contra la Marea Verde en los momentos más álgidos de aquella lucha social. El objetivo no era solo era mejorar la depauperada imagen de la propia Lucia Figar, sino también difamar a los profesores desde cuentas falsas y a través de medios de comunicación afines y periodistas autónomos. Brutal la desvergüenza. Y los que tenemos memoria recordamos. Y rastreamos las hemerotecas. Y recordamos cómo trató aquella lucha Telemadrid, o Intereconomía. Recordamos las visitas de Figar y Aguirre a estos y a otros medios, mintiendo sin vergüenza, jaleadas por tertulianos enchaquetados, tan dignos ellos, tan serios, tan corruptos, tan miserables. Recordamos las barrabasadas que soltaba por la boca Jiménez Losantos desde su púlpito radiofónico, ese periodista de raza, tan independiente él, tan íntegro. Casualmente siempre babeando en antena por Esperanza Aguirre (¿o era por las licencias que sus gobiernos le daban a Libertad Digital en Madrid?). Libertad Digital, ese medio libre de ataduras, decían, y que al parecer fue financiado con el dinero negro del PP. Qué liberal todo.

Resulta tremendamente ilustrativo unir esta noticia a esta otra que muchos ya habrán olvidado: en pleno conflicto educativo, en octubre de 2011, el PP denunció a diversas asociaciones educativas por la "venta ilegal" de las camisetas verdes. La denuncia la presentaron los que entonces eran Consejero de Asuntos Sociales y Secretario General del PP en Madrid: Salvador Victoria y Francisco Granados... ¿Les suenan?

Salvador Victoria está actualmente imputado, al igual que Lucía Figar, por su relación con la trama Púnica. ¿Y qué decir de Francisco Granados? Solo un apunte, tal vez: al tiempo que denunciaba la venta de estas camisetas al parecer se llevaba mordidas de 900.000 euros por la adjudicación de suelos para colegios concertados. Impresionante. Porque al final, para muchos de ellos, detrás de los ataques a la pública ni siquiera había ideología, sino tan solo miseria moral y ambición de riqueza.

Es todo tan vomitivo, tan repugnante, que el hecho de que esto no vaya a incendiar los centros educativos y solo vaya a generar arrebatos de indignación (como este) a través de Internet explicita a la perfección el lamentable estado de ánimo en el que se encuentra el colectivo docente en estos momentos. Pero hay que recordarlo, hay que repetirlo, tantas veces como sea necesario: con dinero público, con el dinero de nuestros impuestos, también con el dinero de los impuestos de los profesores interinos que despidieron o precarizaron, esta gentuza pagó a una trama corrupta para que machacara a un movimiento social contestario con el poder que solo trataba de defender la enseñanza pública.

Y parece que ya a nadie le importa que sigan gobernando. Ellos o sus herederos.

31 julio 2016

Jugamos como nunca, perdimos como siempre: la derrota de una ilusión

Perdimos. Como siempre. Ya tenemos material para un nuevo relato melancólico de una derrota que se parece demasiado a las de siempre. Perdimos. Y volveremos a perder. Nacimos políticamente perdiendo, eligiendo a los perdedores como receptores de los votos de nuestra escasa confianza representativa. Perdedores a los que en ocasiones, hace años, incluso tuvimos que votar tapándonos la nariz, mirando hacia a otro lado, para no ver de frente su convivencia con el sistema, su conexión con el poder, su miserable confortabilidad de outsider, solo con la esperanza de cambiar algo con nuestros votos y poner límites a un bipartidismo asfixiante. Cumplí la mayoría de edad a mitad de los 90, cuando el partido en el poder, el PSOE, presentaba síntomas inequívocos de descomposición, corrupción y putrefacción, sin que sus fieles fueran capaces de abandonar el barco. Con los años, en los albores del nuevo siglo, muchos de ellos dieron finalmente ese paso para, ¿sorprendentemente?, votar al PP de Aznar y dar la mayoría absoluta a aquel iluminado. Cuánto voto oculto entonces. Qué significativo que fueran tantos de los que destrozaron la imagen pública de Anguita (ese, el de esa puta pinza con la que se le llenó la boca a tanto hijo de puta) los que se pasaran en silencio (cobarde) a la desatada modernidad neoliberal de un PP que por fin se mostraba ante su público sin complejos. Ansiosos todos por pillar cacho. El PP consiguió mayoría absoluta. Ese partido tan eficaz, tan pragmático, tan moderno. Con Rodrigo Rato al frente de una economía liberal que surfeó la ola de la burbuja inmobiliaria para terminar mostrando sus miserias al tiempo que él se hundía en el fango de la corrupción más despreciable. Rato, paradigma junto a Bárcenas de ese PP que, apenas 10 años después de llegar al poder, nos mostró su enorme capacidad de emulación y superación de la vieja y paleta corrupción socialista. Al fin y al cabo, ellos habían nacido en las mejores familias patrias por algo. Podían hacerlo mejor, mucho mejor. Y lo hicieron. Dejando, de paso, esquilmado al país. Su corrupción era modernidad; sus políticas, el futuro; la competitividad pregonada, capitalismo de amiguetes. En esa mentira compartida el español medio creyó vislumbrar el camino para alcanzar sus sueños más húmedos consumistas. Neoliberalismo en vena para todos. El real, no la utopía. Inoculado a través de todos los medios de comunicación del poder. Con PRISA haciendo de caballo de Troya entre tanto pijoprogre mutado en gilipollas en su casa de Pitufilandia. Allí, en las afueras. Una sociedad española que respondía entusiasmada al llamado del dinero sin importarle las reformas laborales, los recortes del Estado de Bienestar en nombre de la modernidad individualista, la privatización de servicios, la concertación de la educación para segregar correctamente (de manera educada) a los inmigrantes, la privatización de la sanidad para convertir la salud en negocio... Nada importaba porque la promesa de la riqueza estaba instalada en todos nosotros. Imbéciles. Como si al final, cuando la cosa se jodiera, fuera a ellos (a esos, sí, a esos políticos en los que estás pensando) o a los otros (sí, a esos otros que son los realmente manejan el cotarro) a los que la crisis que tenía que llegar les fuera a afectar.

Llegó el 15M. Y volvió a ganar el PP (cuántos olvidan eso; cuántos olvidan las enseñanzas del Mayo del 68). Pero no importaba, decían, se estaba gestando un cambio. Mientras, Esperanza Aguirre con su mayoría absoluta (esa que no importaba) llevaba a cabo en Madrid el mayor ataque a la educación pública de la democracia española. Daba igual, aseguraban, el cambio ya estaba en marcha. El desafecto hacia los dos grandes partidos era algo que ya era imposible detener. Cuánta confianza equivocada. Qué incapaces somos de analizar correctamente la realidad cuando los deseos y la esperanza nos ciegan. Confiar en los demás. Nunca fue mi fuerte. Y llegó Podemos, llegó la ilusión, llegó la nueva era de la televisión, de las tertulias, de las redes sociales ensimismadas en su propio ruido. Abandonamos las calles. Para qué continuar en ellas, nos dijimos. Se reían de nosotros, no les hacíamos daño. Ahora sí, ahora por fin los veíamos asustados. Nos emocionamos. Nos crecimos. Nos equivocamos. Mientras nos arrogábamos un liderazgo moral que nadie nos pidió y muchos detestaron en silencio, la sociedad española iba metabolizando lentamente la depravada corrupción del PP. Como antes había metabolizado la del PSOE. Hoy ningún votante de esos dos partidos puede siquiera intentar aparentar defender a su partido de las miserias que sus dirigentes han cometido. Pero eso ya no importa un carajo. Lo que debiera haber significado una catarsis se ha transformado en una especie de espejo de Dorian Grey de nuestra sociedad, que ha utilizado a la política (y a los políticos) como el basurero moral mediante el que expiar sus culpas, abandonar la rabia y refocilarse en un cinismo estúpido, tan casposo y tan cuñado como perverso: todos van a robarnos, todos los políticos son iguales, nada va a mejorar. Todos dan asco ergo podemos seguir votando a los mismos cabrones. No vaya a ser que el cambio, aunque necesario, nos venga mal. ¿Y qué piensa esta gente de los nuevos? Odian a Podemos. Detestan su mera existencia. Es el partido que más rabia les provoca. Sobre todo a los gurús intelectuales de la vieja izquierda. La socialista y la comunista. Qué pena. Tiene sentido. Es el partido que les obligó a bajar la cabeza durante un rato a todos. Eran incapaces de contrarrestar sus verdades, incapaces de esconder sus propias vergüenzas, andaban huérfanos aun del relato justificatorio que el sistema no les alcanzaba a dar durante los años más duros de la crisis. Ahora ya ha pasado el tiempo. Y el tiempo todo lo pudre. Todos los delitos (o presuntos delitos) y todas la contradicciones (o presuntas contradicciones) de los podemitas se jalean con fervor y se difunden con rencor, no hay  atisbo de gradación, asesinato vale lo mismo que hurto y ya no hay posibilidad de réplica si no quieres que te vean como un fanboy sin criterio. El ruido se ha hecho insoportable y sirve para enmascarar la realidad de un país depauperado, precarizado, depresivo y sin futuro, en el que la vieja política vuelve a imponer su agenda mientras no hay una sola posibilidad de que algún cambio concreto y fundamental se produzca en la organización de nuestra sociedad.

En las ultimas elecciones no había una sola razón para dejar de votar a Unidos Podemos que permitiera votar al PP, al PSOE o a Ciudadanos si realmente se defendía la necesidad de un giro social. Lo paradójico es que muchos lo sabían, se dieron cuenta, así lo entendieron. Y por eso se fueron a la playa (o se quedaron en casa). Para no tener que equivocarse ellos. A la espera de que fueran otros, los otros, esos otros a los que llevaban años criticando, los que les permitieran no tener la responsabilidad de dar el poder de nuevo a los de siempre para que todo siguiera igual. Tal vez los dirigentes de Podemos lo que no terminaron de entender fue que el votante tipo del nicho electoral que los elevó, el que los jaleaba en las redes sociales, nunca fue el trabajador precario de origen humilde (el gran olvidado) sino el (nuevo) trabajador precario de origen acomodado y menor de 45 años, el antiguo mileurista, al que la rabia le dura el tiempo que tarda en descargarse su móvil y que en el fondo lo que desea es volver creerse la mentira neoliberal. El desencantado con ansias de volver al redil. 

Radicales, nos llamaban. Totalitarios, decían. Intentaron (con éxito) generar un patético miedo propio de otro tiempo hacia nosotros pero lo cierto es que salvo naturales (e infantiles) manifestaciones de descontento en las redes sociales (¡que también juzgaron!), salvo desahogos puntuales con amigos, salvo exabruptos incontrolados, nosotros, los bolivarianos, los que íbamos a montar soviets en los barrios, los antidemócratas, los estalinistas, los amantes del poder totalitario, hemos traicionado nuestro espíritu despótico y hemos respetado sin atisbo de duda los resultados electorales. No hemos quemado las calles y hemos preferido (románticos que somos) hundirnos en una depresión silenciosa. Destruirnos internamente buscando culpables de un fracaso que jamás debiera haber sido considerado como tal. De fondo se escuchan las risas de los de siempre. Se descojonan. Se descojonan. Mucho. Y nosotros solo conseguimos sonreír con tristeza.

14 julio 2016

Migue

Fue Luke cuando yo me pedía ser Han. Fue Kyle cuando yo me pedía a Donovan. Fue Benji mientras yo me emocionaba haciendo de Oliver. Fuimos juntos Indiana Jones luchando contra los Togui. Algunos años después asumimos a Mulder como líder espiritual de la batalla contra la conspiración gubernamental que nos ocultaba la verdad (mientras Mercedes, todo corazón, nos ayudaba a sufragar las pizzas). Construimos fuertes de los clicks para defendernos de los indios, disfrutamos juntos de aquellas noches de reyes con ilusión desbordante, montamos ligas de chapas en las que a veces, todavía hoy, juego en sueños, creamos carreras con esas mismas chapas en las que Marino Lejarreta se enfrentaba a un joven Perico Delgado en busca de fortuna y gloria mientras sorteaban montañas de arena saltereñas y escuchábamos de lejos, en la radio, el final de la jornada de liga. Sufrimos juntos cuando de niños la noche se alargaba y el miedo nos atenazaba después de escuchar a Pedro Pablo Parrado, casi dormirnos con José María García y volver a despertar con aquel Polvo de estrellas de Carlos Pumares; asustados porque Ricardo se diera cuenta de que la radio seguía encendida y nos dejara inmersos en el silencio de la noche eterna. Crecimos siendo los pequeños de nueve hermanos, viéndolas venir, observadores continuos de una familia que siempre se nos antojó extraña, ajena, fuera de nuestra longitud de onda. Fuimos espectadores estupefactos de la descomposición de un padre al que el paso del tiempo arrasó y convirtió en presente construido por pasado y mosto. Vivimos la España de los 80 comiendo tiburones comprados en “la borracha” para ver partidos de una selección que siempre perdía. Y comenzamos los 90 como socios infantiles de un Betis tan solo legendario en nuestras memorias sentimentales. Fuimos niños felices aunque, por supuesto, siempre estuviéramos peleándonos. Nos convertimos en adolescentes con el paso cambiado, incapaces de entendernos, creciendo desacompasados, sabiendo que el otro estaba ahí, tan lejos aunque tan cerca, y convirtiéndonos en aliados, junto a "las niñas", en una pequeña guerra civil familiar tan cruel como irrelevante.

No podría explicar mi vida hasta los 22 años sin la presencia de Migue, mi hermano pequeño, mi aliado, mi amigo, mi enemigo ocasional. Todo termina girando en mi memoria en torno él, siempre está presente de manera decisiva, interpretando un papel protagonista mientras él mismo, a veces, creía ejercer de secundario. Incluso cuando la guerra fría con mi padre terminó por explotar y su extraña equidistancia acabó por desquiciarme.

Hace ya muchos años de todo eso. Muchos. Hace no tantos, en la oscuridad de esa terraza aljarafeña que ha asistido a tantas confidencias me aseguró, sin mostrar duda alguna, que a pesar de todo lo que hubiera sucedido, a pesar de todo lo que pudiéramos recordar, de los enfrentamientos, de las incomprensiones o de los abandonos, no había nada en nuestro pasado que pudiera reprocharme. Nada. Lo dijo tranquilo, como el que confirma una banalidad, como el que asegura algo indiscutible. Sentí como mi cuerpo se relajaba. Los hermanos pequeños nunca entenderán del todo la perspectiva que el tiempo nos da a los hermanos mayores, esa perspectiva que nos hace dudar de todo lo que hicimos, de lo que fuimos, de cómo nos comportamos con ellos... El tiempo se detuvo entonces, un segundo, y de repente avanzó, ya para siempre. Nos habíamos hecho adultos, nuestros caminos vitales nos habían llevado por caminos lejanos hasta ciudades distantes, la puerta del pasado se cerraba para siempre y, sin notarlo, nos estábamos despidiendo. Nuestras vidas separadas auguraban un futuro que jamás nos depararía la intimidad de la que habíamos disfrutado, la conexión emocional que habíamos tenido, la relación que nuestra infancia construyó.

Hace dos días, el 12 de julio, mi hermano pequeño, Migue, se convirtió en padre. De esta preciosa niña, la de la foto, mi sobrina. Olivia. Y el padre es él, Migue. Increíble. Y estoy muy contento, mucho, muy feliz por él, y también muy sorprendido. Y me río solo, a veces, pensando sobre ello. Porque sé que ahora mismo él, a ratos, cuando se para, estará tan sorprendido como yo. Pensando que sí, coño, que sí, que aquel niño, el de las gafas, el que quería jugar a todas horas, el socio de mis trastadas, ese tipo siempre tan tranquilo, es ahora el padre de esa criatura tan pequeña. Migue. Mi hermano pequeño. Tan diferente a mí. Tan necesario. Creo que sabe lo mucho que lo quiero. Pero por si acaso, por si más tarde vienen mal dadas, aquí se lo dejo escrito.
 

04 junio 2016

Las 30 peores películas que vi: 2010-2015

Tras seleccionar las 30 mejores películas que vi entre 2010 y 2015 ahora llega el momento de recordar las 30 peores películas que vi durante esos años. Están elegidas entre las casi 500 que vi y tengo comentadas en ese intervalo de tiempo. Están ordenadas de manera cronológica según las fui viendo, desde el año 2010. Cuando escribo (cine) es que esa película la "disfruté" en pantalla grande. Estas son las elegidas:
  • Up in th air (2009) - Jason Reitman (cine). Es una película que me irrita. Mucho. Me molesta su pátina de cine independiente y comprometido cuando despide un hedor conservador insoportable.
  • LOL (2010) - Lisa Azuelos. Una basura francesa irritante y estomagante. Una película de pijos y para pijos, mal realizada y pésimamente interpretada. Una lamentable pérdida de tiempo. Joder, qué mala.
  • Transformers (2007) - Michael Bay. Un truño infumable, una sucesión de despropósitos sin sentido. Narrativa y visualmente confusa sin pretenderlo y sin que tenga algún tipo de significado. Aún teniendo perfectamente presente lo que se puede esperar de este tipo de cine esta película resulta infame. Aquellos a los que les haya gustado deben hacérselo mirar. Empecé la segunda parte y la tuve que quitar a los diez minutos. Y no es algo que suela hacer.
  • Diamantes de sangre (2006) - Edward Zwick. Con un planteamiento interesante que alude al tráfico de diamantes, la película se autodestruye en minutos quedando convertida en un inverosímil y coñazo viaje redentor del personaje que interpreta Di Caprio. Una cosa lacrimosa y deplorable
  • Next (2007) - Lee Tamahori. Con los años habrá que asumir que las ideas de Philip K. Dick no han hecho demasiado por el cine. O que el cine ha sido muy descuidado con la fértil imaginación de este escritor. Otra buena idea tirada a la basura. Interpretación penosa de Cage, nula personalidad en la puesta en escena y en la dirección y aburrimiento continuo desde el minuto diez. Ah, y por supuesto, otro papel de mujer florero, histérica y llorona, de esos con los que Hollywood honra a la mujeres.
  • Buried (2011) - Rodrigo Cortés. No entiendo el fervor de tanta gente con esta película. Y menos que el mérito que resalten es que mantiene la tensión durante el metraje. Faltaría más. Pero a pesar de eso no deja de ser un tío metido en un ataúd (del que no parece poder salir) durante hora y media. Sin trasfondo, sin reflexión, sin nada que reenfoque lo que se cuenta, que le dé otro valor. Nada, el vacío. Y el ataúd, claro.
  • Prometheus (2012) - Ridley Scott (cine). El desastre de aquel año, la peor película que vi en relación a las expectativas formadas. Interpretaciones planas, una dirección sin pulso y sin rumbo. Un guión de chiste que acumula referencias sin sentido y preguntas sin respuesta casi en cada plano. Personajes del tebeo pésimamente construidos, confusión, una historia pretenciosa con cierto tufo a religiosidad barata… Un desastre. Basura.
  • Men in black 3 (2012) - Barry Sonnenfeld. ¿Hay algo peor que una película concebida para la risa, para ser un mero entretenimiento liviano, y que aburra desde el primer minuto? ¿Y que además todo parezca extremadamente estúpido, desde la estúpida  trama hasta los estúpidos personajes? Pues eso es lo que es esta cosa. Qué horror.
  • La educación prohibida (2012) - Germán Doin. Basura. Absoluta. Sólo así se puede definir el documental que llegó en 2012 para revolucionar el mundo de la educación (cuando no era más que un carrusel de clichés sin sustancia), llenar de verborrea inútil dos horas y media de aburrimiento existencial, presentar como expertos educativos a los que no son más que charlatanes y representantes del pensamiento mágico y llenar la cabeza de tonterías peligrosas a demasiados espectadores despistados. Investigar a los supuestos expertos que se atreven a denostar la educación pública estatal y las formas de enseñar “tradicionales” desde unos presupuestos ideológicos que no exponen es algo absolutamente trascendental para aquellos que realmente quieran comprender el trasfondo de este documental. La educación y los modos tradicionales de enseñanza deben seguir evolucionando, pero hemos de tener cuidado y no aceptar como alternativas viables soluciones mágicas e intelectualmente anoréxicas. Lo dicho, pura basura.
  • The Amazing Spiderman (2012)- Marc Webb. Y de pronto Peter Parker de nuevo es adolescente (me temo que no será la última vez). Y de nuevo sufre mogollón hasta que acepta su destino. Y de nuevo asistimos a unas clases de psicología barata para explicar el carácter de nuestro superhéroe. Y de nuevo se enamora (ahora de Gwen) y el chaval lo pasa mal (normal). Y todo está ya muy, muy visto; y es muy, muy cansino; y termina siendo muy, muy coñazo. De nuevo.
  • La vida de Pi (2012) - Ang Lee (cine). La historia de cómo un adolescente tarado por un chute demasiado fuerte de religión(es) elude la realidad para sobrevivir a un naufragio se convierte en un bodrio esteticista, cansino, reiterativo, infantil y pesado, muy pesado, que extrañamente se coonrtió en un éxito para esa crítica y ese público que cada año esperan como idiotas esa película de prestigio a la que adorar. De fácil consumo y espiritualismo de saldo gustará a seguidores del pensamiento mágico y del rollito "todo vale" propio de la new age.
  • Sombras tenebrosas (2012)Tim Burton. Lo de Burton ya es preocupante. Se ha convertido en una parodia de sí mismo, su universo se derrumba película a película, desgastado por el tiempo y la repetición de fórmulas ya manidas. Esta película es un auténtico despropósito. Mala hasta molestar.
  • Lo imposible (2012) - Juan Antonio Bayona. Sensiblera, aburrida,  artificiosa. No sólo aburre sino que también abochorna. Sigo sorprendido por su enorme repercusión. Tal vez sea cosa mía pero me pareció un auténtico truño. Inaguantable. De principio a fin. Qué cosa más mala.
  • Fin (2012)Jorge Torregrosa. Pura cochambre. Lo peor del cine español expuesto ante los ojos del espectador. Pésima elección de casting, una historia idiota basada en un libro que tuvo en su momento cierta repercusión, una puesta en escena pobre y una evidente falta de pericia para manejar los resortes de tensión que la historia, al menos, demandaba. Mala de narices.
  • La jungla de cristal 5 (2013)John Moore. Es culpa mía, lo asumo… ¿A quién se le ocurre? Pues yo qué se, nostalgia ochentera por un personaje icónico que tuvo una primera película excelente…. Aun no esperando nada de nada de la película he de reconocer que me sorprendió. En serio. Era difícil, muy difícil, casi imposible que pudiera ser aún peor, mucho peor de lo que yo ya esperaba que fuera. Basura infinita. Truño absoluto. Mierda cósmica.
  • Idiocracia (2006) Mike Judge. Una propuesta subversiva: un idiota de nuestra época se despierta en el futuro convertido en el tío más inteligente de un mundo involucionado en el que la imbecilidad prevalece y se extiende como la peste. Lo que más me jode de todo es que una idea tan interesante y divertida, con tantas posibilidades, termine derivando en una película tan vulgar, tan idiota y tan intrascendente como ésta. Qué pena.
  • A Roma con amor (2012)Woody Allen. Infame. En serio, que alguien le diga a Allen que ruede cada dos años, que pula un poco más sus guiones y que no dirija como si le importara todo un carajo. Y por favor, que alguien convenza a sus fundamentalistas fans que películas como ésta, así como muchas otras de los últimos años ( ¿Vicky Cristina Barcelona? ¿Midnight in París?) son pura cochambre, desechos de tientas, por mucho que se las mire con simpatía por ser el director que es
  • Elysium (2013)Neil Blomkamp (cine) Podría limitarme a decir que es mala de cojones (lo que significa que me ha molestado hasta su visión) pero las expectativas que había generado este director después de la prometedora Distrito 9 merecen que diga algo más: un guión de chiste con una pretendida preocupación social infantiloide, unos personajes construidos a brochazos, una puesta en escena digna que se diluye a medida que avanza el metraje y uno de los finales más lamentables del año sitúan a esta película entre las que se disputan el lamentable honor de mayor truñaco de ese año.
  • Linterna verde (2011) - Martin Campbell … ¡Pero esto qué es! ¡Pero esto qué es! ¡Quién dio el visto bueno a este engendro del demonio! ¡Pero qué hace ese tío ahí vestido con unas ridículas mallas verdes y sosteniendo ese farol de farero en la mano! Ya en serio, centrémonos... No, paso. Es tan mala que duele sólo recordarla
  • Her (2013)Spike Jonze (cine). Venga, va. El hipsterismo y los modernitos adoptaron a esta película como su himno cinematográfico del año. Es inexplicable. A pesar de lo mucho que me gustaron anteriores película de Jonze, Her es una auténtica bazofia, de principio a fin, sin nada que la salve. Desde la propuesta de un futuro con una sociedad sin conflictos en la que el tedio impera y las emociones se dibujan con trazo grueso, hasta la falta de verosimilitud en el desarrollo de una inteligencia artificial tan idiota, superficial y vacía como el personaje que interpreta Phoenix. Y con secuencias que provocan vergüenza ajena, como ese "momento de sexo" con final fundido a negro. Superficial, grandilocuente e intrascendente a pesar de sus penosos deseos de parecer profunda. Un producto que define nuestro tiempo. Ideal para amantes de Apple y para hipsters en proceso de encontrar un sentido a su vida.
  • Vivir es fácil con los ojos cerrados (2013)David Trueba. Para mí resulta inexplicable ciertos consensos artificiales que a veces consigue cierto tipo de cine español. La película de Trueba no sólo es aburrida sino que es deslavazada y absurda. Cine de buenas intenciones, blandito y difuso, que nada puede transmitir porque en el fondo poco hay tras el ornamento (también en la fotografía, de una calidez artificiosa y molesta). Más que aburrir irrita, por insustancial
  • After Earth (2013)M. Night Shyamalan. Aburrimiento colosal. No digo que sea una basura completa porque a la película la salvan destellos de dirección y una música eficaz. Pero lo cierto es que estamos ante un auténtico peñazo intragable a mayor gloria de los Smith (padre e hijo), con demasiados fallos, sin emoción y sin grandeza. Con una secuencia final entre padre e hijo que provoca molestias intestinales durante horas. Joder, vale, sí: menuda puta mierda.
  • Estación lunar 44 (1990)Roland Emerich. Madre mía, menudo engendro. Lo único bueno para Emerich es saber que ya era muy malo cuando empezó, que no fue que Hollywood le convirtiera en un  director de mierda, que siempre fue así. Ciencia ficción de serie Z que intenta colocar todos los clichés del género que tan bien habían funcionado en la década anterior en un batiburrillo sin ton ni son donde nunca se entiende la trama del todo y que en el fondo pronto reconoces que te importa un carajo. Basta con fliparlo ante la "calidad" de las interpretaciones, de la puesta en escena, de la historia y del montaje de ciertas secuencias. El momento del ascensor, ya al final, está entre lo más bochornoso que jamás vi en película alguna. Basura cósmica.
  • The amazing Spiderman (2014)Marc Webb. Indescriptible. Menudo truño se marcaron los de la Sony con el reboot del viejo superhéroe. Si ya la primera apestaba esta no hay por donde cogerla. Penosa por patética. Patética por mala. Y mala, es muy mala, pero de las que hacen daño.
  • Trascendence (2014)Waly Pfister. Indescriptible. Recomiendo ver esta película porque pocas veces en una producción millonaria de Hollywood (en la que al menos siempre parece estar garantizado un acabado impecable) se encuentra uno con tal cantidad de despropósitos. No solo en el montaje (que es auténticamente de traca) sino que somos testigos de una atribulada interpretación de grandes actores que nunca terminan de saber por qué y para qué están haciendo y diciendo lo que hacen y dicen, dentro de una historia sin sentido, mal narrada, pésimamente dirigida y que termina de manera surrealista. Mala de solemnidad
  • Lucy (2014)Luc Besson. Basura infinita. Hace ya mucho tiempo que Besson solo dirige y produce basura. Queda ya muy lejos aquella original y divertida El quinto elemento. En este caso además, al sopor que genera la primera parte de la película (la parte de acción, manda narices), hay que unir una segunda parte donde la historia se detiene en elementos pseudocientíficos y absurdos para tratar de dotar de una trascendecia imbécil a una historia que no se sostiene desde el primer minuto. Horrible. 
  • Divergente (2014)Neil Burger. Un absoluto "pa qué". No es solo que sea mala, es que molesta. Distopía adolescente que desaprovecha algunas buenas ideas para conformar un espectáculo sobrecargado y desmañado en el que prima el ruido, la acción mal narrada y el romance intensito.
  • Hombres, mujeres y niños (2013)Jason Reitman. Lo mío con Jason Reitman empieza a ser puro vicio. Sí, veo las peliculas de Reitman porque odio visceralmente su cine. Y, sorprendentemente, este tío jamás me "decepciona". Su cine es un absoluto fraude, una basura fraudulenta que juega siempre a la provocación más hipócrita, para finalmente terminar masacrando a aquellos personajes de sus películas que intentan pobremente convertirse en alternativa a la moralidad dominante. Rancio conservadurismo social envuelto en celofán indie y alternativo que vuelve a estomagar en esta película de relaciones familiares modernas. Asco.
  • San Andreas (2015)Brad Peyton. Qué cosa más mala, joder. Copiando el viejo esquema que tan ridículo ya pareciera en Parque jurásico 3, nada mejor que una crisis (un hijo perdido entre dinosaurios entonces, una hija perdida en una ciudad en la que se produce un terremoto ahora) para que el hombre de la familia marque sus huevazos y vaya recuperando el respeto y el amor de su ex mujer, mientras el nuevo novio de esta se comporta con un gañán, cobarde patético sin matiz alguno. Personajes principales que actúan como idiotas, idiotas que actúan como idiotas secundarios y un fuerte hedor a idiocia generalizada en la producción. Mala hasta hacer daño.
  • Sin límites (2011) Neil Burger. Sin límite de hedor. Basura infinita. Una droga que expande la mente le sirve al personaje encarnado por Bradley Cooper para convertirse en alguien aun más gilipollas de lo que ya era anteriormente. Sus nuevas capacidades intelectuales le sirven, fundamentalmente, para follar, ganar pasta y hacer el imbécil. También escribe un libro. Además, tenemos que aguantar a un director con ínfulas que pretende ir de innovador en lo visual, en una película mal contada, con una trama ridícula y un guión al que se le notan demasiado las costuras.
Bola extra: 

  • Young adult (2011)Jason Reitman.  Basura infecta. Reitman une sus fuerzas de nuevo con Diablo Cody para, en este caso, construir un personaje femenino desagradable, egoísta, ambicioso, envidioso y superficial. Revestida con el falso disfraz de comedia, la película es otra muestra más del tipo de cine que nos ofrecen estos dos "creadores". Tras la aparente subversión se esconde el más rancio conservadurismo moral. Y, por supuesto, la única explicación posible que se les ocurre para explicar el carácter miserable de esta mujer es una maternidad frustrada convertida en trauma irresoluble. Vomitiva.