15 diciembre 2012

Gotas de cine (1): Grupo salvaje


Su mundo ha muerto. La civilización estrecha cada vez más el cerco sobre ellos. Ford lo había narrado antes en El hombre que mató a Liberty Valance. Nos brindó el emocionante relato, tan desesperado como coherente, de Tom Doniphon, representante salvaje de un mundo sin leyes que desaparecía, un tipo que aceptaba su fin, el fin de su prevalencia, de sus propios sueños, para que un país agreste se construyese sobre los huesos de sus muertos. Ford lo contó desde la épica heroica del perdedor. Peckinpah quiso contar algo parecido pero de manera más brutal, más sucia, más polvorienta. Quiso narrar la misma historia pero sin el mito, sólo desde la vertiente humana de la épica del perdedor. Y hoy aún emociona su relato. No hay redención ni justificación posible para las acciones del Grupo Salvaje que comanda Pike Bishop (William Holden). No hay justificación ni redención porque ellos no rinden cuentas a la moral de la civilización, sólo a su propio código moral, ése en el que nada hay peor que no cumplir la palabra dada, aunque lo importante no sea esa palabra dada sino a quién se le da. Son salvajes que cabalgan ya sin rumbo ni futuro. Han envejecido, se sienten cansados, derrotados, acosados como alimañas. Hace años que debieran estar muertos pero han sobrevivido en un mundo que les da la espalda. Deambulan por las tierras que antaño creyeron dominar, añoran sus sueños quebrados, su vitalidad, el tiempo aquel en el que aún creían disponer de un futuro. Nunca les preocupó nada más que su pellejo y el posible botín a conseguir. Lo intentan de nuevo, una vez más, se embarcan en otra de tantas historias que nunca salieron bien. Los pobres rara vez se enriquecen delinquiendo. Los acompañamos en la que creemos que es su última aventura, nos transmiten su cansancio vital, somos testigos de cómo intentan creerse sus propias mentiras, sus proyectos, ésos que nacen muertos antes de salir de sus bocas. Sorprendentemente salen indemnes. El negocio les sale redondo. Tal vez sea éste el golpe que realmente los retire. Como si eso pudiese suceder… Sólo han tenido que cometer una indecencia más: simple, lógica, natural. Han dejado en manos de aquellos que les contrataron a uno de sus compañeros. Aceptando una vez más que los otros, los que detentan en cada ocasión el poder, los que son aún más miserables que ellos pero tienen detrás el dinero y la fuerza, decidan arbitrariamente sobre uno de los suyos. Sobre uno de los miserables. Sobre uno de los que no tienen nombre. Sobre uno de los que nadie vendrá nunca a salvar.

Bishop (Holden) se viste mientras la prostituta con la que acaba de estar se peina y el bebé de ella, en la misma habitación, llora desconsolado. Acaba de follarse a una puta. Otra más. Como tantas. Como tantas veces. No hay concesiones al espectador. Se siente mayor, se siente agotado, incapaz de volver a construirse la ficción de una nueva vida. Siente que su historia está cerca ya de su final, lo acepta, casi lo desea.  Está hastiado, derrotado, cansado de caminar, cansado de luchar. Mira una vez más a la puta. Los ojos azules de Bishop (Holden) refulgen en la pantalla transmitiéndonos su enorme fatiga. Sólo queda hacer lo que hay que hacer. Termina de vestirse, se enfunda su revólver, sale del cuartucho y se enfrenta a dos de sus hombres que disputan miserablemente con otra prostituta el precio de sus servicios. Se hace el silencio. Los tres se miran. Bishop es el primero en hablar: “let´s go”. La respuesta tarda unos segundos en llegar: “why not?”. Ese diálogo resume la película, resume sus vidas, sintetiza su vacío: 

-“Vamos
 -"¿Por qué no?"

Sólo queda hacer lo que hay que hacer. Fuera les espera Dutch (Ernest Borgnine). Los cuatro se miran un segundo, sonríen, no hace falta nada más. Saben lo que les va a suceder, saben que esta vez va en serio, que su historia está acabada, que les ha llegado la hora y que, por fin, para terminar, van a hacer una última cosa bien, sin sentido, sin lógica, sólo porque saben que deben hacerla a pesar de las circunstancias

Sólo queda hacer lo que hay que hacer





30 noviembre 2012

Perdón por molestar

Caminan entre nosotros, por todas partes, aparecen tras cada esquina, en cualquier andén de metro, debajo de tu casa, te persiguen, te cercan, a veces en parejas, hueles su infecto aliento. Nunca antes hubo tantos por Madrid. 

Ando desbordado por datos, informes, números, fraudes, ayudas infames a aquellos que nos hundieron, abyectos recortes de lo que era de todos, hastiado de una prensa jurásica e indecente, de tantas radios que emiten en una misma frecuencia infinita tan sólo la voz de sus amos, de las solipsistas redes sociales… Vivo inmerso en una sensación continua de que nada de lo que leo, de lo que me cuentan me sirve ya para mejorar la composición del relato, da igual el nuevo ensayo que ataque o la nueva información que me envíen, tengo la espantosa certeza antes de empezar a leer de que es algo que ya conozco, de que todos a estas alturas, de un modo u otro, ya no podemos seguir engañándonos y que la calma general sólo puede ser explicada desde la imposibilidad de respuesta, desde la inexistencia de cauces mediante los que evitar lo que nos venden como inevitable. O tal vez todo es más fácil y se explica desde una sociedad conformada y educada para ser borrega, para bajar la cabeza sin rebelarse, para alcanzar sin pudor límites insospechados de cobardía. Putos cobardes sin sangre. Somos. A veces, todavía, exploto y de manera desabrida algún amigo o conocido es alcanzado por dardos envenenados infestados de datos que no se pueden obviar y que sirven para desenmascarar las idioteces argumentales en las que algunos aún se intentan refugiar para sobrevivir. Cada vez me pasa menos, la sensación de letargo se va apoderando de mí. No merece la pena. No merecen la pena.

Deambulan entre nosotros, su número crece por días, son nuestros muertos, cadáveres andantes, zombis del sistema capitalista. Con los dientes ennegrecidos por la miseria, con el rostro contraído por el hambre y la mirada perdida por el fracaso vital. 

En letargo. Sí, me pasa cada vez más a menudo, entro en letargo en las conversaciones sobre la actualidad, me aburro, me parece que ya se ha dicho todo, que todo se ha valorado, que la crítica es superflua o insuficiente. A estas alturas de la historia sólo nos quedan dos opciones: o pasar a la acción o quitarnos de en medio. Lo demás es literatura. Y de pésima calidad. Me siento mayor, se acabó el artificio, no puedo volver a salvar el mundo entre efluvios de alcohol, la realidad ha entrado en nuestras vidas, ha dado una patada en la puerta para ocupar nuestras casas, se ha sentado en nuestro sillón favorito, mirándonos en silencio, desafiante, nos ha manchado, nos ha llenado de mierda para siempre.

Se arrastran ante nosotros, los evitas como puedes, te zafas de ellos, bajas la cabeza y aceleras el paso. No tienes un cigarro, no tienes una puñetera moneda, no tienes tiempo, no tienes alma ni conciencia. En el metro, en el tren, no puedes huir y tan sólo resta aguantar el momento. Escuchar la patética cantinela, el relato del fracaso, del dolor, del gulag capitalista. Me fijo en las caras de mis compañeros de vagón, estudio sus facciones, interpreto sus emociones; me asusta pensar que casi todos ellos serían capaces de interpretar a la perfección el papel de un alemán cualquiera en los años del nazismo. Y que, sin dudas, yo soy uno más de ellos.

Cuando me sacuden y despierto del letargo cada vez razono de manera menos ponderada, menos reflexiva, con menos paciencia. Sólo siento unas enormes ganas de morder, con rabia, sin soltar la presa a pesar de los palos que me caigan encima, como el perro en la perrera, que muerde y ladra sólo por rabia, sin fe, sin objetivo, tan sólo para demostrar que aún respira aunque se sienta muerto por dentro. Pero con eso ya tampoco alcanza.

Se humillan ante nosotros, suplican, relatan situaciones inverosímiles completamente reales, su pérdida de dignidad no es más que el reflejo deformado de nuestra propia miseria. Consiguen unas pocas monedas y el que se las da se siente un poco mejor esa mañana. Ellos fingen agradecimiento pero sólo debieran odiarnos. Tal vez lo hacen, nos odian porque hemos conseguido una plaza en los esquifes del Titanic. No ven más allá de nosotros y querrían ocupar como fuera nuestro lugar. Nos odian, sí. Normal. Pero no pasan a la acción; como el resto. Se lo impide el miedo a la represión, al castigo. De momento.

27 noviembre 2012

Ochenta años de fracaso educativo y social a través del cine

 Desde Zéro de conduite (Jean Vigo, 1933)...


 ... Pasando por Los 400 golpes (François Truffaut, 1959)...


 ... Por If... (Lindsay Anderson, 1968)...


... Para terminar en La clase (Laurent Cantet, 2008)
 

... O casi ochenta años en los que el cine deja constancia de cómo la escuela es vivida como una cárcel represora por demasiados niños que no comprenden su utilidad, no soportan sus arbitrariedades, ni las jerarquías impuestas, ni la falta de respeto a sus personas y a su intelecto... 

El cine como testigo de un fracaso social, de una esperanza siempre al borde de la putrefacción, de unas formas de enseñanza que siempre se sienten como anacrónicas y alejadas del presente, incapaces de adaptarse a las necesidades educativas de su tiempo.

Y en lugar de preocuparnos por esto, por mejorar nuestras formas de enseñar y de relacionarnos todos, profesores y alumnos, en los diferentes entornos educativos, nuestro tiempo nos obliga a dedicarnos a salvar los restos del naufragio, a eludir los graves problemas que asolan a los sistemas tradicionales de enseñanza para defender en primer lugar su propia existencia, como garantía de superviviencia de esa mínima posibilidad de justicia social que la escuela, aunque sea pobremente, intenta al menos garantizar.  

31 octubre 2012

Nada que contar

¿Cómo construir un post cuando no tengo nada que decir? ¿Por qué escribirlo?  ¿Cómo se narra la rutina? Resetear, limpiar las entrañas de la maquinaria que nos conforma, es tan difícil que, como la quimioterapia, te deja seco, sin nada, en fuera de juego, destruye todo, lo bueno y lo malo, sin sufrimiento que transmitir pero sin nada interesante que contar. Los días pasan, despacio, uno a uno, sintiendo cada hora de cada uno de ellos, tan tranquilos que no parecen reales, no recuerdo ya si en algún momento fueron así. Pequeñas sorpresas, grandes rutinas, nivel de sufrimiento mantenido y soportable, Sevilla en la lejanía, tan lejos, sin ganas de pasarme por ella, ni acercarme, tan sólo traerme a lo fundamental que allí habita hasta aquí. Puro egoísmo. Es lo que toca. Es curioso como la nada te invade cuando no tienes presión, Como en ese mundo de Fantasía de Ende. Va apoderándose de uno, te atrapa, penetra en ti, la sientes dentro, te inutiliza, destruye aspiraciones y ambiciones, te da igual, la aceptas, vives con ella, casi la agradeces, siempre preferible al horror de la inconsciencia donde los fantasmas campan a sus anchas provocando un dolor insoportable. Las lecturas se hacen complicadas porque dispones de demasiado tiempo para hacerlas, el cine pasea por el precipicio de la irrelevancia, las series son un pasatiempo que te escupen a la cara su papel de entretenimiento inocuo. ¿Y entonces? Entonces sólo queda seguir, mantenerse, resistir. Atender a los detalles, a los indicios, reconstruir el castillo de naipes que es finalmente la vida de cada uno de nosotros, mezcla de ficción, esperanza y deseo. Y esperar, seguir esperando, a la espera, a la espera de uno mismo. Sabiendo que sigues por ahí.

07 octubre 2012

Tiempo

Tirar hacia delante, dicen, hay que seguir, afirman. Afirmo. Lo repito continuamente, de hecho. Para evitar la compasión, el momento tenso de la empatía que no deseo. Pasan los días, y ríes, y vuelves al mundo, ése que nunca dejó de girar, pero algo falla, no funciona, nada es como debiera, tal vez sean esos sueños que nunca tuviste, que te despiertan temblando, entre fantasmas que se aparecen, entre zombies que se multiplican, entre enfermos infinitos y situaciones surrealistas, manifestación subsconciente de un dolor que sólo se manifiesta en soledad, en las horas muertas, en los vacíos, en los intersticios de la vida. Siento el paso del tiempo, a veces creo envejecer por segundos, en cada inspiración, en cada espiración. Y nada me reconforta, nada de lo que antes lo consiguiera, el desconcierto es total, nada tiene sentido, todo parece dar igual. Lo da, pero sabes que tampoco debe hacerlo. O sí. Has perdido las coordenadas de la isla, que se mueve en el espacio-tiempo sin control alguno. El tiempo. A eso te aferras, al tiempo. Que diluye los recuerdos, que prioriza al presente y especula sobre el futuro, sin pararse en el pesado pasado, en las fotografías que muestran lo que ya no existe. La habitación verde sólo sirve como refugio en la tormenta pero es un ancla que impide el movimiento. No ha pasado ni un puto mes. A veces parece que fue un año, a veces parece que fue ayer.

20 septiembre 2012

Mari

Al final la jodiste, Mari, a pesar de tus esfuerzos y de tu sufrimiento, a pesar de tu entereza y de tus padecimientos. La jodiste. No conseguiste vencer al monstruo ni tampoco a la brutalidad sádica con la que la medicina moderna intentó destruirlo. Y yo te mentí. A pesar de lo que te dije: una vez que tu regreso era ya imposible el mundo dejó de esperarte y, perezosamente, comenzó de nuevo a girar mientras el tiempo intentaba, de nuevo, volver a fluir. Y no puedo evitar este terrible sentimiento de traición cuando vuelvo a sonreír, cuando vuelvo a preocuparme por cosas banales, cuando intento volver a ocuparme de la actualidad. Hasta cuando respiro. Entonces apareces de nuevo y arrasas con todo, con la virulencia que te da la fuerza de haber protagonizado el mayor desastre emocional que yo haya vivido jamás. Y, como sabes, no suponías precisamente el primero. Seguirás presente, siempre, diluyéndote lentamente gracias a esa memoria selectiva que nos permite seguir hacia delante evitando que nos sentemos a llorar hasta el hastío. Porque, en realidad, en el fondo, nada más nos apetece.

Nunca sabrás el porqué. Nunca te lo podré ya contar. Pero siempre que escuche esta canción, siempre que escuche este disco, sé que volverás a mi cabeza. Entre llamada telefónica y llamada telefónica, entre lágrimas y exabruptos, entre momentos de miedo y momentos de rabia, entre los de nervios y los de esperanza yo escuchaba una y otra vez esta canción, este disco, copa tras copa, hasta que la madrugada nos daba una tregua a la espera del nuevo parte médico que, a la mañana siguiente, nunca nos daba una sola alegría real.

Un beso, niña. Hasta siempre.

Putas ganas de seguir el show
ni de continuar mintiendo
y en un travelling algo veloz
sale un "fin" en negro.

Me pregunto quién pensó el guión,
debe estar bastante enfermo,
fue el estreno de un gran director,
le caerán mil premios.




13 septiembre 2012

Lágrimas

La abuela peina con dulzura a su nieto mientras lo intenta tranquilizar para reducir su llanto: “tu madre te está mirando desde el cielo y va a estar contigo siempre, no llores mi vida, concéntrate, ¿verdad que la ves?”. Mientras lo dice, lágrimas incontenibles comienzan a surcar su rostro envejecido sin que ello le haga quebrar su voz en ningún momento. El niño sigue llorando, nada parece consolarlo, cierra con fuerza sus ojos y balbucea, desesperado, mientras incrementa su sollozo: “¡pues es que yo no la veo, yo quiero ver a mi mamá!”. Lágrimas como puños recorren su carita enrojecida. Tembloroso me meto en la habitación de al lado mientras sigo escuchando de lejos, como un susurro, la voz de la abuela intentando endulzar para su nieto el dolor que a ella misma le corroe las entrañas. Me quedo allí de pie, sin poder moverme, conteniendo casi la respiración. Sin nada que hacer. Sin nada que decir. Sólo intentando asimilar tanto dolor.

03 septiembre 2012

Mileuristas, cuando éramos tan felices

O eso creíamos. Al menos nos desenvolvíamos con naturalidad y cierta prepotencia en esa ficción que nos habíamos construido dentro del minúsculo habitáculo que la sociedad cínica de nuestro padres nos había arrendado a precio de oro con la falsa promesa de que, finalmente, nosotros heredaríamos la Arcadia. Solo que sin prisas, sin agobios, porque ellos se sentían todavía capaces, no debíamos precipitarnos ni dar pasos demasiado rápido, ellos se encargarían del negocio, de dirigir el barco, de los asuntos serios, mientras tanto nos dejaban disfrutar de las falsas mieles de la adolescencia eterna porque al fin y al cabo, todavía treintañeros, éramos aún demasiado tiernos para ese rollo de la vida adulta. Todo ello no era óbice para que se les llenara la boca y se enorgullecieran con aquello de que sus retoños eran los mejor preparados de la historia de España. Hipócritas, no por ello nos dejaban de contratar de manera miserable, precaria o como becarios indefinidos. Hace ya un tiempo, en los años dorados de la burbuja española, escribí un par de posts en los que trataba de explicar mi punto de vista, ya entonces desmitificador, sobre la generación mileurista, los mileuristas sin voz los llamaba, los mileuristas adultescentes, nacidos en  los setenta, al calor del cambio social y político más importante de nuestro país. Éramos vistos con simpatía condescendiente por nuestros mayores y, aunque superficialmente rebeldes, seguimos dócilmente los caminos previamente abiertos por ellos sin aportar casi nada propio, sin desenmascarar ninguna de las mentiras sobre las que se construyó la España democrática. Casi nadie se escapó fuera del redil. Recibíamos continuos elogios por nuestra formación pero eso, sospechosamente, no se iba traduciendo en una mejora de nuestras condiciones laborales. De hecho, en ocasiones, casi parecía que nuestros estudios eran su trofeo, su logro, un regalo que nos habían hecho, por el que teníamos que darles continuamente las gracias y otro motivo más para aceptar sin rechistar las precarias condiciones (decían que iniciales) que el mundo laboral nos ofrecía. Nos convertimos en los mileuristas: jóvenes preparados (o no tanto) que iban encadenando contrato precario tras contrato precario o beca tras beca en todos los campos laborales. Ahora que se empieza a hablar con nostalgia de los años dorados de la burbuja, cuando España crecía por encima de la media europea y estábamos en la Champions League de la economía de la estafa, no debemos olvidar que en 2006 casi el 60% de los asalariados españoles era ya un puñetero mileurista, lo que unido a los precios disparatados de la vivienda (viviendas que nos vendían, no lo olvidemos, nuestros mayores, los que las tenían o construían, nuestros padres, que se enriquecieron a nuestra costa) hacía que la mayoría de los jóvenes comprendieran rápidamente que, careciendo por completo de espíritu de lucha ni estando preparados para la confrontación social, más les valía hacerse a la idea de vivir el día a día, sin planes de futuro, a la espera de las sustanciosas herencias que parecía que se estaban amasando y de los espacios sociales y laborales que en algún momento los otros les dejarían libres. 
 
Y vaya si nos creímos bien nuestro papel de comparsas sociales. Lo interpretamos de maravilla. Nos venía como anillo al dedo. Habíamos sido educados para ello. Nos retiramos del mundo político y social. No nos querían, ni nos iban a dejar acceder a él sin pelear, cierto, pero lo que nadie pareció entender es que, en el fondo, a los que menos nos apetecía esa lucha era a nosotros. Ya en aquel instituto, en el que casi todos estuvimos, así como después, en la universidad, a la que terminamos colapsando, encontramos una rutina semanal, suma de trabajo y evasión, que con nuestros primeros empleos mantuvimos sin problemas: sin responsabilidades de ningún tipo (a las que éramos alérgicos) la cosa consistía en trabajar como mulos durante la semana y desfasar sin tregua durante los fines de semana. Era fácil, sencillo, dominábamos como nadie la especialidad, llevábamos años entrenándola. Así fueron pasando los años, casi sin darnos cuenta, y fuimos formando parejas al mismo ritmo que las deshacíamos, y los hijos iban llegando casi sin querer, más por imperativo fisiológico que de manera natural, y nos hacíamos mayores sin quererlo, ni parecerlo. Y sobre todo sin sentirlo. Nada parecía romper el frágil equilibrio en el que los adultescentes, ya treintañeros, eran tan felices, en su burbuja social, con sus reuniones con los amigos, con su propia mitología construida a base de historietas adolescentes que les hacían creerse tan especiales, siempre con la televisión y la música como ejes de la nostalgia sentimental, con la melancolía por el recuerdo de aquellos veranos infinitos y con el (extraño) orgullo de haber sido los últimos españoles que habían crecido en la calle, sin conexión a Internet, sin redes sociales virtuales, la verdadera brecha generacional que marca la diferencia con los que verdaderamente hoy sí son jóvenes.

Trabajábamos y ganábamos dinero. Un dinero miserable con el que teníamos que vivir a crédito, hipotecando nuestros futuros, claro, pero entonces eso no nos importaba, teníamos la liquidez necesaria para seguir siempre de fiesta, para invitar a esa última ronda que siempre se convertía en la penúltima, de fiesta y de risas, con los amigos, exprimiendo los minutos casi con desesperación. La vida era lo otro, el trabajo, el mal necesario, las condiciones laborales cada vez más precarias, algo de lo que tampoco había que hacer un drama, no había que dar la brasa, ni joder el momento, ni la diversión, bastantes malos rollos había que tragarse durante la semana para seguir con las malas energías cuando nos juntábamos. Se dejaba a un lado la vida real y los mileuristas adultescentes, cuando se juntaban, se sumergían en su propio universo, construido a su medida, donde eran los reyes de la creación, donde sus historias eran las más divertidas y sus carcajadas las más sonoras. Fuera, el invierno estaba llegando. Y el frío empezaba a calar los huesos. Pero dentro se estaba tan bien… Los amigos como tótem, los amigos de siempre a ser posible, los de toda la vida, las viejas historias, las cervezas, las risas. Aunque todo estuviese ya podrido y el olor del cadáver ya no se pudiese ocultar. Reencontrarse con los amigos, con las novias (o esposas, ya), con los novios (o maridos, ya) y desbarrar. El botellón, que había sigo el eje en torno al cual giraron nuestros jóvenes inicios sociales, seguía marcando la pauta, aunque ahora se pudiese entrar por fin en los bares o tuviéramos viviendas propias donde juntarnos: el alcohol siempre debía correr, con él siempre terminaban sucediendo cosas; muchos se sumergían también en otras drogas dulcemente evasivas. Los conciertos, la música y las risas, siempre las risas, las chicas, los ligues, los chicos, las historias, y las risas…. Ahora vienen los que dicen que ya lo preveían, los que dicen que ellos ya nos advertían de que esta ficción no se podría mantener durante mucho tiempo, que nuestra falta de conexión real con la sociedad se terminaría pagando, pero en el fondo el contexto impedía entonces que cualquier crítica trascendiese: no había espacio ni tiempo para ello, lo máximo que sucedía es que se integrase en una noche más de farra y fuese el elemento serio de la noche hasta que la juerga y la diversión se impusiesen una vez más.  En el fondo, nadie quería realmente ser el agorero que destruyera el buen rollo de nuestros encuentros, nadie quería ser el que mostrara la realidad a los que vivían tan felizmente dentro de la caverna, el que advirtiera que era más que evidente que no estábamos siendo capaces de integrarnos como adultos en la sociedad, que seguíamos viviendo bajo códigos adolescentes cuando estábamos ya cerca o inmersos en la treintena. De ahí el acierto del término adultescente para delimitar lo que éramos.  
 
Ejercíamos de niñatos porque era lo que mejor sabíamos hacer y porque, en el fondo, nadie quería ni esperaba que hiciésemos otra cosa.

En el fondo solo nosotros, los adultescentes ya envejecidos, los que pertenecemos a la generación mileurista, los treintañeros o los que ya, con sorpresa, celebraron su cuarenta cumpleaños sin entender muy bien cómo podía eso suceder, podemos entender el desastre sentimental que el presente nos depara. Muchos sabíamos que algo no funcionaba en nosotros, que el artificio no duraría para siempre, pero la marea era tan fuerte que era imposible no verse arrastrado de una manera u otra por ella.
 
Éramos tan felices. O creíamos serlo. 
 
El futuro no existía. Vivíamos un presente perpetuo porque envejecer, madurar, no estaba entre nuestras coordenadas vitales. Esa vida en  presente continuo enmascaraba esa nostalgia infinita, dramática, casi enfermiza, escrita a fuego en el ADN de nuestra generación del pasado adolescente. Seres melancólicos que veíamos aquellos años como los últimos en los que disfrutamos de una libertad auténtica y vislumbrábamos lo que ahora ya reconocemos como una verdad aterradora: nunca volveríamos a ser tan felices. Estamos tarados para la vida adulta. No está hecha para nosotros. Nunca creímos en ella, nunca quisimos acceder a ella, no sabemos cómo vivirla.

Los años nos fueron cayendo encima. Sin darnos cuenta nos casamos, tuvimos hijos y compramos casas. Al fin y al cabo, no había que tirar el dinero y parecía que lo mejor era invertir en lo que fue la última gran mentira de nuestros mayores: la vivienda, el valor que nunca bajaría. Puede producir una risa conmiserativa hoy pero ese era el mensaje persistente que nos llegaba por entonces. Y les volvimos a hacer caso. Con fe ciega. Nos volvimos a equivocar, claro. Nos dimos cuenta, sin darle por supuesto la menor importancia, que era imposible que pudiéramos soportar la carga económica que suponían estas viviendas con los sueldos que teníamos en cuanto sufriéramos cualquier bache. Daba igual. La utopía liberal de la burbuja seguía vigente: pleno empleo, precario y miserable, sí, pero para siempre. Vivíamos ya en los albores de 2008 y pronto nos tendríamos que familiarizar con las hipotecas subprime (como las nuestras), descubriríamos la existencia de Goldman Sachs y Leopoldo Abadía se convertiría en el gurú económico del momento… La historia nos atropelló mientras nos tomábamos la última copa. De repente, como con aquellos ciegos de Saramago, empezamos a escuchar inquietantes historias de conocidos, o de amigos de amigos, o de conocidos de amigos de conocidos... Se quedaban en paro, perdían su trabajo, no encontraban nada nuevo en lo que trabajar, sufrían… Poco a poco dejabas de verlos, desaparecían del circuito. Al principio pudimos hacer como que no existían, eludirlos, seguir como si nada pasase, pero las historias seguían circulando, no dejaban de crecer, al tiempo que en los medios la prima de riesgo se erigía como un agujero negro informativo alrededor del que giraba toda nuestra realidad, todas nuestras vidas sometidas a su imperio, arrastrándonos lentamente pero sin remisión hacia el abismo. 
 
Los problemas económicos y el paro comenzaron a extenderse implacablemente sobre todos y nosotros, los mileuristas adultescentes, nos vimos atrapados por la gran tormenta: propietarios de viviendas cuyas hipotecas no podíamos pagar o cuyo pago significaba la asfixia económica total, con trabajos precarios y mal pagados que iban desapareciendo, muchos con hijos recién nacidos, nos dimos cuenta de que, a pesar de nuestros manidos discursos antisistema, no sólo participábamos del sistema sino que además íbamos a recibir todas las hostias sin protección alguna. Empantanados, sin poder caminar hacia delante, sin poder volver hacia detrás y sin poder huir como hacían los jóvenes veintañeros que estaban igual o mejor formados que nosotros pero no soportaban todavía ningún tipo de cargas, ni económicas ni emocionales. Absolutamente jodidos. La realidad nos arrasó. Cerró el último bar. Acabó la fiesta. Nos quedamos solos, frente al espejo, sin reconocernos.

Desde hace ya un tiempo nadie puede negar que las reuniones con los amigos, las cervezas del domingo o las escapadas nocturnas han perdido su sabor. Cada vez hay menos risas, la evasión se ha vuelto imposible, la realidad nos ha impuesto su agenda y se nos ha endurecido el rostro y el alma. Es curioso observar cómo treintañeros largos, que en toda su vida se han preocupado por leer un periódico, cuya máximo activismo político era recordar votar una vez cada cuatro años a quien estéticamente mejor se aviniera a sus escasas ideas, se enzarzan en agrias y pobres discusiones intentando desmadejar la madeja social que los ha puesto frente al abismo. Como malos actores interpretando un papel para el que nunca estuvieron preparados, balbucean soluciones extremas que ni ellos mismos se creen o escupen todo su rencor sobre la casta política que sigue haciendo méritos para servir de tontos útiles a toda esta estafa social en la que ha derivado la crisis del capitalismo de casino. Las conversaciones terminan encanallándose, las reuniones decayendo y los silencios imponiéndose. Todo se pudre.

Éramos tan felices, nos contaba Michi, el menor de los Panero, a cuenta de su infancia en la extraordinaria película de Jaime Chávarri, El desencanto. Es posible que mantener la leyenda, al estilo fordiano, sea más útil para sobrevivir, pero la mentira se hace más complicada de creer en este presente frío y acerado en el que vivimos. Veinte años después un Michi maduro, cercano ya a la muerte, se reía con cinismo de aquella afirmación en la continuación de la saga familiar que filmara Ricardo Franco.
 
Nosotros tampoco éramos tan felices. Pero nos esforzamos mucho en creerlo.

26 agosto 2012

Preguntas sin respuesta (agosto, 2012)


  • ¿Hay algo más despreciable que la agresividad de los grandes medios de comunicación españoles hacia unos campesinos que (pobremente) intentan llamar la atención sobre la miseria social existente en el país, cuando la amnistía fiscal a los grandes ladrones, a los grandes hijos de puta, pasó sin pena ni gloria por sus portadas y telediarios?
  • Este tipo, Wert, ministro de educación, que defiende que con fondos públicos se sostengan escuelas religiosas que segregan a sus alumnos por sexo, ¿haría lo mismo si dichas escuelas fuesen de inspiración musulmana?
  • ¿Cuándo pasaron de ser patéticos megatertulianos a payasos indecentes que se atreven a mentar en televisión la dificultad de sus carreras laborales mientras muestran su indigencia intelectual en cada tertulia y cada noche cuelgan en twitter las portadas de sus dañinos tebeos pseudoperiodísticos?
  • Soria se pelea con Montoro a cuenta de las renovables, Mayor Oreja se enfrenta a Jorge Fernández Díaz a cuenta de la excarcelación de etarras, Báñez parece echar de menos a Franco a cuenta del paro, Wert se pasa el Supremo por el forro a cuenta de la educación segregadora católica, Arias Cañete se va a los toros mientras se quema media España… ¿Rajoy, colega, dónde andas?
  • ¿Cómo negar las infinitas ganas de dar un collejazo a ese dirigente del Partido Zombie Obrero Español (PZOE) que sale a criticar los recortes del Gobierno y plantea ahora alternativas que parecen de izquierda? ¿Cómo reprimir ese impulso de levantarse del sillón, darle esa colleja y gritarle al oído: “antes, cabrón, antes”?
  •  Cuando los policías se manifiestan para obtener un “trato diferente” en los recortes generales al funcionariado, ¿lo dicen porque entienden que son más importantes que esos perroflautas, profesores de sus hijos, a los que atosigan y amedrentan en las manifestaciones o porque creen que su labor es prioritaria frente a la de esos médicos, parásitos con bata blanca, que les salvan la vida cuando enferman?
  • Si, según los peperos, los jóvenes parados no quieren trabajar y prefieren vivir con sus padres para cobrar 400 euros mensuales viviendo como “reyes” el resto de su vida, los funcionarios son unos vagos con privilegios (que no derechos), los jubilados falsifican las recetas para sus familiares, los jornaleros defraudan con el PER… ¿Por qué quieren gastar su vida en representar políticamente a tal fauna impresentable? ¿Será porque han aprendido a parasitar del Estado proclamando continuamente la necesidad de que los demás dejen de servirse de él?
  • ¿Cómo es posible que los estúpidos ignorantes, que ejercen de crédulos idiotas con todo tipo de pensamiento mágico mientras son incapaces de apreciar la belleza de la ciencia, se atrevan a exigir además que sean los otros los que demuestran la falsedad de sus afirmaciones?
  • ¿Por qué será que en los últimos días me viene una y otra vez a la cabeza la hermana de Gregorio Samsa en La metamorfosis?*
*Personal

23 agosto 2012

On the rocks

El tiempo se ha detenido, suspendido hasta su regreso, el mundo gris y quebrado parece tener mucho menos que ofrecer, los estímulos cotizan a la baja en el mercado de valores emocionales. Miras hacia atrás, miras hacia delante y sientes la desesperación de no encontrar ninguno de los refugios habituales. Sólo queda sobrevivir en presente continuo, cada vez más solo, con menos compañeros de viaje que se van quedando en el camino sin que te expliques muy bien por qué. Sin que casi ya te preocupes por ello. Está anocheciendo, el mar resuena de lejos, apuras la copa, conoces de sobra el artificio, la mentira que el alcohol produce en tu percepción de la realidad, cómo será el final de una historia demasiadas veces ya vivida. Pero te gusta, te excita, siempre lo has paladeado, la lenta búsqueda de ese momento, casi un aleph, inasible, incontrolable, al que jamás llegas cuando bebes con amigos, un instante, mágico, inexplicable, de conciencia insconciente, donde todo puede pasar, donde las posibilidades se multiplican, donde la música alcanza nuevos significados, la reflexión alcanza cotas tan preclaras como extrañas y que, tal cual aparece, se escapa, como humo entre los dedos, detrás del siguiente sorbo, ése que te introduce ya entre las sombras, en la triste penumbra. Con un terrible sentimiento de pérdida. Pero ese momento tiene una magia especial, casi dolorosa, peligrosamente adictiva: desaparecen los miedos con lo que has aprendido a convivir, se rompen  los diques, te sientes de nuevo como cuando eras inmortal y nada podía hacerte daño, reconoces lo que te hace fuerte y se hacen menos importantes las debilidades. Son malos días, días oscuros donde todo gira en torno a los putos teléfonos y a conversaciones donde se finge la normalidad detrás de la angustia provocada por el monstruo. Hay que reconfigurarse, en breve hay que volver al mundo de los otros, de las normas, de las convenciones y responsabilidades. Se ha levantado una brisa reconfortante. Pronto el mar quedará lejos.

13 agosto 2012

El tiempo suspendido

Ha vuelto a suceder, has provocado de nuevo que el tiempo se detenga, que haya dejado de fluir, que se haya estancado hasta tu regreso. Nosotros, los otros, nos hablamos consternados, nos miramos angustiados a través de las ondas en llamadas que se cruzan, que se entrecortan por las lágrimas o los exabruptos, alternando el miedo con la rabia, los nervios con la esperanza. A la espera. Sí, a la espera. Consternados y angustiados. Pero seguros en la espera. Porque no existe otra salida y sólo tú puedes conseguir que el tiempo retome su curso, que vuelva a correr, que volvamos a vivir, contigo, y con Ale; que volvamos a reír, que volvamos a respirar. Has detenido el reloj y no volverá a funcionar hasta que tú regreses, con la cabeza alta, sonriendo, como siempre, con presente y con futuro, con tantas cosas por hacer. Así que no jodas, date prisa, lucha, vuelve cuanto antes, pon en marcha de nuevo el mundo. Es mucho más feo desde que detuviste el tiempo.

10 julio 2012

Detrás de la cortina roja


Poco más de seis meses han bastado. Los miembros del gobierno ejercen de marionetas petrificadas de un espectáculo decadente. Sólo pueden balbucear incoherencias que nadie se preocupa por desentrañar. Manotean frenéticamente tratando de llamar la atención, deslumbrados por los focos, incapaces de ver que más allá del escenario apenas queda ya público. Y que el que quedaba se está levantando, hastiado por el patético espectáculo. Pobres locos que intentan reproducir formas políticas ya enmohecidas, muertas para siempre, cuya defunción certifican sus precarios conatos de volver a traerlas a la vida. Ya no hay tiempo. Ya no es tiempo. A nadie convencen, a nadie lideran, ya nadie espera nada de ellos. La democracia representativa es el último gran relato, la última ficción cuyo artificio e impostura ya no son aptos ni para las masas más crédulas. Por eso esta inacción, esta desidia general, esta indolencia intelectual, nadie les pasará factura, ¿por qué? Sólo decepciona aquél del que algo se espera. No es el caso. La chanza es general, la crítica puede parecer descarnada pero lo que domina es el cansancio, un cansancio atroz de una sociedad sin alma, sin proyecto común, sin ideales ni referentes, cínica y descreída. Se sabe engañada, manipulada y apaleada. Le da igual. Sublima infantilmente sus miedos y su tristeza mediante el humor, ese humor urgente, hiriente en el instante pero inocuo y sin alcance más allá de la sonrisa de adhesión, estúpida, del convencido. Perdón, del follower. Twitter como gran escaparate de la mediocridad intelectual de nuestra sociedad: una forma de comunicación rápida y eficaz cuya posibilidad de existencia hubiera hecho temblar a cualquier gobernante en los últimos cien años pero cuya existencia real nos muestra inmisericorde los rasgos más aterradores de la idiocracia instaurada. Salpicada, eso sí, por pequeñas dosis de ese ingenio puntual, tan español, que humilla pero no hiere al fuerte y destruye para siempre a los más débiles. La calle por fin en la red. La red como la prolongación virtual de la barra del bar. Poco más. Los políticos transitan en tierra de nadie. Sus mentiras y contradicciones son ya de un tamaño tan colosal que imposibilitan su análisis crítico. Mienten. Todos los días. Se contradicen. Todos los días. Ellos lo saben, nosotros lo sabemos. Ellos saben que nosotros lo sabemos. Da igual, nada importa, el espectáculo debe continuar. Orwell ya no podría hablar de la neolengua en la sociedad actual. Excepto que inventara el concepto sobre la marcha y se lo gritara escupiendo a otro tertuliano en Sálvame. Todo se sabe ya. Todo el mundo sabe todo y de todo tiene opinión. Su saber ignorante debe valer tanto como el de cualquiera, por supuesto. Y saber de algo no tiene por qué impulsar a nadie para intentar cambiar nada.

Sólo falta que salga el enano bailando para que todo tenga por fin sentido.

23 junio 2012

El final de una carrera


Hace unos días me di cuenta con sorpresa que justo hace diez años que terminé la carrera, allí en La Laguna, donde pasé tres de los mejores años de mi vida. En realidad este año se cumple el décimo aniversario de muchas sucesos trascendentes en mi vida que fueron llegando en cascada, con el paso de los meses, en aquel ya lejano 2002: la decisión de Carol y mía de vivir juntos como pareja más allá de la burbuja espacio-temporal de la isla, la llegada a Madrid para hacerlo con una mano delante y otra detrás, la muerte de mi padre, el final de la carrera con aquella última asignatura por la que volé desde Madrid hasta Tenerife para examinarme y, finalmente, la muerte de mi hermana Mercedes, devastada por un cáncer galopante. Todo eso sucedió en tan sólo siete meses. Visto retrospectivamente parece mentira que tantas cosas sucedieran en tan corto intervalo de tiempo, que se mezclaran emociones tan dispares como el miedo, la ilusión, la felicidad y la tristeza con una facilidad inquietante, sin posibilidad real de asimilación, sólo reaccionando y caminado, siempre caminado mientras buscaba ese lugar en el mundo en el que sentirme por fin a gusto. Muchos recuerdos se agolpan en mi memoria de aquellos días que significaron que por fin era licenciado en Físicas. Nadie pudo nunca conocer realmente la enorme dificultad que supuso mantenerme estudiando y centrado en La Laguna, sin dejarme llevar por alguno de mis arranques escapistas que nunca compartí seriamente con nadie. De hecho fue enorme la importancia que tuvieron amigos como Danisev, Juanma o Sergio para mantenerme a flote y lúcido, para entender la importancia que tenía sacarme la carrera, sirviéndome ellos como anclas emocionales generadores de rutinas estudiantiles con las que mantener a duras pena el ritmo de estudiante aplicado, ese ritmo que ya entonces había perdido casi por completo para no recuperarlo jamás. Los recuerdos de aquellos últimos días en La Laguna, solo, sin amigos, sólo con algunos conocidos, aparecen espaciados en mi memoria, aparecen como flashes: recuerdo mirar el tablón de las notas, recuerdo la sensación de increíble felicidad, recuerdo como en una nebulosa encontrarme con el profesor canario responsable de aquella asignatura en la cafetería de la facultad confirmándome sin darle mayor importancia que había aprobado el examen, recuerdo al día siguiente coger el avión que me llevaba a Sevilla… Entonces mi memoria me lleva sin dilación frente a la puerta de la que había sido mi casa durante toda mi vida, ya está abierta, en su umbral me espera mi madre, se la ve cansada, despeinada, vestida con su ropa de andar por casa, la noto avejentada, como con menos presencia física, golpeada por horas de hospital y meses de tristezas, pero algo desentona con el conjunto, algo que no encaja con ese aspecto general, son sus ojos, brillan como cristales refulgentes, me miran a mí, me hablan a mí, me abrazan a mí, me acerco a ella con una sonrisa, pero ella alza sus brazos y me coge por los hombros, esta vez no me acerca como tantas veces a su pecho, me agarra fuertemente y me zarandea levemente pero con enorme intensidad… No recuerdo ni una sola de las palabras que me dijo, sólo recuerdo la infinita satisfacción que sentí por poder compartir con ella ese momento, con alguien que siempre se mantuvo incondicionalmente a mi lado a pesar de que no siempre lo mereciera, con alguien que me conocía a la perfección, que sabía incluso mejor que yo alguno de los miedos, penas y sufrimientos que durante años tuve que aprender a controlar, con alguien que era tan feliz como yo por esa licenciatura conseguida y era capaz de transmitírmelo en unos pocos segundos. Finalmente nos abrazamos y caminamos así, unidos, hasta la cocina. Allí solté en el suelo la maleta, se acercaron otros de mis hermanos, conversamos brevemente, me felicitaron durante un par de minutos. Después la realidad impuso de nuevo su cruel agenda. Recuerdo ese segundo de silencio antes de que yo mismo preguntara por Mercedes, cómo se torcía el gesto de todos, como el cansancio volvía al rostro de mi madre. Y recuerdo decir algo así como: “dejadme ir al servicio a asearme un poco y vamos para el hospital”. No había lugar para más celebraciones. Pero diez años después aún recuerdo con emoción esa mirada de mi madre. Su intensidad. Su brillo. No creo que pudiera haber tenido mejor regalo.

10 junio 2012

¡Descubra si es usted un perfecto imbécil!


Test para descubrir al perfecto imbécil

1) ¿Está usted de acuerdo con la implantación del copago sanitario tanto en fármacos como en la atención médica?

a) , porque existe mucho despilfarro en el uso de la sanidad pública y deben existir unas tasas que echen para atrás a tanto anciano e inmigrante que usa excesivamente los servicios sanitarios. 

b) No, porque hemos conseguido tener una sanidad pública universal de gran calidad a un coste razonable. Debe profundizarse en una mejor gestión de los recursos sin eliminar ninguno de los derechos adquiridos e intentando ampliar prestaciones.

2) ¿Está usted de acuerdo con que una de las medidas recurrentes del Gobierno para superar esta crisis sea rebajar los sueldos y los derechos de los funcionarios públicos?

a) , porque ya era hora de que estos vividores, verdaderos culpables encubiertos de esta crisis, empezaran a sufrir en sus carnes la inseguridad laboral y el miedo continuo al que están sometidos tantos trabajadores del sector privado.

b) No, porque mientras se pudo considerar que con estos recortes en el sector público se podía ayudar a que solidariamente el Estado de Bienestar se mantuviese a flote, pudo tener sentido esta medida. Ahora, que sin pudor se permite a los defraudadores blanquear su dinero negro y se hacen préstamos a la banca a fondo perdido, parece injusto hacer pagar a miles de trabajadores públicos por algo que, evidentemente, ellos no pudieron provocar.

3) ¿Está usted de acuerdo con que se suban las tasas universitarias y se endurezcan los criterios para recibir becas públicas en educación? 

a) , porque España tiene un número excesivo de estudiantes universitarios por lo que es preferible endurecer económicamente el acceso a la Universidad para que sólo las familias con dinero puedan seguir mandando a sus hijos a ella. Los jóvenes de familias más pobres deben comprender que ése no es su sitio y acomodarse dócilmente al miserable mercado laboral que los espera 

b) No, porque endurecer las condiciones de acceso a la Universidad justo en estos momentos de brutal crisis económica, va en contra del principio de igualdad de oportunidades que nuestra democracia dice representar. Estas medidas segregan a la juventud según su origen socioeconómico y amenazan el desarrollo científico y cultural del país.

4) ¿Está usted de acuerdo con la amnistía fiscal aprobada para aquellos que llevan años defraudando a la Hacienda española? 

a) , porque lo importante es que el Estado sea capaz de recaudar algo del dinero evadido además de conseguir que los grandes capitales confíen en nosotros y sientan que pueden seguir delinquiendo gracias a las condiciones fiscales laxas de nuestro país. 

b) No, porque es una atrocidad moral con importantes consecuencias sociales, ya que lanza el mensaje de que sólo los asalariados con nóminas están obligados a pagar sus impuestos y sólo a ellos se les perseguirá ferozmente en el caso de que defrauden

5) ¿Está usted de acuerdo con imponer un impuesto que grave las transacciones financieras nacionales e internacionales? 

a) No, porque supondría una limitación inaceptable al libre mercado que provocaría la huida de capitales de nuestro país. No importa que sea justo o injusto sino su utilidad práctica. 

b) , porque la crisis ha puesto al descubierto la pésima regulación de las transacciones puramente especulativas de un sector financiero sobredimensionado y voraz, por lo que estas tasas servirían tanto para obtener beneficios sociales como para impedir o controlar la creación de nuevas burbujas financieras.

6) ¿Está usted de acuerdo con que la Iglesia católica pague el IBI por sus inmuebles y deje de financiarse a través de los impuestos de todos los españoles? 

a) No, porque la Iglesia católica hace una gran labor social. Por ello y porque sirve de guía  espiritual de los españoles debe seguir manteniendo esos privilegios. 

b) , porque a diferencia de otras instituciones sociales como los partidos políticos o los sindicatos, la Iglesia católica no tiene ningún papel en nuestra democracia representativa por lo que el mantenimiento de sus privilegios, consecuencia de siglos de oprobio y oscuridad, es una ofensa constante a la laicidad del Estado. Sus gastos debieran ser sufragados por sus cada vez más escasos fieles.

7) ¿Está usted de acuerdo con los recortes de personal sanitario y educativo? 

a) , porque España tiene demasiados funcionarios y hay que limitar su número, ya que no está demostrado que un menor número de empleados tenga que repercutir en la calidad del servicio prestado. Que haya más alumnos por clase y menos profesores por alumno no tiene importancia: hace años éramos cuarenta por clase y no pasaba nada. 

b) No, poque España no tiene un número excesivo de funcionarios, está en la media europea, y sólo el Estado puede garantizar una educación y una sanidad públicas dignas y de calidad a la que puedan acceder todos los ciudadanos, independientemente de sus posibilidades económicas.

8) ¿Está usted de acuerdo con gravar a las rentas más altas recuperando impuestos como el de patrimonio y que se endurezcan las penas por fraude fiscal?

a) No, porque debemos tener una fiscalidad generosa con los grandes capitales para que éstos inviertan en nuestro país. Hemos de abandonar la idea de que los impuestos sirven para redistribuir la riqueza y empezar a verlos como un obstáculo para que el libre mercado funcione  a pleno rendimiento. 

b) , porque desde hace años, a través de ingeniería fiscal, las grandes fortunas de este país pagan muchos menos impuestos de los que por su patrimonio real deberían. Además, los inspectores de Hacienda advierten desde hace años que el 75% del fraude fiscal en España es debido a las grandes empresas y las grandes fortunas por lo que en lugar de amnistías inmorales se debería penar duramente al evasor, siendo proporcional la pena a las cantidades evadidas.

9) ¿Está usted de acuerdo con que ningún banco que haya recibido ayudas públicas a través del Estado español o del BCE pueda desahuciar a ninguna familia con problemas económicos derivados de la crisis? 

a) No, porque sentaría un precedente peligroso que podría distorsionar el mercado y provocar un efecto arrastre que desvalorizaría las viviendas y generaría desconfianza en el mercado inmobiliario. 

b) , porque es inadmisible e inmoral que un banco que ha falseado sistemáticamente sus balances, que reparte millonarias bonificaciones a sus paniaguados directivos y que, finalmente, necesita ayudas públicas para no quebrar, se atreva a tomar decisiones ejecutivas privadas (sufragadas con dinero público) para ejecutar impagos hipotecarios y dejar a familias en la calle, sin vivienda y con deudas inasumibles

10) ¿Está usted de acuerdo con que se reduzcan las prestaciones por desempleo y se endurezcan los criterios para poder acceder a ellas y para poder seguir cobrándolas?

a) , porque no es de recibo que haya tanta gente que prefiera cobrar el paro a coger uno de los trabajos que le ofrezcan. Esto es debido a que la gente le gusta mucho vivir de la sopaboba y no tiene ningún espíritu emprendedor.

b) No, porque la prestación por desempleo es un derecho social por el que el trabajador cotiza durante años, para estar protegido ante una eventual situación de desempleo. El máximo tiempo que se puede cobrar es dos años y no debiera obligarse a nadie a aceptar empleos precarios, infames y denigrantes bajo la amenaza de perder aquello por lo que ha cotizado.

Análisis de resultados

- Si ha marcado 10 repuestas tipo a): ¡¡Felicidades!!  ¡Ha demostrado usted ser un perfecto imbécil! Salvo que sea usted un rico miserable e insolidario, sus respuestas confirman que es posible apoyar todas las iniciativas políticas que le perjudican a uno mismo y a la posibilidad de una sociedad más justa y solidaria. No presenta usted ningún signo de flaqueza. Como el cretino que es responde siempre de manera irracional, equivocándose constantemente de enemigo. Es usted digno representante de la ciudadanía más cerril y estúpida de este país.

- Si ha marcado entre 5 y 9 respuestas tipo a): ¡¡Casi lo consigue!! Está usted muy cerca de conseguir el objetivo. La imbecilidad es muy poderosa en usted y con el tiempo, si se aleja de perroflautas indignados, se convertirá en un perfecto imbécil de manual.

- Si ha marcado entre 1 y  4 respuestas tipo a): ¡¡Lo sentimos!! Está usted todavía lejos del objetivo. Seguramente está todavía contaminado por tontas ideas sobre la justicia social y otras bobadas por el estilo. No se desanime, persevere en actitudes como la indiferencia y la pasividad. Lea poco o tan sólo las portadas de La Razón y, con el tiempo, tal vez pueda conseguir acercarse a esas altas cotas de imbecilidad que tantos de sus compatriotas están consiguiendo. ¡No se desanime! 

- Si no ha marcado ninguna respuesta tipo a): ¡¡Ha fracasado!! Nos aflige comunicarle que, desgraciadamente, no es usted un imbécil. Le auguramos un estado de permanente indignación mezclado con altas dosis de impotencia. Intente no mirar a su alrededor porque la alta densidad de imbecilidad presente le recordará continuamente su soledad.

22 mayo 2012

Sobre esquiroles lúcidos y camisetas verdes (mojadas)


El esquirol lúcido es uno de los peores enemigos internos al que debe enfrentarse el profesor cuando intenta construir una estrategia de movilización contra las políticas que atentan a la educación pública. El esquirol lúcido es absolutamente consciente de la gravedad de la situación en la que se encuentra la enseñanza pública, del punto de inflexión que las políticas actuales van a suponer para el futuro de miles de jóvenes de hoy y del futuro. El esquirol lúcido conoce de primera mano las injusticias que genera la doble red pública/concertada así como que, lentamente, a base de recortes, parches, decretos, instrucciones y enmiendas se está atacando desde todos los frentes el principio de igualdad de oportunidades en que debiera basarse una democracia, dejando morir desangrada por cientos de heridas supurantes a la otrora orgullosa educación pública, la que fuera emblema de una sociedad que salía del oscurantismo de la dictadura y quería encaminarse con esperanza hacia el futuro, apoyándose en una enseñanza igualitaria y gratuita (gracias a los impuestos) de niños, adolescentes y jóvenes que, en poco tiempo, se convirtieron en los que hoy nos sanan como médicos, construyen como ingenieros, imparten clases como profesores o descubren como científicos. El esquirol lúcido no participa jamás en la ingrata tarea de organizar asambleas, informar a compañeros, distribuir información por las redes sociales o elaborar estrategias. Su capacidad intelectual y cultural le permite estar al tanto de todo lo que va sucediendo y, por ende, de encontrar siempre alguna razón por la que finalmente no debe juntarse a la infantería que, con sus propias dudas y contradicciones, es consciente de la necesidad de actuar y participar secundando las huelgas. El esquirol lúcido asienta su argumentación sobre dos o tres recias ideas construidas siempre desde una posición de seguridad laboral (nunca será un interino) que le permiten no terminar de ensuciarse las manos (ni perder su tiempo, ni su dinero) con huelgas a las que predice nulo futuro. A diferencia de otras especies de esquirol no se escuda en el miedo (esquirol pusilánime), ni en el dinero (esquirol ruin), ni en la necesidad de los recortes (esquirol ideológico), ni en su propio adocenamiento intelectual (esquirol inane). El esquirol lúcido es consciente de que debería, por dignidad y justicia, secundar las huelgas, por lo que suele aceptar superficialmente las críticas que provoca su, en principio, incomprensible posición. Pero contraataca refugiándose en abstractos ético-estéticos basados en la necesidad de ser más contundentes con las acciones a realizar, y como esa necesidad no es satisfecha con días puntuales de huelga, predice el fracaso de las acciones propuestas, profecía autocumplida que él mismo se encarga de ayudar a que se cumpla acudiendo finalmente el día de huelga a trabajar, como un esquirol más, mientras los demás (idiotas idealistas, según su postura) se dejan los cuernos volviendo a fracasar en las calles. Inteligente y cínico, ejerce de profeta y advierte lúcidamente que todo esto no servirá de nuevo para nada y tan sólo servirá para seguir haciendo el juego a la Administración (aunque asume al mismo tiempo que su propia postura es la que más beneficia a esa Administración, contradicción ésta que no parece quitarle el sueño). El esquirol lúcido se refugia en la utopía de una huelga indefinida que, como nunca llega, impide contrastar la verosimilitud de sus afirmaciones, pero mientras tanto ejerce de peligroso agente desmovilizador en los claustros de profesores ya que su opinión suele ser escuchada y respetada, por lo que su decisión anunciada de no participar en las huelgas permite encontrar la excusa final a muchos otros (que suelen sufrir una acusada anorexia intelectual) que tan sólo esperan la ocasión perfecta para escabullirse de sus responsabilidades ciudadanas. En general, el esquirol lúcido de manual nunca secunda ninguna huelga, pero su bando aumenta de número gracias a muchos profesores que se ven tentados por esa opción en alguna ocasión. Así, equivocando el objetivo de sus iras, de sus frustraciones, eligen erróneos compañeros de viaje que le acompañan encantado por el mar de las excusas esquirolas que se ponen encima de la mesa a la hora de tomar el más miserable de todos los cafés tomados en un instituto: el del día de la huelga, cuando la ausencia de alumnos permite cobrar al esquirol sin dar un palo al agua. 

Por último merece la pena detenerse en un tipo de esquirol que antes no he mencionado. Podríamos denominarlo el esquirol  hipócrita. A los de este tipo reconozco que no los puedo soportar, tal es el grado de indecencia que sus acciones suponen. Son los profesores que en el día de huelga van a trabajar, sin vergüenza alguna, enfundados en su camiseta verde, comprometidos ellos que son, o que quieren parecer, claro, como queriendo distinguirse del resto de esquiroles y crear una nueva clase que genere mayor simpatía, sin entender que lo único que producen es mayor aversión. El esquirol hipócrita o indignadito (porque no llega a indignado) supone egoísta y miserablemente que es el único con problemas económicos, familiares o personales, considera que no puede permitirse perder un solo día de sueldo (o varios) y aún manteniendo artificialmente un discurso crítico hacia los recortes asume que los demás tenemos que entender que su contribución a la causa es manifestarnos públicamente su apoyo mediante la dichosa camiseta, mientras también se ocupa de desmovilizar aduciendo cuando se le presiona, que las huelgas no son la salida a nuestros problemas… ¡Sin aportar jamás alguna alternativa creíble que no pertenezca a sus mundos de Yupi! Igual, si se tercia, no llueve y no le viene muy mal, se paseará por la tarde por la calle en la manifestación de turno (siempre en las numerosas, porque en las que permiten semanal o mensualmente que la lucha no decaiga ni aparece ni se le espera). El esquirol hipócrita asume con desparpajo que él también está luchando a su manera, aunque nunca le encontrarás jugándose un euro de su bolsillo o un ápice de su seguridad laboral mediante algún acto subversivo contra aquellos que asfixian la educación pública. A lo más que llegará será a hacer encendidas y pueriles defensas abstractas del valor de la enseñanza pública y en su perfil de Facebook colgará lacitos verdes, vídeos empalagosos y demás chuminadas con las que cree contribuir a la causa.

Hoy era un día de huelga en la educación pública. Y huelga significa paralizar el funcionamiento normal de una actividad laboral para reivindicar aquello que los trabajadores consideran justo. En esta ocasión además significaba la confluencia de la defensa de unos derechos laborales determinados con la defensa de un derecho social que se nos escapa de las manos. Da igual que hoy un profesor hiciera huelga por un motivo, por otro o por ambos. Lo que es impresentable es que sabiendo la que nos está cayendo encima hoy demasiados hayan decidido ir a (no) trabajar.