26 abril 2006

Nada queda

"Hay una desproporción monstruosa entre la amputación de sí mismo que el que escribe ofrenda a su escritura, y la trivial nadería de lo escrito. Nunca -nunca- vale la pena."

Gabriel Albiac, Diccionario de adioses

21 abril 2006

Solo una cosa no hay...

... el olvido. Es una cita de Borges que me persigue desde hace años. Ahora se trata de la obra dirigida por Danimad como trabajo de penúltimo curso en la escuela de teatro (la RESAD).

Ayer fuimos Carol, Maca, Jaime y yo a ver dicha obra que se representaba en un aula de la escuela, habilitada para ello. Los que me conocen saben que no soy un gran aficionado al teatro. Ni siquiera un aficionado. La amistad con Dani, sus aportaciones y recomendaciones, han hecho que suavice mis críticas ignorantes (no hay nada más atrevido que la ignorancia) a ese arte, que no intente considerarlo un apéndice aburrido y sobreactuado del cine (terreno en el que claramente si poseo, por educación, los instrumentos necesarios para criticarlo) y que espere a ver las pocas obras que veo antes de decir si lo que veo me parece una mierda o no. Es decir, me ayudó a que abandonara eso tan imbécil que es la generalización desde el desconocimiento.

La obra de Dani me ha gustado. Mucho. A pesar de que la historia vuelve a utilizar a los nazis como encarnación del mal. Eso es algo que está grabado a fuego en nuestro imaginario colectivo y por tanto resulta cómodo y fácil para el espectador la rápida identificación con unos (los judíos) y la sensación de horror hacia los otros (los nazis). No importa. Lo mejor de la obra es como utiliza Dani (y su grupo de actores, ya que la creación ha sido de alguna manera colectiva) el espacio del que dispone, con una puesta en escena imaginativa y repleta de significado. Sitúan dos escenarios en el centro de la sala, cada uno dirigido hacia un sector del público que, por tanto, se ha dividido al inicio en dos gradas enfrentadas. El primer escenario, la celda judía, cuenta con un suelo blanco y sillas del mismo nocolor, buscando un efecto desasosegador (amplificado por la iluminación) en el espectador, ya que los trajes de los presos son también blancos y todo se confunde cuando se retuercen por la angustia y el miedo en el piso (cómo la cárcel de THX 1138, de George Lucas, lo mejor de la película). Los presos, un judío y una judía, que se amaban antes de ser detenidos, deben hacer el amor para comprobar el éxito de la esterilización a la que han sido sometidos por parte de los nazis. El segundo escenario, el laboratorio alemán, cuenta con un suelo negro que remarca y confirma la inhumanidad de los nazis. En él, tenemos a un médico psiquiatra que sin que los presos se den cuenta, los vigila y estudia mientras intenta excitar (sin éxito) sus instintos sexuales con todo tipo de estímulos externos, para que consumen el acto.

De esta forma, los espectadores tienen dos puntos de vista completamente distintos: Uno primario, en nuestro caso el laboratorio nazi, en el que el psiquiatra nos hablaba de frente, contándonos en monólogos fragmentados cómo había sido su historia personal hasta llegar allí y su desesperación ante el fracaso del experimento. Y uno secundario, en nuestro caso la celda, en el que los judíos también explicaban las circunstancias que les habían llevado hasta allí, y de los cuáles sólo teníamos una visión distorsionada, de espaldas y lejana. Creando así una distancia emocional muy interesante. El escenario se completaba con una leve tela casi transparente donde aparecía información escrita sobre los pasos dados por los nazis hacia la solución final y que servía como separación física de celda y laboratorio.

Funciona la historia. Con precisión. Utilizan con inteligencia la música y la voz en off. En una de estas voces aparece el propio director, rompiendo la cuarta pared, hablando directamente a los espectadores en un arriesgado monólogo que enlaza con el que acababa de representar uno de los actores sobre el escenario, y que termina con la lectura de un manifiesto en el que se acusa al pueblo de ser cómplice de los horrores de sus dirigentes; sólo al final de dicho monólogo, descubrimos que estaba escrito en 1547 (Discurso de la servidumbre voluntaria, Etienne de la Boetie)

Los peros que se le pueden poner a la obra son más argumentales que de la inteligente y creativa puesta en escena o del magnífico trabajo actoral: ¿Por qué los presos no consuman nunca el acto sexual y mueren sin hacerlo ante la desesperación científicamente miserable del psiquiatra alemán? Este hecho soporta la historia y curiosamente es lo más débil de ella. No me la creo. Imagino que se basará en una idealización del ser humano, para el cual el amor no lleva al sexo en esas condiciones de esclavitud y falta de libertad. Da igual, no me lo creo. Es una premisa débil.

Por último, una idea. Ya he comentado que creo que resulta demasiado cómodo encuadrar una historia en el genocidio nazi. Me parece más complicado hacer algo parecido a lo que cuenta Dani, ambientándolo por ejemplo en las cárceles de la revolución francesa (no pido una Pimpinela escarlata, sino una reflexión sobre la pretendida lucidez de los libertadores oficiales y la ambigüedad de sus actos). A ver si Dani me escucha. Desde luego aquí tiene un espectador para lo próximo que haga.

15 abril 2006

Los invasores de Marte. Recomendada por mí

Empiezo por la mía. En sucesivos posts analizaré otras joyitas de ciencia ficcion que he revisionado y sufrido últimamente, pero recomendadas por otros. Los invasores de Marte es una película de 1953 dirigida por William Cameron Menzies. Fue la última película dirigida por este tío que había nacido en 1896, y moriría unos años después de estrenar esta obra magna de entretenimiento puro. Este director había sido un experto y afamado decorador del cine americano, encargado del diseño de producción de clásicos como Lo que el viento se llevó o Rebeca. Parece ser que, haciendo caso omiso al principio de Peter, dedicaba parte de su tiempo libre a dirigir alguna que otra película, entre las que destaca El ladrón de Bagdad y La vida futura (otra de ciencia ficción, de 1933, basada en una obra de H. G. Wells y que ya me estoy bajando de Internet para verla... Si es que no escarmiento).

Bueno me centro en la película en cuestión. Llevaba años detrás de ella. La busqué desesperadamente para emitirla en el ciclo de cine de Tenerife. Todos los que hablábamos de la película la recordábamos con emoción, con el recuerdo infantil de película de sobremesa de los sábados, con el miedo que nos había provocado ese camino tenebroso que llevaba a la colina donde se ocultaban los marcianos, o esos tornillos en el cuello con los que controlaban la personalidad de los padres y vecinos del niño protagonista, convirtiéndolos en autómatas. La nostalgia, los recuerdos y la memoria no existen más allá de la manipulación constante que hacemos de ellos.

La película está encuadrada en el cine americano de serie B (yo diría de serie Z) de los años 50, en plena paranoia anticomunista. Vista de tal modo, la película es un patético panfleto, infame y conservador, que defiende la pureza de los valores americanos frente a cualquier tipo de posible intromisión por parte de los terribles comunistas. Pero para ser sincero, a día de hoy me la suda esa visión, principalmente porque cuando la vi de niño a mí lo que me asustaba es que fueran de verdad extraterrestres y de lo de la lectura sociopolítica ni me enteré.

Pues bien, veinte años después me senté a ver la película de nuevo, un tanto emocionado esperando disfrutar y volver a paladear un cine fantástico, ingenuo y divertido, tipo La guerra de los mundos (de la misma época). Y joder, vaya con la peliculita. En primer lugar, aclaremos un tema. Curiosamente, como antes escribí, todos recordábamos el puñetero sendero que daba a la colina de arena... Normal, no te jode, como que el 80% de la película se desarrolla en un único plano fijo por el que desfilan los ¿actores? delante de ese decorado. No hay que negar que los primeros veinte minutos mantienen el interés: el decorado expresionista del sendero es muy bueno como recurso inicial, se retuerce sobre sí mismo creando y transmitiendo una sensación de miedo a lo desconocido al espectador. También funcionan los primeros planos de aquéllos que son absorbidos por la arena y después vuelven trastornados y cambiados. Pese a ser un recurso fácil, la vuelta del padre a casa o el primer plano de la niña amiga del protagonista, que aparece tras una puerta que se abre repentinamente no están nada mal. Pero después, la película se transforma en una sucesión de tópicos manidos, no tiene ritmo ninguno y aburre hasta el sufrimiento. Menos mal que al verla acompañado el descojone ante lo que presenciábamos se impuso al análisis riguroso (con las películas de los siguiente mensajes que escribiré ni eso ocurrió... Imaginaos... el horror, el horror). Por supuesto aparece el astrofísico, joven y guapo, que fuma en pipa y tiene ese aire de sabio despistado y profundo ( el día que me pongan a alguno fumándose un porrito y hasta los huevos de la soledad de un observatorio...). Después tenemos a la chica guapa que corre, grita, gime y termina en brazos de astrofísico. Natural, nuestro irresistible encanto, tantas veces comprobado en las noches laguneras. Sobre el chico y sus reivindicaciones sobre lo buenos que eran sus padre antes de los tornillazos qué decir, sólo que entran unas ganas de pegarle una somanta de ostias...

Pero, dejando a un lado a los personajes, me concentro mejor en momentos memorables de la historia. Uno sería cuando el niño le cuenta su teoría de la invasión marciana al astrofísico y éste, ante la pregunta de la médica sobre si es posible tal cosa, contesta con la mayor naturalidad: “Las teorías dicen que sí, que en Marte podrían vivir los extraterrestres bajo la tierra”. Con dos cojones. Sus fuentes científicas: Asimov y Arthur C. Clarke. Por lo menos. O ese otro momento en el que el militar al mando, al perder de forma patética a uno de sus hombres en la arena espeta: “Esos marcianos, o lo que sean, se van a enterar de quien soy yo”. Claro referente filosófico en el que se inspirará posteriormente Stallone para construir el personaje de Rambo, en su lucha contra los marcianos amarillos. La llegada de los militares marca un punto de inflexión de la película. Como diría Danisev, ahí la película rompe definitivamente. El director (o lo que sea) decidió inflar el metraje de la cinta a base de incluir imágenes de archivo de maniobras militares que no pegan ni con cola con la textura ni el color de la película. Así, nos tragamos imágenes e imágenes de tanques y aviones que nunca sabremos por dónde vienen, cuándo llegarán y para qué. Bueno el para qué, sí. Mientras se plantean si entran o no en la arena los cuatro actores que hacen de extras que en la película, se entremezclan imágenes de bombardeos continuos y terribles... ¡Pero jamás sabremos cuál es su objetivo! Y la cosa continúa. Un subordinado le trae al general uno de los tornillos que han extraído de un tío que murió por la noble causa marciana y el general le pregunta a su experto (también militar) que tiene al lado:"¿Qué le parece?” El otro, con gesto serio y concentrado, le contesta: “Parece un cristal de cuarzo unido a una pieza de platino”. Literal, le basta un simple vistazo en la oscuridad de la noche para saberlo. Surrealista. Para qué coño se necesita un laboratorio teniendo a este tío en el grupo.

Y qué decir del final, cuando empiezan a buscar la localización exacta de a nave marciana. Lógicamente comienzan la búsqueda junto a nuestra entrañable cerca, al final del camino, allí donde se ha desarrollado la mayor parte de la película. Después nos muestran una serie de planos cortos del concienzudo rastreo de la zona con una especie de radar que nuestro experto ha creado con el puto tornillo de cuarzo y platino, y cuando encuentran el lugar exacto, nerviosos, preparan una bomba para abrir una agujero en la tierra. Como el director no quiere dejar escapar la oportunidad de deleitarnos con sus efectos especiales, nos muestra un plano medio de la explosión, ¿y qué descubrimos.?... ¡¡Que la explosión tiene lugar junto a la cerca, en el mismo sitio donde iniciaron la busqueda!! Pero eso no es todo, porque los marcianos son muy listos y tienen una especie de arma que sella los pasadizos que han construido bajo tierra, por lo que los militares han de volver a la superficie justo para ver como arrastran hacia el interior de la arena al niño y a la tía protagonista. ¿Intentar entrar por donde los han arrastrado? Imposible, ya habrán sellado la zona, mejor seguir buscando otra entrada. Y la encuentran por fin... ¿Dónde? Pues coño, en el mismo sitio que la primera vez, puesto que para qué van a hacer otra explosión, cogen el mismo plano en el que explosionaba la bomba de la primera vez y ya está. Impresionante. Podría parecer que esto es el mejor ejemplo de la economía de medios empleados. Pues no. Lo mejor está bajo tierra. A los monstruos marcianos se les ven las cremalleras de los disfraces, pero aún más divertido es asistir, en un mismo decorado, a las múltiples persecuciones de militares y marcianos por los múltiples túneles que debiera haber en el interior terrestre. Es decir, hicieron un pasadizo con una curva y según desde donde rodaban parece un giro a la derecha o un giro a la izquierda y nada, los extras a correr y correr, que hay que rellenar minutos. Y corren os lo aseguro. Corren muchas veces. Por el mismo puto sitio.

En fin, la verdad es que debido a todo esto y a ver la película con Carolina me descojoné mucho y bien. No hay que negar el valor del planteamiento de la historia y su final, que la hace circular y aún más desesperante por ello. Pero la película es mala, mala de cojones, por mucho que algunos frikis de Internet le quieran extraer valores que no tiene. Los otros clásicos de la época en el género fantástico y de ciencia ficción como Ultimátum a la Tierra, la antes mencionada La guerra de los mundo o Viaje al centro de la Tierra le dan mil vueltas y cobran mayor valor tras la decepcionante visión de... Los invasores de Marte.

01 abril 2006

Federico Jiménez Losantos: devorado por los adjetivos

Se ha convertido en una caricatura de sí mismo. Un guiñol desaforado que se encuentra permanentemente enfrentado al mundo. Enfrentado a todo aquél que no comulgue con sus principios. Él, que comenzó defendiendo la libertad frente a la asfixia intelectual generada por el imperio del monopolio, no supo aplicarse lo que un día creyó defender. Inteligente, culto, sarcástico y mordaz, magnífico tertuliano por su rapidez y creatividad mental, ha terminado dejando diluir hasta la nada todas las cualidades que atesoraba y que sus enemigos (tan sólo por ideología y desde la incapacidad) no quisieron nunca valorar. Ensoberbecido y con la odiosa certeza de estar siempre en la posesión de la verdad absoluta, ha derivado en un personaje oscuro, mezquino, lleno de rencores, henchido de poder y de orgullo hasta la náusea, propenso a la megalomanía y capaz de decir los mayores disparates con la mayor desfachatez. Federico Jiménez Losantos, el hombre que fue devorado por sus adjetivos.

Comenzó utilizando con inteligencia y soltura el amplio surtido gramatical que el castellano nos otorga a todos, pero pocos pueden utilizar. Usó los adjetivos como nadie. Inventó palabros, sustantivos, definiciones espléndidas de largo recorrido conceptual. Recuerdo ese magnífico Prisoe, hoy ya tan manoseado. Repleto de mierda por el uso constante e indebido que sus cachorros hacen de él. Da pena y asco leer los distintos foros de Internet y ver como repiten hasta la extenuación, sin gracia ni inteligencia, lo que su ídolo mediático dicta cada mañana desde su atalaya radiofónica. Ha conseguido una cohorte de admiradores paletos, jóvenes con ínfulas de patéticos patriotas, neoliberales de manual que idolatran como memos el libre mercado, fachitas de pacotilla y resentidos sociales. A todos los mima sin pudor desde su micrófono, y ellos se dedican a difundir lastimosamente sus consignas de forma panfletaria, cayendo siempre en el exabrupto, el grito y la ofensa. Internet está repleto de ellos. Se dedican a su tarea con pasión y furia, sus comentarios son un monumento a Darwin y a su teoría de la evolución, pues no se puede escribir ni hablar tan mal, diciendo las barbaridades y obscenidades que dicen, sin entender que nuestra parte animal, la menos inteligente, se hace más evidente en ellos. No escriben, no hablan, no comunican. Rebuznan.

Losantos ha suprimido de su cabeza la posibilidad de entender que haya gente que no vea el mundo a su manera. Para ello se ha desembarazado de voces discrepantes y se ha rodeado de vasallos intelectuales, un grupo de tertulianos cada vez más mediocre que aplaude con risotadas serviles sus desvaríos enfebrecidos. Además, como el Nerón de Quo Vadis, ha conseguido incluso subyugar públicamente a personajes de tanta enjundia periodística e intelectual como él, que maleados o abrumados por su personalidad arrolladora, se han convertido en parias infames, sombras de sí mismos, olvidando quienes fueron, de donde vinieron y que fracasar por un camino no lleva irremisiblemente a tomar el otro (pongamos que hablo de Albiac).

La pena es que todo esto ha eliminado cualquier rastro de posible credibilidad en su discurso; nadie salvo sus fanáticos seguidores pueden creer que lo que dice es cierto y no una inmensa y continua mentira para derrocar y destruir a los progres, a Prisa y al PSOE. La fijación es tal, que sabemos imposible que pueda ya seguir haciendo críticas veraces en las que se pueda confiar. Es un periodista amortizado. Para aquéllos que lo escuchábamos hace algunos años, cuando aún no se había convertido en el que es hoy, que lo escuchábamos desde posiciones ideológicas totalmente dispares pero sabiendo que había que escuchar otras voces más libres en un mercado monopolizado por las huestes de Polanco, es una pena constatar que otro foco de información se cierra, que la posibilidad de escuchar voces razonables desde las distintas trincheras se hace ya imposible desde ésta. Es una pena saber que con él los sociatas tendrán siempre su muñeco de pim- pam- pum y no tendrán que dar la cara y purgar sus propias miserias y sus propias hiprocresías. Es una pena escribir este epitafio periodístico de un periodista. Un periodista que fue devorado por sus propios adjetivos.