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10 julio 2013

Internet nos hace superficiales... pero con matices (2 de 2)


A mi alrededor constato que aquellos que, por diferentes motivos, pasamos mucho tiempo conectados a la red cada vez nos cuesta más trabajo leer 10 o 15 páginas seguidas de una novela o un ensayo sin que nos interrumpa el último whatsapp, tuit, mail o comentario de facebook. Antes, hace muy poco, esto era muy fácil de solucionar alejándote del ordenador y leyendo en otros espacios de la casa. Ahora, desde hace unos pocos años, con los smartphones y los tablets, la desconexión es prácticamente imposible sin caer en un talibanismo tecnológico igualmente perjudicial. Además, no la solución no creo que pase por cerrar las puertas de acceso a la red porque tal vez el tecnológico sea el aspecto menos relevante del problema. La novedad, lo diferente, es el ansia, la necesidad, la adicción a la conexión permanente, a revisar tu smartphone o tu ordenador, aunque no hayas recibido ninguna alerta, como un acto reflejo, como un drogadicto en busca de sus dosis, buscando el estímulo digital al que nos hemos acostumbrado, y que nos facilita la pérdida de concentración en esa actividad tan costosa que es la lectura atenta y en profundidad.

Hay un aspecto que tal vez aún esté pasando desapercibido y con lo que no creo que se contara cuando se glosaban los beneficios de la construcción colectiva de conocimientos que traería la Web2.0. La conversión del receptor pasivo de la Web 1.0 en comunicador, en constructor interactivo de información en la Web 2.0, ha tenido como efecto colateral inesperado la aparición del placer culpable y casi siempre estúpido de la búsqueda de reconocimiento. Esta actitud ya se empezó a vislumbrar cuando explotó el fenómeno de los blogs y sus autores desesperaban por maximizar las visitas y las referencias a lo escrito. Ahora eso se ha multiplicado por mil gracias a redes sociales como Twitter y Facebook en las que, sin necesidad de construir un contenido cuidado y con cierta densidad, se puede conseguir ser protagonista y conseguir esos 15 minutos de fama que predijera Warhol (que en la red, por su velocidad, han transmutado en unos escasos segundo y medio). Aunque es evidente que habría que dilucidar cómo afecta a los diferentes tipos de internautas esto que describo, es innegable la existencia de cierta vanidad y búsqueda de relevancia en esa continua atención a tuits, whatapps, comentarios de blogs o interacciones de Facebook, que poco a poco absorben cada vez mayor cantidad de tiempo. Esta actividad interactiva significa en ocasiones (pocas) un  intercambio constructivo y formativo de información y conocimientos pero en general, no supone más que una gran conversación infinita repleta de naderías, anécdotas e intrascendencias ególatras. La vanidad y la búsqueda de reconocimiento es algo que siempre hemos asociado a los creadores:escritores, pintores, cineastas que nunca han podido evitar, aunque lo oculten tras una falsa modestia o una calculada indiferencia, la emoción que sienten cuando sus creaciones alcanzan el éxito o la relevancia social. Pienso que a pequeña escala esto está sucediendo también en la Web 2.0, con la enorme diferencia de que esos cientos de miles de anónimos creadores en busca del éxito apenas ponen encima de la mesa nada que pueda ser considerado como relevante y por tanto susceptible de ser valorado como algo singular y con cierta trascendencia.

Por otro lado es idiota criticar al medio y tratar de responsabilizar a la red de un problema que debemos resolver nosotros mismos. A muchos les entusiasma construir extravagantes teorías de la conspiración y pensar que el ruido y la trivialidad en la que nos sumerge la red son provocados y fomentados, fruto de un elaborado plan para someternos y confundirnos (detrás estarían, por supuesto, el club Bilderberg, los mercados o los alienígenas. O una alianza de todos ellos). Pero dejando aparte estas tonterías, al final los problemas mencionados no son más que la consecuencia natural de la irrupción de una tecnología de la comunicación que ha cambiado todos los parámetros relacionales con los que habíamos vivido durante décadas. El salto ha sido muy grande y en muy poco tiempo. Y todavía tenemos que aprender a usar de manera inteligente toda esa información y comunicación que la red nos ofrece sin perder de vista que el ser humano necesita espacios de soledad e introspección para pensar y reflexionar, para incluso ser capaz de conocerse a sí mismo, de ahí la importancia del silencio e incluso del aburrimiento para conseguirlo.

Por último también hay que dejar constancia de un aspecto que sirve para relativizar un tanto la crítica (aunque sea necesaria) a la distorsión que generan las nuevas tecnologías a nuestra capacidad lectora en particular y a nuestra capacidad de concentración en general. En el fondo, mucho antes de que la Web 2.0 viniera a distraernos, había ya mucha gente (de hecho una gran mayoría de españoles), que no leía un libro ni aunque le pusiesen una pistola en la cabeza y que, salvo las cartas que enviaron de niño a sus abuelos (obligados por sus padres, claro), se podían tirar toda su vida adulta sin comunicarse por escrito con nadie y sin ser capaz de hilar dos ideas complejas sobre un papel. Esa gran mayoría es la misma que lo más cerca que estaba de leer un periódico era porque le regalaban alguno de esos ejemplares de prensa anoréxica repleta de anuncios que se popularizaron en los últimos quince años. Y esa gran mayoría igual no ha notado nada de lo que he descrito en estos post y en cambio sí ha visto cómo, aunque sea de manera superficial, le llegaba mucha información por vías de las que no disponía en el pasado que poco a poco le han ido permitiendo opinar y argumentar sobre asuntos que, sin la Web 2.0, ni siquiera habría conocido su existencia.

Por lo tanto debemos reflexionar y aceptar como una evidencia que la Web 2.0 no sólo están modificando nuestra manera de aprender, de relacionarnos y de comunicarnos sino que también tiene una repercusión directa y negativa en la realización de tareas complejas que conllevan necesariamente una concentración que a día de hoy se ve continuamente cuestionada por la distracción perenne en la que nos sumergen las redes sociales. Pero ello no nos debe hacer desdeñar en aras de un intelectualismo mal entendido el enorme potencial que Internet tiene y los beneficios que ya hoy nos aporta. Aprender a controlar nuestras adicciones virtuales, reconocer el problema, aprender a usar de manera más racional y útil las nuevas tecnologías de la comunicación e imponernos y exigirnos una mayor educación en nuestro devenir digital son objetivos básicos que debemos colectivamente intentar alcanzar. Y volver a aprender a leer en profundidad disfrutando del silencio. Costará, pero una vez que nos cansemos de la novedad digital y la comunicacional infinita igual descubrimos que no tan difícil volver a conseguirlo.

07 julio 2013

Internet nos hace superficiales... (1 de 2)

Nos está pasando a muchos, lo hemos tenido que ir reconociendo a pesar de que al principio nos lo negábamos incluso a nosotros mismos. Nos ha ayudado que por fin sea algo que se ha puesto encima de la mesa, algo de lo que se habla ya abiertamente, que se puede valorar y discutir y que, por supuesto, ya somos conscientes de que no es un problema sólo nuestro. Desde hace un tiempo se escriben artículos sobre el asunto, aparecen sesudos ensayos expresando honda preocupación y es un problema que los que estamos conectados mucho tiempo a Internet, a las redes sociales, a la Web 2.0 en general, no podemos ni debemos eludir: Internet está afectando a nuestra capacidad lectora. Cada vez es más dificultoso mantener la concentración fijada durante horas en una lectura pausada, comprensiva y reflexiva. Y esas son las características fundamentales que pueden hacer que dicha lectura suponga un aprendizaje significativo y trascendente, una experiencia con poso y con sustancia. Por lo tanto nos deslizamos peligrosamente hacia una experiencia lectora superficial, intensa y agotadora de textos consecutivos y paralelos cada más breves, más extremistas y con menor profundidad, en los que lo emocional y la ausencia de matices se hacen preponderantes y lo reflexivo y lo analítico desaparecen. 

Vivimos inmersos en un carrusel desquiciado de noticias que cada hora parecen suponer un punto de inflexión definitivo en lo político, lo social o lo económico. Noticias sobre las que nos volcamos con ansiedad leyendo y escribiendo radicales juicios apresurados, navegando como posesos en busca de nuevos artículos que nos ayuden a clarificar el nuevo escenario que dichas noticias han dibujado, para tan sólo obtener una riada de datos descontextualizados que no tenemos tiempo de hilar ni de darles forma racional porque de repente aparece la nueva noticia que todo lo cambia. Las opiniones se entrecruzan, aparece la confrontación, se discute con quien no es el enemigo pero al menos tiene una cara (virtual), se abandona la idea de convencer a nadie, se grita, se insulta, escupimos al ciberespacio parte de la rabia que acumulamos en el día a día. Y cuando nos cansamos de discutir dejamos aparecer el sarcasmo, jaleamos el cinismo y elevamos a los altares durante unos segundos el pretendido ingenio de los que se erigen en poetas mínimos del fracaso colectivo social en el que vivimos. Tal vez sea en Twitter y en los comentarios a los artículos de los medios digitales donde se manifiesta con mayor virulencia aquello que describo.

Actualmente Internet ofrece lo que parece una ilimitada oferta de información y de conocimientos que están ahí esperando tan sólo a que el interés de cada uno de nosotros nos permita acceder a ellos. Podemos mejorar nuestra formación mediante un aprendizaje continuo hecho a la medida de cada uno de nosotros. Podemos confrontar opiniones, profundizar en asuntos que antes estaban vedados por los grandes medios de comunicación, aclarar ideas, entender nuevos conceptos. Pero la realidad es otra, muy diferente. El último ensayo de Pascual Serrano, La comunicación jibarizada, trata sobre ello, como antes lo había hecho Nicholas Carr en Superficiales, ¿qué está haciendo Internet con nuestras mentes? La realidad es que tras la promesa de acceso a una información ilimitada, de un acceso infinito a diferentes voces y puntos de vista sobre cualquier tema que nos ocupe, la Web 2.0 se ha convertido en un enorme patio de vecinos en el que el que el ruido ensordecedor provocado por la opinión continua sin filtro de todos nosotros nos termina arrastrando por el camino de la irrelevancia, de la búsqueda del titular, del reconocimiento en un otro que casi no se conoce, a través de una lectura diagonal que apenas supone un escaneo insustancial del contenido escrito pero con el que creemos, erróneamente, dotarnos de datos con los que finalmente terminamos reafirmándosonos en nuestras posturas previas. Abrimos decenas de enlaces que nos llevan a decenas de artículos que a su vez nos direccionan a decenas de nuevas páginas en un bucle infernal que, generalmente, tras una lectura superficial y apresurada, dejamos abiertos como pestañas en el navegador, durante un rato, hasta que de manera displicente los cerramos sin reflexionar mucho sobre ello. En todo este proceso consumimos tiempo, mucho tiempo, un tiempo que podríamos dedicar a realizar lecturas en profundidad sobres esos temas que decimos que tanto nos preocupan. Pero la tendencia es otra, la multitarea se impone, la capacidad de hacer varias cosas al mismo tiempo es alabada como una mejora evolutiva, como una forma de aprovechar el tiempo, de abrirse a diferentes estímulos que nos enriquecen intelectualmente. Y son tachados como conservadores y retrógrados los que señalan que diversificar nuestra atención, intentar estar a muchas cosas al mismo tiempo puede impedir la profundización y la reflexión sobre cada una de esas tareas que se realizan, y que por ello, tal vez, nuestros aprendizajes tiendan a ser menos significativos.