31 mayo 2013

Periodismo basura al servicio del Poder

Llevamos ya muchos años asistiendo a discusiones viscerales acerca de cómo podrá sobrevivir la prensa escrita tradicional, el periódico de papel, al inevitable empuje de Internet, que ha (mal)acostumbrado a muchos ciudadanos a acceder a una gran cantidad de información (ya sea relevante y de calidad, ya sea anoréxica y por tanto sin valor) sin aparente coste alguno. A pesar de lo que los dueños de los grandes emporios mediáticos suelen proclamar en sus vacíos y ampulosos discursos acerca de la necesidad de pervivencia del periodismo de pago, lo cierto es que desde hace años asistimos en España a un insoportable deterioro de la calidad de los contenidos que nos ofrecen los grandes periódicos tradicionales. Desde hace ya demasiado tiempo, y no sólo por la crisis y los despidos, las grandes cabeceras parecen no querer retener ni dar importancia a sus lectores más preparados, a los que siempre estuvieron dispuestos a pagar por una información interesante y de calidad, más allá de las públicas ideologías de los medios en cuestión. Inmersos en sus luchas de trincheras, preocupados por la inmediatez de las ventas a corto plazo, ahogados por las deudas de sus empresas matrices a estos periódicos se les ha olvidado, en el peor momento para ellos, el valor añadido que supone construir noticias con cierta densidad y bien documentadas. Y digo en el peor momento porque justo es en esta época, gracias a Internet, cuando las informaciones que publican y los mensajes ocultos que con ellas quieren transmitir son más fácilmente analizables. Cuando más sencillo es desvelar la pobreza intelectual y la miseria de lo que tratan de hacer pasar por información y tan san sólo es rancia ideología o defensa de las políticas de políticos junto a los que han cavado profundas e interesadas trincheras. Hace poco Daniel Ruiz escribía de manera muy acertada acerca de cómo pequeños medios, cuyo negocio se desarrolla fundamentalmente en la red, estaban aportando aire fresco al periodismo español a base de volver a dar importancia a los contenidos, utilizando el medio pero no convirtiendo a éste en el protagonista. Si los periódicos de papel no terminan de entender que ése es el único camino posible para sobrevivir vamos a ver como mueren muchos de ellos en el inevitable tránsito final a lo digital.

Hace un par de días, en El Mundo, en el periódico de papel, me encontré con esta noticia (que no he conseguido encontrar en la web) firmada por Luis F. Durán:



El Mundo dedicaba toda una página, una página completa, una página sin publicidad, una de sus escasas 70 páginas (que ya vienen repletas de anuncios y de información huera y sin valor) a una noticia que no es noticia, a una información que de nada informa, a una construcción argumental delirante sustentada en el más absoluto vacío a partir de unos datos estadísticos que decían haber sido recopilados por el Gobierno de la Comunidad de Madrid. Los que llevamos años leyendo periódicos, cualquier aficionado a la fotografía o analista de del lenguaje periodístico, o simplemente alguien que no lea de manera despistada el periódico puede comprender que esa noticia que no es noticia, que esa información que de nada informa, está construida tan sólo como objeto propagandístico de la Consejería de Educación de la Comunidad de Madrid. Los motivos por los que esto es así habría que preguntárselos a Pedro J. La mitad de la página es ocupada por una enorme foto de la Consejera de Educación, Lucía Figar, con una tiza en la mano, envarada,  en una postura antinatural, dentro de un aula (seguramente pública, de las que sólo ha pisado en los últimos años, ya que nunca se educó en ellas), remarcando en la pizarra la “importancia” de la ley de autoridad del profesorado, en un gesto que es reforzado por la potencia de un titular simplificador, maniqueo y tramposo:

A más autoridad, menos castigos

Lo que el artículo pretende transmitir (el escaneo no es el mejor y no se puede leer la noticia al completo) es que el supuesto descenso de la conflictividad en las aulas madrileñas es debido única y exclusivamente a la insustancial e irrelevante ley de autoridad del profesor, aprobada por la Comunidad de Madrid en junio de 2010. Para alguien como yo, que lleva trabajando más seis años en el ámbito de la educación pública madrileña, no puede haber mayor disparate que esa correlación argumental que el artículo trata de imponer sin pruebas al lector. La ley de autoridad del profesor no existe en los centros educativos. Ni se respira, ni se siente, ni está presente en el día a día educativo. Cualquier profesor de cualquier instituto madrileño podría confirmar esto a poco que se hicieran las preguntas de manera adecuada (saber qué preguntar y cómo hacerlo, no para obtener lo que uno quiere escuchar sino para que el entrevistado se exprese, es clave para realizar un periodismo de calidad). Es una ley fantasma, ni siquiera me atrevería a calificarla de errónea. Tan sólo puedo asegurar que es absolutamente intrascendente en la labor de la gran mayoría de los profesores. Entiendo que en algún caso puntual, gracias a la dichosa “presunción de veracidad”, haya podido servir para proteger a algún profesor denunciado  (otra cosa es que eso sea en sí mismo positivo), pero de ahí a hacerla responsable y causante de la disminución de la conflictividad de la educación madrileña es algo tan necio que uno jamás esperaría encontrárselo en las páginas de un periódico supuestamente serio como El Mundo. O lo esperaría encontrar como argumento del poder establecido, contrarrestado por un trabajo serio de investigación periodístico que lo mande al basurero intelectual del que surgió.

Pero como lo lógico es que lo que se publica a página completa en un diario tan importante como El Mundo no sea ni casual ni poco reflexionado lo único que se puede considerar es que el diario ha decidido por motivos espurios hacer de de gabinete de comunicación de la Consejeria de Educación de Madrid, engañar a sus lectores y prostituirse de manera obscena para permitir que Figar y su controvertida política educativa (que le ha hecho enfrentarse a toda la comunidad educativa) encuentren una vía de escape, un falso argumento en el que atrincherarse para promocionar entre los suyos que su labor aporta efectos positivos a la educación. Efectos que, aunque no sean reales, aunque sean objetivamente indemostrables, aunque tal vez puedan ser debidos a otras causas completamente diferentes, puedan ser utilizados para obtener una repercusión positiva en la opinión de los futuros votantes. Siempre que haya un periódico de gran tirada dispuesto a utilizar sus páginas como soporte publicitario institucional sin advertir de ello a sus lectores.

Investigando por la red, intentando descubrir el origen y las repercusiones de una noticia como ésta, me sorprendió encontrar esta pieza del telediario de Telemadrid. Utiliza los mismos datos, los mismos argumentos, las mismas ideas. El mismo día. Información clonada de la publicada por El Mundo, Sin matices ni controversias. Tan sólo enunciando el dogma, de manera incuestionable. Casualidades.


Llevaba mucho tiempo sin acercarme a la cadena de televisión pública madrileña. Los recortes, el puño de hierro con el que el PP madrileño controla todo lo que allí se emite, la imposibilidad de reconocerme como madrileño a través de sus ondas. Todo hace recordar casi con nostalgia el mismo canal autonómico que conocí hace ya más de diez años. Al mismo tiempo, he de reconocer que su increíble nivel de complacencia con el Gobierno madrileño nos proporciona en este caso, de nuevo, una pieza periodística impagable. No sólo muestra un nivel de sometimiento a dicho Gobierno bochornoso, sino que también muestra la indigencia de recursos con los que cuenta hoy la cadena de televisión: la pobreza del reportaje es lastimoso. La manipulación mediante la edición de lo dicho por la profesora, la entrevista con el chaval para intentar refrendar una idea preestablecida y el cierre final, apoteósico, con alusión al PSOE y a IU como opositores a esta arcadia educativa que se nos presenta, en la que los conflictos se han solucionado por la existencia de una ley mágica, son pruebas irrefutables del catastrófico nivel que ha alcanzado la televisión autonómica. Todo es tan lamentable, provoca tanta pena, tanto asco, que si no fuera porque lo pagamos entre todos, sólo serviría para provocar unas risas.

No tengo datos suficientes que me confirmen si realmente la conflictividad en las aulas madrileñas ha descendido o no. Mi experiencia me dice que no, pero por supuesto ésta es limitada a unos pocos centros. No tengo ni idea de si hoy los profesores están poniendo menos sanciones. Puedo incluso asumir que esos datos presentados por la Consejería de educación a través de sus medios institucionales, El Mundo y Telemadrid, son reales. Lo que no sería capaz, como ellos, es de establecer una teoría simple e interesada de por qué estos hechos, si es que son verdad, se han producido. Podría especular, claro, con una mayor base de verosimilitud que la presentada por estos medios, que este descenso de la conflictividad contable podría ser debido por un lado a las huelgas del curso pasado (que provocaron que los posibles conflictos educativos pasaran a un segundo plano) y por otro lado a la mayor presión a la que está sometido un profesorado al que, además de aumentarle las horas lectivas, le han impuesto en muchos centros que sea él y no la jefatura de estudios el que gestione los potenciales conflictos que se generen con los alumnos, lo que significa una sobrecarga laboral inasumible para gran parte de los profesores, que prefieren dejar pasar pequeños conflictos y provocaciones de alumnos antes que tener que gestionar ellos mismos las consecuencias de denunciar tales comportamientos. En todo caso, más allá de los datos y de las especulaciones, es necesario trasladar a la opinión pública que es absolutamente falso que la ley de autoridad del profesor haya significado alguna mejora en el clima educativo. Y que noticias como la de El Mundo son una mera traslación escrita de la voz política de sus amos, fruto del envilecimiento de un tipo de periodismo institucionalizado y decadente que crece a la sombra del poder, reflejo de un tipo de información anoréxico, que es dañino por inane. La expresión más evidente del grave problema que acucia a un periodismo basura que no sólo no informa, sino que desinforma a los ciudadanos por intereses ocultos.

18 mayo 2013

Orgullo de profe

El viernes por la tarde me encontré encima de un escenario siendo inesperado protagonista de algo en lo que apenas pretendía ser secundario sin frase. Un escenario algo destartalado, con recuerdos de viejas obras anteriormente representadas, un escenario sin el aroma de los centros educativos donde la élite suele llevar a sus cachorros, un escenario de instituto público, una sala multiusos acogedora y sencilla donde un joven director hacía de maestro de ceremonias en un humilde festejo de graduación de los alumnos de Bachillerato del centro. Uno alumnos a los que en una gran mayoría les había dado clases hacía ya dos años, dos cursos, cuando estaban en el último año de la ESO. Fui el encargado de introducirles en las primeras nociones serias de la Física y la Química y además, me hicieron tutor de ellos. Todavía recuerdo el encargo con cierta angustia. 32 alumnos conformaban aquel grupo de 4º ESO, una ratio imposible para intentar enseñar con una mínima garantía de éxito. Y mucho menos para intentar ser un tutor adecuado para ellos. Al final lo lograron, culminaron el año con éxito, fundamentalmente gracias a su esfuerzo y sin las facilidades que debiera haberles puesto una Administración educativa que sólo parece dedicada a poner trabas a la enseñanza de todos, a la enseñanza pública. De los 32 alumnos, 31 de ellos consiguieron titular. Recuerdo mi enorme satisfacción entonces por ello. Pocos saben el trabajo que para un tutor supone llevar hacia delante un grupo tan numeroso como éste, con tan diferentes perfiles, intentar estar ahí para todos, no sólo como el profesor de una asignatura (que también) sino como una figura en la que puedan confiar para apoyarse y confiar para impulsarse hacia el futuro. Con máxima exigencia, viendo como algunos sufrían con mi asignatura, mientras yo mismo relativizaba su importancia para que tuvieran una visión global sobre sus estudios y sus posibles itinerarios y no sólo focalizaran todo a través de un fracaso particular. Recuerdo con especial cariño las clases con aquel grupo, que contaba con una serie de alumnos especialmente brillantes, con hambre, dispuestos siempre a aprender algo nuevo y abrir nuevas vías desde las cuales caminar hacia nuevos conocimientos. Y recuerdo con especial satisfacción que todos los demás, en lugar de quejarse o asustarse,  intentaban también llegar a las nuevas complejidades planteadas, desde sus capacidades y sus limitaciones, pero siempre con buen talante, tirando hacia delante. Sin rendirse y confiando en mi criterio respecto a lo que les podía exigir. Fue un placer. Después terminó el curso y con él crees que también finaliza la relación con esos alumnos. Sabes por sus reacciones que todo ha marchado bien, por algunos comentarios de los padres que éstos también están satisfechos con tu labor y en tu interior sabes que lo has dado todo, que tal vez podías haberlo hecho mejor pero que tu conciencia está tranquila, entiendes que el esfuerzo tuvo resultados y que el trabajo ya está terminado. Y caminas en dirección a otro centro. Con otros alumnos. Diferentes. Ni mejores ni peores. Tan sólo diferentes. Y eso, a pesar de todo, a pesar de echar de menos aprovechar los réditos del trabajo ya realizado, también estimula y provoca excitación.

Hace poco más de un mes recibí un email de uno de ellos, uno de los mejores (y no hablo de notas) invitándome por sorpresa a su graduación de Bachillerato. Dos años después. Curiosamente era la segunda vez que me pasaba. Antes fue en otro instituto, en otro entorno, con otro grupo, completamente diferente. Igual que la vez anterior me sentí halagado, sorprendido, contento y orgulloso. Por la invitación, claro, pero sobre todo por el recuerdo. Eso es lo importante, ahí está la clave. En que te recuerden con cariño. Al fin y al cabo, durante un curso el tiempo pasa rápidamente, parece acelerarse y aunque creas sentir que existe cierto feeling con tus alumnos no dejas de saber que ellos tienen muchas asignaturas, muchos profesores y tú eres uno más, otro más de los que entra por la puerta del aula para intentar enseñarles. O para demostrar tu ignorancia al hacerlo. Mientras, ellos te evalúan. Les confirmé que intentaría ir a su graduación. Me hacía ilusión estar presente. A a estas alturas ya soy consciente que este acto tiene gran importancia para ellos.

De repente. Estaba al fondo de una sala repleta de familiares, alumnos y profesores. El director entonces, sorpresivamente, apeló directamente a nosotros: “antiguos profesores”, dijo, (no sabía quiénes éramos, él no estaba en el centro por entonces), “antiguos profesores que estén presentes y quieran participar de la entrega de diplomas a los alumnos”. Miro a Luis. Primero sube él, profesor de inglés, que fue con ellos al viaje de fin de la ESO, a Praga, del que tienen excelentes recuerdos. Aplaudo. Me alegro por él. Entonces escucho mi nombre en la sala, en boca de algunos de ellos: “Pepe, venga... ¡Pepe!…” Los que me conocen saben lo reacio que soy a estas historias, lo que me cuesta convertirme en protagonista de un acto como éste. Mi primer impulso fue negarme, claro, pero al final… qué coño… sonreí, los miré y los recordé hacía ya dos años, sus gestos, sus risas, sus sufrimientos, las horas compartidas…  Subí al escenario, a ese escenario algo destartalado, tan de instituto público…

Allí estaba, con mis vaqueros y mi camisa negra, rodeado de trajes elegantes y corbatas, saludando y felicitando a chicos y chicas emocionados, algunos llorosos, recibiendo besos, apretones de manos o intensos abrazos de antiguos alumnos a los que mi memoria, de manera defensiva, había ido dejando atrás.  Me sentí, de repente, el profe más orgulloso del mundo, mientras los saludaba, entre sonrisas cómplices y abrazos espontáneos, mientras los aplaudía, mientras veía su sincera emoción. Una emoción  que ellos habían decidido compartir conmigo. Chicos y chicas estupendos, cada uno con sus particularidades, con sus capacidades, con su idiosincrasia, con sus ideas y sus inquietudes. Reflejo de la sociedad en la que vivimos, sustancia de esa educación pública en la que creo y por la que trabajo. Un motivo más para seguir en la brecha, luchando. Y disfrutando.

15 mayo 2013

De nuevo dentro de la bestia

Es el olor. Al final es ese olor, que se adhiere de manera nauseabunda a tus ropas, que termina apoderándose de cada centímetro de tu piel, que te acompaña durante días sin posibilidad de eliminarlo ni enmascararlo, mientras obligado sigues transitando por las entrañas del monstruo. Cada noche, mientras aceptaba sumiso volver a ser devorado, mientras paseaba por sus entrañas con la cabeza agachada para no enfrentarme de nuevo directamente a él, para eludir mi reflejo en sus frías paredes y negarme a confiar en su impostada asepsia, camino a esa habitación palpitante aún de vida que significaba el único refugio posible frente al dolor que transpiraban las paredes del monstruo, levantaba levemente la mirada, lo justo para mirar sin ser observado. Los pasillos de la bestia son como un agujero negro, un punto singular, un aleph del cual el dolor, como la luz, intenta escapar sin conseguirlo, regresando siempre, incapaz de ir más allá de los límites físicos que lo constriñen, incapaz de superar su particular radio de Schwarzschild, distribuyéndose a su vuelta de manera despiadada e indiscriminada entre sus cautivos, lo que hace que algunos que aún albergaban alguna esperanza esa noche, como aquella noche, de aquel puto septiembre, terminen derrotados frente a un cadáver irreconocible mientras otros saludan la mañana con la buena nueva de una respiración acompasada en un cuerpo que por fin deja de temblar. Corres entonces, empaquetas tus cosas y las de ella, sales con prisa de la habitación que fue refugio y ahora se ha convertido en prisión, atraviesas de nuevo los pasillos sintiendo como se posan sobre ti las miradas cargadas de envidia insana que te lanzan los que aún deben permanecer en el estómago de la ballena. Atraviesas por fin la puerta de salida, el coche acelera alejándote del monstruo de hormigón, ves como su tamaño disminuye en pocos segundos hasta por fin desaparecer pero, a pesar de ello, a pesar de que por fin lo pierdes de vista, crees escuchar una risotada sarcástica, lejana, casi inapreciable. Suena como una promesa. Promesa de un reencuentro que aunque no deseas sabes que inevitablemente se volverá a producir. Promesa de dolor. Promesa de sufrimiento. Sonríes por primera vez en días. Que se joda. Que espere. Todavía no es la hora. Queda tiempo. Tanto tiempo.