16 febrero 2012

Sobre la ampliación del Bachillerato (III): conclusiones, miedos y peligros



En los posts anteriores he tratado de centrarme lo máximo posible en la problemática derivada de la posible variación de la estructura de la Secundaria y el Bachillerato propuesta por el nuevo gobierno. En este sentido, como ya he argumentado, creo que la reforma propone una estructura organizativa que se adapta mejor a las necesidades formativas de los alumnos y soluciona algunos graves problemas que la articulación de la Educación Secundaria desde la LOGSE había generado. He intentado no desviarme en este caso hacia otros asuntos que considero los realmente relevantes y decisivos en relación a una mejora radical de la educación en España, y que de manera sucinta quiero señalar: 1) una mejor financiación, distribución y gestión de los recursos educativos con especial énfasis en la necesaria labor de paliar las desigualdades sociofamiliares de origen, que siguen siendo la causa más importante de la gran mayoría del fracaso escolar; 2) una necesaria disminución de las ratios por clase para todos los niveles y para todas materias, lo que permitiría una relación más fluida profesor-alumno y una mayor dedicación del primero a cada uno de los segundos; 3) un reconocimiento social a la figura del profesor que debiera ir aparejado con una mayor implicación por parte de éste en su labor docente, en su formación continua y en su responsabilidad para con sus alumnos; 4) una radical apuesta, exclusiva y excluyente, por la defensa de la enseñanza pública, evitando partidismos y bajo la premisa de que la gestión de los recursos públicas debe ser gestionada por la Administración, por lo que la selección del profesorado debe ser un proceso independiente y objetivo, alejado de favoritismos y sujeto a evaluación.

Finalmente, no puedo dejar de señalar la preocupación que existe, que comparto y es el origen de la gran mayoría de las reticencias de un gran sector de la comunidad educativa a esta reforma organizativa de las enseñanzas medias en España, por el hecho de que dicha reforma la vaya a realizar el Partido Popular. La desconfianza viene generada fundamentalmente por dos motivos: 1) La situación económica en la que vivimos inmersos permite que el ala más liberal del PP esté aprovechando el rebufo de lo que vienen haciendo desde hace años Comunidades como la de Madrid para continuar privatizando y liberalizando la educación, uno de los servicios públicos esenciales, en aras de una pretendida y artificiosa libertad de elección (subvencionada con los impuestos de todos) para beneficio de unas cuantas empresas, de muchas organizaciones religiosas (con lo que se aseguran siempre el voto conservador) y con la consecuencia de una segregación y segmentación social tremendamente  perjudicial. Sería de necios no señalar que la reforma comentada puede traer consigo la concertación del Bachillerato, puesto que su nueva estructura, que no conlleva ningún problema para su aplicación en centros públicos, plantea una situación de difícil solución en el caso los centros privados-concertados. Hasta ahora, excepto en la Comunidad Valenciana, las concertaciones educativas se hacían tan sólo para la etapa de la enseñanza obligatoria, es decir hasta el 4º ESO actual. Ahora, debido a la reducción de un año de la Secundaria y el mantenimiento de la obligatoriedad de los estudios hasta los 16 años, parece claro que los centros privado-concertados se van a mover para no perder nada de lo que ya han conseguido y aprovechar el momento para intentar que se amplíen los conciertos educativos a todo el Bachillerato. Que esto sucediera sería la puntilla final para la enseñanza pública, que se quedaría en una condiciones de manifiesta inferioridad frente a una enseñanza privada-concertada, extrañamente favorecida por una Administración pública, que la subvenciona generosamente y le permite no cumplir las leyes de selección de alumnado y de obligatoriedad de la gratuidad de la etapa de estudios obligatorios. 2) El otro peligro que conllevaría esta reforma sería aprovechar su implantación para ceder a la tentación de comenzar a crear diferentes itinerarios para los alumnos desde el primer año de la Secundaria. Esa idea, que ya lleva manejando el PP desde hace más de una década, copiaría el modelo segregador alemán y supondría el peor de los ataques a la igualdad de oportunidades que todo alumno de 12 años debe tener. A esa edad un alumno no tiene aún suficiente madurez para tomar ese tipo de decisiones respecto al futuro de su formación, y tampoco se ha puesto todavía lo suficiente a prueba como para reconocer con seguridad sus capacidades e intereses. La aplicación de esta segregación prematura sólo serviría para que los orígenes sociofamiliares del alumnado fueran aún más determinantes en la elección de sus itinerarios formativos.

A pesar de todo, estos peligros no sirven para negar la validez de la reforma. En todo caso sirven para comprender cómo una idea correcta, objetivamente beneficiosa, siempre puede ser utilizada con intereses espurios. Criticar la ampliación del Bachillerato a tres años sería un terrible error estratégico por parte de la izquierda (ojala hubiera sido ella la que la planteara)  porque con el tiempo va a terminar contando con un enorme respaldo social, de la comunidad educativa en general y de los profesores en particular, además de que va ayudar a mejorar las estadísticas de fracaso escolar y a descomprimir la convivencia en los centros escolares. Por lo tanto el empeño debe estar en no permitir que bajo el paraguas de la reforma se destruya el futuro de la enseñanza pública de España y que perdamos la ilusión de seguir teniendo una educación publica de tod@s y para tod@s 


Actualización: era de esperar que, tras el espectáculo que el ministro Wert da casi cada día desde que accedió a su múltiple Ministerio, los aspectos más positivos de la reforma pudiesen quedar en papel mojado una vez que se pusiese hablar con los agentes privados de Educación y observase que este cambio normativo traía cambios necesarios en la organización de muchos centros educativos. En sus penúltimas declaraciones sore la reforma (no serán las últimas), Wert ha afirmado que, en todo caso, el título (¿qué título, por  cierto?) no se obtendría hasta terminar el primer curso del nuevo bachillerato o de FP. Vamos que todo seguiría como hasta ahora pero los alumnos recibirían el título de Secundaria tras ¡terminar el primer curso de una nueva etapa educativa! ¿Que no tiene ningún sentido? Evidentemente. Todo seguiría igual que ahora, aunque cambien los nombres. y se le añadiría el elemento surrealista de que la titulación llegue un curso después de terminar una etapa educativa y sin terminar la siguiente. Imagino que la imposibilidad económica actual de concertar los Bachilleratos y el temor de muchos de estos centros concertados a ver cómo perdían una curso de la ESO en beneficio de uno de Bachillerato (cuya etapa carecería de sentido comenzar en dichos centros para terminarla en los centros públicos), ha pesado mucho en esta marcha atrás. Pero también estoy seguro que todavía no hemos visto el final de las rectificaciones y los parches. Así hacemos leyes educativas en españa.

Sobre la ampliación del Bachillerato (II): argumentos a favor

(Continuación del post anterior)

Todo aquél que conozca en primera persona la realidad de los Institutos de Educación Secundaria, es consciente del gran número de alumnos que  presenta diferentes tipos de problemas educativos, y también, que cuando empiezan a aflorar esos problemas, el horizonte de la obtención del título la ESO, cuatro cursos después, es algo que para muchos de ellos aparece como un objetivo inalcanzable, lo que los frustra y desanima. Por este motivo, a medida que los tropiezos se van produciendo en 1º o 2º ESO, el panorama que se les ofrece a estos alumnos (salvo que presenten alguna particularidad que les permita ingresar  en el programa de diversificación curricular a partir de 3º ESO) es desolador, porque por un lado son incapaces de revertir su situación a pesar de que puntualmente lo intenten (atrapados como están en una dinámica negativa, que se ve reforzada por la falta de empatía de una gran parte del profesorado que los ve tan sólo como elementos disruptivos, y no también como víctimas de un sistema al que no son capaces de adaptarse) y por otro, lentamente, van adquiriendo la conciencia de que les va a ser tremendamente complicado obtener un título, el de la ESO, que saben que la sociedad les va a exigir para poder al menos tener alguna mínima posibilidad en el mercado laboral. Este hecho termina por pervertir todo su proceso de formación, porque a partir de cierto punto (tras repetir o pasar de curso sin los conocimientos adecuados por imperativo legal) su única obsesión será terminar 4º ESO como sea, forzando al máximo su permanencia en los centros, encontrando vericuetos, extrañas combinaciones de asignaturas y rebajas de nivel académico dentro de grupos especiales que ninguna directiva confesaría oficialmente crear, pero que a algunos (los menos) de ellos les permite intentar alcanzar su objetivo. Por el camino, muchos otros terminan completamente perdidos, desesperados, y como la ley (con buen criterio de partida aunque sin medios ni recursos suficientes para lograr que sea  útil) establece la obligatoriedad de la escolarización hasta los 16 años, algunos terminan convirtiéndose en zombis educativos, adolescentes que en una de las épocas más intensas de su vida muestran una pasividad y un derrotismo inauditos, que terminan desarmando al más esforzado de sus profesores, hasta que un día desaparecen de las aulas sin que nadie les eche mucho en falta. Esos alumnos formarán parte de esa estadística vergonzante que sitúa a España como uno de los países occidentales con mayor índice de fracaso escolar o, visto de otra manera, con mayor índice de deserción y rendición educativa. Otros, en cambio, reaccionan de manera belicosa contra un enclaustramiento educativo que no comprenden, y de manera furibunda articulan su propia lucha suicida contra un sistema que los enjaula hasta los 16 años (en muchos casos sus padres los fuerzan a que ellos mismos alarguen su “condena” hasta los 18 años, mientras esperan un milagro) con la excusa de un proceso de formación que saben que no están aprovechando y que termina siendo completamente contraproducente, ya que les habitúa a la holgazanería, a la apatía y a la falta de responsabilidad y de perspectiva. Por todo esto resulta evidente para todo aquél que lo quiera ver, que la reducción de la Educación Secundaria a tres años y la posibilidad de obtener el título de graduado tras el tercer curso (si es que finalmente así se decide) aliviaría muchas de estas tensiones descritas, acortaría el tiempo necesario para obtener dicho título, acercaría ese horizonte, no obligaría a cursar ciertas materias cuya complejidad en 4º excede con creces lo que debe ser la formación mínima necesaria para obtener un certificado de estudios tan básico como el de Secundaria, y reduciría notablemente la tasa de fracaso escolar de nuestro país. Este dato final no es baladí. Más allá de que muchos lo vean como una forma de maquillar las estadísticas sin que nada cambie, lo cierto es que dar el título en 3º de la Educación Secundaria (como hacen en Francia, por ejemplo, aunque con otro nombre) reduciría de un plumazo muchos puntos de ese 25/30% de fracaso escolar en el que andamos años instalados y ello conllevaría que todos esos alumnos se abrirían las puertas a nuevos procesos formativos para los que el graduado en Secundaria es imprescindible.
Hay un malentendido que está circulando entre mucha gente, incluidos profesores, que incide en que es una barbaridad obligar al alumno a hacer sólo un curso más de Bachillerato o FP para cumplir con la obligatoriedad de la escolarización hasta los 16 años. Es increíble que se confunda la obligatoriedad de escolarización hasta los 16 años con la obligatoriedad de hacer un curso más fuera de la Educación Secundaria. Intentaré aclarar la cuestión. El alumno que vaya bien en los estudios y vaya aprobando curso por curso desde la Educación Primaria, es cierto que se encontrará en esa situación. Es decir, a los 15 años, tras el 3º curso de Secundaria por el que obtendría el graduado pertinente, se vería en la obligación de realizar un curso más de Bachillerato o FP… De acuerdo, es así, pero más allá de supuestos teóricos que casi nunca se ponen de manifiesto en la realidad de las aulas, ¿qué alumno que haya ido bien en los estudios, aprobando curso por curso, no tiene la pretensión se continuar su formación y por ende de hacer un Bachillerato o cursos de Formación Profesional? Más allá de la anécdota, a la que recurrirán los interesados que se echen las manos a la cabeza para defender desde supuestas posturas progresistas la aberración que este hecho supone si el alumno no quiere segur formándose, los profesores sabemos que ninguno de ellos dejaría de estudiar tras ese tercer curso de Secundaria y todos intentarían continuar su formación. Sí es cierto que tendrán (en teoría) que adelantar un año la decisión de optar por uno de esos dos caminos, algo que hasta ahora se hace tras acabar 4º ESO. Pero se vuelve a confundir la teoría con la realidad, puesto que esta necesidad de optar por algún tipo de itinerario que, casi de manera determinista, ya le encamina a optar por hacer el Bachillerato o la FP ya lo tenían que hacer con actual estructura de la ESO en el mismo momento y a la misma edad (15 años , tras 3º), al tener que decantarse en 4º por los itinerarios de Ciencias o de Humanidades (que les preparan para el Bachillerato pero no demasiado para la FP) o por  una tercera vía (cuando la formación de grupos lo permite) que, sin existir expresamente en la leyes, se construye para esos alumnos de los que anteriormente ya he hablado, y que se  presentan en 4º tras transitar penosamente por la Secundaria sin conseguir prácticamente ninguno de los objetivos que esta etapa educativa propone. Para los demás alumnos, ésos que hayan suspendido y por tanto repetido algún curso en Primaria o en Secundaria, en el caso de que alcanzaran 3º y lo aprobaran, con la nueva reforma obtendrían entonces el título de Secundaria y tendrían edad suficiente (16 años) para no sólo optar por seguir formándose (que sería lo deseable) sino también para salir al mercado laboral sin necesidad en tal caso, por supuesto, de cursar ese primer curso de Bachillerato o FP que tantos quebraderos de cabeza está dando.
Hay que dejar de ocultar y hay que contar a la sociedad esa realidad que está sucediendo actualmente en una gran mayoría de IES debido a lo que supone retardar la obtención del título de la ESO hasta 4º. Más del 40% de los alumnos que estudian Secundaria a duras penas va cumpliendo los objetivos, tropezando una y otra vez y repitiendo uno o dos cursos en esta etapa. Dejando ya fuera del análisis a los que dejan los estudios una vez cumplidos los 16 años sin graduarse, muchos otros de éstos se presentan en ese último curso con una sola opción (o como mucho dos) de terminar ese año y obtener el título de Graduado en Secundaria mediante el circuito convencional, el circuito educativo en el que llevan (sobre)viviendo desde los seis años. Para estos alumnos hace tiempo que la formación, centrada en los contenidos, más bien académica y más allá de competencias y otras zarandajas (que sólo sirven sobre el papel pero no en las aulas a la hora de evaluar los aprendizajes), dejó de tener sentido, pero comprenden que sin el Graduado de Secundaria poco podrán hacer en el mercado laboral y su formación además se queda en suspenso porque no pueden si él acceder a la Formación Profesional. Por ese motivo terminan encuadrados en unos grupos con características muy especiales que en muchos centros, de manera jocosa, con cierta maldad y cierta resignación, algunos profesores terminan denominándolos en privado “grupos de 4º terminales” o “grupos de 4º de Hollywood”, apelativos que ilustran una realidad: en ellos los alumnos cursan materias sin prácticamente ninguna ilación o sentido, que ellos consideran asequibles  y que terminan siéndolo por el bajo nivel formativo previo que ellos presentan y la asunción de esa realidad que terminan haciendo los profesores al enfrentarse a estos grupos, lo que provoca que la rebaja de exigencia sea muy importante. Cuando los análisis se realizan en abstracto la gran mayoría de profesores se muestra en contra de permitir que con diferentes niveles formativos los alumnos de diferentes grupos de 4º obtengan el mismo premio, pero la realidad es tozuda y nos muestra que, por supuesto, los profesores no son tampoco inmunes a la relación humana que se establece con el alumno, por lo que, terminan adaptándose a la situación y manejándola como pueden, asumiendo que para esos alumnos el título de la ESO va a ser sólo un certificado que avalará sus años de estudios realizados pero no demostrará nada sobre su  formación académica, especialmente durante ese último curso. Por ello, en las evaluaciones de junio y septiembre, y mediante la posibilidad que la ley ofrece de que el alumno se gradúe con dos o tres materias suspensas, se terminan dando títulos de la ESO a demasiados alumnos que, objetivamente, se sabe que no tienen la formación que ese curso en particular y la etapa en general debieran proporcionar.

Ese problema se arrastra y conlleva consecuencias, ya que una vez superado el trago de la titulación, muchos de estos alumnos no aplican el principio de realidad (y racionalidad) y con el beneficio de empezar de nuevo con el expediente limpio (a pesar de que haya titulado con dos o tres materias suspensas) ingresan en el Bachillerato “a ver qué pasa” debido (a la inversa de lo que pasaba en la ESO) a que el Bachillerato actual, con sus dos (cortos) cursos ofrece un horizonte demasiado cercano como para no intentar conseguir, utilizando las mismas técnicas de (no)estudio, y con la ley del mínimo esfuerzo, una nueva titulación superior. El siguiente ejemplo, que no deja de ser una anécdota ilustrativa, pone de manifiesto la incongruencia de la actual disposición  de la Secundaria y el Bachillerato: existe la posibilidad (y se da no pocas veces) que un alumno alcance 2º de Bachillerato sin haber aprobado las Matemáticas desde 2º ESO (o habiendo aprobado las de 3º en recuperaciones de pendientes con un nivel ínfimo).

El Bachillerato de tres años permitiría que su 1º curso fuera por un lado más exigente (contentando a aquellos que todo lo quieren basar en frases tan grandilocuentes y vacías de contenido como ésta) que el actual 4º ESO, pero fundamentalmente lo que permitiría es trabajar con mayor tranquilidad, de manera que todos los esfuerzos de profesores y los alumnos podrían dedicarse a la introducción de éstos en las mayores complejidades que cada una de las materias que cursan ofrecen ya a estos niveles, sin  tener que estar atentos a la obtención del título y sin que los alumnos, desbordados por el sistema evaluativo que se les impone, terminen  abandonando unas materias en pos de aprobar otras, para titular de cualquier forma. Volviendo a utilizar un ejemplo que permita ilustrar lo que argumento, la introducción de este Bachillerato de tres años impediría que un alumno que ha optado voluntariamente con 15 años (tras el 3º curso de Secundaria) por el itinerario científico pueda terminar el curso actual de 4º ESO con Física y Química y Matemáticas suspensas y, por la posibilidad legal de titular con dos o tres materias suspensas, comenzar el curso siguiente, en el actual Bachillerato, sin esos conocimientos absolutamente necesarios para cursar el Bachillerato científico. No tiene sentido encontrarse alumnos en el 2º de Bachillerato actual matriculados en asignaturas como Química, cuando tienen la Física y Química sin aprobar desde 3º ESO.

Sobre la ampliación del Bachillerato (I): primeras ideas


El Bachillerato de tres años ha sido de momento, la propuesta estrella del nuevo gobierno del PP en materia de educación. Esta ampliación del Bachillerato supondría la reducción de la Educación Secundaria, que pasaría de estar formada por cuatro cursos a estarlo sólo constituida por tres, aunque se mantendría la obligatoriedad de estudiar hasta los 16 años. La propuesta, como no podía ser de otra forma, ha significado un terremoto dentro del mundo educativo donde, de manera bastante superficial, se han empezado a escuchar las consignas habituales que atacan o defienden la reforma sin mucho criterio y con una pobre argumentación. Por un lado, se escuchan voces airadas que la atacan desde las trincheras de la izquierda menos reflexiva y más panfletaria. Estas voces la tachan de regresiva y segregadora por eliminar un curso común de la ESO, y obligar a los alumnos, tras terminar el tercer curso de Secundaria, a elegir entre un camino centrado en la Formación Profesional que lo llevaría a un acceso más directo al mundo laboral y otro, el del Bachillerato, más enfocado a los estudios universitarios. Más allá de que esta argumentación sólo se puede entender si está construida por personas que desde hace mucho tiempo no pisan un centro educativo (o jamás lo pisaron tras ser estudiantes) y juegan a montar sus utopías educativas desde algún despacho universitario o político, en el fondo la izquierda critica la reforma fundamentalmente porque la hace la derecha. Por otro lado, desde las trincheras de la derecha, se aplaude la reforma en primer lugar porque no la hace la izquierda, y en segundo lugar porque creen que está en sintonía con su cansina, gastada e irrelevante cantinela de volver a poner en valor (¿volver?) el esfuerzo y la excelencia. En general, el nivel de análisis que he encontrado sobre este asunto me ha parecido más bien pobre, muy entrelazado con las luchas políticas y muy poco fundamentado en la experiencia diaria de los centros educativos. Por ello voy a intentar valorar la propuesta, aclarar malentendidos y argumentar por qué me parece una medida acertada que va a mejorar nuestro sistema educativo.

Sí, considero que la propuesta de aumentar un curso el Bachillerato a costa de reducir un curso la Educación Secundaria es una decisión muy positiva. Es algo que llevo defendiendo desde hace años. Evidentemente, otra cuestión será cómo se llevará a cabo el tránsito a esta nueva estructura y cuáles serán las prioridades y los principios ideológicos en los que finalmente se fundamente el cambio, pero dicho cambio era imprescindible para solucionar algunos de los problemas más graves que tenía la educación en este país, problemas relacionados con el fracaso escolar y que afectan con mayor intensidad (desgraciadamente) a la enseñanza pública. Obviamente, no se debe esperar que esta reforma resuelva el grave problema de fondo que sigue teniendo la educación en España, que está relacionado, entre otras cosas, con las enormes diferencias sociales y de entornos familiares de lo alumnos, las enormes diferencias respecto a las expectativas que los alumnos y sus familias ponen en su formación académica, la brecha insalvable entre los contenidos que se trabajan y los intereses inmediatos de muchos de ellos,  la falta de fe en que los estudios puedan conseguir un futuro mejor o la privatización (vía concertación) de la propia educación, algo que pone en riesgo el principio de igualdad de oportunidades de un servicio público esencial. Es evidente, por tanto, que un mero cambio estructural que no viene ligado a una mayor financiación, a unos mayores recursos y en definitiva, a un cambio de filosofía respecto a la importancia de la educación en la sociedad (que permitiera comprender su relevancia más allá de una formación superficial enfocada simplemente al mundo laboral), no va a conseguir generar un nuevo y radical impulso formativo que permita despegar cultural y profesionalmente a este país. No se puede pretender que este cambio normativo consiga en ningún caso cumplir nuestros sueños de una educación más justa y de mayor calidad, pero no por ello se puede despreciar una reforma como ésta, que puede conseguir aliviar algunas de las tensiones existentes en los centros educativos, mejorar el contexto organizativo y permitir una salida formativa a muchos de los alumnos que hasta ahora, en aras de una pretendida igualdad de oportunidades y de un sistema de enseñanza comprehensiva llevado a un límite dogmático, los íbamos dejando tirados por el camino. En mi opinión, el mayor fracaso de la LOGSE no fue esa filosofía colaborativa y democrática posteriormente tan denostada y ridiculizada, centrada en el alumno, en sus necesidades y en su ritmo de aprendizaje, y que se vio debilitada por una aplicación suicida, sin medios suficientes ni comprensión real del significado de la enseñanza dentro la sociedad que la organiza. De hecho, muchos de los aspectos de este planteamiento, como el necesario acercamiento del profesor al alumno, la necesidad de partir de las ideas previas de éste para desarrollar los nuevos conocimientos o el fomento del trabajo colaborativo, tan de moda veinte años después, me parecen muy acertados y de enorme valor. No, el gran fracaso de la LOGSE fue construir una Educación Secundaria Obligatoria de cuatro (larguísimos) cursos en la que el último de ellos terminó siendo un extraño híbrido imposible de gestionar. Por un lado, a ese nivel, ya no era posible soslayar la necesidad de profundizar en unos contenidos mucho más complejos y específicos que permitieran a los alumnos ir desarrollando su pensamiento abstracto, abandonando los aspectos más básicos y meramente divulgativos que se trataron en los cursos anteriores. Por otro, ese curso significaba el fin de etapa y el momento de obtener el título de graduado, lo que obligaba a tener en consideración la situación personal de cada uno de los alumnos, a los que suspender condenaba en muchos casos a abandonar el circuito educativo convencional sin nada que certificara sus años estudiados. Además, este curso destapaba una realidad que las leyes inicialmente no contemplaban: la imposibilidad de construir un mismo itinerario para todos los alumnos durante toda la ESO, debido a los diferentes ritmos de aprendizaje y las diferencias formativas que ello creaba (más allá de las razones por las que se produjesen esos desfases), por lo que la solución final consistía en habilitar una optatividad surrealista que permitía a los alumnos diseñar un último curso de la ESO que, en muchos casos, carecía de cualquier valor formativo y propedéutico. Por último, dicha estructura de la Educación Secundaria obligaba  a construir un Bachillerato muy reducido, de sólo dos cursos, lo que unido de nuevo al carácter terminal del segundo curso de esta etapa de estudios no obligatorios, y a la necesidad de preparar a los alumnos para la Prueba de Acceso a la Universidad, pronto se demostró completamente insuficiente para una correcta, coherente y provechosa formación del alumnado.

En el siguiente post intentaré resumir algunos de los motivos por los que considero que esta reforma es positiva, y trataré de desmontar ciertas ideas peregrinas que están circulando sobre ella. Posteriormente expondré los miedos y dudas que me surgen en su aplicación por ser el PP el partido que la lleva a cabo, con la enorme libertad de maniobra que su  mayoría absoluta en el Parlamento le otorga.

(Continúa)