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15 febrero 2020

Un año de cine (2019). Segunda parte

Aquí comparto la segunda tanda de películas que vi por primera vez durante 2019. Aclaro, mediante la palabra cine, las que vi en pantalla grande. Están ordenadas cronológicamente según las fui viendo.
  • Cómo entrenar a tu dragón 3 (2019)Dean DeBlois. Digno cierre de una trilogía que comenzó de manera brillante con aquella primera y fresca película en la que sonó por primera vez la estupenda música que John Powell ha compuesto para esta trilogía. Se hace demasiado evidente que el chicle ya no se podía estirar más y la inevitable maduración de unos personajes que ya están dejando atrás su gozosa infancia y deben aceptar sus nuevas responsabilides adultas está llena de clichés.
  • Casi imposible (2019)Jonathan Levine. Comedia romántica, con cierto espíritu gamberro y una estimulante subversión de los roles de género, que termina difuminándose por el absurdo abuso de excesivas convenciones. Tras un arranque prometedor se atasca sin solución. Se ve con simpatía pero no deja mayor huella que disfrutar en pantalla de una espléndida Charlize Theron.
  • Alita (2019)Robert Rodríguez. Decepcionante. Nunca llegué a entrar en esta adaptación del famoso manga de ciencia ficción de la que se hablaba desde hacía años por el hecho de tener detrás de la producción a James Cameron. Termina siendo un mero espectáculo pirotécnico de efectos especiales sin alma y sin ningún sentido del ritmo narrativo. A poco de comenzar deja de interesarme ese universo en el que se desarrolla una película a la que tampoco le hace ningún bien un montaje en el que se notan demasiado las tijeras. Una pena.
  • Réplicas (2018)Jeffrey Nachmanoff. Resulta increíble la capacidad que tiene cierto cine americano (que me disculpe Pedro Vallín) para reducir dilemas éticos sociales a pueriles conflictos personales y familiares. El manido pretexto de la necesidad de proteger a la familia (casi siempre es el hombre el que protege y decide, claro) termina permitiendo a un sufrido Keanu Reeves disfrutar de su nueva-vieja familia (clonada) a cambio de que el capitalismo más depredador e inmoral se haga con el negocio de un sistema de clonación que él ha inventado. El dolor por la pérdida de los seres queridos, la posibilidad de recuperarlos y la obligación de protegerlos como coartada para la vileza. Y sin moraleja política alguna. El final solo sirve para que el espectador se vea impelido a tener que entender y empatizar con un ejemplo perverso de individualismo lacerante. Vomitiva.
  • Shazam! (2019)David F. Sandberg. Yo qué sé. Uno espera de estos subproductos del género de superhéroes, que se ruedan a la sombra de los megaproducciones, una mayor libertad, riesgo y frescura. No fue el caso. Los clichés se acumulan en cada fotograma y solo unas pocas risas ayudan a digerir este auténtico bocadillo de ladrillo. Una pérdida de tiempo.
  • Singularity (2017)Robert Kouba. Y llegó el premio gordo. Estábamos en verano y estaba claro que la cosa cinematográfica no marchaba bien. Una cosa es bucear en los subproductos de la ciencia ficción en busca de alguna cosilla simpática y otra encontrarse frente a frente con este engendro cósmico. Pura basura infinita y cosmogaláctica. En un futuro cercano un Skynet de Mercadona decide cargarse a la humanidad. 100 años después, solo unos pocos humanos sobreviven. Una chica fuerte y decidida se encuentra con un gilipollas y, a pesar de las señales, se une a él en una aventura sin sentido, sin ritmo, sin dirección y sin vergüenza. Los añadidos de John Cusack (imagino que para su distribución internacional) son el horror, la peor pesadilla de montaje que he presenciado en años. Nada tiene sentido. El hilo narrativo es una madeja en manos de un gato ciego, la puesta en escena es un mal chiste, los actores deambulan por la pantalla y no se atisba rasgo alguno de inteligencia en esta producción. La chica, tras un pequeña reyerta, transita de liderar la pareja y defender al inútil, a correr detrás de él y esperar a que el pavo tome todo tipo de decisiones sin sentido. Y para terminar ese final, abriendo la puerta... ¿a qué? ¿A una trilogía? ¿A una saga? ¿Pero estamos locos? ¡Dejad de hacer daño! Qué cosa más mala, la verdad, pero las risas viéndola no me las quita nadie.
  • Money monster (2016)    Jodie Foster. A su manera, Hollywood nos ha dado un buen puñado de películas que nos hablan sobre la falta de límites del turbocapitalismo actual y como termina afectando a las vidas de ciudadanos anónimos que caen en sus redes. En esta producción, dirigida con buen pulso por Jodie Foster, un hombre secuestra en directo y amenaza con matar a un famoso gurú económico que lanza sus consejos y consignas liberales desde un plató de televisión. El planteamiento resulta de interés aunque, lamentablemente, la película termina decantándose por un convencional drama emocional sin apenas espacio final a la reflexión política.
  • El vengador sin piedad (1958)Henry King. Western menor que destila un machismo descorazonador pero que se salva por una puesta en escena vibrante y, a ratos, pesadillesca. Está estupendamente dirigida Henry King, uno de los grandes artesanos del viejo Hollywood. Curiosa.
  • Un día más con vida (2018)Raúl de la Fuente y Damian Nenow. Maravillosa. Absolutamente maravillosa. Basada en los escritos del periodista Kapuściński, narra sus días como corresponsal de guerra en la Angola que está a punto de dejar de ser portuguesa. La animación rotoscópica otorga a la película un aire de irrealidad visual que resulta de gran utilidad a una historia que termina encogiendo el corazón. Su intensidad es brutal y su visión es imprescindible. Gran película.
  • Pickpocket (1959)Robert Bresson. Tan austera formalmente como profunda narrativamente, estamos ante una obra de cine mayor: angustiosa, moralmente ambigua, desesperada y existencialista. Una excelente película que, mediante un montaje de imagen y sonido magistrales, nos cuenta el camino hacia el abismo, desde sus excitantes y temerosos primeros días hasta su inesperadamente ambiguo final, de un carterista que termina convirtiendo en arte su labor delictiva. Peliculón.
  • Cristal oscuro (1982)Jim Henson y Frank Oz. Años oyendo hablar de este mito del cine de animación de los 80. La que se supone que es la obra cumbre de dos genios como Henson y Oz. Y nada. A pesar de disfrutar y admirar la técnica, la puesta en escena, la imaginería visual y la música, la historia me dejó absolutamente frío y jamás conseguí conectar emocionalmente con una película que, tristemente, me aburrió y me decepcionó.
  • El niño que pudo ser rey (2019)Joe Cornish. Intento de revisión en clave de comedia gamberra del mito artúrico. Termina naufragando por agotamiento de ideas después de media hora por la reiteración de las propuestas y por un cansino acto final. Un pasatiempo para niños.
  • La virgen de agosto (2019)Jonás Trueba. La búsqueda continua de su lugar en el mundo de una treintañera madrileña que no encuentra nada con lo que realmente dotar de sentido a su vida. Como suele sucederme con Jonás Trueba, su cine me obliga a suspender durante hora y media mi juicio moral sobre sus personajes para empatizar con ellos por su humanidad y naturalidad. Trueba lo vuelve a hacer, insufla vida y reviste de verdad a unos personajes que deambulan por un Madrid veraniego sin terminar ni de encontrarse, ni de olvidarse ni de reiventarse. Cine en estado puro cuyo único defecto es esa artificiosa suspensión del tiempo narrativo que permite eludir los temas de calado social que también afectan a nuestras vidas. Se prioriza la exposición de un yo vulnerable y dubitativo que, desde su debilidad, termina convertido en un yo totalitario y omnímodo, capaz de absorber por completo nuestra atención y nuestra energía.
  • Érase una vez... en Hollywood (2019)Quentin Tarantino (cine). Gozada absoluta. El mejor Tarantino en años me hizo disfrutar enormemente con cada una de las set pieces con las que construye su película. Las mejores de ellas, para mí, la que protagoniza Brad Pitt en la granja de la secta, el falso metraje y el rodaje del western de serie B que rueda Leonardo Di Caprio, y ese final desbocado y delirante en el que un Pitt drogado se enfrenta con una lata a los tarados de Manson. Tarantino reincide en su idea del cine como artilugio mágico con el que reconstruir aquellos hechos del pasado que, si hubieran sucedido de manera diferente, habrían hecho al mundo (Malditos bastardos) y a la sociedad  americana (Érase una vez... en Hollywood) distintos, mejores, más inocentes, menos oscuros. En el fondo, Tarantino ya siente que se ha hecho mayor y parece utilizar al cine como herramienta para sobrellevar la nostalgia y el paso del tiempo. Espléndida.
  • Trumbo (2015)Jay Roach. Clásico biopic americano para reivindicar la figura de uno de los mejores guionistas del viejo Hollywood. Como casi todos los biopics de este tipo peca de ensalzar en exceso la figura de Trumbo en su lucha contra los poderes conservadores de la América de los 50, minimizando el papel de otros que fueron igual o más importantes que él en esa batalla. Pero, en todo caso, más allá de las licencias y a su falta de interés por indagar en las oscuridades que se intuyen en sus personajes centrales, la película funciona por su ritmo ágil y la excelente interpretación de Bryan Cranston.
  • Zombieland (2009)Ruben Fleischer. Fresca y muy divertida vuelta de tuerca al apocalipsis zombie. Comedia desvergonzada y sin pretensiones que se entrega por completo al buen hacer de sus cuatro grandes actores protagonistas (que transmiten en todo momento un buen rollo que se traslada al espectador). El cameo de Bill Murray haciendo de sí mismo es impagable.
  • El hombre de las figuras de cera (1924)Paul Leni. Película representativa del cine fantástico alemán de los años 20. Se cuentan tres historias a través de la imaginación de un escritor que es contratado para que construya narraciones que sirvan de contexto a la exposición de las figuras de cera de Haroun al-Raschid, Iván el Terrible y Jack el Destripador en un museo de cera de una feria. Aunque irregular y excesivamente morosa en alguno de sus fragmentos, resulta muy interesante, destacando por encima de todo el último tramo, apenas 10 minutos, en el que se utilizan de manera ingeniosa algunos de los trucos y sobreimpresiones y que tanta fama dieron al expresionismo.
  • La transacción (2017)Kikol Grau. Interesante documental que utiliza de manera inteligente fragmentos de películas y programas de televisión para explorar la historia no contada (e incluso censurada) de la Transición. Critica el discurso oficial que se ha instaurado en nuestro país sobre esa época, data en la fecha de emisión del famoso documental de TVE sobre la Transición (que presentara Victoria Prego) la institucionalización de ese discurso oficial, y su visión resulta estimulante.
  • Arizona (1939)George Marshall. Extraño western, con un joven James Stewart en el papel principal, que se desmarca de los clichés del género, otorga fuerza a la acción política y social no violenta y tiene un final antológico (el real, no el añadido de mierda posterior impuesto por los productores) en el que son las mujeres del pueblo las que terminan por erigirse victoriosas. Una excelente muestra de una época del cine americano en la que a ciertos guionistas de la izquierda de Hollywood se les permitió soñar con contar las historias bajo su prisma ideológico. Pronto llegaría el Macartismo.
  • El último magnate (1976)Elia Kazan. Fallido acercamiento al viejo Hollywood desde el Hollywood desencantado y cínico de los años 70. Ni la historia de la labor del productor con las películas, ni su aburrida e insustancial historia de amor, ni los apuntes acerca de la corrupción sindical en el mundo del cine terminan por interesar a nadie. Tan aburrida como pretenciosa.
  • Los jóvenes salvajes (1961) John Frankenheimer. Los primeros 5 minutos de esta película siguen siendo hoy día una barbaridad, cine que impacta. Sin que suene una palabra, mediante un deslumbrante montaje de imágenes y sonidos tan creativo como desquiciado, se contextualiza el enfrentamiento social entre bandas de chavales de los guetos de Nueva York y se muestra el contexto social y físico depauperado en el que estos jóvenes violentos desarrollan sus vidas. Espectacular. La recomiendo vivamente.
  • Z (1968)Costa Gavras. La película con la que comenzó la leyenda internacional de Costa Gavras como cineasta comprometido, azote de dictaduras fascistas y del capitalismo corrupto. Está a la altura de su fama, transmite tensión y urgencia sociopolítica pero su visión, tantos años después de su estreno, también inocula al espectador una enorme melancolía y cierta desesperación política. Grande.
  • La herencia del viento (1960)Stanley Kramer. Una muestra de lo mejor del cine clásico americano. El juicio real que se celebró contra un profesor en 1925, en el estado de Tennesse, que fue detenido por explicar a sus alumnos la teoría de la evolución de Darwin, se convierte en el vehículo perfecto para defender una visión liberal y moderna del mundo, en el que la ciencia se discute pero no se prohíbe, frente al pensamiento trasnochado, rancio y reaccionario de los que pretenden seguir imponiendo su fe (y su poder) a los demás. Película honesta y necesaria.
  • Una cuestión de género (2018)Mimí Leder. Estupendo y muy instructivo biopic sobre la apasionante lucha por la igualdad legal de sexos de la que fuera jueza del Tribunal Supremo de EEUU, Ruth Bader Ginsburg. La directora, de manera inteligente, entiende que debe poner su trabajo al servicio de un guion que prioriza la descripción de los hechos y no pretende construir una dramatización impostada. Por esa razón acierta con la elección de una puesta en escena sencilla, clara y didáctica, mediante la que exige al espectador no limitarse a emocionarse con la historia personal de Bader, sino que debe reflexionar sobre la injusticia y la vergüenza que supuso la discriminación naturalizada (y legalizada) de la mujer durante siglos.
  • 7 días de mayo (1964)John Frankenheimer. Con esa fotografía en blanco y negro dura, plana, nerviosa y tensa que fue la firma de este excelente director durante la década de los 60, se nos cuentan los preparativos de un golpe de estado en los EEUU dirigido por un jefe militar de reputación intachable (interpretado, con la profesionalidad que le caracterizaba, por Burt Lancaster). Espléndida.
  • La edad de oro (1930)Luis Buñuel. Con la imprescindible guía del capítulo que le dedica Vicente Sánchez-Biosca en ese maravilloso libro de cine titulado Cine y vanguardias artísticas, me atreví con esta obra legendaria de Buñuel. Su lectura se convirtió en la caja de herramientas imprescindible para que la visión de esta película pudiese trascender la mera visión cinéfila militante. Así, con la tutela intelectual de Sánchez-Biosca, disfruté de una película apabullante y libérrima, que sorprende en cada fotograma.
  • El nadador (1963)Frank Perry. Basada en el relato de Cheever (que no he leído), lo que empieza siendo la ocurrencia imbécil de un pijo despreocupado (volver a su casa tras nadar por todas las piscinas de todos los vecinos de clase media alta con los que convive en su residencial-burbuja), termina convirtiéndose en una radiografía cruel y lúcida de un extracto social parasitario y decadente. De la mano de un fantástico Burt Lancaster nadamos y nadamos, cada vez con menos fuerza, sin ganas, intentando vampirizar la energía de los otros, esos que están casi tan jodidos como nosotros, casi dejándonos morir, como él, un guiñapo humano cuya máscara social en descomposición ya no puede ocultar por más tiempo su superficialidad y sus miedos.
  • Sicario 2 (2018)Stefano Sollima. Correcta continuación sin la fuerza que la dirección que Villenauve impregnara a la primera y sin la brillantez visual con la que dotara a aquella ese mago de la fotografía que es Roger Deakins. Sin estos dos genios, la película se convierte en una mera narración de frontera y narcotráfico. Se empieza a ver con interés pero los meandros en los que enfanga el guion hace que vaya perdiendo interés a medida que pasan los minutos.
  • Spider.man: far frome home (2019)Jon Watts. Secuela precipitada que no encaja con el momento emocional en el que la saga marveliana se encontraba tras la muerte de Tony Stark. De lo peor que vi este año.
  • Ad-Astra (2019)James Gray (cine). Tan brillante formalmente como fría y equivocada en su concepción. No termina de cuajar en la gran y profunda película que pretende desesperadamente ser. Un hierático Brad Pitt trata de encontrar a su padre, al que creía fallecido hacía décadas, en este solitario viaje espacial al que asistimos en permanente estado de somnolencia mientras escuchamos los monólogos pretenciosos de su voz en off, con los que se intentan explorar las difíciles relaciones padre-hijo. Los momentos de pretendida tensión (el momento mono) provocan vergüenza ajena, parecen añadidos de otra producción. De todas maneras, se agradece el intento de ofrecer algo distinto.
  • La última lección (2018)Sebastiasn Mernier. Película realmente inquietante. Un profesor interino llega a una escuela francesa para sustituir a un profesor que se ha suicidado tirándose por la ventana mientras sus alumnos realizaban un examen. El nuevo profesor se convierte en tutor de un grupo de alumnos tan brillantes como inadaptados socialmente. Forman un grupo homogéneo, con indicios de formar una especie de secta, que se enfrentan una y otra  vez a la autoridad de su cada vez más desconcertado y desquiciado nuevo profesor. A medida que la película avanza resulta más perturbador el comportamiento de unos chicos que parecen creer en la cercanía del fin del mundo. Su extraño final es digno cierre de una apuesta arriesgada que me dejó un un buen regusto.
  • La sal de la tierra (1954)Herbert J. Biberman. Magnífica. Emocionante. Inolvidable. Película semidocumental sobre una huelga minera en el Nuevo México de los años 50. Es de lejos, junto a Las uvas de la ira (John Ford, 1939), lo mejor y más honesto que he visto nunca en el cine sobre la lucha por los derechos laborales. Resulta también impresionante (y casi sin fisuras, incluso visto hoy) el relato inicialmente secundario y finalmente definitivo (y definitorio) de empoderamiento femenino que plantea la trama. Transmite tanto dolor como verdad. Antídoto perfecto contra el cinismo. Imprescindible.
  • Terminator: Dark Fate (2019)Tim Miller (cine). No salí descontento cuando la vi en la sala de cine. Me gustó el regreso al espíritu de Terminator 2, volver a encontrarme con Sarah Connor e incluso el humor (en el límite de la vergüenza ajena) con el que se enfrentaba Arnold Schwarzenegger a la enésima revisión de su icónico papel. Pero, a medida que ha pasado el tiempo desde su estreno, ha perdido fuerza en mi memoria. Creo que puse más yo como espectador, con mis ganas y con mi nostalgia de regresar al universo de Terminator de la mano de Cameron, que lo que realmente me ofreció la película. En todo caso, me parece una secuela digna Al mismo tiempo nos recuerda lo difícil que es volver a emocionarte con historias que estiran aquello que en el pasado te emocionó.
  • El tren (1964)John Frankenheimer. Espectacular. Adoro el estilo visual, la complejidad de las tramas y la fuerza de las imágenes del cine de Frankenheimer. Especialmente lo que rodó en los años 60. Dura, fría, tensa y radical historia, enmarcada en la Segunda Guerra Mundial, en la que la resistencia francesa no duda en matar a sangre fría a nazis y a sus colaboradores para evitar que se lleven importantes pinturas francesas a Alemania. Burt Lancaster está soberbio.
  • Parásitos (2019)Bong Joon-hoo (cine), Brillante alegoría sobre la desigualdad social. La película, que comienza con un cierto tono despreocupado de comedia, nos cuenta como una familia de pillos se va introduciendo en el servicio de una mansión familiar de unos pijos buenistas, que tratan de aparentar que no desprecian a esos pobres con los que, lamentablemente, deben convivir. Lentamente, de manera orgánica, la película se va oscureciendo hasta desembocar en una pesadillesca y cruenta metáfora final sobre la lucha de clases. Cine inteligente que utiliza la ficción para reflexionar sobre la imposibilidad de asimilación social de la enorme distancia que existe en las sociedades modernas entre las vidas disparatadas, ociosas y decadentes de lo más ricos y la miseria de los mas pobres (cuando además, estos viven expuestos al bombardeo continuo de imágenes que les recuerdan lo que no tienen y jamás podrán alcanzar). La secuencia de la fiesta en la casa y la de la carrera posterior bajo la lluvia, cuando la familia de pobres corre desesperada hasta su verdadero hogar, son brutales. Obra maestra.
  • Booksmart (2019)Olivia Wilde. Fantástica película cuyo único problema es que termine pasando desapercibida cuando es una pequeña joya. Destila una enorme humanidad y mucha verdad este retrato de una de esas amistades, tan intensas y excluyentes, que se construyen en la adolescencia. Unas amistades que, aun siendo útiles para empezar a configurar el yo social y defenderse de los otros, también pueden terminar convirtiéndose en una jaula emocional de la que finalmente hay que escapar para poder seguir creciendo. Estupenda.
  • Light of my Life (2019)Casey Affleck. Distopía minimalista. En un futuro posapocalíptico, tras un una extraña enfermedad que prácticamente ha dejado sin mujeres el planeta, un padre recorre el país junto a su hija preadolescente tratando de encontrar un lugar donde vivir en el que pueda protegerla y procurar que crezca en paz. Una reflexión interesante sobre la imposibilidad de construir burbujas familiares de protección para los hijos y sobre la necesidad de estos de aprender a enfrentarse al mundo con las herramientas intelectuales y emocionales suficientes para ello. Emotiva. Bonita.
  • Krull (1983)Peter Yates. Fantasía kitsch, un simpático pastiche que intentaba sumarse a la ola del cine de evasión infantil de la época y que consiguió mantenerme atento a su historia con una sonrisa en la boca. El diseño de producción y los efectos especiales son, en muchos momentos, realmente imaginativos (aunque en otras ocasiones el nivel de chapuza técnica es alto), y la trama de malos muy malos y buenos muy buenos se sostiene, como suele pasar en estos casos, gracias a unos personajes secundarios que aportan el alivio cómico que la película necesita. Además, la música que firma mi añorado James Horner es una maravilla. Qué puedo decir, me pilló en un buen día y me lo pasé muy bien con ella.
  • El irlandés (2019)Martin Scorsese. Brillante cierre a una forma de entender el cine de gansters del director que mejor supo mostrarlos en pantalla. Testamento fílmico de un Scorsese que vuelve a retratar a la mafia italo-americana para explicar el ascenso y la muerte de Hoffa. La película es un notable ejercicio de estilo melancólico y autorreflexivo que demuestra la sabiduría cinematográfica de uno de los mejores directores norteamericanos de todos los tiempos.
  • Historia de un matrimonio (2019)Noah Baumbauch. Es una gran película. Aunque parece sostenerse tan solo por las soberbias interpretaciones de Scarlett Johansson y Adam Driver, la mano de un director tan talentoso para el detalle y para el análisis de las relaciones humanas como es Baumbauch es más que evidente, y es lo que eleva a la película a algo más allá del clásico melodrama. La secuencia del enfrentamiento en la casa que alquila el personaje que interpreta Driver deja al espectador sin respiración. Seguramente es la secuencia del año. Pero no puedo dejar de ponerle la objeción habitual: estamos ante un cine de pijos, que trata sobre el drama de dos pijos con la vida resuelta, mucho ego y una enorme necesidad narcisista de ser admirados y deseados. Y el enfrentamiento entre ellos se nos muestra con enorme delicadeza y compasión. Con esa "clase y dignidad" con la que los pijos siempre pretenden mostrarse al mundo. La otra cara de la moneda de esta película sería aquella comedia negrísima dirigida por Danny de Vito en 1989 (La guerra de los Rose) que, en clave de humor exagerado, mostraba la fiereza, la brutalidad y la enorme crueldad que pueden aparecer en una separación matrimonial. Incluso entre dos pijos.
  • Chicago Boys (2015)Carola Fuentes y Rafael Valdeavellano. Excelente documental que narra como se conformó el grupo de economistas chilenos que, bajo el paraguas de la universidad de Chicago (en la que se formaron de jóvenes y en la que crearon importantes lazos de amistad), influyó decisivamente en las decisiones económicas del régimen dictatorial de Pinochet. Estremece la naturalidad y la prepotencia con la que esta gentuza presume de lo que hicieron, eluden la responsabilidad por lo que sucedió y, a poco que se les deja hablar, terminan declarándose orgullosos de todo lo que pasó. Esclarecedor y doloroso.
  • El buen maestro (2017)Oliver Ayache-Vidal. Un profesor de un instituto público pijo de París termina viéndose abocado a dar clases durante un año en un centro público de los suburbios de la ciudad. Película que se enmarca en esa tradición del cine francés que trata de analizar el contexto social y económico en el que se desarrolla la labor de la Escuela, sin perder de vista las relaciones personales entre alumnos y profesores. No llega a la altura de La clase (Laurent Cantet, 2008) y opta más por lo puerilmente emocional que por la crítica social. Pero en todo caso, resulta digna.
  • El último boy scout (1991)Tony Scott. Me parece increíble no haberla visto nunca. Uno de los mejores ejemplos del cine de acción que tanto éxito tuviera durante los 80 y primeros 90. Buddy movie de manual en la que se nota la mano en el guion de ese genio de los diálogos que es Shane Black. Hipermasculinizada, divertida, provocadora e inverosímil, supone un divertimento culpable muy de otra época.
  • The Rise of Skywalker (2019)J.J. Abrams (cine). Y llegó un nuevo final. Como en 1983 (que para mí fue a finales de los 80). Como en 2005. Como en 2019. Tristemente, un nuevo final de Star Wars llegaba a mi vida. Con todos sus errores de guion, a pesar de su ritmo narrativo excesivamente acelerado y más allá de la sobreinformación discursiva, disfruté como un niño del final de la saga de los Skywalker. Porque si hay algo en lo que J.J. Abrams siempre ha demostrado una gran pericia es en dotar de humanidad y frescura a las relaciones emocionales entre sus personajes. Y ese el alma de Star Wars: sus personajes. Disfruto de la camaradería de Poe y Finn, sonrío con melancolía cuando vuelvo a ver a Lando, la nostalgia me invade cuando soy testigo de las últimas conversaciones entre C-3PO y R2-D2, sufro junto a Chewbacca la muerte de Leia, empatizo con las dudas de Rey y aparece una lágrima en mi mejilla cuando Kylo convoca al recuerdo de su padre, Han Solo para poder pedirle perdón, para decirle que se equivocó y, justo antes de que le vaya a decir que lo quiere, Han sonríe a su hijo con ese gesto suyo tan característico, le interrumpe, y le dice: "I know". Pelos como escarpias. El viaje ha sido largo, acaban de cumplirse 30 años desde que Star Wars entrara en mi vida y sigo sintiéndome un privilegiado por poder emocionarme con esta simple pero maravillosa leyenda. Que el viaje no acabe nunca.

25 enero 2020

Un año de cine (2019). Primera parte

Estas son las películas nuevas (no tengo en cuenta las revisiones) que vi durante el año que acaba de finalizar. Aclaro, mediante la palabra cine, las que vi en pantalla grande. Están ordenadas cronológicamente según las fui viendo. Separo la lista en dos partes para hacer más digerible su lectura. 
  • Expo Lío´92 (2017)María Cañas. Documental de trinchera (realizado con nervio, compromiso político e inteligencia) centrado en los fastos del 92, cuando la España paleta quiso dejar de serlo y pretendió mostrar al mundo su nueva modernidad democrática. Con un excelente montaje la película deviene en mosaico social y político de un país incapaz de superar sus contradicciones. Estupendo.
  • O futebol (2015)Sergio Oksman. Extraño, lírico y cautivador documental que comienza con un inseguro viaje a Brasil del director de la cinta con el objetivo de reencontrarse con su padre, ausente en su vida durante décadas. Con delicadeza emocional se muestra cómo rápidamente se da cuenta de que la conexión ya es imposible salvo a través de una pasión compartida: el fútbol. Mientras, el caos y el azar que rigen nuestras vidas deciden aparecer y aportar un elemento final dramático que el director, con pudor, incorpora a un relato visual muy hermoso y humano.
  • Glass (2018)  M. Night Shyamalan (cine). El capítulo final de la singular trilogía con la que Shyamalan unificó sus películas de El protegido (2000) y Múltiple (2016) es una sugestiva película adulta dedicada a la deconstrucción y posterior reflexión de los códigos y aristas filosóficas del universo de los cómics de superhéroes, por los que Shyamalan muestra un respeto reverencial. Un aplauso a ese cierre de película,  a ese final tan anticlimático como sustantivo.
  • Las distancias (2018)Elena Trapé. Película generacional que opta con acierto por la frialdad y la contención dramáticas para indagar en el desconcierto vital de treintañeros estancados en una realidad precaria. Incapaces de enfrentarse a un mundo real poco acogedor, sobreviven alimentándose de ensoñaciones egóticas que ya a duras penas les sirven para enmascarar sus fracasos vitales. Me gustó.
  • Bohemian Rhapsody (2018)Bryan Singer. Amable biopic de Queen que se ve con agrado sobre todo por el magnetismo que irradia Rami Malek interpretando a Freddie Mercury. La parte final centrada en la recreación del concierto de Wembley es espectacular.
  • La favorita (2019)Yorgos Lanthimos (cine). Tres actrices en estado de gracia al servicio de uno de los mejores directores europeos de las últimas décadas. La película es una autentica gozada: disección macabra y con rasgos de comedia negrísima de las pulsiones más oscuras del ser humano en su lucha interminable por el poder y por conseguir someter al otro. Fantástica.
  • IO (2019)Jonathan Helepert. Las historias enmarcadas en un futuro posapocalíptico son ya un género en sí mismas. En este caso el pecado de esta película no es que parta de una premisa convencional (aunque prometedora): una adolescente, hija de genio científico que intenta arreglar el problema de un planeta ya despoblado, intenta continuar el legado de su padre mientras tiene que decidir si embarca o no en el último trasbordador espacial que sale de la Tiera hacia una nueva colonia espacial humana. El problema es otro, el problema es que es insoportablemente soporífera. Un muermazo incontestable. Hora y media de aburrimiento en vena.
  • Velvet Buzzsaw (2019)Dan Gilroy. El punto de partida es inmejorable: una historia de terror al servicio de un acerada crítica a la superficialidad de la parásita élite cultural que rodea al arte moderno. Pero el resultado es decepcionante y esta historia de terror alegórica en la que unos cuadros se van haciendo con el alma y las vidas de aquellos que pretenden poseerlos y comercializar con ellos termina naufragando. Una pena. Prometía mucho más.
  • Mortal Engines (2018)Christians Rivers. Cuánto ruido visual, cuánta imaginería al servicio de una nada tan profunda, tan absurda y tan plúmbea. Qué pena de cine fantástico sin imaginación, sin ritmo y sin alma.
  • El reino (2018)Rodrigo Sorogoyen. Uno de los directores más interesantes del panorama español se lanza al cine político con una obra plena de ritmo y tensión sobre la corrupción. Apenas decae, presenta personajes tan reconocibles como poliédricos pero, y me jode decirlo, cuando llega el momento ir más allá de la persona corrupta en cuestión, cuando toca analizar la estructura de poder social y económico que sirve de caldo de cultivo a esa corrupción que es sistémica y no ocasional, llega ese fundido a negro (final) que para mí es el más cobarde de la historia del cine español.
  • Green Book (2018)Peter Farrelly. Cada año Hollywood intenta hacernos creer que todavía es capaz de ofrecernos algo de cine adulto. Suelen ser sucedáneos de aquel cine de los 90 que tanto asco me da (hablo de aquellas grandes producciones hipertrofiadas y sentimentalmente pornográficas tipo Forrest Gump o El paciente inglés) pero que, al menos, eran producciones técnicamente impecables.Hoy día estas películas ni siquiera tienen eso: Green Book es cine blando, plano, sin personalidad, sin aristas, de un buenismo tan condescendiente como estomagante. Lo único reseñable es la esforzada interpretación de Viggo Mortesen.
  • Aquaman (2018)James Wang. Entretenimiento para sábado por la tarde. Si la plantilla con la que Marvel ha construido su desmesurada saga ya me parece una fórmula agotada, no parece que el mejor camino para DC sea emular a su gran competidor y alejarse del camino mucho más interesante (aunque con errores) que marcara Zack Snyder. Pero qué sabré yo.
  • Renaissance (2006)Christian Volkman. Una película de animación sorprendente, visualmente arrebatadora, que bebe de esa fuente inagotable que es Blade Runner para presentar una distopía futurista en la que la interesante y espeluznante trama (experimentos genéticos, grandes corporaciones y búsqueda de la inmortalidad) sirve para indagar en los claroscuros más inquietantes del ser humano. Me encantó.
  • Mamá y papá (2017)Brian Taylor. Podría haber sido una gloriosa macarrada pero termina siendo tan solo un divertimento canalla (imagino que por la necesidad de una distribución sin restricciones). De repente, una mañana, sin mayores explicaciones, los padres de una pequeña ciudad norteamericana sienten una irrefrenable necesidad de matar a sus hijos. Y a partir de ahí la película, sin complejos, tira hacia delante con un Nicolas Cage gloriosamente desatado. El momento en el que los padres se concentran frente a las vallas que rodean a la escuela de sus hijos y empiezan a tirarse contra ellas como zombis enloquecidos para intentar atrapar a sus retoños y así poder cargárselos, es una de las secuencias con las que más me he reído en años. Se deja ver.
  • Hereditary (2018)Ari Aster. Nunca he sido el mejor espectador del cine de terror, me echan para atrás sus códigos y nunca he disfrutado de los sustos. La que para muchos es la mejor película de terror de los últimos años a mí me dejó más bien frío, aunque reconozco que no la olvido y que la capacidad del director para construir secuencias y situaciones inquietantes a partir de situaciones cotidianas es extraordinaria. Pierde fuelle cuando lo sobrenatural (curiosamente, más convencional que todo lo anterior) termina por apoderarse de la historia.
  • Nación salvaje (2018)Sam Levinson. Los rumores y las maledicencias dentro de un grupo de adolescentes en un pequeño pueblo americano terminan desembocando en una ola de violencia inusitada que sirve para canalizar una catarsis femenina y feminista liberadora. Estupenda.
  • Mary Poppins Returns (2018)Rob Marshall. La cuestión es que me recuerdo decir a mí mismo cuando acabé de verla que era digna, que me había gustado, pero ahora, unos pocos meses después, apenas la recuerdo. Mala señal. De la original recuerdo cada plano, canción, secuencia y giro de guion. Pero claro, todo esto tiene también mucho que ver con la imposibilidad de volver a ser un niño.
  • Phantom Thread (2017)P. T. Anderson. Cine de autor americano delicado, en ocasiones relamido, pero en todo momento interesante. No es de las películas que más me han gustado de un director que adoro, pero reconozco que no me olvido de la perturbadora relación que se establece entre ese rico modisto genialoide y esa camarera a la que elige como musa y compañera. Una relación que empieza a lo My Fair Lady y termina convertida en una película de Haneke.
  • Escape Room (2019)Adam Robitel. Cine de evasión de bajo presupuesto, sin pretensiones y con algunas ideas interesantes que continúa el camino que empezara a marcar en el cine moderno aquella mucho más estimulante Cube, de Vicenzo Natali, hace más de 20 años. Se deja ver. Pero tampoco mucho.
  • Amanecer de los muertos (2004)Zack Snyder. Resulta fresca y entretenida esta enésima revisitación del ya clásico apocalipsis zombi. Snyder saca lo mejor de sus actores y de ese centro comercial en el que se desarrolla gran parte del metraje, al tiempo que usa con inteligencia las pequeñas historias entre los personajes para humanizar el drama. Me sorprendió muy positivamente.
  • The Silence (2019) John R. Leonetti. Un remake encubierto de la mucho más interesante The Quiet Place (2018). Como en aquella, los seres humanos tienen que dejar de hacer ruido en sus vidas para no alertar, en este caso, a una especie de vampiros que han surgido de las entrañas del planeta. Pero mientras en aquella la excusa argumental servía para profundizar en las relaciones personales y en la dificultad de comunicación dentro de la familia, esta otra película se convierte en una sucesión de clichés de género mal digeridos, con interpretaciones forzadas y momentos de tensión ridículos. Innecesaria.
  • Hostiles (2017)Scott Copper. El western nunca muere y eso ya lo sabemos. El cine americano regresa una y otra vez a la leyenda mitológica y romántica que construyera el cine clásico sobre la conquista del Oeste para volver a deconstruirla, como forma de indagar en la personalidad política de un país corroído por un evidente complejo de culpa en relación con la persecución y exterminio de los indios. Película excelentemente rodada, compleja, con aristas y personajes poderosos que disfruté mucho.
  • La espía que me plantó (2018)Susanna Fogel. Una nadería sin sustancia y que divierte muy poco. Una comedia con muy pocos momentos divertidos que se diluye al poco tiempo de comenzar sin que haya indicios de recuperación en todo el metraje posterior. Prescindible.
  • Overlord (2018)Julus Avery. Lo que prometía ser un curioso experimento cinematográfico (producir, a partir de la interesante Cloverfield, una serie de películas de bajo presupuesto, con historias dispares del género fantástico, enmarcadas en un mismo universo en el que se produce un ataque extraterrestre), se ha ido diluyendo con los años a causa de la irregularidad de las propuestas y a que esas mínimas conexiones ya no son suficientes para sobrellevar mediocridades como esta película. Estamos ante una historia de monstruos construidos por los nazis mediante ingeniería genética en plena Segunda Guerra Mundial. Sirve para pasar el rato sin muchas pretensiones.
  • Avengers: endgame (2019)Hermanos Russo (cine). Hablar desde un punto de vista estrictamente cinematográfico de las películas de Marvel (llevo haciéndolo todo esta última década porque creo que las he visto todas) ha terminado por resultar un ejercicio estéril. Porque esta multiplicidad de películas, hipertrofiadas narrativamente y con una densidad de personajes sin parangón en la historia del cine, se ha terminado por convertir en algo que va mucho más allá del cine, seguramente en el más importante acontecimiento cinematográfico (desde un punto de vista emocional) de esa generación de jóvenes espectadores que ha crecido con ellas. Algo que puedo entender perfectamente porque es parecido a lo que a mí (y muchos como yo de mi generación) me sucede con Star Wars. Y como está claro que este no es mi negociado, nunca he podido dejar de ver el cine de Marvel con un enorme distanciamiento emocional y con un ojo cinematográfico de cuarentón cinéfilo, atento a todos los defectos y poco suceptible a sus posibles virtudes, que terminó por incapacitarme para disfrutar de este final de época que pretende sér épico y a mí, por momentos, solo me parece ridículo y grandilocuente. 
  • The Wandering Earth (2019)Frant Gwo. El cine chino se lanza a emular al cine de catástrofes estilo Roland Emmerich y hay que reconocerle que alcanza y supera por momentos al modelo. Es tan exagerada, usa de una manera tan chapucera y bochornosa todos los clichés y lugares comunes del género, que uno termina descojonánose y pasando un rato entretenido a la espera de la siguiente barrabasada ridícula y pretendidamente emotiva a la que va a asistir. Carne de perro con un puntito de disfrute canalla.
  • Pity (2018)Babis Makridis. Magnífica. Absolutamente brillante. Desde su primer e inquietante primer plano, con ese tipo que espera en su casa, a primera hora de la mañana, a que la vecina llame a su puerta para traerle ese pastel que cada mañana les hace a él y a su hijo desde que su mujer está en coma tras un accidente. Radiografía cruel y venenosa de un vampiro emocional que descubre el placer del protagonismo social y familiar que adquiere a través de la compasión que produce la casi segura muerte de su mujer. Un protagonismo que no está dispuesto a dejar escapar. La película es extraordinaria, en la senda del mejor Yorgos Lanthimos. No es casual que el guionista de la cinta sea el que habitualmente trabaja con él. De lo mejor que vi este año.
  • El manantial (1949)King Vidor. La adaptación que hizo el Hollywood clásico de la novela de la fanática liberal Ayn Rand resulta ser una película bien dirigida pero encorsetada y episódica a la que le cuesta  respirar debido al maximalismo de la reaccionaria propuesta ideológica. La construcción de personajes resulta vergonzante y maniquea: todos los que gravitan alrededor de Howard Roark (Gary Cooper), ese arquitecto creativo que pretende convertirse en adalid de una ética personal insobornable, o son mediocres envidiosos o caen rendidos (también sexualmente) a sus pies sin que, por supuesto, él se rebaje nunca a compartir el mundo (¡su mundo!) con ellos. La película naufraga porque resulta muy complejo en el cine convertir en un héroe puro, en un superhombre, a un desgraciado engreído con tantas ínfulas como poca empatía. La película nos deja algunas sentencias que podrían servir de frases de autoayuda para enmarcar en alguna casa de acogida para psicópatras retirados: "Ni doy ni pido ayuda". "Mi recompensa, mi objetivo, mi vida es el trabajo en sí mismo, mi trabajo hecho a mi manera. Nada más me importa".
  • Tiempo después (2019)José Luis Cuerda. Esta esperadísima continuación la genial Amanece que no es poco (1988) no defrauda. Respeta el legado de su antecesora y nos deja un puñado de secuencias memorables que transitan desde la crítica política o generacional hasta el surrealismo más tierno. Tan irregular como no puede dejar de ser (por su estructura episódica y la ausencia de trama), la película es una muestra más del genio de José Luis Cuerda, y lo poco que finalmente trascendió nos debería hacer reflexionar sobre los tiempos acelerados que vivimos en cuanto al consumo de  productos audiovisuales. Grande.
  • I am Mother  (2019)Grant Sputore. Ciencia ficción de serie B en el que un robot ejerce de cuidador en un refugio de una niña que parece crecer en un mundo devastado en el que no quedan supervivientes. Un giro de la trama pone en duda todo lo que esa niña ha creído hasta ese momento desencadenando la crisis y provocando el ya clásico conflicto entre lo humano y la conciencia de una inteligencia artifical. La verdad es que la película se eleva por encima de la media de este tipo de propuestas. La recuerdo con agrado.
  • Captive Staten (2019)Rupert Wyatt. Thriller enmascarado de ciencia ficción que funciona y genera interés. Su trama está centrada en la resistencia humana a la dominación alienígena. Aunque el tema está más que trillado termina resultando interesante e incluso, por momentos, emotiva.
  • Las reglas de Slaugherhouse (2018)Crispian Mills. Simpática pero decepcionante. Una gamberrada british que se desarrolla en un típico colegio privado en mitad de la campiña inglesa al que llega un nuevo alumno que desentona con la pija clase social dominante. Con subtramas centradas en el acoso escolar al diferente y la irresponsable explotación del medio ambiente. Todo queda finalmente supeditado a una estrambótica y delirante historia de monstruos subterráneos que no termina de cuajar (aunque ofrece momentos descacharrantes).
  • Brexit (2019)Toby Haynes. Apasionante y aterradora descripción de las herramientas de manipulación y contaminación del debate público con las que Dominic Cummings, gurú político, influyó de manera activa en el triunfo del a la salida del Reino unido de la Unión Europea. Cine político, urgente y con brío, que indaga en cómo se pueden controlar y canalizar las emociones primarias de una ciudadanía desnortada, que ha perdido los referentes ideológicos, familiares e institucionales en los se apoyaba en el pasado y que no sabe bien contra qué y quiénes dirigir su rabia. Acojona.
  • Los muertos no mueren (2019)Jim Jarmush (cine). Evidentemente no es su mejor película pero tiene algunos de esos grandes-pequeños momentos y ese ritmo narrativo moroso que tanto aprecio en el cine de Jarmush. En sus películas el tiempo parece dilatarse y aunque nada parece más alejado de lo que se puede esperar de una película suya que la temática zombi, lo que para tantos sería un pretexto argumental para las prisas narrativas y la imposición de un ritmo acelerado se convierte, para él, en la oportunidad perfecta para mostrar los pequeños detalles que realmente singularizan nuestras vidas. Y mientras lo hace, mientras la vida sucede, aparecen esos grandes acontecimientos vitales que provocan los necesarios puntos de inflexión. Qué grande es Jarmush. Con momentazos, la película me gustó mucho. Para incondicionales.
  • El bosque animado (1987)José Luis Cuerda. Un Cuerda en plena forma adapta y se apropia de la novela de Fernández Flórez en un relato de corte fantástico-costumbrista repleto de humanidad, vida y sentido del humor. Queda en el recuerdo ese alma en pena interpretado magistralmente por Miguel Rellán y ese bandolero, todo ilusión y actitud, que encarna con pasión un gran Alfredo Landa. Qué maravilla.
  • Alps (2011)Yorgos Lanthimos. El griego me vuelve a desconcertar y a subyugar por partes iguales. Tan extraña como preveía, la película trata, con la frialdad que suele ser habitual en la puesta en escena de Lanthimos, la incomunicación y la imposible gestión del dolor tras la muerte de un familiar cercano a través de un grupo de apoyo psicológico que se dedica a sustituir a los muertos dentro de la familia durante la primera fase del duelo. Brutal.
  • Superlópez (2018)Javier Ruiz Caldera. Siempre califico a este tipo de cine español como cine blanco, cómodo, sin más pretensiones que convertirse en entretenimiento superficial pero respetable. Lo que pasa es que con un personaje tan querido de mi infancia como Superlópez me da un poco de pena verlo convertido en algo tan absolutamente intrascendente. Pienso en lo que podría haber hecho con libertad con este personaje alguien como Álex de la Iglesia y me doy cuenta de cómo está desperdiciando el cine español a personajes del cómic patrio absolutamente formidables.
  • Anon (2018)Andrew Niccol. Niccol continúa con su tan interesante como irregular carrera desde que lo conociéramos como director y guionista de la magnífica Gattacca (1997) y como guionista de la estupenda El show de Truman (1998). Parábola de ciencia ficción que reflexiona sobre los límites de la privacidad en nuestras nuevas vidas digitales mientras se embarca en una (aburrida) investigación detectivesca a la que le falta fuelle. La película pierde interés a la media hora y ya no lo recupera. Decepcionante.
  • Dolor y gloria (2019)Pedro Almodóvar. Nunca he congeniado con el cine de Almodóvar. Su universo nunca me ha interesado, sus obsesiones no conectan con las mías, muchas de sus películas me suelen encabronar (por su banalidad) o resultarme molestas (por su emocionalidad impostada). Tal vez de ahí la sorpresa por el hecho de que esta película sí me emocionara: comprendí su dolor por el paso del tiempo, respeté su orgullo por lo hecho, compartí sus dudas respecto a decisiones trascendentes en su vida. Gran película.
  • Viaje al cuarto de una madre (2018)Celia Rico. Pequeña y delicada pieza de orfebrería sentimental que describe la relación de amor e incomprensión entre una madre y una hija que se enfrentan al difícil abismo que supone la necesidad de distanciarse la una de la otra para crecer personalmente, mientras sus vidas discurren en el asfixiante panorama de precariedad laboral y vital de nuestro país. Estupenda.
  • John Ford, el hombre que inventó América (2018)Christopher Klotz. Documental de TCM para conmemorar el 125 aniversario del que, para mí, es el mejor director de la historia del cine. No aporta nada nuevo a sus admiradores, que tan bien conocemos su vida y sus películas, pero siempre es reconfortante viajar durante dos horas a través de los fotogramas de un cine que ya se ha convertido en leyenda.
  • The act of killing (2012)Joshua Oppenheimer y Christine Cynn. Escalofriante documental que se adentra en el asesinato de cientos de miles de comunistas y disidentes del régimen polítco instaurado en Indonesia tras la llegada al poder de Suharto mediante un golpe de estado militar en 1965. Más de 40 años después de los hechos, dos de los asesinos a sueldo que el régimen utilizara para ejecutar esos crímenes, aceptan contar y reconstruir muchos de los asesinatos que cometieron con una crudeza, una vanidad y un distanciamiento emocional que harían estremecer incluso a la Arendt que escribiera aquello de la banalidad del mal. Imprescindible. De lo más importante que vi durante el año. Menuda hostia en el estómago.
  • El joven Karl Marx (2017)Raoul Peck. Como indica el título, la película está centrada en la juventud de Marx. Retrata su primer encuentro con Engels y narra los acontecimientos personales y políticos que terminaron desembocando en la redacción del Manifiesto Comunista. Interesante.

23 febrero 2019

Un año de cine (2018). Segunda parte

Aquí comparto la segunda tanda de películas que vi por primera vez durante 2018. Aclaro, mediante la palabra cine, las que vi en pantalla grande. Están ordenadas cronológicamente, según las fui viendo. 
  • Vida perra (1982)Javier Aguirre. Adaptación de una obra Ángel Vázquez. Película formalmente arriesgada en la que una mujer soltera, ya mayor y de familia acomodada, habla con los fantasmas de su pasado con rencor, amargura y un infantilismo pueril. El monólogo está rodado mediante planos lejanos que lentamente evolucionan hasta primeros planos radicales de una Esperanza Roy sublime. Sobre ella recae completamente el peso de la película y realiza una interpretación desgarrada y convincente que transmite con enorme fuerza el horror de las consecuencias de una educación represiva y conservadora. Estupenda.
  • Un lugar tranquilo (2018)John Krasinski. En términos de entretenimiento puro y sin complejos, es curioso cómo en un género tan proclive a la saturación visual y argumental como la ciencia ficción siempre termina funcionando mucho mejor sugerir que mostrar; provocar tensión, miedo o interés hacia lo que nunca se termina de ver o decir completamente. Esta película es el mejor ejemplo de ello. Construida a partir del silencio y del terror a provocar cualquier sonido que causaría una muerte segura en manos de los extraterrestres que han destruido la civilización humana, ese silencio exterior al que la historia principal obliga sirve como reflejo deformado de ese otro triste silencio, el de la culpa no resuelta dentro de una familia que no puede hablarse para purgar el dolor. Más allá de una resolución final convencional me gustó mucho la propuesta.
  • Siete hermanas (2018)Tommy Wirkola. El cine es ideología. Siempre hay un discurso social y político detrás de cada historia que se cuenta. Disfrazada de ciencia ficción superficial y banal esta película mediocre, aburrida y realizada con una enorme pobreza de ideas y de soluciones formales termina resultando ser otro repulsivo alegato de una maternidad emocionalmente totalitaria, un instinto primario e irracional al que nadie puede poner límites racionales en sociedades con falta de recursos. Una necesidad existencial que debe servir para perdonar cualquier traición, deslealtad, delito o inmoralidad que se cometa. Y un carajo. Como película, un soberano coñazo.
  • Hondo (1953)John Farrow. Visualmente tiene un acabado de western de primera categoría y su historia de amor también es poderosa por anómala y controvertida. Pero tiene un problema. Relacionado con aquello que le dijera John Ford a Robert Parrish cuando este le inquirió a Ford sobre cómo conseguía esas extraordinarias interpretaciones de John Wayne. Ford le contestó: "toma papel y lápiz y cuenta cuantas veces habla John Wayne en La Diligencia y en Hombres Intrépidos". El viejo maestro no se equivocaba. Porque ese es el gran problema de Hondo: John Wayne habla. Y habla mucho. Todo el rato. Y su equivocada interpretación es el principal escollo de un western que aún así se deja ver.
  • Le brio (2017)Yvan Attal. El mito de Pigmalión trasladado a la Universidad con un viejo profesor que se ve obligado a ayudar a una joven de la periferia a convertirse en una oradora de primer nivel. A pesar de que prometía ser una acumulación de clichés, la película mantiene el tipo gracias a unas interpretaciones estupendas y a la humanidad de unos personajes que, sin alharacas ni catarsis impostadas, aprenden el uno del otro, a pesar de la diferencia de edad, a lidiar con sus propios defectos para seguir transitando por la vida. Bonita, que diría Pumares.
  • El final de todo (2018)David M. Rosenthal. Típico producto de medio pelo de los que está produciendo en serie Netflix, que siempre sabe elegir los temas de sus películas de ciencia ficción para que los aficionados no podamos dejar de intentarlo con ellas. En este caso tenemos en el menú el habitual cataclismo inesperado que pone en jaque a la sociedad mientras el foco de la historia se centra en un tipo cualquiera que acompañado de su suegro debe recorrer cientos de kilómetros en coche para reencontrarse con su mujer. Visualmente es digna pero a los guionistas se les acabaron las ideas tras media hora de metraje y el final termina siendo puro bochorno. Mala. Mucho.
  • L´economie du couple (2016)Joachim Lafosse. Interesante historia en una película muy bien rodada sobre las consecuencias de la separación de una pareja con una hija que tienen que seguir conviviendo en la misma casa. A través de detalles, matices y la construcción de personajes poliédricos y con aristas la trama se vuelve oscura, dolorosa y claustrofóbica. El ser humano aparece en toda su miseria en las pequeñas decisiones. Gran película. Pertubadora. Muy triste.
  • Willd Streets (1968)Barry Shear. Películas como esta son las que me alegran y animan el año cinematográfico. Llego a ellas por extrañas reseñas o menciones que me encuentro en internet, y en este caso su recuerdo perdura meses después. Distopía política en la que los jóvenes de los 60, a través del liderazgo de una estrella de rock, consiguen imponer su agenda y su visión del mundo a una sociedad desnortada, sin ímpetu, que termina aceptando dócilmente que todos los menos jóvenes son un lastre y deben ser encerrados en campos de concentración en los que se les atiborrará de LSD para que no molesten. La película es un puro delirio y a pesar de ser una producción de medio pelo plantea cuestiones sociales de plena actualidad. Su inquietante final es magnífico, pleno de significado. Recomendadísima.
  • Equals (2015)Drake Doremus. Distopía intensita y millenial que deja de lado cualquier reflexión ideológica y social para centrarse en el sobado, desesperado, trillado y aburrido amor desgarrador. Un soberano coñazo. Y qué mal está Kristen Stewart.
  • Deadpool 2 (2018)David Leitch. Si la primera al menos tenía el efecto sorpresa de la provocación, esta ya no ofrece absolutamente nada. Muchos chistes de caca, pedo, culo y pis pero poca diversión en una producción pobre que cree que vanagloriándose de ello va a provocar la simpatía del espectador. No hay por dónde cogerla.
  • Paul (2011)Greg Mottol. Simpática película hecha por (y para) aficionados al cine de ciencia ficción. Los guiños a los clichés de películas de extraterrestres son continuos y, sin ser ninguna maravilla, se pasa un rato entretenido con ella. Poquita cosa, en todo caso.
  • Jack Reacher 2 (2016)Edward Zwick. De todo en lo que se ha embarcado Tom Cruise en los últimos años (dejando fuera ese engendro que fue La momia) esta franquicia (y este personaje) es lo que menos conecta con su carisma y con su figura de leyenda de un Hollywood que agoniza. No me extraña que los rumores apunten a que esta saga acabe aquí con Cruise y se quiera hacer un reboot con otro actor. Como cine la película es puro trámite, un día en la oficina tan intrascendente que casi desaparece de la memoria instantáneamente tras su visionado.
  • La batalla de los sexos (2018)Jonathan Drayton y Valerie Faris. Los creadores de las excelentes Pequeña Miss Sunshine y Ruby Sparks nos ofrecen una película que, sin alcanzar el nivel de las anteriores, es valiente, divertida y diferente. La batalla por la reivindicación de la mujer en el mundo machista y misógino del tenis de los años 70 es descrita con enorme humanidad e inteligencia. Merece mucho la pena.
  • Future World (2018)James Franco y Bruce Thierry Cheung. Mad Max de medio pelo que comienza viéndose con cierto interés y curiosidad hasta que uno asiste anodadado a cómo, a partir de la media hora, se tira a la basura toda coherencia argumental y la película termina convirtiéndose en carne de perro. Mala hasta molestar.
  • A puerta fría (2012)Xavi Puebla. Retrato cruel, ácido y lúcido de las entrañas del mundo empresarial de bajo coste del que se nutre el mercado laboral español. Qué pena de estúpido final.
  • Todo el dinero del mundo (2018)Ridley Scott. Nada peor que resultar irrelevante. Que independientemente de su calidad formal lo que cuentes resulte tan intrascendente que tu película se vuelva invisible para siempre justo tras estrenarse.
  • Infini (2015)Shane Abbess. Ciencia ficción de serie B con buenas ideas que no termina de cuajar en película interesante a pesar de su prometedor inicio. No basta con  recurrir a los ecos desgastados de Alien para que tu historia termine resultado efectiva. Para aficionados al tema.
  • La muerte de Stalin (2017)Armando Ianucci. El director de In The loop, aquella ácida mirada a la trastienda de la política anglosajona, repite planteamiento argumental trasladando ahora la historia a una Unión Soviética en la que la muerte de Stalin desata una lucha sin cuartel entre sus más cercanos por conseguir el poder. Humor negro, en ocasiones descacharrante y siempre inteligente para una excelente película que engancha hasta el final.
  • Absolutamente todo (2015)Terry Jones. Comedia gamberra pero blanca (muy blanca) que se alimenta del espíritu de los Monthy Python sin dejar de querer ofrecer una película comercial para todos los públicos. Divertida a ratos pero finalmente fallida.
  • Their finest (2016)Lone Scherfig. Me gustó mucho. Es una película pequeña, sin ínfulas, bonita, en la que se disfrutan los detalles que sin estridencia alguna te hacen paladear esos momentos de buen cine que, desafortunadamente, cada vez escasean más en el cine industrial. La trama se desarrolla en las entrañas de una producción cinematográfica inglesa que, en plena 2ª Guerra Mundial, pretende convertir en heroica una acción intrascendente protagonizada por dos hermanas en Dunkerque. El objetivo es que la película sirva como propaganda bélica antinazi y para animar a una población deprimida. Los protagonistas, guionistas de esa película, están maravillosamente interpretados. Y la recreación de las peripecias de la producción y el rodaje es deliciosa. 
  • Worm (2016)Keir Burrows. Ciencia ficción de bajo presupuesto que indaga sobre los viajes en el tiempo y la aparición de réplicas incompletas (emocional e intelectualmente) de uno mismo como consecuencia indeseada del mismo. Mantiene la tensión y la intriga durante gran parte del metraje para desembocar en una resolución más bien tosca. Curiosa.
  • Coco (2017)Lee Unkrich. No me llegó en ningún momento esta película de Pixar. Esta historia de muertos, traiciones, recuerdos y familia solo deja algunos detalles de humor de calidad y una imaginería visual que por momentos abruma. Pero la historia no me emociona y termina cayendo en un sentimentalismo desagradable.
  • El olivo (2016)Icíar Bollaín. Había dejado aparcada esta película de una Bollaín a la que había abandonado tras aquella enorme decepción que me supuso También la lluvia (2010). También me echaba para atrás la premisa sentimentaloide de la historia: nieta en busca de un olivo como última conexión a la vida y al pasado de su abuelo enfermo de Alzheimer. Finalmente, sin ser perfecta, la película vuela alto gracias, fundamentalmente, a la presencia de una Anna Castillo espectacular, luminosa, que ofrece una interpretación en la que se deja la piel, mostrando una amplia gama de emociones, matices y complejidades humanas que enriquecen una película con momentos muy logrados. Pena de resolución abrupta y chapucera.
  • Tully (2018)Jason Reitman. Aquí estaban de nuevo. Seguramente la pareja creativa cinematográfica que más detesto: Jason Reitman (en la dirección) y Diablo Cody (firmando el guion).Y yo no podía dejar de ver cómo se las apañaban esta vez para volver a edulcorar y a enmascarar su habitual discurso subterráneo conservador y reaccionario. No decepcionan. Ofrecen de nuevo un mensaje tradicionalista, sexista y machista envuelto en el habitual papel celofán de modernidad y reflexión sociológica. Tras la aparente crítica social emerge la defensa cerrada de una maternidad que, aunque resulte para la mujer angustiante y asfixiante, debe finalmente ser entendida por ella como algo maravilloso. La mujer debe reconducir sus ganas de libertad y de realizarse personalmente porque, en el fondo, nada puede ser mejor para ella que sacrificar su vida, sus sueños y sus ilusiones y dedicarse al  "cuidado" de su familia. Vomitiva. Como todas las suyas.
  • Red Army (2014)Gabe Polsky. Excelente documental que narra con gran ritmo y cierto humor negro las andanzas de los jugadores de la mejor generación rusa de hockey sobre hielo, allá por los años 70 y 80, centrándose fundamentalmente en la figura del más famosos de ellos: Fetisov. Tan manipulador e ideologizado como todo buen documental pero mucho más interesante que la gran mayoría de ellos.
  • Sin rodeos (2018)Santiago Segura. Esta comedia es un remake de una película chilena realizada apenas dos años antes. Una mujer de mediana edad a la que todos en su entorno manipulan y pisotean despierta un día dispuesta a ofrecer batalla sin cuartel en la guerra cotidiana del día a día. Con algunos momentos divertidos y algunos gags muy conseguidos, la película se desinfla por su propia concepción de producto prefabricado y aséptico. No se puede uno mover por las pantanosa aguas de la crítica social y, al mismo tiempo, no querer ofender del todo a nadie. Superficial.
  • UFO (2018)Ryan Eslinger. Me gustó su fría y elegante puesta en escena para una clásica historia de ciencia ficción en la que el posible contacto extraterrestre depende de la resolución de un desafío intelectual. En este caso el desafío es matemático, y será también el clásico estudiante inadaptado pero brillante el único capaz de desentrañarlo. Simpática.
  • El cochechito (1959)Marco Ferreri. Una auténtica obra maestra. Un clásico incontestable del cine español que supura mala hostia y legítimo rencor de clase por cada poro de cada no de sus fotogramas. Qué maravilla de película, cuánta miseria social escondida tras aquella placidez franquista y menudo final, a la altura de los más grandes finales de la historia del cine. A la altura del mejor Billy Wilder.
  • Reality Bites (1994)Ben Stiller. Lo mejor de la película son los primeros minutos, cuando a través de un discurso universitario tan fallido como absurdamente aplaudido y de una reunión de amigos se muestra el desconcierto, la ingenuidad, las contradicciones y el carácter débil e infantiloide de una generación, la Generación X, que estaba llamada a cambiar definitivamente el mundo y que finalmente fue arrasada por un mundo laboral al que jamás supo adaptarse. A partir de ese prólogo la película se desliza por una cuesta abajo continua hasta un final pueril y bochornoso. Que para tantos esta sea la película emblema de mi generación dice mucho de nosotros.
  • Happy End (2018)Michael Haneke. Película compendio del universo de uno de los mejores directores europeos de los últimos 30 años. Las contradicciones, miedos, frustraciones y miserias subterráneas de la clase media-alta europea acomodada vuelven a la pantalla con una historia dolorosa y existencialmente angustiosa. El bisturí analítico de Haneke disecciona a una familia cuyos miembros son unos desconocidos los unos para los otros, incapaces no ya de conectar sino siquiera de escucharse. La banalidad del mal intrafamiliar. Excelente.
  • Z, la ciudad perdida (2016)James Gray. Inicialmente tiene el aroma de aquel viejo cine de aventuras exóticas pero termina tomando otro camino y se desvía hacia un cine adulto, amargo y reflexivo. Historia oscura y perturbadora sobre el ser humano y su absurda capacidad para la obsesión. Estupenda.
  • Noche de lobos (2018)Jeremy Saulnier. Pasa el tiempo desde que la vi y cada vez tengo mejor recuerdo de ella. Lastran la película ciertas incoherencias absurdas en el guion pero pesa mucho más en la valoración positiva ese ambiente emocionalmente gélido que logra transmitir, acorde con el escenario natural en el que se desarrolla la historia y el extrañamiento que provoca la vida en un lugar tan apartado del mundo en el que el pensamiento mágico parece el único refugio seguro para un ser humano desvalido. Además, tiene un par de secuencias (sobre todo la del tiroteo) de cine bueno, muy bueno. Recomendable.
  • Cold War (2018)Pawek Pawlikowski (cine). Un prodigio cinematográfico. Su sensibilidad y belleza a nivel visual solo son comparables con su capacidad para construir una historia de amor desesperado a través de retazos y elipsis radicales. Una auténtica gozada, cine con mayúsculas, con una secuencia final soberbia, que no solo sirve para sintetizar de manera inteligente el espíritu de la historia a la que hemos asistido sino también para ilustrar de manera portentosa el carácter de los dos protagonistas. Pelos como escarpias.
  • El mundo es suyo (2018)Alfonso Sánchez. Los compadres se pasan al largo y el clasismo, el postureo y el pijerío sevillanos son retratados desde el humor y cierto (¿excesivo?) cariño en una película de trama irregular, en la que a momentos desternillantes le suceden secuencias de relleno o fallidas. A mí esta gente me tiene ganado desde hace años pero reconozco que eché mucho de menos a el Cabeza y a el Culebra.
  • ¿Estamos solos? (2018)Reed Morano. Enésima variante de drama posapocalíptico que reúne con acierto a dos personajes completamente diferentes que terminan conectando a partir de una soledad que no es solo impuesta por el fin de la civilización sino también, en cierta manera, deseada. El sorprendente giro a mitad de la historia termina llevando la película a nuevos lugares en los que no termina de sentirse cómoda y que le hacen perder fuelle. Una pena.
  • Los increíbles 2 (2018)Brad Bird. Continuación tardía del éxito de Pixar de 2004. Los personajes siguen desarrollándose emocionalmente, la familia se muestra como un espacio de lucha en la que cada uno tiene que encontrar su sitio pero que, finalmente, se convierte en el refugio en el que encontrar aliados para enfrentarse al mundo. Buenas intenciones, personajes carismáticos y cierta sensación de cansancio, de final de etapa, de fórmula gastada en el Universo Pixar.
  • Quién te cantará (2018)Carlos Vermut (cine). Peliculón. Tal vez peque de cierto exceso de academicismo cinematográfico pero aun así, apoyado en unas interpretaciones femeninas de altísimo nivel, Vermut vuelve a ofrecernos un cine complejo y contradictorio en el que las pasiones humanas se muestran sin filtro ni contención.
  • Paciente cero (2018)Stefan Ruzowitzky. Basura infinita, cósmica, intergaláctica. Molesta hasta hacer daño. Sin duda, lo peor que vi este año. Menudo engendro. Ni cine posapocalíptico, ni zombis ni hostias. Esta cosa infecta es tan jodidamente horrorosa que ni sirve para reírse de ella y al menos pasar el rato. Y ese final... joder, pura cochambre.
  • Al otro lado del viento (1970-1976-2018)Orson Welles. Fascinante. Todos somos conscientes de que lo hemos visto finalmente no tiene por qué ser exactamente lo que Welles hubiera querido finalmente mostrarnos si hubiese podido estrenar la película antes de morir. Pero lo que vemos es suficiente para quedar absolutamente deslumbrado. Welles, al final de su vida, quiso jugar a ser el más moderno de todos los modernos. Y el resultado es apabullante. El cine dentro del cine es un subgénero en sí mismo pero todo en esta película es diferente. No dejo de pensar en ella.
  • Me amarán cuando esté muerto (2018)Morgan Neville. Documental sobre la filmación de la que finalmente sería la última película de Orson Welles. Indaga en las contradicciones de uno de los personajes más carismáticos, brillantes e inteligentes de la historia del cine. Una auténtica joya para los arqueólogos del cine.
  • Thoroughbreds (2017)Cory Finley. Turbadora película con ribetes de comedia negra sobre la amistad de dos extrañas chicas adolescentes, una con pulsiones homicidas ocultas y otra sin capacidad para sentir emociones. Entretiene y te mantiene atento hasta un final que se agradece que no sea el clásico moralista de Hollywood.
  • Mission Impossible: Fallout (2018)Christopher McQuarrie. Creo que me lo pasé medianamente bien, que me entretuve y todo. Pero pocos meses después ni me acuerdo de qué iba esta enésima secuela de aquello que tampoco es que fuera nunca realmente muy interesante. Y que conste que me cae muy bien el Tom Cruise actor.
  • El rey proscrito (2018)David Mackenzie. Es curioso, pero en contra de lo que me sucede con otras películas, que a medida que pasa el tiempo se pierden en mi memoria por irrelevantes tras el impacto inicial, esta, que desdeñé tras verla en su momento, cada vez la recuerdo con mayor gusto, con mayor interés. La secuencia inicial es fantástica. Podría considerarse la "secuela" cronológica de Braveheart (Mel Gibson, 1996) pero se aleja completamente de su épica y opta por un realismo frío, alejado de las grandes emociones. Y a pesar de todo lo bueno que pueda decir de ella también he de reconocer mi aburrimiento viéndola. Paradojas.
  • Dark Star (1974)John Carpenter. Qué maravilla. Cuánto me reí, cómo me sorprendió y cuánto me gustó. Surrealista película de "ciencia ficción" del Carpenter más irreverente. Me quedo con ese extraterrestre-globo tocacojones. Y con esa bomba inteligente que va cobrando consciencia hasta enfrentarse a un dilema filosófico irresoluble. Esta película me ganó el corazón para siempre.
  • Generación Kronen (2015)Luis Mancha. Documental que examina las consecuencias de la publicación de la famosa novela de José Ángel Mañas, Historias del Kronen, allá por 1994, y la revolución editorial y generacional que se construyó artificialmente a su alrededor. El paso del tiempo, las decepciones, los castillos de naipes vitales que se desmoronan y las traiciones de la sobredimensionada industria literaria de España son temas que se tratan de manera más superficial de lo que uno hubiera deseado. Pero, en todo caso, el retrato (que se intuye más que se muestra) de un "tiempo literario" perdido resulta apasionante.
  • Blog (2010)Elena Trapé. Un extraño pacto entre varias adolescentes de un centro educativo es la premisa de la que parte esta historia que fracasa completamente en el análisis de los motivos que pueden haber tras esta decisión adolescente mientras que, curiosamente, acierta en el retrato humano de los momentos de intimidad y de amistad entre unas niñas que empiezan a descubrir el mundo apoyándose las unas en las otras.
  • La balada de Buster Scruggs (2018)  Hermanos Coen. Nunca entré de verdad en ninguno de los relatos que conforman esta película. Y lo intenté, en serio. Porque el western forma parte de mi vida. Porque de pocas cosas he disfrutado más cinematográficamente que de las historias enmarcadas en esa frontera americana. Porque en muchas ocasiones he conectado con el universo de los Coen (no siempre) y en esas ocasiones he disfrutado mucho de su cine. Podría engañar(me), ejercer de cultureta o valorar cuestiones artísticas de manera aséptica. Pero no, la realidad es que la propuesta al completo, de principio a fin, salvo destellos, fue una decepción absoluta. Y la película me resultó un coñazo infinito.
  • Venom (2018)Ruben Fleischer. Entretiene a ratos, sobre todo al principio, que es cuando suelen funcionar este tipo de películas, pero termina naufragando en un tramo final en el que los remontajes y los bruscos giros de tono y de ritmo la lastran y terminan condenándola.
  • Viudas (2018)Steve McQueen (cine). Peliculón. La gran olvidada en la carrera de los premios de este año. Es incomprensible. Más allá de unas interpretaciones femeninas portentosas bajo la dirección atinada de un McQueen que rueda como los ángeles, hay un interesantísimo subtexto en toda la historia que nos habla de un mundo masculino en decadencia, que está desapareciendo, que muere sin remedio y en el que incluso aquella vieja épica de las lealtades masculinas que aparece en los momentos vitales está ya corrompida. Frente un universo masculinizado, individualista y fracasado emerge la posibilidad de un nuevo comienzo en el que las mujeres aprenden a mirarse y a reconocerse en sus diferencias. Mujeres que se encuentran y empiezan a construir puentes entre ellas bajos nuevas premisas y nuevas lealtades. Y a todo esto hay que sumarle la secuencia, rodada desde fuera de un coche en movimiento, en la que solo se escucha la voz histérica del personaje que interpreta Colin Farrel. Un discurso que  suena como patético epitafio final de una forma de dirigir el mundo. Película fantástica.
  • The Predator (2018)Shane Black. Tiene tantas ganas de recordarnos continuamente con sus diálogos que pretende recuperar las viejas esencias del cine de acción macarra y despreocupado (e hipermasculinizado) de los 80, que al final se olvida de construir una trama lo suficientemente digna que consiga evitar que la película desbarre en una última media hora abochornante.
  • Alpha (2018)Albert Hughes. Fantasía prehistórica para niños que cuenta la que sería la  primera domesticación de un lobo para convertirse en animal de compañía del ser humano. Aburrida, convencional, sentimentaloide.
  • Blackkklansman (2018)  Spike Lee. Gran película. Una historia repleta de ironía y mala leche que narra la infiltración real de dos policías (uno negro y el otro judío) en el Ku Klux Klan de los años 70. Con un montaje espectacular y una dirección impecable, la película finaliza con último giro que conecta los eventos acaecidos en un pasado que ya parece lejano con inquietantes imágenes reales del convulso presente de EEUU.
  • Roma (2018)Alfonso Cuarón. De lo mejor que vi este año. Película enorme y honesta. Nadie puede presentar objeción alguna a un acabado formal de una calidad incontestable. Las críticas han surgido en relación al supuesto clasismo que destila la historia. No entiendo esas críticas porque precisamente ese clasismo es algo que Cuarón, de manera tremendamente honesta, no pretende enmascarar en ningún momento: Cleo es la criada de la familia. No es un miembro de ella. Y es en las contradicciones y exigencias emocionales (y de sumisión) que esa relación laboral demanda donde surgen las reflexiones más perturbadoras e inquietantes que se pueden extraer de la historia. En ese sentido el final es elocuente y lacerante: toda la familia ya está en la casa tras el episodio de la playa y los niños se sientan para contarle a la abuela el heroísmo de Cleo para salvarlos del mar. Solo interrumpen la historia para pedirle a esa misma mujer, sin mirarla, que les traiga bebidas y pasteles. Magistral. Obra maestra.
  • Rompe Ralph (2002)Rich Moore. Hablaban tan bien de la segunda parte que, antes de verla, creía necesario acercarme a esta primera parte que en su momento ni valoré ver. Error. Bala malgastada. Ahora ya tampoco me interesa, de momento, la segunda. Nada realmente que objetar a la película salvo lo fundamental: ¿para qué?
  • Starcrash (1978)Luigi Cozzi. No veo muchas películas como esta a lo largo del año, pero cómo las disfruto cuando aparecen... Ciencia ficción de serie Z nacida al rebufo del éxito de Star Wars. Con un sorprendente buen acabado en los efectos especiales, la historia es una pastiche delirante en el que se copia sin vergüenza y en el que resuenan desde los clásicos griegos hasta Flash Gordon y, por supuesto, Star Wars. Es una cosa tan disparatada, tan delirante, tan sexista y tan absurda que te engancha sin remedio. Y ya cuando la trama avanza, cuando desaparece toda coherencia argumental, con robots que resucitan, mujeres presas que realizan trabajos forzados vestidas con diminutos y sensuales bikinis, supositorios galácticos con soldados en su interior para asaltar fortalezas espaciales y, como remate final, la aparición estelar de un jovencísimo David Hasselhoff como príncipe salvador, solo puedes hacer una cosa: levantarte del sillón, aplaudir con fuerza y meterte otro whisky para celebrar tamaño disparate.
  • Spider-Man un nuevo universo (2018)  Peter Ramsey, Robert Sichetti y Rodney Rothman (cine). Visualmente apabullante y muy entretenida, la película es un divertimento de categoría que abre nuevas posibilidades al universo marvelita en el mundo de la animación cinematográfica.
  • Les garçons sauvages (2018)Bertrand Mandico. Extraña, perturbadora y oscura historia en la que resuenan los ecos de El señor de la moscas y que bebe directamente de las fuentes del surrealismo. Con una fotografía impecable, narra la redención a través de un viaje a los infiernos de sí mismos de un grupo de niños tras haber cometido un horrendo crimen. Una joyita no apta para todos los públicos.
  • Lo que esconde Silver Lake (2018)David Robert Mitchell. Cine lisérgico que bebe de Hitchcock y de Lynch para narrar una historia que parece mostrar el desconcierto vital de una juventud actual a la que le resulta mas sencillo enfrentarse a una demencial conspiración existencialista que a la realidad de un sistema económico que la arrincona.
  • The Sisters Brothers (2018)Jacques Audiard. Western atípico pero sugestivo que sigue las andanzas de dos hermanos delincuentes. Con unas actuaciones fantásticas, tanto de los actores principales como de los secundarios, la película discurre por diferentes meandros narrativos sin que se pierda el interés por unos personajes a los que se les termina cogiendo cariño. Curiosa.