13 diciembre 2014

Vergüenza

Resopla. Mientras lo hace en su cara se dibuja una extraña mezcla de rabia, vergüenza y cansancio existencial. El tren acaba de llegar a la estación. Abre la puerta y sale al andén, dispuesto a subir al próximo vagón de ese mismo tren para repetir de nuevo su discurso, para volver a humillarse mientras los demás bajamos la mirada y hacemos como que no lo escuchamos, mirando de manera distraída nuestros móviles o desviando nuestra atención hacia un punto ciego del espacio en el que nada hay y en el que en nada nos convertimos. Hace ya demasiado tiempo que viajar cada día en el metro de Madrid supone asistir a una o varias de estas performances: una mujer o un hombre, joven, de mediana edad o anciano, articula "el discurso de la miseria" frente un público cautivo que, incómodo, preferiría no escucharlo. De manera mecánica describe algún tipo de situación límite e infernal que lo obliga a pedir dinero para poder alimentar a sus hijos, a su pareja y a sí mismo. Pero conseguir que lo que se cuenta termine calando entre nosotros cada vez es más complicado. A pesar de que nadie lo mire directamente a la cara, a pesar de que parezca que se ignora su presencia, se nota que todos en el vagón estamos evaluando lo que se dice, cómo se dice, cómo viste quién lo dice, cómo se articula lo que se dice… Durante unos segundos somos los jueces de una perversa variante de “Los juegos del hambre” en la que decidimos si esa persona merece o no nuestro puto euro. Un breve intervalo de tiempo en el que descubrimos que más allá de ideologías de salón la realidad termina convirtiéndonos en basura, en unos mierdas, aunque pretendamos no serlo. En esta ocasión el tipo en cuestión posee un aura terrible de autenticidad y de necesidad. Con voz clara, sin concesiones al drama y de manera breve, pide comida o dinero. No funciona. Apenas consigue una moneda, un jodido euro en un vagón con más de veinte personas. Es lo que hay. Es lo que toca. Pero lo más patético, lo que más asco produce es saber que esa moneda depende tan sólo de la credibilidad de su discurso, de que un tipo sentado en un asiento del metro, después de haberse gastado 20 euros en comer y 6 euros en un whisky, decida ejercer la caridad con alguien en base a un juicio arbitrario, injusto y despreciable que determina que esa persona dice la verdad y merece ser ayudada. Nada de todo eso parece importar. El tipo coge el euro, da las gracias, camina por el vagón por si alguien más se equivoca pero nadie más levanta la mirada. Se acerca a la puerta de salida mientras el tren frena. Es entonces cuando puede dejar de actuar, cuando cree que nadie lo mira, casi de espaldas a todos. Es entonces cuando resopla. Cuando en su cara aparece esa extraña mezcla de rabia, vergüenza y cansancio existencial. Es entonces cuando sin ser consciente de ello, sin pretenderlo, a través de su gesto, ese tipo resume el momento histórico que vive este país. Y nos avergüenza.

27 julio 2014

La generación mileurista comienza a salir de la habitación oscura

Una de las más importante novedades que ha traído consigo Podemos ha sido que, por primera vez, la que en algún momento fue denominada generación mileurista, formada por los nacidos en España alredeor de los años setenta, se siente no sólo representada sino partícipe de un proyecto político real de transformación social. Esta generación a la que con justicia se la ha acusado de infantilizada, blanda, individualista, poco luchadora y conformista, ha sido la gran perdedora de una crisis, la del capitalismo de casino, que destruyó para siempre todos sus sueños egocéntricos, infantiloides y absurdos que se sustentaban sobre los cimientos endebles de un trabajo precario que el sistema de manera indecente intentó convertir en singularidad de un nuevo contrato social low cost, en el que el consumo siempre sería posible y la estabilidad laboral era una rémora del pasado fordista. Se procuró que una generación llamada a ser trascendente por su número dejara a sus mayores preocuparse por “el rollo político” y se dedicara en cuerpo y alma a una evasión lúdica, consumista y despreocupada, propia de una eterna adultescencia con la que el capital estaba entusiasmado. Todo estaba permitido, todo valía, nada era imposible mientras durara una burbuja inmobiliaria que en nuestro país, es necesario señalar que presentó un matiz extraordinariamente miserable, ya que sirvió para que nuestros mayores, nuestros padres, esos que nos daban lecciones morales y nos abrumaban con discursos grandilocuentes sobre integridad ideológica, nos vendieran a precio de oro viviendas con cuyas hipotecas una gran mayoría de nosotros se verá enfangado el resto de sus días. Pero esta generación ya había dado muestras de cierta evolución, casi de una mutación, cuando sorprendió a todos (a mí el primero) con la marea social, reivindicativa y solidaria que supuso el 15M. Pero ese tsunami, tras el impacto inicial, no asustó a las castas gobernantes porque su evidente imposibilidad de organización y transversalidad social parecían impedir cualquier tipo de asalto al poder. Los jóvenes entonces parecieron volver a dar un paso atrás, parecieron dar de nuevo la razón a sus mayores respecto a su incapacidad de implicación política en cualquier proyecto a largo plazo, pero algo había cambiado por entonces sin que nos diéramos demasiado cuenta de ello: la política se volvió tema de conversación y desde entonces fue imposible no sentirse afectado por ella en todos los ámbitos de nuestras vidas. La generación mileurista se estaba haciendo mayor a base de hostias, maduraba a marchas forzadas y empezaba a mirar a los partidos políticos tradicionales no sólo con la desconfianza habitual sino con un asco profundo, con distancia, evaluando sus debilidades, sus contradicciones, criticando sus componendas y su hipocresía. Se atrevía a dejar atrás el discurso oficial que debiera hacerle defender a unos u a otros dependiendo de cual fuera su ideología trasplantada y comenzaba a hacerse preguntas y a buscar otros modelos, otras soluciones. Comenzaba a organizarse.

Podemos ha conseguido ilusionar a los jóvenes porque utiliza un lenguaje comprensible, directo, creíble, argumentado y parece estar formado por gente como ellos y no por clones prematuramente envejecidos crecidos bajo el abrigo de la partitocracia. En pocos días las jóvenes promesas del PSOE que se presentaban a la secretaría general pasaron de ser ejemplos de renovación a parecer algo rancio, antiguo, como si fueran personajes sacados de un episodio de Cuéntame. Podemos ha construido un discurso social en el que a los menores de 40 años no les cuesta reconocerse porque más allá de ideologías de cartón piedra, los mileuristas hace tiempo que se dieron cuenta que no quieren perder, ni para ellos ni para sus hijos, lo que pensaron que era para siempre. En un sentido estricto podría decirse que son conservadores, pero al modo que postulaba con enorme lucidez Tony Judt: defensa cerrada del Estado de Bienestar, de los derechos sociales, de la educación pública, de la sanidad pública y del establecimiento de unas mínimas condiciones para poder vivir con dignidad. Son ya absolutamente conscientes de que bajo los adoquines no hay nada y que solo apoyando con firmeza sus pies sobre esos adoquines y uniéndose con fuerza entre ellos podrán intentar contener  la marea neoliberal que amenaza con dejarlos sin la mínima protección social que les permita intentar ser medianamente libres. Desde diferentes esferas, tanto a la izquierda como a la derecha del espectro político y mediático, se acusa a Podemos de populismo. No deja de ser gracioso ese calificativo en los labios de una casta cínica que ha usado todos los medios a su alcance para mantener a la ciudadanía ensimismada en el sueño capitalista. Las críticas desde la izquierda son las más descorazonadoras. A algunos parece preocuparles más la pulcritud de los dogmas ideológicos convencionalmente aceptados que la consecución de objetivos sociales concretos que consigan cambiar el estado de las cosas. 

Hace ya un tiempo que se observa cómo muchos de esos menores de 40 años, que en principio parecían predispuestos a optar por partidos tradicionales inclinados hacia la derecha más liberal e individualista, empiezan a tener claro que por encima de cuentos económicos más propios casi del pensamiento mágico resulta imprescindible vivir en una sociedad donde los derechos sociales básicos estén garantizados. Curiosamente son ahora sus hermanos mayores, pertenecientes a la generación inmediatamente anterior, con vidas acomodadas y discursos aparentemente izquierdistas, esos que les daban lecciones morales, los que terminan defendiendo por pragmatismo y conveniencia la prevalencia de la gestión concertada o privatizada de la educación o la sanidad, la necesidad de ciertos recortes, de los rescates a la banca o de una austeridad que a ellos sólo les afecta colateralmente. Parecen temer perder eso que les permite diferenciarse del resto de la población y obtener significativas mejoras en los servicios que reciben gracias al pago de cantidades económicas minúsculas respecto a sus sueldos y patrimonios (pero inaccesibles para los que se mueven en el mileurismo o por debajo de él), olvidando interesadamente que el grueso del coste de esos servicios se sufraga con los impuestos que todos pagamos mientras que los copagos y los costes adicionales limitan el acceso de muchos a servicios esenciales, destruyendo la equidad social.

Inmersos en este aparente caos ideológico y político los mileuristas empiezan a querer influir políticamente en su presente y en su futuro. Han visto desaparecer antiguas certezas como los partidos y los sindicatos tradicionales, corrompidos por el poder económico y atracados por los piratas de lo público, han dejado de sentirse cohibidos por las batallitas de sus mayores, a los que han visto contradecirse demasiadas veces y ser demasiado incoherentes como para que les puedan mantener el viejo respeto y buscan su espacio, pretenden construir su propio discurso, un discurso político, social y económico distinto, con el que sentirse identificados y que realmente contenga sus prioridades. Y ahí están, finalmente dispuestos a presentar batalla política contra los viejos poderes y las castas corruptas justo cuando parecía que la historia se los tragaría y su papel político y social terminaría siendo irrelevante. Habrá que esperar para ver su evolución pero los zombis mileuristas parecen despertar de nuevo a la vida


06 julio 2014

Oligopolio mediático en España: cómo unos pocos se reparten todo

Se rasgan las vestiduras, nos hablan de dictaduras, denuncian que "regular" (como si no se hiciera ya) los medios de comunicación es un retroceso democrático, puro fascismo, o comunismo, les da igual cómo descalificar cualquier intento de mostrar a la gente una realidad mediática putrefacta en la que unos pocos con mucho dinero y poder se reparten los medios a través de los cuales establecen su agenda e imponen su relato del mundo. Un relato que continuamente prostituye la realidad social, la esconde, la convierte en anécdota pintoresca para sus telediarios... ¿Libertad de prensa? ¿Independencia? ¿En España? Nadie con dos dedos de frente puede ya no saberlo, se puede engañar, puede mirar a otro lado. Habrá personas a las que les puede dar más miedo otros modelos, otras alternativas, la radicalidad que a veces conllevan los cambios, la tentación de arrasar con todo para empezar desde cero. Eso lo entiendo, estaré en primera linea para criticar a iluminados totalitarios cuando realmente aparezcan pero ya basta de política de salón, de juegos de manos intelectualoides, algo hay que intentar, aunque fracasemos, porque no se puede defender ni aceptar bajo ningún concepto el modelo actual de concentración de medios en unas pocas manos en nombre de un liberalismo falaz y mentiroso que realmente es parasitario, un modelo que solo los gilipollas o los cínicos pueden a estas alturas apoyar. Y yo ando ya muy cansados de ambos. Por si alguien se quiere hacer una idea del nivel de corrupción y clientelismo al que están sometidos nuestros grandes medios, en manos de quien están desde el franquismo y el grado de dependencia que tienen de la banca y el gran capital aquí cuelgo un artículo escrito hace ya tres años. Desde entonces, con las fusiones y las ventas de medios, nada ha mejorado. Incluso ha empeorado

30 mayo 2014

Los perros rabiosos de la casta mediática se revuelven contra Podemos y Pablo Iglesias

Salen de las cloacas del poder, transpiran terror, se les nota inquietos, nerviosos, les ha sorprendido el vendaval de un movimiento ciudadano que de momento, por mucho que se empeñen, va mucho más allá de Pablo Iglesias y de su impacto televisivo. Pero no pretenden razonar, ni desean comprender las razones últimas por las que una parte de la ciudadanía, harta de los juegos florales de partidos claramente sometidos a través de sus caducos aparatos a los poderes económicos establecidos, ha decidido romper la baraja y participar en otro modelo político. Están asustados, rezuman incomprensión y rabiosos sólo despiertan de su letargo lisérgico para morder con furia a aquellos que amenazan su privilegiada posición social al servicio de sus amos. 

Podemos ha terminado por colocar en la agenda ciudadana lo que desde hace años ya era un clamor: la vergüenza de una casta política mediocre a la que nunca le afectan los problemas sociales del país y que está situada económicamente muy por encima de sus verdaderas cualidades  profesionales. Por no hablar de las famosas y obscenas puertas giratorias entre la política y el mundo empresarial, que permiten que políticos que tuvieron responsabilidad directa en la regulación de las actividades de ciertas empresas terminen incorporándose años después a sus consejos de administración con sueldos millonarios. Pero en España (como en muchas otras democracias occidentales) no se puede desligar esa casta política de esa otra casta superior, la de los poderes económicos, que es la que la corrompe y selecciona en su propio beneficio. Ni tampoco se puede olvidar señalar a ese tercer pilar del poder que termina siempre por destruir cualquier expresión de rebeldía: el periodismo servil de la casta mediática. Esa casta que estos días se está destapando en toda su esencia, con toda su podredumbre, mostrándose tal y como realmente es.

Los que desde muy jóvenes decidimos beber cada día de fuentes diversas de información y estar al tanto de las plumas y las voces del periodismo patrio conocemos perfectamente las carreras, las lealtades obligadas, los sueldos desorbitados, los favores debidos y el servilismo de una gran mayoría de periodistas que se han hecho mayores (tan mayores) haciendo como que informan de manera independiente y haciendo como que opinan libremente mientras sirven como altavoz mediático a políticos y grandes empresarios en una cruenta batalla sin fin para mantener el status quo vigente. Y esta semana he visto a muchos de ellos por primera vez en mucho tiempo asustados. Desorientados. Ofuscados. Nunca los vi tan rabiosos. Nunca tan maniqueos, tan demagógicos, tan descolocados, tan desatados en sus ataques. Nunca fue tan evidente que los años pasados conspirando en aviones, restaurantes o reservados de hoteles de lujo, intercambiando favores con políticos y empresarios mientras comían de la mano de sus señores y se disputaban las migajas del poder los han debilitado, los han convertido en ineptos, en torpes incapaces ya de tomar de nuevo el pulso a la calle y conseguir estructurar discursos que calen en los ciudadanos. Se han destapado, han tenido que mostrar su verdadera cara, esa que ocultaban tras ajadas máscaras de integridad profesional y trayectorias supuestamente intachables. Han recurrido al insulto personal, a la mofa y al escarnio, alimentados por un enorme rencor contra aquellos que vienen a poner en peligro su posición social. Son los mismos que se enriquecían haciendo por la tarde publicidad para los bancos y por la mañana “periodismo crítico” contra los que denunciaban los desahucios y las ayudas injustas a bancos como el que le pagaba. Sí, esos, seguro que ya les pones cara.

En el fondo no temen al programa político de Podemos, que desmenuzan para intentar demonizarlo o convertirlo en parodia. Al fin y al cabo es prácticamente el mismo que el de IU y otras fuerzas estables de la izquierda a las que nunca han prestado la menor atención. Lo que temen es la fuerza y la claridad con la que Podemos desnuda sin componendas las contradicciones de un sistema corrupto en el que poderes económicos, partidos políticos caducos y periodistas serviles se reparten el poder y construyen un discurso totalitario y hegemónico que trata de diluir las revueltas sociales y enmascarar la brutal asfixia en la que vive actualmente una gran parte de la sociedad española. Tienen miedo a Podemos porque representa una articulación real de la indignación ciudadana y saben que su ascenso popular chocaría directamente con sus privilegios de casta. La casta mediática siempre creyó y defendió ferozmente la vigencia del principio lampedusiano: “todo debe cambiar para que todo siga igual”. Y ahora se dan cuenta de que algunos realmente quieren cambiarlo todo para que todo por fin pueda ser diferente. Y eso, claro, los asusta.


Enumerar las descalificaciones de índole personal recibidas por Pablo Iglesias y sus votantes desde el día de las elecciones es prácticamente imposible. No ha habido tertulias de radio en cadenas como Onda Cero, la SER o la COPE, o columnas y editoriales de diarios como El Mundo, La Razón, ABC o El País (además de las televisiones, claro) en las que no se haya insultado, menospreciado, ridiculizado y humillado a Pablo Iglesias y a Podemos. Hay decenas de ejemplos: como ese tertuliano de la SER que abrumado intentaba relacionar de manera bochornosa a los votantes de Podemos con los seguidores de Belén Esteban; o ese otro famoso plumilla de la derecha echando bilis por la boca mientras escribía sobre “El coletas”; o ese otro tipo, sí, Felipe González, intentando atemorizar al personal con referencias casposas a la posibilidad “catastrófica” de existencia de una alternativa bolivariana en España (él evidentemente prefiere ese otro sistema en el que gracias a pertenecer durante dos décadas a la casta política uno se hace millonario gracias a desconocidas habilidades profesionales para “aconsejar” a grandes empresas energéticas).

El torrente de mierda lanzada sobre Podemos y su líder electoral es de tal magnitud que en gran medida se está volviendo en contra del propio sistema y está destruyendo los resto de credibilidad de la casta mediática. Estoy convencido que tras esta primera reacción virulenta que en muchos casos ya sólo provoca risa la segunda opción será procurar el silencio e impedir que los mensajes políticos de renovación que lanza Podemos lleguen con facilidad a los ciudadanos. Y que ese silencio sólo se romperá en los grandes medios cuando surjan noticias que parezcan mostrar incoherencias dentro de un movimiento en formación o cuando surja cualquier circunstancia que pueda ser utilizada para atacar con saña tanto en lo personal como en lo político a sus dirigentes, con el objetivo último de tirar por tierra sus subversivos planteamientos de regeneración política y social. Se escuchan ya voces indignadas en los medios de comunicación tradicionales clamando contra La Sexta y Cuatro, porque, según ellos, han servido de altavoces y han dado proyección pública a Podemos y sobre todo a su líder, Pablo Iglesias. Es increíble como la derecha más reaccionaria y los poderes neoliberales que son los dueños de la totalidad de los medios de comunicación más relevantes del país aún tengan la indecencia de quejarse de que Pablo Iglesias ha sido mimado por esos mismos medios. Es de chiste. O más surrealista aun escuchar a tertulianos quejarse de que al PP o al PSOE no se le ha dado la misma cancha en las tertulias políticas de los medios cuando la realidad es que los dos partidos principales de la casta política siempre están a todas horas presentes en los grandes medios lanzando sus mensajes. Pero claro, el problema es otro, el problema es que ya nadie se para a escucharlos un solo minuto porque nunca dicen nada, absolutamente nada, y no tienen credibilidad alguna para unos ciudadanos que terminan choteándose de ellos. Porque ejercen de charlatanes, porque ya no saben ser otra cosa que charlatanes y ni ellos mismos se creen ya aquello que dicen.

Pero estos “adalides” de la libertad de prensa (que en nuestras democracias significa tan sólo libertad de prensa para millonarios, que son los que se pueden pagar periódicos, radios y televisiones) que sólo encuentran en la censura la solución final tienen un par de problemas importantes. En primer lugar la comunicación ya no está tan jerarquizada como en el pasado y a pesar de la enorme fuerza de los medios de comunicación tradicionales han surgido nuevas formas de comunicación horizontales que el poder aún no tiene tan controladas y que hace más complicado que hace unos años dejar sin voz a quien estorba a las castas, así como mentir y manipular con la impunidad de antaño. Y en segundo lugar se olvidan de la clave fundamental de cualquier acto comunicativo: por mucho que controlen los canales de comunicación para así censurar la difusión de ideas alternativas, olvidan que para poder comunicar tiene que haber algo que comunicar y un receptor que confíe en aquel que emite el mensaje. Y eso ya lo han perdido. Porque no tienen mucho más con lo que engañarnos. Y porque cuando levantemos la cabeza y veamos a los de la casta mediática en las televisiones, los leamos en los periódicos o los escuchemos en las radios ya sabremos quiénes son, a quiénes sirven y cuáles son sus intereses. Por mucho que generen ruido, por mucho que nos llamen, que nos busquen y que intenten congraciarse de nuevo con nosotros muchos vamos a buscar la información en otra parte, vamos a participar en la comunicación de otras maneras, vamos a comprar y a promocionar otro periodismo crítico que informe y opine de manera honesta aunque no tengamos que estar necesariamente de acuerdo con lo que cuente, y vamos a intentar seguir construyendo de manera horizontal una información, una opinión y una forma de participación política diferente a la que ellos nos imponen. Para que cada de nuestros actos comunicativos en la red y en nuestro día a día sirva como contrapeso a las grandes fuerzas de la casta mediática. Inmersos de lleno en una guerra de guerrillas.

Así se repartían los grandes poderes económicos los medios de comunicación en España en 2011. A día de hoy la situación respecto a la pluralidad es aun peor. Pincha en la foto para verla en un tamaño mayor

18 mayo 2014

Un video casero

Un video casero que tal vez opte a peor grabación de la historia. Hora y media de imágenes sin editar, sin discurso, sin que nadie articule una sola idea sobre lo que en cada momento se graba, sin porqués. Sólo una cámara en las manos de mis hermanos, en las manos de unos inconscientes audiovisuales que no sabían que estaban componiendo un impresionante fresco familiar, el único existente, el definitivo, que rezuma autenticidad debido precisamente al mar de continuo artificio por el que navega.  

El evento-excusa era la comunión de mi sobrino, allá por mayo del año 2000, durante mi primer año estudiando Astrofísica en Tenerife. Evidentemente no era mi intención viajar a tierras andaluzas para asistir a ella y a alguien se le ocurrió que nada mejor que grabar los fastos para que posteriormente yo pudiera ver esas imágenes. A mí entonces todo lo relacionado con la familia me daba igual. Literalmente. Me la sudaba. Vivía inmerso en esa primera y especial burbuja de libertad alucinógena que la huida del nido familiar construye. Vivía en ese momento en el que equivocadamente uno considera que nunca le va afectar nada de lo que quede atrás, en ese momento en el que la llamada de la sangre no parece más que otro puto artificio cultural, en ese momento en el que por primera vez se descubre que uno puede sacudirse el sometimiento indecente que impone la estructura de poder familiar y viajar libre según los propios deseos y motivaciones

He visto ese video dos veces. Sólo dos. Con una distancia temporal de casi 14 años. En el 2000. Y en 2014. Son enormes las diferencias entre las emociones que una y otra visión me provocaron. La primera vez lo vi en VHS, meses después de la comunión, estando aún Tenerife. Recuerdo asistir a la impúdica desnudez emotiva de mi familia con una mezcla de agrado condescendiente y distanciamiento. Aquello que veía ya no era mi presente, era parte de mi pasado. Y esos que interpretaban aquella cinta (mis padres, mis hermanos, mis cuñados circunstanciales)  poco tenían que decirme por entonces, apenas era capaz de escucharlos, apenas sentir por ellos un cariño calculado y egoísta. Difícilmente podía no juzgar (tal vez con injusta acritud) sus palabras, sus actitudes y sus comportamientos. Igual porque el pasado inmediato es aquello de lo que con más fuerza uno se quiere desprender cuando necesita intentar aprender a volar sin ataduras.

La segunda vez fue hace un par de meses. Durante más de una década ese VHS que contenía la única copia existente de esa fiesta se perdió. Varios viajes, dos o tres mudanzas y el habitual desorden que me rodea hicieron que fuera incapaz saber donde andaba esa cinta. Llegó un momento, hace un par de años, en el que pensé que realmente la había extraviado para siempre, aunque siempre me rondara la idea de que una búsqueda profunda haría que finalmente la encontrara. Así fue. En navidades recopilé varias cintas que andaban escondidas en casa de mi madre dispersas entre viejos recuerdos. Una vez en Madrid, dos meses después,  le quité las telarañas al viejo reproductor de VHS y durante una tarde estuve probando una tras otra cada una de las cintas hasta que por fin di con ella. El primer impacto fue brutal: a pesar de la distorsión de la imagen provocada por el deterioro de la cinta lo primero que vislumbré fue a mi padre, muerto hace ya doce años, atravesando el paso de cebra que une Ciudad Aljarafe con Los Alcores. Apagué el video, nervioso. Saqué la cinta y sin más dilación caminé hasta un negocio cercano que ofrece la posibilidad de transformar cintas VHS en DVD.  Tres días después recogí el DVD. Lo guardé. Esperé aún una semana más hasta que una noche, ya de madrugada, y en soledad, me decidí a ver la grabación completa.

Sin deudas que cobrar, sin rencores, desde la distancia, con paradigmas familiares en plena transformación, durante hora y media contemplé en silencio a mi familia, a mis hermanos, a mis ocho hermanos, a mis padres, a mi madre, expuestos, sin filtros, como eran, como siguen siendo en muchos casos, sin edulcorantes, sin concesiones al engaño. Y reconozco que sentí una enorme simpatía por ellos. Sonreí contemplando sus excesos, su grandilocuencia, me sorprendí observando las enormes diferencias que ya entonces se vislumbraban entre unos, "los mayores”, y los otros, “los pequeños”, identificando con facilidad sus dobleces, sus miedos, sus debilidades, sus ansias de libertad, sus enormes ansias de felicidad, sus defectos, la imposibilidad de comunicación entre ellos. Una familia numerosa, la mía, tan compleja. Y tan convencional. 

Los Almeida nos estamos haciendo mayores. Año tras año. Golpe tras golpe. Una familia más, como tantas otras. Con ínfulas, traiciones, alianzas, lealtades, verdades lacerantes mal digeridas. Con mucho dolor acumulado. Tanto dolor. Un dolor que no se puede compartir pero que hace daño, mucho daño. No, la familia no es una mierda. Pero es un coñazo, un verdadero coñazo emocional. Algo de lo que no te puedes desprender aunque lo intentes, que te alcanza, que te afecta, que te cambia para siempre. Y ahí seguimos. Siempre de alguna forma jodidos. Sin solución.



19 abril 2014

Gotas de cine (3): Centauros del desierto

 
Ethan cabalga lentamente, con su sobrina entre sus brazos. Se dirige al rancho de los Jorgensen. Tal vez el último lugar en el mundo que pueda considerar un refugio, triste remedo del que durante un instante pensó que podría volver a ser su hogar, el rancho de su hermano, el rancho de Martha, antes de que primero el pasado y después la violencia destruyesen para siempre lo que nunca fue otra cosa que un sueño equivocado, tan ingenuo como doloroso. Tal vez durante un instante es capaz de vislumbrar la verdad, de asumir que su tiempo llega a su fin. Que su existencia carece ya de ningún sentido. Nada tiene que hacer, nadie a quien querer, nadie que lo necesite, sólo le resta dejar pasar los días recordando lo que se fue, lo que dejó marchar, lo que nunca se atrevió a intentar. Se siente viejo, terrible y desesperadamente viejo, se sabe ya de otra época, pertenece a una realidad que ha de desaparecer para que sus huesos sirvan como abono legendario de un país que le debe tanto como tanto se siente ya avergonzado de él. Ha cumplido con su obsesión. Ha recuperado a Debbie. Su enfermiza búsqueda del paradero de la última hija de la que fuera el amor de su vida, la mujer de su hermano, Martha, ha llegado a su fin. No siente satisfacción alguna, no puede sentirla, está muerto por dentro, desde hace mucho tiempo, desde que miró con horror los restos ennegrecidos de aquellos cuerpos humeantes. Años han pasado desde entonces, años de búsqueda perturbada, años persiguiendo a una sombra que se le escapaba siempre entre los dedos, años rastreando a Scar, siniestro reflejo de sí mismo. Ahora todo ha acabado. Scar está muerto. Como él. Aunque aún respire. Baja del caballo y camina hacia la puerta del rancho con Debbie aún entre sus brazos. La deposita con delicadeza en el suelo para que el matrimonio Jorgensen pueda hacerse cargo de ella y acompañarla a través de la puerta, con cariño, hacia el hogar, hacia ese hogar fuera de plano, oscuro, en negro, que no vemos pero que como espectadores percibimos trascendente. Esa puerta es la divisoria final, la frontera entre el pasado y el futuro, entre un tiempo que se fue y otro que está llegando. Ethan se aparta, deja paso a Martin y a Laurie, jóvenes dispuestos a dejar atrás traumas de generaciones pasadas, que ni notan su presencia, que parecen haber olvidado ya su existencia. El tiempo se dilata. Es entonces cuando Ethan parece mirarnos, desafiante, durante un instante, a nosotros. Nos mira desde el pasado y no espera nada, nada nos pide, no le importa nuestro juicio, en absoluto. Nos da la espalda y se aleja, bamboleante. De vuelta a un pasado que ya no existe.

08 abril 2014

Contramanifiesto por el cierre de nueve canales de la TDT (o por qué las leyes y las sentencias están para cumplirse)

España, el país de las libertades amenazadas… ¿Está usted de acuerdo? Imagino que sí, pero igual, cuando piensa en las amenazas a esas libertades ni se le ocurriría considerar que según la visión apocalíptica de Vertele, una de esas terribles amenazas que nos acecha es la pérdida de una serie de canales de la TDT que están en manos, fundamentalmente, de A3Media y Mediaset, esos adalides de la pluralidad mediática, esos campeones de la información objetiva e imparcial. Aquí transcribo y comento el manifiesto mediante el que la web en cuestión clama, desesperada, por una movilización ciudadana que obligue a dar marcha atrás al Gobierno y lo obligue a revocar esta decisión presuntamente liberticida. Los pelos como escarpias, la emoción desbordada, la indignación a flor de piel… Sí, lo entiendo, se ha despertado finalmente en usted el animal que lleva dentro, ésta es la gota que desborda el vaso, hasta aquí podíamos aguantar: ni los desahucios, ni la precarización del empleo, ni el rescate bancario, ni el paro sistémico, ni la dramática reducción del estado de bienestar… Nada, nada es comparable a esto… ¡Maldita sea!  ¡Malditos sean!... En fin, analicemos en profundidad el manifiesto:

Vertele se manifiesta en contra del cierre, instado por el Gobierno, de nueve canales de TDT que deben desaparecer, como muy tarde, el próximo seis de mayo.

Según lo anunciado por el Ministerio de Industria, tras una sentencia judicial del Tribunal Supremo, Atresmedia tendrá que clausurar tres canales, Mediaset deberá cerrar otros dos, al igual que Veo TV y Net TV. Por ello corren peligro de desaparición canales como Nitro, Xplora, laSexta3, LaSiete o Nueve entre otros.

Pues mal empezamos… ¿Qué significa eso de “cierre instado por el Gobierno […] tras una sentencia del Tribunal Supremo”? Resumamos para el lector interesado lo que puede leer aquí y aquí con detalle: el Gobierno, si termina cerrando esos canales (algo que hay todavía que ver) se limitaría a cumplir una sentencia del Tribunal Supremo que establece que la adjudicación que hizo en su momento el Gobierno de Zapatero sin concurso público de estos canales de la TDT fue ilegal. Vamos, que se trató de un dedazo indecente que contravenía la legislación vigente. Pero claro, igual esto no le importa una mierda a Vertele (parece lógico pensar que en este caso ejerce de marioneta sin complejos de Mediaset y A3Media) que ignorando decisiones judiciales y el obligado cumplimiento de las leyes en vigor parece preferir que sus lectores consideren que los canales se cierran por una decisión arbitraria del Gobierno… Detallitos intrascendentes…

Por todo ello Vertele ha decidido liderar un movimiento contra el cierre de canales, para evitar el apagón, basado en los siguientes razonamientos:

Venga, va,  reconózcalo, lo de “liderar un movimiento contra el cierre de canales” le ha llegado, lo ha emocionado, se ha sentido usted embargado por el poder de la subversión de una simple web que, como un Espartaco digital, se levanta contra el poder totalitario de un Gobierno intervencionista y fascista que se arroga el derecho de limitar las voces libres que el ciudadano puede escuchar… Suspiro profundo, mirada al infinito, tremenda satisfacción interna. Es evidente, se constata, es usted un libertario. Y A3Media y Mediaset son sus profetas.

- Los ciudadanos usuarios de televisión verán reducida la oferta actual en un 37,5%, perdiendo una oferta gratuita de contenidos televisivos como documentales o películas.

Ya se sabe que lo bueno de las estadísticas idiotas es que uno después puede interpretarlas como le de la gana. Para Vertele el cierre supondría la pérdida de casi el 40% de la oferta actual. Un terrible drama. Para la mayoría de españoles supondría la desaparición de una serie de canales que sobreviven a base de refritos, reposiciones, material enlatado, películas repetidas hasta la extenuación, teletienda e infames programas de tarot. Canales que habitualmente apenas duran unos segundos conectados antes de que el sano ejercicio del zapping decida dejarlos atrás una vez más. Con razón.

- Los espectadores, que tuvieron que hacer un gasto económico para hacer la transición hacia la TDT y modernizar sus televisores o receptores, ven ahora cómo la oferta se reduce sin que se disponga de ninguna información de las intenciones futuras del Gobierno.

- La desaparición de estos canales reduce también la pluralidad en los medios de este país.

Hay que reconocerlo: hay que tener mucha jeta para defender lo anterior y mantener la compostura como si de verdad se creyese lo que se dice. Descojone general… ¿Que "la oferta se reduce"? ¿Pero de qué oferta están hablando? ¿Que se pierde pluralidad? ¡Pero si casi hay ya hoy menos diversidad y pluralidad informativa en la televisión que a principios de los 90! ¿Dónde están los nuevos formatos? ¿Dónde está el riesgo empresarial? ¿Dónde está la inversión en nuevas ideas? ¿En qué canales tiene cabida la pluralidad de voces que conforman nuestra sociedad? ¿En qué canales se emite otra cosa que no sea entretenimiento huero e insustancial? Los de Vertele deben estar de coña. Estos canales que se mencionan (salvo alguna saludable excepción) sólo sirven para encontrar un hueco a producciones y programas convencionales que en general entrarían dentro de cualquier definición amplia de telebasura. 

- La industria de la producción y de los servicios de televisión, golpeada con dureza por la crisis, volverá a verse afectada por esta medida.

- La desaparición de cadenas de televisión provocará la pérdida de puestos de trabajo, tanto directos como indirectos, en productoras, estudios de grabación, grafismo, doblaje, montaje, atrezzo, maquillaje, estilismo, guión, realización, operación de cámara y limpieza.

Utilizar la potencial pérdida de puestos de trabajo debido al cierre de estos canales como elemento de presión social supone tal vez la mayor vileza de este manifiesto cínico, hipócrita y manipulador. Porque no recuerdo que Vertele ni los que ahora difunden (¿e impulsan?) dicho manifiesto (A3Media y Mediaset) hayan utilizado ninguno de sus altavoces mediáticos para denunciar la terrible precarización del periodismo y la industria audiovisual de nuestro país. Ni para denunciar los despidos, las reducciones de sueldo, las horas extras no pagadas. Ni para mostrar el miedo, ese puto miedo que el Gobierno, ése al que ahora critican, ha provocado con sus reformas laborales en todos los trabajadores privados de este país.

-Por estas razones nos manifestamos contra el apagón de los canales de TDT y pedimos a las autoridades competentes:

- Que se subsane, por una vía distinta a la del cierre total de canales de televisión, los errores formales que provocarán la desaparición de estos nueve medios de comunicación, tal como ha hecho ya el Gobierno en otras ocasiones.

Invitamos a todas las personas afectadas a sumarse a esta iniciativa. También lo hacemos a entidades, empresas y colectivos sociales a los cuales rogamos que apoyen esta petición.

¿"Errores formales"? Al dedo de dios (aka Zapatero) lo denominan errores formales, eludiendo de manera tramposa el trasfondo de la sentencia ya comentada del Tribunal Supremo, que obliga al cierre de esos nueve canales porque fueron adjudicados sin el obligado concurso público. Si hay pocas dudas ya de algo en este país es de lo bien que funciona el  nepotismo, las influencias y el poder de las grandes empresas para conseguir prebendas de las Administraciones públicas. Y ahora, además, apelando de formar torticera a las emociones primarias, pretenden que los ciudadanos las ayuden a saltarse las leyes y las sentencias judiciales sirviendo como soldados rasos en la defensa de sus intereses privados

Final: tal vez lo más deporable del manifiesto es cómo obvia que el cierre de estos canales por mandato judicial no conlleva la irremediable desaparición de la posibilidad de nuevos canales. Lo que hace es abrir la puerta a la convocatoria de un nuevo concurso público en el que las empresas interesadas podrían pujar en igualdad de condiciones por unas licencias televisivas que estaban hasta ahora, según el Tribunal Supremo, ilegalmente en manos de A3media, Mediaset, Veo TV y Net TV. De manera que, si usted es capaz de sobrellevar el ruido mediático que Vertele va a conseguir gracias a la difusión "casual y desinteresada" de su manifiesto por todas las televisiones privadas, tendrá que pararse a reflexionar sobre la estomagante capacidad que tienen los poderes mediáticos para conseguir que sus intereses económicos parezcan también  algo fundamental por lo que la ciudadanía debe luchar. Hasta este momento ya llevan 4000 firmas...  ¿En serio que usted también los va a apoyar?

29 marzo 2014

Preguntas sin respuesta (marzo, 2014)

  • ¿Por qué los medios hablan de salvar autopistas (con dinero público) porque al parecer están en la ruina y no exploran cuáles son las concesionarias de esas autopistas y sus beneficios empresariales en los últimos años para comprobar la realidad de esa “quiebra” en relación a sus beneficios totales?
  • ¿Queda por ahí algún ciudadano español que vote por convencimiento ideológico al PSOE y no tan sólo para oponerse al PP? ¿Queda alguno por ahí? ¿Lo conocéis? ¿Cómo se llama?
  • Enlazando con la pregunta anterior… ¿Quién compra hoy El País diariamente y por qué?... No, venga, en serio… ¿Quién compra hoy El País diariamente y por qué?... No, en serio…
  • ¿Por qué nadie parece preguntarse el porqué de la ingente información crítica que los medios tradicionales dedican a países como Venezuela mientras apenas se preocupan por la situación social de otros como China o Arabia Saudí? ¿Y por qué nadie se para a investigar la trayectoria de los periodistas que escriben desde hace años sobre ese país en periódicos como El Mundo o El País?
  • ¿Por qué las mismas acciones violentas son para medios como ABC y La Razón una “valerosa defensa de la libertad” en Venezuela y en Ucrania mientras se consideran casi como “actos terroristas” en España? ¿Y cómo consiguen que esta mierda cuele entre sus lectores?
  • ¿Cómo es posible que cierta izquierda española defienda sin prejuicios principios excluyentes y maximalistas de los nacionalismos regionalistas y se eche las manos a la cabeza cuando esos principios los usa de manera grosera y cerril la derecha conservadora y reaccionaria española?
  • ¿Cuando Montoro niega los datos de pobreza en España porque “no los ve” es porque nunca se baja del coche oficial, porque es así de necio o porque vive inmerso en “estadísticas objetivas” (las suyas) que no soportan verse confrontadas con “estadísticas subjetivas” (las de los otros), a pesar de que todas se construyan bajo los mismos principios de esa “ciencia exacta” que es la economía?

07 marzo 2014

Historias del Cubata Mecánico


Despierta chaval, que ya es domingo, apenas has dormido esta noche y tienes que desayunar. Hoy no vas al campo, no al menos a ese campo familiar, hoy no pasarás el día en la prisión rural, hoy libras, hoy toca fútbol, aunque para deporte el que ya hiciste anoche, los 1500 metros aljarafeños, desde San Juan, desde Los Comerciales, a toda prisa, a la carrera, con el whisky amenazando con salir en cualquier momento por el gaznate en tu loca carrera de regreso a casa, antes de que las puertas de Mordor se cerrasen. Llegaste a tiempo, a duras penas, el cancerbero se bamboleaba en su sillón con la mirada fija en el reloj, en ese reloj. Migue ya estaba en casa, me alegró verlo, como siempre, desde siempre, aunque jamás se lo dijera, miserias de hermano mayor. Te acostaste como pudiste, fingiendo torpemente dignidad, agradeciendo que ya en la cama los posters de Star Wars colgados en la pared parecieran esta noche respetarte a ti y a las leyes de la física, manteniéndose en su sitio, sin moverse, sin que la mareante luz de sables láser incontrolados te condujera a indeseables epílogos etílicos. La noche pasó y llegó la mañana. No hay resaca, no puede haberla. Hoy toca fútbol, hoy juega el glorioso, hoy jugamos nosotros, el único nosotros que conocí durante mi adolescencia, esa adolescencia que estaba a punto de acabar aunque yo aún no lo supiera, aunque aún no fuera consciente de ello ni estuviese preparado, el nosotros de una amistad que parecía eterna. Hoy juega El Cubata Mecánico, hoy tenemos partido en la liga más importante de Sevilla, la que no jugaba ni el Betis ni el Sevilla, la liga de distritos, la de fútbol sala, a las once de la mañana, en las instalaciones deportivas de ese descampado cuyo nombre ya ni siquiera recuerdo. Coincido con Migue en la cocina para desayunar, the others deambulan por la casa, fantasmas sin rostro, aún sin historia ni leyenda; nosotros nos miramos: el Cañitas del equipo parece en forma, con ganas, las tostadas desaparecen con rapidez, vamos tarde, hemos de prepararnos y la habitación nos espera. Con el respeto debido al ritual nos enfundamos en el traje blanquinegro de superhéroe futbolero mientras dejamos que la música de Jerry Goldsmith para Desafío total, grabada en cinta de casette TDK, nos envuelva e inunde la habitación. Terminamos de atarnos las botas en completo silencio, mientras la música nos prepara para la batalla. Hoy jugamos al futbol, hoy somos futbolistas, hoy somos superhéroes. Sin ser conscientes de lo poco que nos queda para dejar de serlo. Sin comprender que en poco tiempo la magia desaparecerá para siempre.

Caminamos con prisa hasta el punto de reunión. El Magalla y El Conejo (Manolo y Javi), nos esperan en la calle. Hoy vamos en dos coches. Nosotros montamos en el de Magalla, con El Conejo; los hermanos Aguayo, montan en el de Luis (El Pato, también conocido por El Palillo). Nosotros recogeremos a Manolito en su casa. Su  estado es lamentable. Hace pocas horas que se acostó. Es evidente que la noche fue larga para él pero eso no le ha impedido cumplir con su obligación superior, con su compromiso futbolero, con nosotros, con el equipo.

Porque somos un equipo Mecánico, como un Cubata, con cambios establecidos cada cinco minutos para que nadie se cabree, sin preocuparnos por las necesidades reales que demanda el partido. Pocas veces se vio un equipo de fútbol en ninguna competición tan apasionado como el nuestro, tan emocional, tan comprometido y tan, tan, tan terriblemente malo. Joder, qué malos éramos. Desde un portero con miedo al balón hasta un tipo que se marcaba solo regateando siempre hacia la banda hasta cerrarse el espacio. Desde un mediocentro defensivo que poco barría hasta defensas hermanos con tendencias depresivas. Desde un tipo tan delgado que carecía de fuerza para proteger un balón hasta un delantero con ínfulas que tenía miedo a golpear con fuerza el balón. Y por allí también corría como pollo sin cabeza un Manolito todo pasión, todo emoción, con tan poca calidad como mucho corazón. Somos muy malos, sí, tal vez, pero no lo aceptamos, nos negamos a asumirlo, no nos lo creemos, eso nos hace grandes, muy grandes, por eso corremos como cabrones. Y hoy, aunque parezca increíble, vamos ganando. Y yo estoy crecido, he metido el 1 a 0.  Tal vez sea el primer partido de la liga que podamos ganar. Estamos empezando la segunda parte. De pronto, intentando llegar a un balón dividido, con el miedo que siempre sentí al enfrentamiento físico, siento un terrible dolor en la uña del dedo gordo del pie. Grito por el daño, siento como si me clavasen cristales en la piel, pido el cambio, me voy a la banda, me saco la bota y miro el desastre. Con tanto sufrimiento como rabia veo cómo la uña del dedo en cuestión está medio levantada, observo cómo la sangre se acumula en un dedo que se amorata por momentos, pero siento cómo el dolor racional es amortiguado hasta casi desaparecer por el chute de adrenalina que me está provocando ese puto partido intrascendente. Me quedo fuera, no debiera volver a salir al campo, parece que hoy ya no volveré a jugar. Nos empatan, mala suerte, o no, es la historia de siempre. Manolito está fuera del campo, allí, al fondo, junto a la banda, vomitando el whisky de la anoche anterior. Ya no hay más cambios, uno de los Aguayos se ha ido, encabronado, en una de sus arrancadas emocionales, tan sentidas y siempre tan incomprensibles. A estas alturas perdemos 2 a 1 y yo ya quiero volver, yo ya quiero jugar una vez más, otra vez más, la última que recuerdo, la uña ya está jodida, qué más da joderla un poco más, qué más da sangrar, qué más da sufrir. Pido volver a entrar, nadie se niega, al fin y al cabo qué más da. Quedan poco más de 10 minutos, seguimos jugando con tan poca cabeza como siempre pero de repente, tras una jugada aislada y colectiva, logro el empate, sin forzar, empujando el balón a puerta vacía. Casi no puedo apoyar el pie. El partido va muriendo, parece que el empate será el resultado final, de repente me llega la pelota a la altura del mediocampo, un bicho viene hacia mí como si fuera una locomotora, de manera instintiva lo eludo con el único regate que en mi vida aprendí, el que patentara Laudrup y mejorara Iniesta, ya corro hacia la portería y con un amago, en carrera, me quito de en medio a un segundo defensor, sólo me queda ya el portero, y la portería, no tengo cojones para tirar, siento cómo la uña tiembla, siento dolor en cada zancada, regateo también al portero, ya no queda nadie para defender, acabo de hacer la jugada de mi vida, a puerta vacía, con el interior del pie, sin fuerza, sólo empujando el balón, marco el gol de la victoria.

Me vuelvo loco, salto de alegría, como si hubiera ganado una liga, o un mundial, y ellos también, los veo a todos correr hacia mí: a Luis, El Palillo, el dandi del grupo, el entrañable ligón, el tipo al que la vida obligó demasiado pronto a aceptar responsabilidades vitales demasiado trascendentes; a Javi, El Conejo, el portero que, como en un cuento de Cortázar, un día cogió miedo al balón, el amigo capaz de interpretar sin atisbo de duda el diálogo de Greedo con Han Solo en aquella cantina de Tatooine; a Manolo, El Magalla, que me abraza riéndose, tan injustamente acosado en su infancia, una persona sin dobleces, un tipo esencialmente feliz, un rocker, incapaz de traicionarte; corren hacia mí también Los Aguayos, tan diferentes: uno tan contradictorio, otro tan sensible, los dos siempre tan dispuestos, tan amables; me agarra del cuello Manolito, el fichaje final de nuestra amistad adolescente, tan pasional y tan  intenso, un grande, un tipo fantástico, siempre tan insatisfecho; y Migue, por supuesto, qué decir de Migue, El Cañitas del equipo, el pulmón de mi vida infantil, adolescente y adulta, mi hermano pequeño, mi confidente, mi amigo. Todos rodeándome, todos tan idiotas, todos tan absurdamente felices…

Ya no sueño por las noches con el fútbol. No sé cuando dejé de correr enfundado en las trece barras verdiblancas sorteando contrarios desde el centro del campo, en un Benito Villamarín a rebosar,  hasta conseguir un gol maradoniano contra el Sevilla que ponía al estadio en pie. Era un sueño recurrente desde que era niño, que a veces yo mismo provocaba segundos antes de caer en la inconsciencia nocturna, paladeándolo con placer, hasta que un día, hace ya unos años, voló, desapareció, casi sin darme cuenta, sin despedirse. Tal vez por eso recurro hoy a la memoria, al artificio del recuerdo reconstruido, antes de que ella también se haga mayor, madure y olvide gestas idiotas como la narrada, tan intrascendente como heroica.

Fue un gran día. Cuando éramos grandes, los más grandes, cuando El Cubata Mecánico perdía partido tras partido en una liga intrascendente de futbol sala sevillano y nosotros entrenábamos para esos partidos de fin de semana como si la vida nos fuera en ello. Historias del Cubata Mecánico, historias de fútbol que no son más que historias de amistad. Hace ya mucho tiempo.

18 febrero 2014

El profesor en la encrucijada

Cada día me parece más evidente que más allá de pedagogías libertarias de salón y de discursos añejos engolados, a día de hoy, en la educación obligatoria, en el entorno social en el que desarrolla su labor un profesor, aparte de la imprescindible formación académica necesaria para conocer y controlar lo que después tendrá que explicar a sus alumnos, un profesor sin empatía, sin capacidad para comprender a sus alumnos, sin capacidad para ponerse en su lugar, para volver a su infancia y adolescencia sin atajos reconstruidos, para entender que aunque la educación sea un novedoso regalo histórico para los adolescentes ellos no lo viven así, sino que en muchas ocasiones equivocadamente lo entienden como una tortura o como una atroz condena de cárcel, terminará siendo un profesor absolutamente inútil, intrascendente, estéril. Y lo peor es que nunca será capaz de comprender por qué.

Es curioso cómo muchos profesores, compañeros con los que converso, (re)construyen sin darse cuenta una falsa realidad en relación a sus años como estudiantes. Hace años que me divierto obligando a algunos a contextualizar sus experiencias para demostrarles durante un momento (después estoy seguro que casi todos siguen empecinados con sus ideas) que muchos de ellos lo que pretenden de manera errónea es convertir su anecdótica experiencia personal en un totalitario (y victimista) paradigma educativo. Tal vez la experiencia que mejor ilustra lo que expongo fue aquella vez en la que discutía con tres compañeras respecto a la mala educación de los alumnos actuales y su incapacidad para cambiar de registro a la hora de hablar con diferentes personas. Ellas despotricaban sobre la vulgaridad de los alumnos comparándolos negativamente con lo que ellas decían que habíamos sido nosotros como alumnos a su edad (eran de mi generación, más o menos). Se me ocurrió entonces preguntarles en qué tipo de centro habían estudiado. Con sorpresa, y sin que repararan en la importancia de lo que decían, escuché cómo dos de ellas habían estudiado en colegios de monjas femeninos y la tercera en un colego privado "de élite". Daba igual. No eran capaces de ver la distorsión, tanto por sexo como por clase social, que ese tipo de educación segregada introducía en su visión sesgada de la realidad educativa, tanto de la pasada como de la actual.

Llevo varios años defendiendo la hipótesis de que en el fondo hay pocas diferencias dentro de las aulas entre los alumnos actuales y los de mi generación, los que hacíamos BUP y COU en la educación pública hace casi 20 años (lo cual, sobre todo en cuestiones de roles de género y machismo estructural da mucha pena, la verdad), pero que una de esas diferencias existentes es trascendental para un enfoque docente práctico y útil del proceso de enseñanza-aprendizaje: los alumnos adolescentes actuales necesitan desesperadamente un conexión emocional con sus profesores para preocuparse por comprender las complejidades de la materia que éste imparte. Una diferencia que puede parecer pequeña, incluso insustancial. Que para los pedagogos de la revolución tecnológica y el pensamiento creativo resulta irrelevante porque ellos están inmersos en una batalla global para cambiar paradigmas, construir revoluciones artificiales y destruir los muros de unas escuelas decimonónicas que constriñen y destruyen la creatividad de nuestros niños (¡uf!). Y que para otros, los que para defenderse de las alucinaciones pedagógicas de los anteriores han terminado cavando una trinchera defensiva demasiado profunda que los aleja de lo que realmente pretendieron inicialmente defender, resulta muy complicado aceptar porque les recuerda, equivocadamente, a la jerga logsiana respecto al papel motivador y de guía del profesor. Pero el elefante sigue en medio del salón, aunque no se lo quiera mirar. Porque se trata de una característica generacional novedosa que es real, que existe y que es determinante. Algunos creerán que es debida a la ampliación, desde los 14 hasta los 16 años, de la edad obligatoria de estudios, que provoca que los alumnos dejen de ser niños fáciles de dominar para ser adolescentes conflictivos dentro de las aulas. Otros considerarán que la causa está en la mutación de las familias españolas, en las que la paternidad hace tiempo que dejó de ser una cosa sobrevenida para convertirse en un extravagante proyecto vital que coloca a los hijos en un pedestal distorsionador, algo que termina siendo perjudicial para los críos, ya que los convierte en protagonistas decisorios a edades excesivamente tempranas, colocándolos en el centro de una atención y una protección excesiva por parte de unos adultos absolutamente desorientados que impiden una maduración natural de sus retoños.

Puede ser. Habría que indagar más en las causas para poder encontrar pruebas determinantes. Pero en el fondo poco debieran importar estas historias al profesor que hoy se enfrenta en el aula a un grupo numeroso de adolescentes maleados por un entorno que los ha hecho creer erróneamente que son, demasiado pronto, demasiado importantes. No es su responsabilidad criar a esos chicos ni enjuiciar los errores de los padres en su educación. Su labor es conseguir formarlos, ayudarlos a convertirse en personas con un mayor conocimiento y con una mayor capacidad crítica a la hora de enfrentarse al mundo. Pocas cosas hay más tristes que ver a esos profesores, buenos profesionales, tan comprometidos como equivocados en su enfoque, dedicarle horas y horas a la preparación de sus clases, a las prácticas o a las salidas extraescolares ante la cruel indiferencia de sus alumnos. Pero el problema es suyo. Un profesor no puede pretender convertir su labor en una actividad onanista, enfocada en sí mismo, olvidando que el objeto de su trabajo son los alumnos y recurriendo a la necia excusa de que “son ellos, con su indolencia y su pasividad, los que se pierden la posibilidad de acceder a los niveles superiores del conocimiento que él les ofrece, algo que sin duda harían si fueran responsables y reflexivos (y robots, añadiría yo), ya que valorarían en su justa medida su ingente trabajo en la preparación de las clases y la importancia de la cultura a la que les permite acceder”. Puede que este tipo de justificaciones ayuden a ese profesor a sobrellevar durante un tiempo su fracaso profesional pero en el fondo, en su interior, sabrá que hace mucho que perdió la batalla y que cada vez será más complicado continuar engañándose.

Porque al final un profesor, ese profesor, cualquier profesor no va a poder cumplir adecuadamente con su labor sin llegar a los alumnos, sin entenderlos, sin reírse con ellos, sin sufrir con sus problemas, sin conocerlos para poder así guiarlos, sin entender sus necesidades, sus miedos, sus preocupaciones. No debe pretender por supuesto ser su amigo, ni su colega, porque es lo que menos necesitan; ha de asumir su rol como adulto, actuar con mano firme, ser cercano y accesible pero al tiempo distante para respetar sus espacios, para dejarlos crecer sin que su presencia los perturbe, sabiendo abandonar el primer plano, desapareciendo cuando sea necesario, apareciendo cuando se le necesita, en su aula, con sus clases, guiándolos, respondiendo a sus dudas, evitando que se sientan mal cuando se equivocan, obligándoles a aprender de sus errores, renunciando a la inútil crítica personalizada, abriéndoles puertas y, por supuesto, transmitiéndoles conocimiento. Sí, creo firmemente en la transmisión de conocimientos. Es más, me parece una profunda y absoluta traición a las nuevas generaciones renunciar a trasladarles la belleza y la profundidad de lo que antes de nosotros construyeron mentes brillantes que no dudaron en la necesidad de conocer los paradigmas culturales y científicos establecidos para luego, desde ese profundo conocimiento, derruir lo necesario para avanzar sobre los escombros y transformar el mundo.

Pero para poder transmitir conocimientos y ser útil en la formación de los alumnos el profesor actual no puede obviar que, a diferencia de generaciones anteriores que asumieron con normalidad una distancia casi reverencial con sus maestros a la hora de realizar su aprendizaje, la actual se ha criado en un entorno sociofamiliar completamente diferente en el que las emociones, sus emociones, han cobrado una importancia extrema. Y por mucho que moleste a algunos, que los irrite profundamente o que equivocadamente consideren por ello que se minusvalora su rol como educador, a día de hoy ni los alumnos ni sus familias van a asumir regresar a estadios anteriores donde el respeto por la figura del docente venía dada porque sí, sólo por consideración a rancias jerarquías sociales. Por lo que ese respeto el profesor va a tener que ganárselo cada día a base de duro trabajo y de su capacidad para conectar con cada uno de los grupos de alumnos a los que va a tener que impartir clases. Y aunque en principio pueda resultar agotador, cualquier profesor joven que comience a dar clases debe darse cuenta con rapidez de que se va a ver obligado a gestionar esas necesidades emocionales de los alumnos para conseguir que redunden finalmente en beneficio de su formación. Va a tener que ayudarlos a reenfocar algunos de los diversos aspectos negativos de este nuevo paradigma emocional de la educación: la existencia de una mayor dependencia de los adultos de su entorno (que tratan de encubrir con simulacros de rebeldía impostada), una llegada más tardía a la madurez, una mayor intolerancia a la frustración o una necesidad compulsiva de conseguir resultados inmediatos debido a una educación consumista basada en la  hiperestimulación. Por otro lado el profesor debe potenciar los aspectos positivos:la aparición de una nueva comunicación más fluida y menos rígida con los alumnos que permite encontrar, gracias a la confianza mutua, las fallas individuales en la formación de cada uno de ellos, una mejor capacidad para colaborar en grupo e integrar al diferente en el seno del mismo, una mejor  disposición a la participación en las actividades o, en el contexto adecuado, la existencia de una saludable pérdida del miedo al error en público. Detalles, apuntes, bosquejos para una necesaria reconversión en el ejercicio de la docencia.

Sólo una lectura maniquea de lo argumentado puede tergiversar lo aquí expuesto para presentarlo como una defensa del profesor buenrollista o con complejo de paternidad perdida, cuyo único interés es conectar con sus alumnos y hacerse colega de ellos para esconder sus miserias profesionales. Nada más lejos de mi intención. De lo que hablo es de la existencia en las actuales aulas de la ESO de una condición previa necesaria (pero por supuesto no suficiente) para que un docente tenga siquiera la posibilidad de encarar su labor con una mínima posibilidad de éxito. Sólo conectando en primer lugar con sus alumnos este profesor tendrá después la opción de comprobar si los recursos técnicos y pedagógicos de los que dispone son suficientes y adecuados para convertirlo en un buen profesional. Porque más allá de trincheras pedagógicas estoy absolutamente convencido de que, con la necesaria renovación y reciclaje que toda profesión necesita, cualquiera de los métodos que aparecen como contrapuestos en los libros de educación por alinearse con teorías antagónicas (conductismo, constructivismo, cognitivismo…) pueden terminar dando resultados excelentes (sobre todo cuando se "contaminan" los unos de los otros, cuando se hibridan) o lamentables. Y porque la clave inicial (fundamental) para que dichos métodos de enseñanza puedan funcionar  nunca va a ser de carácter técnico o pedagógico, no va a estar relacionada con el uso de tecnologías digitales o de pizarras decimonónicas, sino que va a estar vinculada con la capacidad del profesor para entrar en el aula con la cabeza erguida y sonriendo, mirando a los ojos a sus alumnos, respetándolos profundamente, comprendiendo que para que el proceso de enseñanza-aprendizaje pueda funcionar ellos deben creer en él para que también lo respeten, y él nunca debe mirarlos con desconfianza, como enemigos potenciales, señalando tan sólo sus defectos sin ver ninguna de sus virtudes. Los alumnos que se encuentran en las aulas son la esencia de la realidad educativa, el objeto del trabajo docente, absolutamente alejado de las absurdas idealizaciones (“creativas”) que el pedagogismo imperante está conformando en el imaginario colectivo. Y los centros educativos, a través de la labor de sus profesores, dejando fuera de dichos centros utopismos interesados, son para muchos de ellos la mejor oportunidad para reinventar sus vidas y mirar al futuro con menos miedo y con más formación. No debemos nunca olvidarlo. Ellos, desgraciadamente, muchas veces aun no conscientes de ello. Debemos recordarlo también por ellos.

Coda: si eres profesor y cuando avanzas por los pasillos de tu centro bajas la cabeza para evitar cruzar tu mirada con la de tus alumnos. O por el contrario, son ellos los que evitan saludarte y hacen como si no te conocieran al verte, a pesar de las horas compartidas en las aulas. O si eres incapaz de impartir tus clases a no ser que recurras a la violencia verbal o a las continuas amenazas de castigo. O si consideras que una clase ha sido buena porque los alumnos no han hablado ni se han movido en 50 minutos. O si los comentarios de tus alumnos casi siempre te parecen estúpidos y sólo valoras en clase respuestas e intervenciones artificialmente académicas. O si nunca te atreves a sonreír en clase con ellos para no perder la compostura. O si ya no los entiendes, los ves como extraterrestres y pretendes que mantengan día tras día el interés por tus clases sin mecanismos de gratificación, sólo con el objetivo de aprobar exámenes y sacar buenas notas.… Sí, tienes un problema, lo creas o no lo creas. Consideres que eres un fantástico profesor o que eres un profesional más bien mediocre. Va a dar igual. Porque más allá de lo que creas ser o de lo que creas que podrías ser si te dejaran serlo, ellos, los alumnos, ya han decidido que no les vas a servir como enseñante. No has sido capaz de superar la prueba inicial. Y lo demás que hagas, con más o menos esfuerzo, será finalmente insustancial.

30 enero 2014

Yo compraba El Mundo

Yo compraba El Mundo. Ahora, en ocasiones, también lo hago, claro, pero no es lo mismo. Yo antes compraba El Mundo. Cuando significaba algo. Cuando hacerlo (como descubrí muy pronto) significaba enfrentarme a muchos amigos, de aquellos que decían tener entonces las mismas ideas sociales que yo y que a día de hoy serían incapaces de reconocerse en aquellas versiones de sí mismo. Elegía ese diario sobre todos los de la competencia porque lo prefería al rancio conservadurismo del ABC, a la casposa progresía de salón de El País y a la anorexia informativa de los diarios locales. Ahora sólo lo compro por costumbre, lo leo con desidia, a veces con asco, siempre con recelo. Y no hacerlo ya no significa nada porque sé que nada me pierdo cuando no lo hago. Cuando lo compraba, cuando leerlo era importante para mí, cuando me asomaba a la vida adulta y a la vida universitaria y desesperado buscaba mi lugar en el mundo escribía Umbral, el más grande, el que imponía el nivel, me deslumbraba la escritura de Albiac, me divertía el cinismo de Losantos, me imponía respeto Hidalgo, despertaba mis instintos subversivos Javier Ortiz, alucinaba con Boyero, me reconocía en jóvenes columnistas como David Torres. El Mundo era una fiesta para el lector, un batiburrillo ideológico de voces diversas y pensamientos dispares donde la opinión argumentada establecía el paradigma imponiéndose al tratamiento editorial de las noticias. Precisamente eso era lo que yo quería encontrar, lo que buscaba cada día, lo que necesitaba. Cuando el columnismo era significativo, incluso brillante. Y todo aquello sucedía cada día, día tras día, al módico precio de cien miserables pesetas. Ahora, con la perspectiva que da el paso del tiempo, es tan triste como inevitable constatar lo fácil que fue vivir en la oposición, a la contra, defendiendo ideales  que parecieron ser un faro moral hasta que se convirtieron en la excusa para ganar dinero y conseguir poder e influencia. El director de todo aquello, el inspirador, el alma de aquella utopía periodística que tan poco tiempo duró fue Pedro J., un personaje singular, un tipo muy particular, con enorme carisma, con una ambición sin límites, alguien que se creía heredero de una tradición de periodismo independiente y salvaje que seguramente jamás existió. Y que desde luego él tan sólo interpretó. Mientras le convino. Eran otros tiempos, los estertores del felipismo, eso que ya a los jóvenes empiezan a conocer con la misma distancia que el franquismo. Algo mucho más difícil de explicar.

Pedro J. deja El Mundo. A Pedro J. lo echan de El Mundo. En el fondo no deja de ser paradójico que una de esas asépticas decisiones empresariales, basadas en la más estricta rentabilidad del producto que ese capitalismo expansivo que él ha defendido desde las páginas de su diario suele tomar, sea la que lo expulsa del barco. Lo que hace que lo purguen. En un bote, a la deriva, en soledad, con tanto dinero como decepción vital. Pedro J. ha sido arrojado al mar, es obligado a abandonar su creación, a dejar atrás su vida, su legado. Ya no es necesario. O mejor dicho, se había convertido en una molestia para el sistema, en una incomodidad, con el agravante de que encima ya ni siquiera era rentable, de hecho era deficitario. Estaba condenado. Su derrota es una consecuencia más del contexto socioeconómico que él contribuyó a consolidar. Sobra. Molesta. A la puta calle.

Yo compraba El Mundo. Cuando era joven. Mucho antes de que el periódico feneciera. Mucho antes de aquel desgraciado 11M que terminó de destapar las miserias profesionales de un Pedro J. conspiranoico, intrigante y obcecado. Mucho antes de que su obsesión por el poder convirtiera su periódico en un panfleto insustancial con una voz monocorde en el que la lucidez independiente de sus columnistas fue sustituida por un servilismo mediocre insufrible carente de toda inteligencia. Hace mucho tiempo. Hace ya tanto tiempo.

26 enero 2014

No es verdad: decálogo de un malestar


No es verdad 
  1. No es verdad, por mucho que lo repitan, por mucho que intenten convencerte de ello, no es verdad que baste con sobrevivir, no puede ser que lo único que importe sea conseguir un empleo miserable con un sueldo de mierda sin una mínima seguridad laboral y con una nula proyección de futuro. 
  2. No es verdad, no lo es, que vivamos en una sociedad de libertades cuando tienes que alquilar a bajo coste el 70% de la vida que no pasas durmiendo en un trabajo que no tiene por qué llenarte, para el que tal vez no te has formado, en el que tu valor no depende exclusivamente de tu rendimiento y para el que debes competir con un número exagerado de tus iguales en una cruenta guerra en la que siempre perderás, de una manera u otra, en algún momento de tu vida.
  3. No es verdad que seas un ciudadano con derechos de una sociedad democrática moderna cuando no tienes la posibilidad real de construir un proyecto de futuro personal y familiar digno porque la precariedad laboral te amenaza cada día, porque el miedo a la pobreza y a la exclusión social limitan tu libertad de acción y de elección y porque sientes demasiado cercano el abismo como para poder dejar de sentir ni un solo instante ese malestar existencial difuso que te corroe las entrañas día tras día.
  4. No es verdad, aunque te engañes y quieras convencerte de ello, que todo lo haces finalmente por tus hijos, con la esperanza de que al menos les darás a ellos una oportunidad para vivir de otra forma, en libertad, con dignidad. Y no es verdad porque en el fondo sabes que salvo que demos un giro a todo esto ahora su futuro será el mismo que el tuyo: trabajarán como esclavos modernos para alguna empresa. Como tú. Serán puteados, exprimidos y finalmente, en alguna de sus crisis, abandonados a su suerte. Como hicieron contigo. Recortarán sus derechos y sus libertades lentamente, al ritmo de las necesidades del sistema. Como a ti. Vivirán y morirán acobardados, indefensos, aislados y angustiados. Como tú. Sí, lo sé, te conozco, tienes la esperanza de que tal vez ellos, tus hijos, se puedan salvar, que a ellos igual la tormenta no les alcanzará, que conseguirán un refugio donde guarecerse. Es posible. Pero también sabes que si lo consiguen tan sólo lo harán para mirar desde su ese refugio como se calan hasta los huesos los hijos de los otros, de nosotros, esos que en el fondo, desde tan lejos, ni siquiera tú serías capaz de diferenciar de tus propios hijos.
  5. No es verdad que puedas mantener eternamente ese ritmo, esta tensión, esos horarios imposibles, la presión que soportas cada día. Hasta ahora has evitado la enfermedad, la has sorteado, ya no eres inmortal porque la has olisqueado de cerca pero crees sentirte fuerte, capaz de superar esos obstáculos en los que ves a otros tropezar y caer. Todavía, a veces, te confundes y caes en el error de juzgar cada situación de manera aislada, descontextualizada. No entiendes por qué no se levantan, por qué no se rebelan, por qué no encaran sus desgracias, sus despidos, sus crisis de otra manera. Los criticas, incluso en ocasiones los desprecias. Desde esa óptica miope en la que has sido educado por el sistema. Pero no, no es verdad que todo el mundo pueda aguantar ese ritmo, esa tensión, esos horarios y esa presión, todo eso que tú aún crees poder manejar, y conciliarlo con sus emociones más íntimas, con sus desarreglos emocionales, con el paso del tiempo, con el transcurrir de la vida. Como desgraciadamente también tú terminarás comprendiendo.
  6. No es verdad que salir de la zona de confort, esa que tanto critican los gurús emocionales, los coaches encorbatados, los sacerdotes del capital, tenga que ser una opción deseable. La única zona de confort indeseable es la ideológica, la que provoca que no seas capaz de aceptar nuevas ideas sólo por la pereza de tener que replantearte las que ya asumías como dogmas. Pero no te dejes convencer, no te lo creas, no caigas en su trampa: una enfermedad grave es una putada, no una oportunidad para ver la vida desde otra perspectiva y replantearte tus prioridades y un despido es otra putada, no una manera de reorientar tu carrera y alcanzar por fin la felicidad emprendiendo tus propios proyectos. Mejor será no enfermar y que no te despidan y que tú mismo decidas, cuando te veas preparado y consideres conveniente, dar un volantazo a tu vida y cambiar tu perspectiva vital o cambiar de empleo. O no. No es verdad que todo cambio es positivo, no es verdad que es mejor vivir en lo provisional, no es mejor vivir en el alambre de no saber si mañana vas a tener un empleo o debes volver a reenfocar tu carrera laboral. Necesitamos anclas afectivos, sociales y laborales para poder pararnos y ser capaces de reconocernos. Y optar, si es nuestra decisión y no lo que otros nos imponen, salir a la mar en busca de nuevos horizontes vitales.
  7. No es verdad que vayas a poder formarte toda la puta vida. Es evidente que  trabajar en el ámbito que sea conlleva una necesaria adaptación continua a los cambios. Por supuesto. Pero eso no es novedoso, siempre fue así. Lo de la formación continua reglada, lo del credencialismo, lo de la maldita titulitis es otra cosa, es una trampa mortal, la zanahoria que el sistema te ha colocado delante para que corras hasta la extenuación y termines sin resuello y medio muerto en algún recodo del camino. Es su manera de volver a robarte el poco tiempo libre que habías conseguido gracias a sangrientas luchas sociales. Ésas que ya no recuerdas. Nada que ver con la maldita empleabilidad con la que se llenan la boca todos aquellos cuyas vidas, curiosamente, suelen estar ya solucionadas. O los que han convertido esa formación continua en su modo de vida, vendiendo humo disfrazado de necesidad. Formarse es fundamental, claro, pero el enfoque que el capitalismo pretende dar a esa formación es sesgado, limitado y mezquino. Y siempre, al final, esa formación será insuficiente, nunca estarás lo suficientemente preparado como para soportar la feroz competencia de los que vienen por detrás con los dientes afilados, educados en un mercado laboral adulterado en el que jamás hay ni habrá espacio para todos.
  8. No es verdad que todo lo que está pasando, el horror de una crisis destructiva, el fango putrefacto sobre el que chapoteamos cada día desde hace años, la tristeza y la rabia que nos devoran por dentro, puedas achacarlo tan sólo a la gentuza que nos gobierna, a los políticos, a esos tipos tan mediocres, tan limitados, tan intelectualmente incapaces. Que cobran cuatro, cinco o diez veces más que tú. Tenemos que ser capaces de ver más allá, de acercarnos a las entrañas de la bestia, de comprender el funcionamiento del sistema, la imposibilidad real de que pueda alcanzar el poder político nadie que no haya mostrado antes su absoluta adaptación al infecto medio en el que desarrollará su labor. Los políticos no son la enfermedad. Su inutilidad es el síntoma. El capitalismo totalitario, como un virus, ha infectado todos los estamentos sociales haciendo casi una utopía encontrarle una alternativa viable en la que podamos concentrar los esfuerzos de resistencia
  9. No es verdad que tú solo vayas a poder salir vencedor de esta batalla que estamos librando. Es la mayor de todas las mentiras. No es verdad que puedas darnos la espalda y hacer como que no notas a los que faltan, a los que ya no están: los compañeros que despiden de un día para otro y dejan de ir a la oficina; los conocidos que tras meses de intentar ocultar la realidad dejan de aparecer en los lugares de siempre porque ya no pueden permitirse pagar esas cervezas; los que abandonan sus casas, sus barrios, sus ciudades o su país dejando atrás ilusiones destrozadas que nunca podrán ya recuperar. Porque no están muertos, siguen vivos, su recuerdo es mucho más difícil de manejar. No para el sistema claro, que puede expulsarlos de manera implacable y para siempre en base a impecables razonamientos económicos. Pero mucho más complicado será que tu memoria pueda olvidarse de ellos. Aunque intentes concentrarte en tus proyectos, convencerte de que la única prioridad es tu familia, la salvación de los tuyos, tu supervivencia. Esos fantasmas ya no te van a abandonar. Ni el miedo, ni el pavor, ni el absoluto terror a quedarte tan solo, tan abandonado y tan desprotegido como los dejaste a ellos cuando vengan a por ti. Porque ya, a estas alturas, sabes que también vendrán a por ti.
  10. No es verdad que sean verdad todas esas patrañas que el neocapitalismo nos vende con certificado de inexorable, no es verdad que no haya alternativa, no es verdad que podamos sobrevivir en soledad, no es verdad que las ciberutopías se vayan a cumplir, no es verdad que las relaciones en la red nos van a salvar del aislamiento, no es verdad que podamos sobrevivir sin los demás, sin cuidarnos los unos a los otros mediante instituciones solidarias; no es verdad que podamos cambiar nada sin cambiar antes el paradigma social, la visión de conjunto, el punto de vista individualista, arrogante y presuntuoso en el que nos hemos educado y hemos creído que era patrimonio cultural de Occidente; no es verdad que podamos cambiar nada sin ser honestos y sin hacer ver a los demás la necesidad de serlo, sin construir normativas que nos obliguen a serlo. No es verdad que podamos salir de esta crisis como entramos porque nada será igual, aunque algunos pretendan confundidos volver a Matrix o atiborrarse de soma para eludir de nuevo la realidad.
No es verdad