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29 julio 2020

Gotas de cine (5): El hombre que mató a Liberty Valance


Tom irrumpe en la conferencia para elegir al delegado que irá a Washington como representante del territorio. La película está ya llegando a su fin. Recuerdo la conmoción infantil cuando Tom aparece de nuevo en pantalla. Infunde terror. Hasta ese momento lo habíamos visto impoluto, siempre elegante, tan seguro de sí mismo, inmortal. Ahora, cuando llega a la convención en el momento en el que intentan deslegitimar a Ransom como posible representante público por haber matado a un hombre, parece otra persona. No es su barba de varios días ni la ropa polvorienta que viste lo que nos impacta, ni siquiera su violento e innecesario gesto para cerrar las puertas, no, lo que estremece es ese rictus de rabia y de dolor en su rostro. Sigue siendo hoy necesario reivindicar la maestría de John Ford para sacar lo mejor como actor de Wayne porque, de repente, intuimos y sentimos en Tom la presencia de Ethan, ese otro legendario personaje que también interpretara Wayne en Centauros del desierto, ese otro tipo desarraigado que ya no pertenecía al mundo en el que le seguía tocando sobrevivir. Ethan como un primer bosquejo emocionalmente fracturado, cínico y lastimado de un Tom que, finalmente, tampoco podrá vivir en ese mundo que ambos ayudaron a construir.

Hay enormes diferencias entre ellos. Lo que en Ethan Edwards era una pulsión de odio y venganza que resquebraja para siempre su alma en Tom Doniphon es tristeza, melancolía y vergüenza. Y una amargura vital que ya no lo abandonará jamás. Ha perdido todo. Pero todavía debe hacer una cosa más, casi con rabia, con extraño orgullo. Persigue a Ransom cuando este abandona la convención abrumado por el hecho de que su candidatura, en el fondo, esté basada en todo en lo que no cree, en todo lo que ha criticado del mundo que debe desaparecer: ha matado a un hombre, ha matado a Liberty Valance. Y por eso tiene una posibilidad de ser elegido. Tom lo persigue. Lo interpela con su dureza y desprecio habitual: "¡lavaplatos!" (en el doblaje español, que no recoge ni por asomo el significado del "pilgrim" de la V.O.). Pero ese apelativo desdeñoso ya no suena igual, ya no tiene la fuerza que tuvo (y que tal vez nunca debió tener). En el fondo Tom será incapaz jamás de entender y aceptar las normas de ese nuevo mundo que surge. Aunque intuya que lo que llega es mejor para la mayoría que lo que había. Tom ya no es el gigante que fue, ya no es aquel hombre que dominaba los espacios y los tiempos de la frontera; es un hombre derruido, su violencia vital empieza a ser anacrónica, su carácter comienza a mostar sus fisuras. No tiene presente ni futuro. Pero todavía mantiene su ascendencia sobre Ransom. Y le obliga a escuchar lo que realmente sucedió, le obliga a saber quién fue realmente el hombre que mató a Liberty Valance.

(Para ello Ford recurre a uno de los pocos flashback de su carrera. Acerca la cámara al rostro de Tom y las arrugas de Wayne casi nos permiten intuir a Ford dictando testamento, construyendo una vez más (tal vez la última) mediante la ficción el universo moral y emocional en el que le hubiera gustado habitar). 

Tom camina despacio, envuelto en la oscuridad. Al fondo vemos a Ransom y a Valance. Presenciamos de nuevo el duelo pero desde otro punto de vista. Sabemos que Valance va a matar a Ransom. Pero también sabemos que eso no fue lo que sucedió. Tom ha terminado por aceptar no solo que Ransom representa una oportunidad de futuro para el pueblo sino que también lo supone para Hallie, a la que Ransom ha enseñado a leer y a escribir. Hallie, la mujer con la que Tom soñaba formar una familia ya no puede dejar de mirar más allá, de mirar a un futuro distinto en el que Tom no está, pero en el que sí estará ese abogaducho, ese ingenuo con ínfulas, ese picapleitos que ha subyugado a todos con su autenticidad pero cuyo cadáver, en breve, alimentará a los gusanos. Ransom no debe morir. Herido y aturdido, Ransom a duras penas es capaz de alcanzar con su mano izquierda el revólver del suelo. Tom sabe lo que tiene que hacer y con voz fría le pide el rifle a su fiel compañero, Pompey. Tom está a punto de disparar de manera rastrera y cobarde a Liberty Valance, un tipo cobarde y rastrero que domina a la pequeña sociedad conformada en torno a ese pueblo mediante la violencia y la intimidación. Tom es consciente de que se está suicidando y que lo va a hacer matando a Valance de manera cobarde y rastrera, matando un tipo rastrero y cobarde para que su muerte permita vivir a Ransom Stoddard, ese absurdo abogado pacifista con ganas de cambiar el mundo que en ese momento acaba de alcanzar su revólver del suelo con la certeza de que está a punto de morir... 

Tom Doniphon murió cuando mató a Liberty Valance. Y, según John Ford, un país nació abonado por sus huesos.
 

01 agosto 2017

Gotas de cine (4): John Ford, el poeta de lo cotidiano

John Ford, el gran poeta de la cotidianidad del cine americano. En mi opinión fue el mas grande entre los grandes maestros de Hollywood. Conseguía que la vida traspasara la pantalla, que lo ordinario se convirtiese en extraordinario ante los ojos del espectador, que los detalles convirtiesen en verdad el producto de su ensoñación, de su obsesión por la familia, por la camaradería y la lealtad. Su cine se alimenta de la nostalgia por un mundo menos civilizado, más libre, menos encorsetado por las necesarias leyes que vinieron a ordenar las sociedades modernas. Da igual que ese mundo jamás existiera realmente. Él lo creó para nosotros. El cine de Ford, como el de todos los grandes directores, gravita sobre un puñado de ideas-fuerza sobre las que reflexionó toda su vida, permitiéndonos viajar con él a través de sus grandes contradicciones vitales. Pocos cineastas permiten la extraordinaria diversidad de lecturas que se han hecho de su obra gracias, sin duda, a la enorme libertad que destilan sus películas.

Pero en esta ocasión no voy a escribir sobre los grandes temas del cine de Ford. Quiero centrarme tan solo en su extraordinaria habilidad para la dirección. En cómo conseguía exprimir al máximo lo que para otros solo son momentos muertos del relato cinematográfico. Esta secuencia de Centauros del desierto es oro puro. Es de esas secuencias que todo veterano aficionado al cine recuerda aunque no sepa exactamente por qué. Es su aparente simpleza la que la hace tan grande. No hay alardes técnicos. No hay audaces movimientos de cámara. No hay actores mostrando angustia existencial. Nada de eso es necesario. Merece la pena analizar la que para mí es una de las mejores secuencias de la historia del cine.


Han robado algunas vacas de uno de los colonos de la zona y el reverendo Samuel Johnson Clayton (también capitán de los exploradores de Texas) está montando un grupo para perseguir a los ladrones. A partir del segundo 13 la secuencia explota. Todos los actores (que interpretan a personajes que terminarán resultando trascendentes en la historia) se sitúan delante de una cámara fija y se ponen en movimiento. Y de qué manera.  Respiran vida en cada fotograma. Como espectador aspiras el aroma de ese café y saboreas esas galletas. Sientes que esos personajes son de carne y hueso, que existen y estás presenciando un momento de su vida. Ese mundo de normalidad y alegría se rompe en el segundo 48. Una puerta se abre al fondo y de la oscuridad surge Ethan (John Wayne). El espectador siente la perturbación. Bajo el discurso del reverendo se escucha el sonido ominoso del taconeo de las botas de Ethan mientras se acerca hacia él. Tensión. Mientras Ethan se desplaza la cámara comienza levemente a moverse, cerrando el espacio de visión. En el 1:13 Ethan termina encarándose con el reverendo/capitán, que hasta ese momento no ha notado su presencia. El sarcasmo de Ethan cuando exclama "¡capitán!" hace daño. El reverendo se levanta. El tono de la secuencia ha cambiado. Desde que Ethan aparece al fondo el movimiento de la cámara va asfixiando al espectador y a los personajes. Finalmente solo Ethan, el reverendo y Debbie quedan centrados en la imagen. No es casual que Debbie permanezca hasta ese momento. Ese tramo de la secuencia acaba en el 1:20, cuando el reverendo se levanta. El plano general se ha transformado, elegantemente, en poco más de un minuto, en un plano medio de dos personajes que se encaran. Lo que comenzó pareciendo una secuencia cualquiera, casual e intrascendente (no lo era) desemboca en enfrentamiento crucial que determinará la historia que se va a contar. Y todo en un minuto y medio. Brutal.

19 abril 2014

Gotas de cine (3): Centauros del desierto

 
Ethan cabalga lentamente, con su sobrina entre sus brazos. Se dirige al rancho de los Jorgensen. Tal vez el último lugar en el mundo que pueda considerar un refugio, triste remedo del que durante un instante pensó que podría volver a ser su hogar, el rancho de su hermano, el rancho de Martha, antes de que primero el pasado y después la violencia destruyesen para siempre lo que nunca fue otra cosa que un sueño equivocado, tan ingenuo como doloroso. Tal vez durante un instante es capaz de vislumbrar la verdad, de asumir que su tiempo llega a su fin. Que su existencia carece ya de ningún sentido. Nada tiene que hacer, nadie a quien querer, nadie que lo necesite, sólo le resta dejar pasar los días recordando lo que se fue, lo que dejó marchar, lo que nunca se atrevió a intentar. Se siente viejo, terrible y desesperadamente viejo, se sabe ya de otra época, pertenece a una realidad que ha de desaparecer para que sus huesos sirvan como abono legendario de un país que le debe tanto como tanto se siente ya avergonzado de él. Ha cumplido con su obsesión. Ha recuperado a Debbie. Su enfermiza búsqueda del paradero de la última hija de la que fuera el amor de su vida, la mujer de su hermano, Martha, ha llegado a su fin. No siente satisfacción alguna, no puede sentirla, está muerto por dentro, desde hace mucho tiempo, desde que miró con horror los restos ennegrecidos de aquellos cuerpos humeantes. Años han pasado desde entonces, años de búsqueda perturbada, años persiguiendo a una sombra que se le escapaba siempre entre los dedos, años rastreando a Scar, siniestro reflejo de sí mismo. Ahora todo ha acabado. Scar está muerto. Como él. Aunque aún respire. Baja del caballo y camina hacia la puerta del rancho con Debbie aún entre sus brazos. La deposita con delicadeza en el suelo para que el matrimonio Jorgensen pueda hacerse cargo de ella y acompañarla a través de la puerta, con cariño, hacia el hogar, hacia ese hogar fuera de plano, oscuro, en negro, que no vemos pero que como espectadores percibimos trascendente. Esa puerta es la divisoria final, la frontera entre el pasado y el futuro, entre un tiempo que se fue y otro que está llegando. Ethan se aparta, deja paso a Martin y a Laurie, jóvenes dispuestos a dejar atrás traumas de generaciones pasadas, que ni notan su presencia, que parecen haber olvidado ya su existencia. El tiempo se dilata. Es entonces cuando Ethan parece mirarnos, desafiante, durante un instante, a nosotros. Nos mira desde el pasado y no espera nada, nada nos pide, no le importa nuestro juicio, en absoluto. Nos da la espalda y se aleja, bamboleante. De vuelta a un pasado que ya no existe.

25 enero 2013

Gotas de cine (2): Blade Runner

Por fin lo acepta, entiende que su tiempo se ha agotado, comprende que es el fin, tal vez vislumbra que en su búsqueda desesperada de tiempo, de más tiempo para vivir, para sentir, encontró la humanidad por la que desesperaba. Porque ya es humano, se reconoce como tal, ya no tiene que seguir interpretando las emociones que le arrebataron, no tiene que rebuscar entre sus recuerdos implantados alguno que dote de sentido a su existencia. Ya no. Enfrente tiene a su implacable enemigo, el que ha ido matando sin compasión, sin dudas, de manera profesional, a cada uno de sus compañeros. También a su amada Pris, cuyo maquillaje se entremezcla con su sangre artificial sobre su rostro. El policía, el blade runner sin sentimientos, está acabado, se encuentra roto, derrotado, intimidado, lo mira con terror, sin comprender aún por qué acaba de salvarlo de caer al abismo. O sí. Se acurruca junto a la pared, sólo puede haber un motivo, esa muerte tan simple, tan fácil, era insuficiente para compensar el daño inflingido, sólo le cabe esperar la muerte, sí, pero de otro tipo, más dolorosa, con mayor sufrimiento, acorde con el que él ha provocado. El gigante rubio, el replicante invencible, con el torso desnudo y el clavo lacerando su mano para impedir que deje de sentir los últimos instantes de su vida, se acerca lentamente a él. Roy clava sus ojos sobre Deckard. Deckard le devuelve la mirada mientras Roy se sienta frente a él. La lluvia inmisericorde elimina los últimos vestigios de la existencia de Pris. El rostro de Roy queda limpio de muerte. Ahora tan sólo desborda vida. Comienza a hablar, despacio, casi masticando las palabras, se dirige a Deckard pero en el fondo entendemos que nos habla a nosotros, a cada uno de nosotros, en privado, de manera íntima, nos habla ya desde la certeza de ser humano, desde la lucidez final, y nos habla a los que vivimos con miedo, siempre con miedo, a los que vivimos como esclavos, como él vivió. Las bellas gotas musicales compuestas por un inspirado Vangelis se funden con las de la lluvia sobre la cara del replicante, construyendo el contexto mágico de una secuencia que nos perturbará el alma para siempre. Las palabras que brotan de los labios de Roy martillearán nuestras cabezas durante años, quedarán retenidas en la memoria, formarán parte de nuestro equipaje sentimental, más allá del tiempo, más allá de la vida, más allá de Orión… 

Yo he visto cosas que vosotros no creeríais…
atacar naves en llamas más allá de Orión.
He visto Rayos-C brillar en la oscuridad, cerca de la puerta de Tannhäuser.
Todos esos momentos se perderán…
en el tiempo… como lágrimas en la lluvia…
Es hora de morir.

15 diciembre 2012

Gotas de cine (1): Grupo salvaje


Su mundo ha muerto. La civilización estrecha cada vez más el cerco sobre ellos. Ford lo había narrado antes en El hombre que mató a Liberty Valance. Nos brindó el emocionante relato, tan desesperado como coherente, de Tom Doniphon, representante salvaje de un mundo sin leyes que desaparecía, un tipo que aceptaba su fin, el fin de su prevalencia, de sus propios sueños, para que un país agreste se construyese sobre los huesos de sus muertos. Ford lo contó desde la épica heroica del perdedor. Peckinpah quiso contar algo parecido pero de manera más brutal, más sucia, más polvorienta. Quiso narrar la misma historia pero sin el mito, sólo desde la vertiente humana de la épica del perdedor. Y hoy aún emociona su relato. No hay redención ni justificación posible para las acciones del Grupo Salvaje que comanda Pike Bishop (William Holden). No hay justificación ni redención porque ellos no rinden cuentas a la moral de la civilización, sólo a su propio código moral, ése en el que nada hay peor que no cumplir la palabra dada, aunque lo importante no sea esa palabra dada sino a quién se le da. Son salvajes que cabalgan ya sin rumbo ni futuro. Han envejecido, se sienten cansados, derrotados, acosados como alimañas. Hace años que debieran estar muertos pero han sobrevivido en un mundo que les da la espalda. Deambulan por las tierras que antaño creyeron dominar, añoran sus sueños quebrados, su vitalidad, el tiempo aquel en el que aún creían disponer de un futuro. Nunca les preocupó nada más que su pellejo y el posible botín a conseguir. Lo intentan de nuevo, una vez más, se embarcan en otra de tantas historias que nunca salieron bien. Los pobres rara vez se enriquecen delinquiendo. Los acompañamos en la que creemos que es su última aventura, nos transmiten su cansancio vital, somos testigos de cómo intentan creerse sus propias mentiras, sus proyectos, ésos que nacen muertos antes de salir de sus bocas. Sorprendentemente salen indemnes. El negocio les sale redondo. Tal vez sea éste el golpe que realmente los retire. Como si eso pudiese suceder… Sólo han tenido que cometer una indecencia más: simple, lógica, natural. Han dejado en manos de aquellos que les contrataron a uno de sus compañeros. Aceptando una vez más que los otros, los que detentan en cada ocasión el poder, los que son aún más miserables que ellos pero tienen detrás el dinero y la fuerza, decidan arbitrariamente sobre uno de los suyos. Sobre uno de los miserables. Sobre uno de los que no tienen nombre. Sobre uno de los que nadie vendrá nunca a salvar.

Bishop (Holden) se viste mientras la prostituta con la que acaba de estar se peina y el bebé de ella, en la misma habitación, llora desconsolado. Acaba de follarse a una puta. Otra más. Como tantas. Como tantas veces. No hay concesiones al espectador. Se siente mayor, se siente agotado, incapaz de volver a construirse la ficción de una nueva vida. Siente que su historia está cerca ya de su final, lo acepta, casi lo desea.  Está hastiado, derrotado, cansado de caminar, cansado de luchar. Mira una vez más a la puta. Los ojos azules de Bishop (Holden) refulgen en la pantalla transmitiéndonos su enorme fatiga. Sólo queda hacer lo que hay que hacer. Termina de vestirse, se enfunda su revólver, sale del cuartucho y se enfrenta a dos de sus hombres que disputan miserablemente con otra prostituta el precio de sus servicios. Se hace el silencio. Los tres se miran. Bishop es el primero en hablar: “let´s go”. La respuesta tarda unos segundos en llegar: “why not?”. Ese diálogo resume la película, resume sus vidas, sintetiza su vacío: 

-“Vamos
 -"¿Por qué no?"

Sólo queda hacer lo que hay que hacer. Fuera les espera Dutch (Ernest Borgnine). Los cuatro se miran un segundo, sonríen, no hace falta nada más. Saben lo que les va a suceder, saben que esta vez va en serio, que su historia está acabada, que les ha llegado la hora y que, por fin, para terminar, van a hacer una última cosa bien, sin sentido, sin lógica, sólo porque saben que deben hacerla a pesar de las circunstancias

Sólo queda hacer lo que hay que hacer