21 septiembre 2008

Sobre la polémica de Carlos Boyero, El País y el cine experimental

Con una semana de retraso he llegado a la polémica suscitada por la Carta al Director enviada a El País por una serie de profesionales del cine español, entre los que destacan, entre otros, Víctor Erice, José Luis Guerín y la plana mayor de los colaboradores de Cahiers du Cinéma (versión española). La carta en cuestión, de imprescindible lectura y que de manera íntegra se ofrece en un blog expresamente creado por esta plataforma que ha conseguido ya más de 250 adhesiones, critica la cobertura que el citado periódico hace de los festivales de cine y el tratamiento que da al cine más experimental, particularizando en los artículos escritos por Carlos Boyero, y poniendo como ejemplo su crítica a la última película de Abbas Kiarostami presentada en el último Festival de Venecia.

Era de esperar. Mientras escribió en El Mundo, Boyero pudo esquivar el acoso del establishment cultural español, escribía en un periódico que la gente progresista, la gente de bien, no debía leer, y por tanto no se debía reconocer su existencia, ni sus críticas, para no parecer que se le daba cobertura a la influencia de la caspa que representaba el infame Pedro J. y sus secuaces. Pero he aquí que su diario de cabecera, el único que podían llevar bajo el brazo orgullosamente, o al menos sin vergüenza, fichó a Boyero con el rango de estrella, en un golpe mediático que respondía en cierta manera al fichaje anterior de Santiago Segurola por parte de la empresa editora de El Mundo. La cosa, entonces, cambiaba. Ya no se podía obviar lo que escribía Boyero, puesto que aparecía en el diario de referencia, el diario culto, el diario que establece e impone el patrón cultural de nuestro país. De repente, algunos de mis amigos que no habían leído a Boyero en su vida se sorprendían ante la virulencia de sus críticas y lo lacerante de su sarcasmo, al tiempo que los internautas de El País le repetían las mismas preguntas que llevaba años contestando en los encuentros digitales de El Mundo y se sorprendían ante la libertad y la incorrección cultural de sus respuestas. Vamos, se sorprendían y desconcertaban, curiosamente, ante la “novedad” que significaba un tío de más de cincuenta años que lleva diciendo lo mismo y de la misma manera toda su vida. Cosas de leer tan sólo el diario oficial.

Estaba claro que era cuestión de tiempo que las críticas a Boyero y a la sección de cine de El País apareciesen, pero lo que sin sorprender no deja maravillar, es la capacidad que tiene el sector que se autoconsidera más progresista de nuestra sociedad para autoproclamarse adalid de la verdadera cultura, desechando así otras opciones e ideas tan respetables como las suyas. Sólo hay que analizar extractos de la famosa carta para constatar el autoritarismo cultural que se desprende de ella, y al tiempo apenarse por la incapacidad que tienen sus firmantes de escapar del mundo ficticio que han creado en el que todas las fuerzas oscuras conspiran contra ellos.

En el caso de la reciente Mostra de Venecia, el cronista de turno, Carlos Boyero, imitándose a sí mismo -tratando de tarados, cursis, snobs, plastas y otras lindezas a cuantos cineastas y críticos puedan discrepar de sus opiniones-, además de reiterarnos día tras día su inmenso hastío, no ha tenido reparo alguno en pregonar su abandono de la proyección de la última película de Abbas Kiarostami

"Resulta paradójico que un periódico de referencia, que hace gala de su interés por la cultura, cada vez con una mayor frecuencia excluya de ésta al cine, al que tiende a reducir a mero entretenimiento de masas, pasto de las televisiones”

Es decir ellos deciden lo que debiera o no debiera publicar El País porque deciden qué es y qué no es lo que se puede definir como cultura. Con dos narices.

En la difícil situación que en tantos aspectos atraviesa hoy el cine español -particularmente en el de la producción y difusión de las películas más interesantes que se vienen haciendo entre nosotros-, sería justo y necesario, para que sus lectores sepan a qué atenerse, conocer cuál es la verdadera actitud de “El País” a este respecto. Aclarar si –insultos y descalificaciones aparte- su postura coincide básicamente con la que se desprende de los textos de su cronista”.

Vamos, que con una tremenda desfachatez exigen al periódico que se manifieste a favor o en contra de lo que escribe Boyero, exigiendo que se posicione, pero... ¿cómo qué? ¿por qué? ¿para qué?...¿Qué pretenden, que El País publique un comunicado en el que declare ampulosamente que defiende el cine experimental y el cine de autor?¿Es sólo a mí al que le parece delirante esta actitud totalitaria ante la libertad y la independencia de una de las pocas secciones que parece respirar cierta autonomía en ese periódico?

Pero hay más, son capaces de superarse:

Si así fuera, si el acuerdo de una u otra manera existiera, estaría algo más claro cuál es el sentido de su compromiso primero: apoyar de tarde en tarde, a modo de pequeño detalle redentor, algún asomo de diversidad para dedicarse sobre todo a sostener y publicitar la producción cinematográfica más acorde –salvo las excepciones de rigor- con el dictado mayoritario de los ejecutivos de Televisión y los intereses de aquellos productores, distribuidores y exhibidores que determinan el destino de nuestro cine.”

Lee uno este extracto y respira libertad. Claro que sí. Si el periódico calla o defiende la libertad de su periodista para escribir sobre la experiencias que tiene cuando ve una película, sin pararse a considerar (como debiera) que aunque no le haya gustado debe mentir para apoyar el cine arriesgado y experimental (ya que así promociona la CULTURA, con mayúsculas), El País estará evidenciando que está vendido al capital, a la industria, al mal. No hay lugar para que sea el criterio del lector el que decida si es cierto o no tamaña acusación (y a lo peor, no por los motivos que ellos esgrimen). No, ellos lo interpretan por nosotros, juzgan y condenan.

La reflexión que yo me hago es la siguiente: si mañana El País despide a Boyero y en su lugar contrata, por ejemplo , a Carlos F. Heredero (actual director de Cahiers du Cinéma versión española), ¿ya no estaría vendido a la caterva de productores, distribuidores y exhibidores cuya única obsesión es destruir nuestro cine? ¿ya no estaría vendido al capital?... ¿Pero estos señores no conocen los intereses empresariales y la trayectoria de PRISA, empresa que edita El País? ¿Creen en serio que es una empresa que apoya la “diversidad” en contra de la “concentración”? Claro que no son tontos y que no creen semejante sandez, lo que quieren es el apoyo de El País para distribuir y exhibir las películas que ellos consideran interesantes y que curiosamente son las mismas que les dan de comer. Lo necesitan desesperadamente si no quieren desaparecer, pero son demasiado arrogantes para reconocerlo e intentar argumentar para conseguir dicho apoyo, y recurren a la amenaza inútil de arrebatarle a El País el carnet de defensor de la progresía cultural. Paradójico. Cuando es el El País el que otorga ese tipo de carnets habitualmente.

No hay nada bochornoso en defender aquello en lo que cree, pero sí en exigir a los demás que hagan lo mismo sin más argumentos que el de una pretendida autoridad indemostrable en la materia.
Yo, que transito sin problemas de Boyero a Cahiers du cinema, de Oti Rodríguez Marchante al desaparecido Ángel Fernández Santos, de Ford a Tarkovski, o de Coppola a Imamura, lo único que me producen este tipo de exabruptos públicos es pena y compasión. Porque tras estos arrebatos de autoafirmación cultural y reivindicación de lo minoritario como arte tan sólo por el hecho de serlo, se esconde la frustración de no ser ni estar en la posición de aquellos que se critica. Porque no es que se quiera cambiar el mundo, no. Tan sólo es la rabia pon no ser ellos los que ocupan las posiciones de privilegio en él.

Por cierto, la película de marras, la de Kiarostami, son casi dos horas de imágenes de primeros planos de 113 mujeres mientras ven (y escuchan) la representación de un cuento persa sobre una heroína. Sólo se muestran imágenes de esas mujeres, sus emociones al ver la obra, sus gestos, sus reacciones... casi dos horas... igual es una obra de arte incomprendida pero entonces, ¿cuántas como ella están distribuyéndose ahora mismo en internet sin que nadie las defienda?... ¿O en el fondo la cuestión final de todo la controversia entre arte de masas y arte minoritario estriba en que los que defienden a las “estrellas” del segundo pretenden que ocupen el lugar de privilegio de las "estrellas" del primero?

16 septiembre 2008

Los bares de Madrid

Vivir Madrid es, de alguna manera, vivir sus bares. El centro de esta ciudad renueva su oferta puntualmente, casi mes a mes, a veces parece que cada semana, aunque tal vez lo único nuevo de ese lugar al que se llega sólo por caminar por esa esquina aún inexplorada, es la presencia de uno mismo en él... Los bares, las cervecerías, los restaurantes, las tabernas, las tascas, las cafeterías, los cafés, son lugares de encuentro, de acogida, de renovación, de reunión, de risas (y lágrimas ocasionales), de charlas varias, intrascendentes tantas veces y, por supuesto, lugar de conversaciones, coloquios y debates. Hace años que me di cuenta (desde que dispuse de dinero para entrar por fin en ellos desde el exilio obligado y joven del botellón) de que yo era un auténtico rastreador de cafés y bares con algo especial, un cazador en busca de un ambiente, una oscuridad, unas mesas, una música. Un rastreador de momentos futuros. Paseando por la ciudad, como el domador de versos, deambulando por sus calles, redescubriendo sus esquinas, mi sexto sentido está siempre alerta, dispuesto, evaluando casi sin querer cada nuevo sito que se abre o descubro, estudiándolo, analizando sus posibilidades, en segundos, casi sin darme cuenta. Porque no todos ellos sirven, la gran mayoría es desechado, pues me susurran al oído o me escupen a la cara rápidamente lo que quiero saber y puedo esperar de ellos.

Una de las necesidades más extrañas del ser humano es su afán por clasificar. Clasificar, etiquetar y crear categorías de todo aquello que lo rodea. También se puede clasificar a las personas por el tipo de local al que les gusta acudir, ya sea de manera habitual o para un encuentro ocasional, o incluso por la bebida que toman con más placer, o la hora a la que prefieren quedar. En mi experiencia todo ello suele tener una relación directa con el tipo de socialización que prefieren: más divertida, superficial, profunda, pretenciosa...

Pero lo que los años me han hecho ver con claridad es que no son sólo las personas las que eligen las conversaciones que van a tener, sino que es el lugar, con su ambiente, semioscuro o luminoso, con música o en silencio, jazzístico o más bien rockero, de copas o cervecero, lo que decide el giro que una conversación va a deparar: si será íntima, o cachonda, profunda o superficial, entrañable o soporífera...

En mis últimos tiempos como rastreador, he obtenido dos nuevas piezas. La primera es un café en las cercanías de la Filmoteca (con la que comparte además el nombre) que parece tener escrito en su entrada: ven y conversa sobre cine, tras ver la película, con un ambiente informal pero cómodo, más de media tarde que de noche.

El otro es un bar de copas y café en un esquina de la calle Huertas, oscuro, mesitas bajas, ambiente un tanto decadente, con multitud de antiguos teléfonos que acechan desde las paredes a la espera de una llamada desde otro tiempo, con una música suave que favorece la charla tranquila, que alterna con fluidez diferentes voces españolas, entre las que sobresale por la insistencia de su presencia la de Sabina, y también la de Serrat. Allí esta última semana acabé dos veces: la primera para despedir a un amigo que abandona la ciudad de manera temporal en busca de las verdes praderas inglesas, y la segunda para pasar una larga tarde, prolongada hasta la noche, regada de whiskys que iban cayendo con una cadencia suave, mientras conversaba sobre Newton y Descartes, sobre Borelli y Hooke, sobre fluxiones e infinitésimos, Leibniz y Huygens, del tío Nocilla, Asimov y su psicohistoria...

Las mejores historias se desarrollan en los bares. Los mejores encuentros. Las peores despedidas. Las risas.

El rastreador sigue al acecho