Estas son las películas que vi por primera vez
durante el año que finalizó hace poco. Aclaro, mediante la palabra "cine",
las que vi en pantalla grande. Están ordenadas cronológicamente según las fui
viendo. Separo la lista en dos partes, como siempre, para hacer más digerible su lectura.
- El guardián invisible (2017) – Fernando González Molina. Thriller con una atmósfera bien construida al servicio de una historia policial en el ámbito rural que no termina de funcionar debido a una trama mal urdida y con demasiados clichés. A eso hay que añadir cierta falta de personalidad en la puesta en escena. Entretenida.
- The Room (2003) – Tommy Wiseau. Es una película inclasificable. Se ha escrito mucho sobre ella. Y hay que verla al menos una vez en la vida. Interpretada y dirigida por un Wiseau que creía estar haciendo un melodrama a la antigua usanza, su visionado resulta una experiencia inolvidable. Delirante. Fascinante. Un puro dislate. Un bodrio con ínfulas de trascendencia hecho por alguien que creía estar haciendo arte. Y a su manera lo hizo. Es tan mala que es imposible resistirse a ella.
- Score: a film music documentary (2017) – Matt Schrader. Excelente documental centrado en la labor de los compositores de música de cine. Abarca demasiadas cosas y sus dos horas terminan resultando escasas. A pesar de la calidad de la propuesta terminé de verlo con la sensación agridulce de que en cada una de las ideas presentadas se podía haber profundizado mucho más. Para aficionados a las BSO´s.
- La batalla de Midway (1942) – John Ford. Las míticas secuencias grabadas in situ por el maestro Ford durante la Batalla de Midway, sirven para comprender la magnitud y la capacidad de un gigante capaz de intuir, incluso en mitad de la guerra, qué grabar y cómo construir un mensaje tan poético como épico, que no esconde en ningún momento su intención propagandística.
- La cura del bienestar (2017) – Gore Verbinski. Es de agradecer que se sigan haciendo películas como esta, donde el terror no termina desembocando ni en gore ni en una sucesión de sustos. Película con una excelente dirección, con una atmósfera densa que afecta al espectador, a la que le sobra metraje y que culmina en una resolución que no está a la altura de la propuesta. A pesar del irritante y decepcionante tramo final es más que digna.
- The Disaster Artist (2017) – James Franco (cine). Es una película maravillosa que demuestra una admiración y un cariño incondicionales hacia ese otro cine alejado de la industria, un cine que se realiza desde la ignorancia, tan solo con la pasión pero sin ningún talento. Franco se apropia del espíritu de Wiseau y con esta reconstrucción, tan respetuosa como irreverente del rodaje de The Room, le rinde un homenaje a la altura del que le hiciera Tim Burton a Ed Wood. Un homenaje sincero a ese cine tan cutre como libre. Para disfrutar.
- El sacrificio de un ciervo sagrado (2017) – Yorgos Lanthimos. Lo vuelve a hacer. Lanthimos vuelve a darnos una película excelente, fría, dura, inteligente y con personajes fascinantes. Descripción de una venganza con raíces mitológicas contra la familia de un médico que, debido a una negligencia, terminó matando a un paciente. Fantástica.
- Wonderstruck (2017) – Todd Haynes. Es una película que parece poca cosa cuando la ves y que, además, camina peligrosamente por la frontera de la sensiblería (cayendo en ella alguna vez). Pero al final su recuerdo es agradable. Una historia delicada, humana y rodada de forma exquisita por Haynes. Merece la pena. A reivindicar.
- Edicto siglo XXI: prohibido tener hijos (1972) – Michael Campus. Me encanta seguir redescubriendo aquellas viejas películas de serie B de la ciencia ficción de los 70. Me gusta el aroma de ese cine, cómo sus responsables se sobreponían a sus bajos presupuestos con imaginación. Pero, sobre todo, disfruto con su ambición desmesurada por trascender el propio relato e intentar construir discursos éticos, políticos y sociales sobre el ser humano. Una pena que todo lo anterior en esta película no exista y la película sea un auténtico despropósito de principio a fin. Infame, conservadora, ridícula y machista. Qué cosa más mala, joder.
- Personal Shopper (2016) – Oliver Assayas. No logré conectar en ningún momento con la búsqueda mística del personaje que encarna Kristen Stewart de su hermano fallecido. No me interesa su sufrimiento ni su apatía social. Y tampoco soy capaz de penetrar en el retrato sociológico que plantea la trama de una juventud desnortada y sin coordenadas vitales definidas. Me dejó frío. Una pena.
- Tres anuncios a las afueras (2018) – Martin McDonagh (cine). Una película formidable, con músculo narrativo y una virulencia ideológica perfectamente ajustada al contexto social en el que se desarrolla la historia. Curiosamente, con el paso de los meses, he leído críticas muy negativas sobre ella. No las entiendo. Igual se pretendía un relato más neutro o políticamente correcto que idealizara y no asumiera la realidad de esa América profunda que muestra, que no parece muy inclinada hacia el matiz ideológico. Es lo que tenemos los urbanitas, nos amilana (afortunadamente) el caos y la fuerza bruta. Excelente.
- The Post (2018) – Steven Spielberg (cine). Película menor de un gran director que lleva demasiado tiempo haciendo películas de usar y tirar. Buenas interpretaciones en una historia que no por conocida resulta menos interesante. Gustará mucho a esos nostálgicos retrotópicos que idealizan un periodismo que ya no existe, un periodismo en el que empresarios "independientes" (¡ja!) publicaban sin miedo contra el poder. Y es en esa mentira populista es donde encalla la película. La moralina salpica cada fotograma, la mitología demócrata norteamericana se despliega al completo ante los ojos de un espectador que ya no es el mismo que se emocionaba con el cine de Capra. Irrelevante.
- Thor Ragnarok (2017) – Taika Waititi. De las películas del ciclo de Marvel reconozco que esta es de las que más me ha gustado. ¿El motivo? La visión socarrona, humanista y pelín extravagante que aporta Waititi a esta tercera entrega de Thor le aporta aire fresco al universo marvelita. Todo lo que toca este hombre tiene magia y calidad.
- Geostorm (2017) – Dean Devlin. Cine de catástrofes escrita siguiendo a rajatabla el manual de instrucciones habitual. En algunos momentos parece la típica película que terminaba en las estanterías llenas de polvo de aquellos videoclubs de los 90. La acumulación de clichés y tópicos es apabullante: familia desestructurada, masculinidad fuerte pero sensible, lágrimas femeninas, música intensa y heroísmo inevitable de tipo con cara esculpida en cartón piedra. El típico pastiche que a veces irrita y a veces hace sonreír. Para fans del género.
- Windriver (2017) – Taylor Sheridan. Una de las mejores películas que vi en todo el año. El guionista de la también estupenda Comanchería se pasa a la dirección con un guion firmado por él mismo. La película lo tiene todo: dirección impecable, una trama bien hilada que va desentrañando el misterio a cuentagotas, unas interpretaciones poderosas, una atmósfera opresiva y una dura historia enmarcada en los arrabales emocionales de un país, EEUU, que nació con el enorme pecado de masacrar a los indios para después recluir a los pocos que quedaban, y a sus descendientes, en reservas. Estas reservas, con el tiempo, terminaron convertidas en cárceles sin barrotes para unos jóvenes que ven pasar sus vidas en ellas sin expectativas vitales. Espléndida. Peliculón.
- Justice League (2017) – Zack Snyder. Qué desastre. Pero qué desastre. Una película a la que hizo mucho daño el intento de los productores de marvelizarla. Snyder es un director ampuloso y que peca de esteticista, pero al menos tenía una idea clara de cómo desarrollar el universo DC en el cine. Una vez apartado Snyder se le dio la dirección a un Joss Whedon que pasaba por ahí, y el híbrido final que se estrenó resultó una calamidad: no hay desarrollo de personajes, no existe química alguna entre ellos, Wonder Woman involuciona de manera lamentable y el montaje de la historia es horroroso. No es casual que ya nadie parezca recordarla. Muy mala.
- The Florida Project (2017) – Sean Baker. Una autentica joya. En el submundo de los suburbios del capitalismo, la luz de la infancia refulge durante un breve periodo de tiempo antes de que la realidad termine de pudrir una inocencia que ya no se volverá a encontrar. Ni siquiera servirá correr para escapar del mundo real y esconderse en DisneyWorld, ese mundo artificial donde la emoción pueril se convierte en objeto de consumo. Magnética, sensible, dura, conmovedora. Maravillosa. Encoge el corazón.
- Detroit (2017) – Kathryn Bigelow. Pelín decepcionante. Esperaba mucho más de esta recreación de los disturbios que se produjeron en la ciudad que da nombre a la película en 1967. Le falta fuerza, le falta reflexión sociológica y le sobran muchos clichés y muchas secuencias construidas tan solo para deslumbrar.
- Lady Bird (2017) – Greta Gerwig. Cine hipster sin complejos. La síntesis de la trama nos suena a algo ya muy visto: retrato de las contradicciones de una adolescente de pequeña población que trata de encontrarse a sí misma antes de saltar al mundo adulto de la universidad. A pesar de lo sobado de la historia, lo cierto es que la película vuela alto, la relación de la chica con su madre es oro puro y la trama está salpicada de pequeños detalles que humanizan y aportan matices a la construcción de una adolescente tan inteligente como todavía muy perdida. Deja un muy buen sabor de boca final.
- The Party (2017) – Sally Potter. A pesar de su escasa duración resulta ser una película fascinante que indaga en los estragos que causa el paso del tiempo en las relaciones personales. Las expectativas fracasadas, los cambios de rumbos vitales que dejan atrás a personas que fueron importantes, las contradicciones y las miserias del ser humano son abordadas en una historia que desborda ironía, humor negro y mala hostia. Estupenda.
- The Cloverfiel Paradox (2018) – Julis Onah. La tercera parte de esta extraña trilogía (hasta ahora) que comenzara con Monstruoso en 2008 resulta ser la peor de todas. La historia, que solo conecta de manera lejana con las otras dos películas, se centra en los universos paralelos y los viajes a través del tiempo y del espacio pero, a pesar de lo sugerente de su propuesta, nunca termina de funcionar, lastrada por una trama confusa y aburrida y unos actores que tampoco parecen enterarse en ningún momento de qué va la cosa. Decepcionante.
- Toc Toc (2017) – Vicente Villanueva. Adaptación rutinaria de la obra de teatro con el mismo nombre que se acerca, en clave de humor, a las manías con las que tienen que convivir una serie de personajes que sufren diferentes Trastornos Obsesivo Compulsivos, y que terminan una tarde encerrados juntos en la sala de espera de un psicólogo. Algunas risas, algún bostezo, buenos actores y poco más. Para pasar el rato.
- The Big Sick (2017) – Michael Showalter. Biopic que se disfraza de extraña comedia romántica en el que el racismo, la incomprensión hacia las costumbres del diferente y la impostura hipster se retratan, sorprendentemente, con mucha honestidad, sin caer en el trazo grueso, pero sin dejar que el discurso se imponga a la humanidad de unos personajes que aprenden de sus errores y reconocen sus debilidades y fracasos. No está mal. Me gustó.
- Mute (2018) – Duncan Jones. Calamitosa. Lo tenía todo para convertirse en una gran película de ciencia ficción. Qué mal tiene que salir todo para que finalmente se estrene y aparezca este bodrio. La suma de errores es larga: trama deshilachada, actores que parecen trabajar en diferentes películas con diferentes tonos, puesta en escena confusa, montaje caótico y sin sentido... Qué pena todo. Y qué mala es.
- The Witch (2015) – Robert Eggers. La magnética Anya Taylor-Joy es la protagonista absoluta de esta excelente película de terror que juega con la ambigüedad para construir una hipnótica historia de horror, dolor y represión. Tiene un clímax final de alto voltaje. Me gustó mucho.
- The Square (2017) – Ruben Östlund. Hay una cierta corriente en la crítica y en el público que denuesta cierto cine intelectual que se realiza desde la frialdad y el distanciamiento. Östlund, como buen heredero de Haneke, construye un artefacto cinematográfico de difícil digestión que funciona como un reloj: la crítica a la vacuidad del postureo que rodea al arte contemporáneo sirve como espejo deformado de una exposición descarnada de las pulsiones y emociones más prosaicas de una élite cultural decadente, que ya es incapaz de sobrevivir más allá de su burbuja de clase. Personas que cortocircuitan cuando la vida les hace interaccionar con la periferia de esa burbuja. Excelente. Con alguna secuencia para el recuerdo.
- La forma del agua (2018) – Guillermo del Toro. Definitivamente acepto que del Toro no es santo de mi devoción. Y mira que me cae bien el tipo como hombre de cine. Película irritante, meliflua, a ratos idiota y a ratos aún más idiota. Una historia de amor sublimada y ridícula que solo provoca indiferencia, fatiga y aburrimiento. Menudo coñazo.
- Atomic Blond (2017) – David Leitch. Me cuesta recordar, pocos meses después de verla, nada reseñable de ella. Si construyes un legítimo pastiche de acción pero tan solo te ciñes a rodar secuencia de acción tras secuencia de acción (tan espectaculares como inverosímiles), el objetivo debe ser diferenciarte del alguna manera (tipo John Wick y su "mitología") del puñado de títulos que año tras año ofrecen lo mismo. No lo consigue y termina aburriendo.
- Hans Zimmer: live in prague (2017) – Tim Van Someren. Documental que muestra el concierto que Hans Zimmer y su banda ofrecieron en Praga interpretando muchos de los temas míticos de su larga carrera como compositor de música de cine. Como absoluto amante de la música de Zimmer que soy, disfruté extraordinariamente cada minuto de esta explosiva y espectacular combinación de música y show.
- Jumanji, bienvenidos a la jungla (2017) – Jake Kasdan. Pues sí. Pienso lo mismo que tú. . ¿Por qué coño termino viendo cosas como esta? Y yo qué sé. En todo caso, lo cierto es que no resulta molesta, está bien hecha, tiene su puntito... Que sí, que ya, que vale, que para qué, ¿no? Pues eso.
- El violín y la apisonadora (1961) – Andrei Tarkovski. La plasticidad de la fotografía de un genio como Tarkovski ilumina una de sus primera películas, rodada antes de convertirse en un artista reconocido. Mediometraje construido para ensalzar a la URSS y al nuevo hombre que el comunismo venía a traer que consigue trascender a la propaganda y mostrar una humanidad dolorosa y triste.
- La reconquista (2017) – Jonás Trueba. Trueba sigue indagando en la confusión de una generación que, alcanzada la treintena, regresa una y otra vez al paisaje sentimental de una infancia y una adolescencia en las que las certezas eran pocas pero las lealtades parecían inquebrantables. Seduce, inquieta, entristece, hace sonreír, rezuma verdad, dolor y amor por la vida. No hay mejor antídoto contra el cinismo que el cine de Jonás Trueba. Y a mí, su cine, siempre me conmueve.
- Aniquilación (2018) – Alex Garland. La disfruté enormemente. A pesar de los errores de continuidad y de cierto caos narrativo, la película es una gozada para los sentidos, y su reflexión sobre qué nos hace humanos resulta apasionante. La secuencia del personaje interpretado por Natalie Portman y su dopppelänger extraterrestre en el faro es, sin duda, una de las secuencias cinematográficas del año. A reivindicar.
- Downsizing (2017) – Alexander Payne. Tedio en vena a pesar de partir de una propuesta de lo más ingeniosa. Es lo que sucede cuando se traslada lo más rancio de las convenciones sociales a nuevas sociedades que surgen por algún tipo de revolución científica o política. El cambio de escala de un ser humano convertido en miniatura de sí mismo abría un abanico de posibilidades formidables que terminan cristalizando en maniqueísmo y sentimentalismo pueril. Una pérdida de tiempo.
- Thelma (2017) – Joachim Trier. Inquietante y perturbadora. Otra muestra más de la pujanza del cine nórdico a la hora construir atmósferas opresivas. Lo sobrenatural se utiliza de manera inteligente para profundizar en las angustias existenciales del ser humano, en el dolor que causa la represión religiosa y sexual. Brillante
- Tomb Raider (2018) – Roar Uthaug (cine). Pocas películas muestran mejor que esta el enorme problema que tiene Hollywood con el cine de evasión, con el cine-espectáculo, con aquello con lo que construyó los cimientos de su dominio mundial. Un director que nadie conoce se hace cargo de un guion que del que nadie se responsabilizará para filmar una película de aventuras que debería ser entretenida y que nadie cuida. El único objetivo es lograr una taquilla inmediata en su primer y segundo fin de semana que justifique un presupuesto absurdo. Antes de que a todos se les olvide su existencia. Incluso a aquellos que la vieron.
- El muñeco de nieve (2017) – Thomas Alfredson. Lo tenía todo para ser una buena película: ese ambiente nórdico que tanto nos atrae y desconcierta, un actor poderoso como Fassbender como cabeza de cartel, un director con personalidad, una trama que conjuga el thriller con el retrato social.... Entonces, ¿qué pasó? ¿Por qué terminó convirtiéndose en este muermazo intragable repleto de errores de principiante a nivel narrativo, actoral y de puesta en escena? Cosas del cine.
- Muchos hijos, un mono y un castillo (2017) – Gustavo Salmerón. Era inevitable que la relacionaran con la Carmina de Paco León, pero ni la madre de Gustavo Salmerón ni la película-documental que éste ha hecho tienen nada que envidiar (ni que ver) a lo que hiciera Paco León con su madre. Salmerón, sin esquivar los claroscuros de su extraña familia, escribe una carta de amor infinito a una madre a la que adora y que, con su humor y cierta mala hostia, se apodera de cada fotograma. Maravillosa.
- Molly´s Game (2018) – Aaron Sorkin. No podía resultarme más ajeno y menos interesante a priori el argumento de esta película. Biopic basado en una mujer que se convirtió durante unos años en la organizadora clave de partidas de poker clandestinas de ricos de mierda cuyas vidas me importan un carajo. Pero Sorkin consigue de nuevo dotar de electricidad a su guion y, a pesar de que de manera cobarde elude cuestiones ideológicas o sociales, le da ritmo y tensión su película. Merece la pena.
- Ready Player One (2018) – Steven Spielberg (cine). ¿Cómo describir la mala hostia que me provocó esta película? ¿Cómo entender la recepción amable que tuvo entre cierta crítica viejuna a la que resulta imposible criticar algo que venga firmado por Spielberg? Ideológicamente es despreciable. Cinematograficamente es lo más pobre que ha hecho Spielberg desde Always. Tiene el dudoso honor de tener una de las secuencias más pueriles que he visto jamás: ese momento en el que Parzival, el protagonista, suelta el discurso motivador para salvar Oasis, ese refugio de gilipollas incapaces de luchar por mejorar sus condiciones reales de vida. Algo así como el discurso de Aragorn antes de enfrentarse a las tropas de Mordor pero en mierda.
- Perfectos desconocidos (2017) – Álex de la Iglesia. Nada de lo mejor del director aparece en este remake inmediato de un éxito del cine italiano. Estrangulada por una puesta en escena teatral, cuesta encontrar algo salvable en unas interpretaciones exageradas que, en algún caso, caen en el histrionismo. La trama me resultó ridícula y los conflictos demasiados forzados. Rescato, eso sí, una secuencia que me resultó emocionante: esa llamada de teléfono que realiza la hija a su padre. Momentazo de Eduard Fernández.
- El corredor del laberinto: la cura mortal (2018) – Wes Ball. El estreno de este capítulo final de la trilogía se retrasó debido a un grave accidente de su actor principal. Realmente, igual que pasó con Divergente, nadie hubiera echado de menos que no se cerrara la historia. Parece que una etapa de la producción de distopías juveniles para cine está finiquitada. Intentar clonar una y otra vez la plantilla que triunfara con Crepúsculo y Los juegos del hambre parece haber saturado a un adolescente cada vez más alejado del cine.
- Isla de perros (2018) – Wes Anderson. Nunca entré en ella. Pocos directores en las ultimas dos décadas me han enamorado tanto como Wes Anderson. Pero con películas como esta, en la que no consigo conectar con su propuesta, alcanzo a comprender a sus críticos, a los que no sienten nada con su cine y se sorprenden por la admiración que este director despierta en muchos de nosotros. Decepcionante.
- Wildling (2018) – Fritz Böhm. Una muestra más de ese cine de serie B de intriga que bordea el terror. Es una película honesta, que cumple con su propósito, construye una atmósfera inquietante y durante un rato te mantiene enganchado hasta que, poco a poco, termina naufragando con delicadeza.
- Pantera negra (2018) – Ryan Coogler. Me aburrí tanto... Tanto...Tanto... Qué hastío. La trama circula sobre sí misma varias veces, repitiendo situaciones una y otra vez, y cuando llega esa agotadora batalla final ya no sé dónde meterme. Y la han nominado al Óscar a mejor película. Joder.
- Avengers IInfinity (2018) – Hermanos Russo. Desbordamiento emocional. Está construida desde el minuto uno para epatar y dejar si aliento y sin corazón a sus aficionados más fieles. Tras más de 20 películas tocaba no solo amenazar sino matar a casi todos aquellos a los que se había amado. Filmada respetando la más pura tradición del cómic, la muerte inicial de Loki deja claro que esta vez estos tipos van a sufrir. Como película le pesa su excesiva fragmentación y la necesidad de darle su minuto de gloria a demasiados personajes. Su batalla final es agotadora, incongruente, ridícula y termina siendo un coñazo. Pero yo no era a quién iba dirigida esta película. Y entiendo perfectamente por qué a tantos satisfizo.
- John Wick 2 (2017) – Chad Stahelski. Más de lo mismo pero redoblando la apuesta. Nadie esperaba otra cosa. Es tan exagerada la propuesta que a ratos sorprende, pero es mucho menos trascendente dentro del género de acción de lo que algunos pretenden.
- The Yakuza (1974) – Sidney Pollack. Poderosa muestra del mejor cine de los 70. Los ecos de la derrota de Japón en la Segunda Guerra Mundial resuenan en cada fotograma. A un país que intenta lentamente volver a levantarse regresa un maduro detective americano incapaz de olvidar una vieja historia de amor frustrada. El enfrentamiento entre dos mundos, dos tradiciones, dos formas de enfrentarse a la vida es el motor de una película fantástica.
- Cargo (2017) – Ben Howling. Película menor que aprovecha el ya clásico contexto posapocalíptico para narrar, de manera convencional, el desesperado viaje de un padre enfermo, al que le faltan pocos días para sucumbir a la locura debido a un virus del que se ha contagiado, con el objetivo de encontrar un refugio seguro para su bebé. Se deja ver.
- Han Solo (2018) – Ron Howard (cine). Es la película que debía ser. En la mejor tradición aventurera. Tan respetuosa con un personaje mítico como capaz de aportar una nueva y refrescante visión sobre él. Han Solo es el personaje cinematográfico de mi vida. He disfrutado y sufrido con él desde la infancia. Mi criterio cinematográfico se va al carajo cuando entra en juego la nostalgia y el goce que siempre me generó Star Wars. Disfruté la película como el niño que fui.
- La niebla (2007) – Frank Darabont. Llevaba años con ganas de hincarle el diente a esta adaptación de la novela de Stephen King. Había leído maravillas sobre ella a gente en cuyo criterio confío habitualmente pero resultó ser una absoluta decepción. Producción de medio pelo, momentos que provocan vergüenza ajena, un guion irregular... Y sí, es verdad, era cierto, tiene un final brutal, anómalo y sorprendente. Pero no fue suficiente como para compensar las dos horas de muermo que llevaba encima.
- Jurassic World: el reíno caído (2018) – J. A. Bayona (cine). Pasan los meses y cada vez la recuerdo como peor. No hay manera de continuar con esta saga fuera de la isla sin caer en el ridículo (como ya demostrara el propio Spielberg en el final de Parque Jurásico 2). Resulta bochornoso recordar las críticas positivas que tuvo este engendro en España solo por el hecho de tener a un español dirigiendo una superproducción de Hollywood. Película que pocos volverán a ver y que tan solo es capaz de respirar, en ocasiones, gracias a los guiños a la original. Lamentable.
- The Beguiled (2017) – Sofía Coppola. La exquisita fotografía y la ambientación detallista ayudan a configurar una atmósfera opresiva en este inquietante remake de la película de Don Siegel. Retorcida, delicada y perversa. Realmente interesante.
- The Endless (2017) – Justin Benson y Aaron Moorhead. Magnífica película que se alimenta del espíritu de Lovecraft para construir una trama extraña y perturbadora que sirve como excusa para una hermosa reflexión sobre el amor entre hermanos y la dificultad de encontrar un rol propio y diferente al que la costumbre ha modelado dentro de las relaciones familiares. Una pequeña joya a descubrir.
- Ant-Man and the Wasp (2018) – Peyton Reed (cine). He de reconocer que me cae bien el personaje de Ant-Man y el actor que lo encarna. Mr hace gracia. Nada es especialmente molesto en esta película. Otra cosa es que haya algo que merezca la pena.
- Trenes rigurosamente vigilados (1966) – Jirí Menzel. Comedia. O no. Drama. Pero tampoco. Cine en estado puro, tan inclasificable como inteligente. Una auténtica gozada desde el primer minuto, con ese repaso a la genealogía de nuestro protagonista que le hace tan poco apto para la guerra o el heroísmo. Fantástica.