Planteemos la tesis sin rodeos: el Bilingüismo segregador y
elitista de la Educación Pública madrileña jamás podría haber triunfado sin la
dolorosa complicidad de la gran mayoría de esos padres y profesores de
izquierdas, progresistas que, siendo extremadamente críticos en privado con el
programa bilingüe diseñado (¿para ellos?) por Esperanza Aguirre y Lucía Figar, han
contribuido decisivamente a su éxito con su insólito colaboracionismo.
Sobre esos profesores, funcionarios con plaza que, con el
objetivo indisimulado de conseguir prematuramente privilegios inmerecidos y
centros más cómodos donde trabajar, y mientras se enfundaban sin complejos
(cuánta contradicción) en las camisetas verdes en la "huelga-fiesta sindical" de primavera, se apuntaron a un programa bilingüe que rompía, a
través de su perverso diseño, con todo resto de equidad en el sistema público
de enseñanza, publicaré otro post en el futuro.
Este post lo escribo sobre esos padres que se piensan y se
sienten progresistas, que incluso consideran probada su esforzada militancia de
izquierdas por el hecho de matricular a sus hijos en una Escuela Pública que
ellos mismos, en su desvarío ideológico, reconocen adulterada por aquello de lo
que se benefician.
Los padres progresistas de Madrid llevan años enfrentándose
a un dilema irresoluble provocado por la política de tierra quemada del PP en relación
a la Educación Primaria. Hace ya mucho tiempo que constataron que apenas
existía alternativa a ese artero bilingüismo impuesto de manera forzada y totalitaria en Primaria. Prácticamente,
el 50% de los colegios públicos de la Comunidad son ya completamente bilingües y en algunas
zonas (que suelen coincidir con los barrios residenciales de la clase media) es
prácticamente imposible encontrar un colegio público no bilingüe que no
presente una problemática social extrema.
Las estadísticas no mienten.
Fue durante el apogeo de las movilizaciones de la Marea Verde, en los años de los gestos, de las camisetas verdes y de los golpes en el pecho cuando se disparó el número de maestros de primaria y profesores de secundaria que se habilitaron para impartir docencia en inglés. El dato frío es lacerante, sí. Porque si eran necesarios cada vez
más docentes habilitados eso solo podía significar que la demanda de los padres
(que algunos enmascaraban bajo una pasividad calculada) de este programa de
enseñanza también se estaba incrementando. El bilingüismo en Madrid fue la
carta educativa que jugó con maestría el Gobierno del PP de
Esperanza Aguirre
para, combinándolo con la ampliación miserable de la jornada lectiva docente y
el aumento de las ratios, recortar los gastos en la Educación Pública y al mismo
tiempo ofrecer un caramelo envenenado, una trampa mortal ideológica, a los
padres progresistas que habían resistido defendiendo una enseñanza pública para
sus hijos porque les provocaba una (justificada) urticaria ideológica el
régimen de monopolio de los colegios concertados católicos.
Poco a poco, esa gente que se piensa de izquierdas y que presume
de coherencia fue viendo como casi todos los colegios de su entorno se iban
convirtiendo en bilingües, cómo se despreciaba la lengua materna de
los niños y los docentes en aras de la construcción de una relación artificial
entre unos y otros en la que el aprendizaje real de ciertos conocimientos básicos,
que debieran conformar los cimientos del futuro formativo de esos niños,
terminaba siendo irrelevante. La clave, como ya pasaba en la concertada y en la
privada, pasaba a ser el tipo de compañeros que tendría en el aula ese hijo
convertido en proyecto de futuro. Dejémonos de hipocresías: la clave era a qué
compañeros de clase evitaba ese hijo criado en modo burbuja. A nadie le importó
lo suficiente. No fue casualidad. Una generación criada en el analfabetismo
idiomático extranjero de la España de los 70 y 80 creyó redimir su mediocridad a la
hora de aprender idiomas mediante los palabros que en inglés declamaban sus
retoños. Así trataban inicialmente de justificar pobremente el porqué de su
traición a la enseñanza pública. Después llegarían argumentos más peregrinos.
Con el paso de los años todos hemos escuchado a amigos y cercanos intentar
justificar las matriculaciones de sus hijos en centros pijo-bilingües públicos
con razones que terminaban recordando en demasía a las de otros que defendían
matricular a sus hijos en centros concertados o privados. Se nos quiere obligar
a asumir y a comprender su decisión porque, al fin y al cabo, son "de los
nuestros", todos somos "humanos" y es comprensible la
incoherencia cuando la ideología (abstracta) puede terminar determinando el
futuro (real) de los hijos. Quizás es el momento de plantarse y decir que no.
Con tanto cariño como determinación. Ya está bien de tanta comprensión
impostada y de tanta mentira social, que sean otros los que compren esa trampa
emocional. Una cosa es entender el porqué de la contradicción y otra cosa
distinta es ayudarles a justificarla. Cada uno que cargue con las incoherencias
entre su discurso y sus actos. Pero que deje de eludirlas.
Porque existe un momento clave en toda esta historia, cuya
trascendencia se ha ignorado y que debiera llevar a muchos a la reflexión: todos
los padres que dicen ser de izquierdas en Madrid y llevan a sus hijos a IES
bilingües han tenido que tomar una decisión que ha terminado en convertirlos en
colaboradores necesarios del proyecto político educativo de la derecha más
putrefacta:
¿en qué modalidad de la ESO matricular a tu hijo o hija en ese IES
público y bilingüe? ¿Programa o Sección? ¿Elegir
Progama, una vía que priorizaba la enseñanza en castellano y, de esta manera, ayudar a boicotear
un sistema educativo que sirve para segregar al alumnado y diluir el
aprendizaje de conocimientos? ¿O elegir
Sección, una vía en la que (casi) todas
las materias, salvo Matemáticas y Lengua, se imparten en inglés para construir
una barrera insalvable para una mayoría de hijos de las clases populares, de alumnos con familias desestructuradas y para
casi todos aquellos alumnos con necesidades educativas especiales?
Ese era (es) el único momento en el que el sistema
mostraba una falla, un punto débil. Era el momento en el que todos esos padres
de izquierdas que votan a Podemos, a IU o incluso al PSOE podían demostrar una
oposición real a un
Bilingüismo que sabían que estaba excluyendo a muchos
chicos y chicas de su barrios, redefiniendo la relaciones sociales de sus hijos
y construyendo un tipo de enseñanza ortopédica en la que ya poco importaba lo que
aprendieran los niños de ciencias o historia sino su supuesto nivel del inglés.
¿Qué sucedió? ¿Qué decidieron hacer? Sin que provocara sorpresa ni controversia alguna (qué significativo, qué triste), la gran mayoría de los padres progresistas de Madrid,
pertenecientes a esa clase media que dice ser de izquierdas, optó por la vía de la
Sección en los IES bilingües. Desde los nominalmente marxistas irredentos
hasta los representantes de la izquierda "
posmo". Desde los tibios
socialdemócratas hasta los radicales
apocalípticos (integrados). Dejaron la coherencia
fuera de la ecuación. Algunos se excusaron en las necesidades emocionales de
sus retoños:
¿cómo iban ellos a dejar a sus hijos sin compartir aula en el IES
con los que habían sido sus amigos durante el colegio? Un argumento pueril que
no se sostiene porque al pasar al IES es casi imposible asegurar quiénes serán los
compañeros de grupo de los alumnos. Sí serviría como justificación si esa pregunta se reconstruyera de manera mucho más despiadada:
¿cómo iban ellos a convencer a sus hijos de que abandonasen voluntariamente la elite social que significa pertenecer a los grupos bilingües en los centros educativos públicos?. Otros, tratando de ser más honestos, y sin
querer darse cuenta de que su excusa era una impugnación a la totalidad de su
discurso político, te decían que cómo iban a meter a sus hijos en el
Programa
cuando sabían que eso grupos, en los IES bilingües, son los grupos de alumnos
marginados, los que disponen de menos recursos y a los que peor se les atiende:
"
pobrecitos, ellos, qué injusto, pero a mi hijo que no le toque, que yo sí
puedo elegir". Creyeron que con explicar el porqué de su traición bastaba.
Cuando solo los retrataba.
Esos padres, tal vez, tuvieron en su mano derrocar desde
dentro una forma de enseñar que empobrece intelectualmente a sus hijos mientras
los capacita equivocadamente en una lengua extranjera. Esos padres progresistas
de Madrid pudieron dinamitar al bilingüismo para siempre, podían haber obligado
a la Administración a ofrecer clases en castellano en los IES multiplicando los
grupos de Programa, y así contribuir a una necesaria heterogeneidad socioeconómica
en las aulas de sus hijos. Pero decidieron ser elitistas mientras,
paradójicamente, no dejaban pasar ninguna ocasión para criticar a los otros, a
los padres de la concertada, por serlo. Decidieron despreciar la transmisión de
conocimientos y el aprendizaje fluido y natural en la propia lengua. Algunos, incluso, argumentaban que tampoco era tan importante lo que se aprendía en el
colegio y en la ESO, que ya aprenderían "en serio" en el Bachillerato
y en la Universidad, y que mientras tanto menudo nivel de inglés estaban
adquiriendo sus hijos. Preferían hacer como que no se daban cuenta de que para
que sus hijos de clase media diesen clases en grupos social y académicamente
homogéneos dentro del AVE bilingüe, tenía que haber otro tren desvencijado en el
que agrupar a todos aquellos alumnos sin recursos, con problemáticas sociales, sin apoyos
familiares, con necesidades especiales o que llegaban de otros países con el
curso avanzado. Sí, por supuesto, sus hijos seguirían llegando al Bachillerato y
a la Universidad (como casi siempre en los últimos 30 años). Pero no tantos de los
otros, de los excluidos del Bilingüismo, podrían decir lo mismo. Porque esa es la cara B del
Bilingüismo madrileño a la que estos padres prefieren no enfrentarse: por un lado existen las agrupaciones extraordinariamente heterogéneas de alumnos de Programa en los IES
bilingües a los que sus hijos desprecian y suelen denominar el "grupo de
los tontos", y en los que es mucho más difícil dar clases y avanzar
académicamente. Y por otro lado existen los IES no bilingües que, en no pocas ocasiones, dependiendo
de la proliferación de concertados o IES bilingües a su alrededor, terminan
convirtiéndose durante los primeros cursos de la ESO en guetos sociales
enormemente problemáticos.
Con el Bilingüismo, la radical estratificación socioeconómica de los centros educativos en Madrid
se completó: centros privados, centros concertados, centros públicos bilingües y centros públicos no
bilingües. Segregación social y económica financiada con los impuestos de todos.
Bienvenidos al paraíso liberal de la libertad de elección educativa madrileña.
Bienvenidos al paraíso del sálvese quién pueda.
Esperanza Aguirre y Lucía Figar pusieron el anzuelo, les dieron la oportunidad a
los padres progresistas de darles a sus hijos una enseñanza pública no concertada, diferenciada y elitista, y ellos la aceptaron gustosamente
mientras salían a las calles para criticar la misma política educativa de la
que se estaban aprovechando. Sin complejo alguno. Cuánta hipocresía. Cuánta
contradicción ideológica.