15 mayo 2013

De nuevo dentro de la bestia

Es el olor. Al final es ese olor, que se adhiere de manera nauseabunda a tus ropas, que termina apoderándose de cada centímetro de tu piel, que te acompaña durante días sin posibilidad de eliminarlo ni enmascararlo, mientras obligado sigues transitando por las entrañas del monstruo. Cada noche, mientras aceptaba sumiso volver a ser devorado, mientras paseaba por sus entrañas con la cabeza agachada para no enfrentarme de nuevo directamente a él, para eludir mi reflejo en sus frías paredes y negarme a confiar en su impostada asepsia, camino a esa habitación palpitante aún de vida que significaba el único refugio posible frente al dolor que transpiraban las paredes del monstruo, levantaba levemente la mirada, lo justo para mirar sin ser observado. Los pasillos de la bestia son como un agujero negro, un punto singular, un aleph del cual el dolor, como la luz, intenta escapar sin conseguirlo, regresando siempre, incapaz de ir más allá de los límites físicos que lo constriñen, incapaz de superar su particular radio de Schwarzschild, distribuyéndose a su vuelta de manera despiadada e indiscriminada entre sus cautivos, lo que hace que algunos que aún albergaban alguna esperanza esa noche, como aquella noche, de aquel puto septiembre, terminen derrotados frente a un cadáver irreconocible mientras otros saludan la mañana con la buena nueva de una respiración acompasada en un cuerpo que por fin deja de temblar. Corres entonces, empaquetas tus cosas y las de ella, sales con prisa de la habitación que fue refugio y ahora se ha convertido en prisión, atraviesas de nuevo los pasillos sintiendo como se posan sobre ti las miradas cargadas de envidia insana que te lanzan los que aún deben permanecer en el estómago de la ballena. Atraviesas por fin la puerta de salida, el coche acelera alejándote del monstruo de hormigón, ves como su tamaño disminuye en pocos segundos hasta por fin desaparecer pero, a pesar de ello, a pesar de que por fin lo pierdes de vista, crees escuchar una risotada sarcástica, lejana, casi inapreciable. Suena como una promesa. Promesa de un reencuentro que aunque no deseas sabes que inevitablemente se volverá a producir. Promesa de dolor. Promesa de sufrimiento. Sonríes por primera vez en días. Que se joda. Que espere. Todavía no es la hora. Queda tiempo. Tanto tiempo.

2 comentarios:

  1. Hagámosle esperar. Me alegro, tío.
    Un abrazo.

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  2. Nunca es agradable estar ahí, pero reconozcamos que a veces nos "salva" la vida. Aún recuerdo lo malito que estaba mi niño y lo bien que lo dejaron. Besos a los dos y a disfrutar, que esto dura dos días, que nosotros ya lo sabemos, tenemos un máster en ello....
    Espe

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