Rivera y Ciudadanos no pueden venir a cambiar nada del
sistema porque precisamente son la respuesta del sistema a la amenaza que
suponía la crisis social. Son sistema. Y es ese sistema que los creó el mismo que
cultiva con mimo la corrupción política como eje central de la economía
capitalista.
Estaban jodidos, el miedo empezaba no dejarles respirar, ya
no era solo de un bache, una crisis pasajera, un problema financiero
extranjero, primero, un problema financiero nacional, después, una epidemia que
solo afectaría al sector de la construcción, más tarde, o al menos que solo
alcanzaría a los trabajadores menos cualificados, a los inmigrantes, a los
menos preparados, finalmente... Solo quedaba culpar de todo a la
inutilidad de Zapatero y sus mediocres ministros. 2011 llegaba
a su fin, el 15M había sido nuestro pequeño mayo francés y, por tanto, los
españoles "de orden" decidieron que nada mejor que hacer lo mismo que
entonces los franceses: mandar a tomar por saco la utopía y darle el poder a la
derecha más rancia. Llegaba Rajoy, ese tipo, ese crack, campechano2, Plasmaman, y con él los miedosos y los pragmáticos de esa particular clase
media española (con ínfulas) esperaban que llegara la tranquilidad, la
"normalidad", es decir, el puteo de los de siempre atemperado por un
estado de bienestar cada vez más frágil. Muchos, como antes cuando votaron a
Aznar, dejaron de lado cínicamente sus engolados discursos sobre la necesidad
de justicia social y volvieron presurosos y acongojados a echarse en los brazos
de esa derecha que se promete liberal pero que solo es siempre elitista,
conservadora, injusta y sumisa con el poder económico. Asumían sin vergüenza (desde
el silencio de su voto secreto) que ese PP, en ese momento, sería terrible para
lo social, sabían que laminaría derechos, que intentaría imponer leyes
retrógradas y que sería servil con los poderes financieros. No les importaba. Aterrados
ante la posibilidad que el contagio les alcanzara por fin y el país quebrara,
sólo esperaban una cosa: que Rajoy los
salvara en lo "económico". A ellos, claro, a esa particular clase
media (con ínfulas), a esa extraña mezcla de funcionarios, profesionales
liberales, trabajadores con estabilidad de grandes empresas, autónomos sin
problemas y acojonados con rentas altas en general... Pero resultó que no. Ni
de lejos. Sucedió lo contrario. Todo empeoró: se seguía destruyendo empleo, esa
clase media (con ínfulas) sufría y menguaba, nuestra deuda pública se disparaba,
se producían dolorosos recortes sociales, se anunciaban otros peores y para lo
único que había dinero era para salvar al sistema financiero. Cojonudo. Fue
entonces, solo entonces, cuando la inicial estéril indignación del 15M
cristalizó por fin en una rabia constructiva, política, en un encabronamiento
organizado: había que echarlos, a todos, el problema era el sistema, tenía que
haber otra manera de organizar las cosas, y ya no servían los partidos nacidos
al amparo de la transición, partidos estructuralmente corrompidos hasta la
médula, aciagos instrumentos del poder económico. No sería mediante las siglas enfangadas
y putrefactas del PP y del PSOE como se produciría la metamorfosis moral. El
instante de lucidez, alimentado por la desesperación, sirvió para que muchos
ciudadanos dejaran de lado durante un segundo el miedo y volaran libres, tal
vez como nuestros mayores tras aquel carpetovetónico golpe de estado en 1981.
Se miraron a las caras, buscaron alternativas, se encontraron con Podemos,
escucharon a Garzón, descubrieron economistas alternativos, apoyaron nuevas
medios de comunicación, dejaron de lado viejos intelectuales colectivos,
discutieron, conversaron... No todos, claro, pero sí los suficientes. Era el
momento de intentar algo diferente, ¿no? Porque además, con los sueldos
congelados o jibarizados, con la amenaza de que al final también ellos caerían,
los integrantes de esa clase media (con ínfulas), que hasta esos momentos habían vivido conscientemente en la inopia, vieron
que igual ya tampoco tenían tanto que perder. Pocas cosas más peligrosas para
el poder capitalista que una clase media sin expectativas, que se sienta
desamparada por el sistema, porque su razonamiento no por cínico es menos
peligroso para el sistema:"Vale, normal que si la cosa va mal le toque a
los otros hundirse en la miseria, durante un tiempo, sí, a los otros, a los
pobres, a los de siempre, pero, ¿cómo es posible que nosotros podamos vernos
también finalmente en el arroyo? ¿Cómo es posible que tampoco nuestros hijos, ¡"con
estudios"!, no tengan posibilidad alguna de futuro?".
Así fue como en muchas casas, en reuniones familiares, a la
hora de la comida, no se pudo mantener por más tiempo ese pragmatismo egoísta,
revestido de candor ideológico, con el que se minusvaloraba la importancia de
las corruptelas políticas de unos y se criticaba superficialmente las de los
otros, para después seguir como siempre, como si nada pasase y nada importase.
Ya no, el miedo hacía carne en el cuerpo de los mayores mientras que una rabia
lúcida arraigaba entre los más jóvenes: los telediarios y los periódicos, según
intereses bastardos, deambulaban desde personajes de Ibáñez como Bárcenas (y un
presidente que lo apoyaba a través de indecentes mensajitos de móvil), hasta leyendas socialistas
de putas y cocaína; desde catalanes honorables con cuentas millonarias en
Andorra y Suiza, hasta socialistas andaluces convencidos de que la justicia
social era posible siempre que el dinero público recayera entre los suyos; desde
comunistas miserables que disfrutaban de tarjetas black, hasta la pléyade de políticos,
afines a Aguirre, corrompidos hasta la médula por Gürtels y Púnicas.... El
hedor era asfixiante, y padres y abuelos, durante un breve intervalo de tiempo,
fueron incapaces de seguir imponiendo sus hipócritas discursos a unos hijos y
nietos que, aspirando poco más que a ser mileuristas temporales, cayeron por
fin en la cuenta de que su precariedad iba a ser para siempre. No, ya no servía
entonar el discurso progre mientras se votaba con la cartera, era un ellos o
nosotros, sin matices. Muchos de los hijos y nietos de esa clase media
impostada vieron la luz, por necesidad (solo a hostias aprenden algunos), se
dieron cuenta de que su posición y su futuro dependía mucho más del estado de
bienestar de lo que su ego y el de sus padres les había permitido hasta ahora
aceptar socialmente. Y empezaron a escuchar a tipos como el coletas. A algunos
parece molestarles hoy recordar el soplo de aire fresco que Iglesias significó.
Por fin alguien era capaz de contrarrestar esa falsas verdades neoliberales que
pitufos intelectuales como Marhuenda o Inda intentaban hacer pasar como
verdades dogmáticas. Las tertulias políticas televisivas parecieron ser, por un
instante, algo más que un pudridero intelectual, parecía que había verdad y
dialéctica en ellas, que la controversia iba más allá del espectáculo que augurara
Debord. Y lo padres, y los abuelos, tuvieron que bajar la cabeza. Sin
argumentos, sin alternativas, dieron la razón a sus hijos y nietos: los que
estaban no servían. Todo tenía que cambiar.
Pero el tiempo pasó, y en España hemos descubierto durante
esta última legislatura que los meses parecen años, y que los años del PP iban
a ser más difíciles de resistir de lo que se imaginara
el Wyoming:
Nada peor
que el paso del tiempo para convertir en rutina el discurso de excepción y para
que las ansias de cambio se pudrieran en muchos antes de conseguir nada. Otra
vez. Porque el ser humano es capaz de dar lo mejor de sí en el instante, pero a
la larga, con el tiempo, su condición miserable y cobarde suele ser la que gobierna
sus acciones. El poder económico y político (no solo en España sino en Europa, porque,
¿qué sería de nosotros y de nuestra economía, y de nuestra prima de riesgo, sin
la intervención decisoria del BCE protegiendo a "
uno de los suyos"?)
lleva un año dedicado a construir una realidad artificial para nuestro país a
través de la mejora de nuestro números macroeconómicos. ¡Ya crecemos! ¡Ya
creamos empleo! ¡El paro dejó de aumentar! ¡Vuelve el consumo interno! ¡Paren
las rotativas! Y aunque la realidad nos diga que tenemos casi tantos parados
como cuando se fue
Zapatero, que hay menos afiliados a la seguridad social que
entonces y que el trabajo que se crea es una mierda que solo permite vidas de
supervivencia, muchos integrantes de esa particular clase media española (con ínfulas) empezaron a darse
cuenta de que ellos no estaban tan mal, que seguían dentro del sistema, que
finalmente la epidemia había pasado de largo sin afectarles y dejaron de tener ese
miedo cerval que la cercanía al abismo les había provocado.
Y sin ese miedo,
¡ay!, sin ese miedo la rabia abandonó sus cuerpos y surgió de nuevo el más
rancio conservadurismo, la desconfianza por el cambio y el hipócrita pragmatismo
político.
En algunas de esas casas donde se había pedido el cambio a voz en
grito se empezó a pedir un cambio, sí, pero diferente, mejor un cambio
homeopático, sin contraindicaciones. Pero, claro, había que amansar también a
sus jóvenes cachorros. No había problema. Estaban tan acostumbrados por
educación a la docilidad
que ellos
mismos ya empezaban a creerse el discurso de la recuperación, empezaban a
pensar que tal vez la cosa realmente estaba mejorando, que a lo mejor ese
trabajo precario de mierda se convertía en el futuro en algo más: "
no sé,
igual es verdad y me puedo salvar, yo,
claro, tal vez ahorrando y esforzándome me puedo comprar un cochecito, yo,
claro, tal vez, con el tiempo, incluso una casa, al fin y al cabo el aval de papá
y de mamá ya no peligra, no sé, mejor no liarla más, además los otros se han
radicalizado demasiado, ya no son como al principio, tal vez ese partido
nuevo... ¿Ciudadanos se llama, no? Ese Rivera parece un tío con las ideas
claras, además tiene estilo, es joven, habla bien, ¡si hasta le gusta a la
abuela! Con su chaqueta, bien vestido, más formal que el coletas... Porque yo a
Rajoy no le puedo ya votar, a ver, que al final no lo ha hecho tan mal,
entiendo que mis padres lo vayan a volver a votar... ¿la corrupción? ¿los
recortes? ¿los parados? ¿el brutal aumento de la deuda? ya, ya, vale, por eso
yo no le votaré, ni mis amigos, pero el Rivera éste sí me sirve, sí nos sirve,
o incluso el otro, el guapito ese del PSOE, ni me acuerdo de su nombre, qué más
da, pero sí, tal vez sea mejor votar a uno de estos dos, que haya un cambio sí,
pero tranquilo, que no se note mucho en lo esencial, que no se joda "la
recuperación", que todo cambie, sí, pero para que todo siga igual..."
Los votantes como yo llevamos perdiendo años, elección tras
elección. Y se acepta. Faltaría más. Ese es el
juego democrático, ¿no? Pero lo
que ya no es aceptable, lo que es insoportable es el postureo social indecente
de algunos. Lo inaguantable es llevar escuchando meses a tanto indignadito de
salón para que ahora, a la hora de la verdad, vuelva a inclinarse por la vieja
política, por la casta parasitaria, por el sistema fallido. Pues no. El
discurso deshonesto no hay por qué respetarlo:
no me vendas motos, excusas, ni datos
artificialmente retorcidos, votante del PP. No me deslumbres con tu imbecilismo
adanista, votante de Ciudadanos. No apeles a tu pasado izquierdista (re)construido,
votante del PSOE.
Tenéis todo el derecho a votar otra vez a los mismos, a
defender el sistema, a defender las políticas liberales que van dejando en los
huesos al estado de bienestar. Pero no intentes además apropiarte de la
oposición intelectual hacia aquello que con tu voto legitimas: corrupción
política a favor de los poderosos, recortes sociales que afectan a los más
desfavorecidos y trabajo precario y sin derechos para millones de españoles. Eso
es lo que votas. Porque tú, con tu voto, servirás de sostén al sistema. Porque tú, con tu voto, defenderás el tipo de
política y de políticos que nos hundió en el barro. Porque tú, con tu voto, solo pretendes, de nuevo, ver si el que se salva eres tú, sin mirar al de al lado, y sin sufrir mucho por él.