26 noviembre 2021
Te echo tanto de menos
16 abril 2021
Ni fachas ni reaccionarios, somos profesores de izquierdas
De esta forma, cada vez que alguno de nosotros se posicionaba frente a un enfoque competencial de la educación reglada, patrocinado sin pudor por el Mercado y que vacía de sentido y profundidad a la Escuela, o se rebelaba turbado contra esa pueril educación emocional que, inspirándose en los principios putrefactos de la psicología positiva, asegura pretender convertir la felicidad del niño en el centro de la enseñanza cuando el fondo solo anhela imponer conductas y modos de vida porque no es más que un enfoque pedagógico fundamentado en un totalitario adiestramiento conductual, aparecían indefectiblemente ciertas críticas que apelaban a nuestra incapacidad de adaptarnos a la "Educación del siglo XXI" o denunciaban lo rancio y "viejuno" de nuestras posiciones intelectuales. Tiene cierto sentido, somos profesores de trinchera, no estamos como otros (como ellos) en las redes para construir una "marca personal". La mierda esa del branding no casa fácilmente con la dura realidad diaria de nuestra labor en esos centros públicos que jamás pisarán los hijos de algunos que nos critican.
Opresor de la tiza me llamó en una ocasión uno de esos vividores, siempre serviles con el poder político, funcionarios con plaza que con rapidez se percatan de lo bien que se puede vivir emancipándose de las aulas (y de su realidad prosaica, agotadora, de su cuota de fracaso diario) en el exilio dorado de algún centro de formación del profesorado. Tipos que terminan programando cursos intelectualmente anoréxicos para un público docente cautivo al que terminan mirando por encima del hombro por considerarlos profesores incapaces de llevar a la práctica (esa a la que ellos, curiosamente, renunciaron) esas cuatro ideas mal digeridas que permanecen en su memoria tras leer cuatro libros "de referencia" sobre pedagogía transformadora y radical
Solo hay una cosa más peligrosa en nuestro entorno docente que el tonto que no lee nada y opina de todo sin fundamento: el tonto que lee poco, lee mal, lee sin contexto y solo con el objetivo de confirmar su iluminación, para alimentar la vanidad de sentirse diferente al otro, solo para tener la capacidad de citar pobremente a los que verdaderamente pensaron críticamente sobre algo que él apenas es capaz de intuir pero que le permite disfrazarse intelectualmente de erudito en ciertos ámbitos pedagógicos que destilan tanta mediocridad como ínfulas de trascendencia.
Estas últimas semanas este tipo de acusaciones, que habitualmente permanecen subterráneas, limitadas a interacciones entre docentes anónimos y que pretenden deslegitimar cualquier crítica a la supuesta modernidad pedagógica que propugnan ciertos visionarios (siempre de la mano invisible del Mercado), han dado cierta vuelta de tuerca, han tomado una nueva dimensión.
Estos son solo dos ejemplos. Opiniones de trazo grueso provenientes de dos personas de las que jamás hubiera esperado niveles de argumentación tan precarios. El primer tuit es de Jordi Adell, doctor en Filosofía y Ciencias de la Educación. El segundo es de César Rendueles, profesor universitario y autor de ensayos tan estimulantes como Sociofobia
No creo que tenga nada que ver con estos tuits errados y desafortunados de Jordi Adell y de César Rendueles (lo intuyo en el caso de Adell y lo tengo absolutamente claro en el caso de Rendueles, al que llevo leyendo muchos años) pero tengo la sensación de que estas dos opiniones (y tantas como estas) son consecuencia de la sorpresa e incomodidad que ha causado en el socialismo oficialista la aparición de un sólido y firme ruido crítico docente contra la nueva ley educativa procedente de profesores de Primaria y Secundaria que no tienen ningún complejo en admitir que son de izquierdas, que son votantes de partidos de izquierdas, pero que contemplan con enorme preocupación tanto algunos aspectos conceptuales de la nueva ley como los rumores que aparecen sobre la modificación del currículo que proyecta realizar el Gobierno.
Somos muchos los docentes que sentimos legítima indignación,
rabia y sorpresa ante declaraciones como esta de la ministra Celaá:
"Ya no es suficiente el aprendizaje memorístico y acumulativo"
¿En serio, señora ministra? ¿De verdad cree que en nuestras clases nos limitamos a exigir a nuestros alumnos que aprendan de manera memorística, acumulativa y sin ningún sentido? ¿Y usted después se pondrá en manos de médicos que nunca aprendieron nada útil con nosotros? ¿Qué tiene que decirle a todos mis compañeros de promoción universitaria a los que, como astrofísicos, se rifaron en el extranjero mientras que aquí les fue imposible labrarse un futuro? ¿Que su problema era su "formación enciclopedista" y por eso en 20 años no han podido regresar a su país?
También somos muchos los docentes que leemos con media sonrisa declaraciones tan pretenciosas y estrambóticas como estas de César Coll (uno de los principales encargados de la modificación del actual currículo) a cuenta de lo que los alumnos deben saber o no:
"Lo importante no es saber mucho, sino saber lo que se sabe y lo que no se sabe. Y, sobre todo, tener herramientas para poder aprender lo que no se sabe cuando se tenga la necesidad de saberlo".
Señor Coll, está feo plagiar a Berlanga sin citarlo. Lo de
no decir nada pareciendo que dices algo profundo para que nadie note el vacío real de lo que se está transmitiendo resulta cada vez más complicado de esconder. No estamos en los 90. Muchos expertos educativos deberían
leer y releer a Sokal con humildad.
En el imaginario pedagógico se ha instalado que cuando un docente fracasa con el método tradicional de enseñanza lo que fracasa es el método, pero cuando fracasa un docente innovador usando metodologías activas, ese fracaso es debido a un mal enfoque del proceso de enseñanza. De esta forma, en el caso del docente tradicional, el método es el problema y será su resistencia al cambio lo que lo convertirá en culpable y mal profesional. En el caso del docente innovador el método nunca se impugna y será disculpado si continúa profundizando en el cambio pedagógico.
Los medios que escriben con pretendida profundidad sobre Educación han conseguido inocular en la sociedad esta idea: no importa que el docente fracase y que su labor no repercuta en un aprendizaje real de sus alumnos si lo hace con el método "cool" que han convertido en dogma. Un docente inútil tradicional siempre servirá como "hombre de paja" para atacar a la vieja Escuela. Lo curioso es que un docente inútil innovador también servirá para lo mismo: no ha sido capaz de deconstruirse lo suficiente como para alcanzar el nirvana de la Nueva Educación.
Todo esto significa dos cosas: hay un método tradicional de enseñar que prioriza la transmisión de conocimientos, sin ignorar ni desdeñar la dificultad que supone aprender, que nunca podrá vencer porque nadie ensalzará sus éxitos y sus fracasos serán expuestos con saña. Y por otro lado, hay una innovación educativa que nunca podrá perder porque sus éxitos serán difundidos y glorificados sin mesura pero nadie la responsabilizará jamás de sus fracasos.
Los socialistas han vuelto a recurrir a los mismos expertos educativos de siempre para reconstruir el mismo proyecto pedagógico que ya fracasó hace 30 años y que (será lo que dirán) terminará fracasando de nuevo por culpa de los mismos de siempre: los profesores. Es lo que tienen las utopías educativas débiles construidas en departamentos universitarios ajenos a la realidad social: no tienen ninguna posibilidad de éxito pero están perfectamente diseñadas para que sus creadores puedan eludir su responsabilidad en el naufragio.
Creo que algunos en el poder creyeron que tras sufrir a la peor derecha en términos educativos de la democracia (Wert y la LOMCE), la izquierda docente crítica iba a quedarse callada ante los disparates pedagógicos de la izquierda oficialista por el peligro que suponen los partidos políticos de derecha cuando son los responsables de organizar la Educación. Pero claro, para ello tendrían que haber optado por defender lo que el PSOE de manera cobarde (una vez más), con el decepcionante y triste silencio de su socio de gobierno (Unidas Podemos), ha vuelto a hurtar al debate público: bajadas de ratio en Primaria y Secundaria, disminución de las horas lectivas de los docentes, exigencia de una enseñanza más personalizada y un verdadero control de las irregularidades y anomalías que provoca en el sistema educativo español la existencia de una enseñaza concertada parasitaria de lo público y pilar incontestable de la segregación socioeconómica y de la degradación de la enseñanza pública.
No,
no somos fachas ni reaccionarios. Y lo sabéis. Tal vez eso sea lo que más
nerviosos os pone a algunos. Somos profesores de izquierdas. Y para darnos
lecciones de compromiso ideológico igual tendríais que demostrar que vuestra
trayectoria laboral e ideológica en los claustros de los centros en los que
dais clases (¿dais clases?) es tan coherente como las nuestras. Somos
perfectamente conscientes de que coincidimos en el diagnóstico de los problemas
de nuestro sistema educativo con muchos compañeros conservadores. Y sabemos que
utilizáis esa supuesta contradicción contra nosotros. Pero esa contradicción no
existe. Muchos de ellos (a diferencia de otros que parecen ser "de los nuestros")
trabajan codo con codo con nosotros, dan clases todos los días, se preocupan
por sus alumnos y merecen nuestro respeto. Nuestras soluciones ideológicas a
los problemas educativos nunca coincidirán exactamente con las suyas. Es más,
sabemos que en otro contexto nos tendremos que enfrentar a ellos cuando sus
ilegítimas aspiraciones de clase les obliguen a defender chiringuitos
educativos privados sufragados con dinero público. Pero hoy día peleamos contra un mismo enemigo: ese asfixiante discurso pedagógico mediáticamente institucionalizado que pretende diluir la importancia intelectual de la Escuela y que se promociona socialmente como progresista cuando su germen ideológico es un cínico neoliberalismo tan superficialmente victimista como profunda y repugnantemente elitista.