24 octubre 2015

Un instante. La eternidad.

La observo a través del cristal del vagón del tren que acaba de detenerse en el andén de enfrente. Su cara, surcada por las arrugas de una vida sin retoques de imagen, revela que ha superado ya, sin duda, los cincuenta. Viste con la informalidad que solo permite la seguridad en una misma, y su pelo, cortado a media melena, absolutamente cano, lo recoge sobre su espalda mediante una simple coleta. De repente, justo mientras el tren empieza a frenar en la estación, apoya la cabeza lentamente, con una extraña ternura, sobre el hombro de su pareja. Una leve sonrisa asoma a sus labios y su rostro, mientras se acomoda sobre el cuerpo de él, transmite una inusual y perturbadora mezcla de afecto, abandono, sosiego y seguridad. Su pareja, un hombre corpulento, con el pelo negro y corto, que aparenta acabar de superar los cuarenta, nunca podrá ver lo que yo acabo de presenciar, solo sentirá cómo la cabeza de ella se apoya sobre su hombro, como tantas otras veces, incapaz de vislumbrar cómo para ella la complejidad del mundo, de la historia, de sus vidas, acaba de desaparecer durante una fracción de segundo. La felicidad es un acontecimiento, tan inesperado como efímero. Un instante. Y justo cuando piensas que todo deja de importar, que nada podrá ser ya igual, te das cuenta de que la vida continúa, de que es imposible aferrarte a un momento que ya no existe, que tan solo es ya un recuerdo, tal vez un desvarío más de la memoria. El tren se vuelve a poner en marcha, él la obliga a separarse de su cuerpo, rompe el espacio-tiempo, le comenta cualquier banalidad, ella ríe de manera forzada. Sólo le quedará el recuerdo. No estará segura de él.

03 octubre 2015

Los genes "sociales" que nunca investigó la CEOE

No parece mal tipo, no, tal vez un poco coñazo, demasiado intenso, con ese acento, ¿no es de Madrid, no? Cada año lo mismo, con cada tutor, cada nuevo curso. Lo jodido es que esta vez esta charla llega demasiado pronto. El año pasado pasé desapercibido durante meses. Al final me ficharon. Aunque no se enteraron ni de la mitad. No siempre fue así. No siempre fui así. Yo hace años era de sobresaliente, un niño listo, era un niño encantador, o eso decían todos, casi un empollón, un niño bueno. Me encantaba hacer los deberes en casa, cuidar mi caligrafía, la puta caligrafía, aun hoy se sorprenden los profesores con lo bien que escribo, y en el fondo, aunque nunca lo demuestro, todavía siento un orgullo idiota cuando me lo dicen, cuando me recuerdan lo que ya soy consciente que no soy, cuando la sospecha de lo que podía haber sido inunda mi ego y eso, durante un segundo, delante de mis compañeros, me reconforta, me da una absurda sensación de triunfo. Soy listo, sí, yo soy listo, solo es que no quiero,  pero si me pusiera, si volviera a estudiar, a centrarme... Joder, es que el tío no deja de hablar... Que sí, que lo he pillado, que me has pillado. Bueno, parece legal, me cae bien. No parece querer joderme. Lo miro a los ojos y él me devuelve la mirada, tal vez me termine arrepintiendo pero le voy a decir la verdad, que sí, hostias, que sí, que es el primer día de clase y ya he llegado fumado a primera hora. Bueno, fumado es poco. Pero tampoco le voy a decir que casi no me sostengo sentado. Mientras lo escucho intento focalizar su cara, pero se me distorsiona. Me centro en su voz, aprovecho que no para de hablar. Lo que no sabe el pavo este es que llevo así desde hace año y medio. Que sí, que ya tengo 15 años, que sí, pesao, que ya sé que he pasado a 2º ESO con un montón de asignaturas suspensas. Pero bueno, dijeron que daba igual, que hiciera lo que hiciera pasaría de curso. Me dice que a partir del año que viene no tendrá sentido seguir en el instituto si repito, que habría que buscar nuevos caminos. Hago como si entendiera lo que me dice, siempre digo que los entiendo, pero no entiendo una mierda de lo que me dicen. Si ya no tengo que venir al instituto, ¿qué voy a hacer? ¿Matarme a porros? ¿Juntarme con los del parque? ¿Quedarme en mi casa mirando a la pared? Bueno, digo mi casa por decir algo. Ya no vivimos en mi casa. Por eso de la crisis y toda esa mierda. Ahora hemos alquilado una habitación en otra casa y dormimos juntos en ella mamá y yo. En el fondo menos mal que mi hermana ya no vive con nosotros. La echo de menos, la verdad, y mira que me echaba broncas la hija de puta: "que si tienes que estudiar, que si otra vez expulsado, que si no fumes porros en casa...." Pero al menos nos reíamos, y conseguía que mamá no llorara tanto. Ayer mamá estaba contenta, le habían cogido para el curro ese. Lo único raro es que tiene que dormir en esa casa donde trabaja limpiando. Yo le he dicho que no me importa dormir solo durante los próximos dos meses, pero la verdad es que va a ser un poco extraño, por eso de la otra familia en la casa y eso. Da igual, tampoco creo que pase mucho tiempo allí. Me iré por la tarde con los colegas. Joder, el tutor sigue intentado comerme la cabeza, que sí, que lo sé, que fumar porros es una mierda, lo que tú digas, será que no los has probado porque a mí me sientan de puta madre. Todo es mucho más divertido y a mí me sirven para mandar al carajo mis mierdas. Hace meses que no he vuelto a pensar en mi padre. Pero no quiero problemas, en serio, yo quiero seguir viniendo al instituto, qué voy a hacer si no, prometo no volver a fumar antes de entrar, lo voy a intentar. Lo que sea para que me dejes en paz. Y voy a intentar estudiar. Sí. En serio. Joder. Si yo quiero. Voy a intentar aprobar. Que sí. Si yo sé que puedo. Solo tengo que centrarme y estudiar. Todos lo dicen, ¿no?: "céntrate". Todos lo repiten: "si te centras todo te irá mejor". Debe ser verdad. No me van a mentir. Debe ser fácil. Debo hacerlo. Debo centrarme. Debo estudiar cada tarde. Debo atender a cada clase. Debo atender a cada profesor. Debo esforzarme cada día. Dicen que es lo normal...  No sé, no sé si seré capaz, pero si no lo consigo será por mi culpa, claro. Si no lo hago es porque no quiero, ¿no?... Porque yo soy listo, sí, solo es que no quiero, pero si me pusiera, si volviera a estudiar, a centrarme...

12 agosto 2015

Micropost (veraniego) #2: el incidente


Caminamos lentamente por el interminable paseo marítimo mientras a nuestro alrededor, como enjambres de abejas enloquecidas por algún pesticida, nos sortean (y sorteamos) a decenas de ciclistas que parecen haber surgido de la nada. Son niños, niñas, adolescentes envalentonados o con cara de asco (bueno, eso todos, iban con sus padres), padres hastiados o encabronados, abuelos con complejo de Indurain e incluso algún cuñado engañado con cara de no entender cómo se ha metido en tal embolado. Marchan por un carril-bici incapaz de asumir tal densidad de usuarios, con sus bicicletas, propias o alquiladas, infectas algunas, otras que seguro que cuestan más que uno de mis sueldos mensuales, se adelantan, frenan a duras penas para no atropellarse entre sí, se gritan, invaden la zona peatonal y mientras, disfrutan de una mañana alternativa de deporte en la costa. Los días que se despiertan nubosos y plomizos en estas zonas costeras suponen un importante dilema para esos padres que, de repente, se enfrentan a la hercúlea tarea de entretener a sus cachorros sin la ayuda de la arena de la playa. Al final, el problema suele resolverlo ese padre deportista o esa madre aventurera que impide que la pereza digital envenene a su clan y arrebatándoles móviles y tablets de sus manos, recubre (literalmente) a sus hijos de coderas, cascos, rodilleras y cualquier protección imaginable y lanza a su familia a una loca y divertida road movie mañanera.  Bueno, loca y divertida (en su cabeza, claro) pero controlada (eso sí es verdad), es decir, carril-bici p´arriba y carril-bici p´abajo, que tampoco ahora vamos a sacar a los críos de la burbuja de seguridad que les hemos construido. Y así, pedaleando, se pasa la mañana hasta que la diversión acabe cuando alguno dimita cansado ya de emular a Los Hollister (si pillas esa referencia admítelo, ya: preferías a Los Cinco pero ya te habías leído todos sus libros y caíste en las redes de esa otra secta familiar), o el incidente suceda. Pues eso, nosotros caminamos lentamente por el interminable paseo marítimo cuando vemos a uno de estos enjambres familiares detenidos, a la espera de uno de sus miembros rezagados. Deben llevar ya un tiempecito pedaleando y a estas alturas la ficción inicial ya no se sostiene. Las caras de los padres transmiten un hastío existencial nivel final de vacaciones, no se hablan, miran al infinito y hacen como que escuchan la cháchara inagotable de uno de sus hijos, el pequeño, que no alcanza los diez años de edad y se balancea peligrosamente sobre su bicicleta. Otra hija, esta ya adolescente, ha pasado al siguiente nivel y está inmersa, a través de su móvil, en su apasionante vida digital, ignorando por completo a su familia. Mientras los alcanzamos, sentimos que por detrás de nosotros se acerca rauda la causa de la parada técnica de tan motivados ciclistas: una niña rubia, espigada, que no llegará a los doce años y con un casco casi más grande que ella, pedalea con fuerza para alcanzar a los suyos. Lo hace justo tras adelantarnos, por lo que vislumbramos su cara roja debida al esfuerzo. Mientras frena con violencia y sin perder un segundo se dirige con furia a su hermano pequeño, gritándole: "Dani, obviamente, si hay una PUTA persona delante tendré que parar". Pobre chica. Jodida sin solución. Cada una de esas palabras habían salido de su boca con esa dicción tan contundente y clara del pijerío madrileño. Qué tránsito tan magnífico desde ese "obviamente" a eso de "PUTA persona". Fantástico. Estaba cavando su propia tumba, sí, pero con qué clase, joder. De posible víctima pasó inmediatamente a la categoría de delincuente malhablada. La reina madre abandonó al instante su aire ausente y silabeando, casi susurrando, con voz acerada y fría como el hielo, le indica a su hija mayor (que había ya levantado la vista del móvil ante la nueva situación): "ve para allá y dale una torta en la boca". Brutal. Yo, mientras empezamos a dejar atrás al grupo, no puedo evitar una carcajada espontánea ante lo presenciado. Y ello provoca el último intento de la cría para volver a poner las cosas a su favor, para intentar evitar la furia del enjambre. Con voz lastimera, intentando dar pena gimotea: "¡pero si a ese hombre le ha hecho gracia, se ha reído!"