09 septiembre 2017

5 años, un recuerdo y un beso

Era 9 de agosto.

Dani nos adelantó en la A49. Solo vería a Mari dos veces más. Allí iba, en el asiento trasero del coche, apoyada en la ventanilla, tan débil. Estoy seguro que la vi. O tan solo es otra más de esas certezas con las que la memoria se empeña en reconstruir el pasado a su antojo. Habíamos estado en Caño Guerrero, Huelva, desde el 1 de agosto. El día anterior Carol y yo habíamos llegado a Sevilla para hacer noche y después marchar todos juntos (mi madre, Carol, Mari y Ale, su hijo de seis años) al día siguiente hacia la playa. Llevábamos ya varios años juntándonos hermanos, cuñados y sobrinos en una casa alquilada por mi madre en la playa para huir del calor sevillano. Días de playa. Días familiares. Días complicados, siempre. Y felices. Fueron felices. Pero solo nos damos cuenta de eso más tarde. Mari ya no estaba bien, su cuerpo mandaba desde hacía  un tiempo señales que nadie comprendía. Ella se lo tomaba a broma, se reía, le restaba trascendencia. Para mí, hoy, era evidente su nerviosismo, su intranquilidad: nadie que ha superado un puto cáncer vuelve a desdeñar pequeños síntomas de enfermedad sin causa justificada que no terminan de desaparecer. Sí, intuí su nerviosismo, pero le seguí la corriente. Ella quería llegar a la playa, desconectar, descansar, reír, tomarse muchas cervezas. Pues eso tocaba intentar. Los días se sucedieron (casi) como siempre: risas, cervezas, tensiones, más risas. Y los niños, mis  sobrinos, los hijos de Espe y de Mari, tan pequeños por entonces, tan estupendos, cuya existencia tanto ayudó a volver a encontrarme con ellas. Pero no, algo disonaba. Mari se sentía cada vez peor, lo intentaba pero no podía seguirnos el ritmo. Tenía extraños moratones en el cuerpo y unas décimas de fiebre que nunca desaparecían. Finalmente, a pesar de todo, intentó meterse en el mar. Las vacaciones no terminan de serlo si no cumples ciertos rituales. Debió salir del agua lívida, tiritando. Así la vi yo al menos, un rato después, en el salón de aquella puta casa, envuelta en una toalla, temblorosa, atendida por mi hermana Espe que intentaba restarle dramatismo a la situación. Pero la situación no mejoró. Mari, a partir de se día, se quedaba por la mañanas en la habitación de arriba, sola. Decía preferirlo así. Nosotros, de vacaciones, en la playa, volviendo a casa para comer y preguntando por ella: todo igual. Como buena Almeida ella sabía imponer sus decisiones. También las absurdas Y se negaba a que la llevásemos al médico. La situación se hacía insostenible. Recuerdo como si fuera ayer caminar aquella tarde del 8 de agosto con mi madre por el paseo marítimo. Y decirle, medio en broma medio en serio, que disfrutara de las vistas, de la playa, del mar, que me parecía a mí que ya no iba a ver todo eso más ese verano. Así fue. De hecho no lo volvió a ver hasta dos años después.

Al día siguiente era cuando yo volvía a Madrid. La noche anterior se decidió por fin trasladar a Mari a Sevilla para ir al hospital y que la examinasen en profundidad. Dani, mi cuñado, conducía ese coche que nos adelantó. Mi madre iba en el asiento delantero. Y Mari, allí, en el asiento trasero del coche, apoyada en la ventanilla, tan débil. Miedo, un miedo infecto, eso es lo que sentí. Hice lo único que creía poder hacer: apartar las malas ideas de mi cabeza y continuar el viaje como si nada pasase y nada malo fuese a suceder.

Era 9 de agosto.

Aquella misma tarde, ya en casa, por teléfono, me empezaron a llegar informaciones contradictorias. Una de mis hermanas afirmaba que en una conversación con uno de los médicos la posibilidad de leucemia había aparecido. Ni de coña. Venga ya. Menos dramatismo. Esto era tan solo una anemia, joder. Durante unas horas nadie quiso creerla. Es más, tocaba criticar su excesiva teatralidad. Tan lúcidos. Los Almeidas. Tan gilipollas. En el fondo tampoco se podía criticarnos demasiado. Era pura defensa emocional. Nos daban igual los indicios. No lo queríamos creer. No nos podía volver a pasar de nuevo. Y menos a ella. Otra vez. Tal vez negándolo una y cien veces podríamos esquivar a la verdad.

Solo volví a ver a Mari en dos ocasiones más. La leucemia era extremadamente agresiva y por tanto también lo fue el tratamiento. Con su sistema inmune debilitado lo mejor era que estuviese prácticamente aislada. La primera de esas veces, lo que debía ser un encuentro tranquilo y privado se convirtió, por culpa de otros hermanos, en un momento desagradable y difícil. Todos queríamos verla. Recuerdo mi estrés, lo que pensaba en ese momento: "no debíamos estar tantos allí dentro, eso podía perjudicar su recuperación..." En el fondo, de nuevo, no quería ver nada de lo que estaba pasando. Qué tonto, qué ingenuo. Qué pena. Seguramente los médicos, al permitirnos entrar a todos por turnos a verla en una situación tan grave como esa, nos estaban dando una oportunidad para empezar a despedirnos. Yo no me enteré. Ella, desde luego, tampoco. Qué bien salen todas esas mierdas emocionales en el cine.

La última vez que la vi fue aquella madrugada en la que murió. Nosotros habíamos vuelto a Sevilla a finales de agosto. El tiempo parecía suspendido mientras la familia empezaba a metabolizar la enorme gravedad de lo que ocurría, sin dejar de hacer planes de futuro para la gestión de la recuperación de Mari. El dolor, el miedo, el cansancio y la rabia reabrían viejas heridas y provocaban nuevos enfrentamientos. Aquella noche Carol y yo habíamos vuelto a casa descansar mientras mi madre, de nuevo, se quedaba a pasar la noche con ella. Todas las noches (excepto una), durante 30 días, una detrás de otra, permaneció mi madre con su hija en el hospital. Más allá de medianoche recibí un mensaje suyo al móvil: "Pepe, qué malita la veo..." Mi madre, por fin, tras negarse una y otra vez a aceptar la gravedad de la situación parecía asumirlo por fin. Y todo se derrumbaba a nuestro alrededor. Horas después alguien nos llamó. Había que ir al hospital. Deprisa. Recuerdo el silencio con el que Carol y yo nos preparamos para salir. Un silencio atroz que se deslizaba por cada rincón de esa casa en la que tantas veces tantas voces lo llenaron todo.

El hospital. Confío absolutamente en la medicina científica. Es la única oportunidad que tenemos. Por ello ese lugar también debiera ser un reflejo de esperanza. No es así en mi caso. Después de tantos años reconozco que cada vez que me acerco a uno de ellos solo siento horror. La sala de espera. Un abrazo. No me podía quedar allí. Tenía que entrar. Me dejaron pasar. Compré de manera voluntaria el último pasaje disponible para el tren del terror. Entré en una habitación en la que mi hermana Mari, la decidida, la valiente, la vitalista, era ya puro hueso, un pajarillo tembloroso con sus manos aferradas desesperadamente a las de sus hermanas, Espe y Amparo. Solo pude mirar unos segundos antes de retirar la vista, aterrorizado, mientras caminaba hacia mi madre que allí, sentada en un sillón, contemplaba en silencio la escena, derruida, apaleada de nuevo por la vida. 

Era 9 de septiembre.

Un beso, Mari, cinco años después se te sigue echando de menos.

10 agosto 2017

Decálogo fundacional del nuevo "nuevo periodismo" español

Ha terminado por ser imprescindible que los grandes medios de comunicación de este país, esos diarios de referencia, esas cadenas de radio de prestigio y esas cadenas de televisión de calidad nos iluminen y publiquen especiales (a ser posible dominicales) sobre qué, cómo y cuándo algo nos debe indignar, molestar y preocupar. Ya son demasiados años de libertinaje intelectual. Internet nos abrió demasiadas puertas que deben ser cerradas y sólo con la guía de las mentes privilegiadas del periodismo patrio volveremos a la senda del consenso y la construcción común de nuestro país. ¡España! Necesitamos unas pocas ideas-fuerza y muchas emociones primarias. O, dicho de otra manera: ¡orientadnos que nos perdemos, coño! Ofrezco mi ayuda. Modesta, lo sé. Pero aporto ideas:

1. "No se puede criticar al turismo, imbéciles. Gracias a él os hemos hecho creer que tenéis presente aunque sepáis que no tenéis futuro."

2. "No es verdad que deban existir esos derechos laborales que tú no tienes. En tal caso son privilegios. Si tú no disfrutas de esas condiciones laborales los que hacen esa huelga para defenderlas tampoco las merecen. Ódialos." 

3. "No te preocupes del porqué de una huelga. ¿Para qué? Nosotros, los medios de comunicación de prestigio de este país, te contaremos lo importante: ¿cómo te afecta esa huelga a ti, ciudadano? No lo dudes, solo se hace para joderte." 

4. "No tiene trascendencia alguna que el CIS diga que el tema catalán te importa un carajo. Eso es porque no tienes muy claras tus preocupaciones. Afortunadamente nos tienes a nosotros para reevaluar tus prioridades: has de encabronarte (y mucho) con este asunto. Odia y calla. No, mejor: odia y vocifera." 

5. "Que el Banco Santander compre por 1 euro el Banco Popular y después consiga un beneficio de 5000 millones de euros por vender su patrimonio inmobiliario a un fondo buitre como Blackstone (el que compró las VPO a Ana Botella en Madrid) es completamente normal. ¿Te extraña algo de la operación, algo te huele mal? Eso es porque no entiendes de economía. Pobre. Déjanos explicártelo." 

6. "Es absolutamente natural pagar con dinero público casi 4000 millones de euros por unas autopistas de peaje privadas y quebradas para, tras sanearlas, volver a privatizarlas. Solo los rojos no lo entienden. Tú sí, ¿no?"

7. "¿Te encabrona que al final perdamos más de 60.000 millones de euros de dinero público por esas ayudas a la banca que siempre te aseguraron que el sector financiero nos devolvería?... ¿Qué eres? ¿Un crío? Entre todos hemos conseguido superar la crisis... ¿Que cobras una mierda en un trabajo de mierda? Pues emprende, coño, emprende."  

8. "Cuando dudes, vaciles y tu cuñado podemita te dé demasiado la brasa solo has de volver a nosotros y beber de la fértil fuente de nuestros imparciales y lúcidos columnistas: Arturo Pérez Reverte,  Javier Marías, David Gistau, Edurne Iriarte, Javier Cercas, Jorge Bustos, Carlos Herrera, Alfonso Ussía, Francisco Marhuenda, Arcadi Espada, Ansón, Isabel San Sebastián, Hermann Tertsch... También fueron nuestros columnistas Esperanza Aguirre, Ignacio González... Disfruta y aprende. Son lo mejor de este país. Calidad. Nuestro ADN." 

9. "Existe un país, Venezuela, con el que España mantiene una relación tan especial que cada día nos vemos en la obligación de contarte todo lo que en él sucede. Venezuela nos duele. Nos hace sufrir. En los 90 se llamaba Cuba. Qué cosas."

10. "¿Empiezas a estar cansado de tanta política, de tanto enfrentamiento, de tanta  tristeza social? Lo entendemos. Casi que es mejor que vuelvas a  pasar de todo (otra vez). Goza de nuestros programas de mierda y de nuestro basureo emocional. ¿Qué hay mejor que llenar tu vida de mierda con la mierda de las vidas de otros?"