18 julio 2007

La conjura de los necios (¿o son miserables?)

El periodista lo escribe con determinación, sin que parezca avergonzarse por presentar tan ruines y falsos argumentos, sin ninguna concesión al análisis sosegado y racional. O tan sólo al análisis. Comienza su extenso artículo, pretendidamente de fondo, de la siguiente forma: “La asignatura Educación para la Ciudadanía se resume así: intoxiquemos a los adolescentes en colegios y escuelas para que cuando cumplan dieciocho voten al PSOE”. Con dos cojones.

El periodista es cuestión no es un cualquiera, el artículo no se escribe en algún patético blog burdamente liberal o conservador de Periodista Digital, ni es una columna del absurdo Jorge Valín en Libertad Digital. No, el periodista no es un joven desconocido con ansias de hacerse valer en el renovado panorama mediático conservador, ni un vocero agitador de los que están haciendo carrera en los últimos tiempos. No, el tipo en cuestión es académico de la lengua española, ha sido director de éxito de varios periódicos, donde escribe semejante sandez es en la revista cultural semanal que cada jueves se vende con El Mundo, y su nombre es Luis María Ansón. Sólo un necio indocumentado o un miserable que únicamente busca la confrontación directa y enardecer de manera indigna a las masas, manipulando a su antojo la realidad y los datos, puede escribir lo entrecomillado anteriormente. Y Ansón no es un necio.

El Gobierno actual quiere educar a los adolescentes no para la ciudadanía sino para que voten al PSOE y se alineen contra la Iglesia”. Lo tiene que repetir líneas después, reforzando así la anorexia intelectual de sus tesis contrarias a la dichosa asignatura. El resto del artículo lo dedica a glosar sus propias excelencias como alumno resistente al falangismo sociológico (…”los religiosos marianistas permitían el pitorreo generalizado con que recibíamos al profesor entusiasta y sus enseñanzas falangistas”), a utilizar nuevos y estrambóticos argumentos que rayan la indigencia intelectual para apoyar sus ideas (“En la España actual sería impensable que (la asignatura) no se instrumente a través de profesores elegidos cuidadosamente, muchos de los cuales se convertirán en una especie de comisaros políticos”), para terminar llamando a la “resistencia cívica” contra su implantación en el currículo académico de nuestros alumnos.

El ejemplo sirve para constatar nuevamente el bajísimo nivel actual del periodismo de este país, capaz de escribir lo que le viene en gana sin que se le ocurra en ningún momento contrastar las tonterías que dice. Un periodismo que vive de las rentas en un presente tremendamente cochambroso, de momias varias por un lado, y jóvenes con más ganas de hacer méritos ante ellas que de promover la necesaria regeneración y renovación de las plumas de la prensa escrita nacional por otro. Entre los que fueron y ya no son (aunque hagan malabarismos para mantenerse en el candelero) y los que debieran ser pero malgastan su tiempo y sus columnas al servicio de los otros, la prensa escrita muere un poco cada día.

Alejándome ya de los patéticos estertores de periodistas amortizados y con un pie en la tumba escrita, se hace necesario un primer análisis de Educación para la Ciudadanía, menos sesgado y más humilde. Porque lo cierto es que sólo ahora que están empezando a salir los primeros libros de texto de la asignatura podemos hacernos una idea clara de cuáles serán los contenidos que se impartirán en ella, más allá de sus ejes programáticos. Personalmente, que un tipo tan sensato e inteligente cuando habla de educación (aún discrepando con él en algunas de sus ideas educativas) como José Antonio Marina (ninguneado por “conservador” por los progres de salón, aquéllos que terminan llevando a sus hijos a los concertados, y ahora machacado por la derecha sociológica más radical debido a su apoyo a la creación de Educación para la Ciudadanía) apoye y haya coordinado alguno de los libros de esta asignatura, me parece un prueba si no concluyente, sí tranquilizadora respecto al desarrollo programático de esa lista de principios básicos que al parecer se quieren establecer en la enseñanza de nuestros jóvenes alumnos. Se trataría básicamente de educarlos en valores comunitarios, sociales, solidarios. En enseñar el valor de la diferencia y de la libertad para ejercerla mientras no provoque daños a terceros (¿hay algo más liberal que esto?). Hacerles comprender las normas básicas en las que se basa nuestra convivencia y nuestro sistema político. Resumiendo, se trata de instruir cívicamente a nuestros cachorros, adentrándoles en las normas básicas de la tribu, en el respeto a los demás y en la necesidad de convivir con otras formas válidas de entender el mundo. Que tienen que conocer y respetar. Tal vez estas enseñanzas debieran estar en manos de la sociedad y el entorno más cercano (no necesariamente sólo la familia) de los alumnos. Pero éstos han hecho dejación de funciones en los últimos tiempos y se muestran apáticos y descuidados, ignorando que la educación de los jóvenes compete a todos y que no está tan sólo en manos de la familia (aunque ésta deba ejercer el papel principal), pues el resultado final de la educación será un ciudadano formado (o no) que tendrá que convivir con otros, conociendo sus derechos y sus deberes. Tristemente parece que se hace necesario que la escuela asuma esa función ante el citado fracaso.

No es cuestión de apoyar sin paliativos que sea la escuela la que se deba ocupar de dichas enseñanzas. Pero no por los motivos que la Iglesia o gente como Ansón utiliza y manipula. El temor (mi temor) es que esta asignatura termine convirtiéndose en una nueva maría que acompañe a otras como Religión, Sociedad Cultura y Religión,Transición a la vida adulta, Imagen y expresión, Taller de artesanía, Expresión corporal, Canto coral y demás absurdeces y tonterías que pueblan el currículo de la ESO, repleto de horas finalmente perdidas por los alumnos, en detrimento de enseñanzas realmente formativas para ellos. Pero la imbécil sospecha ansoniana de crear una asignatura para publicitar y fomentar el modo de pensar socialista se desmonta fácilmente mediante varios argumentos. En primer lugar el desconocimiento de cómo se establece en la escuela pública el reparto de las horas y las asignaturas en cada departamento, sin intervención posible de los poderes públicos, además de la (saludable) existencia de pluralidad ideológica en los claustros de los profesores de la educación secundaria; la seguridad de que en pocos años el PP volverá a gobernar el país (aunque sólo sea por un problema de higiene democrática, como en 1996) y podría ejercer en su beneficio ese imposible poder alienante sobre los adolescentes que tanto preocupa y ocupa a nuestro insigne académico; lo curioso que resulta no darse cuenta ni hacer notar que será la educación concertada, mayoritariamente católica, la que tiene realmente la posibilidad de introducir esos “profesores comisarios a los que teme Ansón, ya que los puestos de trabajo de los profesores en este tipo de centros siempre dependerá de su necesaria sintonía con la dirección ideológica del centro concertado o privado en cuestión, sin posibilidad de oponerse a malas prácticas ni de denunciarlas a riesgo de ver en peligro su sustento y el de sus hijos ( ¿no se dan cuenta los padres de mi generación, que son hijos de la educación pública, que al fomentar y apoyar la concertación de la educación, con sus miedos y ambiciones, son cómplices y promotores de la nuevas viejas formas de manipulación social y religiosa, y del dirigismo y el pensamiento único que tendrán que soportar sus hijos?); por último se observa (tal vez por la edad) la incapacidad del periodista de comprender el muro de contención inicial que los adolescentes actuales (con muchos problemas sí, pero con nuevas virtudes) presentan ante todo aquello que no les competa directamente, no se les explique racionalmente y no se les justifique intelectualmente.

No tengo ninguna esperanza especial con la nueva asignatura. Lo cierto es que no es más que un parche que sirve para discutir y gritar mucho y muy alto (igual que con el tema de la religión en las escuelas), pero no sirve para solucionar nada en el proceso de descomposición de la educación pública en este país. Una descomposición producto, entre otras cosas, de la tradicional cobardía, falta de ambición y preocupación real de unos gobernantes y los intereses espurios de otros, de los miedos y el racismo sociológico de las nuevas generaciones de padres patéticamente protectores con sus hijos, y de la falta de profesionalidad, la pereza, y las malas prácticas de ciertos profesores de la educación pública, excesivamente acomodados y verdaderos parásitos sociales algunos de ellos en espera de la jubilación dorada, exigiendo derechos y asumiendo pocas responsabilidades.

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