24 abril 2009

Transfuguismo indecente

Que la izquierda a la izquierda del PSOE no tiene altavoces en los medios de comunicación de este país ha quedado de nuevo constatado en la manera en la que ha sido reflejada la noticia de la obscena huida de Rosa Aguilar a las filas del PSOE. Una espantada cobarde y rastrera, al encuentro de un nuevo refugio caliente y seguro donde continuar una carrera política que justo ahora se veía amenazada de muerte.

Espectáculo bochornoso fue el que dieron Carlos Alsina y Julia Otero ayer por la tarde en Onda Cero, atreviéndose incluso a criticar (llegando al insulto) las palabras de rabia contenida (aunque educada) de los máximos dirigentes de IU ante la flagrante traición política de la cordobesa. Los intentos de ambos periodistas de otorgar visos de normalidad al transfuguismo de esta mujer, el patético empeño que pusieron para convencer a sus oyentes que lo que pasaba era que en este país todavía estábamos muy atrasados en democracia y que algo como lo que ella había hecho había que tomárselo con normalidad, fue algo pueril. Sólo queda imaginar lo que hubieran dicho de ella si hubiera sido del PP o del PSOE. No es difícil planteárselo: despellejada y colgada de la plaza pública. Como lo fueron Tamayo y Sáez en su día en Madrid.

Rosa Aguilar era la alcaldesa de la única capital de provincia gobernada por IU. Eso era desde luego fruto en parte de su capacidad política, pero no se puede olvidar la herencia que había recibido del trabajo bien hecho de otros miembros de su partido en dicha ciudad (sin ir más lejos del propio Anguita). Se sabía esperanza desde hacía años de muchos compañeros dentro de IU, locos porque cogiera las riendas de un partido que caminaba (y lo empujaban) desde hacía demasiado tiempo hacia el abismo. Pero siempre se negó a dar el paso adelante. Con excusas. Todas. La última vez fue tras el fracaso electoral de las últimas generales, cuando se la invocó de nuevo para que reuniera los restos del partido e intentara recomponerlos. Se negó, por supuesto. Decía que su compromiso era con Córdoba, que ella se había presentado a las elecciones municipales con un proyecto para la ciudad que terminaba en 2012, y que no podía traicionar a los cordobeses. Lo que no especificaba entonces era que lo que no podía era traicionar a los cordobeses por una aventura sin mucho futuro, pero sí por un proyecto que le permitirá vivir de la política en puestos decisorios durante unos cuantos años.

Porque de eso va todo el asunto, de la necesidad de poder, de la ambición de poder. Rosa Aguilar sabía que sus días como alcaldesa de Córdoba estaban contados, limitados a la próxima convocatoria de elecciones. El desgaste de su mandato y la presión de un PP que en Córdoba ya estuvo en las últimas elecciones al borde de la mayoría absoluta, vaticinaban su paso a la oposición en un par de años. Y eso es muy difícil, casi imposible de aceptar para aquellos que han catado las mieles del poder (véase si no lo que le pasó a González en 1996). Los compromisos adquiridos con los ciudadanos que la han votado porque ella se presentó libremente bajo las siglas de un partido político y en representación de unas ideas, se tiran a la basura ante la ambición personal, la avidez desmedida y la vanidad política.

Sé que escucharé voces a su favor. Serán voces templadas, comprensivas, incluso indignadas a su vez por el tono vehemente del post. Porque de eso se trata para muchos en nuestra sociedad actual: no exponerse, no mojarse, intentar hacer ver que se pueden comprender todos los puntos de vista olvidándose, curiosamente, de terminar esos bonitos discursos presentando más o menos claramente el suyo. Más que nada por aclararnos un poco, vaya.

Eso sí, siempre que los estatus establecidos se mantengan. Si no es así ésos mismos rápidamente saltan a la arena para defender lo suyo (su tema) con uñas y dientes. Porque al final todos somos más parecidos de lo que nos creemos. Aunque nos vistamos con el traje de observadores imparciales.

Actualización: la señora Aguilar sigue mejorando su posición dentro del PSOE, aunque sea a costa de arrastrarse y humillarse, intentando destruir la memoria de la que fuera una de las mejores labores de IU: la de no ceder y no apoyar los crímenes de estado.

En El País, hoy, 1 de mayo: "Pediré disculpas a Felipe González por relacionarle con los GAL"

A ver si aprovecha que está poniendo en orden su alma cristiana llena de pecados y empieza a llamar uno a uno a los votantes de IU de Córdoba para pedirles perdón por su lamentable deserción

20 abril 2009

Películas

Una breve conversación ocasional con un compañero del instituto. Por los pasillos. Mientras aceleramos el paso raudos hacia la sala de profesores. Guarida necesaria. Me pregunta si he visto alguna película este fin de semana y le informo sucintamente que estuve en la Filmoteca disfrutando de Los sobornados de Fritz Lang (por cierto, no me cansaré de decirlo: menudo espectáculo de película. De lo mejor del cine negro americano. Sin lugar a dudas). Me mira un segundo, me suelta el ambiguo y confuso calificativo: "tú es que eres un cinéfilo, Pepe". Siempre he desconfiado de ese adjetivo, no me gusta. Por una lado parece halagador, que te da una cierta autoridad moral para establecer una especie de canon cinematográfico; pero ese tipo de planteamientos siempre me han parecido una soberana estupidez. Por otro lado es una forma de decirte educadamente, casi compasivamente, que eres un poco freak. Y también eso me toca una tanto los cojones, para qué os voy engañar. Últimamente parece que cualquier especialización o profundización en un tema es reducida a un problema de "frikismo". Y esa reducción no es inofensiva, tiene un significado social, una especie de necesidad de igualar todas las actividades bajo una paraguas común, de otorgarles a todas la misma importancia final. La miniconversación continúa y en ella trasciende que poseo unas 5oo películas en dvd. Aparece entonces en sus labios una reflexión interesante: "... para qué, al final muchas de ellas sólo se ven una vez...". Salgo con alguna gracieta del momento. Me quedo pensando. No es la primera vez que escucho esa idea.

El argumento es de peso. Parece cobrar mucho más sentido en esta época de descargas ilimitadas (aunque hay que recordar que ni la calidad ni la diversidad de lo que se descarga por internet es tanta como nos quieren vender los gurús digitales). Pero me pregunto si la reflexión se la permitiría también con respecto a los libros. Es evidente que si puede suceder que muchas películas no se vuelvan a ver, aún menos serán los libros que se vuelvan a releer. Pero ahí siguen en muchas estanterías (bueno, no tantas, cada vez menos) de muchas casas. Y lo que es más importante, suelen ser siempre una muestra de erudición, un síntoma positivo que nos habla de la cultura de esa persona.

La banalización del cine como arte, o simplemente cultura (por favor, que nadie quiera colocarle el adjetivo de popular. Como si el teatro o la literatura no lo hubieran sido siempre. Como si lo popular fuera menos valioso), es un proceso que parece no encontrar límite. Curiosamente, internet no ha provocado una revitalización de su estatus sociocultural.

Y como siempre respondo cuando las la miniconversaciones se convierten en conversaciones, y la discusión merece la pena: el punto de partida no debe ser si es necesario o no comprarse esas películas físicamente, en dvd, sino si esas mismas películas yo (yo, no otra persona, sino yo y mis circunstancias) las hubiera visto de no haberlas comprado. Ése es el punto real de partida de esa discusión.

01 abril 2009

En la muerte de Maurice Jarre

Hubo un tiempo, hasta no hace muchos años, en el que la música de cine, creada para acompañar, ilustrar e intensificar las emociones de las imágenes, fue algo muy importante en mi vida. En una época muy distinta a la actual, donde todo contenido cultural que se desee y que pueda convertirse en bits está siempre al alcance de un click de ordenador, la música de cine fue un increíble nexo emocional con un cine que no podía disfrutar entonces con la intensidad que necesitaba.

En ese viaje iniciático mi mochila comenzó a cargarse con nombres de músicos de cine que colonizaron lentamente mi subsconsciente cinéfilo. Alguno ya estaban muertos pero sus creaciones me trasportaban a las imágenes de unas película que nunca agradeceré lo suficiente a mis padres que me enseñaran a poder disfrutarlas. Así me apropié e hice míos a autores clásicos americanos como Alfred Newman (¡Qué verde era mi valle!, La conquista del oeste), Max Steiner (Lo que el viento se llevó, King Kong), Bernard Herrman (Vértigo, Con la muerte en los talones), Dimitri Tiomkin (El Álamo, Sólo ante el peligro) o Miklós Rózsa (Quo Vadis, Ben Hur).

Otros estaban vivos y aunque habían comenzado a componer películas antes de que yo hubiera nacido fueron contemporáneos de mi cinefilia musical, y mientras componían música para películas de mi época yo buceaba en su pasado para encontrar sus grandes creaciones: John Williams (Star Wars, Indiana Jones, Parque Jurásico), Jerry Goldsmith (Alien, La profecía, El Guerrero número 13), John Barry (James Bond original, Memorias de África, Bailando con lobos) o Maurice Jarre (Lawrence de Arabia, Doctor Zhivago, Único testigo)

Y por último aparecerían los últimos en llegar, los que se adueñaron del mundo de las bandas sonoras americanas en el momento en el que yo fui más aficionado y lentamente fueron sustituyendo a los anteriormente citados en los proyectos más importantes de Hollywood. Estaríamos hablando de James Horner, Alan Silvestri, Howard Shore, Hans Zimmer, Michael Kamen...

Hoy día, que ya he perdido los nombres y las obras musicales más importantes que está dando el cine actual, cuando noto como lentamente las BSO´s abandonan el lugar preeminente que tuvieron en mis análisis de las películas y en la manera de deglutirlas, cuando ya no escucho como antaño emocionado los acordes de muchas de ellas, me parece necesario homenajear a uno de los más grandes, cuya muerte recuerda el fin de una generación (la que vino a sustituir a la del cine clásico) que reimpulsó y llevó por nuevos caminos a la música de cine. Jubilados o casi jubilados gente como Williams y Barry, y muerto mi añorado Goldsmith, ahora se une a la lista de desaparecidos un Maurice Jarre que siempre perdurará en nuestras memorias por crear la música que consiguió que un desierto fuera seductor, misterioso y emocionante, conviritíendolo en un personaje más de la inolvidable Lawrence de Arabia