19 octubre 2009

Historias de fútbol (2)

El bar se está vaciando semana a semana. Los nuevos modos de vender el fútbol, además de generar una cruenta guerra entre los poderes mediáticos de la ¿izquierda?, están provocando daños colaterales con los que yo no contaba. Era sábado por la noche, y aún llegando tarde me pude hacer un hueco en la semidesierta barra a tiempo de ver los dos primeros goles de Raúl. A mi alrededor, un par de vejetes miraban en silencio catatónico el partido sin hacer ningún movimiento, tan erguidos en sus taburetes como momias egipcias que no tengo claro si hubieran reaccionado en el caso que de repente el camarero hubiera cambiado de canal y hubiera conectado con otro partido de alguna liga exótica; el silencio envolvía extrañamente el lugar y ni uno sólo de los parroquianos habituales de mi lado de la barra estaban presentes. Los bares no se adaptan a las nuevas ventanas del fútbol, el camarero comentaba amargamente a otro cliente que, entre que no podían dar todos los partidos del Madrid porque sólo disponían de Digital Plus y que a la gente le resultaba más barato quedarse en casa contratando los nuevos paquetes futboleros, este año el ambiente sobrecargado, ahumado y bullicioso del garito a la hora del partido estaba transformándose en algo más parecido a una reunión de monjas de clausura. Mientras lo escuchaba, pensé con cierta tristeza que yo mismo estaba cercano a la deserción y que sólo la imposibilidad de comprar aparatos de TDT de pago, por no estar disponibles en el mercado, hacía que siguiera ahumándome otro fin de semana más.

Llegó el descanso y con él me pedí mi whisky. Abrí mi revista y me dispuse a leer un rato mientras el local se iba llenando con una clientela que no era la habitual, con vestimentas extrañas al lugar, pequeños detalles que desentonaban en aquella tasca fronteriza entre Lavapiés y La Latina. Matrimonios con varios hijos, todos muy arreglados, que pedían con afectada educación sus consumiciones y procuraban situarse de manera que no tuvieran que mezclarse con la fauna autóctona. Al minuto comprendí que debían ser los últimos vestigios dispersos de la marcha contra el aborto que había reunido a más de dos millones de personas esa tarde en las calles de Madrid (ese mismo tipo de cálculo explicaría que, en ese momento, más de cincuenta mil personas nos tomábamos una copa en ese bar. Tirando por lo bajo, vaya). De repente, una mano me agarró fuertemente del hombro haciéndome girar. Allí estaba el gitano del que ya había hablado en alguna otra ocasión: con su porte distinguido, elegante, elevándose por encima de los demás, sonriéndome levemente mientras me alargaba la mano para estrechar la mía con fuerza inusitada. Llegaba tarde, un tanto desorientado por las nuevas reglas televisivas que hacían que perdiera las referencias, y creyendo que esta vez tampoco ponían el partido en el bar. Durante un segundo mis habituales alarmas saltaron: esta vez no me podía escapar, ninguno de sus contertulios habituales estaban allí para que su atención se desviara y yo pudiera continuar con esa extraña misantropía mía, que hace que me interesen tanto las actividades y actitudes de los seres humanos cuando están en reunión como tan poco interaccionar con ellos creando lazos que siempre, posteriormente, terminan siéndome molestos. Esta vez la salvación educada era imposible. Mis viejas defensas estaban alzadas, todas las alarmas encendidas y a punto estaba de cometer un desaire borde de los míos a quién desde luego no lo merecía. Entonces me relajé (debe ser la edad), aparté a un lado todas mis manías, dejé la revista en la barra y le pregunté dócilmente cómo estaba. No hacía falta más, era la señal que él esperaba y no la desaprovechó: se acercó más a mí y comenzamos a hablar. Era un personaje particular, extraño, con cierto halo romántico, que evidentemente ocultaba algo que estaba a punto de contarme a nada que lo dejara hablar. Por una vez cambié mi rol habitual, abandoné mi posición de conversador monologuista, adopté un posición secundaria en la charla y lo dejé hablar, dejé que su historia, por fin, después de varios años, me fuera contada.

De manera pausada, controlando a duras penas el orgullo que sentía por su trayectoria, por su vida, me contó, primero, de la familia de la que provenía, una familia que respiraba flamenco por los cuatro costados. Era hijo y hermano de cantantes de cierta fama, era tío de una chica joven y televisiva también perteneciente al mundo del espectáculo y la canción cuya foto de su boda, manoseada y desgastada (seguro que de tanto mostrarla para presumir), me enseñó con orgullo para demostrarlo y él mismo era todavía cantante en activo (“te voy a traer un CD mío que grabé, para que lo pongas en el coche, verás que bonito”, me decía); me contó también de sus andanzas en los ochenta por Japón, por Italia, por países lejanos que se apasionaban con su arte, de las fiestas, de las hermosas mujeres que había conocido y besado, de su interés por las cosas, por esas otras culturas que había conocido: “yo soy un gitano culto (me decía con gravedad), me gusta respetar a los demás, y soy culto no porque haya leído mucho, sino porque he vivido esas cosas yo mismo, como le decía a algunos novelistas con los que he hablado: lo que tú escribes, yo lo he vivido”. Mientras hablaba despacio, relajado, bebiendo pequeños sorbos de la coca cola que había pedido y me iba desplazando lentamente de mi posición de privilegio para quedarse él (con todo merecimiento) con ella, yo lo miraba, observaba los surcos de su cara, las arrugas bajo sus ojos, su ropa avejentada pero elegante, y notaba su temblor, un temblor preludio de la devastación final, un temblor incontrolable que sólo ahora entendía que siempre intentaba encubrir adoptando posturas con las que encerraba a su propio cuerpo, con los brazos cruzados fuertemente sobre el pecho, pero que ahora que se explayaba, feliz y satisfecho, olvidaba por momentos esconder, hasta que lo recordaba y obligaba a su mano a apoyarse fuertemente en la barra para contener lo incontenible, y microgestos nerviosos mapeaban su cara provocando leves movimientos en la superficie de su piel.

El partido comenzó de nuevo y la atención de ambos en la conversación fue decayendo. Su interés, de nuevo, se concentró en su Madrí y su emoción, el fútbol. Uno diez minutos después un chaval joven, que no llegaba a la treintena, entró en el bar y se puso a su lado. Vestía de punta en blanco, muy arreglado, y se le veía, desde que entró a saludar, con enormes ganas de marcharse para comenzar su noche. Tras unos minutos de conversación intrascendente sobre el partido con el gitano, se despidió rápidamente y volvió a dejarnos solos. Al momento se me acercó, y hablando en voz baja, confidencialmente, me comentó que era su hijo: “muy buen chico, trabaja en El Corte Inglés”, sentenció. Sonreí y el silencio volvió a unirnos.

Un rato más tarde, al final del partido, nos despedimos con prisas con otro fuerte apretón de manos. Mientras andaba hacia casa no podía dejar de pensar otra vez que pronto yo también desertaría y dejaría de ir a ese bar. Y lo veía entrar a él, de nuevo solo, en el bar, oteando, buscando caras conocidas, sus anclas futboleras, sin reconocer a nadie pero sin preocuparse por ello, acercándose a algún tipo nuevo de la barra, presentándose, quitándole educadamente el sitio, charlando sobre su vida, mostrando aquella foto. Una vez más.

16 octubre 2009

Preguntas sin respuesta (octubre 2009)

  • ¿Alguien me puede explicar la manifestación contra el aborto convocada en Madrid? ¿Nadie les ha dicho que llega con veinte años de retraso? ¿Alguien me puede explicar qué coño harán una treintena de diputados del PP en ella? ¿Volverán a aducir (como ya hicieron en las marchas contra el matrimonio homosexual) que están para criticar pequeños aspectos de la reforma mientras la caverna de su alrededor llame a voz en grito asesinas a las mujeres (y a los médicos que las ayudan y a los políticos que lo permiten mediante leyes) que abortan? ¿Y alguien me da alguna pista de cómo tiene Aznar la desfachatez de presentarse en esa manifestación cuando tras ochos años como presidente del país no cambió ni una coma de una ley que permitía, mediante triquiñuelas, lo mismo que ahora hace que se lleven las manos a la cabeza?
  • ¿Cómo quiere el PSOE que nos comamos que subir los impuestos a los ricos y poderosos pasa por subir el IVA del 18% al 20%? ¿Tantas presiones hay? ¿Tantos compromisos ocultos? ¿Es ésta la política económica de izquierdas que Zapatero quiere ofrecer a sus votantes? ¿No es éste el principio del fin de ZP?... Siempre quedará Gürtel
  • ¿Por qué me da cada vez más pereza acercarme a ver una película de Amenábar y cuando pienso en él, lo leo, o lo escucho su imagen se me confunde (negativamente) tanto con la de Spielberg (otro director con el que he pasado del amor al hastío pasando por la indiferencia)?
  • ¿Alguien sabe cuál es la razón de la inquina contra Fernández Mallo en ciertos foros literarios actuales que hace que cada vez que surja algún tipo de crítica contra él se lancen como lobos hambrientos a desollar a su víctima, y a jalear como héroe al que se mofa del “nocilllero”? ¿Al menos se han leído la primera novela de la trilogía? ¿O sólo critican al “producto Nocilla” sin conocer la obra que tiene detrás? ¿Alguien les puede recordar que los chistes a costa de la maldita Nocilla están más manoseados que los de Chiquito?
  • ¿Cómo he podido ver tanto cine durante toda mi vida sin acercarme a la obra de John Cassavetes? ¿Cómo pueden ser tan extraordinarias, tan especiales, tan sinceras, tan hermosas y tan humanas Faces, Husbands, A woman under the influence y Opening night?
  • Después de ver los trailers en español de Gran Torino y Malditos bastardos y disfrutar las películas en VOS, ¿alguien me puede explicar cómo alguien con cierto interés por el cine puede ver estas películas dobladas al castellano?
  • ¿Por qué (extraña) razón la gente le da tanta importancia al Nobel de la Paz? ¿No hay cierta pose e histrionismo en el rasgarse las vestiduras de tantos porque Obama lo haya recibido este año? ¿Alguien ha medido la cantidad de portadas, artículos de opinión y noticias que ha acaparado este hecho? ¿Es eso periodismo? ¿Alguien recuerda que dos meses después del golpe de estado de Pinochet en Chile, Kissinger (secretario de estado norteamericano y uno de los promotores de dicho golpe) recibió ese Nobel? ¿No es suficiente desprestigio como para ignorar esta concesión anual?
  • ¿Y si termina comprando Mediaset (Berlusconi) parte de Sogecable (PRISA)? ¿Y si terminan fusionándose Telecinco y Cuatro?...
  • ¿Cómo es posible que el presidente de la CEOE no pague a los trabajadores de sus empresas al tiempo que exige reformas laborales al Gobierno? ¿Qué pensará el empleado de su empresa que no cobra su nómina cuando vea a su jefe pedir solemnemente el despido libre aludiendo cínicamente a la situación de “paro libre” actual? ¿Cómo es posible que seamos tan ceporros como para no saber con quién alinearnos en esta crisis económica?
  • ¿Cuál es la (miserable) razón por la que los medios españoles llaman Gobierno de facto al gobierno golpista de Michelleti en Honduras? ¿No fue un golpe militar el que expulsó del país al presidente democráticamente elegido?... Por cierto, ¿alguien sabe la razón por la que el intento de reforma de la Constitución de Uribe en Colombia para poder ser reelegido como Presidente ha tenido un tratamiento en la prensa española (principalmente entre los megatertulianos) tan diferente al de Chávez?

06 octubre 2009

Oscuridad

Nunca la siento llegar. Sólo noto por fin su presencia cuando tímida, ofrece sus primeros signos de existencia, dentro de mí, una leve perturbación, casi irreconocible, que alerta a mis sentidos, despertando el miedo irracional. Durante unos minutos me dedico a su estudio, que es el de mí mismo, me estudio desde dentro, mientras parece que atiendo a lo de siempre, hablando cada vez con menos atención, intentando pobremente mantener el show docente para que ellos no noten nada. Pero ya estoy en otro lugar, en otra dimensión, estoy bañado en una luz que se hace por segundos más y más brillante. Un arco luminoso que crece en límite del iris de uno de mis ojos. Desde la nada. Desde ningún sitio. Sin ningún porqué. Que va transformándose poco a poco en elipse o círculo, cerrándose amenazante sobre la pupila. Es difícil delimitar la forma de su frontera mientras corro finalmente hacia la oscuridad, el único remedio válido, tan inútil como imprescindible, tan necesario como vano. Y me escondo, desparezco del mundo real mientras al tiempo aguardo iluso, una vez más, un final distinto al de las otras veces, o una ayuda que nadie puede ofrecerme. Ya estoy sentado. Rodeado de la ausencia de cualquier atisbo de luz externa me ilumino desde mi interior y mi ojo invierte su foco inundando con un fulgor brutal todo mi ser. Estoy en la difusa frontera que delimita el primer desenlace. Apenas veinte minutos han pasado. Nunca me acostumbraré al resplandor final que parece resolver displicente entre la vida o la muerte, y que un segundo después comienza a desparecer, a huir, a abandonarme, permitiéndome regresar lentamente a la normalidad. Vuelvo a ser consciente de lo que me rodea. Intuyo las formas de los objetos de la habitación. Desaparece del todo, siento su ausencia de manera tan repentina como noté su presencia. Y quedo allí solo rodeado de oscuridad, respirando acompasadamente, con la certeza absoluta de que ese final sólo es el principio. Espero alerta. De repente siento una fuerte sacudida en las sienes. Ya está aquí. Lo anterior sólo era la primera advertencia. El aviso del inminente ataque. Está llamando a la puerta y sabe que no puedo evitar abrirle.

Sólo quedan horas de oscuridad.