06 octubre 2009

Oscuridad

Nunca la siento llegar. Sólo noto por fin su presencia cuando tímida, ofrece sus primeros signos de existencia, dentro de mí, una leve perturbación, casi irreconocible, que alerta a mis sentidos, despertando el miedo irracional. Durante unos minutos me dedico a su estudio, que es el de mí mismo, me estudio desde dentro, mientras parece que atiendo a lo de siempre, hablando cada vez con menos atención, intentando pobremente mantener el show docente para que ellos no noten nada. Pero ya estoy en otro lugar, en otra dimensión, estoy bañado en una luz que se hace por segundos más y más brillante. Un arco luminoso que crece en límite del iris de uno de mis ojos. Desde la nada. Desde ningún sitio. Sin ningún porqué. Que va transformándose poco a poco en elipse o círculo, cerrándose amenazante sobre la pupila. Es difícil delimitar la forma de su frontera mientras corro finalmente hacia la oscuridad, el único remedio válido, tan inútil como imprescindible, tan necesario como vano. Y me escondo, desparezco del mundo real mientras al tiempo aguardo iluso, una vez más, un final distinto al de las otras veces, o una ayuda que nadie puede ofrecerme. Ya estoy sentado. Rodeado de la ausencia de cualquier atisbo de luz externa me ilumino desde mi interior y mi ojo invierte su foco inundando con un fulgor brutal todo mi ser. Estoy en la difusa frontera que delimita el primer desenlace. Apenas veinte minutos han pasado. Nunca me acostumbraré al resplandor final que parece resolver displicente entre la vida o la muerte, y que un segundo después comienza a desparecer, a huir, a abandonarme, permitiéndome regresar lentamente a la normalidad. Vuelvo a ser consciente de lo que me rodea. Intuyo las formas de los objetos de la habitación. Desaparece del todo, siento su ausencia de manera tan repentina como noté su presencia. Y quedo allí solo rodeado de oscuridad, respirando acompasadamente, con la certeza absoluta de que ese final sólo es el principio. Espero alerta. De repente siento una fuerte sacudida en las sienes. Ya está aquí. Lo anterior sólo era la primera advertencia. El aviso del inminente ataque. Está llamando a la puerta y sabe que no puedo evitar abrirle.

Sólo quedan horas de oscuridad.

3 comentarios:

  1. Un post ciertamente intrigante... Parece la descripción de un preataque de epilepsia... Es bastante desconcertante. Muy tenso e intenso, me gusta.

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  2. Bueno, afortunadamente se limita a una de las intensas migrañas que padezco (de nuevo afortunadamente) sólo una o dos veces al año.

    Un abrazo

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  3. A mí no me gusta nada. Pareces un neurótico de finales del XIX. Lo que tienes, Pepe, es una promesa de ataque de ansiedad inminente mezclada con alguna otra cosa de las tuyas.

    Chúpate dos o tres botellas de güisqui del tirón, verás cómo se aclaran las cosas, pero como no puedes hacerlo porque vives en pareja o como se diga ahora, tómate un trankimazín de dos miligramos sin mezclar con nada aunque con mucha agua y te quedas nuevo del todo, que tampoco tenéis niños, joder. Claro, que eso tampoco es vivir en pareja.

    Si lo piensas un poco, todas aquellas cosas que tanto te divertían son las que te están minando. Yo volvería a hacerme la caella esa asquerosa encebollada de la calle del Oso, destrozándola con la pala de madera, buenísima, o así me lo parecía porque en realidad no quiero saber qué clase de bicho es, como el panga ése congelado de río chino que por su sabor parece de bidé de carretera, muy limpio.

    Te seguimos, Pepe, atentamente.

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