29 marzo 2014

Preguntas sin respuesta (marzo, 2014)

  • ¿Por qué los medios hablan de salvar autopistas (con dinero público) porque al parecer están en la ruina y no exploran cuáles son las concesionarias de esas autopistas y sus beneficios empresariales en los últimos años para comprobar la realidad de esa “quiebra” en relación a sus beneficios totales?
  • ¿Queda por ahí algún ciudadano español que vote por convencimiento ideológico al PSOE y no tan sólo para oponerse al PP? ¿Queda alguno por ahí? ¿Lo conocéis? ¿Cómo se llama?
  • Enlazando con la pregunta anterior… ¿Quién compra hoy El País diariamente y por qué?... No, venga, en serio… ¿Quién compra hoy El País diariamente y por qué?... No, en serio…
  • ¿Por qué nadie parece preguntarse el porqué de la ingente información crítica que los medios tradicionales dedican a países como Venezuela mientras apenas se preocupan por la situación social de otros como China o Arabia Saudí? ¿Y por qué nadie se para a investigar la trayectoria de los periodistas que escriben desde hace años sobre ese país en periódicos como El Mundo o El País?
  • ¿Por qué las mismas acciones violentas son para medios como ABC y La Razón una “valerosa defensa de la libertad” en Venezuela y en Ucrania mientras se consideran casi como “actos terroristas” en España? ¿Y cómo consiguen que esta mierda cuele entre sus lectores?
  • ¿Cómo es posible que cierta izquierda española defienda sin prejuicios principios excluyentes y maximalistas de los nacionalismos regionalistas y se eche las manos a la cabeza cuando esos principios los usa de manera grosera y cerril la derecha conservadora y reaccionaria española?
  • ¿Cuando Montoro niega los datos de pobreza en España porque “no los ve” es porque nunca se baja del coche oficial, porque es así de necio o porque vive inmerso en “estadísticas objetivas” (las suyas) que no soportan verse confrontadas con “estadísticas subjetivas” (las de los otros), a pesar de que todas se construyan bajo los mismos principios de esa “ciencia exacta” que es la economía?

07 marzo 2014

Historias del Cubata Mecánico


Despierta chaval, que ya es domingo, apenas has dormido esta noche y tienes que desayunar. Hoy no vas al campo, no al menos a ese campo familiar, hoy no pasarás el día en la prisión rural, hoy libras, hoy toca fútbol, aunque para deporte el que ya hiciste anoche, los 1500 metros aljarafeños, desde San Juan, desde Los Comerciales, a toda prisa, a la carrera, con el whisky amenazando con salir en cualquier momento por el gaznate en tu loca carrera de regreso a casa, antes de que las puertas de Mordor se cerrasen. Llegaste a tiempo, a duras penas, el cancerbero se bamboleaba en su sillón con la mirada fija en el reloj, en ese reloj. Migue ya estaba en casa, me alegró verlo, como siempre, desde siempre, aunque jamás se lo dijera, miserias de hermano mayor. Te acostaste como pudiste, fingiendo torpemente dignidad, agradeciendo que ya en la cama los posters de Star Wars colgados en la pared parecieran esta noche respetarte a ti y a las leyes de la física, manteniéndose en su sitio, sin moverse, sin que la mareante luz de sables láser incontrolados te condujera a indeseables epílogos etílicos. La noche pasó y llegó la mañana. No hay resaca, no puede haberla. Hoy toca fútbol, hoy juega el glorioso, hoy jugamos nosotros, el único nosotros que conocí durante mi adolescencia, esa adolescencia que estaba a punto de acabar aunque yo aún no lo supiera, aunque aún no fuera consciente de ello ni estuviese preparado, el nosotros de una amistad que parecía eterna. Hoy juega El Cubata Mecánico, hoy tenemos partido en la liga más importante de Sevilla, la que no jugaba ni el Betis ni el Sevilla, la liga de distritos, la de fútbol sala, a las once de la mañana, en las instalaciones deportivas de ese descampado cuyo nombre ya ni siquiera recuerdo. Coincido con Migue en la cocina para desayunar, the others deambulan por la casa, fantasmas sin rostro, aún sin historia ni leyenda; nosotros nos miramos: el Cañitas del equipo parece en forma, con ganas, las tostadas desaparecen con rapidez, vamos tarde, hemos de prepararnos y la habitación nos espera. Con el respeto debido al ritual nos enfundamos en el traje blanquinegro de superhéroe futbolero mientras dejamos que la música de Jerry Goldsmith para Desafío total, grabada en cinta de casette TDK, nos envuelva e inunde la habitación. Terminamos de atarnos las botas en completo silencio, mientras la música nos prepara para la batalla. Hoy jugamos al futbol, hoy somos futbolistas, hoy somos superhéroes. Sin ser conscientes de lo poco que nos queda para dejar de serlo. Sin comprender que en poco tiempo la magia desaparecerá para siempre.

Caminamos con prisa hasta el punto de reunión. El Magalla y El Conejo (Manolo y Javi), nos esperan en la calle. Hoy vamos en dos coches. Nosotros montamos en el de Magalla, con El Conejo; los hermanos Aguayo, montan en el de Luis (El Pato, también conocido por El Palillo). Nosotros recogeremos a Manolito en su casa. Su  estado es lamentable. Hace pocas horas que se acostó. Es evidente que la noche fue larga para él pero eso no le ha impedido cumplir con su obligación superior, con su compromiso futbolero, con nosotros, con el equipo.

Porque somos un equipo Mecánico, como un Cubata, con cambios establecidos cada cinco minutos para que nadie se cabree, sin preocuparnos por las necesidades reales que demanda el partido. Pocas veces se vio un equipo de fútbol en ninguna competición tan apasionado como el nuestro, tan emocional, tan comprometido y tan, tan, tan terriblemente malo. Joder, qué malos éramos. Desde un portero con miedo al balón hasta un tipo que se marcaba solo regateando siempre hacia la banda hasta cerrarse el espacio. Desde un mediocentro defensivo que poco barría hasta defensas hermanos con tendencias depresivas. Desde un tipo tan delgado que carecía de fuerza para proteger un balón hasta un delantero con ínfulas que tenía miedo a golpear con fuerza el balón. Y por allí también corría como pollo sin cabeza un Manolito todo pasión, todo emoción, con tan poca calidad como mucho corazón. Somos muy malos, sí, tal vez, pero no lo aceptamos, nos negamos a asumirlo, no nos lo creemos, eso nos hace grandes, muy grandes, por eso corremos como cabrones. Y hoy, aunque parezca increíble, vamos ganando. Y yo estoy crecido, he metido el 1 a 0.  Tal vez sea el primer partido de la liga que podamos ganar. Estamos empezando la segunda parte. De pronto, intentando llegar a un balón dividido, con el miedo que siempre sentí al enfrentamiento físico, siento un terrible dolor en la uña del dedo gordo del pie. Grito por el daño, siento como si me clavasen cristales en la piel, pido el cambio, me voy a la banda, me saco la bota y miro el desastre. Con tanto sufrimiento como rabia veo cómo la uña del dedo en cuestión está medio levantada, observo cómo la sangre se acumula en un dedo que se amorata por momentos, pero siento cómo el dolor racional es amortiguado hasta casi desaparecer por el chute de adrenalina que me está provocando ese puto partido intrascendente. Me quedo fuera, no debiera volver a salir al campo, parece que hoy ya no volveré a jugar. Nos empatan, mala suerte, o no, es la historia de siempre. Manolito está fuera del campo, allí, al fondo, junto a la banda, vomitando el whisky de la anoche anterior. Ya no hay más cambios, uno de los Aguayos se ha ido, encabronado, en una de sus arrancadas emocionales, tan sentidas y siempre tan incomprensibles. A estas alturas perdemos 2 a 1 y yo ya quiero volver, yo ya quiero jugar una vez más, otra vez más, la última que recuerdo, la uña ya está jodida, qué más da joderla un poco más, qué más da sangrar, qué más da sufrir. Pido volver a entrar, nadie se niega, al fin y al cabo qué más da. Quedan poco más de 10 minutos, seguimos jugando con tan poca cabeza como siempre pero de repente, tras una jugada aislada y colectiva, logro el empate, sin forzar, empujando el balón a puerta vacía. Casi no puedo apoyar el pie. El partido va muriendo, parece que el empate será el resultado final, de repente me llega la pelota a la altura del mediocampo, un bicho viene hacia mí como si fuera una locomotora, de manera instintiva lo eludo con el único regate que en mi vida aprendí, el que patentara Laudrup y mejorara Iniesta, ya corro hacia la portería y con un amago, en carrera, me quito de en medio a un segundo defensor, sólo me queda ya el portero, y la portería, no tengo cojones para tirar, siento cómo la uña tiembla, siento dolor en cada zancada, regateo también al portero, ya no queda nadie para defender, acabo de hacer la jugada de mi vida, a puerta vacía, con el interior del pie, sin fuerza, sólo empujando el balón, marco el gol de la victoria.

Me vuelvo loco, salto de alegría, como si hubiera ganado una liga, o un mundial, y ellos también, los veo a todos correr hacia mí: a Luis, El Palillo, el dandi del grupo, el entrañable ligón, el tipo al que la vida obligó demasiado pronto a aceptar responsabilidades vitales demasiado trascendentes; a Javi, El Conejo, el portero que, como en un cuento de Cortázar, un día cogió miedo al balón, el amigo capaz de interpretar sin atisbo de duda el diálogo de Greedo con Han Solo en aquella cantina de Tatooine; a Manolo, El Magalla, que me abraza riéndose, tan injustamente acosado en su infancia, una persona sin dobleces, un tipo esencialmente feliz, un rocker, incapaz de traicionarte; corren hacia mí también Los Aguayos, tan diferentes: uno tan contradictorio, otro tan sensible, los dos siempre tan dispuestos, tan amables; me agarra del cuello Manolito, el fichaje final de nuestra amistad adolescente, tan pasional y tan  intenso, un grande, un tipo fantástico, siempre tan insatisfecho; y Migue, por supuesto, qué decir de Migue, El Cañitas del equipo, el pulmón de mi vida infantil, adolescente y adulta, mi hermano pequeño, mi confidente, mi amigo. Todos rodeándome, todos tan idiotas, todos tan absurdamente felices…

Ya no sueño por las noches con el fútbol. No sé cuando dejé de correr enfundado en las trece barras verdiblancas sorteando contrarios desde el centro del campo, en un Benito Villamarín a rebosar,  hasta conseguir un gol maradoniano contra el Sevilla que ponía al estadio en pie. Era un sueño recurrente desde que era niño, que a veces yo mismo provocaba segundos antes de caer en la inconsciencia nocturna, paladeándolo con placer, hasta que un día, hace ya unos años, voló, desapareció, casi sin darme cuenta, sin despedirse. Tal vez por eso recurro hoy a la memoria, al artificio del recuerdo reconstruido, antes de que ella también se haga mayor, madure y olvide gestas idiotas como la narrada, tan intrascendente como heroica.

Fue un gran día. Cuando éramos grandes, los más grandes, cuando El Cubata Mecánico perdía partido tras partido en una liga intrascendente de futbol sala sevillano y nosotros entrenábamos para esos partidos de fin de semana como si la vida nos fuera en ello. Historias del Cubata Mecánico, historias de fútbol que no son más que historias de amistad. Hace ya mucho tiempo.