Caminamos con prisa hasta el punto de reunión. El Magalla y El
Conejo (Manolo y Javi), nos esperan en la calle. Hoy vamos en
dos coches. Nosotros montamos en el de Magalla, con El Conejo;
los hermanos Aguayo, montan en el de Luis (El Pato,
también conocido por El Palillo). Nosotros recogeremos a Manolito
en su casa. Su estado es lamentable. Hace pocas horas que se acostó. Es
evidente que la noche fue larga para él pero eso no le ha impedido cumplir con
su obligación superior, con su compromiso futbolero, con nosotros, con el
equipo.
Porque somos un equipo Mecánico, como un Cubata, con cambios
establecidos cada cinco minutos para que nadie se cabree, sin preocuparnos por
las necesidades reales que demanda el partido. Pocas veces se vio un equipo
de fútbol en ninguna competición tan apasionado como el nuestro, tan emocional,
tan comprometido y tan, tan, tan terriblemente malo. Joder, qué malos éramos.
Desde un portero con miedo al balón hasta un tipo que se marcaba solo
regateando siempre hacia la banda hasta cerrarse el espacio. Desde un
mediocentro defensivo que poco barría hasta defensas hermanos con tendencias
depresivas. Desde un tipo tan delgado que carecía de fuerza para proteger un
balón hasta un delantero con ínfulas que tenía miedo a golpear con fuerza el
balón. Y por allí también corría como pollo sin cabeza un Manolito todo
pasión, todo emoción, con tan poca calidad como mucho corazón. Somos muy malos,
sí, tal vez, pero no lo aceptamos, nos negamos a asumirlo, no nos lo creemos,
eso nos hace grandes, muy grandes, por eso corremos como cabrones. Y hoy,
aunque parezca increíble, vamos ganando. Y yo estoy crecido, he metido el 1 a 0. Tal vez sea el
primer partido de la liga que podamos ganar. Estamos empezando la segunda
parte. De pronto, intentando llegar a un balón dividido, con el miedo que
siempre sentí al enfrentamiento físico, siento un terrible dolor en la uña del
dedo gordo del pie. Grito por el daño, siento como si me clavasen cristales en
la piel, pido el cambio, me voy a la banda, me saco la bota y miro el desastre.
Con tanto sufrimiento como rabia veo cómo la uña del dedo en cuestión está
medio levantada, observo cómo la sangre se acumula en un dedo que se amorata
por momentos, pero siento cómo el dolor racional es amortiguado hasta casi
desaparecer por el chute de adrenalina que me está provocando ese puto partido
intrascendente. Me quedo fuera, no debiera volver a salir al campo, parece que
hoy ya no volveré a jugar. Nos empatan, mala suerte, o no, es la historia de
siempre. Manolito está fuera del campo, allí, al fondo, junto a la banda,
vomitando el whisky de la anoche anterior. Ya no hay más cambios, uno de los Aguayos
se ha ido, encabronado, en una de sus arrancadas emocionales, tan sentidas y
siempre tan incomprensibles. A estas alturas perdemos 2 a 1 y yo ya quiero volver, yo
ya quiero jugar una vez más, otra vez más, la última que recuerdo, la uña ya
está jodida, qué más da joderla un poco más, qué más da sangrar, qué más da
sufrir. Pido volver a entrar, nadie se niega, al fin y al cabo qué más da.
Quedan poco más de 10 minutos, seguimos jugando con tan poca cabeza como
siempre pero de repente, tras una jugada aislada y colectiva, logro el empate,
sin forzar, empujando el balón a puerta vacía. Casi no puedo apoyar el pie. El
partido va muriendo, parece que el empate será el resultado final, de repente
me llega la pelota a la altura del mediocampo, un bicho viene hacia mí como si
fuera una locomotora, de manera instintiva lo eludo con el único regate que en
mi vida aprendí, el que patentara Laudrup y mejorara Iniesta, ya corro hacia la
portería y con un amago, en carrera, me quito de en medio a un segundo
defensor, sólo me queda ya el portero, y la portería, no tengo cojones para
tirar, siento cómo la uña tiembla, siento dolor en cada zancada, regateo
también al portero, ya no queda nadie para defender, acabo de hacer la jugada
de mi vida, a puerta vacía, con el interior del pie, sin fuerza, sólo empujando
el balón, marco el gol de la victoria.
Me vuelvo loco, salto de alegría, como si hubiera ganado una liga, o un
mundial, y ellos también, los veo a todos correr hacia mí: a Luis, El
Palillo, el dandi del grupo, el entrañable ligón, el tipo al que la vida
obligó demasiado pronto a aceptar responsabilidades vitales demasiado
trascendentes; a Javi, El Conejo, el portero que, como en un
cuento de Cortázar, un día cogió miedo al balón, el amigo capaz de interpretar
sin atisbo de duda el diálogo de Greedo con Han Solo en aquella cantina de
Tatooine; a Manolo, El Magalla, que me abraza riéndose, tan
injustamente acosado en su infancia, una persona sin dobleces, un tipo
esencialmente feliz, un rocker, incapaz de traicionarte; corren hacia mí
también Los Aguayos, tan diferentes: uno tan contradictorio, otro tan
sensible, los dos siempre tan dispuestos, tan amables; me agarra del cuello Manolito,
el fichaje final de nuestra amistad adolescente, tan pasional y tan
intenso, un grande, un tipo fantástico, siempre tan insatisfecho; y Migue,
por supuesto, qué decir de Migue, El Cañitas del equipo, el
pulmón de mi vida infantil, adolescente y adulta, mi hermano pequeño, mi
confidente, mi amigo. Todos rodeándome, todos tan idiotas, todos tan
absurdamente felices…
Ya no sueño por las noches con el fútbol. No sé cuando dejé de correr
enfundado en las trece barras verdiblancas sorteando contrarios desde el centro
del campo, en un Benito Villamarín a rebosar, hasta conseguir un gol
maradoniano contra el Sevilla que ponía al estadio en pie. Era un sueño
recurrente desde que era niño, que a veces yo mismo provocaba segundos antes
de caer en la inconsciencia nocturna, paladeándolo con placer, hasta que un
día, hace ya unos años, voló, desapareció, casi sin darme cuenta, sin despedirse.
Tal vez por eso recurro hoy a la memoria, al artificio del recuerdo
reconstruido, antes de que ella también se haga mayor, madure y olvide gestas
idiotas como la narrada, tan intrascendente como heroica.
Fue un gran día. Cuando éramos grandes, los más grandes, cuando El Cubata Mecánico perdía partido tras partido en una liga intrascendente de futbol sala sevillano y nosotros entrenábamos para esos partidos de fin de semana como si la vida nos fuera en ello. Historias del Cubata Mecánico, historias de fútbol que no son más que historias de amistad. Hace ya mucho tiempo.
Fue un gran día. Cuando éramos grandes, los más grandes, cuando El Cubata Mecánico perdía partido tras partido en una liga intrascendente de futbol sala sevillano y nosotros entrenábamos para esos partidos de fin de semana como si la vida nos fuera en ello. Historias del Cubata Mecánico, historias de fútbol que no son más que historias de amistad. Hace ya mucho tiempo.
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