21 agosto 2018

La huelga, esa piedra en el zapato del precariado


No recuerdo una sola gran huelga en los últimos 20 o 25 años que a los pocos días los grandes medios de comunicación no hayan empezado a demonizar de manera indecente y que la opinión pública, más o menos manipulada, no se haya vuelto contra ella con mayor o menor virulencia. Dio igual que fueran mineros, estibadores, controladores, profesores, taxistas o basureros. Poco importó que fueran trabajadores de la limpieza, de AENA, los del metro o los de astilleros. Cuando no fueron lo suficientemente trascendentes para ser mediáticamente criticadas, las huelgas tan solo fueron dolorosamente ignoradas.

Siempre parecen existir excusas para criticar cualquier lucha por los derechos de los trabajadores, todos las hemos escuchado alguna vez:

"No defienden sus derechos, defienden sus privilegios".

"Igual tienen razón pero la pierden por las formas, esa violencia es inaceptable".

"Si ellos tienen derecho a la huelga, ¿no tengo yo también derecho a llegar a la hora a mi trabajo?



Una y otra vez la solidaridad con los demás trabajadores es reprimida por un sistema caníbal y cínico que alimenta el enfrentamiento, potencia la singularidad e induce al aislamiento laboral. Últimamente, además, parece que hemos empezado a comprar con gusto malsano ese discurso destructivo. El precariado (sobre)vive en un infierno diario pero no aspira a cambiar el sistema sino a triunfar en él. Ese infierno aspiracional es el motor de un sistema laboral en el que se soporta la explotación y la humillación de empresarios indecentes en silencio, pero luego se reprocha la lucha de otros que solo pretenden no soportar o no alcanzar ese grado de sordidez laboral.

Tal vez una de las causas de que todo esto suceda es que casi nadie se asume como trabajador precario a jornada completa (el señuelo aspiracional), sino como alguien capaz de aceptar sin batalla unas condiciones laborales infames porque vive en una ensoñación perpetua, a la espera de dar el salto a otro nivel, a la espera de un futuro que, en demasiados casos, por pura estadística, nunca llegará.

No nos miramos los unos a los otros como trabajadores. La lucha por los derechos de unos debería ser la lucha por los derechos de todos. Nos miramos con rencor y envidia, con desconfianza, bien adiestrados por unos medios de comunicación siempre dispuestos a fijarse en lo anecdótico del contexto sociolaboral, nunca en lo sustancial, jamás en lo conflictivo.

Es de rigor analizar críticamente el silencio de cada uno de los colectivos que se han ido poniendo en (justa) huelga en relación a las huelgas de los otros colectivos. Vivimos en un tiempo de egotismo tan atroz que incluso las únicas huelgas necesarias parecen ser las nuestras. ¿Y las otras? ¿Nos paramos a pensar en las otras huelgas? ¿Nos solidarizamos con los demás trabajadores en esas huelgas? ¿Nos posicionamos públicamente con ellos sin rodeos?... A veces sí, al menos al principio… Pero que no nos jodan las vacaciones.

Jugamos a ser islas ridículamente independientes en un mar de canibalismo capitalista que se descojona de nosotros. Nos ignoramos, vivimos inmersos en una distopía posmoderna de empatía y emociones positivas, esas que jamás aplicamos al trabajador puteado de enfrente. Cuando la realidad nos mancha desaparecen las caretas. Que el otro se joda. Como nosotros.

Si terminas de leer esto igual piensas que no va contigo, claro. Que menudo coñazo. Estás por encima de estas mierdas, no te va a convencer de nada un puto hilo de Twitter o este post. Que tampoco es para tanto. Igual todavía eres joven. Igual hoy acabas de llegar a casa tras trabajar 10 horas de las que solo 6 aparecen en tu contrato. Estás reventado. Igual has decidido pedir comida por Uber o por Glovo. E igual, al ir a pedirla, has recordado que por fin los riders se han puesto en huelga. Te cabreas: "joder, ¿ni siquiera voy a poder comer por estos gilipollas?"

Pero no, esto no va contigo, claro.