Adolescentes que ya son viejas, maridos que todavía son niños, jóvenes que apenas superan la treintena y que ya son abuelos de unos nietos a los que deben criar como hijos. Los secuencias vitales de hace más de un siglo se asoman a nuestra modernas ventanas, el tercer mundo aparece detrás de alguna esquina de alguna de nuestras ciudades. Da igual que sea Madrid, Sevilla o Las Palmas de Gran Canaria. Hasta allí se acercan los reporteros de Repor, ese remedo de Callejeros que parece que se ha inventado TVE, y a traición, cerca de la medianoche, me sumergen en esos otros mundos que están dentro del nuestro, coexistiendo, invisibles los unos para los otros, universos paralelos que sólo a veces se rozan para demostrar la futilidad de las ideas perezosamente asentadas; y me muestran unos de esos barrios donde la miseria y la pobreza no proviene tan sólo de la falta de dinero y trabajo, sino que alimentándose con fruición de dicha falta aparecen la dramática ausencia de proyectos vitales, la carencia de estructuras familiares y la inexistencia de una educación básica que desde luego nuestra burguesa escuela de clase media es incapaz de dar a aquellos que más la necesitan.
Y las niñas... a las niñas sólo se les ocurre utilizar el sexo como vía de escape, como parche a su desarraigo existencial, como extraña e inconcebible manera de acortar etapas para ser adultas de pleno derecho, y así de paso eliminar los que son sus reales deberes adolescentes, esos que les perturban, como ir a la escuela cada mañana. Mejor follar. Mejor reír. Mejor jugar. Y entretanto, sin darle mucha importancia, parir. Fin de trayecto. Lo que ellas consideraban deber se transforma en derecho no ejercido; niñas que se regocijan por ser madres, tan sólo para que unos años después se arrepientan de lo que no estudiaron y lamenten que su escasa formación haga de ellas carne de cañón laboral. O para que continúen su ciega carrera y con veintipocos años anden teniendo su tercer o cuarto hijo mientras te cuentan como apenas tienen para subsistir, y son sus padres, los abuelos, los que a costa de sus vidas mantienen el desaguisado. Ser madre primeriza, muchas veces, como lo fueron las suyas, con trece, catorce o quince años. Pero con mentalidades aún más infantiles. Soltar las muñecas con las que jugaron hasta ayer para dedicarse a follar y después parir. Cojonudo. Engendrando hijos que debieran ser sus hermanos, que son educados a veces con dos madres y casi siempre sin ningún padre. Porque eso sí, el hombre que es un niño que folla como un hombre, abandona con demasiada facilidad sus deberes parentales para seguir jugando a que es adulto mientras parasita a sus padres trabajadores, apuntalando así la imagen que nos llega de ellos, la imagen de una microsociedad residual y perezosa, dependiente de subsidios y ayudas. La imagen perfecta que permite tranquilizar conciencias y nos ayuda al resto de ciudadanos a pensar que la culpa de su situación es suya y sólo suya, pues no aprovechan la teóricas oportunidades que se les ofrecen para salir del agujero, del abismo, y permanecen en él solazándose en su miseria, mostrando impúdicamente su atrofia intelectual, regodeándose en el vacío.
Pero la estadística no miente. No hay más tontos entre los pobres que entre los ricos, no es cuestión sólo de capacidades sino que el entorno sociocultural y familiar, ése que quieren eliminar de nuestro vocabulario los adalides de la puñetera cultura del esfuerzo, los liberales de pacotilla que desde el biberón vivieron con las facilidades que da la cuna (ya sea una cuna económica o una cuna que signifique una casa repleta de libros y un ambiente que refuerza el estudio), ese entorno, es un escollo terrible y casi insuperable para demasiados. Y sin duda hay tomarlo en consideración, siempre (siempre), a la hora de hacer políticas educativas efectivas, y crear soluciones laborales reales.
Aunque siempre venga el capullo de turno para recordarnos que él conoce a alguien que superó todas las trabas del mundo para convertirse en lo que es, y eludir el destino que le esperaba. O, incluso él mismo, qué coño. Y si él puede, ya se sabe, todos pueden.
Ya se sabe. Qué bien nos vendemos. Qué cojonudos somos.
Y las niñas... a las niñas sólo se les ocurre utilizar el sexo como vía de escape, como parche a su desarraigo existencial, como extraña e inconcebible manera de acortar etapas para ser adultas de pleno derecho, y así de paso eliminar los que son sus reales deberes adolescentes, esos que les perturban, como ir a la escuela cada mañana. Mejor follar. Mejor reír. Mejor jugar. Y entretanto, sin darle mucha importancia, parir. Fin de trayecto. Lo que ellas consideraban deber se transforma en derecho no ejercido; niñas que se regocijan por ser madres, tan sólo para que unos años después se arrepientan de lo que no estudiaron y lamenten que su escasa formación haga de ellas carne de cañón laboral. O para que continúen su ciega carrera y con veintipocos años anden teniendo su tercer o cuarto hijo mientras te cuentan como apenas tienen para subsistir, y son sus padres, los abuelos, los que a costa de sus vidas mantienen el desaguisado. Ser madre primeriza, muchas veces, como lo fueron las suyas, con trece, catorce o quince años. Pero con mentalidades aún más infantiles. Soltar las muñecas con las que jugaron hasta ayer para dedicarse a follar y después parir. Cojonudo. Engendrando hijos que debieran ser sus hermanos, que son educados a veces con dos madres y casi siempre sin ningún padre. Porque eso sí, el hombre que es un niño que folla como un hombre, abandona con demasiada facilidad sus deberes parentales para seguir jugando a que es adulto mientras parasita a sus padres trabajadores, apuntalando así la imagen que nos llega de ellos, la imagen de una microsociedad residual y perezosa, dependiente de subsidios y ayudas. La imagen perfecta que permite tranquilizar conciencias y nos ayuda al resto de ciudadanos a pensar que la culpa de su situación es suya y sólo suya, pues no aprovechan la teóricas oportunidades que se les ofrecen para salir del agujero, del abismo, y permanecen en él solazándose en su miseria, mostrando impúdicamente su atrofia intelectual, regodeándose en el vacío.
Pero la estadística no miente. No hay más tontos entre los pobres que entre los ricos, no es cuestión sólo de capacidades sino que el entorno sociocultural y familiar, ése que quieren eliminar de nuestro vocabulario los adalides de la puñetera cultura del esfuerzo, los liberales de pacotilla que desde el biberón vivieron con las facilidades que da la cuna (ya sea una cuna económica o una cuna que signifique una casa repleta de libros y un ambiente que refuerza el estudio), ese entorno, es un escollo terrible y casi insuperable para demasiados. Y sin duda hay tomarlo en consideración, siempre (siempre), a la hora de hacer políticas educativas efectivas, y crear soluciones laborales reales.
Aunque siempre venga el capullo de turno para recordarnos que él conoce a alguien que superó todas las trabas del mundo para convertirse en lo que es, y eludir el destino que le esperaba. O, incluso él mismo, qué coño. Y si él puede, ya se sabe, todos pueden.
Ya se sabe. Qué bien nos vendemos. Qué cojonudos somos.
Han proliferado las imitaciones del programa "Callejeros". En La Sexta también hay otro.
ResponderEliminarCreo que el original, "Callejeros", es lo mejor que ha parido el reporterismo en toda la Historia de la televisión. Son la esencia del periodismo, del periodismo de calle puro y duro, los reportajes exudan vida.
Lo de las madres prematuras es bastante habitual también en medios más rurales, sin que necesariamente vaya unido al contexto económico. Por ejemplo, en pueblos del extrarradio como el mío, tan cerquita de Sevilla, que parece mentira que acumulen tanto poso de terruño.
Un abrazo
Es cierto, lo que dices, y pensándolo llegué a la conclusión de que el drama es que algunas de las niñas que en tu pueblo o en el Aljarafe actual están pariendo, seguro que son hijas de madres que serían quinceañeras, más o menos, cuando nosotros lo fuimos.
ResponderEliminarNo sólo es el dinero, claro, de ahí el que el factor socioeconómico lleve el "socio" y no sólo el "económico".
La ausencia de estructuras familiares y proyectos vitales a largo plazo, la ausencia de entornos que valoren un poquito la formación más allá de decirle al niño o la niña: "oye, ponte a leer y a estudiar que después suspendes" mientras los padres se ausentan del hogar por cuestiones laborales durante todo el día, o están, pero ponen la tele durante horas y se conversa continuamente sobre banalidades, ayuda y mucho a que se normalicen situaciones que son dramáticas, en mi opinión, para la sociedad.
Sin despreciar, por supuesto, la responsabilidad individual de cada uno para sortear los obstáculos que aparecen en el camino.
Pero también está el caso, y creo que es más grave (por lo profundo), de padres que siguen creyendo que lo mejor que puede pasarle a su hija es que conozca a un hombre que la convierta en madre y que le dé un porvenir de coneja. Cuanto antes, mejor, si es a los 15, estupendo. Esto sí que es triste en el siglo XXI de Internet y la globalización y la liberación sexual y la discriminación positiva.
ResponderEliminarPor cierto, un blog que puede gustarte. Ahora cuelga un post de Arthur Clarke muy interesante: http://fraternidadbabel.blogspot.com/
Abrazos,
Dani
Entonces Pepe, la responsabilidad es sólo de esas "niñas". No es también de los que ponen la otra parte del proceso...No lo es también de padres , bien porque se toman a la ligera la educación de sus hijos o porque simplemente no tienen tiempo para educarlos(que mi teoria es para que los tienes si no los puedes criar!)
ResponderEliminarCuándo una chica se queda embarazada parece que siempre es ella la responsable en ojos de la sociedad y sobre todo de los hombres y no de su novio, amigo...o lo que sea.
Saludos!
Hola Aya, me alegro de leerte...
ResponderEliminarEn tu comentario denuncias que se les juzgue tan sólo a ellas, y no a sus padres o parejas
El tercer párrafo de mi post está dedicado a valorar la suma importancia que tiene el contexto socioeconómico en las decisiones de estas madres prematuras. Es evidente que la "culpa" también es de los padres, pero ¿cómo se soluciona eso? ¿sólo podrá tener hijos la clase media acomodada, con dinero para mantener y cuidar de sus vástagos? ¿sólo debieran ser padres las personas de profesiones liberales y con estudios ya que estadísticamente está demostrado que sus hijos funcionan mejor en la escuela y tienen un mayor recorrido en sus estudios y formación? ¿O el problema no es quién tiene los hijos, sino la organización de una sociedad que obliga a trabajar a un determinado sector social hasta la extenuación sólo para sobrevivir (y consumir), y además apartado en barrios con infraviviendas, sin ejemplos positivos en los que reflejarse, donde la calle educa al niño o la niña más que el hogar o la escuela?
Y por supuesto, al final, a pesar de todos estos contratiempos y miserias podría aparecer la personalidad y el esfuerzo individual para superar todas las trabas, no elegir el camino fácil, la senda tenebrosa que diría el viejo Yoda, e intentar salir del barrizal.
Por eso lo que más me apena y comento es lo de las niñas, no porque sean las más culpables, para nada, sino porque son las más perjudicadas al seguir estos planteamientos vitales más propios del pasado que de la sociedad actual; ellas son las que cargan con los niños, las que envejecen con pasmosa rapidez, las que ven como se le cierran las pocas puertas que podrían tener abiertas si parir no fuera lo normal, las que con sólo 15 o 20 años se quedan sin ilusiones y entran de lleno en la rutina de vidas grises y esforzadas.